RECIFE
Con sentimiento —¡Bahía es tan hermosa, tan atractiva! subimos al avión que nos lleva más al norte, a no sabemos cómo llamarlo: Pernambuco o Recife u Olinda. La ciudad tiene tres nombres distintos: los comerciantes consignan sus mercaderías a Pernambuco. Mas yo tengo afición a los antiguos nombres de las ciudades hermanas —Recife y Olinda—, que, en realidad, están unidas; hace anos que me suenan al oído esas sílabas cadenciosas —Olinda—, recordándome su melodía viejos libros y leyendas del tiempo olvidado en que la ciudad tenía todavía su cuarto nombre: Maurietsstaad. Pues había de llevar el nombre de Mauricio de Nassau, que la conquistó y que intentó fundar aquí un Amsterdam en pequeño, con calles bien limpias y un palacio magníficamente tejado. Barleus, su erudito panegirista, nos ha transmitido los planos y grabados en el voluminoso infolio que ha quedado como único monumento del dominio holandés. En vano busqué el famoso palacio, las enormes ciudadelas, las casas y sus colinas a la holandesa y los molinos de viento que trajo acá para recordar la patria. ¡Todo aquello ha desaparecido, hasta la última piedra! Del pasado no se ha conservado más que las viejas iglesias portuguesas de Olinda y unas silenciosas calles coloniales: mas todo eso está, embellecido por un paisaje apacible y ameno. Olinda no tiene nada de la grandiosidad de Bahía, ni la imponente vista de la ciudad empinada; es un rincón romántico, sumido en silencio y naturaleza, lugar apartado, a solas consigo mismo desde hace siglos, y que apenas si echa una mirada a la hermana menor, más llena de vida. Recife, por el contrario, es todo progreso y diligencia: un hotel que haría honor a cualquier ciudad norteamericana, buen aeródromo, calles modernas; en cuanto a las instituciones modernas, Recife figura entre las primeras ciudades del Brasil. El gobernador barre rigurosamente los mocambos, las chozas de los negros, que nos parecen tan románticas, haciendo construir —ensayo notable— conjuntos de casas para cada oficio. Las lavanderas, las modistas, los pequeños empleados, poseerán, en lugar de casuchas insalubres, casas donde entre el sol, con luz eléctrica y todos los adelantos de la técnica moderna, y que adquirirán con las mayores facilidades de pago; en unos años o decenios habrá aquí una ciudad modelo. Y de esta suerte se viaja aquí entre contrastes: de la ciudad antigua a la moderna, de la selva a la edad contemporánea, no hay, a menudo, más que un paso; no hay aquí nada indiferente ni nada esquemático, y cada día de viaje significa otro descubrimiento.