23
Anticipando el desastre

Tuvo la clara impresión de que había permanecido largo tiempo sin conocimiento.

Un hombre inclinado sobre ella: recordaba eso. Pero, ¿quién era? ¿El Maestro Eremis? La idea le causó una sensación líquida en la boca del estómago. No quería permanecer inconsciente. Si él tenía que tocarla de alguna forma, no deseaba perdérselo.

Ahora, sin embargo, la figura que estaba con ella se parecía más a una mujer. Gradualmente, se dio cuenta de que no estaba tendida en el suelo de las mazmorras. Por una parte, se sentía caliente, realmente caliente…, hasta la punta de los dedos de los pies. Debía haber una cama bajo ella; ninguna piedra era tan blanda. Y mantas…

Con un esfuerzo, abrió los ojos.

Sobre ella colgaba el familiar dosel de plumas de pavo real de su cama.

Saddith cruzó su mirada con la de ella y llamó suavemente:

—Geraden, creo que está despertando.

De inmediato, Geraden estuvo a su lado. Su rostro estaba tenso por la fatiga y la preocupación, y su expresión era desolada; pero, cuando la miró a los ojos, sonrió como si ella consiguiera que todas las cosas del mundo volvieran a estar bien.

—Gracias a las estrellas —murmuró con voz ronca—. Me alegra verte de nuevo consciente.

Ella tosió, con la garganta llena de pegajoso algodón.

—¿Cuánto tiempo he estado sin sentido?

—Bastante.

Saddith dejó escapar una risa líquida.

—Mi dama, el Apr está borracho por ti. Cada momento que tus ojos no están abiertos es para él «bastante» como para alarmarlo. Necesitabas terriblemente descansar. Cuando hayas comido y —frunció la nariz— te hayas bañado, te sentirás lo bastante bien como para reírte de su preocupación.

Terisa captó el débil olor a paja podrida. Parecía estar en su pelo. Y en… Su chaquetón estaba colgado del respaldo de otra silla, pero ella seguía llevando sus ropas bajo las mantas. El olor estaba también en su camisa y pantalones. Cuando alzó las mantas, recibió una suave bocanada en su rostro.

Echó las mantas a un lado y dejó que Saddith y Geraden la ayudaran a sentarse en el borde de la cama. Un brillante fuego crepitaba en la chimenea, y la criatura había ardido…

—¿Qué ocurrió? —preguntó.

La sonrisa de Geraden se crispó.

—No mucho. Perdiste el sentido. El Adepto Havelock se fue. El Castellano maldijo a todo el mundo. Uno de los médicos y yo te trajimos aquí. Dijo que te pondrías bien, pero yo no le creí. —Desvió la mirada—. Saddith me ha estado contando la historia de su vida para impedir que gritara mientras tú dormías.

—¿Por qué…? —Terisa se pasó los dedos por su pelo, luego hizo una mueca ante el olor apresado en él. Tuvo que inspirar profundamente para conseguir que su cabeza dejara de girar—. ¿Por qué mató el Adepto Havelock a esa pobre…?

Ante aquello, la expresión de Geraden se volvió dura.

—Está loco. Incluso aunque supiéramos por qué hace las cosas, tampoco tendrían sentido.

—Yo puedo explicarlo —dijo Saddith con tono provocativo—. Si los rumores son ciertos, el Adepto no ha tenido ninguna mujer desde que regresó de Cadwal. —Dio un codazo a Geraden en las costillas—. Todos los hombres acaban locos si no se acuestan con una mujer con la frecuencia necesaria.

Por ninguna clara razón, Geraden pareció enrojecer.

Terisa tenía que apartar de su mente la inmolación de la criatura. Tenía que apartar de sus ropas y de su pelo aquel olor. Ignorando a Saddith, le dijo a Geraden:

—No lo comprendo. ¿Por qué esos Imageros que trabajaban con Vagel no trasladaron el ejército que éste deseaba? ¿Qué investigaciones tenían que hacer?

Rápidamente, como si se sintiera aliviado por su pregunta, Geraden respondió:

—No tengo ninguna forma de saberlo, por supuesto…, pero estoy seguro de poder adivinarlo. Hemos hablado de lenguaje. —Observó intensamente el rostro de Terisa—. Cuando la cábala del archi-Imagero tropezó con una Imagen de lo que les parecía el guerrero ideal, no tenían ninguna forma de saber si r podrían hablar con él. No sabían que la cuestión del lenguaje era resuelta por la propia traslación. Eso era lo que necesitaban investigar.

Dejó escapar una hosca risa.

—En cierto sentido, es divertido. Tanto el Gran Rey Festten como el archi-Imagero hubieran podido tener a su disposición todo un ejército de esas criaturas, si simplemente hubieran creído lo mismo que cree el Rey Joyse. Hubieran podido derrotarle.

»Ahora nunca sabremos la respuesta —concluyó amargamente.

Terisa asintió, dejando que Geraden empujara hacia atrás los recuerdos de los que deseaba escapar. Por su parte, sin embargo, Saddith no parecía particularmente complacida con aquel giro de la conversación. Tan pronto como Geraden se detuvo, dijo:

—Mi dama, no tengo ni comida ni agua para el baño preparadas para ti. No sabía cuándo despertarías. Pero ambas cosas pueden serte proporcionadas casi inmediatamente. Con tu permiso, iré a buscar lo que necesitas.

—Gracias. —Como de costumbre, los ojos de Terisa fueron atraídos hacia la abierta blusa de Saddith, tensa sobre sus pechos. Hizo un esfuerzo por alzar la cabeza a fin de que no pareciera que le hablara al pecho de la doncella—. Te lo agradezco.

Como respuesta, Saddith lanzó una picante mirada a Geraden.

—Te lo advierto —le dijo taimadamente al Apr—. Volveré demasiado pronto para lo que deseas. Incluso los jóvenes más calientes necesitan una cierta cantidad de tiempo.

Riendo, abandonó los aposentos.

Terisa se puso experimentalmente en pie.

En su prisa por ayudarla, Geraden se lanzó hacia delante. Desgraciadamente, perdió el equilibrio y casi cayó sobre la cama. Terisa tuvo que sujetarle a él en vez de ser sujetada por él.

Maldiciendo contra sí mismo, Geraden se apartó. Al parecer, había perdido el equilibrio en más de un sentido. Ahora parecía como si estuviera al borde de las lágrimas.

¿Geraden? ¿Qué ocurre? No estaba segura de lo que estaba viendo. O no estaba segura de sí misma. No se sentía particularmente en buena forma. De hecho, se sentía horriblemente. ¿Dónde estaba el Geraden que siempre cuidaba de ella como si fuera la persona más importante de su vida?

Tontamente, dijo las primeras palabras en las que pudo pensar que no tenían nada que ver con lo que sentía:

—Creí verte enrojecer. ¿Qué estabais haciendo realmente tú y ella mientras yo dormía?

Él se envaró. Mientras se retiraba a su silla, se permitió desviar el rostro por un momento. Cuando se sentó, sus rasgos estaban encajados en duras líneas, como si estuviera furioso. Sin embargo, ella sabía que no estaba furioso. Sus ojos ardían con pesar.

—No comprendo a esa mujer —murmuró, sin cruzar su mirada con la de ella—. Quiero decir, sí la comprendo. No soy tan ignorante como ella piensa. Simplemente, no tiene sentido para mí. —Frunció el ceño ante su propia confusión—. Mientras estabas dormida, ella no me contaba la historia de su vida. Estaba persuadiéndome de que me acostara con ella aquí mismo, en el suelo.

Por alguna razón, Terisa no encontró aquello divertido. De inmediato, los músculos en torno a su corazón se contrajeron.

—Dijo que no había tenido ningún hombre desde hacía tiempo. Hablaba de ello como si simplemente se estuviera rascando algún tipo complicado de prurito. Por supuesto, en estos momentos hay probablemente doscientos hombres a tiro de piedra de nosotros que se sentirían muy contentos de complacerla. Pero ella no desea hacer nada que pueda alejar al hombre en quien realmente está interesada. Tengo la impresión de que ahora está lejos. Sea quien sea. —Suspiró, pero aún no consiguió mirar a Terisa—. Dijo que yo no tenía por qué preocuparme porque mi corazón estaba puesto en ti, no en ella. Y que ella me haría un favor enseñándome lo que debía hacer con tu cuerpo cuando finalmente pusiera mis manos en él.

»No pude meterle en la cabeza que si seguía hablando de esa forma me haría vomitar.

—¿Por qué? —Terisa intentó sonar casual, pero no lo consiguió—. ¿No la consideras atractiva?

El rostro de Geraden era frío cuando lo volvió hacia ella.

—Por supuesto que es atractiva. Una pared de piedra sería atractiva si tuviera su apariencia. Es su actitud lo que no me gusta. Hay más cosas en el amor que simplemente rascar tus pruritos.

»Dime una cosa. —Ahora estaba furioso—. Hace algún tiempo, creo que fue la primera mañana del deshielo…, yo estaba aquí contigo, y Saddith entró. Tú le preguntaste dónde estaba el Maestro Eremis.

El nudo en torno al corazón de Terisa se apretó más.

—En aquel momento, pensé que era una pregunta extraña. No quise ser curioso. Pero, cuanto más pienso en ello, más extraño me parece. ¿Por qué se lo preguntaste a ella? ¿Qué sabe ella del Maestro Eremis?

Saddith había intentado seducir a Geraden. Terisa se sentó en la cama para ocultar el hecho de que estaba temblando…, y controlarlo. Con voz débil, manteniendo sus emociones a distancia porque las temía, dijo:

—Tiene una aventura con él. Me ha hablado de ello. —Nunca sería capaz de admitir que había visto al Maestro Eremis y a Saddith juntos—. Creo que piensa que, si se acuesta con los suficientes hombres, terminará siendo la reina de Mordant.

Al cabo de un momento, él murmuró:

—Eso lo explica. —Ya no parecía furioso. Sonaba decaído y solo.

Bruscamente, se puso en pie.

—Recibí un mensaje antes, Artagel ha sufrido una recaída. Su médico dice que es algo temporal. Se pondrá bien. Pero tengo que ir a verle. Saddith volverá pronto. Puede que esto no te alegre, pero al menos tendrás algo de comida y un buen baño.

Incapaz de impedir que se reflejara su aflicción, se volvió para marcharse.

—Geraden, espera. —La visión de su espalda alejándose pareció empujarlo todo dentro de ella en una dirección distinta. Se puso en pie de un salto, tendió hacia él una mano que Geraden no pudo ver—. No te vayas.

Él se detuvo en el umbral. Su voz se negaba a salir de su garganta, sus hombros estaban hundidos como si los estuviera encogiendo sobre el dolor en su pecho.

—Tengo que hacerlo.

—Por favor —dijo ella—. He sido muy egoísta. Has sido siempre tan bueno conmigo que he olvidado que tú también tienes problemas personales. Por favor, cuéntame qué ocurre.

Él no se movió. Lentamente, adelantó una mano para sostenerse en el marco de la puerta.

—Terisa —dijo, con voz dolida—. Todo este embrollo es culpa mía.

—No, no lo es. —Estaba dispuesta a defenderle de inmediato—. Tú no eres el Príncipe Kragen. Tú no eres Elega.

Él alzó su mano libre hacia el rostro de ella.

—Nyle tenía razón. He sido un estúpido en todo. Él estaba haciendo lo que creía que era correcto. Pero también estaba haciendo algo que no causaría ningún daño serio si resultaba estar equivocado. Eso es importante. No era necesario preocuparse por él. No representaba ninguna amenaza. Tú y yo hubiéramos debido volver a Orison de modo que Ribuld pudiera seguir con Argus. Hubiéramos debido contarle al Castellano Lebbick todo lo de Elega.

Lentamente, su voz fue adquiriendo toques férreos, como los golpes de un cincel. Cortaba las palabras como fragmentos de piedras.

—Tú no estarías aquí si yo no me hubiera equivocado con aquella traslación. El campeón estaría aquí en tu lugar. O se hubiera negado, en cuyo caso no hubiera sido trasladado contra su voluntad. Los muros de Orison estarían intactos. Y Myste seguiría aquí. Si alguien puede detener a Elega, es ella.

—Geraden. —Terisa avanzó hacia él; tentativamente, apoyó las manos en su espalda. Parecía como si estuviera atado con cuerdas para evitar que estallara. El lado adolescente de él estaba muriendo. Se estaba viendo despedazado pieza a pieza, privado de las cosas que amaba, las cosas que lo sostenían—. Por favor, Geraden.

Hubiera debido decírselo.

Él había ido demasiado lejos para detenerse.

—El Monarca de Alend va a tomar Orison. Es imposible, tendría que ser imposible,… , pero va a hacerlo. Y es culpa mía. Estuve prometido a esa mujer. Quizá no tengamos mucho en común, pero creía conocerla mejor que eso. Primero Nyle. Ahora ella. Todo lo que quiero…

Su garganta se cerró. Terisa lo notó luchar para volver a abrirla. Luego dijo:

—Artagel tiene razón. Esto va a matar a mi padre.

Hubiera debido decírselo hacía mucho tiempo.

—Geraden, no te hagas esto a ti mismo.

Sin advertencia, él se volvió para enfrentarse a ella. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas, pero no parecía estar llorando: su aspecto era flagrantemente infeliz, casi enloquecido por el desprecio hacia sí mismo y sus errores.

—Artagel piensa que es culpa mía. —Habló suavemente…, tan suavemente que parecía inalcanzable—. Esperaba eso de Nyle. Pero Artagel piensa que es culpa mía también.

Geraden. —Terisa había rebasado el límite de lo que podía soportar. Para afirmarse, porque tenía miedo, se sujetó a la pechera de él con ambas manos—. No estás equivocado. No sé por qué…, o cómo. Pero no estás equivocado.

«¿Recuerdas el augurio? ¿Recuerdas haber visto jinetes? —Tres jinetes. Avanzando a lomos de sus monturas, directamente fuera del cristal, cabalgando duro, de tal modo que la tensión en los hombros de sus caballos era tan clara como el odio en los filos de sus alzadas espadas—. Yo los vi…, soñé con ellos antes incluso de ver el augurio. Antes incluso de conocerte a ti. Tuve un sueño que era exactamente igual a una imagen del augurio.

Escrutó su rostro, y vio sorpresa y desconcierto, con un asomo de alegría.

—Entonces, hay una razón —jadeó, maravillado—. No estaba equivocado. Tú eres el campeón.

—No sé por qué —repitió, insistió, ella. Era el único regalo que podía hacerle, el único consuelo que podía darle—. No sé cómo. Pero hay una razón. No te equivocaste.

Como respuesta, el rostro de él se fue iluminando cada vez más, como si estuviera ardiendo. Sus brazos se cerraron en torno a ella; su boca descendió hacia la de ella.

Ardientemente, ella rodeó el cuello con sus manos y le besó.

Permanecieron abrazados hasta que Saddith regresó con una bandeja llena de comida y acompañada de un hombre que llevaba agua para el baño.

Después de comer, hicieron lo que pudieron para prepararse para el inminente sitio.

A mediodía del día siguiente, el Castellano Lebbick había desplegado virtualmente todos los guardias del Rey en Orison, eligiéndolos según sus responsabilidades para la defensa y mantenimiento del castillo, y acantonándolos allá donde podía encontrarles sitio. Cuando los barracones estuvieron ya abarrotados, fueron puestos nuevamente en uso algunos de los corredores y zonas abandonados. Los cocineros se quejaron del trabajo extra. Los sirvientes y sirvientas cuyos trabajos incluían la limpieza se quejaron también vehementemente. Pese a todo, Orison engulló las tropas adicionales.

El trabajo de cerrar la brecha con un muro cortina prosiguió.

Al mismo tiempo, los exploradores cruzaron el Demesne hacia el Care de Armigite. Aunque les hubiera sorprendido encontrar tan pronto al ejército del Monarca de Alend, empezaron a moverse con cautela.

Durante la noche habían regresado los hombres que rastreaban al Príncipe Kragen. El Pretendiente de Alend había despistado a sus perseguidores de la manera más simple posible: cabalgando por los hollados caminos, donde su rastro era indistinguible del de todos los demás. Este informe hizo que el Castellano maldijera extensamente, pero no había nada que pudiera hacer para cambiar la situación.

Nada se supo de los guardias que estaban intentando descubrir de dónde habían procedido los atacantes alienígenas de Geraden.

La mayoría de los granjeros y comerciantes de las inmediaciones del castillo habían empezado a vaciar sus corrales, graneros y almacenes y trasladarlos a Orison. Mucha de la gente que aún vivía en los pueblos recordaba cómo había sido la vida antes de que el Rey Joyse tomara el poder sobre Mordant y creara la paz por la fuerza de su buena mano derecha. Animaron a la gente a su alrededor a que se pusiera en movimiento.

Las abuelas y los rebaños de cabras no se movían rápidamente…, pero se pusieron en camino.

Como resultado de todo ello, el patio hervía de actividad, y una atmósfera ajetreada permeaba los pasillos. La situación hubiera podido degenerar fácilmente en el caos y la cólera. El Castellano Lebbick, sin embargo, conocía su trabajo…, y sus hombres conocían sus órdenes. La mayor parte de la población recién llegada encontró un lugar y se instaló sin darse cuenta de lo cerca que eran supervisados. Y aquellos que se dieron cuenta probablemente no sospecharon que la principal prioridad de los guardias no era mantener el orden, sino más bien asegurarse de que los espías o la gente de Alend no se deslizara subrepticiamente dentro de Orison.

Satisfecho con los progresos de sus preparativos, el Castellano Lebbick hizo una visita al Maestro Barsonage.

El resultado de aquella visita fue menos satisfactorio. Puesto que los Maestros habían considerado adecuado interferir en los asuntos de Mordant trasladando a su campeón, el Castellano argumentó que ahora no podían pretender quedarse al margen de lo que estaba ocurriendo. En consecuencia, era responsabilidad suya ayudar en la defensa de Orison y de su Rey. Eso parecía bastante claro.

Pero el Maestro Barsonage replicó con la más traicionera información de que la Cofradía había sido disuelta. Paralizados por los mismos ideales que los habían unido, los Maestros no podían ponerse de acuerdo en nada. No tenían propósitos creíbles. El Castellano Lebbick era libre de acudir individualmente a los Imageros que considerara adecuados —al contrario que el Maestro Eremis, la mayoría se habían quedado en Orison—, pero no podía esperar una decisión o acción concertada. El abandono de la Cofradía por parte del Rey Joyse había llegado finalmente a su conclusión lógica.

Echando humo, el Castellano Lebbick se marchó.

Por su parte, el Tor habló con el Rey Joyse. O, más exactamente, habló al Rey Joyse. Suplicó y exigió; murmuró y gritó. Adoptó una actitud lúgubre, e intentó sinceramente adoptar una actitud noble. Desgraciadamente, no recibió nada a cambio de sus esfuerzos excepto una sonrisa más bien tensa y la ausente afirmación de que el Rey estaba seguro de que su viejo amigo el Tor haría lo que él, el Tor, creyera lo mejor. El Rey Joyse estaba demasiado ocupado intentando resolver el último rompecabezas de brinco que el Adepto Havelock le había planteado para ser distraído por el simple hecho de que el ejército de Alend fuera a poner sitio al castillo. Sin embargo, se mostró irracionalmente furioso cuando el Tor se arriesgó a mencionar a dama Elega. Finalmente, el Tor renunció y se retiró al solaz de su frasco de canciller.

En cuanto a Elega, dos pelotones de guardias habían registrado lo que llamaban cuarenta kilómetros de pasadizos secretos de Orison sin encontrarla. El Castellano los devolvió al principio para que empezaran de nuevo.

Paseando arriba y abajo por la alfombra con el dibujo de plumas de pavo real del saloncito de Terisa, Geraden preguntó:

—Pero, ¿qué puede hacer ella? —Terisa había olvidado ya cuántas veces había hecho la misma pregunta, pero al menos Geraden tenía la decencia de no esperar una respuesta—. Quiero decir, párate a pensar en ello. Ha prometido esencialmente que le entregará Orison al Príncipe Kragen de su propia mano. Y él lo ha creído. Pero él sabe lo que es sitiar un castillo. Y ha visto Orison. ¿Qué puede haberle dicho además para que él la crea?

Terisa suspiró y miró melancólicamente por la ventana.

Tal como había prometido, Mindlin trajo sus nuevos vestidos para una prueba preliminar. Terisa tomó algunas decisiones arbitrarias, aceptó unos cuantos ajustes; el modisto se fue.

Ella regresó a la ventana. Aunque le encantaba la luz del sol casi primaveral, que hacía que las colinas brillaran y los caminos fueran traicioneros, deseaba más nieve.

De hecho, la mayor parte de la hormigueante población de Orison deseaba más nieve. Pero la mañana siguiente no trajo nubes, sino una tendencia a temperaturas más elevadas. Al parecer, el clima estaba del lado de Alend.

El Castellano Lebbick, sin embargo, no perdió tiempo maldiciendo al clima. Tenía otras cosas que maldecir.

La llegada de gente y ganado y provisiones estaba yendo realmente muy bien. Por supuesto, la vida en el patio apenas era algo mejor que un caos ligeramente estructurado; y la gente que era alojada en las antiguamente no usadas profundidades del castillo tenía que enfrentarse a una humedad que no hizo más que empeorar cuando las paredes fueron calentadas por fuegos y cuerpos. Pero había sitio en alguna parte para todo el mundo. Y las nuevas provisiones y ganado compensaban el creciente número de gente que tenía que ser alimentada.

Las causas de la comprimida furia del Castellano Lebbick estaban en otra parte.

No había sabido nada de sus exploradores…, pero eso significaba buenas noticias, no malas. Por otra parte, tampoco había sabido nada de los hombres que seguían el rastro de los atacantes de Geraden. Como noticia, eso era incontestablemente malo. Dejaba abierta la ominosa posibilidad de que toda una horda de criaturas como aquéllas estuviera reuniéndose en alguna parte para barrer Orison en el peor momento posible.

Desgraciadamente, el Castellano tenía también otras provocaciones. Una era que el Tor se negaba a dejarlo solo. Tras su fracaso en sacar al Rey Joyse de su apatía, el viejo y gordo señor insistía ahora en saberlo todo sobre las defensas de Orison. No estaba contento con generalidades: deseaba cosas específicas…, los nombres de los oficiales que habían recibido determinadas órdenes; la cantidad y disposición de algunos almacenamientos de provisiones; las rutas importantes para mover hombres y armas (y agua…, ¿estaba preparado el Castellano en caso de fuego?) a través del castillo. Las interferencias del señor eran suficientes para volver salvaje al hombre más considerado.

Como otra provocación, el Rey Joyse se negó a tomar en serio el informe de Lebbick respecto al Maestro Barsonage.

—¿Disuelta? —bufó—. Tonterías. Barsonage ha perdido los nervios, eso es todo. Encuentra al Maestro Quillón. —El Rey movió una pieza de su tablero y estudió la posición resultante—. Dile que él es el nuevo mediador. Necesito a esos Imageros.

Aunque el Castellano Lebbick royó un ultraje que empezaba a saber como la desesperación, el Rey Joyse se negó a decir nada más.

Y dama Elega parecía haberse desvanecido sin dejar la menor huella. Los guardias no sólo no conseguían encontrarla, sino que tampoco conseguían hallar ningún rastro de ella…, ni pequeños almacenamientos de comida y agua; ni ropas; ni lámparas o velas; ni (los guardias eran concienzudos) palomas mensajeras. Todo lo que encontraban era al Adepto Havelock, que aparecía en los momentos más insospechados y los rociaba con tratados de sabiduría y decoro que hubieran hecho enrojecer a una pandilla de rufianes en un carnaval. El Adepto parecía estar pasando el mejor tiempo de su vida. Sin embargo, el Castellano Lebbick no se mostraba en absoluto divertido.

Tras su ira, y su concentración en su deber, y su decidida creencia de que ninguna mujer podía entregarlo a él y a Orison a los enemigos del Rey, estaba empezando a sudar.

—¿Crees —preguntó Geraden a Terisa— que puede tratarse de algo tan estúpido y obvio como sobornar a los guardias? Eso podría funcionar si nadie sospechara de ella. Al menos, es imaginable que pudiera arreglar las cosas para hacer que se abrieran las puertas en mitad de la noche.

Hoy estaba más calmado, lo cual aliviaba el sentido de responsabilidad hacia él de Terisa y la liberaba para sentirse peor ella. Quizá la obsesión de Geraden estaba empezando a empaparla, a volverla tensa e irritable sin ninguna razón en particular. O quizás había algo… Rechinó los dientes ante la idea. ¿Algo que sabía y que no podía recordar? ¿Algo que debía comprender?

Maldita sea.

Le frunció el ceño al Apr como si todo fuera culpa suya, e intentó extraer algo de sentido a lo poco que sabía.

—Dime una cosa. ¿Por qué Alend o Cadwal, o ambos, no han atacado Mordant mucho antes que eso?

—Temían al Rey Joyse. Temían lo que podía hacer con la Cofradía.

Ella asintió.

—¿Y por qué ataca ahora Margonal? ¿Por qué ya no tiene miedo?

—Porque ha oído —aquello resultaba doloroso de decir para Geraden—, de boca del Príncipe Kragen y probablemente de unas cuantas docenas de otras fuentes, que al Rey Joyse ya no le importa nada.

—No. —Terisa tenía la sensación de que estaba martilleando contra algo—. Eso no es suficiente. ¿Y qué si al Rey Joyse no le importa? ¿Por qué Margonal no sigue temiendo a la Cofradía? ¿Por qué no teme que los Maestros se defiendan por sí mismos, no importa lo que haga el Rey Joyse?

—Porque la Cofradía se ha disuelto.

—Él no lo sabe. Ella probablemente tampoco lo sepa.

Ante aquello, Geraden la miró con una nueva luz en sus ojos, como si ella se hubiera vuelto de pronto más hermosa o brillante.

—En ese caso, ella ha prometido hacer algo que impedirá que los Maestros luchen.

—Sí. —Aquello tenía sentido para ella. Por un momento se sintió recompensada, agudamente triunfante.

Pero se estaba engañando a sí misma, por supuesto. Tras examinar atentamente lo que ella había sugerido, Geraden preguntó:

—Pero, ¿qué, exactamente? ¿Qué puede hacer ella? ¿Qué poder tiene sobre la Cofradía?

Terisa no tenía la menor idea.

Esta vez, fue Geraden quien miró melancólicamente por la ventana.

—Te dije que un deshielo temprano era peligroso —murmuró, sin ninguna razón en particular.

El día siguiente fue nublado y triste, lleno de frío viento: parecía prometer un regreso del invierno. El Castellano Lebbick mantenía un ojo fijo en el cielo mientras se preocupaba por la persistente atención del Tor y por el hecho de que sus exploradores no habían regresado. Sin darse cuenta de ello, cayó en el esquema de anunciar, cuando no tenía nada más directo o amenazador que decir, que tenía intención de arrasar Armigite a la primera oportunidad que tuviera.

Desde un punto de vista superficial, Orison exigía mucho de él. El castillo estaba superpoblado…, y la superpoblación traía consigo tanto peleas como plagas de bichos. La gente estaba furiosa porque se había visto obligada a abandonar sus hogares. Algunos comerciantes estaban furiosos porque todo lo que poseían les había sido requisado; otros estaban furiosos porque casi nadie podía permitirse pagar los exorbitantes precios dictados por la escasez. Los guardias estaban furiosos porque se veían confinados, o se les exigía demasiado, o se les asignaban tareas que no les gustaban. Señores y damas estaban furiosos porque la furia estaba en el aire. Todo el mundo estaba furioso porque todo el mundo estaba furioso. Y el miedo hacía que la furia fuera más urgente, justa y justificada.

La verdad, sin embargo, era que el Castellano Lebbick tenía ahora el castillo organizado de modo que funcionara casi enteramente sin él. Sus hombres sabían qué hacer; sus oficiales sabían qué hacer. Todo el mundo estaba furioso, pero virtual-mente nadie sufría daño. En realidad, el Castellano no tenía nada que hacer excepto preocuparse y preocuparse…, y mantener los ojos fijos en el tiempo.

Aquella noche, lo que quedaba del pelotón que había seguido el rastro de los atacantes de Geraden regresó a Orison: dos curtidos veteranos con heridas que aún sangraban, y que la dura cabalgata había mantenido abiertas. El pelotón había sido emboscado por un número indeterminado de aquellas mismas criaturas. Y la emboscada se había producido no muy al sur del Broadwine…, no lejos dentro del Care de Tor.

Para conmemorar la ocasión, el Tor dio cuenta de un nuevo tonel de vino. Pero el Castellano Lebbick se concentraba en la nieve. Si volvía a nevar, los hombres que había enviado al Perdon, el Fayle e incluso al Termigan tal vez tuvieran tiempo de conseguirlo.

Por la mañana, el tiempo fue primaveral.

La luz del sol penetraba por las ventanas, derramando su dorada largueza sobre los suelos de piedra y las gruesas alfombras. Una brisa como un heraldo de flores soplaba a través del patio. Unas cuantas extensiones de suelo aparecieron libres de nieve en las colinas, y algunos de los distantes árboles parecían como si pretendieran brotar. Inesperadas bandadas de pájaros revolotearon sobre los tejados del castillo, se posaron en gran número en las tejas y canalones, y cantaron.

Poco después del mediodía, los exploradores del Castellano volvieron para informar que el ejército de Alend estaba ya en el Demesne. Excepto un desastre cataclísmico o una milagrosa retirada, Orison estaría bajo sitio no más tarde que el mediodía del día siguiente.

Los exploradores evaluaron que Margonal disponía de diez mil hombres —dos mil montados, ocho mil a pie—, y suficientes máquinas de guerra como para echar abajo el castillo piedra a piedra. Por lo que parecía, muchas de las máquinas eran de diseño Armigite. Al parecer, los tratos del Príncipe Kragen con el Armigite no habían sido tan simples como la historia que le había contado a Nyle.

Desgraciadamente, ésas no eran las únicas malas noticias.

Poco antes del atardecer, una trompeta anunció la llegada de jinetes. Cerca de un centenar de soldados avanzaban por el camino procedentes del Care de Perdon. Parecían viejos y cansados, como si llevaran viajando un indecente período de tiempo. Enarbolaban el estandarte del Perdon y llevaban la insignia del Perdon, y avanzaban lentamente. Todos ellos estaban heridos: faltaban miembros; se veían cabezas y pechos vendados; los rostros estaban desencajados. Muchos de los caballos cargaban con hombres muertos.

Cuando se dio cuenta de quiénes eran los jinetes, el que tocaba la trompeta cambió su nota por una endecha.

—Oh, no —gimió Terisa, mirando desde su ventana cómo se aproximaba la procesión—. Dijo que iba a hacer esto.

—Cadwal está avanzando —murmuró lúgubremente Geraden—. El Perdon no va a venir en nuestra ayuda. Ya está en guerra.

Luego se mordió los labios.

—Tenemos que detenerla. Si nos traiciona ahora, no nos quedará ninguna esperanza.

El Castellano Lebbick y el Tor acudieron al encuentro de los jinetes en la puerta. El Tor hizo un corto discurso. El Castellano no sabía cómo expresar su dolor o su compasión, así que guardó silencio.

A la bienvenida de Orison y las palabras del Tor, el capitán de los jinetes respondió simplemente:

—Estamos muriendo todos. El Perdon nos ordenó que viniéramos.

El atardecer de aquel día fue especialmente glorioso.

Terisa apartó su cena sin probarla. Geraden tomó un trozo de pan, hizo bolitas de miga y las fue arrojando a la chimenea. El humor en la habitación era tan sombrío como la noche al otro lado de la ventana. Ninguno de los dos había hablado desde hacía largo rato.

Finalmente, él murmuró:

—No es suficiente.

—¿Hum? —preguntó vagamente ella.

Por ninguna razón en especial, ambos habían olvidado encender las lámparas. La única iluminación procedía de la chimenea. La parpadeante luz arrojaba reflejos anaranjados y sombras al rostro del Apr; chispas de llamas prendían intermitentemente en sus ojos.

—No es suficiente —repitió—. Supongamos que Elega conoce alguna forma de neutralizar a los Maestros. Por ejemplo, supongamos, sólo por suponer, que posee algún tipo de ácido que corroe el cristal. Y que conoce una forma de deslizarse al laborium donde se guardan los espejos. Y sabe dónde guardan todos los Maestros sus espejos particulares. Supongamos que tiene tiempo de destruir todos los espejos en Orison. Eso es mucho…, pero no es suficiente.

Mientras hablaba, Terisa se dio cuenta con sorpresa de que el rostro de Geraden había cambiado. La luz del fuego parecía realzar una alteración en la línea de su mandíbula, los planos de sus mejillas, la forma de su ceño fruncido. La presión de los últimos días había desalojado de él al cachorrillo. Ya no parecía un hombre que tropezaba con sus propios pies y sonreía torcidamente a los resultados.

—Eso no derrotaría Orison —murmuró al fuego, hablando casi para sí mismo—. El Castellano Lebbick no se rendiría por una razón como ésa. Tiene que haber alguna otra respuesta.

Sí, se dijo ella. Tiene que haber alguna otra respuesta. Pero no estaba de acuerdo con él. Se sentía consciente y explícitamente furiosa. Se sentía furiosa con Artagel y el Castellano Lebbick y Nyle. Se sentía furiosa con el Rey Joyse, que sabía lo que le estaba haciendo a la gente que durante toda su vida había confiado en él. Estaba furiosa con los Maestros por su desdén, su nula voluntad en comprender. A ella siempre le había gustado la expresión como de cachorrillo de Geraden. Le había gustado su habilidad de tropezar consigo mismo sin tener la sensación de que la culpa de la destrucción de todo lo que amaba era suya.

¿Por qué somos nosotros responsables de Elega? ¿Por qué es culpa nuestra el que ella vaya a traicionar probablemente a todo el mundo?

Un momento más tarde, sin embargo, sus recuerdos le trajeron otra imagen, tan vivida como el rostro de Geraden…, una imagen de dama Myste. Sentada en aquella misma habitación, Myste le había explicado a Terisa que deseaba ir tras el campeón. Siempre he creído, había dicho, que los problemas deben ser resueltos por aquellos que los ven. Y esto es más cierto para la hija de un rey.

¡Myste!, murmuró Terisa con un silencioso dolor. ¿Qué te ha ocurrido? ¿Dónde estás?

¿Qué está haciendo Elega?

Sin pensarlo, dijo en voz alta:

—Agua.

El rostro de Geraden derivó entre manchas de luz y oscuridad hasta mirarla.

—¿Agua?

—¿De dónde obtenemos el agua?

Las cejas de Geraden se anudaron, perplejas.

—Te hablé de ello durante nuestra visita. Orison está edificado sobre un arroyo. Pero, por supuesto, el castillo ha crecido mucho. Y utilizamos mucha agua. Creo haberte mencionado que el Castellano Lebbick tiene ideas muy enérgicas acerca de la higiene. El arroyo ha sido insuficiente desde hace mucho tiempo. Así que almacenamos el agua de lluvia y la nieve fundida. Las canalizaciones que orillan todos los tejados llevan el agua hasta el depósito…, te mostré el depósito.

—Y ahora —dijo ella lentamente, mientras un intenso pulso empezaba a latir en su sien, y una mano de tensión se cerraba alrededor de su corazón—, tenemos a toda esa gente extra. Y no hemos tenido más nieve.

—Ése es uno de los peligros de un deshielo temprano. —La estaba examinando atentamente—. Hasta que empiecen las lluvias, no tendremos nada excepto el arroyo para mantenernos.

Ella inspiró profundamente, y contuvo el aliento para impedir que su cabeza diera vueltas. Cuando pudo hablar firmemente, preguntó:

—¿Qué pasaría si le ocurriera algo al depósito?

Él siguió sin comprender.

—¿Ocurrirle? ¿Qué puede ocurrirle?

—¿Está protegido?

—No. ¿Por qué debería estar protegido?

Incapaz de reprimir la excitación del miedo que la invadía, Terisa se puso en pie de un salto. Recordaba su conversación con Elega. Sujetó el brazo de Geraden con ambas manos y lo obligó a ponerse en pie.

—¿Y si ella lo envenena?

La idea le golpeó como si acabara de abrir una ventana y se hubiera encontrado con un mundo absolutamente extraño al otro lado. Sus labios modularon las palabras lo envenena mientras intentaba captarlas en toda su profundidad. Con tono estrangulado, argumentó:

—Siempre está el arroyo.

—¿Y qué significa eso? Su agua no nos ayudará. Todos estaremos envenenados. Cuando alguien se dé cuenta del peligro, todos estaremos ya envenenados. No quedará nadie para luchar. Aunque el veneno no nos matara, aunque sólo los enfermará durante unas horas…, Margonal podría tomar Orison sin apenas lucha.

—Eso es cierto. —El rostro de Geraden se crispó mientras sus pensamientos corrían velozmente—. Tenemos que advertir al Castellano Lebbick.

Geraden. —Sólo por un segundo, sintió deseos de gritarle. Era tan obtuso.

Casi de inmediato, sin embargo, su humor cambió, como si deseara echarse a reír. No estaba acostumbrada a ir por delante de él. Cuidadosamente, dijo:

—¿No crees que sería mejor si nosotros la detuviéramos?

Él la miró por unos momentos, boquiabierto. Luego dejó escapar un aullido que sonó como una carcajada. La luz del mego era tan brillante como la risa en sus ojos.

—Disculpa, mi dama. —Se aferró los costados y agitó la cabeza—. Creo que se me ha metido cera en las orejas. No estoy seguro de haberte oído bien. —Pero alegría y alivio no eran las únicas emociones que se reflejaban en su mirada. Las llamas eran cálidas y alegres…, y también eran intensas, ardían fieramente—. ¿Dijiste: No crees que sería mejor que salváramos Orison nosotros mismos? ¿Tú y yo solos?

Ella asintió.

—¿Por qué deberíamos decírselo a Lebbick? Simplemente estamos haciendo suposiciones. Puede que él no nos crea. Y, aunque nos crea, puede que estemos equivocados. Pero, si estamos en lo cierto, ésta es nuestra oportunidad de demostrar que eres inocente…, que no estás complotando secretamente la destrucción de Orison.

Ella asintió de nuevo, más debido a que le gustaba la vida en el rostro de él que porque creyera que el Castellano creería alguna demostración de su inocencia.

—¡Todo el cristal hecho astillas! —Geraden siseó las palabras entre sus dientes, sonriendo como Artagel—. Coge tu chaquetón. Va a hacer frío ahí arriba.

Terisa cogió su chaquetón.

Hacía frío ahí arriba.

El depósito había sido construido en la parte más alta del cuerpo principal de Orison…, una labor de construcción que estaba justificada por la cantidad de trabajo ahorrado por el hecho de poder distribuir agua por todo el castillo mediante la gravedad en vez de con bombas. Las torres, por supuesto, necesitaban bombas; y el agua del arroyo debía ser bombeada al depósito. Pero ésos eran trabajos relativamente simples comparados con la tarea de proporcionar agua a todo Orison.

Terisa tuvo que llenar muchos de los detalles de memoria. El lugar era oscuro: la única luz procedía de las aberturas protegidas por pantallas que dejaban pasar la nieve y la lluvia y el aire nocturno al depósito mientras mantenían fuera a los pájaros; y la brillante luna, fuera, no hacía más que arrojar una vaga luminosidad plateada sobre la superficie del agua. Pero recordó que el depósito había sido construido como una piscina, profundo y rectangular, con un pasadizo de lisa piedra en sus cuatro costados.

En torno a ese pasadizo se alzaban pesados maderos, que se entrecruzaban hacia el techo para sujetar la red de tuberías que transportaban el agua de lluvia y la nieve fundida e incluso el rocío de los tejados de Orison…, y para sostener también el andamiaje que hacía posible la limpieza y reparación de las pantallas. Debido a esos maderos, el depósito parecía una catedral. Contra el débil, húmedo y chapoteante susurro, el silencio dominante parecía lleno de maravilla. En la oscuridad, la cantidad de agua daba la impresión de ser inmensa.

Parecía absorber cualquier calor almacenado tras la caída de la noche. El depósito era lo bastante frío como para hacer que Terisa se estremeciera pese a su chaquetón.

—Necesitamos una luz —susurró, insegura.

—Ella nos verá —respondió Geraden, acercando su boca al oído de Terisa para que no pudieran ser oídos.

Terisa asintió. Había esperado no tener que volver a pasar frío otra vez en su vida.

—¿Dónde podemos ocultarnos?

Por un momento, él no se movió.

—¿Cuánto tiempo crees que tendremos que esperar?

—¿Cómo puedo saberlo? Todo esto no son más que suposiciones.

—Bien, entonces supongamos un poco más.

Ella hizo un esfuerzo por controlar sus temblores.

—De acuerdo. Sea lo que sea lo que ponga en el agua, necesitará tiempo para disolverse, o para dispersarse, o para lo que sea que haga. Pero, si lo hace demasiado pronto, la gente empezará a ponerse enferma, o a morir, demasiado pronto. El Castellano o alguien puede tener tiempo de imaginar lo que está ocurriendo. Antes de que Margonal esté preparado.

»Si yo fuera ella, aguardaría hasta que se iniciara el sitio. —No más tarde que el mediodía del día siguiente—. Puede que tengamos que pasarnos aquí toda la noche.

—No. —Geraden estaba pensando demasiado intensamente para ser educado—. Si hace eso, prácticamente todas nuestras fuerzas estarán ya de servicio. Atrapará a los granjeros y a las sirvientas y a los cocineros, pero eso lo único que conseguirá será advertir a Lebbick. Necesita golpear esta noche, de modo que el agua sea mala cuando los guardias se levanten de la cama mañana por la mañana. Mañana por la mañana a primera hora.

Aquello tenía sentido.

—¿Dónde podemos ocultarnos? —repitió ella.

Él la tomó del brazo y la hizo ponerse lentamente en movimiento.

—Hay un número enorme de caminos aquí dentro. El suelo está cubierto de tuberías. Quizá esté cubierto de pasadizos también. Pero no podemos hacer nada al respecto. Y realmente no hay ningún lugar donde ocultarse. Simplemente nos situaremos donde podamos vigilar las entradas, aquella por la que vinimos y la otra —señaló al otro lado del depósito—, y esperaremos a tener suerte.

—Eso será divertido —respondió ella, simplemente porque necesitaba decir algo—. Somos famosos por nuestra buena suerte.

Él dejó escapar una risita reprimida.

—Muy cierto.

Reprimida como era, su risa la hizo sentirse mejor.

Terisa deseaba comprobar su camino con los pies para asegurarse de no caer al agua, pero él tiró de ella hacia delante como si no tuviera miedo a nada. No la condujo hacia el agua, sin embargo. En vez de ello, la guió a un lugar donde un par de tableros se unían en el suelo. Estaban situados aproximadamente a medio camino entre las entradas del depósito, y el hueco entre ellos era justo lo bastante ancho como para dos personas. En aquella oscuridad, ella y Geraden serían efectiva-mente invisibles en tanto permanecieran cerca de los tablones.

Lado a lado en el agujero, estaban un poco apretados a la altura de los hombros y las caderas. Inicialmente, ella intentó apartarse de él, a fin de que él no notara sus temblores. Pero retendría más su calor si permanecían juntos. Retendría más su calor aún si él la rodeaba con su brazo. Al cabo de un momento, descubrió que no le importaba dejar que él supiera el frío que sentía.

Volviendo la cabeza, él susurró su nombre junto a su pelo y le dio un ligero abrazo de compañerismo. Casi inmediatamente, la presión que la hacía estremecer pareció disminuir.

Pronto empezó a cansarse de tensar sus ojos hacia la profunda oscuridad del depósito, de intentar ver la diferencia entre el ligero chapoteo del agua y el posible sonido de pasos. Apretándose más hacia Geraden para encajarse mejor contra su costado, susurró:

—¿Qué haremos cuando aparezca?

—Detenerla.

Ella le dio un ligero codazo en las costillas a través del chaquetón.

—Eso ya lo sé, idiota. ¿Cómo vamos a detenerla?

—No tan fuerte —advirtió él—. El agua transmite los sonidos.

Ella deseó poder ver su rostro. Sonaba tenso y lejano, atrapado en su responsabilidad por lo que le ocurría a Orison. Detener a Elega era como detener a Nyle para él: ella era la hija de su Rey, una amiga de su infancia y su antigua prometida. Precisamente porque la situación era tan dolorosa para él, no podía permitirse fracasar.

Casi pese a sí misma, Terisa comprendió su devoción al Rey Joyse y a Mordant.

—Traerá alguna luz —siguió él suavemente—. No espera ser atrapada. Y necesita ver lo que está haciendo. —Como su atención, su voz parecía apuntar a la oscuridad—. Cuando veamos su luz, intentaremos deslizamos hasta ella.

Terisa asintió, pero su mente estaba en otra parte. Su cabeza descansaba contra el hombro de él; el chaquetón de Geraden calentaba su mejilla. ¿Era realmente mejor para él permanecer leal a la gente y a las ideas que quería? ¿Era eso preferible a enfrentarse a la verdad cuando esa gente e ideas le fallaban a uno? ¿Era preferible a hacer lo que estaban haciendo Nyle y Elega…, lo que el Maestro Eremis había estado intentando hacer durante todo el tiempo? ¿Cómo planeas vivir el resto de tu vida sin lealtad o autorrespeto? Por supuesto, siempre era mejor enfrentarse a la verdad. Pero no podía sacudirse la extraña impresión de que lo que Geraden estaba intentando hacer era lo más duro.

Por esa razón, era una buena cosa que no hubiera podido devolverla a su antigua vida. Quizá la sensación de irrealidad que la había atormentado durante tanto tiempo era el resultado de vivir en el mundo equivocado: quizás ella nunca había sido realmente un ser sólido hasta que llegó aquí. O quizá su evanescencia era el resultado de luchar por las cosas equivocadas —pese a lo que podía haberle enseñado el Reverendo Thatcher—, de no comprender lo que Geraden comprendía tan bien. Incluso era posible…

A través del agua vio el parpadeo de una luz.

Geraden se envaró.

No era más grande o más brillante que la llama de una vela…, parpadeaba como la llama de una vela. Pero parpadeaba porque se movía, pasando por detrás de los tablones del lado opuesto del depósito. Cuando se detuvo, Terisa vio que era una pequeña linterna.

La mano que la sujetaba la depositó en la plana piedra al lado del borde del depósito. La luz brilló sobre unos rasgos femeninos. Parecía estar envuelta en medianoche: nada de ella era visible excepto sus manos y su rostro.

Elega.

Escrutó el depósito por unos instantes, y Terisa se encogió; pero la lámpara de la dama era demasiado débil para alcanzar hasta tan lejos. Casi inmediatamente, Elega retrocedió a la oscuridad.

Geraden dejó escapar un sibilante jadeo.

—Ahora. —Salió de entre los tablones. Con la boca junto al oído de Terisa, susurró—: Tú ve por ese lado. —Le dio un ligero empujón en la dirección indicada—. Cuando estés lo bastante cerca, distráela. Yo me acercaré por detrás.

»Ve.

Ella lo sintió más que vio desaparecer en la oscuridad.

Ve. Sí. Buena idea. Pero, ¿cómo? Un paso en falso la arrojaría al agua. Arrastrada hacia abajo por su grueso chaquetón, se ahogaría. Nunca sabría si estaba en lo cierto respecto a Elega.

Cautelosamente, se volvió y apoyó una mano en el tablón más cercano.

Los tablones estaban todos a la misma distancia del borde del depósito. Si seguía su camino a lo largo de ellos, estaría a salvo. Y tenía otra señal para orientarse: el reflejo de la lámpara en el agua. Ese brillo era pequeño, pero ayudaba a mantener su rumbo.

Esperando que el suave chapoteo del agua en el depósito cubriera el sonido de sus pasos, concentró toda su atención en los tablones y el reflejo y empezó a moverse.

Elega seguía sin verse por ninguna parte.

Geraden había desaparecido por completo.

Más rápidamente de lo que hubiera creído posible, Terisa alcanzó la esquina del depósito. Hacia este lado; otra esquina; una marcha en línea recta hasta la lámpara. Estaba helada, pero no tenía tiempo para eso. No era consciente de estar temblando.

Elega regresó a la luz.

Instintivamente, Terisa se inmovilizó.

La dama llevaba con ella un saco de aproximadamente el tamaño de un bolso grande. Lo sujetaba con ambas manos, como si fuera pesado. En contraste, sin embargo, su caminar y su postura no traicionaban mucho esfuerzo. Al parecer, temía que el material del saco pudiera rasgarse, derramando su contenido. Su cuidado fue obvio cuando depositó el saco junto a la lámpara.

Voy a llegar demasiado tarde. Con un esfuerzo de voluntad, Terisa se obligó a ponerse de nuevo en movimiento.

Pero no era demasiado tarde. En vez de abrir el saco, Elega retrocedió de nuevo a la oscuridad.

Hacia este lado; otra esquina. ¿Cuánto tiempo estaría Elega lejos de la lámpara? ¿Hasta dónde alcanzaba la luz?

¿Dónde estaba Geraden?

La lámpara hacía que todo lo que había más allá fuera vacío, impenetrable.

Se daba cuenta de que respiraba más intensamente que el sonido del agua; el esfuerzo de retener la respiración le hizo sentir deseos de jadear. Ahora no necesitaba guiarse por los maderos: la lámpara le mostraba el borde del depósito. Pero tenía que ir con cuidado, con cuidado. Ningún sonido de sus botas sobre la piedra; ninguno de su corazón; ninguno del tenso miedo que constreñía su pecho.

¿Cuánto tiempo estaría fuera Elega?

No lo suficiente. Cuando Terisa estaba aún demasiado lejos, la dama volvió a entrar en el círculo de luz.

Llevaba un segundo saco. Era exactamente igual al primero. Lo sujetaba con ambas manos.

Terisa deseó inmovilizarse de nuevo.

En vez de ello, echó a correr.

Ante el ruido de las botas de Terisa, Elega se volvió en redondo. La capucha de una capa cayó hacia atrás de su cabeza, y sus ojos parecieron recoger toda la luz, brillando como gemas violetas. Su rostro era afilado e intenso.

—¡Terisa, alto!

Terisa se detuvo en seco.

—¡No te acerques más! —advirtió la dama—. No puedes impedirme que arroje mi saco al agua. Ésa no es la mejor manera de distribuir ese polvo…, pero será suficiente. —A la luz de la lámpara, con un brillo tan extremo en sus ojos, su belleza era sorprendente. Parecía tan segura de sí misma como una reina—. Y un saco será suficiente, aunque he traído dos para mayor seguridad. No interfieras conmigo.

—Elega… —Terisa tuvo que jadear fuerte para aclarar su garganta, despejar su pecho—. No hagas esto. Es una locura. Tú…

—¿Quién está contigo? —preguntó Elega.

—Vas a matar a miles de personas. Algunas de ellas son amigos tuyos. Muchas de ellas te conocen y te respetan.

¡Terisa! ¿Quién está contigo? ¡Respóndeme!

Vas a matar a tu padre.

Deliberadamente, Elega ajustó su presa sobre el saco y empezó a hacerlo oscilar hacia el agua. El saco parecía estar hecho de algún tipo de piel anormalmente suave.

Geraden no había aparecido. No había nada más allá de la lámpara excepto la noche ligeramente plateada del depósito.

—¡Estoy sola! —exclamó Terisa con urgencia.

La dama retuvo la oscilación de sus brazos.

—No hay nadie conmigo. He venido sola.

Los ojos de Elega ardían.

—¿Cómo puedo creerlo?

Incapaz de hacer ninguna otra cosa, Terisa respondió amargamente:

—Nadie confía en mí. ¿Quién me creería si les dijera que tú ibas a hacer esto?

—Geraden confía en ti. Juntos persuadisteis al Tor de que sospechara de mí.

—Lo sé —respondió Terisa, desesperada—. Pero tú le hiciste desechar la idea. —¿Dónde estaba Geraden?—. Y Geraden no puede creer que tú seas capaz de hacer algo así. Eres la hija del Rey.

Por un momento, Elega estudió a Terisa. Lentamente, enderezó su espalda; miró regiamente a Terisa. Sin embargo, no dejó su saco.

—Si nadie más creería eso, ¿cómo lo has creído tú? ¿Cómo has venido hasta aquí?

Terisa resistió el escrutinio de la dama lo mejor que pudo y luchó por retener su pánico.

—Lo sospeché. Recuérdalo: tú y yo hablamos acerca de las reservas de agua. Creo que fui yo quien lo sugirió. —Su autocontrol se estaba haciendo pedazos. Dentro de otro momento iba a ponerse a balbucear—. Elega, ¿por qué? Éste es tu hogar. Eres la hija del Rey. Vas a matar…

—Voy a matar —cortó impacientemente Elega— a unos cuantos de los habitantes más viejos y enfermos de Orison. Eso es lamentable. Quizá mi padre sea uno de ellos. —Hizo una mueca—. También eso es lamentable. Pero nadie más que beba esta agua contaminada morirá. Simplemente se pondrán demasiado enfermos para poder luchar.

»Orison caerá con pocas pérdidas de vidas. —Su voz se elevó—. A un pequeño coste para el reino, mi padre será depuesto y un nuevo poder ocupará su lugar. Entonces Mordant será defendido —tuvo que gritarlo a fin de retener un estallido de pasión—, ¡defendido contra Cadwal y la Imagería, y los sueños con los que el Rey Joyse educó a sus hijas serán restaurados! —Su grito fue fuerte…, pero resonó como un lamento en el intenso silencio del depósito—. Para conseguir esto, estoy dispuesta a causar unas cuantas muertes.

Hubiera podido continuar: la fuerza de lo que sentía podía impulsarla a decir más. Pero no tuvo oportunidad. Toda la iluminación tras ella se condensó en un momento, transformándose en Geraden, surgido de pronto de la oscuridad; cargó alocadamente.

De hecho, cargó tan alocadamente que uno de sus pies quedó atrapado en el extremo de uno de los tablones.

El sonido alertó a Elega. Rápida como un pájaro, saltó a un lado mientras él se estrellaba de bruces contra las piedras en el lugar donde unos momentos antes había estado ella de pie.

—¡Geraden!

El impacto pareció aturdirle: como si se hubiera hecho daño. Aunque saltó casi al instante sobre sus manos y rodillas, en una pose agachada, preparado para saltar, su equilibrio oscilaba como si la plana piedra bajo él se estuviera moviendo, y su cabeza se tambaleaba sobre su cuello.

Sin embargo, estaba entre Elega y el agua.

Terisa se apresuró a situarse a su lado. Deseaba ayudarle a levantarse, descubrir hasta qué punto se había herido. Pero no podía apartar sus ojos de la dama.

Las dos mujeres se estudiaron mutuamente a través de un espacio de no más de tres metros. El rostro de Elega era oscuro en torno al ardor violeta de sus ojos; aferraba su saco con ambas manos. Pese al miedo que resonaba en su cabeza, Terisa se preparó para bloquear la aproximación de Elega al agua.

Las comisuras de la boca de la dama se curvaron en una sonrisa. Con un tono formal, como si deseara que el depósito la oyera, dijo:

—Mi dama Terisa, lamento no haber podido persuadirte de que te unieras a mí. Te creí cuando dijiste que estabas sola. Evidentemente, eres una mejor jugadora en este juego de lo que había supuesto.

Nada en ella daba la impresión de que estaba atrapada o vencida.

¡Geraden, ponte en pie!

Bruscamente, el Apr se levantó, se tambaleó ligeramente hacia un lado, luego se recobró. Su mirada parecía extrañamente desenfocada, como si sus ojos apuntaran en direcciones ligeramente distintas. Respiraba pesadamente cuando se inclinó para apoyar sus manos en sus rodillas a fin de sostener el peso de su dolorida cabeza.

—Escucha, Elega —jadeó—, ¿sabes que atrapamos a Nyle? El Castellano Lebbick lo tiene. No espero que te preocupe lo que le ocurra a nadie tan menor como un hijo del Domne, pero sí deberías preocuparte por el hecho de que él no llegó al Perdon.

»Hiciste un bonito discurso acerca de defender el reino y restaurar los sueños. Pero no puedes seguir fingiendo eso. No haces esto por Mordant. Lo haces por Alend.

Los ojos de la dama llamearon.

—O lo estás haciendo por el Príncipe Kragen, que viene a ser lo mismo. Cuando hayas acabado con tus planes, todos seremos gobernados por el Monarca de Alend. Entonces no serás tú quien decida lo que les ocurrirá a tus sueños. Ni siquiera será tu Príncipe personal. Será Margonal. Una vez Orison caiga, no serás nada excepto la hija mayor del peor enemigo del Monarca de Alend.

»Desiste antes de que resultes herida.

Como si algo le doliera en algún lugar muy profundo, Elega bajó los ojos.

—Quizá tengas razón —murmuró—. Me habéis atrapado. Fui una estúpida creyendo la palabra de alguien de Alend. —Alzó el saco que sostenía.

Terisa gritó una advertencia —demasiado tarde, como de costumbre—, mientras la dama lanzaba el saco por encima de la cabeza de Geraden.

Trazó un arco hacia la oscura agua, en el borde del círculo de luz.

Geraden saltó hacia él.

Lo mismo hizo Terisa.

Antes de que chocaran el uno contra el otro, sus tendidos dedos aferraron la suave piel y la desviaron.

Cayeron enredados al suelo. Los brazos y las piernas de Geraden la rodeaban: no pudo desembarazarse de ellas.

Tras un instante interminable, Terisa se halló en el suelo mientras él luchaba por volver a ponerse en pie. Sus ojos estaban clavados en la lisa piedra y el saco. Éste había aterrizado justo en el borde del depósito…, tan cerca que hubiera podido apoyar una mano sobre él.

Pero al golpear contra el suelo se había reventado. Un extraño polvo verde estaba derramándose ya en el agua. Mientras Terisa lo contemplaba, el saco se vació.

Entonces la luz se apagó.

Un fuerte chapoteo lanzó un silbante aplauso por todo el depósito cuando el otro saco se hundió en el agua.

En la oscuridad, Elega dijo:

—El Príncipe Kragen es mucho más hombre que tú, Geraden pies torpes. Él no será falso conmigo.

Pequeñas olitas siguieron lanzando sus ecos contra los lados del depósito después de que la hija del Rey se hubiera ido.