15: El regreso de Fylo
15
El regreso de Fylo
Agis arrojó el morral al suelo, luego estiró la mano y agarró a Sacha, que flotaba en el aire, por el moño.
—¿Dónde están Tithian y la lente? —inquirió el noble.
—No salió por el túnel —respondió la cabeza—. Ese miserable cobarde nos ha traicionado a todos.
Agis aplastó a su prisionero contra una reluciente pared de mica negra.
—¡Embustero!
—¿Estaría yo aquí abajo si supiera dónde está Tithian, o la lente? —replicó la cabeza—. Vine en su busca, igual que tú.
Sujetando con fuerza los cabellos de Sacha en una mano, el noble inspeccionó despacio la sala cubierta de mica, registrando cada rincón y cada grieta en busca de algún indicio de lo que le había sucedido al rey. No se molestó en encender el arpón roto que había traído como improvisada antorcha, ya que la luz roja del sol que penetraba a través de la abertura del techo iluminaba la sala con colores escarlata.
—Estás perdiendo el tiempo —dijo Sacha—. Tithian no está aquí. He mirado.
—Miraré por mí mismo —repuso Agis, recorriendo sistemáticamente cada una de las paredes y atisbando en cada rincón oscuro. Al no encontrar al monarca, dirigió su atención hacia Sacha—. Si me dices la verdad, explica cómo desapareció Tithian de esta habitación con la lente.
Sacha levantó los ojos en dirección a la grieta del techo. La esfera roja del sol flotaba a un cuarto de distancia del extremo oriental.
—A lo mejor escaló —sugirió la cabeza.
Con los ojos entrecerrados a causa de la deslumbrante luz, Agis estudió la abertura con más atención. Inclinada en un ángulo pronunciado, casi vertical, y cubierta a ambos lados por resbaladizas hojas de mica, la grieta representaba una ascensión difícil, aunque no imposible. Era lo bastante ancha para que un hombre la escalara apretando la espalda contra un lado y los pies contra el otro, o, en el caso de Tithian, ascendiera mediante la levitación.
—Tendrás que pensar en un embuste mejor que ese, Sacha —dijo Agis—. Por lo que Sadira me ha contado, la lente jamás podría pasar a través de esa grieta.
—Lo haría si estuviera en el morral —sugirió la cabeza.
Agis miró el saco. Se sintió tentado de afirmar que la lente oscura jamás podría caber en su interior, pero había visto a Tithian sacar suficientes objetos de él para saber que poseía propiedades mágicas.
—Si la lente oscura estuviera aquí, Tithian no se habría ido —dijo Agis, echando una ojeada al arrugado saco—. J amás lo abandonaría.
A pesar de sus palabras, el noble depositó a Sacha en el suelo junto al morral y posó un pie sobre la decapitada cabeza para que no se moviera.
—De todos modos, no cuesta nada comprobarlo. ¿Cómo funciona esto?
—Pon la mano en el interior e imagina la lente —explicó la cabeza—. Si está ahí dentro, vendrá a tu mano.
—¿Qué aspecto tiene la lente? —inquirió el noble.
—¿Cómo puedo saberlo yo? —gruñó Sacha.
—Rajaat la utilizó para infundirte los poderes de uno de sus campeones —replicó Agis al tiempo que apretaba el pie sobre la cabeza.
—Es grande, de obsidiana, y redonda —fue la tensa respuesta que recibió—. Eso es todo lo que recuerdo; sentía un gran dolor, y la torre estaba llena de haces de luz.
Agis sujetó el morral bajo el codo de su brazo roto, dispuesto a introducir la mano sana en el interior. Antes de hacerlo, bajó la vista hacia la cabeza y dijo:
—Si esto es un truco, te ataré a una roca y te dejaré caer en la bahía de la Aflicción.
—Quiero encontrar el Oráculo tanto como tú —rezongó Sacha—. Y también averiguar qué le sucedió a Tithian.
Agis introdujo la mano en el saco y se representó mentalmente una enorme esfera de obsidiana, parecida a las que habían encontrado en la cámara del tesoro de Kalak cuando lo mataron. Al cabo de un instante, sintió el contacto de una fría y cristalina superficie de obsidiana en la mano. El noble sacó la mano del morral y vio que contenía una bola de obsidiana más o menos del tamaño de su propia cabeza.
—Demasiado pequeña —siseó Sacha—. Vuelve a intentarlo.
Agis arrojó la esfera a un lado y devolvió la mano al interior del saco. Esta vez, sin embargo, mientras se representaba mentalmente lo que imaginaba sería el aspecto del Oráculo, se concentró también en el frío y liso tacto de la cristalina piedra, con la esperanza de que los detalles añadidos compensarían el que nunca hubiera visto la lente.
Cuando nada fue a parar a su mano, el noble se encogió de hombros.
—Nada.
Sacha volvió a mirar en dirección al techo.
—Entonces tiene que haberla sacado por la abertura —afirmó la cabeza.
Manteniendo el morral bajo el brazo roto, Agis volvió a coger a Sacha.
—¿Y qué me dices de la magia, o el Sendero? —preguntó—. ¿Podría haber utilizado Tithian sus poderes para sacar la lente de aquí sin pasar por ninguna de las dos salidas?
—Cualquier cosa es posible con la lente —dijo Sacha—. Lo que nos da más motivos para marchar ahora.
—¿Por qué estás tan ansioso por sacarme de aquí? —Agis frunció el entrecejo.
—Porque ese traidor de Tithian nos lleva una buena delantera —respondió Sacha despectivo—. Marchemos.
Agis sacudió la cabeza.
—Me parece que no. Tengo la impresión de que intentas ocultar algo. Tithian sigue aquí abajo, ¿verdad?
—¡No seas ridículo! —siseó Sacha—. Puedes ver por ti mismo que somos los únicos que estamos aquí.
—¿Y dónde está Wyan? —inquirió el noble—. ¿Supongo que me dirás que no sabes dónde se encuentra?
Los ojos grises de la cabeza se abrieron sorprendidos.
—Se suponía que estaría vigilando la entrada del túnel —respondió—. ¿No lo viste ahí?
—No, no lo vi —gruñó Agis, introduciendo a Sacha en el interior del morral—. Y estoy cansado de tus mentiras.
El noble cerró el saco y dobló la parte superior para cerrarlo bien; luego, utilizando las rodillas como ayuda, hizo un ovillo con él. Acto seguido, arrancó una tira de ropa de su capa y la utilizó para atar bien el saco de modo que no pudiera abrirse, sirviéndose del nudo más fuerte que conocía. Una vez hecho esto, lo dejó caer cerca de la salida, donde no olvidaría recogerlo al salir de la cámara.
El noble volvió a registrar la habitación, y esta vez de forma mucho más meticulosa. Utilizó repetidamente el arpón roto que llevaba para arañar grietas y huecos que le parecían sospechosamente profundos o rectos, con la esperanza de localizar alguna puerta secreta o pasadizo detrás de ellos. En dos ocasiones recurrió incluso a arrancar láminas de mica de las paredes cuando la luz lo engañó y le pareció ver el brillo vacilante de una antorcha tras ellas.
Agis no descubrió otra cosa que más mica. Ignoraba cuál podía ser el paradero de Tithian, pero en todo caso parecía que no se encontraba allí, y el noble dudaba de que el rey tuviera la menor intención de regresar. Tras echar una mirada circular a la habitación por última vez, se dio la vuelta para salir.
Fue entonces cuando escuchó la pesada respiración de un gigante resollando por el túnel.
* * *
Con su cola de dragón alada enroscada alrededor del Oráculo, Tithian continuó volando por el mundo gris, viajando en lo que esperaba fuese la dirección en la que había aparecido el destello rojo momentos antes, ¿o hacía más tiempo de ello? El rey no tenía forma de saberlo. Todo lo que podía hacer era agitar las correosas alas, mantener la nariz apuntando al frente, y esperar que estuviera volando en la dirección correcta.
Tras deshacerse de su hermano y de sus otras víctimas, Tithian había descansado un rato —no sabía cuánto tiempo—. Los verdugones se habían ido desvaneciendo poco a poco, y con ellos el dolor. Para entonces, ya había recuperado las fuerzas y estaba listo para continuar la búsqueda de la salida.
La tarea había resultado más difícil de lo que pensaba. Primero había recurrido al poder del Oráculo para visualizar la abertura del morral, pero el esfuerzo había fracasado miserablemente. Aunque había creado más de un docena de círculos rojos que se parecían a la salida, tras atravesarlos siempre volvía a encontrarse de regreso en el mundo gris.
Después Tithian intentó utilizar la magia, y los resultados fueron aún más devastadores. Puesto que no habían plantas en el mundo gris, había utilizado el poder del Oráculo; pero cuando había convocado la energía al interior de su cuerpo, su intensidad le había quemado la carne de la mano. De esta experiencia, el rey había sacado un importante lección: como doblegador de mentes poseía la suficiente experiencia para canalizar el poder de la lente a través de su cuerpo sin sufrir daño, pero como hechicero, no podía controlar su salvaje energía.
Tras esto, Tithian intentó utilizar el Sendero para convertir en brújula su daga de empuñadura de hueso. Cada vez que ponía en equilibrio la hoja sobre el dedo, la punta señalaba siempre ligeramente hacia la izquierda. No tardó demasiado en comprender que si la seguía, todo lo que iba a conseguir sería volar en círculos.
El monarca acababa de decidir parar e intentar pensar en algo nuevo cuando vislumbró un débil destello rojo. Tras arrojar a un lado la inútil daga, se había vuelto en dirección a la luz y volado hacia ella tan rápido como le fue posible, arrastrando al Oráculo con él. Desde aquel momento, Tithian no había vuelto a ver más luces, ni destellos rojos, ni nada parecido.
Los fríos dedos de la desesperación empezaban a atenazar el corazón del monarca cuando le pareció ver un pequeño punto de oscuridad en la bruma gris que se extendía ante él. Redobló sus esfuerzos y voló hacia él tan deprisa como se lo permitían las alas. Ni siquiera se permitió parpadear. Era la primera forma sólida que había visto desde que ahuyentara a su hermano, y la idea de que pudiera desaparecer antes de que la alcanzara aterraba a Tithian.
Con gran alivio por su parte, el objeto no desapareció. A medida que se acercaba a él, el oscuro puntúo se convirtió en un punto más grande, luego en un círculo, y por fin lo identificó como la parte posterior de una cabeza: una cabeza sin cuerpo con un largo moño alto.
—¿Qué haces aquí? —exigió Tithian.
La cabeza se volvió despacio, y el rey vio por los gruesos pómulos y los dientes amarillentos que se trataba de Sacha. Lanzando una veloz mirada a la lente, Sacha dijo:
—Ya veo que has encontrado el Oráculo…, aunque no sé qué crees que vas a hacer con él aquí.
—¿No debías estar vigilando la entrada del túnel? —inquirió el monarca colérico, resistiendo el impulso de saltar demasiado rápidamente a la pregunta que era más importante para él: cómo escapar.
—Hice lo que se suponía que debía hacer —refunfuñó Sacha—. Es por eso por lo que estoy aquí contigo.
—¿Qué quieres decir?
—No sé cómo pero Agis consiguió escapar y localizar la cámara del Oráculo —explicó la cabeza—. Cuando le vimos entrar en el recinto, descendí a avisarte, pero todo lo que encontré fue el morral, sin que hubiera el menor rastro de ti o de la lente. Agis apareció poco después y me metió aquí dentro.
—¿Sabe dónde estoy yo o la lente?
—No, cree que utilizaste la magia o el Sendero para desaparecer.
—Bien; en ese caso podré cogerlo por sorpresa —dijo el rey con una risita—. Ahora dime cómo salimos de aquí.
—Cuando nos pusiste a Wyan y a mí aquí dentro, sólo encontramos una forma —respondió Sacha con una amarga carcajada.
—¿Y cuál era? —inquirió Tithian, huraño.
—Esperamos… hasta que alguien nos sacó.
* * *
Agis miró túnel arriba y distinguió la maciza silueta de un joorsh pequeño que se arrastraba hacia él. Aunque la figura no era lo bastante grande para ser un adulto, llenaba el pasadizo por completo. El noble se dio cuenta de que incluso si el gigante hubiera estado dispuesto a dejarlo pasar, no había espacio suficiente entre el granuloso cuerpo y las resbaladizas paredes del túnel, mucho menos aún si lo quería hacer sin que el guerrero se diera cuenta de su presencia.
El joorsh dejó de arrastrarse, y Agis temió que el gigante lo hubiera visto atisbando desde la esquina. A pesar de que el corazón le latía como un tambor de guerra gulgiano, el noble se obligó a permanecer inmóvil. Si el joorsh no estaba seguro de lo que había visto, lo último que Agis quería era atraer su atención sobre él con un movimiento imprudente.
Ante el inmenso alivio del noble, el gigante volvió la cabeza para mirar por encima del hombro.
—¡Veo el Oráculo, jalifa Mag’r! —gritó. Tenía la voz de un muchacho, pero era tan potente que sacudió el estrecho túnel—. ¡Un resplandor rojo, tal como dijiste! ¡Es muy brillante!
—¿Qué? —La aguda respuesta de Mag’r retumbó por el pasadizo ensordecedora—. ¿Ves un resplandor brillante, Beort?
Beort asintió.
—Muy brillante —dijo. Su voz no sonaba tan entusiasmada como momentos antes.
—¡Algo no va bien! —gruñó el jalifa.
Antes de que el muchacho pudiera volver a mirar túnel abajo en dirección a Agis, el noble retrocedió lejos de la esquina, recogió el morral de Tithian y se lo colgó sobre el hombro sano; luego cruzó la pequeña sala hasta el lugar donde la grieta del techo se encontraba con la pared posterior. Se detuvo allí para sacar el brazo herido del improvisado cabestrillo.
La extremidad no estaba en condiciones para una escalada. Desde el codo hacia abajo estaba tremendamente hinchada y descolorida, con un enorme bulto color púrpura justo sobre el punto de la rotura. El noble intentó levantarla y descubrió que los músculos no le obedecían. El brazo herido se había convertido en un peso muerto.
Una rápida mirada a la superficie vertical de la pared confirmó la sospecha de Agis de que no se podía escalar con sólo un brazo útil. El noble cerró los ojos y visualizó en su lugar una extremidad sana que funcionaba perfectamente. Abrió su nexo espiritual y sintió cómo un torrente de poder corría por su cuerpo; luego condujo esta energía hasta el brazo herido.
Una punzada de insoportable dolor surgió desde la rotura misma, corrió por todo el brazo y penetró incluso en su pecho. Agis se concentró en una imagen de un oasis con un estanque, manteniendo músculos y mente relajados, para dejar que el sufrimiento fluyera a través de él como el viento. La punzada aguda desapareció rápidamente, y el suplicio no tardó en convertirse en un dolor sordo.
Agis volvió a abrir los ojos e intentó levantar el brazo. Un chorro de energía espiritual fluyó al miembro herido, trayendo con él una nueva oleada de dolor, pero la mano se levantó despacio en el aire. Flexionó los dedos, los cerró con fuerza y volvió a abrirlos.
Luego, convencido de que el brazo le serviría a pesar de la herida, se acercó a la pared. Inició la ascensión utilizando gruesos haces de mica como puntos de apoyo.
Agis no había curado su brazo; se había limitado a utilizar el Sendero para darle vida, de la misma forma en que había dado vida al oso muerto cuando penetraron en el castillo. Para mover la extremidad tenía que extraer energía de lo más profundo de su propio ser, y luego dirigirla conscientemente para que hiciera lo que él quería. Cada vez que hacía eso, una nueva oleada de dolor recorría todo su cuerpo, pero el noble apenas si lo notaba. Estaba acostumbrado al dolor. Además, estaba seguro de que si dejaba que el gigante lo atrapara, sus sufrimientos serían mucho peores todavía.
Se encontraba ya a poca distancia del techo, con las rodillas de Beort arañando ya el suelo frente a la cámara, cuando el noble escuchó un débil siseo procedente de uno de sus puntos de apoyo. La mica se desprendió de la pared, y Agis notó que empezaba a caer. El morral se deslizó por su hombro y fue a aterrizar en el suelo a sus pies, pero él no le prestó atención y lanzó el brazo sano hacia arriba, al interior de la abertura, agitando los dedos desesperadamente en busca de otro asidero. Encontró el extremo de otra lámina, se aferró a ella y tiró hacia arriba.
Las puntas de sus dedos arañaron la superficie de la grieta, y encontraron un punto de apoyo en un hueco de bordes irregulares. Agis transfirió rápidamente todo su peso a este brazo y se izó al interior de la fisura, apuntalando la espalda contra una pared y los pies contra la otra.
En cuanto se sintió seguro en su nueva percha, el noble bajó la mirada hasta el morral que había dejado caer. Aunque no sabía lo que Tithian había guardado en su interior, le pareció un objeto demasiado valioso para dejarlo atrás. Cerró los ojos y se dispuso a recuperarlo mediante el Sendero.
En ese mismo instante, una bocanada de aliento abrasador llenó la habitación, y Beort se arrastró al interior. Agis volvió a abrir los ojos y se encontró mirando una masa de trenzas grasientas, tan grande como un nido de kes’trekel e igual de enmarañada. Los hombros del muchacho joorsh eran tan anchos que los tuvo que colocar de lado para poder pasar por la entrada de la sala, y sus brazos eran tan largos como la altura de un hombre normal.
—¡Aquí no hay nada! —aulló Beort. Su mirada se posó en el morral, y extendió el brazo por la habitación para cogerlo—. ¿Qué es esto?
El noble empezó a trepar, dejando el saco al joven gigante. Aunque intentaba moverse lo más silenciosamente posible, su mayor preocupación era ir deprisa. Incluso aunque el joorsh oyera sus movimientos, Beort tendría que tenderse sobre la espalda antes de poder introducir uno de sus largos dedos en la hendidura. El noble ascendió veloz y en silencio, empujando la espalda fisura arriba un corto trecho y luego subiendo los pies a la misma altura. Cuando el joven gigante consiguió por fin deshacer las ataduras que Agis había hecho en el morral y mirar en su interior, el noble se encontraba ya en la mitad de la grieta.
Tras introducir el morral de Tithian en su cinturón, Beort estiró el cuello y miró al interior de la abertura. Aunque se encontraba ya lejos del alcance del muchacho, Agis trepó aún más deprisa. El joven miró guiñando los ojos en dirección al noble, e intentó protegerlos de la luz del sol con una mano enorme.
—¿Qué es eso? —preguntó, rodando sobre la espalda—. ¡Eh, tú, baja!
Con el corazón latiendo con fuerza por la penosa ascensión y el júbilo de la huida, Agis volvió a concentrarse en la subida. Estaba casi en la cima de la abertura, donde la plateada mica reflejaba los rayos rojos del sol con tal intensidad que incluso el aire parecía brillar con un color rojo sangre. «Un poco más —se dijo—, y estaré a salvo».
La rojiza luz se vio reemplazada de improviso por una sombra, Agis levantó los ojos y se encontró con uno de los inflamados ojos marrones de Mag’r que miraba al interior de la hendidura.
—¿Qué sucede, Beort? —inquirió el gigante—. ¿Dónde está el Oráculo?
—Pregunta al hombre —fue la respuesta que recibió.
El joven señaló en dirección a la esquina de la hendidura donde Agis había detenido su escalada, con las piernas temblando tanto de miedo como por la tensión de mantener la espalda presionada contra la pared de la grieta. El brazo roto, que ahora no era necesario para ascender por el estrecho pasaje, colgaba inerte junto al costado.
El ojo del jalifa giró hacia el noble, y sus carnosos labios se curvaron en una sonrisa diabólica. El gigante introdujo la gordinflona mano en la grieta, y atrapó a Agis entre el pulgar y el índice, arrancándolo de la hendidura. Mag’r estaba hecho una porquería, con sangre seca apelmazada alrededor de la herida que Nal había abierto. La cuchillada que cruzaba su estómago había sido cosida con lo que parecía maroma para velas.
Al mirar más allá del gigante, Agis vio que se encontraban en el extremo meridional del recinto, donde las paredes de mica formaban un callejón sin salida alrededor de la grieta de la que lo acababan de arrancar. Aunque la hendidura discurría de este a oeste, directamente bajo la trayectoria del sol, las plateadas láminas de mica estaban todas colocadas en sentido oblicuo de modo que reflejaran cualquier rayo perdido hacia el interior de la abertura.
—¿Dónde está el Oráculo? —exigió Mag’r, atrayendo la atención de Agis hacia su rostro abotargado.
—No está ahí abajo —replicó el noble, manteniendo tranquila la voz, y también a sí mismo, mediante un terrible esfuerzo de voluntad. Para escapar del gigante debía mantener la cabeza despejada.
—¡Ya sé dónde no está el Oráculo! —rugió el gigante, cuyo aliento parecía un ardiente viento rancio. Cerró la mano con fuerza alrededor del cuerpo del noble y apretó—. ¡Quiero saber dónde está!
Apretando los dientes para resistir el dolor de su brazo roto, Agis contestó:
—He llegado aquí poco antes que tú, y todo lo que encontré fue un morral vacío. —Señaló en dirección a la grieta situada más abajo—. Beort lo tiene ahora.
Mag’r le dirigió una mirada torva, y luego se arrodilló en el suelo.
—Dame el saco, Beort.
El jalifa introdujo el largo brazo en la abertura, y volvió a incorporarse con el morral en la mano. Lo abrió y miró atentamente en su interior, tras lo cual hizo ademán de arrojarlo lejos.
—Está vacío.
—¿Vacío? —repitió Agis, esperando que el joven gigante no hubiera dejado escapar a Sacha. La cabeza del interior del saco seguía siendo la mejor posibilidad que tenía Agis de localizar a Tithian y a la lente—. Deja que me lo quede de todos modos.
El gigante se encogió de hombros y se lo entregó.
—¿De qué sirve un saco vacío?
—No de mucho —admitió el noble—, pero lo encontré allá, en el túnel donde debería haber estado el Oráculo. A lo mejor existe una conexión.
Ceñudo, Mag’r estiró la mano para recuperar el morral.
—¿Qué conexión?
Agis arrebató la bolsa de los dedos del gigante y la sujetó bajo el brazo.
—Te lo diré después de que me lleves al recinto de cuarzo.
—Habla ahora, si quieres vivir.
Agis sacudió la cabeza.
—Vas a matarme de todos modos —dijo—. Pero Nal ha arrojado al pozo de cristal a un gigante que no merece morir. Te contaré lo que sé una vez que lo hayas rescatado. A lo mejor incluso podrías hacerle miembro de tu tribu, no hay duda de que es enemigo de los sarams.
Mag’r volvió a fruncir el entrecejo y meneó la cabeza.
—Después de lo que hiciste en la puerta, no puedo confiar en ti.
—Lo que sucedió en la puerta fue cosa de Nal, no mía —contestó Agis—. Además, un saco vacío y un cadáver no te servarán de nada. Si quieres mi ayuda para encontrar el Oráculo, tendrás que hacer lo que te pido.
El jalifa reflexionó sobre sus palabras unos instantes, y luego asintió de mala gana.
—Ayudaré al gigante a salir del pozo, pero no lo aceptaré en mi tribu. No veo que sea un motivo para confiar en él el que mis enemigos no lo hicieran.
Cojeando visiblemente a causa de la herida de lanza infligida por el noble durante el enfrentamiento con Nal, el gigante abandonó el recinto de mica, dejando a Beort en la cámara del Oráculo. Cuando cruzaron la desnuda explanada de granito del Castillo Salvaje, Agis se sintió muy sorprendido. Había esperado ver lagos de sangre saram y montañas de cadáveres de cabezas de bestia, mientras guerreros joorsh perseguían y remataban a sus cautivos.
En lugar de ello, el ejército victorioso de Mag’r había reunido a los derrotados gigantes en el extremo opuesto de la ciudadela, donde el cuerpo de Nal descansaba sobre una enorme pira funeraria. Mientras los sarams se arrodillaban en círculo alrededor de su difunto bawan, el canoso jefe Nuta paseaba arriba y abajo frente al cadáver que ardía, reprendiéndolos con severidad por la locura de querer quedarse el Oráculo para sí.
Pero los esfuerzos del jefe se veían dificultados por una nube de desechos que revoloteaban en lo alto, ya que estos ocupaban más la atención de los nerviosos sarams que el cuerpo de Nal o el sermón de Nuta, a pesar de los dos chamanes joorsh que danzaban en medio de los prisioneros para mantener a raya a los espíritus.
—Parece como si pensaras dejar con vida a los sarams —dijo Agis.
—Así es —respondió Mag’r—. Jo’orsh se enojaría si matásemos a todos nuestros hermanos; en especial después de ganar la guerra.
—De todos modos, es muy generoso por tu parte el perdonarlos.
Mag’r clavó un ojo castaño en el noble.
—No esperes la misma clemencia —advirtió—. No eres un gigante. A Jo’orsh no le importa lo que te suceda.
Tras esto, el jalifa penetró en el recinto. La soga de cabello de gigante que Kester había atado a la zapata del puente de Sa’ram se extendía todavía hasta el extremo del pozo, pero la cuerda estaba ahora floja y suelta. Después de que sacaran a Agis, la grieta del cristal se había vuelto a cerrar, cortando la cuerda al hacerlo.
Mientras Mag’r se aproximaba con pasos pesados, al noble le dio un vuelco el corazón, y se sintió invadido por una terrible sensación de desaliento. La tapa del pozo de cristal se había tornado lechosa y opaca, lo que daba a entender que Tithian ya se había llevado la lente oscura lejos de Lybdos.
—¡Nunca debiera haberlo escuchado! —siseó Agis, cada vez más enojado consigo mismo—. ¡Esto es lo que sucede cuando se rompen las promesas!
—¿Qué promesas? —preguntó Mag’r, frunciendo el entrecejo.
Agis iba a contar al gigante sus sospechas, diciéndose que aunque él no sobreviviera para dar con Tithian, Mag’r y sus gigantes lo harían por él; pero entonces recordó otra promesa que había hecho y, pensándoselo mejor, calló.
—Te lo diré enseguida —dijo el noble—, pero primero rescata a Fylo.
Mag’r se arrodilló al borde del pozo y estudió la tapa unos instantes. Finalmente se encogió de hombros y dijo:
—No hay asa.
Antes de que Agis pudiera replicar, el monarca extendió la mano y estrelló el puño en el centro de la tapa. Esta se rompió en docenas de fragmentos que se precipitaron al interior del pozo dejando sólo unos pocos pedazos afilados sobresaliendo a los lados. El noble se encogió aterrado, mientras intentaba no pensar en lo que los fragmentos que caían podían hacer a Fylo.
Mag’r atisbo por el agujero y dijo:
—Lo veo.
Agis miró por encima del borde. Por un momento todo lo que pudo ver fueron gotas de sudor resbalando de su frente y cayendo a las tinieblas; luego sus ojos se acostumbraron a la falta de luz y vio a Fylo, ensartado todavía en el cristal. El brazo libre y las piernas del mestizo colgaban sobre el vacío, mientras que sus ojos permanecían cerrados y la barbilla reposaba sobre el pecho. Aunque los fragmentos de cristal al caer le habían producido varios cortes, ninguno de ellos sangraba excesivamente.
—Tendrás que bajar y sacarlo —dijo Agis.
Mag’r frunció el entrecejo ante la idea, y luego gritó:
—¡Eh, tú!
Varios cráneos amarillentos cayeron de sus repisas y rebotaron en el pecho de Fylo, y el mestizo abrió los ojos. Miró a lo alto del pozo con los ojos nublados, sin saber muy bien adonde miraban.
—¿Agis? —llamó.
—El jalifa de los joorsh va a bajar a buscarte —respondió el noble. Cuando Mag’r lo miró con expresión torva, Agis añadió—: Vamos, ¿no ves que necesita ayuda?
Refunfuñando enojado, el soberano joorsh dejó caer a su prisionero. Nada más chocar contra el suelo, las rodillas de Agis se doblaron, y este rodó varias veces hasta detenerse junto a uno de los cristales rotos que todavía sobresalían del extremo del pozo. El morral de Tithian cayó a su lado.
Frente a la abertura del morral, una diminuta zona de la tapa rota empezó a aclararse, a la vez que brillaba con un extraño poder místico. Por un instante, el noble se limitó a contemplar cómo la diáfana zona se expandía y se tomaba cada vez más transparente. Luego, de improviso, comprendió lo que sucedía. La magia de la lente oscura fluía al interior del pedazo de cristal, y esta sólo podía provenir de un lugar: el morral.
Mientras Mag’r empezaba a descender al pozo, Agis agarró el saco y tiró de él hacia atrás. Dobló la parte superior sobre sí misma y se arrastró fuera del borde del agujero. El movimiento atrajo la atención del jalifa, y el gigante volvió a subir de inmediato.
—¿Qué sucede? —preguntó Agis, levantándose y apartándose del fragmento de cristal afectado por la magia de la lente.
—No soy un estúpido —replicó el gigante, agarrando al noble. Sin soltarlo, se encaminó a la zapata del puente de Sa’ram y señaló la cuerda que Kester había atado allí—. Atate los pies —ordenó, echando una ojeada al punto más alto del puente—. Y asegúrate de que el nudo sea fuerte, o lo lamentarás.
—No tienes por qué hacer esto —protestó Agis. Mientras hablaba, introdujo con sumo cuidado el morral en su cabestrillo, sabiendo que ni siquiera Mag’r era tan estúpido para dejar que un prisionero vagara libre—. Prometo…
—¡Ata! —rugió Mag’r.
Agis hizo lo que le ordenaban, utilizando una vez más el Sendero para dar movimiento a su brazo roto y comprobando el nudo varias veces para asegurarse de que no se desharía. Cuando hubo terminado, todavía quedaba un buen pedazo de cuerda.
Mag’r utilizó parte de la soga sobrante para atar los brazos del noble a los costados. Una vez que el rey estuvo convencido de que el prisionero no podría deshacerse fácilmente de sus ataduras, transportó a Agis hasta el puente y ató el otro extremo de la cuerda a la barandilla, con lo que Agis quedó suspendido sobre el pozo.
—Ahora te puedo vigilar mientras rescato a tu amigo —anunció el jalifa, riéndose satisfecho de su astucia.
Hecho esto, Mag’r regresó al borde del pozo e inició el descenso, derribando más de una calavera de los afilados cristales que recubrían el pozo. Mientras Agis aguardaba, el brazo roto empezó a dar punzadas, y el dolor le hizo sudar más profusamente. Cada pocos segundos unas cuantas gotas de sudor resbalaban desde su frente para perderse en el abismo, pero al noble no le importó, ya que se dijo que un poco de dolor y algunos gramos de líquido corporal eran un precio insignificante a cambio de haber descubierto el lugar donde se encontraba la lente oscura, y probablemente también Tithian.
Cuando el jalifa llegó a su destino, agarró el brazo del mestizo y lo arrancó violentamente del cristal. Fylo lanzó un grito de dolor y levantó los ojos para mirar a Agis. Una sonrisa agradecida arrugó sus labios, luego cerró los ojos y se desplomó en los brazos de Mag’r.
—¡Estúpido gigante! —maldijo este.
Tras esto, el jalifa inició penosamente la ascensión del pozo, arrastrando el cuerpo inconsciente de Fylo tras él. Los afilados cristales arañaron la rugosa piel del mestizo, abriendo diminutas heridas que no consiguieron despertarlo. Una vez que Mag’r llegó a lo alto, extrajo el cuerpo del gigante fuera del agujero y lo dejó tumbado a un lado.
—¿Dónde está el Oráculo? —preguntó, levantando la cabeza hacia Agis.
Agis pensó por un momento en intentar convencer al gigante para que le dejase tomar prestada la lente con el propósito de matar a Borys, pero rechazó la idea rápidamente. Aunque Mag’r estuviera dispuesto a llegar a tal acuerdo, lo que parecía dudoso, el jalifa no había mostrado la menor señal de estar dispuesto a confiar en el noble.
—Si rompes tu palabra, te… —amenazó Mag’r, incorporándose.
—No tengo intención de faltar a mi palabra —interrumpió Agis—, pero no dije que supiera dónde estaba el Oráculo. Prometí contarte lo que sabía sobre su conexión con el morral que Beort encontró —añadió, teniendo mucho cuidado de recordar a Mag’r exactamente lo que había dicho—. Tendrás que descubrir el resto por ti mismo.
Mag’r le dirigió una mueca, y luego empujó con el codo a Fylo en dirección al pozo.
—¡Dime lo que sabes, ahora!
—El morral pertenece a mi compañero, Tithian —dijo el noble—. Dado el lugar donde se encontró, podemos dar por sentado que él encontró el Oráculo.
—¿Adonde puede haber ido? —exigió el gigante.
—Tal y como dije, tendrás que averiguar eso por ti mismo —respondió Agis.
No se sentía obligado por su honor a dar una respuesta más directa, ya que no sabía la respuesta cuando Mag’r lo sacó de la fisura, y desde luego no hubiera aceptado revelarla de haberla sabido.
El jalifa empezó a empujar de nuevo a Fylo hacia el agujero.
—¡Dímelo!
—¡No le hagas daño! —dijo Agis—. No estoy seguro, pero sospecho que has estado más cerca del Oráculo de lo que piensas.
—¿Ahí abajo? —inquirió Mag’r, señalando el pozo.
Al no responder el noble, el gigante se arrodilló junto al agujero.
—A lo mejor Nal no tuvo nada que ver con la herida de tu amigo —sugirió—. ¿A lo mejor tu amigo intentaba esconder algo cuando cayó?
El jalifa contempló fijamente el interior del pozo durante un buen rato, y en un principio a Agis no se le ocurrió qué podía esperar ver en aquella oscuridad. Entonces recordó cómo, cuando Beort se había arrastrado por el túnel de mica, el joven gigante había gritado que veía un resplandor rojo que salía de la sala.
Agis esperó hasta que unas cuantas gotas de sudor se reunieron en su frente; luego cerró los ojos e imaginó que las gotas empezaban a brillar con una luz roja. Sintió el hormigueo de la energía espiritual al empezar a surgir de las profundidades de su ser, y en ese momento recordó algo más de la conversación entre Beort y Mag’r. En cuanto el joven gigante había descrito el resplandor como brillante, el jalifa se había dado cuenta de que algo no iba bien.
Tras amortiguar el rojo brillo en su mente, Agis sacudió la cabeza para que las gotas de sudor de su frente cayeran al pozo. Se hundieron en el agujero, y nada más penetrar en sus negras profundidades, empezaron a centellear con una luz escarlata tan débil que resultaba casi imperceptible.
Sin decir una palabra, Mag’r gateó hasta el foso y empezó a descender por él. Agis esperó hasta que el jalifa hubo descendido más allá de la estrecha garganta en la que Fylo había quedado clavado, y entonces empezó a retorcer el brazo sano a un lado y a otro dentro de sus ligaduras, hasta que consiguió abrir un espacio lo bastante grande para sacar la mano y coger el morral de Tithian.
Tras detenerse el tiempo justo para asegurarse de que lo tenía cogido con fuerza, Agis dirigió la boca del saco a uno de los fragmentos de cristal que aún sobresalían del borde del pozo. Un débil hilillo de reluciente energía brotó del saco. En cuanto este cayó sobre su objetivo, el color lechoso desapareció del cristal. El fragmento empezó a extenderse a lo largo del reborde del pozo y sus transparentes bordes se estiraron para unirse a los pedazos adyacentes.
A medida que los fragmentos se unían entre ellos, la tapa parecía extraer más energía del morral, y el cristal se reconstruía a sí mismo a una velocidad cada vez mayor. A pesar de ello, el proceso se eternizaba, y Agis empezó a preocuparse porque Mag’r podía descubrir su error antes de que el pozo se cerrara.
Por fin, las últimas secciones de la tapa se unieron entre ellas y formaron un anillo completo alrededor del borde del agujero. Casi al mismo tiempo, un rugido ahogado de rabia retumbó fuera del pozo, y Agis comprendió que el jalifa había llegado al fondo. Empezó a resonar un lejano tamborileo, presumiblemente producido por Mag’r mientras revolvía los viejos huesos que cubrían el suelo. Al cabo de un momento, el tamborileo fue seguido por una serie de terribles chillidos y rugidos de animales salvajes, y los alaridos de dolor del gigante emergieron a la superficie desde las profundidades del abismo.
La voz de Mag’r empezó a escucharse con más fuerza, y el noble supo que su capturador empezaba a trepar pozo arriba. Impotente, Agis contempló cómo el anillo de cristal se expandía hacia el centro, cerrando la entrada al pozo a la velocidad de un gusano de la piedra. Al poco, los juramentos del jalifa se volvieron ya inteligibles mientras maldecía a los espíritus animales que lo perseguían y, entretanto, la abertura seguía siendo lo bastante grande como para que un joorsh enfurecido se abriera paso por ella, y no parecía posible que fuese a cerrarse a tiempo de salvar a Agis.
—¡Tendrás una muerte lenta, maldito embustero!
A través de la abertura que se abría bajo él, Agis vio cómo la gorda cabeza del gigante se abría paso por entre una maraña de cristales a pocos metros de la tapa. Los ojos del jalifa llameaban de odio, y un descolorido enjambre de huesos revoloteaban alrededor de sus tobillos. Mag’r introdujo una, y luego las dos manos por la abertura e intentó izarse fuera.
Sus manos empezaron a atravesar de nuevo el cristal, de forma parecida a como Agis y sus compañeros se habían hundido a través de él antes. Mag’r lanzó un grito de alarma, a la vez que intentaba mover las manos para poder aferrarse a una superficie más sólida. Sus esfuerzos fueron inútiles, debido a que sus dedos estaban atrapados ya en el interior del cristal.
—¡Apoya bien los pies, o caerás y acabarás como Fylo! —gritó Agis—. Y ten paciencia. Alguno de tus guerreros te encontrará más tarde o más temprano.
Mag’r no siguió el consejo del noble, y en su lugar decidió levantar la cabeza hacia él para dirigirle una mirada colérica.
—¡No abandonarás la isla! —siseó— Mis guerreros…
Las manos del gigante pasaron a través de la capa inferior de la tapa y pusieron un abrupto final a la amenaza. Mag’r cayó en picado a las tinieblas, y sus gritos resonaron en las paredes del abismo. Al poco su voz calló bruscamente cuando la tapa de cristal cerró la abertura por la que había intentado salir.
El sonido apenas se había desvanecido cuando una voz familiar y antagónica sonó desde el punto en el que se encontraba Fylo.
—Bien hecho. No pensaba que fueras tan listo —dijo Wyan, saliendo de detrás del inconsciente mestizo, y empezó a flotar hacia Agis con los ojos fijos en el chorro de reluciente energía que fluía de la abertura del morral de Tithian—. ¿He de suponer que fue el poder del Oráculo lo que selló el pozo?