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Mensaje en curso
Wade Lindstrom tenía dinero de sobra para alojarse en hoteles y evitar los moteles, y era casi medianoche cuando Natalie llegó a su habitación en el quinto piso del Hilton situado junto a Disneylandia. Su padre abrió la puerta embutido en su pijama de seda, entornando los ojos ante el súbito resplandor de la luz del pasillo y alisándose los mechones de su cabello despeinado.
—¡Natalie! No te esperaba hasta mañana.
—Lo sé. —Tras mirar a un lado y otro para asegurarse de que no había nadie en el pasillo mirando, lo empujó hacia la habitación y cerró la puerta tras ellos—. Es una emergencia.
La habitación se hallaba iluminada por una única lámpara con pantalla colocada entre las dos camas extragrandes. Una de las camas tenía las mantas amontonadas, mientras que en la otra cama se hallaba sentada Callie, frotándose los ojos para despejarse.
—Hola, tesoro. —Natalie se acercó a su padre y bajó la voz—. Papá, ¿podríamos quedarnos Callie y yo contigo y con Sheila una temporada?
Wade frunció la cara; su capacidad de entendimiento se hallaba ralentizada por los vestigios del sueño interrumpido.
—¿En New Hampshire? Dios mío, Natalie, ¿qué pasa?
—Es Thresher, papá. Ha vuelto de verdad.
—Eso es imposible…
—No lo es. Visitó a mamá durante años, y entraba en su cabeza tan a menudo que mamá creía que siempre estaba con ella. Ahora está ocupando a otro violeta, Lyman Pearsall, al que está utilizando para matar de nuevo.
Wade miró con preocupación a Callie, que ahora los miraba totalmente despierta.
—Creía que os enseñaban a expulsar a las almas que no queríais.
—Ese es el problema. Creo que ese violeta quiere que Thresher utilice su cuerpo.
—Por el amor de Dios, ¿por qué? ¿Qué podría ganar?
Natalie pensó en Scott Hyland y en la fortuna que podía heredar, y se imaginó cuánto estaría dispuesto a pagar para ser un hombre libre y rico.
—Puede que Thresher le haya hecho un favor. —Suspiró—. Por eso creo que deberíamos marcharnos hasta que consiga que alguien investigue a Lyman. Thresher sabe de mi existencia. Si sabe eso, podría saber de la existencia de Callie y dónde vivimos. ¿Crees que Sheila nos soportará un par de semanas?
—Sobrevivirá. La pregunta es: ¿podrás soportarla tú?
—Uf…
Los dos se rieron de su vacilación.
—¿Vamos a ir a casa de la abuela y el abuelo? —preguntó Callie, como si la hubieran invitado a visitar el taller de Santa Claus en el Polo Norte.
Natalie interrogó a Wade con una sonrisa.
Él se rio entre dientes.
—¿Cuándo quieres salir?
—Ahora, si es posible. En el primer vuelo que salga. Y creo que hasta entonces sería mejor que estuviéramos en un sitio con mucha gente alrededor.
Su padre sonrió, pero las sombras se intensificaron alrededor de sus ojos.
—Bueno, déjame llamar a la parienta para decirle que vamos a casa.
—¿A estas horas? Deben de ser las dos pasadas en la Costa Este.
—No pasa nada. Estas cosas forman el carácter. —Sentado en el borde de la cama, cogió su teléfono móvil de la mesita de noche, pulsó un par de botones y se lo llevó a la oreja—. Además, no he podido contactar con ella en todo el día. Seguro que ahora está en casa, probablemente preguntándose dónde demonios me he metido.
Se frotó la nariz distraídamente y se sorbió, a la espera de una respuesta. La respuesta llegó. Su cara se descompuso, palideció, y el teléfono se le cayó de los dedos.
—¿Papá? —Natalie se agachó a su lado y le cogió la muñeca para tomarle el pulso—. Papá, ¿qué pasa?
—No, no, no. —Wade se llevó sus temblorosas manos a la frente—. Mi Sunny, no. ¡No!
Mientras sus palabras se desintegraban en confusos sollozos, Natalie cogió el móvil y escuchó, pero no oyó nada. Colgó y pulsó los botones de rellamada y de marcado. El teléfono del otro lado de la línea sonó dos veces antes de que se activara el contestador automático.
—Hola —saludó una voz de hombre familiar con una jovialidad sarcástica—. Ha llamado a la residencia de los Lindstrom. La señora Lindstrom no puede coger el teléfono en este momento porque le estoy haciendo un agujero en la garganta. Deje su nombre y su número después de la señal e iré a por usted cuando ella haya muerto.
El pitido sonó como un electrocardiograma plano y dejó un silencio en blanco para que Natalie lo llenara.