12
Testigos sorpresa
Malcolm Lathrop se volvió teatralmente hacia el jurado.
—Que conste en acta que la testigo se ha identificado como Elizabeth Hyland.
Pearsall soltó el camisón manchado y tiró de las correas de nailon que lo sujetaban, con rostro suplicante.
—¿Scotty? ¿Qué está pasando?
Scott Hyland palideció.
—Mamá, yo no…
Lathrop se interpuso entre la tribuna de los testigos y la mesa de la defensa.
—Betsy, sé que esto es duro para usted, pero necesitamos su ayuda. Scott necesita su ayuda.
Como una niña tratando de ser valiente en la consulta del médico, Pearsall respiró hondo y asintió con la cabeza.
—Betsy, quiero que recuerde. —El abogado hablaba con el tono adormecedor de un hipnotizador—. Recuerde la noche que les dispararon a usted y a su marido.
La boca de Lyman se abrió, con los labios temblorosos, y se quedó mirando al frente como si la escena se estuviera reproduciendo ante él.
—¡Oh, Dios mío… Press!
—Tranquila, Betsy. Díganos lo que pasó.
El violeta tragó saliva y se humedeció los labios.
—Press y yo acabábamos de meternos en la cama. Él estaba repasando unos papeles del trabajo, y yo estaba leyendo un libro, como solemos hacer antes de dormirnos. Entonces un hombre abrió la puerta de la habitación de golpe y entró en ella. Press se incorporó y le preguntó qué estaba pasando, pero el hombre levantó un arma y… y…
Pearsall cerró los puños delante de la boca, reprimiendo un sollozo.
Lathrop posó una mano en el antebrazo del violeta en un gesto de consuelo.
—Sí. Continúe.
Lyman tomó aire para seguir.
—… y disparó a Press en el pecho. Yo grité, intenté levantarme, pero el hombre me apuntó a la cara con el arma y disparó… tan fuerte que pensé que me iba a explotar la cabeza…
Un suave grito ahogado procedente de la tribuna del jurado llamó la atención de la sala. El pálido joven parecía un poco novato y se hallaba doblado hacia delante en su silla tapándose la boca con la mano. La mujer de al lado le susurró algo, pero él la rechazó.
Lathrop levantó la voz para recuperar la atención del público.
—¿Quién era el hombre del arma? ¿Puede describirlo?
Pearsall negó con la cabeza, con la cara arrugada como un papel de aluminio estrujado.
—Iba vestido de negro y llevaba unos guantes y un pasamontañas que solo le dejaba los ojos a la vista.
—¿Está segura de que era un hombre?
—Sí.
—¿Por qué está tan segura? ¿Qué puede decirnos de él?
El violeta se sorbió la nariz.
—Bueno, ya sabe, tenía cuerpo de hombre. Era un poco bajo, más bajo que Press, pero era grande y tenía una barriga gorda y unas piernas muy gruesas.
Natalie miró a Scott Hyland, como el resto de los presentes en la sala. El chico medía casi un metro noventa y tenía una musculatura prieta y tonificada.
—Entiendo. —Malcolm Lathrop se hizo a un lado para dejar que la testigo viera de nuevo al acusado—. Entonces, ¿el asesino no era su hijo, Prescott Hyland?
—¿Scotty? ¡No sea ridículo!
A Scott Hyland pareció sorprenderle tanto como al resto de los presentes que su madre lo absolviera.
Lathrop señaló al chico.
—Pero ¿no tuvieron usted y el señor Hyland repetidas peleas con Scott?
—Pues claro. Scotty a veces daba muchos problemas, pero es un buen chico y no se le pasaría por la cabeza hacernos daño.
—¿Ni siquiera los amenazó?
—¡Jamás!
—¿Ni siquiera cuando su marido descubrió que Scott había estado desviando dinero de su compañía?
—¿Qué? ¡Cómo se atreve a decir eso!
La testigo se comportaba como si esa acusación fuera más grave que su propio asesinato.
Lathrop levantó las manos.
—Un momento. ¿No descubrió su marido que Scott había malversado varios miles de dólares de la empresa de la familia?
—¡No descubrió nada parecido!
Murmullos de sorpresa recorrieron la tribuna. Park susurró al lado de Natalie:
—No es posible.
El abogado de la defensa manifestó su sorpresa al jurado.
—Entonces, ¿por qué demonios rompió su marido la motocicleta de su hijo?
—Porque se enteró de que Scotty había estado tomando drogas. Supongo que ese muchacho tan malo, McDonnell, lo incitó. —Pearsall movió la cabeza con aire apesadumbrado—. Press siempre tuvo mucho genio. Se arrepintió de lo de la moto de Scotty y le había prometido que le compraría una nueva.
—¿Amenazó el señor Hyland a su hijo con echarlo de casa en cuanto cumpliera dieciocho años?
—¡Cielos, no! ¿Qué clase de personas cree que somos?
—Entonces, ¿no había mala relación entre ustedes y su hijo cuando se produjeron los asesinatos?
—No, en absoluto.
—Betsy, ¿conocía a alguien que tuviera algo contra usted o su marido? ¿Alguien que quisiera hacerles daño?
Pearsall negó con la cabeza, pero lo hizo sin convicción.
—A veces Press le buscaba las cosquillas a la gente… pero no veo quién podría… podría…
—Lo sé… Es difícil de creer. Pero piénselo bien. ¿Había discutido su marido con alguien recientemente?
—Bueno, estaba furioso con Avery por el negocio… —La cara de Lyman se tiñó de horror—. Avery.
Natalie miró de reojo al hombre sentado a su lado. Avery Park se puso las manos en las sienes y murmuró:
—No, eso no es cierto. Esto no puede estar pasando.
Lathrop giró el oído hacia el violeta.
—¿Sí? ¿Qué pasa con él?
—¡Fue él! —La voz de Pearsall se alzó con seguridad—. ¡Fue él! Tuvo que ser él…
Inez lo interrumpió.
—¡Protesto! La testigo está especulando.
—Se admite la protesta —respondió el juez Shaheen—. El jurado no tendrá en cuenta las suposiciones de la testigo.
Malcolm Lathrop levantó una mano con los ojos cerrados, como si quisiera decir: «No me llegas a la suela del zapato, juez».
—Betsy, díganos en qué consistía exactamente la disputa entre el señor Park y su marido.
—Press estaba a punto de despedir a ese cabrón. Dijo que era el mayor desagradecido de la historia después de Judas. —Pearsall respiraba aceleradamente como una madre enfurecida—. Le echó un cable a Avery con el desastre de su divorcio, le permitió conservar un buen puesto en la empresa, ¡y ese hombre acabó robándole!
—¡Espere! ¿Dice que el señor Park robó a su marido?
—Exacto. Los papeles que Press estaba leyendo en la cama… Estaba buscando pruebas para despedir a Avery. Incluso habló de presentar cargos.
—¡ESO ES MENTIRA! —Avery Park se levantó de un empujón, con la cabeza colorada como una uva a punto de reventar—. ¡MALDITA SEA, ES MENTIRA!
—Siéntese —susurró Inez por encima del hombro.
El alguacil corrió a contener a Park, y el juez Shaheen dio un golpe de mazo para sofocar el murmullo de inquietud de la sala.
—Siéntese, señor Park —ordenó—. Si tiene otro arrebato como ese, haré que lo escolten fuera del edificio.
—¡Tengo derecho a defender mi reputación! —gritó Park.
—Esto no es una invitación al diálogo, señor Park. Siéntese. Señor Lathrop, haga su siguiente pregunta.
El abogado de la defensa dio una palmada a Pearsall en el brazo.
—Tranquila, Betsy. Averiguaremos la verdad.
—No pueden permitir que haga daño a mi chico —rogó Lyman al público de la sala de justicia—. No pueden permitir que haga daño a Scotty. Él no ha tenido nada que ver con esto.
Natalie observó a Inez para ver si protestaba ante aquella descarada utilización de la compasión del jurado, pero la fiscal se limitó a irritarse en silencio. Era una situación en la que saldría perdiendo hiciera lo que hiciese. Si se desentendía de aquellos comentarios, la súplica de la víctima tocaría la fibra sensible de algunos miembros del jurado; si protestaba, parecería una insensible y una quisquillosa.
Malcolm Lathrop, por otra parte, acabó pareciendo Superman: el defensor de los indefensos, el adalid de la verdad, la justicia y el estilo de vida estadounidense.
—Averiguaremos lo que pasó realmente, Besty. Se lo prometo —dijo apretando la mano de Pearsall en un gesto de solidaridad—. No hay más preguntas, señoría.
El juez Shaheen asintió con gesto adusto.
—¿Señora Mendoza?
Inez se levantó, con la cara encendida como la puerta de un horno, inmóvil como el hierro y al mismo tiempo enardecida con el fuego que quemaba detrás.
—Señora Hyland… ¿cuándo es su aniversario de boda?
«Eso es —pensó Natalie, escudriñando la reacción de Lyman—. Veamos si realmente eres quien dices ser».
Pearsall entornó los ojos, con un destello inconfundible de astucia en ellos.
—El veintitrés de abril. ¿Por qué?
—¿Cuál era su apellido de soltera?
Los ojos del violeta registraron el aire momentáneamente y vacilaron una fracción de segundo de más.
—Vandenburg.
—¿Y cuándo era el cumpleaños de su madre?
—No veo qué tiene que ver esto con el caso…
Lathrop intervino.
—La testigo tiene razón, señoría. Es evidente que la acusación no tiene preguntas pertinentes que formular; por eso está haciendo tiempo. Propongo que no hagamos perder el tiempo al tribunal ni a la señora Hyland con esta prueba inútil de preguntas y respuestas.
—Me temo que estoy de acuerdo —dijo el juez Shaheen con auténtico pesar—. A menos que pueda justificar esta línea de preguntas, señora Mendoza, debería ceñirse al caso que nos ocupa.
Inez permaneció de pie, y Natalie casi sintió las tremendas ganas que su amiga tenía de contar al tribunal los experimentos que habían hecho en la habitación del motel. Pero el intento de Natalie por invocar a los Hyland había sido ilegal, y a los ojos del juez Shaheen o de cualquier otra persona, el testimonio falsificado de un violeta era algo inaudito; impensable, incluso.
La fiscal se tragó todos los argumentos que pudiera tener.
—No hay más preguntas, señoría.
—Muy bien. ¿Señor Lathrop?
El abogado de la defensa regresó a la tribuna de los testigos para tomar las manos de Pearsall.
—Betsy… ahora necesitamos hablar con su marido.
—Entiendo. —Lyman se quedó mirando boquiabierto a los espectadores y las personas de la tribuna del jurado, candoroso de nuevo como un recién nacido—. Por favor, ayude a Scotty. Por favor, ayude a mi hijo.
Cuando su mirada se posó en el acusado, el violeta esbozó una media sonrisa de adoración. A continuación, su cara se quedó flácida, y las tres líneas inferiores del monitor del SoulScan se volvieron planas.
Por un instante, los ojos de Scott Hyland se humedecieron de lágrimas de verdad, y el chico hundió la cabeza entre las manos.
—¿Cómo ha podido hacerme esto? —murmuraba para sí Avery Park una y otra vez, sumido en el solipsismo de la autocompasión.
Malcolm Lathrop se inclinó para recoger el camisón. Mientras el abogado lo doblaba de nuevo con cuidado, Lyman Pearsall volvió en sí gimiendo.
Lathrop se mostró atento con él, como un entrenador con su campeón de boxeo grogui.
—¿Señor Pearsall? ¿Me oye? ¿Se encuentra bien?
Lyman sacudió los carrillos como un perro de caza aturdido.
—Sí… Estoy bien.
—¿Está listo para continuar? ¿Necesita un descanso?
—No. No me pasa nada. Solo deme un minuto.
Pero jadeó y se masajeó la frente con las manos sujetas con correas para asegurarse de que todo el mundo sabía el esfuerzo que suponía para él aquella experiencia.
—Tómese todo el tiempo que necesite.
El abogado devolvió el camisón a Inez y pidió a cambio la andrajosa parte superior del pijama de Prescott Hyland padre. Lo llevó a la tribuna de los testigos y esperó a que Pearsall recobrara el aliento.
Finalmente, el violeta tendió las manos otra vez.
—Démelo.
Lathrop colocó la prenda sobre las manos de Lyman y retrocedió. Natalie miró el monitor del SoulScan, rezando para que Prescott Hyland padre no apareciera. Un momento más tarde, supo que era una vana esperanza.
Mientras que aparentemente Betsy Hyland había necesitado que la engatusaran para que saliera del vacío como un conejo de su madriguera, su marido saltó con la ferocidad de un tejón. Las líneas de ocupación de la pantalla del SoulScan se volvieron borrosas debido a las saltarinas líneas de pensamiento, y Pearsall se sacudió hacia delante, pero las correas lo lanzaron de nuevo contra la silla como una honda. Gruñendo, arrojó su peso contra ellas otra vez, lo que hizo que toda la silla temblara, y retorció las muñecas para romper las correas de plástico.
—¡Sacadme de aquí!
Situado ante la consola SoulScan, Joe Burton llamó la atención del juez con gestos y señaló el botón del pánico, aguardando su autorización, pero Malcolm Lathrop levantó la mano para detenerlo.
El abogado se acercó a la figura frenética sentada en la tribuna de los testigos.
—¿Quién es usted?
Pearsall le lanzó una mirada colérica, como si le hubiera preguntado qué era la esfera amarilla brillante del cielo.
—¡Press Hyland, idiota! ¡Y ahora sáqueme de aquí, maldita sea! —Miró con el ceño fruncido hacia la mesa de la defensa—. ¿Scotty? ¡No te quedes ahí sentado…! ¡Ayúdame!
—Me temo que su hijo no puede ayudarle ahora —dijo Lathrop—. Se le está procesando por el asesinato de sus padres.
—¿Qué? —Cuando Pearsall asimiló las implicaciones de las palabras del abogado, se quedó pálido de la conmoción—. Dios santo…
Natalie evaluó su reacción. Si era una actuación, era buena. Muchas almas se negaban a aceptar su fallecimiento y preferían creer que su reclusión en el limbo de la otra vida no era más que un sueño febril provocado por la anestesia y que pronto despertarían en un hospital, sanos y salvos.
Natalie no fue la única a la que la ocupación le pareció convincente, pues Avery Park se levantó para gritar al estrado.
—¡Press, soy yo! ¡Tienes que decirles que yo no lo hice! El juez Shaheen volvió a dar un golpe de mazo.
—Señor Park, le he advertido…
Pearsall se quedó mirando a Park, y sus facciones se arrugaron como un papel ardiendo.
—¡Hijo de puta…! Creías que me habías rematado, ¿verdad? Te voy a…
El violeta volvió a empujar hacia delante, hecho una furia, y Lathrop lo sujetó.
—Díganos lo que vio exactamente cuando fue asesinado.
—¡Le diré lo que vi! A ese vago gordo con mi escopeta en las manos.
—Pero su mujer ha dicho que el asesino llevaba un pasamontañas…
—Lo llevaba, pero el muy arrogante creyó que yo estaba muerto después de que me disparara. Pero veía bien… y vi lo que le hizo a Betsy. Entonces se quitó el pasamontañas y me sonrió. Y dijo «Me parece que al final has sido tú el despedido, ¿eh, Press?», y se rio.
Lathrop se situó de cara al jurado.
—Que conste en acta que la víctima ha identificado al señor Park como el asesino…
—¡No! —Park forcejeaba contra el alguacil, que intentaba empujarlo de nuevo a su asiento—. ¡No es verdad! Press, ¿cómo puedes hacerme esto?
—Tienes mucha cara diciendo esto después de lo que nos hiciste —refunfuñó Pearsall.
Los gritos casi ahogaban los golpes de mazo del juez Shaheen.
—¡Orden! ¡Orden! Alguacil, escolte al señor Park fuera de la sala.
Pearsall negó con la cabeza torciendo el gesto.
—Oh, no. No se va a escapar tan fácilmente.
Empujando sus manos atadas hacia Park, el violeta balanceó su peso con tal violencia que inclinó la silla y la hizo chocar contra el pasamanos de la tribuna de los testigos. Los espectadores chillaron, y Lathrop retrocedió de un brinco cuando Pearsall intentó librarse de las correas retorciéndose, gritando con encono y tratando de agarrar a Park por el cuello. Park seguía declarando enérgicamente su inocencia mientras el alguacil vacilaba, sin saber si sacarlo de la sala o reducir al canal enloquecido del estrado.
El juez se puso en pie y levantó las manos, con las mangas negras de su túnica como las alas de un cuervo.
—¡Por favor! Que todo el mundo mantenga la calma. Burton…
Joe Burton no necesitó oír más. Los cables de los electrodos pegados al cuero cabelludo de Pearsall habían arrastrado la consola SoulScan hasta el borde del carrito en el que se encontraba, amenazando con tirarla al suelo, pero Burton la agarró y golpeó con la mano el botón del pánico.
Inmovilizado entre el sillón y el pasamanos de la tribuna de los testigos, Lyman Pearsall se desplomó como un pez moribundo cuando la corriente le atravesó el cerebro y desterró al alma ocupante. Una vez que las ondas verdes de la parte inferior de la pantalla se hubieron aplanado, Burton se agachó para comprobar las constantes vitales del violeta y liberarlo de la silla.
—Todo está bajo control —dijo el juez Shaheen a los asistentes, y se sentó—. Propongo que levantemos la sesión hasta mañana a las diez de la mañana…
—Señoría —terció Inez—, la acusación no ha tenido ocasión de interrogar al último testigo.
—No creo que sea necesario, ¿verdad?
El juez lanzó una mirada penetrante a la figura postrada de Lyman Pearsall, que gemía en voz baja mientras Burton le curaba unos rasguños y contusiones leves.
Inez respiró acompasadamente varias veces.
—Si usted lo dice, señor.
—En ese caso, se levanta la sesión.
Shaheen repitió su advertencia a los miembros del jurado y les dio permiso para irse. Sonó el golpe de mazo de clausura, y Malcolm Lathrop dio unas palmadas en el hombro a un atónito Scott Hyland antes de guardar sus papeles en el maletín. Burton ayudó a Lyman Pearsall, que caminaba con paso vacilante, a salir cojeando por una puerta lateral.
Mientras la gente de la tribuna se dispersaba, Avery Park siguió temblando de rabia, mirando boquiabierto e incrédulo a la fiscal y al juez.
—¿Qué? ¿Ya está? ¡Exijo la oportunidad de limpiar mi reputación!
—Ya la tiene.
Park se volvió para enfrentarse con la persona que hablaba y halló al detective Dennis Raines y a un agente uniformado del Departamento de Policía de Los Ángeles situado detrás de él.
—Me tempo que vamos a tener que detenerlo por el interrogatorio relacionado con los crímenes de los Hyland —dijo Raines—. Por favor, venga con nosotros.
—No me lo puedo creer. —La irritación del tono de voz de Park se transformó en histeria, y unas lágrimas de miedo empezaron a brillar en sus ojos—. Esto no puede estar pasando.
Natalie estaba tan absorta mirando a Raines y al policía que se llevaron a Park que por poco no vio a Inez recorrer el pasillo central de la sala de justicia. Sin embargo, la fiscal estornudó sonoramente al pasar, y Natalie miró a tiempo para ver cómo dejaba caer un rectángulo de papel bien doblado en el suelo.
Natalie se dirigió sigilosamente al extremo de la fila donde había estado Inez e hizo ver que agarraba sus gafas oscuras, que dejó caer al suelo. Tras coger el papel junto con las gafas, se puso las gafas de sol y se dirigió al exterior.
Entre el gentío cada vez menor de la tribuna, vio al hombre con la gorra de los Yankees seguirla con la vista.
Esperó hasta estar encerrada en un cubículo del servicio de mujeres para desdoblar la nota que aferraba en el puño. «REÚNETE CONMIGO EN LA ESCALERA DE EMERGENCIA, SEXTO PISO —rezaba en apresuradas mayúsculas—. AHORA MISMO».