VI
—¿¡Y quién es ése!? ¿¡De dónde ha salido!? ¿¡Qué quiere decir todo esto, Kämpfer!?
Antes de que se dieran cuenta de lo que pasaba, el charco de agua oscura que se había formado dentro de la capilla había desaparecido sin dejar ni gota. En sus ropas tampoco quedaba ni una mancha producida por la lluvia. Retrocediendo ante la figura del joven sonriente, Mary se volvió hacia Panzer Magier y gritó:
—¿¡Qué es eso de que estabas ganando tiempo!? ¿¡Me has estado utilizando!? ¿¡Me has utilizado para acceder a Excalibur!?
—No, no os he utilizado para acceder a Excalibur —replicó el joven, con una amabilidad diabólica—. Simplemente, cuando investigaba acerca de las posibilidades del arma, aparecisteis por casualidad… Podría haberla usado cualquier otra persona.
—¡Maldito!
Una furia asesina encendió los ojos azules. La coronel blandió su sable con la velocidad del relámpago, pero antes de que pudiera decapitar a Kämpfer una figura blanca se interpuso en su camino.
—Venga, va… Basta de lloriqueos y de quién ha usado a quién… —murmuró, despreocupado, el joven, que se rascaba la oreja—. Si te ha molestado lo que ha hecho Isaac, me disculpo en su nombre. No te pongas así ahora…
—¡Aparta!
La voz de la oficial era fría como el hielo. Con el sable en alto, a punto para asestar un golpe mortal en cualquier momento, anunció:
—Ese criminal ha intentado destruir Londinium. Serás su señor o lo que quieras, pero como no te apartes te partiré de un tajo a ti también.
—No, no, no… De ninguna manera… Esas palabras no son propias de una dama, señorita —replicó el joven mientras reía a mandíbula batiente, como si no le importara en absoluto el arma que tenía delante—. Por mucho que te hayan engañado y tal, ¿qué es Londinium sino una simple ciudad? No hay que ponerse así por unos cientos de miles de vidas. Tienes que relajarte. Venga, respira hondo…
—…
Mary se quedó en silencio ante las absurdas palabras de su interlocutor. Lo único que hizo fue dejar caer el brazo para partirle en dos el cráneo con el sable.
—¿¡!?
—¿¡Mary!?
Un chorro de sangre salió disparado al mismo tiempo que Esther lanzaba un chillido.
Fue un chorro potente, que llegó hasta el techo y lo tiñó de rojo. Sin embargo, no procedía del joven rubio. Era Mary quien tenía la cara ensangrentada por la herida que había sufrido en el hombro. Medio segundo después, el brazo derecho le cayó amputado al suelo.
—Pe…, pero…
Mary abrió los ojos como platos, mirando el brazo amputado, aún con el sable firmemente agarrado en la mano, y se desplomó. Lo que acababa de experimentar era increíble. Era ella quien había blandido el sable y había dado el tajo. Era su adversario quien debería haber caído abatido. Pero… ¿¡por qué!?
—¡Huy!, eso tiene que haberte dolido mucho, ¿no? ¿No te han dicho que las niñas no tienen que jugar con esas cosas tan peligrosas? Es que no hay manera… —comentó Caín con una expresión alegre que traicionaba el significado literal de sus palabras.
Al ver que Bloody Mary se había quedado de rodillas sin poder moverse, el joven se volvió hacia Esther.
—¿Qué te pasa, Esther? Tienes mal color. ¿Te ha sentado mal algo que has comido?
—¡No…, no te me acerques! —gritó, temblando, la muchacha a la vez que levantaba su escopeta.
Esther puso el dedo en el gatillo con ademán amenazador, aunque lo cierto era que tenía que hacer verdaderos esfuerzos por no vomitar.
—Si te acercas…, ¡disparo!
—¿Me disparas? ¿A mí? Eso me pone muy triste, Esther. Que me diga algo así una chica tan guapa como tú… No creo que tus padres te educaran para hablar de esa manera.
—¿Qué…, qué quieres hacerle al padre Nightroad? —preguntó la monja, ignorando las palabras incoherentes del joven.
Los cañones de la escopeta estaban doblados, pero a aquella distancia no podía fallar aunque disparara con los ojos cerrados. Seguro que le daría. Animándose a sí misma por dentro, Esther apuntó su arma hacia Caín.
—¿¡Qué más quieres hacerle al padre Nightroad!?
—¡Ah!, pero si no es nada… No tienes por qué inquietarte, Esther —respondió despreocupadamente el joven, como si estuviera diciendo la verdad—. Lo único que pasará es que nos haremos uno.
—¿Os haréis uno?
—Sí…, Oye, pero no entiendas nada raro, ¿vale? —explicó Caín, extendiendo el índice mientras se sacaba un pañuelo del bolsillo con la otra mano—. Es que originalmente somos uno. Somos clones idénticos. O sea, que yo soy él y él es yo. Lo único que voy a hacer es devolvernos al estado original… Pero veo que no me entiendes. Lo que quiero decir es que volveremos a ser uno y viviremos juntos. Abel recuperará un cuerpo sano y dejará de sufrir. En el Elíseo de mi interior podrá descansar eternamente. Maravilloso, ¿no te parece? ¡Aleluya!
El joven de blanco giró sobre sí mismo con las manos elevadas, como si cantara las alabanzas del cielo y, con pasos saltarines, extendió el brazo derecho hacia Esther…, o mejor dicho, hacia el féretro que había detrás de ella.
—Por eso, querida Santa, déjame pasar, que mi hermanito está muy solo y…
Un disparo interrumpió el tono alegre de Caín, que se quedó con la boca abierta.
La descarga de plomo le acababa de amputar el brazo a la altura del hombro.
Aunque el brazo le salió volando hasta chocar contra la pared, el joven permaneció de pie. Claro estaba que más raro aún que aquello fue que no le salió ni una gota de sangre. Donde la herida debería haber dejado al descubierto músculos desgarrados y huesos rotos sólo se veía una brillante gelatina negra, que se movía como si el joven tuviera dentro a otro ser vivo.
—Pero qué mal genio, Esther…
La monja miraba temblando a su adversario, con la escopeta humeante en alto. Pese a que había sido ella misma quien había disparado, lo terrible de la escena la había dejado helada. Frente a ella, el joven siguió quejándose.
—Y yo que pensaba que éramos amigos… Además, sé que has ayudado mucho a mi hermano. Yo quería que nos lleváramos bien, y vas tú y me haces esto…
La herida de Caín no cambiaba y parecía como si toda la oscuridad de la noche se le hubiera solidificado en la masa pulsante que le llenaba el cuerpo.
—¿Tanto miedo te da que me acerque a Abel? De acuerdo. Se me ha ocurrido una idea, muy pero que muy buena… Esther, tú quieres a Abel, ¿verdad? ¿No te gustaría estar para siempre con él? Pues ahora puedes hacerlo. Puedes estar con él dentro de mí… Abel también se pondrá contento. Dos pájaros de un tiro, ¿no crees?
—¿¡!?
Fue entonces cuando la oscuridad se puso en movimiento.
Esther se encogió instintivamente al ver cómo crecía la sombra que se veía en la herida de Caín. La oscuridad formó innumerables seudópodos, como una anémona, que se juntaban latiendo unos con otros, volando directamente hacia la monja.
—¡Ah!
Se la iban a comer. El más básico de los miedos paralizó a Esther.
Lo único que podía hacer era mirar cómo caía sobre ella la oscuridad. Su cuerpo habría pasado a formar parte de la noche eternamente si alguien no la hubiera empujado para ponerse de un salto frente a ella, en plena trayectoria de la gelatina.
—¡Nooo!
Esther lanzó un alarido como si hubiera sido ella misma a la que devoraba la oscuridad. Desde el suelo, la monja gritó hacia la persona que la había apartado del peligro.
—¡Ma… Mary!
—¡De…, deprisa, Esther!
La muchacha vio cómo la oficial se volvía hacia ella, medio hundida en la oscuridad. La gelatina le había cubierto la parte derecha del cuerpo. La única pariente de sangre que le quedaba viva en el mundo le gritó:
—¡Huye de aquí! ¡Es un adversario demasiado poderoso para ti!
—¡No! ¡Mary! —exclamó, enloquecida, la muchacha.
La noche seguía devorando a la coronel. Aunque, pensándolo bien, devorar no es el verbo más preciso para describir lo que ocurría. La gelatina negra se le había adherido al cuerpo, como si tuviera vida propia, de manera que no se podía discernir dónde acababa la oscuridad y dónde empezaba la víctima.
Fuera de sí, Esther agarró a su hermana del brazo vendado. No sabía cómo acabar con aquella oscuridad viviente, pero le gritó, llorando:
—¡Te salvaré…! ¡Te salvaré!
—To…, todavía me consideras tu hermana…
La muchacha tiraba desesperadamente del brazo de la coronel, pero la noche no mostraba ninguna señal de querer soltarla. Lejos de ello, incluso seguía extendiéndose por el cuerpo de su víctima. La única pariente directa que le quedaba a Esther en el mundo miraba la escena como si le estuviera ocurriendo a otra persona.
—¿Por qué será que, aunque éramos hermanas…, yo no he tenido nada y tú lo has tenido todo? Linaje, fama y popularidad… —dijo, volviéndose con mirada dulce a su hermana—. Pe…, pero ya sabes que soy malvada… Por eso te quitaré una cosa… Te quitaré a tu única hermana…
—¡Mary!
Con una sonrisa en los labios, la oficial se deshizo de su hermana, escurriendo la mano ensangrentada entre los delgados dedos de Esther.
—¡No! ¡No me dejes!
—¡Adiós, Esther! Ahora tú sola tienes que…
Nadie llegó a oír nunca el final de la frase.
La oscuridad cubrió completamente a Mary. Al final, no quedó más que una mano abierta en un gesto suplicante, que la noche hambrienta envolvió en segundos.
—Ma…, Ma…, Mary… —susurró Esther cuando su hermana ya estaba enteramente cubierta por la gelatina.
Ya no quedaba en el mundo ni rastro de la persona llamada Mary Spencer. Su cuerpo había desaparecido como si nunca hubiera existido un ser con aquel nombre. Aquel nombre que Esther pronunciaba repetidamente, como si creyera que era la única manera de probar que había existido.
—Mary… Pe…, pero…
—¡Pero qué escena más conmovedora! —gritó una voz como de bufón enloquecido—. ¡Me he emocionado tanto…! ¡La tragedia de amor y odio de dos hermanas! ¡Cuándo por fin lograron entenderse tuvieron que separarse para siempre! Oye, Isaac, ¿no te parece que es una historia como de melodrama? ¡Es un auténtico melodrama!
Lanzando gritos delirantes, el joven se abrazaba a sí mismo con el brazo que le quedaba y se balanceaba enrojecido. Si no hubiera sido por la oscuridad que tenía en vez de brazo derecho, habría parecido que era un director de teatro emocionado por el trabajo de uno de sus actores.
Sin embargo, Caín pareció recuperarse en seguida del ataque de emoción y, dejando escapar un profundo suspiro, bajó la mirada hacia la muchacha, que se había sentado en el suelo.
—Ha sido una escena muy conmovedora, Esther. No tan impresionante como cuando yo me separé de mi hermano, claro, pero creo que os daría el segundo premio a ti y a tu hermana… No te preocupes, pronto estaréis juntas otra vez. Dentro de mí… Para siempre…
—¡Ah…! ¡Ah…!
Esther retrocedió, convulsionándose. Superando el poder inmovilizador del miedo más primario con la poca cordura que le quedaba, la muchacha intentó ponerse en pie. Sin embargo, las piernas temblorosas se negaron a responder y tuvo que seguir arrastrándose sentada en el suelo, como un animal al que la evolución hubiera olvidado por el camino. La oscuridad viviente se acercaba a ella con una sonrisa angelical.
—Diagnóstico finalizado. No hay errores en el sistema. Conexión con circuitos de energía de urgencia finalizada.
Una voz monótona llegó a oídos de Esther justo antes de que la montaña de cascotes explotara con fuerza.
—Reiniciar modo genocida. Iniciar combate.
—¡Señor!
El grito de Panzer Magier resonó al mismo tiempo que una figura salía de los cascotes de un salto empuñando dos pistolas. Rugiendo como un animal feroz, la descarga de acero cayó sin piedad sobre Caín.
—¡Pero bueno!
Sin embargo, el joven de blanco no pareció ni siquiera sorprendido y levantó la mano con expresión inocente. Inmediatamente, las balas se detuvieron en pleno vuelo y salieron disparadas hacia atrás, en dirección a Gunslinger.
—¿¡!?
La lluvia de metal que el propio Tres había descargado se abatió sobre él y lo lanzó contra el suelo. Bajo el hábito desgarrado, el líquido de transmisión corría a mares. Por el color plateado del charco que se estaba formando bajo su cuerpo parecía que las balas habían alcanzado los cristales del fluido que le corría por las vértebras transmitiendo información.
—¡Pa…, padre Iqus!
—¡Agachaos, Santa! —gritó repentinamente otra voz al lado de Esther.
Era una figura que se había acercado al amparo de las sombras y que aprovechó entonces para dar un salto por encima de la monja. La hoja de la espada que llevaba reflejó la luz de los candelabros cuando el recién llegado voló casi hasta tocar el techo y cayó seguidamente como una bala hacia su adversario. Virgil apuntó su filo certeramente para partirle el cráneo a Caín en dos. Si el joven de blanco no hubiera levantado entonces la mano izquierda para agarrar la espada, el methuselah habría logrado su objetivo. De todos modos, fue sorprendente que, pese al violento choque, Caín ni siquiera se moviera un milímetro. Aún más inexplicable fue que el filo empezara a teñirse de rojo por el lado por el que lo agarraba el joven.
—¿¡He…, herrumbre!?
El aristócrata soltó, asombrado, la espada, que en breves instantes se había cubierto de óxido hasta la empuñadura. Al aterrizar en el suelo, rodando como un gato, su sorpresa se volvió dolor.
—El cuerpo… ¡El cuerpo se me pudre!
Desde la punta de los dedos que había blandido la espada, el brazo se le estaba volviendo de color negruzco, como si se le estuviera congestionando. El conde de Manchester se desplomó mientras el cuerpo le cambiaba de color a gran velocidad.
—No pongas esa cara, Esther, que a ti no te voy a hacer nada de eso… —susurró Caín, con una sonrisa, hacia la monja horrorizada—. Sé que ahora no lo entiendes, pero estar viva tampoco es tan maravilloso. Lo único que trae es inseguridad. Piénsalo bien. El viento, las piedras, el agua…, ¿verdad que no están vivos? No hacen más que existir apaciblemente, en equilibrio. Pero las cosas que viven cambian sin cesar, crecen, mueren. Es tan triste… ¿No te parece que tiene muy poco sentido?
«Este es…».
Pese al terror que le invadía la mente, Esther conservaba la cordura suficiente para darse cuenta de algo.
«Éste es el enemigo del mundo…».
El enemigo de todo lo que existía, aquel que no podía reconciliarse con el universo. Él y el mundo no podían coexistir de ninguna manera. Tendría que desaparecer o destruir el orbe entero. Sólo una de las dos opciones era posible.
Esther no pensó en la palabra demonio. Al fin y al cabo, el Mal necesita al Bien para existir, igual que la luz a las sombras. Sin embargo, la oscuridad que tenía delante no necesitaba a nadie más. Era una existencia completamente independiente del mundo. Por eso podía devorarlo entero. Y no sólo podía, sino que lo estaba haciendo.
—¿Qué…, qué eres…? —preguntó Esther hacia la oscuridad, a punto de caer en el abismo de la locura—. ¿Qué eres?
—Soy Krusnik —respondió dulcemente la criatura—. Soy aquel que no necesita nada. Por eso soy aquel que lo necesita todo. Porque…
La oscuridad sonrió y…
Otra oscuridad se despertó a espaldas de Esther.