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Ocupaciones histéricas
El nuevo paciente de la habitación 9 del Instituto de Salud Mental de Los Ángeles estaba gritando otra vez. El efecto del último sedante se le había pasado media hora antes, y ahora se apretaba en un rincón de la habitación, dándose golpes en la cabeza con la mano como si intentara evitar un enjambre de murciélagos.
—Un penique, dos peniques, tres peniques… ¡SALID DE MÍ! ¡SALID!
Ponía en blanco sus ojos violeta y tenía una mancha de sudor en forma de V en el cuello de su camisón de hospital. Le había crecido un vello incipiente en las piernas, los brazos, la cara y el cuero cabelludo, pero todavía se podía ver la constelación de puntos nodales de su coronilla.
Natalie lo miraba a través de la mirilla abierta de la puerta.
—¿Y bien? —preguntó a Inez, que estaba a su lado.
La fiscal negó con la cabeza.
—Dudan que algún día llegue a estar lo bastante recuperado para ser procesado. Aunque tampoco importa, porque, de todas formas, el Cuerpo no nos dejará acusarlo.
—Deberíamos haberlo visto venir. Deberíamos haber pensado algo para evitar que la prensa se enterara. —Lanzó una mirada al agente uniformado de la policía de Los Ángeles apostado en la puerta—. ¿Hay suficientes medidas de seguridad aquí?
—De momento. Ahora que hemos hecho la evaluación psiquiátrica, esperamos mandarlo a Atascadero.
Natalie asintió con la cabeza, observando cómo Lyman Pearsall se encogía de miedo en su locura.
—¿Siguen llamando las almas?
—No según las lecturas del SoulScan. Sea lo que sea lo que le hicieran en la cabeza, ahora se lo está haciendo él mismo.
«Como mamá», pensó Natalie, cerrando la mirilla de la puerta.
—¿Qué tal está Callie? —preguntó Inez mientras volvían andando hacia la entrada de la sala cerrada.
—Se está recuperando.
Era una exageración más que una mentira descarada. La noche anterior su hija solo se había despertado gritando una vez, en lugar de cuatro o cinco, y ahora únicamente se quedaba callada y retraída durante unas horas seguidas en lugar de días enteros. Pedía a Natalie que la dejara dormir en su cama e insistía en que la lámpara de la mesilla estuviera encendida toda la noche.
—¿Qué hay del Cuerpo?
—Siguen queriéndola, cómo no. Dicen que el hecho de que Thresher ocupara a Callie demuestra que necesita la protección y la formación de la escuela. —Natalie recordó la cara de Callie atravesada por la sonrisa de cimitarra de Thresher—. Tal vez tengan razón.
—Tú puedes protegerla y formarla mejor que ninguna escuela. —La voz de Inez había recobrado su férrea determinación—. ¿Dónde está ahora?
—Con mi padre. Nos alojamos en un hotel distinto cada noche y vamos a Disneylandia todos los días, por si el Cuerpo intenta ponerla otra vez bajo «custodia preventiva». Ahora tengo un abogado, pero… ya sabes lo que dicen.
—¿Que no te puedes enfrentar al CCUN? No hagas caso. Quédate con tu hija, Natalie.
Recordó que George le había dicho prácticamente lo mismo en francés. George se encontraba ahora en estado crítico en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Sutter Lakeside, en Lakeport. Los médicos habían conseguido reponer la sangre que había perdido, pero decían que podía perder el pulmón izquierdo además del ojo derecho. La pequeña dosis de tranquilizante que le había inyectado el dardo posiblemente le había salvado la vida al impedir que entrara en shock debido al desangramiento.
Natalie apartó de su cabeza la imagen de George en su cama de hospital con el tubo respirador, los conductos intravenosos y los cables del electrocardiograma saliéndole por todas partes, y cambió de tema.
—¿Qué vas a hacer con Avery Park?
—Dejarlo marchar —dijo Inez—. «Tras nuevas investigaciones, consideramos que los Hyland fueron asesinados por un asaltante desconocido a quien las víctimas confundieron con Park»… o al menos ese es el cuento chino que el fiscal del distrito y el Cuerpo están contando a la prensa.
Natalie hizo una mueca.
—Entonces Scott Hyland podrá despilfarrar el dinero de sus padres y vivir feliz para siempre.
Un celador —un tipo blanco de unos dos metros diez de estatura— les abrió la puerta para que salieran del pabellón. Andy se había tomado un período sabático alargado, o bien se había retirado de la asistencia sanitaria definitivamente.
Cuando salieron al vestíbulo, Inez esbozó una media sonrisa fatalista. Había empezado a llevar el crucifijo a la vista incluso fuera de la sala de justicia.
—Supongo que tendremos que dejar a Scott para el juicio final.
—Supongo.
Pero a Natalie le atormentaba lo injusto de la situación como una astilla clavada en el costado. Y volvió a pincharle cuando salió hacia su coche y vio al sustituto de George —un yuppie convencional y aburrido en un Volkswagen Escarabajo negro— esperando junto al Volvo. Ojalá pudiera dar una lección a Scott y al Cuerpo.
Al hurgar en su bolso en busca de las llaves, Natalie encontró la tarjeta de visita sucia y arrugada que le había dado Sid Preston durante el juicio de los Hyland. Había pensado tirarla, pero sonrió con un malicioso regocijo al ver que se había olvidado de ella.
En cuanto entró en el coche, sacó el móvil que había llevado para estar en contacto con Wade y Callie y marcó el número de la tarjeta.
—¿Señor Preston? —dijo cuando sonó la voz nasal y apagada del reportero—. Soy Natalie Lindstrom. Oiga, lo he pensado y… ¿estaría todavía interesado en aquella entrevista exclusiva con los Hyland?