V
La lancha de vapor salió del embarcadero llevando a sus tres pasajeros a través de la niebla que abrazaba el Támesis.
Cuando la lluvia amainó, una espesa bruma se levantó de la superficie del río. El espacio entre el puente de Waterloo y el de Londres parecía sumergido en un tazón de leche. La embarcación avanzaba cortando la niebla, que se iba convirtiendo en gotas de rocío a su paso.
—¿Cómo os encontráis, coronel? —preguntó con voz dubitativa el soldado de primera Todd Cunningham.
En el camarote de la lancha, Mary tenía la muñeca hinchada como una manzana negruzca. Mientras le inyectaba morfina para controlar el dolor de los huesos destrozados, el soldado añadió en un tono casi afectuoso:
—De momento, hemos entablillado la fractura…, pero tenemos que llevaros al quirófano en seguida, o perderéis el uso de la mano izquierda. Hay que buscar a un médico.
—No hay tiempo para eso, soldado.
Mary rehusó de forma brusca la propuesta de su subordinado. Se había puesto terriblemente pálida, pero no dejó escapar ni un grito pese al espantoso dolor que le recorría el brazo.
—Tenemos que huir de inmediato de Londinium… ¿Qué sabemos de los otros, sargento Ironside?
—Excepto Todd y yo, el resto del cuarenta y cuatro está desaparecido, coronel. Probablemente cayeron todos en palacio. Estarán muertos o los habrán hecho prisioneros —respondió Jack Ironside desde el timón.
Pese a lo dramático de la situación, el sargento hablaba serenamente y con términos precisos. Jack el Destripador era famoso por no perder nunca la calma, ni en las escenas de combate más horripilantes. Por su voz nadie habría dicho que se habían quedado solos los tres en territorio enemigo.
—No hay noticias de las tropas estacionadas fuera de Londinium… En cualquier caso, estoy de acuerdo con vos: nuestra prioridad ahora debe ser abandonar la capital lo antes posible. Después, podemos ir a Belfast o York y reunir allí las tropas.
—Me preguntó si podremos siquiera huir… —replicó Mary, con los labios azulados, a las optimistas palabras de su subordinado.
Las operaciones de supresión del alzamiento las estaba dirigiendo la vicealmirante Jane Judith Jocelyn, la mayor genio militar del reino después de la propia Mary. Tendría que ocurrir algo muy excepcional para que Calamity Jane les dejara escapar. Desde que habían salido del palacio de Buckingham habían estado varias veces a punto de ser capturados y sólo los había salvado el extraordinario esfuerzo de sus dos soldados. No lo tendrían nada fácil para escapar de allí.
—Pero ¿cómo han podido batirnos tan fácilmente? —preguntó Todd, desconcertado, mientras le ponía hielo a la coronel en la fractura—. El plan era perfecto… Y se ha desmoronado como si nada. ¿Por qué? ¿Dónde nos hemos equivocado?
—Se me ocurren varias razones. Creo que no valoramos lo suficiente las capacidades de interferencia del doctor Wordsworth. Jane también actuó con más celeridad de la que habríamos previsto. Pero la razón más importante de nuestra derrota…
Mary se quedó callada unos instantes y recordó los ojos de lapislázuli que la habían mirado, acusadores.
«La razón más importante de nuestra derrota es que fui demasiado blanda con mi hermana».
Bloody Mary se mordió los labios hasta casi hacerse sangre, maldiciéndose a sí misma por haber sido demasiado compasiva.
—En la guerra hay que bailar con los diablos… Pensar que podía contar con la Santa fue mi mayor error.
Sí, la clave había estado en dejar viva a su hermana. Si la hubiera eliminado inmediatamente después de que se hiciera pública su verdadera identidad, todo habría sido de otra manera y a aquellas alturas quizá ya tendría puesta la corona.
¡Qué situación más desgraciada!
Mary había pensado que si la dejaba vivir era posible que le sirviera de algo. No eliminarla había sido una decisión calculada. Pero, pensándolo bien, se dio cuenta de que todo aquello no había sido más que una excusa para engañarse a sí misma. Lo que había pasado era que no había querido matarla. El cariño que había empezado a sentir por su hermana había afectado a la frialdad que requerían sus planes. De hecho, incluso después de todo lo que había ocurrido sentía que seguía amándola. Quería eliminarla, pero al mismo tiempo deseaba seguir hablando con ella…
—Es irónico… —dijo Mary con la voz seca a causa de los sedantes que habían empezado a adormilarla—. Los ricos se enriquecen más y a los pobres les quitan lo poco que tienen. Está claro que Dios tiene sus favoritos…
—¡Parad esa lancha!
Un grito rasgó la niebla e interrumpió las reflexiones de la coronel.
En un instante, aparecieron tres sombras frente a su embarcación. Se trataba de tres lanchas cañoneras de las que se usaban para patrullar el Támesis.
—Al habla la octava patrulla de la Marina de Albión. ¡Detened la lancha! ¡Alto o disparamos! ¡No repetiremos este aviso!
—¡Todd, agarra bien a la coronel! ¡Vamos a atravesarlos! —gritó Jack hacia su compañero mientras ponía la caldera de vapor a la máxima potencia.
Las lanchas de la patrulla iban equipadas con una torreta blindada que protegía su cañón de seis libras. Un disparo sería más que suficiente para hundir inmediatamente la lancha de vapor. No en vano era un cañón diseñado para carros de combate. Sin embargo, a la distancia que se encontraban, dar la vuelta y huir era imposible. No les quedaba más opción que pasar entre ellos.
Pero…
—¡Maldita sea! ¡Están formando un muro! —chilló Todd al ver cómo las cañoneras maniobraban ante ellos.
El soldado levantó el arma automática que tenía al lado y apuntó hacia la hilera de lanchas que movían los cañones en su dirección.
—¡Espera, Todd! ¿¡Qué pretendes!?
—¡Voy a abordarlos! —rugió el soldado con los ojos inyectados en sangre, envolviéndose en una cinta de balas—. ¡Vosotros huid mientras yo los distraigo! ¡Haz lo que sea para que la coronel escape de Londinium!
—¡Basta, soldado Cunningham! —intervino una voz cortante antes de que Todd pudiera salir del camarote—. Basta. Vamos a rendirnos.
—¡Pero coronel…!
Todd se quedó atónito mirando cómo la oficial se levantaba tambaleándose. Desde el timón, Jack se volvió, también sorprendido, hacia su superiora.
—Un…, un momento, coronel…
—Los dos habéis hecho un gran trabajo, pero no hace falta que me sigáis más…
Mary se puso las manos en la cintura ante la mirada confusa de sus hombres, hablando con una voz dulce pero que no admitía réplica.
—A día de hoy, a las veintitrés cero ocho, estáis relevados de vuestras obligaciones militares… Entregaos a Jane. Seguro que no os tratará mal.
—¡Pe…, pero coronel! ¡Un momento! Si nos rendimos ahora, vos…
—Ya lo sé. Pero no quiero morir ametrallada. Es demasiado humillante.
Mary negó serenamente con la cabeza. En la mano sana llevaba la pistola de repetición que le servía de protección personal. Levantando la pequeña arma, que apenas le sobresalía de la palma, Bloody Mary se despidió de sus hombres.
—Por eso he tomado una decisión. Tenéis mi agradecimiento por haberme servido fielmente, aunque no haya sido la mejor de las líderes. ¡Adiós!
—¡Co…, coronel! —chillaron los soldados al ver que la oficial se preparaba para apretar el gatillo.
—«Porque el estrecho que lleva al honor es tan pequeño…».
La voz que resonó entonces era apacible y serena como la propia noche.
Sin embargo, su eco fue suficiente para que Mary detuviera la mano y se volviera vacilante hacia ella.
—«… que no puede cruzarse si no es uno solo». Troilo y Crésida, acto tercero, escena tercera.
—¿¡Quién eres!? —rugió Todd.
¿Cuándo había aparecido allí aquel hombre? Vestido con un elegante traje de duelo y con un cigarrillo colgándole de los labios, por su pose relajada el joven parecía que hubiera estado en el camarote desde hacía un siglo.
—¿¡Por dónde has entrado!? ¿¡Eres un agente de Calamity Jane!?
Antes de que el soldado rechoncho hubiera acabado de dar el quién vive, Jack ya había pegado un salto desde el timón y se había lanzado cuchillo en alto sobre el intruso. El filo brilló y…
—¿¡!?
Todos vieron cómo la cuchillada atravesaba al joven por el cuello. Sin embargo, quien lanzó un grito de sorpresa fue el propio Jack el Destripador cuando se dio cuenta de que, en realidad, el filo no había cortado más que el aire. A su espalda sonó un aplauso seco.
—Klasse… Ya veo que es merecida la fama del sargento Jack Ironside del cuarenta y cuatro de infantería de marina. Y no habéis perdido la práctica ni siquiera después de muerto…
—¡Mierda! —exclamó Todd, contrariado.
Las cañoneras seguían acercándose implacablemente a la lancha, pero el soldado parecía haberse olvidado de ellas. Levantando su arma gritó:
—¡Muereee!
—¡Aparta, soldado Cunningham! ¡No estamos a la altura de este oponente!
Mary se plantó frente a su subordinado con los brazos extendido para cubrirle. Un temor instintivo hacia el joven de luto la había hecho reaccionar. Después de asegurarse de que el soldado no iba a intentar atacarle se volvió hacia el intruso:
—Perdona a mis hombres. Pero… ¿quién eres? No vienes persiguiéndonos…, ¿verdad?
—Soy yo quien tiene que pedirnos perdón por molestaros estando tan atareados. Me llamo Isaac Fernand von Kämpfer. Vengo como secretario de mi señor. Es un placer.
El joven se presentó haciendo una elegante reverencia, pero su mirada era apagada como la de un pescado.
—Os traigo un mensaje de mi señor…, que quiere ayudaros, excelencia.
—¿Ayudarme?
Mary arrugó las cejas y preguntó, como si no le importaran las cañoneras que se les acercaban:
—¿Quién es tu señor, Kämpfer? ¿Sabe en qué situación me encuentro? Ahora se me persigue como traidora y rebelde…
—Por supuesto, está al corriente. Precisamente por eso me envía, excelencia. ¿O debería decir… princesa? —replicó el joven, con su hermoso acento de Kensington, mientras extendía los brazos en un saludo teatral—. Mi señor y la Orden que preside tienen como objetivo prestar ayuda a personas como vos, que quieren traer cambios revolucionarios a este mundo. ¿Nos permitís ofreceros nuestra humilde asistencia?
—Eso que dices es muy gracioso… —respondió Mary, señalando hacia las lanchas que se abalanzaban contra ellos—. Al menos moriré habiendo oído un buen chiste. Lástima que hayas llegado tan tarde. Ya ves que no nos queda mucho tiempo. Ya que estás aquí, al menos verás cómo morimos, si no te importa que te detengan a ti también como rebelde, claro.
—¿Qué me detengan? ¡Ah!, os referís a sea purria que viene por ahí, ¿verdad? No, no creo que me detengan. Ni a vos tampoco, excelencia.
El intruso sonrió, como la serpiente mostrándole la manzana a Eva en el jardín del edén. Cuando hizo chascar los dedos…, el mundo se iluminó.
—¿¡!?
El mundo se incendió, como si un sol hubiera caído cortando la niebla para llenarlo todo de una luz deslumbrante. Comparado con aquello, el brillo de una granada incendiaria no parecía más que el resplandor de una vela.
—¡Pe…, pero ¿qué estás haciendo?!
—Tranquilos. Esta embarcación está a salvo —replicó Kämpfer ante el alarido de Todd.
Antes de que se dieran cuenta, la luz había desaparecido. En el exterior había vuelto la niebla de antes. No, no exactamente…
Mary se dio cuenta de que el exterior era demasiado tranquilo. Aunque fuera una noche de niebla, deberían haberse oído los ruidos de Londinium. Sin embargo, el silencio era total. No se oía ni el sonido mecánico de las cañoneras que les bloqueaban el paso. Se habían apagado los focos que los iluminaban y no se veía por ninguna parte a los soldados que poblaban las cubiertas. Parecían barcos fantasma, envueltos en un silencio absoluto.
—La verdad es que llevo un tiempo observándolos, coronel Spencer. La rebelión de Percy, la batalla del Canal, el caso Derby… Lo cierto es que no os merecéis la mala fama que os han impuesto después del magnífico trabajo que habéis hecho. No es muy común encontrar a una persona dispuesta a poner así el interés del reino por encima del suyo propio —dijo despreocupadamente el joven, mientras los tres militares observaban las siluetas de las cañoneras—. No os habéis negado nunca a ensuciaros las manos por el bien del país. Y ahora la corona que os pertenece va a caer en manos de otra… ¿De verdad vais a permitir esa injusticia?
—¿¡Qué significa esto!?
Mary lanzó un grito, pero no para responder a la pregunta de Kämpfer.
Mirando a través de la niebla acababa de descubrir lo que había esparcido sobre las cañoneras.
—¿¡Qué ha pasado!? ¿¡Eso son personas!?
Alrededor de los cañones de las tres embarcaciones había numerosas masas calcinadas que parecían de carbón…, pero eran cadáveres humanos. Y no sólo en las cañoneras. También en las riberas del río se veían varias de aquellas masas. Y siluetas de casas quemadas, coches convertidos en amasijos negros, árboles carbonizados… Era como si el fuego del infierno lo hubiera devorado todo. Claro que no había señales de fuego. ¿¡Qué era aquello!?
—Esto es el poder de la niebla… La antigua tecnología bélica que llamamos Excalibur.
El joven acarició con afecto la cartera de mano que llevaba al mismo tiempo que pronunciaba el nombre de la espada legendaria de uno de los reyes mitológicos de Albión.
—Es un arma capaz de destruir a cualquier invasor del reino. Sólo el soberano puede desenvainarla. Además, es el símbolo del poder que le dio Merlín al monarca… Sí, ésta es la espada del rey de Albión, que sólo él puede blandir. Sólo alguien como vos, Mary Spencer…