22
Cuestiones acerca de ser sitiados
Finalmente, Terisa y Geraden fueron hallados por un pelotón de guardias del Castellano Lebbick.
Por aquel entonces, tanto Nyle como el atacante estaban conscientes. Nyle no se mostró particularmente alegre al descubrir que había sido atado con su propia cuerda; pero, después de unos minutos de amargas maldiciones —que no hicieron nada por calentar la lúgubre frialdad de la expresión de Geraden—, guardó silencio.
El atacante bufaba periódicamente y retorcía sus extraños rasgos. Sin embargo, no malgastó sus fuerzas en fútiles esfuerzos por librarse de sus ligaduras.
Los guardias trajeron la yegua de Geraden y el capón de Terisa junto con el suficiente de su áspero coñac como para eliminar lo peor del frío de sus órganos vitales…, y suficientes preguntas como para hacer a Terisa ansiar echarse a dormir. Afortunadamente, Geraden se hizo cargo de las cosas antes de que nadie —incluido el propio Apr— se diera cuenta de que lo estaba haciendo; estableció con rapidez que las preguntas de los guardias eran menos importantes que la necesidad de ir tras las huellas de Argus en persecución del Príncipe Kragen.
Todo lo que Terisa deseaba era escapar de aquel frío y tenderse en algún lugar cálido, donde le fuera posible olvidar la forma en que la mancha plana en el moteado pelaje rojo había empezado a escupir sangre…, o la forma en que Geraden había derribado a Nyle de un golpe. Ir tras de Argus y el Príncipe lo único que haría sería prolongar su desgracia.
Pero al menos nadie tenía tiempo para insistir en hacer preguntas.
Aunque había prometido que nunca volvería a montar un caballo, pronto se halló de nuevo sobre el capón. Ignorando las riendas, se aferró al pomo de la silla y dejó que el animal la guiara.
Una vez Nyle y el atacante de Geraden fueron asegurados sobre sus propias monturas, y los guardias estuvieron montados de nuevo, su caballo llevó a Terisa, con los demás, de vuelta por el camino que habían seguido.
Ansioso por ir más rápido, Geraden se puso a la cabeza.
—Tranquilo —le aconsejó uno de los guardias—. Al menos hay una docena de hombres tras ese rastro. Lo atraparán. No ocurrirá más pronto sólo porque tú te apresures.
Terisa captó la mirada que Geraden lanzó al guardia. Era salvaje y mareada; y comprendió, casi automáticamente, por qué deseaba ir más aprisa. No deseaba ayudar a capturar al Príncipe Kragen. Deseaba alejarse de lo que le había hecho a su hermano.
Instintivamente, Terisa enderezó su espalda e intentó mejorar su equilibrio, como si aquello pudiera permitir al capón y a todos los demás caballos ir más aprisa.
Los guardias giraron hacia el este y no cruzaron el arroyo hasta que un repliegue en la pared sur les proporcionó acceso a aquellas colinas. Su ruta de vuelta a la garganta sur fue serpenteante, pero más rápido que a pie…, y mucho más rápido que perderse, como le hubiera ocurrido a Terisa si hubiera intentado hallar por sí misma el camino. De todos modos, tomó el tiempo suficiente como para que volviera a sentirse aterida. Permanecía ciega a sí misma, y al paso de los oscuros troncos de los árboles a ambos lados, y al tenso humor de los jinetes a su alrededor cuando alcanzaron la unión de los dos cursos de agua, allá donde Ribuld había cabalgado hacia el sur para llegar a Orison y Argus había ido hacia el oeste tras el Príncipe Kragen…, lo suficientemente ciega como para sorprenderse por el hecho de que el valle estaba lleno de guardias.
Aunque iban montados, no parecían hacer nada excepto esperar.
Todos sus ojos estaban clavados en Geraden y en ella. Ninguno habló.
Ribuld permanecía sentado erguido sobre su caballo, con la cabeza muy alta, blandiendo su cicatriz como si estuviera a punto de lanzar un grito.
Involuntariamente, Geraden detuvo su yegua. Los hombres que iban con él se detuvieron también. El capón de Terisa chocó contra las ancas de la yegua y se detuvo también.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué no están…? —la voz de Geraden se cortó.
Junto a Ribuld había un caballo sin jinete. Pero no sin carga: el hombre en su lomo estaba tendido de través, boca abajo; sus muñecas y tobillos habían sido atados a fin de que no pudiera caer. Su espalda estaba empapada. Parpadeando estúpidamente, Terisa reconoció el garañón de Argus antes de reconocer al propio Argus.
—Lo siento —dijo con voz ronca un guardia con la banda púrpura de capitán anudada a su bíceps—. Sé que era amigo tuyo.
—¿Qué…? —intentó decir de nuevo Geraden, pero no pudo conseguir que las palabras brotaran de su garganta—. ¿Qué…?
El capitán era un hombre recio, de mediana edad, con un rostro que sugería más decencia que imaginación.
—Lo encontramos a algo más de un kilómetro garganta abajo. Supongo que no fue lo bastante cauteloso. Ni siquiera hubo lucha. Estaba simplemente allí en el suelo, con un agujero en la espalda. Probablemente hecho por una flecha.
El capitán escupió una maldición a la nieve, luego prosiguió:
—Después de eso, el rastro se vuelve confuso. Cuando ese carnicero de Alend descubrió que estaba siendo seguido, supo lo que tenía que hacer. Él y sus hombres fueron buenos en ello, eso tengo que admitírselo. He tenido trabajando a mis mejores rastreadores, pero creo que es inútil. Cuando conseguimos localizar finalmente su rastro, había llegado a un camino o un río y desaparecido.
Geraden no estaba escuchando. Miraba fijamente el cuerpo que colgaba del garañón. Terisa pudo ver cómo los contornos de su rostro parecían envejecer.
—Argus —dijo con voz espesa—. Yo te maté.
—Muy bien —le gruñó Nyle—. Maravilloso. Ahora tienes todo lo peor de ambos lados. Sin el Príncipe Kragen, no puedes detener el ejército de Margonal. Pero insististe en detenerme a mí. De esta forma, el Monarca de Alend no tendrá otra elección. Una vez entre en Orison, deberá mantenerlo para sí mismo.
Geraden se estremeció; pero no respondió a su hermano. Clavó los talones en su montura para que avanzara, y se detuvo delante de Ribuld.
—Lo siento —dijo—. Es culpa mía. Hubiera debido enviarte con él.
Ribuld bajó la cabeza. Por un momento, Terisa temió que fuera a golpear a Geraden; parecía lo bastante alterado como para ello. Sin pensarlo, Terisa espoleó su montura para que se acercara más a la de Geraden.
—Nyle tiene razón —siguió Geraden—. Hubiera debido dejarle marchar. Hubiéramos debido concentrarnos en atrapar al Príncipe.
Ribuld crispó los puños.
—¿Parezco el tipo de hombre que recibe órdenes de un cachorrillo sin experiencia? —gruñó—. Creí que él era lo bastante listo como para vigilar su espalda.
Geraden inclinó la cabeza y no dijo nada.
Los únicos sonidos en el valle eran el patear de los caballos, el resonar de los correajes. Luego, uno de los guardias señaló hacia la criatura atada y preguntó con desánimo:
—¿Qué clase de cosa es eso?
El Apr se volvió. Terisa apenas pudo reconocerle: parecía más peligroso de lo que Artagel había sido nunca.
—Intento descubrirlo.
—Vámonos de aquí —ordenó el capitán—. El Castellano va a ponerse bueno cuando sepa esto. Cuanto más le hagamos esperar, peor va a ponerse. A formar.
Empleó unos momentos en disponer más apoyo para los rastreadores, asignando hombres como mensajeros. Los guardias se dispusieron en formación al lado del agua. Terisa se halló al lado de Geraden entre dos hileras de jinetes que, entre otras cosas, deseaban claramente saber qué estaba haciendo ella allí.
Miró a Nyle, detrás de ella; su rostro estaba cerrado sobre sí mismo. Cualquier parecido entre él y su hermano que la hubiera sorprendido antes había desaparecido con el golpe de Geraden.
Su atacante tenía ojos en lugares equivocados, rodeados por largos bigotes como de gato; tenía hocico y colmillos. Pero ella no se dio cuenta de todas esas cosas. En vez de ello, vio sangre brotando a borbotones de un pelaje rojo moteado, sangre y muerte derramándose sobre la blanca nieve.
Apenas se daba cuenta de cómo le dolían las piernas y las posaderas cuando el capón emprendió un trote corto, siguiendo al resto de los caballos.
La vuelta a Orison fue fría y taciturna; muy bien hubiera podido ser interminable. Terisa perdió todo rastro de sí misma, y no se recuperó hasta que se dio cuenta de que las huestes de jinetes de pelaje rojo que se lanzaban contra ella blandiendo cimitarras cada vez que volvía la cabeza eran sólo una alucinación, el producto de demasiada luz grisácea del sol reflejándose engañosamente en demasiada nieve. Orison no estaba tan lejos como su condición física parecía indicar. Finalmente, los jinetes entraron en el patio del castillo y se detuvieron.
Bajó deslizándose del lomo de su montura, plantó los pies en el pisoteado lodo y se mantuvo erguida, temblando.
Los guardias desmontaron. Por un momento se vio rodeada de confusión: hombres moviéndose aquí y allá, murmurando entre sí. Por razones propias, más hombres salieron de Orison, apresurándose en grupos. Todo el patio parecía lleno de guardias que corrían en una u otra dirección. Campesinos y comerciantes empujaban sus carros. No supo qué hacer con su caballo. El calor ya estaba cerca: estaba en algún lugar al otro lado de las altas paredes que parecían dominarla a todo su alrededor. No conseguía imaginar cómo llegar hasta él.
Luego el capitán ladró una orden. Su pelotón se alineó en medio del desconcierto, luego se puso firmes.
El Castellano Lebbick avanzó a largas zancadas hacia ellos.
Desdeñando las ropas de invierno, llevaba solamente su característica cota de malla y cuero, con su faja púrpura atada diagonalmente sobre su pecho y su banda púrpura encima de sus cejas. El frío formaba una ligera nubecilla de vapor que brotaba de su piel, pero no parecía darse cuenta de ella. Aunque era más bajo que Terisa, la dominó, a ella y a los hombres e incluso a los caballos, como si fuera mucho más alto. La ira brillaba en sus ojos.
Devolvió bruscamente el saludo del capitán, pero no habló. En vez de ello, examinó a los hombres que tenía delante. Cuando divisó a Ribuld con el cuerpo de Argus, se dirigió bruscamente en aquella dirección.
Geraden apoyó una mano en el brazo de Terisa como para sujetarla o confortarla. Pero su expresión era demasiado dura para ser convincente.
Silenciosamente rígidos, los guardias aguardaron mientras el Castellano Lebbick pasaba entre ellos hasta situarse al lado de Argus. Brutalmente, agarro un puñado de cabellos de Argus y alzó la cabeza del hombre muerto como para comprobar su rostro, verificar su identidad. La mirada que lanzó el Castellano a Ribuld fue suficiente para hacer que el veterano volviera la cabeza.
Lebbick clavó unos ardientes ojos en la sellada beligerancia de Nyle. Luego estudió a) inhumano atacante. Por un momento, ambos se midieron mutuamente a través del abismo de su antagonismo y diferencia. Sin volver la cabeza, preguntó inesperadamente:
—¿Éste es su caballo?
—Sí —respondió Geraden, con los dientes apretados—. Eran tres. Uno fue muerto. Terisa y yo hubiéramos muerto también, pero Nyle mató al otro.
El Castellano, sin embargo, no estaba interesado en cuántas criaturas de pelaje rojo habían resultado muertas.
—¿Este caballo? —insistió—. ¿Estos arreos?
—Sí.
El Castellano Lebbick avanzó hacia Geraden. Con voz suave, apenas más alta que un susurro, que sin embargo sonó como si pudiera ser oída desde las más altas almenas, dijo:
—No me gusta perder hombres. ¿Me comprendes, muchacho? No me gusta.
Geraden no intentó responder. De todos modos, el Castellano se dio la vuelta sin aguardar ninguna respuesta. Dirigiéndose al capitán, restalló:
—Lleva a Nyle y a ese monstruo de la Imagería a las mazmorras. Geraden, te veré, a ti y —hizo sonar el nombre con un tono despectivo— a dama Terisa de Morgan, en la sala de guardia sur.
Arrastrando pequeñas nubecillas de vapor de sus hombros, se alejó a grandes zancadas.
—Las mazmorras —gruñó Geraden para sí mismo. Se llevó las manos al rostro—. Oh, Nyle. ¿Qué te estoy haciendo?
Nyle alzó secamente la voz.
—No te preocupes por ello, hermanito. Esto no es en nada diferente de lo que has estado haciendo durante el resto de tu vida. Y probablemente Lebbick no ha tenido a nadie a quien torturar desde hace mucho tiempo. Para él, será más una diversión que un trabajo.
Los hombros de Geraden se tensaron. Terisa miró aterida a Nyle. Pero fue Ribuld quien habló.
—Te aconsejo que mantengas la boca cerrada. —Intentó sonar casual pese a la forma en que le temblaba la voz—. A nadie le importa lo que te ocurra. Si no fueras un hijo del Domne, y si tus hermanos no fueran hombres mucho mejores que tú, te hubiéramos dejado que siguieras tu camino y te convirtieras en un puñadito de mierda delante del Perdon. Y tú hablas de diversión.
—Ribuld —advirtió el capitán—, ya basta.
Pero Ribuld no podía detenerse.
—Estoy seguro que el Perdon hubiera encontrado divertido que le ofrecieran el reino de Mordant —estaba ventilando un maligno dolor— si hubiéramos capturado a ese Príncipe fornicador, y todo el ejército de Alend se hubiera hallado impotente contra nosotros. Geraden te hizo un favor.
Nyle evitó la mirada del guardia.
—Argus te hizo un favor, podrido…
—¡Ribuld! —La voz del capitán era cortante como un látigo—. He dicho que ya basta.
Ribuld hizo rodar el blanco de sus ojos, con la expresión de un predador herido. Su cicatriz llameaba como sangre. Sin embargo, la orden del capitán lo retuvo. Se volvió de espaldas a Nyle y empezó a desatar las muñecas de Argus.
—No tiene familia. Alguien ha de enterrarlo.
Alzó el cuerpo entre sus brazos y se alejó con su amigo, fuera del patio.
Terisa temió que si no entraba pronto iba a echarse a llorar.
Hoscamente, el capitán empezó a dar instrucciones a sus hombres. Nyle y el atacante de Geraden fueron escoltados con cierta urgencia en dirección a las mazmorras. Los demás guardias se hicieron cargo de los caballos, mientras el capitán en persona guiaba a Geraden y Terisa hacia el puesto de guardia sur.
Terisa tenía el convencimiento de que ya no le quedaba ninguna sensación. Lo que estaba ocurriendo no tenía sentido, y temía al Castellano. ¿Cómo había conseguido sobrevivir con tanto frío? Probablemente era una mentira que hubiera algo de calor en Orison. Temía al Castellano Lebbick debido a su constante furia. ¿O era porque ella le había mentido?
¿Cuándo le había mentido? ¿Cuántas veces? Había matado a uno de los atacantes de Geraden, y todas esas falsedades iban a destruirla.
Pese a las mentiras y al frío, sin embargo, una puerta se abrió y se cerró, y repentinamente algo benditamente cálido rozó su rostro. Estaba dentro del castillo; todavía sentía frío; helada hasta casi la médula, arrastraba su miseria con ella como un capullo de hielo; pero el aire era cálido, cálido. Podía respirarlo. Podía extender los dedos hacia él. Intentó despejar su garganta, y de ella brotó un sonido como un sollozo apagado.
—Espera. —Geraden la detuvo y desabrochó la parte delantera de su chaquetón para dejar que la alcanzara más calor—. No estás acostumbrada a esto. —Tomó sus manos y las palmeó con las suyas, firmemente pero no con demasiada dureza, luego frotó sus muñecas—. Lo siento. No me había dado cuenta de que tuvieras tanto frío.
Ella empezó a temblar de nuevo.
Él la rodeó con su brazo y la ayudó a dirigirse hacia la sala de guardia.
Resultó ser una estancia de techo bajo con un desnudo suelo de piedra y todas sus paredes sin adornar excepto una, que sostenía una amplia pizarra. La mayor parte del espacio estaba ocupado por hileras de bancos de madera situados frente a la pizarra: al parecer, allí era donde el Castellano Lebbick explicaba sus órdenes a sus capitanes y hombres. El calor era más intenso allí; la hizo temblar aún más.
El Castellano llegó un momento después de que ella entrara en la sala de guardia. Cerró la puerta a sus espaldas, y se enfrentó a ella y Geraden. Por alguna razón, ella observó que sus manos estaban como retorcidas. Al principio pensó que era porque estaba furioso. Luego se dio cuenta de que había pasado tanta parte de su vida con una pesada espada en su mano que ya no podía extender completamente los dedos.
La estaba examinando atentamente, y algo extraño le ocurrió a su rostro. Su expresión se suavizó; su constante rabia latente pareció abandonar sus rasgos.
Tan bruscamente como había entrado en la sala de guardia, la abandonó.
Desconcertados, Terisa y Geraden se volvieron hacia el capitán. Éste se encogió de hombros e intentó evitar que se reflejara su propia sorpresa.
Aguardaron. Geraden miró furiosamente al techo. Terisa se estremeció.
Cuando el Castellano Lebbick volvió, iba seguido por una doncella con una bandeja. Había tres vasos de latón en la bandeja. Fuera lo que fuese lo que había en ellos, dejaba escapar un dulce y denso vapor.
—Vino caliente con especias y azúcar —anunció, sin mirar a nadie. Su actitud sugería que estaba avergonzado de sí mismo—. Parece que lo necesitáis.
La doncella entregó los vasos a Terisa, Geraden y el capitán, luego se retiró.
Tensándose para ocultar su sorpresa, el capitán vació su vaso con poco ceremoniosa rapidez. Luego se lo quedó mirando como si deseara tener más vino en el vaso para ocupar su atención hasta que alguien hablara.
Geraden contempló suspicazmente su bebida, como preguntándose si no estaría drogada.
Terisa no pudo aguardar a que se decidiera. Rodeando con sus manos el caliente metal, dio un sorbo al oscuro líquido como si estuviera probando néctar.
Vino caliente con especias y azúcar. Bebió un poco más. Nunca antes lo había probado. De hecho, nunca antes había bebido vino caliente. Era estupendo. Dio un largo sorbo. Penetró en ella, tan delicadamente como áspero había sido el coñac de los guardias; y aferró sus temblores en un apretado nudo, y luego los soltó, de modo que toda la tensión pareció alejarse bruscamente de sus músculos. Se sentía caliente de nuevo, en lugares donde había perdido ya toda esperanza. Vino caliente con especias y azúcar. El vaso no contenía mucho, pero lo apuró hasta la última gota.
Con una repentina resolución, Geraden dio varios sorbos seguidos, demasiado rápidamente, con el resultado de que inhaló algo del especiado líquido y se sumió en un espasmo de toses. Intentando ayudar, el capitán le palmeó discretamente entre los hombros.
—Gracias —dijo Terisa al Castellano Lebbick mientras bajaba el vaso—. Gracias.
—No me des las gracias. —La voz del Castellano sonó amarga, pero su expresión era aún suave y avergonzada—. Deberías ser más como Geraden. Él cree que os puse algo para haceros hablar.
Ella suspiró…, y se sintió aliviada al no oír ningún temblor en su suspiro.
—Está bien. No lo trajiste para él. Lo trajiste para mí. Mi agradecimiento.
Con el ceño fruncido, el Castellano Lebbick se volvió hacia el capitán.
—¿Tu informe?
De vuelta a un terreno familiar, el capitán recuperó su pose. Sin perder tiempo, comunicó todo lo que sabía, describió lo que había hecho, y señaló —más bien innecesariamente— que no tenía la menor idea de lo que les había ocurrido a Geraden y dama Terisa después de que Ribuld los dejara.
El Castellano absorbió los detalles, asintió una sola vez.
—De acuerdo. Reúne un pelotón. Envíalo de vuelta al lugar donde tus hombres encontraron a Geraden y a ella. Quiero que rastreen a esas tres criaturas. Tanto como sea posible. Quiero saber de dónde salieron. Quiero saber cómo esas criaturas de la Imagería iban montadas en caballos y sillas como las que montaban.
»Mientras te ocupas de ello, envía provisiones y relevos para tus rastreadores. El Príncipe Kragen no va a cometer ningún error…, pero, si comete alguno, quiero que pague por él.
»Y —concluyó—, búscame un halconero. Quiero saber más acerca de esas —bufó las palabras, mirando a Terisa— palomas mensajeras.
El capitán saludó. Con un inconfundible aire de alivio, abandonó la sala de guardia.
Durante largo tiempo, el Castellano Lebbick no dijo nada. Al principio, no miró a Terisa y Geraden: actuaba como un hombre perdido en sus pensamientos. Luego empezó a estudiarlos cuidadosamente, escrutándolos por turno mientras su cólera montaba. Parecía estar aguardando a que uno de ellos hablara primero, estallara algo que él pudiera usar. O quizá se estaba dando una oportunidad de recobrarse de su inhabitual caridad.
La expresión con la que Geraden se enfrentó al escrutinio del Castellano no fue beligerante, pero sí tensa y cautelosa, y no abrió la boca.
Terisa, por su parte, no tenía nada que decir. El odio en los extraños rostros de sus atacantes la mantenía prisionera.
Finalmente, el Castellano tomó una silla para él y se sentó, con los brazos cruzados sobre su pecho. Su actitud no invitó a Terisa y Geraden a hacer lo mismo.
—Bien —dijo. Su mirada estaba clavada en algún punto entre los dos, dispuesta a atacar en cualquier dirección—. De nuevo ocurre algo extraño, y de nuevo dama Terisa de Morgan está implicada en ello. —Articuló cada palabra con afiladas consonantes y romas vocales, a fin de que tuvieran un tangible impacto—. Esta vez, al menos un misterio queda resuelto. No sé con quién está complotando. No sé por qué. Pero finalmente sé cómo.
—¿Complotando? —se encendió Geraden instantáneamente—. ¿Terisa? ¿De qué estás hablando?
El Castellano Lebbick miró al Apr. Una luz ominosa crecía en sus ojos.
—Estoy hablando de palomas mensajeras.
—¡Pero eso es una locura! Ella no tiene palomas mensajeras. ¿Dónde las guardaría?
—Quizá primero le traen mensajes, y luego se llevan sus respuestas. Todo lo que ella tiene que hacer es abrir su ventana para maquinar traición con cualquiera, en cualquier parte del mundo.
—No —insistió Geraden—. No, eso sigue siendo una locura. Tendrían que ser entrenadas. ¿Cuándo ha tenido ella la posibilidad de hacerlo?
—No sabemos cuánto entrenamiento necesitan. —El rostro de Lebbick estaba forjado en hierro y necesidad. Parecía sordo a la imposibilidad de lo que estaba diciendo—. Pero, en realidad, eso no es importante. ¿Acaso no surgió de un espejo? ¿Un espejo que no podía tener nada que ver con ella? Es una Imagera de algún tipo. —Su tono rechazó toda contradicción—. ¿Cómo sabes las posibilidades que ha tenido? Por todo lo que conoces, puede haber pasado años aquí en secreto, preparándose para traicionar al Rey Joyse.
Terisa agitó la cabeza.
—No comprendes. —No podía tomarse la acusación de Lebbick como algo personal. Era algo demasiado alocado. Y ella estaba demasiado cansada—. Las palomas mensajeras sólo funcionan en un sentido. Las llevas lejos de casa, y vuelven a ella. Eso es todo. El Príncipe Kragen sólo puede enviar mensajes a su padre. No puede recibirlos. —Se detuvo, porque el esfuerzo de explicarle que debía concentrarse en Elega estaba más allá de ella.
—¿Lo ves? —indicó Geraden—. Es una locura. El Monarca de Alend avanza con un ejército a través de Armigite en estos momentos, y tú pierdes el tiempo con acusaciones imposibles. Vamos a ser sitiados. ¿Acaso no comprendes eso?
Sólo por un momento, los músculos del cuello del Castellano Lebbick se tensaron como cuerdas, y sus manos se apretaron fuertemente sobre su pecho. Estaba al borde de su autocontrol. Sin embargo, desvió deliberadamente sus ojos hacia Terisa, como si Geraden no hubiera dicho nada.
—Un halconero podrá decirme si estás diciendo la verdad. Si es así, tendré que suponer que tus palomas están siendo cuidadas para ti por un aliado aquí en Orison.
Geraden alzó las manos, desesperado, pero el Castellano lo ignoró.
—¿Cómo te comunicas con un aliado, cuando estás razonablemente bien vigilada por mis hombres? A través del pasadizo secreto en tu armario. Un niño podría hacerlo.
»Pero dejemos esto por el momento. Mientras tanto, mi dama, ¿por qué no me cuentas cómo sabías que Nyle iba a encontrarse con el Príncipe Kragen esta mañana?
Terisa le miró con un parpadeo, y su corazón sufrió un sobresalto.
—Para alguien tan inocente como tú, diría que es notable que consiguieras estar en el lugar preciso para espiar esa reunión. ¿Puedo dar por sentado que la gente con la que estás completando no es la de Alend? ¿O estás exponiendo a tus propios aliados para ocultar tus auténticos planes?
Agotada por la exposición al frío y atontada por el vino, Terisa fue incapaz de mantener su mirada. Quizá fuera tan culpable como él pensaba. Eso parecía posible. Comprendía el secreto de la recriminación: era merecida porque era recibida; las acusaciones instilaban la sensación de culpabilidad que las justificaba. Puesto que el Castellano la miraba tan duramente, la miraba tan acusatoriamente que lo merecía. No había defensa.
Pero Geraden estaba hablando ya por ella.
—Escúchame. —Su voz carecía de la tensa y practicada capacidad para la violencia de la del Castellano—. Voy a explicarte algunas cosas. —Sin embargo, consiguió que el Castellano desviara su atención hacia él.
»El primer día del deshielo, Terisa y yo fuimos al bazar con dama Elega. Tú lo sabes. —Y, cuanto más hablaba, más parecía empujar hacia atrás el acoso que el Castellano Lebbick había lanzado sobre ella—. Mientras estábamos allí, vimos a un charlatán. Terisa lo reconoció. Era el Príncipe Kragen.
Terisa sintió más que vio la mirada del Castellano desviarse hacia Geraden.
—Puramente por casualidad —siguió el Apr—, vimos al charlatán salir junto con Nyle —pronunció el nombre como si no le doliera— de detrás de una tienda, como si acabaran de celebrar una conversación privada. Eso fue antes de que Gart la atacara.
»Decidí que la mejor forma de descubrir qué estaba ocurriendo era hacer seguir a Nyle. Así que pedí al Tor que liberara a Argus y Ribuld de sus deberes y los pusiera tras el rastro de Nyle.
La mandíbula de Lebbick se adelantó ominosamente.
—Es así de simple. —Geraden mantuvo su terreno como si fuera el igual del Castellano en valor y determinación—. Ella no está completando con nadie. Si estuviera usando palomas mensajeras, sería increíblemente estúpido por su parte dejarnos saber que conocía algo sobre ellas.
Terisa inclinó la cabeza y permaneció inmóvil.
—Muy interesante, muchacho. —El tono de Lebbick era como el golpe de una daga—. Te dijo a ti lo que vio, y tú decidiste lo que había que hacer. Pero yo soy el Castellano de Orison. Defender al Rey de todos sus enemigos es mi trabajo. Si hay algún peligro en el Demesne o en Orison, necesito saberlo. —Era como un muelle tensado, a punto de romperse—. ¿Por qué no me lo contaste a mí?
—Porque, buen Castellano —retumbó una voz familiar—, tú eres propenso a los excesos.
Terisa alzó sorprendida la vista mientras el Tor entraba en la sala de guardia.
Parecía estar de un humor afable…, un poco inseguro sobre sus pies quizá, pero lleno de buena voluntad. Entró en la habitación exhibiendo una carnosa sonrisa que parecía no tener nada detrás excepto más grasa. Su forma de caminar sugería que había llenado cada caverna y hendidura de su masa con vino antes de aventurarse fuera de la suite del Rey.
—Mi señor Tor —dijo el Castellano Lebbick con los dientes apretados. No se levantó—. Me sorprende que te molestes en reunirte con nosotros. Hoy es un buen día para que los hombres que no tienen nada mejor que hacer se queden en la cama.
—Oh, cierto —respondió amigablemente el señor—. Muy cierto. Es una desgracia para mí el que siempre haya una voz que me trae las noticias de este montón de piedras…, que me las traiga implacablemente. Su costumbre es susurrar, pero cuanto más cerca estoy de dormirme, más fuerte susurra. Esta mañana creí que incluso el propio Rey Joyse iba a despertarse.
»Bien —prosiguió—, el rey parece poco dispuesto a tomarse algún interés en los grandes acontecimientos del día. En consecuencia, el peso recae sobre su canciller.
Se inclinó sobre el más cercano banco y se dejó caer en él con un suspiro. La recia plancha gruñó bajo su peso.
—Eso es muy diligente por tu parte, mi señor Tor —gruñó Lebbick—. Pero también resulta innecesario. Soy perfectamente capaz de manejar yo mismo «los grandes acontecimientos del día».
—Por supuesto que lo eres. —El Tor era como una gran masa de harina, inmune al sarcasmo…, e inmune a todo argumento—. Indudablemente comprendes los asedios tan bien como la mayoría de hombres comprenden a sus esposas. Estoy seguro de que harás todo lo que debe hacerse para prepararnos para la llegada del Monarca de Alend. Sin embargo, buen Castellano, debo señalarte —sonaba amable, casi avuncular— que, si el asunto hubiera sido dejado en tus manos, aún seguirías sin saber nada del avance de Margonal. Como he dicho, eres propenso a los excesos.
Los ojos del Castellano Lebbick se desorbitaron ligeramente.
—¿En qué forma, mi señor?
El Tor abrió sus gordezuelas manos.
—Supongamos que el joven Geraden hubiera acudido a ti con sus sospechas acerca de su hermano. ¿Qué hubieras hecho? Oh, sí, hubieras arrestado a Nyle, por supuesto. En vez de seguirle hasta su cita de hoy y oír sus planes, hubieras intentado arrancárselos por medio de la persuasión o la fuerza. Y, si hubiera resistido tanto a la persuasión como a la fuerza… —El señor agitó sus enormes hombros.
»O supongamos que el joven Geraden te hubiera dado sus razones para sospechar de su hermano. Supongamos que hubiera mencionado que algunos indicios dejados caer por la hija del Rey, Elega, habían conducido a dama Terisa a sospechar que estaba aliada con el Príncipe Kragen. —Ahora el señor ya no era una masa de harina hablando. Su voz se había convertido en el rechinar de pesadas piedras unas contra otras—. Supongamos que hubiera revelado que los guardias Argus y Ribuld estaban siguiendo a Elega…, que de hecho no tenían otra razón de estar cerca que la de salvar la vida de Artagel cuando el Monomach del Gran Rey asaltara a dama Terisa. —Sus manos descansaban fláccidas sobre sus gruesos muslos, pero sus ojos eran cada vez más duros—. Supongamos que te hubiera informado de que dama Terisa había rechazado los esfuerzos de Elega por conseguir su apoyo para el Príncipe…, y que, advertida por su rechazo, Elega había hecho que los esfuerzos de Argus y Ribuld por seguirla hubieran resultado infructuosos. ¿Qué hubieras hecho entonces, buen Castellano?.
»¿Hubieras alzado un grito contra ella? —Finalmente, ya no era un viejo borracho obeso: era el señor del Care de Tor, el primer aliado del Rey Joyse en la campaña que había creado Mordant—. ¿Hubieras enviado a tus hombres a arrestarla para poder arrastrarla ante su padre y acusarla públicamente de traición?.
El rostro del Castellano estaba enrojecido por el aflujo de sangre, pero no desencajó los dientes.
—Eso ya está hecho —dijo.
Por un momento, pareció que el Tor iba a levantarse de su asiento y a gritar algo. En vez de ello, sin embargo, sonrió tristemente y se desmoronó de nuevo en su blandura.
—Eso temía. ¿Y cuál ha sido el resultado?.
—No podemos encontrarla.
—Por supuesto que no puedes. Se ha ocultado. Y puede jactarse, buen Castellano, de que conoce los secretos de Orison lo bastante bien como para permanecer oculta mucho tiempo. Y, así, se ha perdido la oportunidad de averiguar sus intenciones…, las intenciones en las que se basan los planes del Príncipe Kragen, las intenciones que le entregarán Orison al Monarca de Alend sin necesidad de un prolongado asedio.
»Buen Castellano, me necesitas mucho más de lo que te das cuenta.
Geraden parecía a punto de aplaudir.
Los músculos de la mandíbula del Castellano Lebbick se hincharon. Sus ojos escrutaron la sala de guardia como si estuviera buscando la perfecta extensión de pared desnuda donde salpicar la sangre del Tor. Pero no se alzó de su silla.
Lentamente, dijo:
—Geraden, mi dama Terisa…, no nos habéis dicho dónde conseguisteis esas criaturas de la Imagería. De hecho, no nos habéis dicho cómo conseguisteis atrapar a Nyle. Es tu hermano, Geraden. Te conoce. Seguro que no os dejó simplemente seguirle y caer sobre él. Habéis estado contándole al Tor tantas historias. ¿Por qué no le contáis ésta?
—¿Criaturas de la Imagería? —El señor sonrió agradablemente a Geraden—. Sí, joven Geraden. Cuéntanoslo.
Geraden miró de uno al otro hombre, evaluando dónde estaba con respecto a ellos, antes de encogerse de hombros y decir:
—De acuerdo.
Hacía sólo unos minutos, Terisa hubiera jurado que era imposible, pero ahora descubrió que sentía demasiado calor. Se aflojó un poco más su chaquetón, lo apartó de su cuello.
—No pensé correctamente —admitió rígidamente Geraden—. Nyle no era el auténtico peligro. Hubiera debido dejar que se marchara para poder concentrarnos en intentar atrapar al Príncipe Kragen. Pero eso nunca cruzó por mi mente. Detener a Nyle era demasiado importante para mí… —Torpemente, pareció pedir comprensión—. Es mi hermano. No podía dejar que se convirtiera en un traidor.
El Tor asintió ausentemente; su atención parecía estar en otro ludo. Hoscamente, el Castellano Lebbick murmuró:
—Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees?
Geraden enrojeció. Sin embargo, no se permitió reaccionar.
—Pero también me equivoqué en eso. Escapó, y nosotros nos quedamos allí, sin nuestros caballos.
»Fue entonces cuando atacaron esas "criaturas de la Imagería". Aparecieron por el este, pero eso pudo ser simplemente a causa del terreno. Pensé que iban tras dama Terisa, así que no estaba preparado cuando se lanzaron contra mí.
—¿Contra ti? —preguntó el Castellano—. ¿Fueron a por ti, muchacho?
Hasta entonces, Terisa no había recordado que el Castellano Lebbick probablemente no sabía nada acerca del intento anterior contra la vida de Geraden, cuando había sido salvado por el Adepto Havelock.
—Eso es lo que pareció. —Con un visible esfuerzo, Geraden se mantuvo firme—. Nos separamos. La ignoraron. Los tres fueron en mi persecución.
Aunque todavía parecía no estar prestando atención, la expresión del Tor era beatífica, como si acabara de recibir una muy buena noticia.
—Joven Geraden, eres una caja de sorpresas. He mencionado, creo haberlo hecho, que te subestimas a ti mismo. Ni siquiera dama Terisa tiene esos enemigos.
—Oh, sí —gruñó Lebbick—. Eso parece especialmente plausible, puesto que aún estás con vida. Así que te quedaste solo frente a ellos tres. ¿Qué hiciste entonces? ¿Los mataste con un accidente?
De alguna forma, Geraden retuvo el control de sí mismo. Cuidadosamente, dijo:
—Usé una gruesa rama como maza contra sus caballos. Dos de ellos cayeron. Uno fue muerto. El otro es tu prisionero.
—No —jadeó Terisa.
El Castellano Lebbick la ignoró.
—¿Y el tercero?
—Nyle se ocupó de él. Los vio a los tres dirigirse hacia nosotros, así que regresó. Ahora Terisa y yo podríamos estar muertos de no haber sido por él. Mientras aún estaba pensando en eso, lo derribé de un golpe. Le pegué con una rama. Así es como lo atrapé.
—No —repitió Terisa. No podía impedirlo: todo volvía de nuevo a ella. Era tan vivido frente a ella como un sueño—. Él estaba luchando por su vida —susurró—. Tenía que ayudarle. Tenía que hacerlo. No puedo pasar toda mi vida simplemente sentada con las manos cruzadas y preguntándome cuándo voy a desvanecerme. No puedo. Eso es peor que hacer algo malo, ¿no?
»Él derribó a dos de ellos de sus caballos. Golpeó a uno y lo dejó sin sentido. El otro fue tras él con esas espadas. —Se estremeció como si volviera a tener frío, pero la verdad era que apenas podía soportar el peso de su chaquetón—. Tenía que ayudarle. Yo lo maté…, con una rama, como si fuera una maza. Le golpeé desde atrás y le partí el cráneo. —Una pequeña mancha de pelaje rojo en la parte de atrás de su cráneo se había empapado y había empezado a derramar sangre—. Entonces llegó Nyle.
»Geraden no mató a nadie.
Se quedó sin palabras y guardó silencio.
Los hombres la miraron. La garganta de Geraden se agitó como si se estuviera ahogando con su nombre. Al cabo de un momento, el Tor retumbó gentilmente:
—Mi querida dama, por supuesto que tenías que ayudarle. No te hubieras perdonado nunca a ti misma si no lo hubieras hecho. Y quizás ahora ambos estaríais muertos.
El Castellano Lebbick desvió la mirada.
—Mujeres. —Su actitud era tensa y amarga—. Siempre mujeres. Esto es indecente. Si alguna vez soy salvado por una mujer, yo…
Se detuvo. Luego gruñó:
—Pero los caballos. Eso es lo importante. Las sillas y los arreos, mi señor Tor. Háblale de los caballos y las sillas y los arreos, Geraden.
Geraden, inseguro, miró al Castellano mientras le hablaba al Tor.
—Nuestros atacantes eran evidentemente criaturas de la Imagería. Pero sus caballos me parecieron normales. No noté nada más.
Bruscamente, Lebbick saltó en pie.
—Caballos normales, mi señor Tor. Sillas y arreos normales. ¿Qué opinas de eso?
El señor frunció los labios.
—Esas criaturas fueron montadas en sus caballos después de su traslación. O bien robaron las monturas por sí mismas, o fueron equipadas por sus trasladadores. Equipadas e instruidas.
—Exacto. —El Castellano Lebbick se volvió hacia el señor como una mecha ardiendo peligrosamente cerca de la pólvora—. Los caballos eran normales. Las sillas, definitivamente, no procedían de Cadwal, en Cadwal utilizan estribos barbados, pero podían proceder de cualquier parte de Mordant o Alend.
—¿Y los arreos? —preguntó obsequiosamente el Tor.
—Los arreos… —Lebbick reprimió un gesto furioso apretando los puños contra sus muslos—. Los arreos incluyen un ronzal que no podrás encontrar en ninguna parte en Cadwal o Alend o Mordant…, en ninguna parte excepto en el Care de Tor. —Su mirada era lo bastante dura como para arrancar chispas de un pedernal—. Sólo tu gente lo utiliza, mi señor Tor.
El Tor le devolvió la mirada al Castellano como si pensara que Lebbick era un curioso espécimen clavado en una tabla.
—Quizá —rechinó el Castellano— pienses que es simplemente otro de mis excesos.
Tomó a Terisa tan completamente por sorpresa que transcurrió un momento antes de que captara lo serio que estaba. ¿El Tor? ¿Coaligado con Vagel contra Geraden y el Rey Joyse y Mordant?. Sus piernas eran más débiles de lo que se daba cuenta: tenía que sentarse. Cabalgar no resultaba fácil. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, fue hacia el banco más próximo y se sentó al lado del señor.
Geraden estaba desconcertado.
—No puedes hablar en serio —protestó—. ¿Sabes lo que estás diciendo?
Sin advertencia previa, el Castellano Lebbick sonrió. Sus dientes brillaron ferozmente.
—Oh, estoy seguro de que nuestro buen Castellano sabe exactamente lo que dice. —El Tor había recuperado su aspecto de masa de harina, inmune a cualquier afrenta—. Uno de los mayores problemas de Mordant ha sido siempre que los viles ataques de la Imagería que nos afligen proceden de una fuente desconocida. Mi hijo fue muerto por un enemigo que podía estar oculto en cualquier parte en Alend o en Cadwal…, o en Mordant.
—Si realmente tu hijo fue muerto —interrumpió el Castellano—. Sólo tengo tu palabra sobre esto…, y la palabra de tus hombres. El cadáver que nos mostraste podía haber sido de cualquiera.
Geraden se puso blanco ante aquel insulto al señor. El Tor, sin embargo, no le concedió ninguna importancia.
—Pero ahora —insistió— hemos dado un gran paso adelante. Ahora sabemos dónde mirar.
—En el Care de Tor. —Lebbick era implacable—. En tu dominio, mi señor.
El Tor se permitió un sutil llamear de ira.
—Sorprendente, ¿verdad?
—Incuestionablemente —gruñó el Castellano con placer.
—Por desgracia —la ira del Tor había desaparecido al instante—, es imposible una búsqueda en estos momentos. Estamos ocupados con otras cosas. Por favor, dime lo que estás haciendo para preparar Orison contra el sitio. Se me ha informado que el Príncipe Kragen deposita una gran fe en la habilidad del Monarca de Alend para dominarnos casi sin ninguna dificultad. Eso parece absurdo…, y sin embargo dudo que el Príncipe Kragen sea propenso a confiar en lo absurdo. Es una lástima que no podamos interrogar, u observar, a dama Elega. Sobre esto, sin embargo, no podemos hacer nada. Debemos estar muy preparados, buen Castellano.
—Yo estaré preparado —respondió secamente el Castellano Lebbick—. Según mis estimaciones, aún nos quedan algunos días, pero he enviado a nuestros exploradores a asegurarse. El hecho de que el Armigite sea un traidor probablemente tenga una ventaja para nosotros. —Mientras hablaba, pareció caer inconscientemente en la actitud de un viejo soldado presentando su informe—. Podemos suponer que Margonal utilizará los caminos principales para cruzar Armigite. Son la ruta más fácil y rápida. Así que su ejército no deberá ser difícil de localizar.
»También he enviado mensajeros a los Cares que deben ayudarnos. Fayle, Perdon. —Mirando furiosamente a Geraden, comentó—: Lo que el Perdon va a oír no tendrá nada que ver con lo que tenía en mente tu querido hermano. —Luego prosiguió su informe—: He enviado hombres al Termigan, pero está demasiado lejos para que nos sirva de mucho.
»No he tenido tiempo de hablar todavía con la Cofradía, pero lo haré pronto. Quizá finalmente pueda conseguir asustarles y meter algo de sentido común en esos Imageros.
Al parecer, ninguno de los Maestros había considerado prudente anunciar públicamente su intención de disolver la Cofradía.
—Mientras tanto, estoy llamando a mis tropas de guarnición a Orison. La mayoría de los hombres que persiguen al campeón de la Cofradía —sonrió irónicamente— han vuelto, y no voy a enviarlos de nuevo. Los únicos hombres que me arriesgaré a mantener fuera son los que aún tienen una posibilidad de localizar al Príncipe Kragen antes de que se reúna con su padre, y aquellos que intentan rastrear a esas criaturas. Tendré todas mis fuerzas aquí y organizadas mañana al amanecer.
El Tor asintió, pero no interrumpió.
—Puesto que nos hallamos a finales del invierno, nuestras reservas son escasas. Eso es un problema. Pero hay unos cuantos comerciantes y pueblos a los que podemos recurrir para aprovisionarnos. Eso no va a causarles un injusto trastorno: con una guerra a punto de empezar, la mayoría de ellos desearán de todos modos protegerse en Orison, así que lo mejor que pueden hacer es pagar su seguridad con comida. Si Margonal nos da tres días, podemos estar tan bien provistos como es posible.
»Pero nuestro mayor problema es esa brecha en el muro.
El Tor asintió de nuevo. Esta vez, sin embargo, sus ojos estaban cerrados. Parecía a punto de quedarse dormido.
—Sin eso —dijo con voz dura el Castellano—, podría defender Orison contra cualquiera. Mucho antes de que nuestras reservas se agotaran, al menos a uno de los señores de los Cares se le ocurriría venir a rescatarnos. Pero esa brecha cambia las cosas. Tengo ya a todos los albañiles que pude encontrar trabajando para construir un tosco muro cortina en la abertura. Sirve, pero no resistirá el tipo de ataque que Margonal le va a dedicar.
»¿Te estoy aburriendo, mi señor Tor?
El señor abrió un ojo.
—En absoluto, buen Castellano. Simplemente estoy descansando mi mente para la tarea de intentar imaginar la fuente de la confianza del Príncipe Kragen.
La mención del campeón por parte del Castellano le recordó a Terisa que deseaba hacer una pregunta. Tenía la sensación de que volvía a ser ella misma, que recuperaba alguna presencia de mente y atención. Pero ésta no era su oportunidad de hablar.
—Joven Geraden —prosiguió el Tor—, ¿puedes recordar exactamente lo que se dijeron Nyle y el Príncipe el uno al otro?
—Casi exactamente —respondió Geraden—. El Príncipe Kragen estaba preocupado por Elega. Nyle le contó lo de tu conversación con ella. Eso muestra que Elega sabía que tú sospechabas de ella. Y prueba que ella y Nyle estaban en comunicación antes de que él se marchara esta mañana. Luego él dijo que ella había dicho que tú no podrías interferir con su parte del plan.
El Castellano Lebbick gruñó. El Tor alzó una ceja.
—Nyle tuvo problemas en creer eso. Pero…, déjame intentar expresarlo exactamente. —Geraden miró hacia el techo mientras escrutaba su memoria—. El Príncipe Kragen dijo: «Lamento que sea un azar. Pero ella me aseguró muchas veces que su papel es seguro. Debemos confiar en que hará lo que dice».
—¿Eso es todo? —preguntó el Castellano.
Geraden se encogió de hombros.
—Nyle aún no estaba convencido. Pero el Príncipe Kragen dijo: «La seguridad y el éxito de dama Elega dependen del secreto». Fue muy cauteloso. No estoy seguro de que Nyle se diera cuenta de cuántas de sus preguntas quedaron sin responder.
—Pobre Nyle —se burló el Castellano.
—Desgraciado —contribuyó con tono pensativo el Tor—. ¿Qué puede ocultar una mujer en Orison para asegurarse el éxito, el éxito instantáneo, del sitio del Monarca de Alend? Confieso que estoy desconcertado. Necesito vino.
Con un esfuerzo, se puso en pie. El banco debajo de Terisa se flexionó aliviado hacia arriba.
—Buen Castellano —murmuró el Tor—, te sugiero que interrogues a tus prisioneros. Pero intenta no hacerles ningún daño. Realmente, debes dominar tus instintos hacia el exceso. Sospecho que Nyle será mucho más manejable por la persuasión que por la fuerza. Quizás hable francamente si se le puede hacer creer que Elega ha sido detenida también…, que la única forma de ahorrarle sufrimientos innecesarios es revelar lo que él sabe. Y la criatura de la Imagería puede dejar escapar también algo útil.
—Gracias por el consejo, mi señor Tor —respondió el Castellano Lebbick—. Interrogar a los prisioneros. Nunca se me hubiera ocurrido.
»Mientras esperas a que te comunique lo que he descubierto, ¿qué harás? —Su pregunta era una obvia referencia a la pasión del señor por la bebida.
El Tor suspiró. Por un momento, su gruesa carne cayó en pliegues de pesar.
—Buen Castellano, confío en ti más de lo que piensas. Estoy seguro de que has hecho todo lo que estaba en tu poder. Sin embargo, no me siento contento con los asuntos tal como están ahora. Voy a efectuar otro intento de interesar al Rey Joyse en el destino de su reino.
Con esto, se dirigió con paso lento a la salida de la sala de guardia.
Inmediatamente, Lebbick volvió una mirada como el filo de un hacha hacia Terisa y Geraden.
—Me gusta esto. He estado luchando con este problema desde hace años, y un viejo gordo cree que puede resolverlo aullando fuera de la puerta del Rey.
Ahí viene, pensó lúgubremente Terisa. Ahora va a hacernos pedazos.
Estaba equivocada: el Castellano tenía más imaginación que eso. Había malicia y anticipación en su tono cuando dijo:
—Vosotros dos aún no me habéis dicho lo que quiero saber. Pero no voy a ser acusado de excesos. Y vosotros no vais a abandonar Orison de inmediato. Tendréis todo el tiempo que necesitéis para contarme la verdad.
»Mientras tanto, quiero que me ayudéis a interrogar a los prisioneros. Supongo que os gustará.
Ella y Geraden se miraron. La habitación no estaba tan caliente después de todo: Terisa ya no deseaba quitarse su chaquetón. El rostro de Geraden mostraba una expresión de alarma que la preocupó. Estaba tan llena con sus propios problemas que tendía a olvidar lo que él estaba sufriendo. Quiero que me ayudéis a interrogar… ¿Pretendía realmente el Castellano utilizarlo contra su hermano? ¿Después de lo que ya había hecho?
Puesto que creía que Geraden la necesitaba, se puso en pie y se enfrentó al fruncido ceño del Castellano Lebbick.
—Estás buscando a Elega. —Todavía le tenía miedo. Sin embargo, se había enfrentado a él en el pasado; podía hacerlo de nuevo—. ¿Crees que hay alguna posibilidad de encontrarla?
Las mandíbulas del Castellano masticaron hierro. Sin embargo, pese a su ira, le respondió. Parecía extrañamente impotente, como si no tuviera ninguna otra posibilidad.
—Eso depende de cuántos pasadizos secretos conozca. No puedo disponer de los hombres suficientes para registrarlos todos a la vez.
—Comprendo. —Había esperado aquello. No era importante, sin embargo. La siguiente pregunta era la que importaba. Como si no estuviera apuntando en una dirección completamente distinta, quiso saber—: ¿Es cierto que tus hombres no han encontrado al campeón?
¿Es cierto que tus hombres no han encontrado a Myste?
—Esos jodidos Imageros —gruñó Lebbick—. No, mis hombres no han encontrado al campeón. Y eso no tiene sentido. Tiene que haber dejado un rastro. Necesita comer, ¿no? Tiene que haber hecho incursiones en algunos poblados en busca de comida. Y eso no es el tipo de cosas que un granjero o un campesino olviden. Aunque fuera directamente hacia Cadwal, deberíamos poderlo seguir al menos hasta allí. Pero mis hombres ni siquiera han hallado rumores de él.
»O bien está muerto bajo un ventisquero en alguna parte, o Gilbur y Vagel lo trasladaron a un lugar seguro. O le brotaron alas y se marchó volando. Dímelo tú.
»En cuanto al felino de fuego —Lebbick se encogió lúgubremente de hombros—, simplemente desapareció. Deben de haberlo enviado de vuelta al lugar de donde vino.
Pero, ¿y Myste? ¿Qué le había ocurrido a Myste?
Si el hombre por el que había arriesgado su vida había desaparecido, ¿qué había hecho ella?
—Castellano —intervino Geraden. Terisa le había dado tiempo suficiente para recobrar el control de sí mismo—. Si estás planeando contarle a Nyle mentiras acerca de Elega, no me querrás contigo. Él me conoce demasiado bien. Leerá la verdad en mi rostro. No seré capaz de ocultársela.
Lebbick miró al Apr. Por segunda vez, su rostro sufrió una extraña transformación. Terisa esperaba que estuviera lívido, pero no lo estaba. Tomado por sorpresa, se mostró abierto, accesible al dolor: Geraden había herido sus sentimientos.
—No tengo intención de mentirle a nadie —dijo severamente, pero su severidad no era furia—. Yo no digo mentiras.
—Lo siento —dijo de inmediato Geraden, abrumado por el cambio en el Castellano—. Ya sabía eso. No estoy pensando correctamente.
—Tampoco importaría aunque lo hicieras. —El tono del Castellano Lebbick era rudo, pero su intención podía haber sido amable—. Por importante que el Tor piense que eres, tú no causaste todo este embrollo. El Príncipe Kragen le dijo a tu hermano una sarta de estupideces. Conozco a Margonal. No se ha convertido de pronto a la benevolencia y a la paz. Ha estado planeando invadir Mordant desde que supo lo del Rey Joyse.
»Venid.
Echando a un lado la disculpa de Geraden junto con su propia y extraña vulnerabilidad, el Castellano se dirigió a buen paso hacia la puerta.
La sala de guardia que daba acceso a las mazmorras de Orison parecía igual que la otra vez que Terisa la cruzó con Artagel para hablar con el Maestro Eremis. Pese a su semejanza con una tosca taberna —sus mesas de caballete y burdos bancos, sus camastros y su chimenea, su barra—, su función defensiva era inconfundible. Los armeros alineados en las paredes contenían suficientes picas y espadas como para equipar a cuarenta o cincuenta hombres. Y la propia sala era el único camino de entrada y salida a los corredores que conducían a las celdas.
Recordar al Maestro Eremis hizo que el corazón de Terisa vacilara. Había abandonado Orison sin acudir a ella, sin cumplir su promesa. El deseo la invadió.
Si la sala no había cambiado, los hombres en cambio sí lo habían hecho. No eran apáticos e indisciplinados: se pusieron en pie y firmes apenas vieron llegar al Castellano.
Saludó a su capitán y cruzó la sala sin decir nada.
Geraden se encogió de hombros e hizo una mueca de compañerismo a los guardias mientras él y Terisa seguían al Castellano. Uno o dos de ellos le devolvieron ligeramente el saludo con la cabeza, pequeños signos de que comprendían sus circunstancias.
El aire más allá de la sala de guardia seguía siendo húmedo e invadido por el olor de la paja putrefacta y recuerdos de torturas, con un asomo de sangre vieja. Las poco frecuentes linternas parecían crear más penumbra que iluminación; el corredor se curvaba una y otra vez, como si condujera a los lugares más tenebrosos del alma de Orison. El Castellano Lebbick tomó uno de aquellos giros, luego otro, y alcanzó la zona de las celdas.
Por encima de los hombros de sus dos acompañantes, Terisa vio dos guardias que avanzaban hacia ellos por el corredor. Caminaban en fila india, al parecer sosteniendo algo pesado entre ellos.
Un instante más tarde, se dio cuenta de que llevaban unas parihuelas.
El pánico ascendió al rostro de Terisa.
Pensó torpemente: ¿Nyle?
Cuando el Castellano Lebbick se apartó hacia un lado del corredor, sin embargo, y los guardias hacia el otro, vio que el hombre tendido en las parihuelas no era Nyle.
—¡Artagel! —exclamó Geraden, con alivio y consternación—. Se supone que debes permanecer en la cama.
Los guardias se detuvieron, y Artagel se alzó sobre un codo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —restalló el Castellano—. Esto no es asunto tuyo. Ya he perdido un hombre hoy, junto con mi mejor oportunidad de atrapar al maldito hijo de Margonal. No necesito que te desangres, además de mis otros problemas.
—¿Estás bien? —interrumpió Geraden. De pronto, todo lo que tenía que decir se atropello en su boca—. No había otra forma de detenerle. No pude convencerle. Él nos salvó. Hubiera podido dejar que nos mataran, pero no lo hizo. Esto me hace sentirme enfermo. Le golpeé… —Su voz se quebró; no pudo seguir. Todo su rostro ardió en busca del perdón de Artagel.
Pero Artagel no miró a Geraden.
—Es mi hermano —respondió al Castellano, con una voz como un cascarón vacío. Parecía como si hubiera tenido una recaída febril; su boca había perdido su rictus de humor, y sus ojos brillaban como piedras pulidas—. Tenía que verle.
Uno de los guardias se encogió de hombros, sin dejar de sostener las parihuelas.
—No pudimos convencerle, Castellano. Si no lo llevábamos, hubiera venido andando.
El Castellano Lebbick ignoró a los guardias. Miró fijamente a Artagel y preguntó:
—¿Qué te ha dicho?
Con una sorprendente fuerza, Artagel tendió una mano, sujetó la banda del Castellano y tiró de ella para hacer que se le acercara.
—Me dijo la verdad. Se metió en esto porque ama a esa loca mujer. Y porque cree que es lo correcto. Alguien tiene que salvar Mordant. Cree que Margonal es nuestra única esperanza. —Mirándole, Terisa comprendió que no estaba furioso. Cuando estaba furioso, sonreía. No, lo que sentía ahora era algo cerca-no a la desesperación—. Ella le habló de todo excepto de su parte en los planes de Kragen. No sabe dónde está ni lo que está haciendo.
Por su parte, el Castellano Lebbick estaba furioso por los dos.
—¿Esperas que me crea esto?
—¿Artagel? —insistió Geraden—. ¿Artagel?
Artagel sostuvo la mirada del Castellano. Lentamente, soltó la banda y se dejó caer en las parihuelas.
—No me importa si me crees o no. Ni siquiera me importa si lo torturas. Es un hijo del Domne. No importa lo que hagas, esto va a matar a mi padre.
Geraden alzó una mano y la aplastó contra su boca, como para ahogar un grito.
El Castellano se irguió. Su rostro no mostró ningún relajamiento. Sin embargo, dijo:
—De acuerdo. Intentaré creerle por un tiempo y ver qué pasa.
Por primera vez, Artagel volvió sus ojos hacia Geraden. El ángulo de la luz de una de las linternas llenó su rostro de sombras.
Geraden se estremeció. Terisa nunca lo había visto parecerse más a un cachorrillo acurrucándose porque había ofendido a alguien a quien quería y no sabía qué hacer al respecto. Necesitaba comprensión si no perdón, necesitaba algún tipo de consuelo de su hermano.
No lo obtuvo.
—Tú eres el listo de la familia. —La voz de Artagel seguía tan seca como la fiebre—. Encuentra a esa mujer y detenía. Si no lo haces, y si ella nos traiciona…, te juro que no voy a dejar que los hombres de Margonal entren aquí, no importa quién me diga que me rinda. Lucharé contra todos ellos si debo hacerlo.
Como respuesta, el rostro de Geraden se crispó como si estuviera a punto de vomitar.
—Oh, sacadlo de aquí —gruñó el Castellano Lebbick a los guardias—. Volved a meterlo en la cama. Atadlo a ella si es necesario. Luego llamad a su médico. Este aire lo está volviendo loco. En estos momentos es incapaz de luchar incluso contra una mujer tullida y embarazada.
—Sí, Castellano. —Los guardias encajaron los hombros y llevaron a Artagel en dirección a la sala de guardia.
—¿Geraden? —Terisa apoyó una mano en el brazo del Apr y notó la presión que anudaba sus músculos—. No hablaba en serio. Todavía tiene fiebre. No hubiera debido salir de la cama. —Estaba tan dolido que sintió deseos de abrazarlo, pero la presencia del Castellano Lebbick se lo impidió—. Escúchame. No pretendía echarte la culpa.
El Apr se volvió hacia ella. La penumbra ocultó sus ojos. Estaba de espaldas a la linterna; las líneas de su rostro eran oscuras. No respondió a lo que ella había dicho. Pero siguió mirándola cuando se dirigió al Castellano:
—Eso sólo deja a la criatura que nos atacó. —Su tono era tan vacío como una de las celdas—. ¿Qué crees que puedes averiguar de ella?
—Eso depende —respondió Lebbick—. Tú eres el estudiante de la Imagería. Dímelo tú. ¿Hay alguna posibilidad de que hable algún lenguaje que podamos comprender?
Geraden había hablado una vez de este tema con Terisa; ahora no lo hizo.
—Probémoslo.
Él y Lebbick siguieron andando por el corredor…, y una oscura figura pasó junto a ellos, apresurándose hacia la celda de la criatura.
—Nadie me dice nunca nada —murmuró el hombre al aire, mientras pasaba.
Terisa captó un atisbo de su rostro y reconoció al Adepto Havelock.
¿El Adepto Havelock?
Automáticamente, el Castellano sujetó su espada; luego volvió a encajarla en su vaina. Con Geraden, siguió al viejo loco.
Saltando a repentinas conclusiones, Terisa corrió tras ellos.
Se movían demasiado rápido; no podría alcanzarlos a tiempo. Aferrada por una repentina alarma, exclamó:
—¡No le hagáis ninguna pregunta!
El Castellano Lebbick se volvió hacia ella tan inesperadamente que Geraden chocó contra él. Su colisión envió al Apr tambaleándose contra los barrotes de una celda. Maldiciendo fuertemente, Lebbick sujetó a Terisa del chaquetón y la acercó a él de un tirón.
—¿Que no le hagamos ninguna pregunta?
—Eso es. Las preguntas todavía lo pondrán peor. —El aliento del Castellano era seco e intenso. Deseó poder explicarse claramente, pero todo estaba ocurriendo demasiado rápido—. Puede decirnos algo. Pero no si le hacemos alguna pregunta.
—Mi dama —susurró el Castellano Lebbick entre dientes—, ¿cómo sabes eso?
—Él me lo dijo.
—¿Él te lo dijo?
Afortunadamente, Terisa no tuvo oportunidad de pensar en lo que iba a decir. Una oportunidad de pensar hubiera sido también una oportunidad de cometer un error, de revelar accidentalmente algo. Casi sin vacilar, repitió:
—Él me lo dijo. Supongo que deseaba hablar conmigo. Pero yo no comprendí. Cuando no obedecí, casi tuvo un ataque.
El Castellano hizo más firme su presa sobre ella. Su sonrisa le hizo parecer loco, casi fuera de control. Un segundo más tarde, sin embargo, dejó caer las manos y fue de nuevo tras el Adepto Havelock.
Geraden había llegado ya al lado del Adepto. Permanecían juntos de pie delante de la celda. La luz de una lámpara iluminaba desde dentro la reja.
Un gruñido resonó en el corredor. Cuatro peludos brazos con garras en los dedos saltaron por entre los barrotes, intentando alcanzar a Geraden. Éste saltó hacia atrás justo a tiempo.
Vehementemente, el Adepto Havelock se llevó los pulgares a sus fosas nasales y agitó el resto de sus dedos hacia la criatura, como un niño intentando hacer que su rostro pareciera lo más horrible posible.
El Castellano Lebbick agarró a Havelock por la parte posterior de su sobretodo y tiró de él hasta situarlo a una distancia segura de los barrotes. Cuando Terisa se reunió con los tres hombres, la criatura estaba aferrada a la reja con cuatro manos. Su pecho subía y bajaba agitadamente, y los bigotes de gato que rodeaban sus ojos se contorsionaban como si fueran armas. Quizá estuvieran envenenados, pensó, mientras lo miraba. Aunque sus rasgos eran completamente alienígenas, prometían claramente violencia.
Barrida más allá de la racionalidad por lo extraño de la criatura, la inesperada aparición del Adepto, la presencia de demasiadas preguntas sin respuesta, Terisa observó, con un tono de lunática calma:
—Seguro que hoy hará más frío.
Intentando atraer a Havelock para que hablara con ella.
Éste no miró en su dirección. Primero se pellizcó los labios con los dedos y los separó, exhibiendo una loca sonrisa. Luego comentó:
—He oído hablar de ésos, pero nunca había visto ninguno antes.
El Castellano empezó a estallar. Geraden colocó una mano sobre su pecho para detenerle.
Inmediatamente, la garganta de Terisa se volvió seca. Tuvo que tragar saliva varias veces antes de ser capaz de decir:
—Hoy salimos a cabalgar. Casi me morí de frío.
Havelock experimentó con otra monstruosa cara, pero no produjo ningún impacto discernible en la criatura.
—Un par de los Imageros de Vagel hablaron de ellos —murmuró—. No el propio Vagel. Pero estaba ansioso. En el espejo, todo lo que hacían era perseguir cosas para matarlas. Y parecían capaces de encontrar lo que perseguían sin necesidad de verlo. Pasaban por el espejo en enjambres. Pero eran obviamente inteligentes. Habían domesticado animales que usaban como monturas. Vagel deseaba todo un ejército de ellos.
En un esfuerzo por mantener al Adepto hablando, Terisa dijo las primeras palabras que pasaron por su cabeza:
—Estábamos siguiendo al hermano de Geraden, Nyle. Fue a encontrarse con el Príncipe Kragen.
Geraden se estremeció.
—Correcto —respondió Havelock, como si estuviera completamente de acuerdo—. Festten siempre interfiriendo. —Exhibió sus dientes en una sonrisa carente de humor, luego se llevó los pulgares a las orejas y estiró sus ojos hasta convertirlos en rendijas con los demás dedos—. Si Vagel tuviera su propio ejército, no necesitaría al Gran Rey. Festten encontró formas de interrumpir la investigación antes de que esos dos Imageros pudieran terminarla. Finalmente, uno de ellos desapareció. Creo que fue muerto.
Terisa hizo todo lo posible por mantener unidos sus pensamientos. Su concentración estaba hecha pedazos. Había matado…
¿Qué estaban investigando los Imageros? ¿Qué les impedía trasladar el ejército que el archi-Imagero deseaba?
¿Era el lenguaje?
Dirigiendo una muda disculpa al Apr, dijo:
—Intentamos detener a Nyle. Entonces fue cuando nos atacaron. Iban tras de Geraden, no de mí.
El Adepto le dirigió una risita tan aguda e inesperada como un gorjeo.
—Sé exactamente lo que quieres decir. —La luz de la lámpara hacía que sus ojos parecieran lechosos, como si se estuviera volviendo ciego.
De una de sus mangas extrajo el trozo de espejo del tamaño de una palma que Terisa le había visto usar dos veces como un arma.
Por un momento que pareció no tener duración mensurable, le miró boquiabierta mientras el Adepto murmuraba algo al cristal y pasaba la mano sobre él. Luego, un hormigueo de intuición la advirtió, y se lanzó hacia delante, intentando sujetar su muñeca.
Falló. Havelock ya se había vuelto.
Benditamente ignorante de ella, enfocó su cristal y lanzó un rayo tan ardiente que la criatura estalló en llamas como un puñado de astillas.
Con un aullido de inarticulada frustración y rabia, el Castellano empujó a Havelock a un lado. Instantáneamente, el rayo se detuvo cuando el Adepto Havelock chocó contra la pared y cayó al suelo.
Pero la criatura ardió como una antorcha. Ningún sonido brotó de ella; no retrocedió ni agitó los brazos ni soltó su presa sobre los barrotes. Lentamente, lentamente, se derrumbó contra la reja.
Como al ralentí, Terisa sintió un estallido de calor. El hedor del pelaje abrasado y de la siseante carne llenó el aire.
Incapaz de controlar sus reacciones, se dejó caer de rodillas. Allá, más cerca del suelo, el aire era aún frío. El olor a podrido de la paja, sin embargo, fue demasiado para ella. El Adepto Havelock se había levantado apoyado sobre manos y rodillas para observar a la criatura. Cuando vio que ella le estaba mirando, le dirigió un enorme guiño conspirador.
Luego la oscuridad cayó sobre ella, y se derrumbó como si se estuviera desvaneciendo hacia dentro.