7
Las mazmorras de Orison
Los acontecimientos de la siguiente media hora tuvieron asomos confusos y tonos de imprecisión. Los nervios de Terisa estaban crispados como cuerdas mal pulsadas, y los latidos de su corazón se negaban a recuperar su ritmo normal. Con tanta adrenalina en sus venas, debería haber estado más alerta, tener un mejor asidero sobre lo que estaba ocurriendo. Pero todo parecía huir de su lado tan pronto como enfocaba en ello su atención. La realidad se había convertido en arena que se deslizaba entre sus dedos.
—Pide ayuda —tosió Argus en su dirección. No se había movido del lado de Ribuld; estaba inclinado junto a su compañero, apenas capaz de sostenerse con sus brazos—. Si vuelve…
Aquello probablemente quería significar algo. ¿Acaso no había estado pensando ella lo mismo? Pero ahora no estaba segura.
Su instinto le decía simplemente que echara a correr. Utilizar el pasadizo secreto del Adepto y hallar su camino de vuelta junto al Maestro Quillon. Deseaba unos brazos cálidos a su alrededor. Deseaba a alguien que supiera lo que estaba haciendo para que se ocupara de ella. Seguro que el Maestro Quillon sería capaz de confortarla. Así supo que estaba haciendo la cosa más difícil que había hecho nunca cuando pasó junto a Ribuld y Argus y se dirigió hacia el cordón de la campanilla tras una de las exhibiciones de plumas. Desde allí, quedaba expuesta a la puerta abierta. Pero no sabía qué otra cosa hacer para pedir ayuda.
Tiró del cordón de satén tan fuerte como se atrevió. Luego regresó a su dormitorio.
Un impulso que no comprendió de inmediato le hizo arreglar las ropas del armario y luego cerrar la puerta, ocultando el pasadizo secreto.
Antes de mucho rato —o quizá después de largo tiempo, según como se sentía en aquel momento— respondieron a su llamada. Pero no Saddith. La mujer que apareció en el umbral tenía el aspecto de una sirvienta; era mayor que Saddith, desaliñada por el sueño y el vestirse apresuradamente, y no de muy buen humor. Sin embargo, tras una mirada a Ribuld y Argus y a las plumas esparcidas y la rota puerta, olvidó su irritación y volvió a salir corriendo.
Por un momento, Terisa pudo oírla chillar en la distancia:
—¡Aquí, guardias! ¡Ayuda!
—Estúpida mujer —murmuró Argus entre dientes. Ribuld se estaba agitando. Sus manos frotaron su rostro, luego se apartaron del hematoma en su frente.
—Hija de un macho cabrío —gruñó—. ¿Quién era ese bastardo? —Se alzó débilmente sobre un codo y observó la habitación. Cuando vio a Terisa, dejó escapar un suspiro de alivio y volvió a dejarse caer al suelo.
—Me estoy muriendo —murmuró Argus con voz espesa—. El muy jodido me hizo polvo la hombría.
—Olvídalo —respondió Ribuld con tono prostrado—. No va a cambiar tu vida.
Poco después, Terisa oyó el martilleo de botas claveteadas contra las piedras del corredor…, muchas botas. Blandiendo su espada, un hombre vestido como Ribuld y Argus entró en tromba por la puerta. Llevaba cinco compañeros a sus espaldas, todos preparados para la lucha: parecían ansiar la violencia, como los tres jinetes en su sueño. Pero no había ninguna lucha a la vista. Registraron rápidamente la habitación, luego se reunieron en torno a los defensores de Terisa.
—¿Qué ocurrió? —preguntó uno de ellos, sorprendentemente jocoso—. ¿Encontrasteis finalmente a una mujer más dura que vosotros?
Antes de que Argus o Ribuld pudieran contestar, otro hombre entró con paso fuerte en la habitación. Respiraba autoridad desde su pelo corto y teñido de gris hasta su agresiva mandíbula, desde sus cuadrados hombros hasta sus secos pasos, aunque era más bajo de Tensa…, más de un palmo más bajo que cualquiera de los hombres que le rodeaban. Iba vestido como ellos, con el añadido de un cinto púrpura colgado en bandolera de uno de sus hombros sobre su cota de malla y una banda púrpura anudada encima de sus rígidas y grises cejas. Sus ojos brillaban perpetuamente, y su boca estaba curvada en una especie de sonrisa, como si hiciera mucho tiempo que hubiera olvidado cualquier otra expresión.
Registró la estancia, evaluando la situación, luego se dirigió hacia Terisa e inclinó rígidamente la cabeza ante ella.
—Mi dama —dijo. Pese a su aspecto tranquilo, su voz la hizo sentir deseos de retroceder—. Soy el Castellano Lebbick, comandante de Orison y de la guardia de Mordant. Hablaré contigo dentro de un momento.
Se volvió inmediatamente hacia Argus y Ribuld. Sin alzar la voz, hizo que sus palabras sonaran como un latigazo.
—¿Qué ha ocurrido aquí?
Los dos hombres se pusieron penosamente en pie. Incómodos, intentaron explicar la situación. Como un favor personal, el Apr Geraden les había pedido que mantuvieran un ojo atento a dama Terisa de Morgan, en caso de que se hallara en dificultades. Desconocían qué tipo de dificultades. Pero estaban fuera de servicio, así que decidieron hacer lo que se les había pedido. No ocurrió nada durante largo rato. Luego, un hombre vestido de negro apareció en el corredor. Se dirigió hacia ellos y les dijo que le dejaran entrar, que tenía que tratar unos asuntos con dama Terisa. Cuando le preguntaron cuáles eran esos asuntos, desenvainó su espada, abrió la puerta de un golpe, e intentó matarla. Al no conseguirlo, abandonó su intento y huyó.
Escuchándoles, Terisa se dio cuenta de que ni Argus ni Ribuld sabían que ella había estado fuera de sus aposentos. De hecho, ninguno de los dos había visto al Adepto Havelock. Debido a ello, no podían explicar la huida de su atacante. Mirando hacia Terisa, como si creyera que ella era la responsable, Argus murmuró algo acerca de una luz, luego retrocedió ligeramente ante la forma en que le miró el Castellano Lebbick.
Ignorándola, el Castellano envió a los seis guardias fuera de la habitación para despertar al resto de la guardia e iniciar un registro en busca del hombre de negro.
—Aunque —murmuró mientras se marchaban— lo más probable es que a estas alturas esté ya a medio camino del olvido. Entonces volvió su atención a Ribuld y Argus.
—Veamos si aclaramos las cosas. Luchó contra vosotros dos, y os alejó lo suficiente de la puerta como para abrirla rompiéndola. Llegó hasta tan lejos como la puerta del dormitorio. Derribó a uno de vosotros e inutilizó al otro. Luego le entró pánico y huyó. Indudablemente se sintió aterrorizado por la forma tan fácil en que os había vencido. Quizá todo el mundo que sirve al Rey es como vosotros. Me sorprende que no cayera muerto de miedo.
Ribuld y Argus bajaron sus cabezas.
—¿Mi dama? —preguntó hoscamente Lebbick.
Terisa no respondió. Ahora comprendía por qué había cerrado el armario. Havelock había corrido el riesgo de irritar tanto al Rey como a la Cofradía proporcionándole un retazo de la historia de Mordant, y ella no quería traicionar lo que había hecho por ella.
—Muy bien —gruñó el Castellano—. Dejemos eso por el momento. Explicad eso, cabezas de buey —pidió a Argus y Ribuld—. ¿Por qué no le dijisteis a nadie lo que estabais haciendo aquí? Por las estrellas, he pasado toda mi vida entrenando trozos de carne muerta para que comprendieran la importancia de las comunicaciones y el acceso a los refuerzos. Si creíais que Geraden tenía suficientes razones para pensar que la dama podía estar en peligro, ¿por qué no tomasteis la simple precaución de arreglar las cosas de modo que pudierais pedir inmediatamente ayuda?
El hematoma en su frente dio a Ribuld una excusa para situar una mano delante de su rostro.
—No creímos a Geraden. Tú ya lo conoces. Simplemente le estábamos haciendo un favor. En honor a Artagel.
—Mierda de cerdo —bufó el Castellano Lebbick—. Yo os diré por qué no se lo comunicasteis a nadie. Si informabais a vuestro capitán de lo que estabais haciendo a fin de disponer refuerzos, él me informaría a mí…, y yo le informaría al Rey. Puesto que el Rey no había considerado necesario enviar guardias a proteger a la dama, quizá esto le hiciera preguntarse —la voz del Castellano sonaba capaz de helar la sangre— qué asuntos os impulsaban a mezclaros en sus decisiones.
—No pretendíamos ofender a nadie —protestó Argus—. Nosotros sólo…
—Lo sé. Ahorradme vuestras excusas. Yo me ocuparé de Geraden. Vosotros informad a vuestro capitán. Contadle todo esto…, y consideraos afortunados de que no os meta entre rejas. Marchaos.
Argus y Ribuld obedecieron, sin atreverse siquiera a gruñir. Ninguno de los dos miró a Terisa. Cuidadosamente —pero con rapidez bajo la furiosa mirada del Castellano—, recuperaron sus espadas y cojearon fuera de la habitación.
—Ahora, mi dama —Lebbick se volvió hacia ella—, quizá podamos discutir este asunto un poco más abiertamente. Estoy seguro de que el Rey Joyse se sentirá aliviado de saber que fuiste capaz de rechazar a tu atacante, sola y sin ayuda, después de que dos de mis guardias fracasaran. Pero tal vez le guste saber cómo lo hiciste. Y estoy seguro de que deseará saber qué hay en ti que provoca este tipo de ataque en mitad de la noche.
Avanzó un paso hacia ella, haciendo sobresalir más su mandíbula.
—¿Quién eres, mi dama? Oh, conozco la historia…, Orison no mantiene en secreto cosas como ésta. El Apr Geraden te trajo aquí mediante una traslación accidental. Pero, ¿quién eres? —Sus ojos se clavaron en los de ella, penetrantes como punzones—. ¿Qué juego intentas jugar con mi Rey?
Sonaba tan furioso que Terisa se echó a temblar.
Otro paso lo llevó más cerca de ella. Si extendía su puño derecho y la apuntaba con su pesado índice, sabía exactamente qué ocurriría a continuación. Empezaría a balbucear: Lo siento no quería hacerlo no lo volveré hacer lo prometo por favor no me castigues no sé lo que hice mal.
Otro guardia entró fortuitamente en aquel momento en la habitación y se cuadró. Era un hombre joven, y su miedo al temperamento del Castellano Lebbick se reflejaba en todo su cuerpo.
—Disculpa, Castellano, señor —dijo con un hilo de voz—. No pretendía interrumpir.
»Traigo un mensaje del Rey.
Lebbick inspiró profundamente y cerró los ojos, como si se estuviera controlando con gran dificultad. Luego se volvió de espaldas a Terisa.
El guardia tragó dificultosamente saliva y miró al Castellano como un pájaro atrapado por una serpiente.
—Un mensaje del Rey —gruñó venenosamente Lebbick, con voz rasposa—. Dijiste que tenías uno. Intenta recordar.
—Sí, señor, Castellano, señor. Un mensaje del Rey. Ha detenido la búsqueda.
—¿Qué? —El restallar de un látigo.
—El rey ha detenido la búsqueda, señor.
—Bien, eso tiene sentido. En tiempos como éstos, un asesino potencial en el castillo es un problema trivial. ¿Dio alguna razón para detener la búsqueda?
—Sí, señor. —La piel del guardia parecía tiza—. Dijo que no le gustan todas esas carreras por ahí en mitad de la noche.
Por un momento, los hombros del Castellano Lebbick se hundieron ante el ultraje. Pero habló suavemente.
—¿Eso es todo?
—No, señor. También dijo —parecía como si el guardia se hubiera sentido más feliz perdiendo de golpe el sentido— que desea que dejes tranquila a su invitada. —Y retrocedió involuntariamente, como si esperara ser golpeado.
El Castellano hizo girar su brazo, pero no golpeó al guardia. Se dio una palmada a su propio muslo. Gruñó algo muy en lo hondo de su garganta. Luego emitió un ruido como si escupiera.
Bruscamente, se volvió de nuevo hacia Terisa.
Como el guardia, ella retrocedió.
—Mi dama, quedas advertida —dijo—. Soy el Castellano de Orison. Soy responsable de muchas cosas, pero por encima de todo de la seguridad del Rey. Sufre de una fe innatural en su propia inmortalidad. Yo no sufro esa aflicción. —Sus mandíbulas masticaron las palabras como si fueran cartílagos—. Le obedeceré tanto como sea posible; luego, tomaré el asunto en mis propias manos.
Giró sobre sus talones y se alejó pisando fuerte.
Cuando pasó junto al guardia, se detuvo lo suficiente para decir:
—Quiero que la dama sea protegida. Esta vez, hacedlo bien. —Y, en la puerta, se detuvo de nuevo—. Mantenedla encerrada esta noche. Haré que reparen la cerradura por la mañana.
Luego desapareció.
El guardia dirigió a Terisa un apocado encogimiento de hombros —medio pesar por su propia timidez, medio disculpa por la brusquedad del Castellano— y siguió a su comandante fuera de la estancia, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
Cuando se fue, pareció llevarse con él todo el valor que quedaba en la habitación.
Sin advertencia previa, todo se convirtió en alarma. Manteniendo sus ropas firmemente apretadas, Terisa se apresuró hacia la puerta para escuchar. Oyó claramente las voces de varios hombres fuera de sus aposentos: estaban dando las órdenes y haciendo los arreglos necesarios para mantenerla protegida…, o custodiada. Todavía se sentía vulnerable, impotente. Un total desconocido había intentado matarla. Trasladó con urgencia una silla y la apoyó contra la puerta formando cuña. Luego colocó otra silla del mismo modo dentro de su armario para bloquear el pasadizo de Havelock.
Después de eso, no supo qué hacer.
Durante largo rato no consiguió relajarse ni concentrarse. El Gran Rey Festten había hecho ejecutar a su Monomach por su fracaso cuando el Adepto Havelock traicionó a los seguidores del archi-Imagero. Havelock había perdido su cordura cuando intentó perseguir a Vagel al interior de un cristal plano. El Maestro Quillon estaba dispuesto a contarle historias como aquéllas, pese a que tanto el Rey Joyse como la Cofradía lo habían prohibido. Por alguna razón, el Castellano Lebbick no confiaba en ella.
¿Cómo podía estarle ocurriendo todo aquello?
Pero más tarde, inesperadamente, sintió una extraña sensación de alegría. Al parecer, Geraden la había traído a un lugar donde ella importaba. El hecho de que estuviera allí significaba una diferencia. El Castellano Lebbick la tomaba lo suficientemente en serio como para mostrarse furioso con ella. El Maestro Eremis la había mirado. Incluso era concebible que pensara que era hermosa.
Eso nunca le había ocurrido antes.
Finalmente, fue capaz de dormirse.
La luz del sol que penetraba por sus ventanas la despertó a la mañana siguiente. Al principio dudó de todo. ¿No era aquélla la cama de su apartamento, el lugar donde pertenecía? Pero el sol hizo brillar las alfombras del suelo, resplandeció en los adornos de pavo real de las paredes, iluminó las plumas esparcidas por el hombre de negro. Todo lo que recordaba era real, al menos.
La luz del sol tenía el pálido color del frío. Y el aire fuera de sus mantas era helado. No había pensado en avivar los fuegos antes de meterse en la cama, y se habían apagado durante la noche. Contuvo la respiración, apartó las cálidas mantas y se metió apresuradamente en el grueso manto de terciopelo que había llevado la noche anterior. La piedra parecía hielo bajo sus pies desnudos: cojeó con un pequeño jadeo hasta alfombra la más próxima.
Cuando miró hacia las ventanas, dudó. No estaba segura de sentirse preparada para ver lo que había fuera. La visión podía confirmar o negar toda la situación.
Por otra parte, se sentía vagamente estúpida por haber pospuesto tanto tiempo la cuestión. Cualquiera con un asomo de curiosidad humana normal hubiera mirado fuera casi inmediatamente. ¿De qué tenía miedo?
Incapaz de definir qué era lo que temía, se dirigió hacia la ventana del dormitorio.
Los paneles en forma de rombos de grueso cristal —cada uno del tamaño de su mano— estaban emplomados al marco. Un toque de escarcha bordeaba el cristal allá donde el sello de plomo era imperfecto, delineando varios de los rombos. Pero el cristal en sí era claro, y le mostró un mundo lleno de invierno.
Desde su altura podía ver hasta una considerable distancia. Bajo el incoloro cielo y la débil luz del sol, las colinas cubiertas de nieve ondulaban el terreno hasta el horizonte. La nieve parecía densa…, tan densa que daba la impresión de que hacía inclinar los árboles, curvándolos hacia la dormida sábana de las colinas. Donde los troncos y las ramas de los árboles se mostraban entre la nieve, eran negros y recios, pero tan pequeños contra el amplio fondo blanco que sólo servían como puntuación, haciendo que el invierno y el frío fueran más evidentes.
Cuando se dio cuenta de lo alta que estaba, sin embargo, su vista se contrajo a su entorno más inmediato.
Estaba realmente en una torre…, y cerca de su parte superior, a juzgar por su posición relativa con respecto a las demás torres que podía ver. Había cuatro, incluida la suya, una en cada esquina de la enorme y errática estructura de Orison; y contrastaban con el resto del castillo, como si hubieran sido construidas en una época distinta, planificadas por una mente distinta. Todas eran cuadradas, todas de la misma altura, todas rematadas con parapetos almenados…, tan agresivas como puños alzados contra el cielo.
Su obvia regularidad hacía que la gran masa de Orison pareciera algo construido al azar: desorganizada, absorbida en sí misma y de escasa confianza, llena de trampas.
De hecho, la forma general del castillo era completamente regular en sus líneas exteriores. Orison era rectangular, construido en torno a un enorme patio abierto. Terisa podía verlo claramente porque sus ventanas daban encima de uno de los brazos largos del rectángulo. Un extremo del patio —el más alejado de su torre— estaba ocupado por lo que sólo pudo considerar que era un bazar: un amplio conglomerado de tiendas y cobertizos, tenderetes y tiendas, carros llenos de forraje…, todo caótico, todo rodeado por el humo de docenas de fuegos donde se cocinaban cosas.
El otro extremo del patio parecía lo bastante grande como para servir de terreno de desfiles…, siempre que el desfile no se desmadrara. Allí había hombres a caballo, niños jugando, y grupos de gente yendo o viniendo del bazar, pisoteando la nieve y el barro.
Por grande que fuera el patio, sin embargo, la estructura de Orison era lo bastante alta como para mantenerlo en sombras a aquella hora de la mañana. El aire debía ser tremendamente frío: Terisa observó que incluso los niños no permanecían fuera mucho tiempo.
El otro rasgo regular del castillo era su fachada exterior. Puesto que su ventana miraba por encima del patio, no podía ver los detalles de las paredes, pero podía ver que Orison no tenía defensas exteriores: él era su propia fortificación. El edificio en sí estaba construido de cruda piedra gris, que presentaba desde todos lados una dura y no adornada superficie al mundo exterior.
Dentro de sus líneas generales, sin embargo, el castillo parecía como si hubiera sido diseñado más bien para la conveniencia de sus secretos que para el acomodo de sus habitantes. Techos de pizarra de todo tipo se inclinaban en todos ángulos, arrojando sus aflujos al patio interior. Docenas de chimeneas sin ningún parecido entre sí arrojaban humo a la brisa. Algunas secciones de la estructura eran altas y cuadradas; otras, bajas y apelotonadas. Algunas partes tenían balcones en vez de ventanas; otras sostenían palos de los que colgaba ropa a secar.
No pudo resistirse a la conclusión de que el Rey Joyse había añadido las cuatro torres a su sede ancestral, decretado la forma en que Orison debía crecer, y luego olvidado todo, dejando que un cierto número de indolentes constructores se expresaran a voluntad.
Ahora, al menos, comprendía por qué había hallado tan confuso el camino de Geraden y Saddith a través del castillo. Pasillos truncados y repentinas intersecciones, escaleras impremeditadas y giros necesarios formaban parte de la construcción básica de Orison.
Por todo lo que podía ver, el único camino al patio desde el exterior era a lo largo de un camino que cruzaba un enorme conjunto de puertas en el brazo largo del rectángulo que tenía debajo de ella. Esas puertas estaban al parecer abiertas, admitiendo carros tirados por bueyes al patio. Pero el ángulo de visión no le permitía ver si las puertas estaban custodiadas.
Mientras estudiaba la escena, su aliento empañó el cristal. Lo limpió con la manga de su manto. Luego tocó con sus dedos uno de los paneles. El frío extendió un pequeño halo de vapor condensado sobre el cristal en torno a la yema de cada uno de sus dedos; un agudo y delicado helor penetró en su piel. Eso, más que el inmenso peso de la piedra amontonada de Orison, hizo que todo lo que veía le pareciera tangible, convincente. Estaba realmente en aquel lugar, fuera el que fuese…, y significara lo que significase. Ella estaba allí.
Al poco tiempo, sus meditaciones fueron interrumpidas por una llamada en la puerta del saloncito. Puesto que no deseaba quedarse allí indefinidamente, dando vueltas a los mismos pensamientos una y otra vez, fue a responder a la llamada. En su camino hacia la puerta, sin embargo, dudó de nuevo. ¿Tenía intención de abrir realmente aquella puerta y admitir a quienquiera que fuese que estuviera aguardando al otro lado? Alguien intentaba matarla. Podía estar ahí fuera, aguardando.
Pero, ¿qué otra elección tenía? Ninguna, si deseaba averiguar algo más acerca de lo que le estaba ocurriendo. O si deseaba el desayuno.
Su corazón empezó a latir un poco más al ritmo que debería —al ritmo adecuado para una mujer cuya vida está en peligro— cuando apartó la silla de la puerta y abrió ésta.
Dos guardias a los que no había visto nunca antes la saludaron.
Saddith estaba con ellos, sujetando una bandeja con un extremo apoyado en su cadera.
El brillo en sus ojos y una característica inclinación de su cabeza señalaban el espíritu con el que había estado conversando con los guardias; su blusa estaba desabrochada hasta un nivel más bajo, dejando asomar atisbos de placer cada vez que movía los hombros. Pero tan pronto como vio a Terisa su expresión se volvió contrita y solícita.
—Mi dama, ¿estás bien? Dijeron que lo estabas, pero no sabía si creerles. Esa mujer y yo cambiamos nuestro turno para la noche. No sabía que pudieras ser atacada…, o que ella pudiera ser tan tonta. Hubiera debido quedarse contigo. Te he traído el desayuno. Sé que estás trastornada, pero tienes que comer. ¿Crees que podrás intentarlo?
Terisa recibió el aluvión de palabras de la doncella y parpadeó. Se sentía aliviada al ver a Saddith de nuevo. Saddith era tangible; era real.
—Sí —dijo, cuando Saddith hizo una pausa esperando una respuesta—. Tengo hambre. Y me temo que he dejado que se apagaran los fuegos. Por favor, entra.
Con un asentimiento de cabeza y un guiño a los guardias, Saddith deslizó su bandeja frente a ella y entró en el saloncito.
Cuando Terisa cerró la puerta, oyó a los guardias reír quedamente entre sí.
Saddith también lo oyó.
—Esos dos —dijo con alegre desdén, mientras apartaba a un lado los platos de la cena para dejar sitio a los del desayuno— dudaron de mí cuando les dije que cuando te vieran sus rodillas se harían agua…, sin contar lo que les ocurriera al resto de ellos. Ahora saben que les dije la verdad.
Luego señaló una silla al lado de la mesa donde había colocado la bandeja.
—Por favor, siéntate y come, mi dama. Las gachas te calentarán mientras enciendo de nuevo los fuegos. Luego creo que deberemos buscar algo mejor que ponerte.
Terisa aceptó la silla. Todo cuidadosamente dispuesto para su delectación, encontró uvas, pan moreno, una porción de tarta de queso muy amarilla, y un humeante bol que parecía contener gachas de trigo entero. Recordando su cena de la otra noche, empezó a comer rápidamente, haciendo una pausa de tanto en tanto para gozar de la combinación de la tarta de queso y la dulce uva.
Saddith no dejó de hablar mientras trabajaba en la cercana chimenea.
—¿Cómo era ese hombre de negro que te atacó? —preguntó. Parecía excitada y complacida acerca de algo—. Orison ya está lleno de rumores. Era más alto que Ribuld, y tan fuerte de pecho que mis brazos tal vez no pudieran rodearle. Tenía rostro de cazador, y porte de cazador, con bastante energía en sus manos y caderas como para batir a Ribuld y Argus como si fueran chiquillos. —Por un momento se sujetó los pechos. Luego suspiró como con añoranza—. Eso dicen los rumores. ¿Cómo era realmente, mi dama?
Lentamente, insegura de lo que iba a decir hasta que lo dijo, Terisa respondió:
—Era terrible.
—Quizá si yo no hubiera cambiado mi turno hubiera tenido la suerte de verle. —Saddith pensó en aquello por unos momentos, con una expresión interrogadora en su rostro. Luego se echó a reír—. No. Estuve mejor donde estuve.
Terisa había pasado el tiempo suficiente escuchando al Reverendo Thatcher como para conocer una insinuación cuando la escuchaba, así que preguntó educadamente:
—¿Dónde estuviste?
La alegría chispeó en los ojos de Saddith.
—Oh, no debería decírtelo. —E inmediatamente se dirigió con paso enérgico al dormitorio para encender el fuego de allí.
Pero casi al momento asomó la cabeza por la puerta para preguntar:
—¿Recuerdas lo que dije por la noche, mi dama? «Cualquier Maestro me dirá lo que yo deseo…, si concibo un deseo hacia algo que él conozca.» Quizá pensaste que estaba fanfarroneando. —Desapareció de nuevo. Durante un minuto, Terisa la oyó trabajar en el fuego. Luego volvió al saloncito—. Seré sincera contigo, mi dama. No cambié el turno con nadie. Le pedí a esa mujer a la que viste que cuidara de ti para poder tener así la noche para mí…, sin interrupción.
»Y te aseguro que no perdí la oportunidad. —Saddith sonrió—. Pasé la noche con un Maestro.
Terisa nunca había oído hablar a nadie así antes; la novedad de la experiencia le hizo preguntar:
—¿Te dijo lo que querías saber?
Ahora fue el turno de Saddith de mostrarse sorprendida.
—Mi dama, no compartí su cama porque yo careciera de conocimientos. —Rió suavemente ante la idea—. La compartí porque es un Maestro.
Sacudió la cabeza y volvió al dormitorio.
Inesperadamente, Terisa se dio cuenta de que no podía concentrarse en el desayuno. La franqueza de la doncella la inquietaba. Le hacía recordar que no sabía casi nada acerca de los hombres…, acerca de las cosas que les hacen a las mujeres; acerca de lo que les gusta. Nunca había sido un objeto de deseo o ternura.
Apartó la bandeja a un lado, se dirigió al cuarto de baño e hizo todo el uso que fue capaz de soportar del jabón y el agua fría. Luego, con la piel hormigueando debajo de sus ropas, se reunió con Saddith frente a los armarios para buscar un atuendo adecuado.
Al parecer por casualidad, Saddith eligió el armario que no contenía la silla bloqueando sus paneles traseros. Casi de inmediato eligió un vestido violeta sencillo pero llamativo que parecía lo bastante largo como para barrer el suelo.
Dudosa, Terisa dijo:
—No estoy segura de poder llevar este color. ¿No sería mejor si simplemente usara mis propias ropas?
—Por supuesto que no, mi dama —respondió Saddith, firme pero amablemente—. No sé cómo están consideradas esas cosas allá de donde vienes, pero aquí resulta evidente que tus ropas no encajan. Tampoco desearás insultar a dama Myste, que ha sido muy generosa. Mira. —Colocó el vestido delante de Terisa—. No es el mejor de todos los colores para tus ojos —comentó analíticamente—, pero encaja con tu piel. Y acentúa con gran ventaja tu cabello. ¿Quieres probártelo?
Sintiéndose de inmediato un poco excitada y algo estúpida, Terisa se encogió de hombros.
Saddith le mostró la serie de corchetes que cerraban el vestido por la parte de la espalda. Entonces Terisa se quitó su manto y se pasó el pesado vestido escarlata por encima de la cabeza. Le iba un poco justo; la anterior observación de Saddith de que dama Myste «no tiene algunas de tus virtudes» parecía significar que tenía los pechos más pequeños, los cuales, por otra parte, quedaban generosamente realzados por la línea del ceñido escote del vestido. Pero era cálido. Y parecía halagador de una forma que Terisa no podía definir.
Deseaba un espejo. Quería verse a sí misma. La expresión en los ojos de Saddith —medio aprobación, medio evaluadora inseguridad, como si Terisa pareciera ahora más atractiva de lo que la doncella había pretendido—, significaba algo, pero no tenía el mismo efecto que un espejo.
Para los pies de Terisa, Saddith escogió un par de borceguíes ribeteados de piel con firmes suelas. No encajaban exactamente con el vestido; pero también eran cálidos, y el vestido era lo bastante largo como para ocultarlos.
Estaba empezando a darle las gracias a la doncella cuando oyó otra llamada a la puerta.
Saddith fue a responder. Terisa la siguió más lentamente.
La puerta se abrió para revelar a Geraden al otro lado.
Había una expresión fruncida y pálida en torno a su boca y ojos; dos brillantes manchas rojas punteaban sus mejillas, como embarazo o temeridad agravados por la fiebre. A primera vista su aspecto parecía miserable: debía haber pasado una mala noche. Pero, cuando vio a Terisa, su rostro se hendió en aquella desvalida y feliz sonrisa que recordaba de su primer encuentro.
La miró durante un largo momento; y ella le devolvió la mirada; y él sonrió como un cachorrillo enamorado. Luego carraspeó.
—Mi dama, tienes un aspecto maravilloso.
La reacción de ella fue más compleja. Le alegraba verle: en parte porque, como Saddith, el Adepto Havelock y los demás, había vuelto, demostrando su capacidad para una existencia continuada; en parte porque creía que ella le gustaba (era difícil estar segura porque tenía tan poca experiencia); en parte porque era una de las pocas personas allí que parecían preocuparse acerca de lo que ella pensaba o sentía. Se notó inmediatamente inquieta por su apariencia de aflicción. Y por su presencia al otro lado de su puerta. El Rey Joyse no sólo le había ordenado al Apr que no respondiera a sus preguntas: también le había dicho: No tendrás más razón para ver o hablar con dama Terisa. Geraden había demostrado ya que era leal a su Rey…, y sin embargo estaba allí, en directa desobediencia.
Y nadie le había dicho nunca antes que su aspecto era maravilloso.
Enrojeció, y al darse cuenta de ello enrojeció aún más. Con un gesto hacia su vestido dijo:
—Tengo la sensación como si fuera a un baile de disfraces.
Mirando primero a Terisa, luego a Geraden, luego de nuevo a Terisa, Saddith dejó escapar una pequeña risita.
—¿Qué es un baile de disfraces, mi dama? —preguntó para disimular su regocijo.
Terisa intentó controlar su confusión.
—Es una fiesta donde la gente se viste con ropas extravagantes y finge ser alguien que no es en realidad.
Por alguna razón, su respuesta trajo la tensión de vuelta a los ojos de Geraden.
—Oh, mi dama —dijo de inmediato Saddith, como si ésa fuera la reacción que se esperaba de ella—, tiene que ser enormemente divertido. Pero, si me disculpas, devolveré tus bandejas a las cocinas. Por favor, llámame siempre que me necesites. Si no llamas antes de ello, vendré cuando dama Elega o dama Myste pidan verte.
»En cuanto a ti, Apr Geraden —dijo con tono de amable regocijo, mientras reunía los platos y los llevaba hasta la puerta—, un consejo amistoso. Las mujeres no suelen admirar a los hombres que permanecen delante de ellas con la boca abierta.
Abandonó riendo la habitación y cerró la puerta con el pie.
Pero Geraden ignoró la salida de Saddith. Miraba a Terisa con una intensidad que igualaba el color de sus mejillas. Preguntó en voz muy baja:
—¿Estás fingiendo ser alguien que no eres, mi dama? ¿Qué es lo que pretendes?
Ella apartó la cabeza para desviar su mirada.
—Creí haberte dicho que me llamaras Terisa. —Aquello era absurdo. ¿Por qué se sentía tan excitada? ¿Y por qué le hacía él aquellas estúpidas preguntas, cuando debía estar corriendo el peligro de recibir un serio castigo por desafiar al Rey?—. No estoy fingiendo nada. Simplemente llevo este vestido porque dama Myste me lo ofreció y Saddith dijo que se sentiría insultada si lo rechazaba.
Entonces se enfrentó a él.
—Geraden, ¿qué estás haciendo aquí? El Rey Joyse te dijo que no me vieras. Vas a tener problemas.
Ante aquello, una apenada sonrisa hizo que la boca del joven se frunciera.
—Ya tengo problemas. Y no es probable que se vuelvan peores.
»Has conocido al Rey Joyse. Estos días, ya no castiga a nadie. No creo que tenga valor para ello. O quizá ya nada le importe demasiado. Lo peor que puede hacer es ponerme en manos del Castellano Lebbick. —Geraden suspiró—. Supongo que Lebbick es un buen hombre. Artagel dice que lo es. Pero no es exactamente gentil. Y ya se ha echado sobre mí. Porque les pedí a Ribuld y Argus que te protegieran. —Aquélla era la mente de su aflicción: el Castellano Lebbick debía haber retumbado sobre él—. Pasó la mitad de la noche en ello. Yo no dejé de disculparme, pese a que ambos sabíamos que yo tenía razón.
Bruscamente, se encogió de hombros.
—Al menos, ya no le tengo miedo. Después de esta noche, todo lo que puede hacer es encerrarme. Pero no es probable que le haga eso al hijo del Domne…, no sin una mejor razón. —Dejó que las tensas arrugas de su rostro se relajaran lentamente, y su sonrisa se hizo más amplia—. Por un tiempo, al menos, no tengo nada de qué preocuparme.
Terisa sintió que se le encogía el corazón; podía adivinar lo que significaba ser reprendido por el Castellano.
—Pero, ¿por qué? —preguntó—. ¿Por qué te hizo eso? ¿Qué cree que hiciste mal?
—Bueno —meditó Geraden—, supongo que tiene razón en ello. Quiere saber por qué creía que podías ser atacada, cuando al parecer la idea no se le ocurrió a nadie más en Orison. Es su trabajo saber todo lo que ocurre aquí. ¿Qué es lo que yo sé que él no?
—¿Qué le dijiste?
Bufó suavemente.
—La verdad. Mordant se halla sitiado por la Imagería. El Rey Joyse no deja que la Cofradía luche…, pero, aunque lo hiciera, los Imageros se hallan tan divididos que posiblemente no serían capaces de realizar nada. Cadwal y Alend están ansiando una ocasión de atacarnos. Y, mientras tanto, el Rey ha empezado a actuar como un hombre que se ha dejado la cabeza en la otra habitación. ¿Quién en su sano juicio no desearía mantener custodiado a alguien tan importante como tú?
El Apr exhibió de nuevo una torcida sonrisa.
—Al Castellano Lebbick no le gustó nada cuando le dije todo eso.
Estaba mostrando una actitud serena, pero su rostro aún parecía tan pálido como la cera en torno a las manchas de color en sus mejillas. Terisa dijo, con el deseo de confortarle:
—Puedo imaginar lo que debió ser. Estuvo aquí un momento ayer por la noche. Una vez todo hubo terminado.
—Lo sé. —Sin transición, su expresión se volvió apática, casi melancólica—. Eso fue otra cosa que deseaba que yo le explicara. ¿Cómo conseguiste salvarte, después de que tanto Argus como Ribuld fueran derrotados? ¿Y por qué no respondiste a la pregunta cuando él te la formuló?
»También tiene razón en ello, mi dama. —Empezó a caminar frente a Terisa, sin mirarla—. Ni siquiera Artagel podría derrotar a Argus y Ribuld juntos. Puede que por su aspecto no lo parezcan, pero en realidad son muy buenos. Y tú te libraste por ti sola de un hombre que los venció a ambos. ¿Tienes alguna idea del tipo de conclusión que habrá extraído Lebbick de ello?
—No —jadeó ella—. No tengo la menor idea respecto a nada de lo que dices.
—Bueno, te lo explicaré. Cree que te hallas confabulada con ese hombre. O mejor, que ese hombre se halla confabulado contigo. Se abrió camino hasta aquí dentro por la fuerza para encontrarse contigo por alguna razón…, quizá para transmitirte un mensaje, o para hacerte saber qué preparativos se han hecho por parte de tus aliados. Pero ni siquiera es necesario ir tan lejos. Quizá no seáis aliados. Pero te libraste de él sin sufrir ningún daño. Eso requirió poder. —La misma noción pareció ofenderle al punto de la náusea—. Intenté decirle que era imposible. Quería protegerte. Pero cuando lo examinas a fondo… —Dejó de pasear arriba y abajo y se detuvo frente a ella, con ojos turbados—. No tengo ninguna razón para creer que sea imposible. Excepto que tú no dejas de afirmarlo.
—¿Qué quieres decir? —protestó Terisa—. Por supuesto que es imposible. —Ella sólo había querido mostrarse conmiserativa con él; no había pretendido admitir nada que pudiera forzarla a traicionar al Adepto Havelock y al Maestro Quillon—. No sé nada acerca de Imagería, ni de Mordant, ni de… —Vio de nuevo en su mente una loca sonrisa, tan afilada como el odio, y una nariz como la hoja de una hachuela, y unos ojos amarillos—, de ese hombre que intentó matarme.
—Mi dama —contraatacó él—, ¡te hallé en una habitación llena de espejos! Y era una habitación donde ninguna traslación conocida hubiera podido llevarme…, a menos que fueras tú quien hiciera la traslación. Estabas sentada en una silla justo delante del cristal, y me estabas mirando, concentrándote en mí. Creí incluso poder sentir que me llamabas.
»Mi dama —repitió con tono miserable y suplicante—, quiero creerte. Quiero confiar en ti. Pero no sé cómo.
Terisa no tenía mucho tiempo para ajustarse a las nuevas reglas y emociones de su situación; la absoluta seriedad de la reacción de Geraden la tomó por sorpresa. No estaba preparada para la forma en que se sintió afectada, no por su argumentación, sino por su aflicción.
—Lo siento. No sabía que sintieras así al respecto. Ven aquí.
Se dio la vuelta y se dirigió con paso rápido al dormitorio, hacia el armario con la puerta oculta.
Seguía sin intención de traicionar al Adepto Havelock y al Maestro Quillon. No tenía forma alguna de evaluar ninguna de las facciones conflictivas o exigentes con las que ya se había enfrentado en Orison, no tenía forma alguna de saber en qué lado podía desear realmente estar. Pero lo que Havelock y Quillon habían hecho por ella era mejor que el tratamiento que había recibido de la Cofradía o del Rey, y no pensaba pagar la amabilidad con la delación.
Cuando Geraden se reunió con ella, abrió el armario y le mostró la silla que había encajado allí. Luego la retiró para dejarle ver la puerta secreta.
—Oh —dijo él, incómodo—. Te dieron uno de ésos.
—No sabía que estaba aquí cuando me adjudicaron estos aposentos —empezó a decir ella—. Pero, en mitad de la noche… —Tragó saliva convulsivamente, esperando ser capaz de decir lo suficiente sin decir demasiado—, el Adepto Havelock entró por esta puerta. No creo que deseara asustarme, pero se puso a hablar del brinco y… —dudó un instante—, y de lascivia hasta que sentí deseos de gritar. Y estaba aquí cuando ese hombre atacó. Y el Adepto Havelock tenía una pieza de espejo que arrojaba una intensa luz. Cuando ese hombre hubo acabado con Argus y Ribuld, vino hacia mí. Pero el Adepto Havelock hizo brillar la luz en sus ojos. Quedó cegado. Tuvo que olvidarme y retirarse.
Se enfrentó al asombro de Geraden de la mejor manera que pudo.
—Probablemente hubiera debido decirle algo de esto al Castellano. Realmente, no quería ponerte en dificultades. Pero el Adepto Havelock me salvó. Y parecía desear que yo mantuviera en secreto lo que había hecho. Cuando me di cuenta de que Argus y Ribuld no le habían visto, decidí no decirle a nadie que él estaba aquí.
Entonces, cambiando bruscamente de tema, prosiguió:
—Y no soy una Imagera. Donde me encontraste, los espejos no hacen lo que hacen aquí. —No estaba dispuesta a sufrir el azaramiento de intentar explicarle por qué había decorado su apartamento con espejos, pero tenía preparado otro argumento—. Cuando llegaste a mi habitación, debiste darte cuenta de los cristales rotos. Estaban por toda la moqueta. Tú incluso tenías algunos en tu pelo.
»Tú hiciste eso.
Él abrió mucho la boca.
—¿Yo?
—Dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo —recitó ella—. Tu traslación te llevó al mismo espacio que ocupaba mi espejo. Si yo intentaba trasladarte, entonces mi acción fue un fracaso. El cristal quedó roto, arruinado, de modo que yo no sería capaz de enviarte a ti de vuelta o de ir contigo. Pero el cristal no es así allá de donde vengo. No hay nada mágico en él. Cuando tú llegaste, simplemente se rompió.
»¿Te das cuenta? Te estoy diciendo la verdad. La traslación fue desde tu lado. Te he estado diciendo la verdad durante todo el tiempo.
Durante un largo momento, él permaneció con el ceño intensamente fruncido mientras absorbía lo que ella acababa de decir. Luego, lentamente, empezando en su boca y subiendo lentamente hasta sus ojos, una sonrisa iluminó su rostro.
—Por supuesto —jadeó, irradiando maravilla hacia ella—. No hubiera debido ponerte en duda. Claro que vi los cristales rotos. ¿Por qué no pensé…? —su aflicción pareció disolverse con cada frase, y el peso de la preocupación se hizo más ligero—. Hubiera debido darme cuenta por mí mismo.
Exuberante por el alivio, apoyó las manos en los hombros de ella y se acercó para darle un beso en la mejilla. Pero su entusiasmo le hizo perder el equilibrio; falló en su intento, y se golpeó el pómulo contra el de ella.
—Oh, lo siento, lo siento —balbuceó, con inmediato pesar.
Retrocedió, agitó ambas manos como para asegurarle que no había pretendido hacerle ningún daño—. Lo siento, mi dama. Por favor, perdóname. —Entonces se llevó una mano a la boca—. Oh, siempre lo estropeo todo. Creo que me mordí la lengua.
Terisa se frotó el pómulo; el golpe la había sobresaltado más que dolido. Secretamente, deseó que él intentara besarla de nuevo. Sin embargo, se sentía tan perdida como él. Lo mejor que pudo hacer fue decirle con burlona severidad:
—Apr Geraden, si no empiezas a llamarme Terisa ahora mismo, le diré al Castellano Lebbick que forzaste tu entrada a mis aposentos e intentaste dejarme inconsciente de un golpe.
Él se echó a reír ante aquello. Su risa era fuerte y limpia, y borró de ella la mayor parte del pesar.
—Mi dama —dijo finalmente—, nunca he llamado a una mujer como tú por su nombre de pila en toda mi vida. Tengo al menos tres hermanos que siguen considerándome lo suficientemente joven como para darme una azotaina…, y estoy seguro de que intentarían dármela si me oyeran llamarte cualquier cosa excepto «mi dama», no importa lo mal que tú me trataras. Sé paciente. Es probable que puedas decir que aún tengo mucho que aprender.
Ella también tenía mucho que aprender. Pero sabía lo suficiente como para decir:
—Lo intentaré —y le sonrió como si supiera mucho más.
Se sintió aliviada al ver que él parecía más feliz…, y al ver que había escapado tan fácilmente del tema de Havelock.
Por un momento él permaneció de pie allí, mirándola en silencio, gozando con lo que veía: su sonrisa, la forma en que caía su pelo contra la tela escarlata sobre sus hombros. Luego agitó la cabeza y se recompuso. Pasó una mano semiconsciente por su pelo, se tocó el pómulo y dijo:
—En realidad, no tengo ninguna razón oficial para estar aquí. Simplemente se suponía que debía enviarte un mensaje, y aunque tal vez sea discutible el que te lo entregue personalmente, puedo argumentarlo. Si alguien pregunta, por eso vine.
»La Cofradía desea que sepas que no tienes que asistir a su reunión de hoy. Es una forma educada de decirte que no eres invitada. Quieren hablar de ti, y no desean —hizo una mueca divertida— verse cohibidos por tu presencia mientras lo hacen.
»De hecho, yo tampoco estoy invitado. No quieren tener que pasar toda la reunión discutiendo con un simple Apr.
Mientras hablaba, su tono y su actitud se hicieron más serios. Cuando hizo una pausa fue con un aire de vacilación, como si no estuviera seguro de cómo reaccionaría ella a lo que deseaba decir.
—Mi dama —murmuró lentamente—, estoy desobedeciendo ya al Rey, como muy bien señalaste. Y, realmente, no creo que pueda meterme en más problemas. Así que creo que —su mirada descendió hasta el suelo como, si se estuviera obligando a no mirarla—, puesto que todos los Maestros se hallarán en su reunión, y no es probable que nadie más nos detenga… —involuntariamente, sus ojos se alzaron de nuevo hasta los de ella, y vio tensión y expectación en sus pupilas—, podría intentar responder a algunas de tus preguntas mostrándote el laborium. Allá es donde se guardan los espejos de la Cofradía.
Su audacia la hizo contener el aliento. Era peligroso burlar la autoridad: sabía muy íntimamente aquello. La gente que desobedecía era castigada. Se obligó a expulsar el aire de su pecho y preguntó:
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —Luego, dándose cuenta de su aparente ingratitud, añadió—: Quiero decir, es demasiado. Demasiada gente está ya furiosa contigo. Si haces eso por mí…
Se detuvo.
—Estoy dispuesto a correr el riesgo —dijo él. Su franco rostro proyectó una sobria intensidad que sugería que no estaba haciendo el ofrecimiento a la ligera…, que había pensado en todas sus implicaciones mucho más claramente que ella—. Empecé a pensar en ello cuando el Rey Joyse hizo interrumpir la búsqueda. Si ni siquiera puede ser molestado para permitir que sus guardias encuentren a un hombre que te atacó… —Su voz se desvaneció en un incómodo encogimiento de hombros. Ella vio en sus rasgos lo profundamente que le había decepcionado el Rey—. De todos modos, no es tan peligroso como parece. Después de todo, no estoy ofreciendo proporcionarte el tipo de información que podrías utilizar…, si fueras un enemigo de Mordant. Si eres una Imagera, ya estarás familiarizada con todo lo que pueda mostrarte. Y si no lo eres, no serás capaz de hacer nada con lo que averigües.
—Entonces, ¿por qué…?
—Porque te lo debo. Soy quien te trajo aquí. Si eres la persona equivocada, o aunque seas la persona correcta pero no desees ayudarnos, es responsabilidad mía devolverte allá de donde viniste. Quiero que comprendas lo suficiente acerca de la Imagería como para saber lo que significa.
Se detuvo, hizo acopio de todo su valor y prosiguió:
—Pero eso no es todo. Aunque desees volver…, y yo deseo llevarte de vuelta, los Maestros no lo permitirán. Aunque decidan que eres realmente la persona equivocada, no podrán ignorar la importancia de lo que representas. No te dejarán marchar.
»Ahora —dijo cuidadosamente—, mientras ellos están reunidos, puede que sea nuestra única posibilidad de alcanzar el espejo correcto e intentar devolverte a casa.
»No quiero que te vayas —añadió inmediatamente—. Creo que eres exactamente la persona que necesitamos. No sé cómo ni por qué, pero lo eres. Si deseas irte, te suplicaré que te quedes. Pero —suspiró— tienes derecho a irte, si quieres. Sería inmoral retenerte aquí contra tu voluntad.
La sorprendió. La cuestión de si le resultaría posible regresar a su apartamento, a su trabajo en la misión, a sus infrecuentes cenas con su padre, no le había parecido particularmente sustancial. Otros asuntos habían dominado su atención. Pero, detrás de la relativamente tentativa superficie de su ofrecimiento, Geraden le estaba preguntando algo fundamental.
Bajó la vista hacia su vestido, hacia la intensa tela escarlata contra su piel y al ceñido escote. ¿Ya?, protestó. Es demasiado pronto. No estoy preparada.
Sin embargo, el riesgo que él estaba dispuesto a correr en nombre del derecho de ella exigía una respuesta distinta.
—Iré contigo —dijo, aunque su pulso era intenso en su garganta y sentía la cabeza ligera—. Puede que sea una buena idea saber cuáles son mis elecciones.
Geraden sonrió desoladamente.
—En ese caso, es mejor que vayamos ahora. Si nos retrasamos, puede que perdamos nuestra oportunidad. No hay forma de decir exactamente cuánto durará esta reunión.
Terisa deseó poder sostenerse en su brazo para afirmar su equilibrio. Tuvo una imagen mental de mujeres vestidas con ropas semejantes sujetándose a los brazos de fuertes jóvenes y con aspecto feliz, sintiéndose apoyadas y seguras. Pero él le hizo un educado gesto de que le precediera; ella inclinó la cabeza y se dirigió hacia la puerta.
Él abrió la hoja por ella, luego la cerró a sus espaldas Fuera, saludó a los guardias por su nombre, y éstos le respondieron en un tono de amistosa conmiseración, como si lo supieran todo de su prueba con el Castellano. Pero no hicieron ningún gesto de seguirles.
Terisa se detuvo vacilante, sintiendo que el miedo volvía ella, y les miró por encima del hombro.
—No te preocupes —respondió Geraden a su preocupación—. Nadie va a atacarte en Orison a plena luz del día. —Sobre aquel punto parecía confiado—. Nadie se atreverá.
Ella deseaba preguntarle cómo podía estar seguro. Pero éste era su mundo, no el de ella. Debía confiar en lo que él le había dicho.
Se dirigió cuidadosamente hacia las escaleras.
Durante un tiempo, ella y Geraden no hablaron. Mientras él la guiaba a través de los pasillos y corredores, Terisa creyó reconocer el camino que Saddith había utilizado el día anterior. Basándose en lo que había visto desde sus ventanas, supuso que el destino de Geraden se hallaba en el lado opuesto de enorme rectángulo abierto que era Orison: para alcanzarlo sin tener que atravesar el lodo y la nieve del patio, debía llevarla siguiendo todo el perímetro. De nuevo encontraron buen número de hombres y mujeres de todo rango. Pero ahora, en vez de mirar a Terisa, se apartaban deferentemente de ella e inclinaban con respeto la cabeza, como si sus ropas la señalaran como una gran dama a la que no conocían.
Cada saludo la hacía sentirse más cohibida. No estaba acostumbrada a que la gente reparara en ella de aquel modo. Pan distraerse, le preguntó a Geraden si los asesinos solían vagabundear por Orison durante la noche.
—En realidad no. —Sensible al tono de su pregunta, la enfocó humorísticamente—. No es común, en absoluto. Si lo fuera, el Castellano Lebbick estaría subido por las paredes. Se toma sus deberes muy en serio.
—Entonces, ¿por qué el Rey Joyse ordenó cesar la búsqueda ayer por la noche? —Mientras hablaba, recordó lo extrañe de las órdenes que habían sido transmitidas a Lebbick: Al Rey no le gustan todas esas carreras por ahí en mitad de la noche. Y sin embargo, sabía exactamente lo que debía esperar de su Castellano…, y había pensado lo suficiente en Terisa como para protegerla del celo de Lebbick—. Me dio la impresión de que los ataques eran algo que ocurría constantemente…, que no valían la molestia de intentar una persecución.
Geraden agitó la cabeza una sola vez, con el ceño fruncido.
—Orison siempre ha estado seguro…, desde que el Rey Joyse conquistó el Demesne. Yo hubiera esperado que llamara a toda la guardia, en vez de dejar que ese hombre escapara. —Un momento más tarde, sin embargo, admitió—: Pero éste es un lugar imposible donde buscar. Tiene demasiadas habitaciones. No creo que nadie sepa cómo están todas interconectadas. Y, luego, también hay los pasadizos secretos. Si conocía algún lugar por donde meterse, se hubiera necesitado un milagro para encontrarle.
¿Incluso después de que Havelock lo cegara?, se preguntó ella. Pero no formuló en voz alta la pregunta.
—Lo que me gustaría saber —dijo Geraden después de meditar preocupadamente unos instantes— es: ¿Cómo supo dónde encontrarte?
Aquello era algo que a Terisa no se le había ocurrido.
—¿Cómo me encontraron Argus y Ribuld?
—No es lo mismo. Ellos sabían que habría sido adjudicado alguien a tu servicio, de modo que preguntaron entre las doncellas hasta que supieron que Saddith se había ofrecido voluntaria. Entonces todo lo que tuvieron que hacer fue localizarla. Nadie estaba intentando mantener en secreto dónde estabas. Pero, ¿cómo supo él dónde era? Es un asesino oculto en Orison. ¿Con quién podía hablar? Tuvo que haber hablado con alguien. Debió hacerlo. —Más lentamente, dijo—: Tiene un aliado viviendo aquí. Alguien que puede hacer preguntas sin que nadie sospeche. O de lo contrarío…
—¿O de lo contrario?
Empezaron a bajar una escalera hacia un nivel inferior, cruzaron la base de una de las torres, y siguieron rodeando el patio.
—O de lo contrario —dijo él con voz raspante—, es alguien del propio Orison. Vive aquí como los demás…, y presumiblemente sirve al Rey, o hace como que sirve al Rey…, y luego, por la noche, se desliza de un lado para otro en sus intentos asesinos. Incluso tal vez sea alguien a quien yo conozca.
—¿Es posible eso?
Él se encogió rígidamente de hombros.
—Orison es un lugar grande. Y está abierto todo el tiempo en especial a cualquiera que viva en el Demesne. Nadie le sigue el rastro a toda la gente que hay por aquí. Aunque el Castellano Lebbick lo intenta, por supuesto. —Sus pensamientos estaba en otro lado—. Mi dama, será mejor que mantengas los ojos abiertos. Si ves a alguien que se parezca a él, comunícalo inmediatamente.
Asustada por la perspectiva, Terisa dedicó unos cuanto tensos minutos a escrutar atentamente cada rostro que veía buscando signos de ojos amarillos y mejillas llenas de cicatrices y violencia. Pero, poco a poco, se dijo a sí misma que debí calmarse. El hombre sería un estúpido si se dejaba ver e lugares donde ella pudiera encontrarle. Y, si lo hacía, ella no tendría que hacer ningún esfuerzo especial para reconocerle Podía verle de nuevo, en cualquier momento que deseara, con sólo cerrar los ojos.
Luego, otra escalera les condujo hacia abajo hasta el enorme salón vacío, la sala de baile en desuso que habían cruzad el día antes. Había varias entradas al salón; pero reconoció e corredor que conducía a la sala de reuniones de la Cofradía.
El aire se hizo más frío.
—En los viejos días —comentó Geraden mientras la guiaba por el corredor—, antes de que el Rey Joyse unificara Mordant y antes de que Orison fuera construido tan grande como e ahora, esto eran las mazmorras. Por aquel entonces, la mitad de cada castillo debía ser mazmorras. Pero el Rey Joyse entregó todas las cámaras de tortura, la mayor parte de las celda: y un salón que acostumbraba a ser una especie de sala de guardia, a la Cofradía. Todo ese espacio se convirtió en el laborium. —Había una nota de orgullo en su voz—. Has visto la vieja sala de interrogatorios. Ahí es donde los Maestros celebran sus reuniones. Nos mantendremos alejados de ella.
Terisa recordaba la escalera descendente; pero rápidamente se sintió perdida entre las puertas y giros que siguieron. No tenía la menor idea de dónde estaban cuando él abrió otra de aquellas recias puertas reforzadas con hierro que caracterizaban las mazmorras, y un resplandor de luz y calor acudió a su encuentro.
Aquélla debía ser la sala de guardia: parecía lo suficientemente amplia como para albergar a un centenar de personas durmiendo. Ahora, sin embargo, no contenía ninguna cama. En vez de ello, estaba ocupada por dos grandes y rugientes hornos construidos como hornos de cuba; la leña para el fuego estaba apilada en hileras; había montones de arena finamente tamizada; sacos de cal y potasa; conducciones de piedra y moldes de diversas formas pulidos hasta conseguir una lisura metálica; bancos de trabajo equipados con balanzas, botes, fuegos pequeños, retortas; bandejas de hierro y rodillos de arcana función; y estantería tras estantería fijadas a las paredes y cargadas con todo tipo y número de jarras de cerámica en una plétora de tamaños y colores.
Trabajando en la habitación había varios hombres jóvenes vestidos como Geraden: atendían los hornos, pulían piezas de piedra, medían y volvían a medir pequeñas cantidades de polvos de las jarras, limpiaban toda la suciedad que creaban y generalmente sudaban ante el calor. Uno de ellos les vio y saludó con la mano. Geraden le devolvió el saludo, luego cerró la puerta, sellando el ruido y el fuego de la sala que había brotado al corredor.
—No desearás entrar aquí dentro —dijo—. Arruinaría tu traje. Pero ahí es donde hacemos el cristal para nuestros espejos. Los Aprs realizan la mayor parte de su trabajo aquí. Si un muchacho desea ser Imagero, pero no tiene el poder para ello en su sangre, su incapacidad se muestra generalmente aquí, antes de que los Maestros le enseñen ninguno de sus auténticos secretos. Los que empiezan efectúan las tareas más serviles, como mantener los hornos a una temperatura constante. Los más adelantados aprenden a mezclar tintes y a preparar moldes.
—¿Es eso lo que tú haces cuando no estás desobedeciendo al Rey?
Él hizo una mueca, luego la convirtió en una irónica sonrisa.
—Lo era. La ventaja de ser mayor que todos los demás Aprs es que sé ya todo lo que a ellos se les enseña. Lo único que ocurre es que no parece que haga nada a derechas. Así que ahora soy una especie de sirviente formal de los Maestros. Normalmente asisto a todas las reuniones, no porque a ellos les importe lo que yo pienso, sino porque puedo realizar encargos, llevar mensajes, cosas así. No confían en mí para que lleve cristal. —Terisa creyó captar un tono de tristeza detrás de su sonrisa—, así que eso lo hacen ellos mismos.
Sin embargo, no se permitió ensimismarse en las consecuencias de su instinto natural para la torpeza.
—Vamos —dijo con voz alegre—. Quiero mostrarte algunos espejos.
Tocó su brazo; y de nuevo ella deseó sujetarse a él, en busca de ánimo y apoyo. La excitación que parecía sentir él ante la perspectiva de los espejos la afectaba de una forma extraña: la hacía desear demorarse…, la volvía reluctante a enfrentarse a un riesgo que podía ser más peligroso que cualquier otro de los que conocían.
—¿Qué es lo que hacen los Maestros? —preguntó débilmente.
—Sobre todo investigación. —Sus ojos escrutaron el camino que se abría ante ellos y destellaron—. Se supone que están buscando pruebas de que las Imágenes tienen o no tienen realmente una realidad independiente. Pero algunos de ellos prefieren más imaginar cómo predecir qué Imagen mostrará una configuración y un color particulares de un cristal. La mayor parte de la investigación se hace simplemente por el método de tanteo. Desgraciadamente, la Cofradía no ha demostrado ser mucho mejor en las predicciones que en las pruebas. Como una meta más alcanzable, los Imageros como el Maestro Barsonage están intentando determinar hasta qué punto tiene que variar un espejo con respecto a otro antes de que muestre una Imagen completamente desconectada.
»Pero la Cofradía se dedica también a la investigación práctica. Eso también fue idea del Rey Joyse. Deseaba que la Imagería fuera útil para algo además que para la guerra y la ruina. No hace tanto tiempo se hicieron algunos progresos importantes… —Geraden tragó saliva, frunció el ceño para sí mismo y admitió—: En realidad, el Maestro Eremis los hizo. Modeló un cristal que muestra una Imagen donde no parece ocurrir nada excepto llover. Nada en absoluto. La Cofradía comprobó el agua, y era potable. Así que ahora tenemos una buena solución local para la sequía. Ese espejo puede ser llevado a cualquier lugar donde las cosechas se estén agostando y proporcionarles el agua que necesitan. —Siendo honesto con un hombre que no le gustaba, el Apr dictaminó—: Fue un gran descubrimiento.
»Más recientemente, por supuesto —añadió, aún con menor entusiasmo—, hemos pasado la mayor parte de nuestro tiempo preocupándonos por el colapso del Rey Joyse.
Quizá para librarse de pensamientos incómodos, guió con paso rápido a Terisa hacia delante.
Al fondo del corredor, junto a la intersección con un pasillo, llegaron a una pesada puerta como la de una celda. El paso de Terisa vaciló; la puerta estaba custodiada. Pero Geraden le dirigió una sonrisa tranquilizadora, saludó casualmente a los guardias, y uno de ellos saludó apreciativamente a la dama del traje escarlata mientras el otro abría la puerta, dejándoles entrar a ella y a Geraden a una pequeña y bien iluminada habitación como una antesala, con entradas en las enormes paredes que conducían a otras habitación.
—Esto eran celdas —explicó Geraden—, pero los Maestros las hicieron reconstruir para tener un lugar donde pudieran ser exhibidos los espejos…, y protegidos.
Cuando los guardias hubieron cerrado la puerta tras él, Terisa susurró:
—¿Por qué no nos han detenido?
Él sonrió.
—Es un asunto de protocolo: el laborium se halla bajo el mando de la Cofradía. El Maestro Barsonage no dio órdenes de mantenernos alejados de aquí porque nunca se le ocurrió que pudiera traerte hasta este lugar.
»Vamos.
Su excitación aumentaba. Se volvió para conducirla a través de la entrada más próxima, y su pie pisó el largo dobladillo de su vestido, y cayó hacia la pared, como si intentara despanzurrarse los sesos contra la piedra.
En el último instante, sin embargo, consiguió convertir su caída en un giro. Golpeó la pared con el hombro con un audible impacto; pero esto no le impidió saltar de nuevo inmediatamente en pie…, disculpándose profusamente.
—No te preocupes por mí —dijo ella suavemente, expresando preocupación para evitar echarse a reír—. ¿Estás bien? El joven se irguió con un esfuerzo.
—Mi dama, si me hiciera daño cada vez que hago algo estúpido, habría muerto antes de cumplir los cinco años. Esto es lo peor de ser un desastre así —continuó a regañadientes—. Causo todo tipo de daños a todo y a todos los que me rodean, pero nunca me hago daño a mí mismo. No parece justo.
Por un momento, ella no pudo evitar echarse a reír. Luego se tragó su risa.
—Bueno, a mí no me has hecho ningún daño. Me alegro que tú tampoco te lo hayas hecho.
Él la miró como si su visión le hiciera olvidar por qué estaban allí.
—Gracias, mi dama —dijo, suave e intensamente. Pero recobró de inmediato su compostura.
—Probémoslo de nuevo. —Con elaborado cuidado, se apartó de ella y cruzó la entrada más próxima hacia la sala que había al otro lado.
Terisa le siguió, y se halló en una estancia que había sido ampliada uniendo tres o cuatro de las celdas. La luz procedió de un buen número de lámparas de aceite que no producían humo. Aparte las lámparas, sin embargo, y los esbeltos pedestales que las sostenían, la estancia no contenía nada —ninguna decoración en las paredes, ninguna alfombra en el suelo— excepto tres objetos altos ocultos bajo ricas cubiertas de satén.
Alegremente, Geraden tiró de la primera de las cubiertas, dejando a la vista un espejo.
Como el único otro espejo que Terisa había visto en Orison —el que la había traído hasta allí—, éste era casi tan alto como ella; el cristal no era completamente plano ni completamente transparente, y no era perfectamente rectangular; estaba sujeto a un marco de madera hermosamente pulida que le proporcionaba una segura base sobre el suelo, que le permitía sin embargo ser inclinado hacia uno u otro lado y hacia arriba o hacia abajo.
Además, el espejo no reflejaba nada de la piedra o las lámparas que tenía enfrente. Ni siquiera mostraba a Geraden.
Lo que mostraba era un insondable paisaje marino bajo un brillante sol. Por un instante, Terisa tuvo la convicción de que la Imagen era simplemente una pintura brillantemente realizada para crear la ilusión de tres dimensiones. Pero las olas del mar se movían. Rodaban hacia ella desde la distancia hasta llegar demasiado cerca para poder seguir siendo vistas. Pequeñas crestas de espuma remataban las olas y se disolvían ante sus ojos.
La Imagen era tan real que hizo que su estómago se contrajera.
—El Maestro Barsonage lo modeló hace varios años —explicó Geraden—. Es el tipo de espejo sobre el que el Rey Joyse desea que se concentre la Cofradía. Algo útil, práctico. El Maestro Barsonage estuvo buscando un mundo de agua…, una Imagen que Mordant pudiera utilizar en caso de sequía. O de incendio. La historia es que extrapoló este cristal de un espejo más pequeño que el Adepto Havelock tuvo en una ocasión. Si eso es cierto, es un logro sorprendente…, reproducir con exactitud cada inflexión de curva y color y forma a una escala tan distinta. —Recorrió con los dedos el borde del marco, en un acariciante gesto de admiración. Mientras volvía a cubrir el espejo, añadió—: Desgraciadamente, el agua tiene demasiada sal para nuestro suelo y cosechas.
Terisa agitó la cabeza con mareado asombro, como si su cerebro estuviera algo suelto dentro de su cráneo, y le siguió a la siguiente estancia.
Era aproximadamente del mismo tamaño que la que acababan de abandonar. Estaba iluminada de una forma similar, con lámparas montadas sobre pedestales. Pero contenía cuatro espejos en vez de tres, cubiertos por satén.
—No pretendo darte ninguna conferencia —estaba diciendo Geraden—. Si eres realmente una Imagera, te aburriré. Y si no lo eres, simplemente te confundiré. Fréname si me lanzo demasiado.
Ella meditó unos instantes, luego seleccionó un espejo.
Cuando él lo destapó, la muchacha dejó escapar un involuntario jadeo y retrocedió unos pasos.
Desde el cristal la miraban unos ojos tan grandes como sus manos.
Era una mirada hambrienta, y los dientes debajo de ella parecían gotear veneno mientras la boca babeaba en su dirección. Tuvo la impresión de un cuerpo parecido al de una gigantesca babosa detrás de los ojos y la boca, la impresión de un oscuro espacio como una caverna rodeando el cuerpo…, pero no pudo apartar la mirada de aquellos ojos para confirmar el resto de la Imagen. Eran unos ojos que deseaban, unos ojos insaciables, devoradores…
Geraden se inclinó hacia la esquina inferior del espejo y apretó fuertemente el marco.
Los ojos retrocedieron de inmediato unas docenas de pasos, y Terisa se dio cuenta de que ahora los contemplaba parpadeando horrorizada desde una distancia más segura. Resultaba evidente que estaba contemplando una especie de enorme animal parecido a una babosa asomado a la boca de una cueva.
—Así es como ajustamos el foco. —Geraden apretó de nuevo el marco: la imagen retrocedió más. Luego tiró ligeramente de un ángulo, y la Imagen se desvió en esa dirección, revelando el flanco de la montaña donde se abría la cueva—. El alcance es limitado, por supuesto. Pero, una vez construido un auténtico espejo, uno que funcione, en vez de arrojar simplemente distorsiones hacia todos lados podemos contemplar toda la Imagen, en este caso toda la montaña, ajustando el foco. Si tenemos la paciencia suficiente.
Se alzó y volvió a echar la cubierta sobre el cristal. Terisa apenas se dio cuenta de la oscuridad que se acumulaba en torno a su estado de ánimo.
—La historia es que el Rey Joyse capturó este espejo durante sus guerras por la independencia de Mordant. El Imagero que lo hizo ya había trasladado —se estremeció— esa abominación, que estaba atareada devorando todo un poblado, cabaña por cabaña.
»Pero eso fue en los días anteriores a que el Adepto Havelock perdiera el juicio. Cuando el Rey Joyse capturó el espejo intacto, el Adepto Havelock fue capaz de invertir la traslación.
»La Cofradía fue fundada para mantener la Imagería bajo algún tipo de control. Para que no fuera construido ningún otro espejo como éste.
Terisa sintió debilidad en sus brazos y piernas y la cabeza como llena de aire.
—¿Cómo —preguntó débilmente— puede algo así atravesar el cristal?
—Oh, el tamaño no es problema. Los Imageros descubrieron hace mucho tiempo que, una vez un espejo alcanza un cierto tamaño, aproximadamente el que ves en éstos, puede trasladar cualquier cosa. Nadie sabe exactamente cómo funciona. Pero, si consiguieras enfocar un espejo al lugar preciso en el momento preciso, podrías conseguir que lo atravesara toda una avalancha.
»Vamos.
Sin mirarla, echó a andar hacia otra habitación.
Con la sensación visceral de que la bestia-babosa iba a alzar por sí misma la tela que la cubría y avanzaría tras ella, Terisa le siguió. ¿Mordant estaba siendo amenazado por cosas como aquélla? ¿Había allí gente lo bastante loca o malvada como para trasladar cosas así? Entonces Geraden estaba terriblemente equivocado. Mordant no la necesitaba a ella. Necesitaba al campeón del espejo del Maestro Gilbur. Y todos los hombres con armadura que luchaban a sus órdenes. Y todas las armas de su nave.
Avanzó pisando los talones de Geraden porque toda la situación era una locura y tenía que salir de allí cuanto antes.
El joven la condujo a una estancia más grande que las anteriores: al parecer, habían utilizado una o dos celdas más para construirla. Seis espejos cubiertos se alzaban sobre el liso suelo de piedra, pero cuatro de ellos habían sido colocados apoyados contra las paredes, dejando sitio en el centro para los dos restantes. Esos dos eran del mismo tamaño. Parecían tener la misma forma bajo sus cubiertas.
Mientras estudiaba los espejos, el rostro de Geraden se crispó en un fruncimiento inconsciente de ceño.
—Normalmente guardamos aquí los espejos planos —dijo, mirando hacia una de las paredes laterales—. Ésta es la estancia de exhibición más grande, y tenemos más de ellos que de ningún otro tipo. Pero los Maestros hicieron que algunos fueran retirados para dejar sitio a esos dos. La Cofradía está realizando muchos experimentos con cristales planos, intentando hallar alguna forma de utilizarlos…, o al menos de comprenderlos.
Bruscamente, se dirigió hacia uno de los espejos apoyados contra la pared.
—Mira. —Su voz sonaba irritada, Terisa no supo decir por qué—. Te mostraré lo que le ocurrió al Adepto Havelock.
Tiró con un gesto brusco de la cubierta del espejo que tenía delante.
Involuntariamente, Terisa retrocedió.
No ocurrió nada terrible.
El espejo parecía de hecho plano. Su color, la arena de la que estaba hecho, la ligera irregularidad de los bordes…, supuso que todas esas cosas determinaban la Imagen que mostraba el espejo. Pero, debido a que éste era plano, su Imagen existía en este mundo en vez de en algún otro distinto.
Algo de aquella escena parecía vagamente familiar.
—Es peligroso —murmuró Geraden—. No sé quién lo modeló, pero si fue un accidente constituyó un peligro hacerlo. Y, aunque no fuera un accidente, constituye un peligro conservarlo.
Terisa estaba contemplando lo que parecía ser un lugar donde se unían varios caminos. Los caminos estaban profundamente cubiertos de nieve, por supuesto, y sólo estaban señalados por las roderas marcadas por el paso de los carros. Pero hileras de desnudos árboles despojados por el invierno hacían los caminos más evidentes de lo que lo hubieran sido contra un fondo blanco plano. La Imagen era tan vivida que pudo ver el frío mordiendo las extendidas ramas de los árboles.
Por otra parte, no tenía la menor idea de por qué era peligroso.
¿Había visto aquellos mismos árboles en aquella intersección desde su ventana, aquella misma mañana?
Aparentemente, sí.
—Puedes ver este lugar desde tus aposentos —explicó Geraden—. Es donde el camino que parte de Orison enlaza con el del sur hacia el Care de Tor, con el del nordeste hacia Perdon, y con el del noroeste hacia Armigite. Pero, ¿para qué se molestaría alguien en modelar un cristal que muestra un lugar que podemos ver desde aquí? Si aparece alguien por él no nos advertirá de nada. Como digo, puede que se tratara de un accidente. O tal vez alguien quiso producir un espejo que mostrara el propio Orison…, y sólo falló por tan poco.
—¿Quién lo hizo? —preguntó ella. Él se encogió de hombros.
—Alguien que deseaba espiar al Rey Joyse.
»Pero lo que lo hace peligroso, más peligroso que la mayoría de los espejos planos, es el hecho de hallarnos tan cerca de ser capaces de vernos a nosotros mismos en él. Si lleváramos este espejo fuera y lo colocáramos en el lugar que muestra, podríamos vernos a nosotros mismos en la Imagen. Y entonces estaríamos perdidos para siempre, borrados…, atrapados en una traslación que se nos llevaría sin movernos ni un centímetro del lugar donde estuviéramos.
Dejó caer la cubierta al suelo y retrocedió unos pasos para estudiar el espejo.
—Supongo que somos afortunados de que no fuera eso lo que le ocurriera al Adepto Havelock. Él fue afortunado, al menos. Simplemente se ha vuelto loco…, no ha desaparecido. Pero, si intentáramos usar este espejo ahora, si intentáramos trasladarnos a nosotros mismos hasta el cruce de caminos…, terminaríamos como él. Las tensiones destruirían nuestra mente.
»Nadie sabe exactamente por qué. —Empezaba a sonar más y más irritado, furioso consigo mismo—. Los que creen que las Imágenes no existen, que los espejos crean lo que vemos, argumentan que las tensiones se producen por el hecho de crear un lugar que se parece exactamente a un lugar real. Esperas la realidad y no la consigues, y tu mente estalla.
—¿Y si las Imágenes fueran reales?
—Entonces es la propia traslación la que produce el daño. Supongo que podría decirse que la traslación es demasiado poderosa para utilizarla de una forma tan simple. Si deseas ir de aquí a allí —hizo un gesto hacia la escena en el espejo—, necesitas un caballo, no la Imagería. Puesto que no estás utilizando el auténtico poder de la traslación, ésta rebota contra ti en vez de llevarte sano y salvo hasta donde quieres ir.
»Sea como sea, algo así es lo que le ocurrió al Adepto Havelock. —Geraden se volvió de espaldas al cristal, y entonces ella captó el destello de ira en sus ojos—. Por eso los Maestros quieren comprender los espejos planos. Son tan peligrosos…, y tan fundamentales.
»Vamos —gruñó—. Ya he arrastrado demasiado los pies.
Bruscamente, se dirigió hacia los dos espejos en el centro de la estancia.
Ahora empezaba a comprenderle. Estaba furioso porque se hallaba sumido en un profundo conflicto: estaba actuando contra sus propios deseos al mismo tiempo que contra los del Rey, obligándose a sí mismo a hacer lo que creía que era correcto pese a su creencia de que Mordant la necesitaba a ella.
Y estaba corriendo el riesgo de ser acusado de traidor a fin de proporcionarle a ella una oportunidad de volver a casa.
Pese al calor de su traje, una sensación helada la atravesó de pies a cabeza cuando Geraden tiró de una de las cubiertas, y reconoció el cristal que estaba en la sala de reuniones de la Cofradía el día antes…, el espejo que la había traído hasta allí.
Su imagen era a la vez distinta e igual. La lucha había cesado. Las figuras metálicas habían ampliado su perímetro defensivo y estaban manteniéndolo. Pero el extraño paisaje, iluminado por su viejo y rojo sol, era idéntico, lo mismo que la alta nave en el centro de la escena.
Como sus hombres, la figura enfundada en una armadura que dominaba la Imagen se había movido: ahora recorría el perímetro, deteniéndose brevemente en cada punto defensivo como para comprobar cómo estaban situadas sus fuerzas. De nuevo, su poder era casi palpable a través de la distancia entre los mundos. Tenía el aspecto de un hombre acostumbrado a conquistar continentes enteros casi cada día, como algo normal.
Geraden la miró atentamente, midiendo su reacción. Luego alzó el satén que cubría el segundo espejo.
Terisa vio de inmediato que era idéntico al primero. La forma era la misma; el tinte era exacto; la curvatura no mostraba ninguna diferencia. Incluso los curvados y pulidos marcos de madera eran indistinguibles. Y, sin embargo, las Imágenes no eran idénticas. Bajo una luz teñida de rojo, contra un fondo desolado, un incoloro casco de metal con una impenetrable placa facial miraba en su dirección, como si los ojos ocultos tras ella la estuvieran estudiando fríamente.
Transcurrió un momento antes de que se diera cuenta de que ambos espejos mostraban la misma escena: el primero reflejaba la nave desde una cierta distancia, mientras que el segundo mostraba al comandante de la defensa en un extremo primer plano. Contemplando ambos espejos, pudo ver que cada uno reflejaba exactamente los movimientos de la cabeza recubierta por el casco del comandante: sólo la perspectiva era distinta.
Geraden murmuró en voz baja:
—Es una lástima que no podarnos oír los pensamientos a través del cristal. Ayudaría incluso que pudiéramos oír su lenguaje. Pero, por supuesto, la mayoría de los Maestros creen que no hay ahí ni pensamientos ni lenguaje que oír.
Ajustó cuidadosamente el foco del segundo espejo hasta que duplicó el primero. Luego retrocedió para situarse al lado de Terisa. Siguió evitando su mirada.
—Yo hice uno de éstos —dijo—. El que utilizamos ayer. Es un duplicado. El Maestro Gilbur creó el original. Pero yo no podía utilizar el suyo. Los Imageros averiguaron hace mucho tiempo que hay alguna especie de interacción esencial entre un espejo y el talento del hombre que lo ha moldeado. Así que hice una copia. —Bufó lúgubremente—. Me tomó medio año porque siempre hago las cosas mal.
»¿Puedes decir cuál es cuál?
Ella negó con la cabeza. La cuestión no le importaba. Lo único que le importaba ahora era su preocupación y su oportunidad. Quizá fuera realmente posible volver a su mundo, a su apartamento y a su trabajo y a su padre…
…pese a que el hombre a su lado deseaba que se quedara. Lo deseaba tan intensamente que el pensamiento de dejarla marchar le dolía en lo más profundo.
—En realidad —murmuró Geraden—, nadie puede. Pero el Maestro Gilbur y yo no tenemos ningún problema. Cualquier Imagero puede sentir siempre su propia obra. El que modelé yo hace que mis nervios hormigueen. —Señaló hacia el espejo de la izquierda—. Es ése.
»Mi dama… —Por fin se obligó a mirarla de frente. Mantenía los brazos fuertemente cruzados sobre su pecho, como si quisiera impedir tenderlos hacia delante. Su ceño fruncido se había convertido en un nudo de preocupación y dolor—. ¿Estás segura de que deseas hacerlo?
—Geraden… —Ahora que él había aceptado finalmente mirarla de frente, fue ella quien deseó desviar sus ojos. Nunca había aprendido a negarse a las peticiones de otras personas. Si hacía lo que se esperaba de ella, o se le pedía, o incluso se le sugería, al menos podría encajar con las circunstancias. Pero ella no pertenecía a aquel lugar. Nada de aquello tenía sentido.
De la mejor manera que pudo, dijo:
—Por favor, compréndelo. No soy una Imagera. Nada de esto puede tener nada que ver conmigo. Tú no me obligaste a venir. Simplemente me pediste que viniera, y yo vine. No sé por qué —admitió—. Supongo que simplemente deseaba creer que mi vida no tenía que ser de la forma que era. No deseaba simplemente sentarme allí. Pero ahora sé que cometí un error. Vosotros no me necesitáis. Necesitáis a ese campeón. Creo que lo mejor que puedo hacer es volver allá de donde vine.
—Es tu derecho. —Tras su decepción, su voz contenía una nota de dignidad e incluso de mando que ella recordaba vívidamente. La importancia de lo que estaba diciendo iluminó sus ojos—. Pero eres necesaria aquí. La paz de Mordant será la primera cosa buena en perderse…, y la más pequeña. A su debido tiempo, la Cofradía se verá pervertida, y Orison será demolido piedra tras piedra, y lo que quede del reino se verá reducido a la nada a través de la traición y el derramamiento de sangre.
En algún punto de su voz, o de sus palabras, ella oyó un recuerdo de cuernos que apeló a lo más profundo de los sueños de su corazón y lo cambió todo.
—Tú nos diste esperanzas —prosiguió él—. Dices que no eres una Imagera. Quizá no lo seas. O quizá simplemente no sepas que lo eres. Tal vez aún no te des cuenta de que eres más poderosa que cualquier campeón.
»No puedo explicarlo…, pero creo que estás aquí porque debes estar aquí.
»Y —de pronto, su voz volvió a la normalidad y su mirada se veló— tú das sentido a mi vida. Mientras pueda creer en ti, todo valdrá la pena.
Su insistencia hubiera debido repelerla, asustarla. Era tan irrazonable. ¿Ella necesaria? ¿Ella poseedora de un poder? ¿Ella dando sentido a su vida? No. Era más fácil creer que ya se había perdido definitivamente, había desaparecido en sus propios sueños. O nunca había existido…, la traslación la había creado.
Sin embargo, lo que él deseaba y ofrecía la emocionó. Su súplica y el recuerdo de los cuernos la emocionaron.
—¿No estamos yendo un poco precipitadamente? —dijo, insegura—. Todavía no sabemos si esto va a funcionar. Primero debemos averiguarlo, antes de empezar a preocuparnos por todo lo demás.
Él la estudió fijamente, intentando evaluar sus emociones. Luego asintió.
—Tienes razón, supongo. —Movido por una repentina decisión, dijo—: Toma…, coge mi mano. Iré yo primero, sólo por si acaso algo va mal. —Y, al mismo tiempo, se acercó a su espejo—. Tú puedes anclarme.
Terisa era cada vez más consciente de lo frío del aire en la habitación. Miró la mano de él, el cristal, las duras líneas de determinación en su rostro. Ahora que ella había dejado las cosas claras, se dio cuenta de que estaba dudando.
—¿No deberíamos pasar primero por algún tipo de ritual? —Su ambivalencia parecía absurda, pero no podía controlarla. Tan pronto como hacía algo que se parecía a tomar una decisión, perdía la confianza en sí misma—. Tiene que haber algunos polvos mágicos, o conjuros, o algo… ¿No?
—¿Así es como hacéis la Imagería en tu mundo? —preguntó él con ojos brillantes.
—No, por supuesto que no. Quiero decir, nosotros no tenemos Imagería. Te lo he dicho mil veces. No conocemos la magia. —Notó que sus mejillas enrojecían—. Simplemente pensé que necesitarías alguna preparación.
Él hizo un visible esfuerzo por destensarse un poco.
—Lo siento. No pretendía incomodarte. La Imagería se halla en la forma en que están hechos y modelados y coloreados los espejos. Ésa es la preparación. Luego, o funciona o no funciona, según la persona que lo intenta tenga o no el poder. Si deseáramos trasladar algo fuera de nosotros, eso sería distinto. Hay palabras y gestos que desencadenan el proceso. Pero no estamos actuando de esa forma. En estos momentos, todo lo que tenemos que hacer —intentó una sonrisa, no lo consiguió— es hacerlo.
Extendió de nuevo su mano hacia ella.
Esta vez, ella la cogió.
Lo que estaba haciendo la hizo sentirse enferma.
Él la atrajo hacia el espejo y se sujetó al marco con su mano libre, para mantenerlo —o mantenerse él— firme.
—Primero meteré la cabeza —murmuró, pensando en voz alta—, y echaré una mirada. Luego volveré, y tú puedes decidir qué hacer a continuación. Sujétame fuerte —añadió—. Mientras mantengamos un contacto firme entre los dos, podrás entrar y salir del espejo del mismo modo que yo.
Bruscamente, avanzó su cabeza hacia la superficie del espejo.
Y su cabeza desapareció, tan limpiamente cortada como si su cuello hubiera sido golpeado por un cuchillo. Más allá del plano del cristal, la Imagen de su nuca bloqueó parte del paisaje y la nave.
Instintivamente, ella se echó hacia atrás para contrarrestar su peso.
Geraden había avanzado con demasiado impulso: estaba perdiendo el equilibrio, empezaba a caer. Su mano tiró del marco del espejo, cambiando el foco del reflejo. Mientras caía hacia delante, ella vio que uno de los defensores armados apuntaba una vibrante lanza de luz hacia él.
De alguna forma, consiguió tirar de él hacia atrás. Geraden salió del cristal y se apartó tambaleante de él, luego consiguió mantener el equilibrio con los pies abiertos y las rodillas ligeramente dobladas.
Todo el color había desaparecido de sus mejillas: estaba tan blanco como masa de harina. El pánico y la sorpresa inundaban sus ojos.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Me disparó —susurró roncamente el Apr—. Estuvo a punto de alcanzarme.
—Lo vi. Vi tu nuca.
—Cristales y perdición. —Tragó saliva varias veces—. Si hubiera ido allí la primera vez. En vez de encontrarte a ti. Me hubieran matado antes de que pudiera abrir la boca.
Terisa sintió que empezaba a dolerle el corazón cuando las implicaciones la alcanzaron. El espejo que había llevado de una forma imposible a Geraden hasta ella cuando hubiera debido situarle frente al campeón había hecho ahora lo que se suponía que debía hacer.
—No puedo creerlo. —Aquel espejo era su única puerta a casa. Estaba atrapada allí—. Quiero intentarlo.
—¡Mi dama! —La sorpresa y el miedo de Geraden cambiaron instantáneamente a horror—. ¡Te dispararán! Puede que no fallen la segunda vez.
—Vamos. —Sin pensarlo dos veces, aferró una de sus manos y tiró de él hacia el espejo. Estaba atrapada allí para siempre. No había ninguna otra forma en que pudiera volver a su propia vida—. Tengo que intentarlo.
Él se soltó de su presa, luego clavó sus manos en los hombros de ella y la sacudió.
—¡No! —Le estaba gritando—. ¡No voy a permitir que te suicides!
—¡Tengo que intentarlo! —respondió ella, gritando también. Era muy posible que nunca le hubiera gritado de aquel modo a nadie en toda su vida—. ¡Suéltame!
Se apartó de él, giró en redondo hacia el espejo…, y pisó el dobladillo de su propio traje. Incapaz de detenerse, cayó, como si se lanzara de cabeza contra el cristal.
Al parecer, él consiguió sujetarla con una mano justo a tiempo para hacer posible la traslación. En vez de estrellar su cabeza contra el cristal, pasó a su interior.
La transición pareció más corta esta vez: no tuvo tanto impacto sobre ella como la que la había sacado de su apartamento. Fue rápida e intemporal, enorme y pequeña, como si la eternidad le hubiera guiñado un ojo mientras la efectuaba; pero esta vez su familiaridad creó en ella una impresión mayor que su extrañeza.
Luego aterrizó tan bruscamente como para que se le cortara el aliento en el flanco de una colina recubierta de densa hierba salpicada de flores silvestres.
Más exactamente, su cuerpo, de cintura para arriba, aterrizó sobre la hierba. Debía estar tendida con su estómago cruzando la parte inferior del espejo, apoyada sobre su marco, porque estaba limpiamente cortada a la altura del ombligo: todo más allá de aquella plana y limpia sección había desaparecido. Podía sentir sus piernas. Le proporcionaban una sensación de movimiento. Alguien las estaba sujetando. Pero las había dejado en otro mundo.
Este mundo era cálido y olía a primavera. Una suave brisa hacía que las brillantes flores danzaran y refrescaran el contacto de la luz del sol sobre su pelo; el cielo era tan azul que parecía estimulante. La colina descendía a su derecha hacia un rápido arroyo casi tan grande como para ser llamado un río. El agua discurría como cristal sobre el dorado fondo de sus rocas y arena y gorgoteaba alegremente al pasar.
Vio entonces que se hallaba en un valle que se cerraba abruptamente en el terreno que se alzaba empinado ante ella. A unos pocos cientos de metros de distancia, el valle se convertía en una estrecha garganta, casi un precipicio, que ascendía hacia las montañas allá en la distancia; y su corte marcaba a la vez un acceso y un protegido umbral a los altos, escarpados e imponentes pilares de piedra como centinelas que las colinas habían instalado a ambos lados del arroyo. A la sombra de lo escarpado de sus paredes, el desfiladero parecía oscuro y secreto…, y también invitador, como un lugar donde alguien podía ocultarse y sentirse seguro.
Su corazón se puso a latir inmediatamente con rapidez. Puesto que había crecido y se había educado en una ciudad, muy pocas veces había visto un lugar tan hermoso antes. Por un momento se quedó simplemente allí, saboreando el aroma de la hierba primaveral, contemplando el color de las flores silvestres.
No tardó, sin embargo, en pensar en Geraden. Aquél no era el extraño paisaje donde hombres revestidos con armaduras disparaban rayos de fuego a la gente. Y, ciertamente, no era su apartamento. Deseó mostrárselo a él.
Demasiado maravillada para decir nada, empezó a arrastrarse hacia atrás.
A medida que lo hacía, más y más de su cuerpo fue desapareciendo más allá del plano de traslación. Y Geraden estaba tirando sin ninguna ceremonia de ella, intentando ayudarla. Su pecho desapareció; luego sus hombros.
Poco después se hallaba apoyada con manos y rodillas en el suelo, delante del espejo.
La piedra bajo sus palmas estaba fría. El aire de la habitación era frío. Incluso la luz de las lámparas parecía fría.
La escena en el cristal apenas había cambiado. El comandante estaba conferenciando con el defensor que había disparado contra Geraden. Quizás estaban intentando comprender la cabeza de hombre que había aparecido inesperadamente y luego se había esfumado ante sus ojos. Tal vez pensaran que se enfrentaban a algún nuevo truco de la gente contra la que estaban luchando, los nativos del planeta.
—Mi dama —jadeó Geraden, como si hubiera estado luchando ferozmente por la vida de ella—, ¿estás bien? ¿Qué ocurrió? No pude verte. No pude ver que te dispararan. No parecieron darse cuenta de que tú estabas allí. ¿Qué ocurrió?
—Geraden…
Estaba tan impresionada y sentía tanto frío que apenas podía alzar el peso de su cuerpo sobre sus brazos, situar sus piernas bajo ella. El cambio había sido demasiado brusco, demasiado completo. La había dejado jadeante y desconcertada. ¿Primavera…? ¿Un arroyo danzando a la luz del sol…? No, no allí. No en aquella mazmorra de piedra reconvertida. Y no en el espejo donde unos hombres violentos discutían su trabajo.
En algún lugar dentro de ella la traslación proseguía aún, seguía produciéndose. Ahora, sin embargo, sabía lo que significaba. Las dudas se acumularon en sus nervios: estaba al borde del fracaso. Era la sensación de desvanecerse, de perder existencia, concentrada hasta proporciones de crisis: era el puro momento en el que iba a perder su presa sobre sí misma, sobre la realidad, sobre la vida. Hacia esto era hacia lo que había estado cayendo desde el momento en que había empezado a sentirse insegura de su propio ser.
Ahora le estaba ocurriendo de nuevo.
Aunque Geraden estaba inclinado a su lado, pidiéndole con urgencia saber qué era lo que había visto, no podía centrar su atención en él. Estaba contemplando el espejo que él había dejado sin cubrir, el espejo plano que mostraba un cruce de caminos bajo una alfombra de nieve…
La Imagen de aquel espejo había cambiado.
La forma en que lo miraba hizo que Geraden se volviera hacia él.
Cuando vio el espejo, jadeó.
—Eso es imposible. ¿Cómo has hecho…? —Luchó por controlar su desconcierto—. Conozco ese lugar. He estado allí…, prácticamente crecí allí. Acostumbrábamos a jugar en ese sitio cuando yo era un muchacho. Lo llamábamos el Puño Cerrado. Se halla en el Care de Domne. No está a más de diez kilómetros de Houseldon. —A través de su confusión y su sorpresa, su voz sonaba complacida—. Ese valle, en su parte más profunda, es un revoltijo de rocas. Un lugar estupendo para escalar. Y tiene que haber un centenar de pequeñas cuevas y lugares secretos donde esconderse. Jugábamos constantemente…
Ella le creyó: acababa de estar allí. Reconoció los contornos del terreno, la forma del valle. La ladera de la colina estaba blanqueada por la nieve, el hielo estrangulaba el arroyo, los pilares de piedra estaban escarchados con manchones blancos en su cabellera gris. Pero la escena era la misma. Sólo la estación había cambiado; la primavera se había convertido en invierno.
Ahora Geraden la miraba como si ella hubiera hecho algo maravilloso.
—Mi dama —dijo, con voz llena de admiración—, no sé cómo lo hiciste. No es posible. Los espejos no pueden cambiar sus Imágenes. Pero lo hiciste. De algún modo.
»Eres una Imagera. Ya no hay duda de que eres una Imagera. Nada así ha sido conseguido antes. Es una gran cosa para nosotros que estés aquí.
El color había vuelto a sus mejillas.
Ella no tenía la menor idea de por qué él había saltado a la conclusión de que ella era la causa de aquel cambio imposible. Por el momento, sin embargo, aquello era secundario. Todavía no podía pensar en ello. Otras cosas la abrumaban.
Acababa de ver la misma escena en dos espejos distintos. Una escena que él decía que era real. Pero la había visto en dos estaciones diferentes. Uno de los espejos estaba equivocado.
Estaban en invierno, no en primavera. El espejo que mostraba el Puño Cerrado en primavera estaba equivocado.
Una sensación de desvanecimiento drenó su corazón. Era el espejo de Geraden. El espejo que la había traído hasta allí. Aquel espejo reflejaba Imágenes que no existían.
Cuando se dio cuenta de que ella también era una Imagen que no existía, estuvo a punto de caer de nuevo de rodillas.