21
Al menos un complot descubierto
—Nyle —dijo el Príncipe.
El hermano de Geraden devolvió el saludo.
—Mi señor Príncipe.
Terisa podía oírles perfectamente. Era sorprendente lo bien que el frío y el barranco transmitían el sonido hacia arriba hasta ella.
—Espero que no llevaras mucho tiempo aguardando.
—Sólo el suficiente para encender un fuego.
Como sus hombres, el Príncipe Kragen iba vestido de blanco, con botas de piel de pelo también blancas en los pies y un gorro de piel de pelo sobre su cabeza, utilizando así el propio invierno como camuflaje. A la primera mirada, el atuendo blanco y marrón de Nyle, su media capa y sus polainas parecían una mala elección en comparación. Pero sus ropas eran indistinguibles de la maleza del barranco y de los oscuros troncos de los árboles. Si permanecía inmóvil, nadie repararía en él.
—¿Qué nuevas traes de Orison?
—¿Cuáles son las nuevas de Alend, mi señor Príncipe?
Una orla de negro pelo asomaba por el borde del gorro del Príncipe Kragen, un pelo tan negro como sus ojos. Estudió a Nyle por un momento, luego se volvió hacia sus hombres y les hizo gesto de que se pusieran en movimiento. Dos de ellos fueron en direcciones opuestas para montar guardia en ambos extremos del barranco. El tercero empezó a desempaquetar una serie de bultos atados a la parte de atrás de su silla.
Un poco tristemente, el Príncipe Kragen comentó:
—Todavía no acabas de confiar en mí, ¿no es así, Nyle?
—Sí y no, mi señor Príncipe. —La voz de Nyle brotó de una constreñida garganta—. Me he comprometido contigo. Pero somos enemigos tradicionales. Eso resulta difícil de olvidar.
Al lado de Terisa, Geraden cogió un puñado de nieve y se la frotó por el rostro para enfriar un irreprimible fuego interior.
—Comprendo —respondió el Príncipe con voz llana—. Pero yo corro más riesgos que tú aquí. Tú puedes cabalgar de vuelta a Orison y reanudar allí tu vida. Tan pronto como nos separemos, tú eres inocente. Si yo soy atrapado, el Castellano Lebbick puede hacerme ejecutar antes de que nadie pueda explicarle que matar a un príncipe extranjero raras veces resulta juicioso.
»¿Qué noticias tienes de Orison?
Argus se dio la vuelta. Ribuld le siseó pidiendo silencio; ignoró la advertencia y empezó a alejarse ladera abajo. Afortunadamente, la misma pared bloqueó el ruido que hacía.
A regañadientes, Nyle respondió:
—Elega tiene problemas.
Los ojos del Príncipe Kragen llamearon.
—¿Qué problemas?
—Por alguna razón, no sé cuál, esa mujer, Terisa de Morgan, decidió que tú y Elega estabais complotando contra el Rey. Convenció a mi hermano Geraden. Y éste convenció al Tor.
»Ya te dije que el Tor se ha erigido en una especie de canciller. Da órdenes como si tuviera tras él la autoridad del Rey, y nadie lo cuestiona. Puede que sea cierto. Después de todo, es el Tor…, el señor que dio al Rey Joyse su primer impulso.
—También es un estúpido borracho —indicó el Príncipe.
—Lo es. Por eso probablemente creyó a Geraden. Ya no queda mucha gente que pueda mostrar tanto optimismo.
Geraden oyó aquello con una mueca que recordó a Terisa la sonrisa de lucha de Artagel.
—¿Y qué problemas ha causado este estúpido borracho a dama Elega? —siguió el Príncipe Kragen.
—Le dijo que sabe lo que está haciendo. Luego se lanzó a una larga perorata acerca de la lealtad que deben los hijos a sus padres. —Nyle se encogió de hombros—. Ella le respondió que no mucha. Le dijo buena parte de lo que pensaba y le dejó con una expresión…, dijo que parecía encogido. Y dice que no podrá volver a interferir con su parte de tu plan. Yo no estoy tan seguro. Todo lo que él tiene que hacer es dejar caer unas cuantas insinuaciones a Lebbick, y ella no será capaz de dar un paso sin la mitad de los guardias de Orison vigilándola.
—Entiendo. —El Príncipe Kragen pensó por unos instantes—. Lamento que sea un azar. Pero ella me aseguró muchas veces que su papel es seguro…, y es una mujer que transmite convicción. —Con tono decidido, concluyó—: Debemos confiar en que hará lo que dice.
La voz de Nyle sonó como si tuviera los dos puños apretados contra su boca.
—Todavía sigo aguardando saber exactamente de qué se trata.
El Príncipe se envaró. Con engañosa intrascendencia, dijo:
—Mi señor Príncipe.
—Mi señor Príncipe.
El asentimiento del Príncipe Kragen advirtió: Recuérdalo. Su boca comentó:
—La seguridad y el éxito de dama Elega dependen del secreto.
—Entonces, quizá me contarás las noticias de Alend. Mi señor Príncipe. —La furia de Nyle era controlada, pero inconfundible—. Quizá me contarás por qué hemos tenido que reunimos hoy. No antes. No después. Todo lo que he obtenido hasta ahora han sido seguridades y retórica. Quizá me contarás qué es lo que ocurre.
Geraden asintió aprobadoramente con la cabeza.
—Bien —murmuró—. Haz que te diga lo que está pasando.
Ribuld miró furiosamente al Apr por hablar.
—Dentro de un momento. —La actitud del Príncipe Kragen se correspondía con la ocasión—. Responderé a un cierto número de tus preguntas dentro de un momento. Primero, sin embargo, prefiero decirte lo que deseo que hagas.
Nygel seguía dando la espalda a sus subrepticios oyentes: Terisa no podía ver su rostro. Pero sus hombros se encajaron como si estuviera estrangulando pensamientos dentro de sí mismo.
—Te pedí que te reunieras conmigo aquí en este día en particular —dijo firmemente el Príncipe—, y te pedí que te prepararas para abandonar Orison, porque deseo que cabalgues hasta Perdon. Quiero que encuentres al Perdon y le ofrezcas el reino de Mordant.
Jadeando demasiado audiblemente, Argus regresó colina arriba cargado con su pellejo de coñac. Sus compañeros no le prestaron atención. Ante el anuncio del Príncipe Kragen, todo el cuerpo de Geraden se crispó. Terisa miró. Al menos temporalmente, incluso Ribuld estaba demasiado interesado en lo que escuchaba como para ser interrumpido por el licor.
La sorpresa de Nyle se reflejó claramente en toda su actitud.
—¿Por qué?
—¿Por qué el Perdon? —El Príncipe Kragen disimuló un rastro de regocijo bajo su negro bigote—. ¿Por qué el reino? ¿O por qué tú?
Nyle pareció incapaz de hacer nada excepto asentir.
—El Perdon es mi única elección razonable. ¿Sabes?, aproveché mi reunión con los señores, pese a que no obtuvo el resultado que deseaba. El Fayle es demasiado viejo…, y demasiado leal. El Tor se ha convertido en un estúpido borracho. El Domne se negaría. El Armigite… —El Príncipe Kragen bufó—. En cuanto al Termigan, está demasiado lejos. También está preocupado únicamente por la suerte de su propio Care.
»Hay que ofrecerle al Perdon el reino como prueba de nuestra buena fe.
Furiosamente, Geraden susurró:
—Sin mencionar el hecho de que el Perdon es el único señor con un ejército lo bastante próximo como para constituir una amenaza para ti, mi señor Príncipe.
—Pese a lo que creen el Rey Joyse y el Castellano Lebbick —prosiguió razonablemente el Príncipe Kragen—, nunca ha sido intención del Monarca de Alend conquistar para sí mismo Mordant. Su primera prioridad, su único y vital compromiso, es llenar el vacío de poder en Mordant a fin de que la Cofradía de Imageros no caiga en manos de Cadwal. Para conseguir eso, conquistará Mordant, porque no tiene otra alternativa. ¿Qué otra cosa podemos hacer? El Rey insultó mi misión. Los señores rechazaron la unión que el Maestro Eremis y yo les propusimos.
»Pero no tomaremos Mordant para nosotros mismos si podemos persuadir al Perdon de que sea Rey. Ése será tu trabajo. Puede que no escuche una proposición así procedente de mí. Somos enemigos tradicionales, como tú has dicho. Pero un hijo del Domne, un amigo de toda la vida de dama Elega…, quizá pueda persuadirle. Por el bien de todos los que se oponen a Festten y Cadwal.
»¿Lo harás, Nyle?
Nyle guardó silencio durante largo rato. Cuando habló, sonó a la vez sorprendido y aliviado.
—Sí. —Pese a su suavidad, la palabra brotó con demasiada fuerza, como si estallara dentro de él—. Sí, mi señor Príncipe. Lo haré.
Geraden se cubrió la cabeza con las manos, manchándose sin darse cuenta todo el pelo con nieve.
—Bien. —El Príncipe Kragen se acercó al fuego para calentarse las manos—. Entonces necesitas saber qué es lo que ocurre, a fin de transmitirle esa información al Perdon.
Argus tendió su pellejo de coñac a Terisa. Al observarlo, ésta se dio cuenta de que se sentía miserablemente fría. Con un estremecimiento, desenroscó el tapón de la boca del pellejo y lo alzó hacia su boca. Como sus mejillas, sus labios estaban demasiado ateridos como para percibir lo que estaban haciendo, pero su lengua verificó que el coñac penetraba en su boca en vez de resbalar por su barbilla. Sabía horriblemente a líquido quitabarnices ligeramente perfumado, pero hizo lo que se suponía que debía hacer: elevó la temperatura de su sangre varios grados.
Pasó el pellejo a Geraden.
Abajo en el barranco, el Príncipe Kragen hizo un gesto con un dedo al guardaespaldas que había desempaquetado los bultos. El hombre se acercó y le tendió un estilo y una pequeña tablilla para escribir. De pie junto al fuego, el Príncipe Kragen se puso a escribir. Sus dedos sujetaban el estilo como si no supieran nada de espadas y jamás hubieran ayudado a salvar la vida de Terisa.
—¿Es eso un mensaje para el Perdon, mi señor Príncipe? —El tono de Nyle sugería impaciencia.
El Príncipe negó con la cabeza.
—Para mi padre. El Monarca de Alend necesita saber que has aceptado contactar al Perdon por nosotros.
—¿Qué es lo que hará?
—Lo que ya está haciendo. —La mente del Príncipe Kragen estaba enfocada en su mensaje—. En el bazar de Orison, durante la primera mañana del deshielo, me trajiste la noticia de que dama Elega había hallado una forma de cumplir con su parte de nuestros planes. Supongo que observaste que me sentí complacido por la noticia.
»Me sentí complacido debido a que mucho depende de su papel. Mientras tú y yo hablábamos, mientras elegíamos el día y el lugar para este encuentro…, mi padre y sus ejércitos estaban cruzando ya el Pestil hacia Armigite.
Argus, Ribuld y Geraden parecieron congelarse: todo movimiento desapareció de ellos. No parpadearon o miraron a su alrededor; ni siquiera parecían respirar. Cada parte de ellos —sus brazos y piernas, los ángulos de sus espaldas, la disposición de sus hombros— se concentró en lo que estaban oyendo.
Así que todo era una mentira, pensó Terisa. Su misión de paz. Su reunión con los señores. Una mentira. El Monarca de Alend había iniciado ya su marcha antes incluso de tener noticia del resultado de la misión de su hijo. Nunca había pretendido hacer nada excepto invadir Mordant.
Como un eco de sus impresionados pensamientos, Nyle articuló suavemente:
—Nunca deseaste la paz. Nunca pretendiste que el Rey Joyse se tomara en serio tu misión. Simplemente viniste a Orison en busca de gente que te ayudara a traicionarle. —Sus dos brazos saltaron hacia delante, en un gesto lleno de violencia, ferozmente reprimido—. Esto es lo que tú llamas buena fe.
Clara y sibilante en el frío, una espada brotó de su vaina. El guardaespaldas del Príncipe Kragen avanzó unos pasos, apuntando el extremo de su hoja a la garganta de Nyle.
Ribuld llevó su propia mano a la empuñadura de su arma.
Pero un rápido gesto del Príncipe detuvo al guardaespaldas. El hombre se encogió rígidamente de hombros y volvió a enfundar su espada.
—Comprendo tu furia, Nyle —dijo calmadamente, casi casualmente, el Príncipe Kragen, pero su tono advirtió a Nyle de que no le empujara demasiado—. Sin embargo, me has comprendido mal. El problema es de comunicación, ¿no crees? Sabiendo que he pasado casi treinta días en medio de lo peor de este invierno en mi camino desde la sede del Monarca de Alend en Scarab hasta Orison, crees que no hemos tenido tiempo de intercambiar mensajes desde mi llegada aquí. En consecuencia, has llegado a la conclusión de que he venido únicamente para servir los planes que él hizo antes de que yo me fuera de su lado.
Nyle no se movió.
Con una débil sonrisa, el Príncipe continuó:
—Esos indóciles barones, los Feudos de Alend, han estado siempre luchando por conseguir ventaja los unos sobre los otros. Al final, sus mezquinas disputas han producido algo útil. —Otro gesto a su guardaespaldas hizo que el hombre avanzara, de nuevo, con un bulto que parecía ser un trozo de tela envuelto en torno a una estructura rígida.
El Príncipe Kragen enrolló apretadamente su mensaje y lo ató con un trozo de cuerda. Cuando hubo terminado, su guardaespaldas destapó el bulto, revelando un pájaro en una jaula cuadrada.
—Una paloma mensajera —jadeó Terisa, sorprendida—. Están utilizando palomas mensajeras.
Argus, Ribuld y Geraden la miraron por un instante, luego volvieron su atención al fondo de la garganta.
El ave era inconfundiblemente una paloma. Dejó escapar un suave arrullo cuando el guardaespaldas la sacó de la caja y la tendió para que el Príncipe pudiera atar el mensaje a su pata.
—Uno de los Feudos —explicó el Príncipe— descubrió que estas aves poseen la habilidad de hallar su camino a través de cualquier distancia hasta el lugar que han sido entrenadas a reconocer como su hogar. Ésta ha aprendido a identificar la combinación de tiendas, estandartes y carros que invariablemente se produce en los campamentos de mi padre. Volará directamente hasta él cuando sea soltada.
»¿Comprendes ahora? —El tono del Príncipe Kragen era duro, con una amenaza tras su amistosa actitud—. Traje conmigo un cierto número de ellas desde Alend. Llevan mensajes a mi padre en un solo día…, quizás en menos. De esta forma, yo tomo decisiones por él.
»Vine a Orison cargado con la responsabilidad de resolver el dilema de la Cofradía, Cadwal y la guerra…, el dilema de la extraña debilidad de vuestro Rey. Soy el Pretendiente de Alend. Deseo intensamente conseguir el trono. Por esa razón, mi misión de paz era sincera, te lo aseguro. Pero cuando el Rey Joyse la rechazó, empecé a pensar en la guerra. Envié mis mensajes de acuerdo con ello. Luego, sin embargo, tanto el Maestro Ere-mis como dama Elega me ofrecieron la seguridad de que la paz era mucho más preferible que la guerra. Envié de nuevo mensajes. Cuando los señores de los Cares rechazaron el pacto que el Maestro Eremis les sugirió…, y muy especialmente cuando experimenté en mi propia carne lo vulnerable que era Orison, y en consecuencia la Cofradía, a un ataque de Cadwal…, entonces decidí actuar según las posibilidades que dama Elega y yo habíamos discutido.
»El Monarca de Alend está haciendo lo que yo le he pedido. Y se lo he pedido porque creo que es la respuesta menos sangrienta y más efectiva a un peligro intolerable. El Gran Rey Festten no debe conseguir el control de la Cofradía. La brecha en el muro de Orison es una oportunidad que no puedo ignorar.
Firmemente, el Príncipe concluyó:
—¿Cuál es tu respuesta ahora?
Nyle parecía como si estuviera intentando tragar dificultosamente saliva, intentando ajustar sus preconcepciones para que encajaran con la nueva situación. En aquel momento, Geraden no parecía tener ninguna opinión acerca de lo que su hermano debería hacer. Parecía estar luchando por captar todas las implicaciones de lo que acababa de oír. Tanto Argus como Ribuld observaban el encuentro con trastornados ojos.
—Mi señor Príncipe —empezó a decir Nyle con voz densa—, probablemente debería disculparme. No sabía que esto fuera posible—. Sus manos se agitaron impotentes a sus costados—. Por supuesto que iré a Perdon. Persuadiré al Perdon de algún modo.
El Príncipe Kragen estudió a Nyle por un momento. Luego asintió.
Su guardaespaldas soltó la paloma.
Alzó el vuelo en un destello gris, un asomo de azul y verde. Terisa la observó alejarse, agitando fácilmente las alas contra el helado cielo…, observó mientras seguía su camino para traer el derramamiento de sangre sobre Orison. Tras trazar un breve círculo, se encaminó hacia el norte.
Ribuld la miró con ojos llameantes.
—Tú sabías acerca de estos pájaros.
—Allá de donde vengo los utilizamos. —Defensivamente, añadió—: También tenemos caballos, pero nunca antes había montado en uno.
Geraden dio un codazo al guardia para que guardara silencio.
Nyle estaba luchando aún por conseguir aprehender toda la situación.
—Pero, ¿estamos todavía a tiempo? —preguntó tras pensar un poco—. ¿Cuándo crees que llegará el Monarca de Alend a Orison? No sé dónde está el Perdon. Puede que no se halle en Scarping. Puede estar en cualquier parte a lo largo del Vertigon, luchando contra Cadwal.
—He elegido con sumo cuidado el momento —respondió el Príncipe Kragen, como si quisiera tranquilizar a Nyle—. Es importante que no alcances al Perdon demasiado pronto. Si lo haces, y no se deja persuadir, y lanza sus fuerzas contra nosotros, puede conseguir bloquear nuestro camino hacia Orison. Por esa razón no nos hemos reunido hasta hoy. He calculado que si lo encuentras de inmediato, y él rechaza tu propuesta y acude contra nosotros en furiosa prisa, no alcanzará Orison hasta después de que lo hayamos dominado.
Geraden sacudió la cabeza.
—No es tan fácil —susurró.
—¿Crees que va a ser fácil? —La idea pareció incendiar a Nyle—. Poner sitio a Orison puede tomar toda la primavera. Incluso con esa brecha en el muro. No puedes simplemente…
—Nyle —interrumpió el Príncipe—, no soy ningún niño. No me des arengas sobre sitios. Los he estudiado profundamente. Y te aseguro que seremos capaces de dominar Orison.
Nyle recibió aquella afirmación como un hombre luchando por no dejar que lo que había oído lo aturdiera.
—De todos modos, mi señor Príncipe —dijo lentamente—, me parece que estás intentando controlar demasiado delicadamente los acontecimientos. ¿Y si el clima se vuelve contra ti? Casi seguro que vamos a tener otra tormenta.
El Príncipe Kragen se encogió de hombros. Su paciencia se estaba agotando.
—Entonces, tú y el Perdon estaréis tan comprometidos como nosotros.
—¿Y qué hay del Armigite? —Nyle parecía incapaz de mantener controlada su furia—. ¿Va a permitir que cruces con tu ejército su Care, y lo va a aprovisionar, sin hacer al menos un esfuerzo para frenarlo?
Ante aquello, el Príncipe Kragen lanzó una corta risa.
—Dudo que necesite preocuparme por el Armigite. —Su risa tenía una nota de desdén que hizo que Terisa sintiera repentinamente mucho más frío—. De todos modos, ya me he ocupado de ello. Él y yo negociamos un pacto.
»Sin dejar de sudar ni un momento, me ofreció el libre paso a través de su Care de todos los ejércitos que yo le nombrara. ¿Y qué pidió a cambio? ¿Que no ejerciera violencia contra la gente de sus ciudades y pueblos? ¿Que dejáramos sin tocar los corrales de sus rebaños y los almacenes que alimentan su Care? No. Pidió solamente que él pudiera seguir a salvo e ignorante…, ignorante, Nyle, mientras era decidido el destino de Mordant.
Argus maldijo para sí mismo. Pero Terisa había conocido al Armigite: no le sorprendió.
—Personalmente —siguió el Príncipe con voz intrascendente—, me gustaría dañar un poco su ignorancia. Su Care merece algo mejor que él. Pero respetaremos el pacto. Y no causaremos ningún daño ni a su gente ni a su ganado ni a sus almacenes. Nuestro objetivo es hallar una respuesta a la debilidad de vuestro Rey y oponernos a Cadwal…, no empeorar la antigua enemistad entre Mordant y Alend.
»¿He satisfecho tus preguntas, Nyle?
De espaldas, Nyle no parecía satisfecho: había demasiada tensión en su actitud. Terisa hubiera esperado que se mostrara agradecido al Príncipe Kragen por proporcionarle tan pocas causas de desconfianza, tantas razones para creer que estaba haciendo lo correcto. ¿Por qué seguía furioso? ¿Por qué sonaba casi lívido por la furia cuando respondió?:
—Sí, mi señor Príncipe.
Por un momento, el Príncipe Kragen contempló a su aliado como si tampoco él comprendiera la actitud de Nyle. Pero, al parecer, lo que vio en el rostro de Nyle le tranquilizó.
—Bien —dijo, bruscamente activo—. El Perdon te escuchará. Empecemos.
Hizo seña de inmediato a sus guardaespaldas.
Los hombres que vigilaban los dos extremos de la garganta regresaron a sus caballos. Moviéndose rígidamente, Nyle preparó su propia montura. Finalmente, Terisa vio su rostro. Sus rasgos estaban encajados y parecían implacables, como si nada —ni siquiera su propia pasión— pudiera disuadirle del rumbo que había elegido.
Argus se puso de rodillas y desenvainó su espada.
—Saltaremos sobre ellos antes de que hayan salido de la garganta. Quizá podamos detenerles. —La mueca que puso al descubierto los dientes que le faltaban no mostró ningún miedo. Luchar era su oficio; él y Ribuld parecían dar aquello por sentado.
Pero Geraden los detuvo.
—No seáis estúpidos. Son cuatro. Y si el Príncipe tiene algo de sentido común, tendrá más hombres cerca.
»Tú —dijo rápidamente, apuntando con un dedo a Argus, para que los guardias no tuvieran oportunidad de discutir con él—, sigue al Príncipe. Averigua dónde está acampado. Mantén-lo vigilado. Y deja un rastro.
»Ribuld, tú vuelve a Orison. —Las líneas del rostro de Geraden eran tan intensas como el frío. La escarcha en sus cejas y la nieve en su pelo le hacían parecer extrañamente feral—. Dile al Castellano Lebbick lo que has oído. Condúcelo hasta aquí. Dile que si captura al Príncipe podremos utilizarlo como rehén. Tendremos una posibilidad de salimos de este embrollo.
»Marchad. —Dio un brusco empujón a los dos guardias.
Ribuld miró una vez a Argus y luego de nuevo a Geraden, frunciendo su cicatriz en pura concentración. Luego echó a andar ladera abajo, casi corriendo.
El Príncipe Kragen y sus guardaespaldas montaron en sus sillas. Nyle apagó el fuego con puñados de encostrada nieve.
—Muchas gracias —susurró sarcásticamente Argus a Geraden—. Me has dado a mí el trabajo difícil. Si van hacia el oeste, donde se unen las dos gargantas, podré encontrar su rastro allí. Pero si van hacia el este —señaló con el pulgar hacia atrás—, nuestra garganta termina ahí. La otra se abre hacia esas colinas. No podré pasar el risco a caballo. Tendré que seguirles a pie.
—Entonces tienes suerte. —Geraden señaló hacia abajo.
A sus pies, Nyle montaba en su caballo. El hijo del Domne y el hijo del Monarca de Alend se miraron el uno al otro, y el Príncipe Kragen alzó una mano en un saludo. Juntos, los de Alend se volvieron hacia la izquierda y emprendieron la marcha a lo largo del helado riachuelo.
Argus dio un ligero puñetazo en el brazo a Geraden y se marchó, siguiendo el risco, hacia su montura.
Terisa siguió observando a Nyle. Oyó, por encima de su hombro, alejarse el caballo de Ribuld.
Nyle permaneció unos instantes donde estaba, quizá considerando la mejor ruta hacia Perdon, quizá preguntándose qué podía decir para persuadir al señor de Perdon…, quizá simplemente dudando. Luego espoleó su montura con los talones y se encaminó hacia el este.
Geraden cogió a Terisa de la mano.
—Vámonos. Tenemos que detenerle. —Casi la hizo perder el equilibrio mientras seguía a Argus hacia los caballos.
Y, en aquel mismo momento, tropezó. Afortunadamente, algún instinto le inspiró a soltar la mano de ella mientras lo hacía. Y pudo retenerse a tiempo, antes de romperse algún hueso contra las rocas. Alcanzó el fondo de la garganta varias zancadas por delante de ella.
Torpe con la precipitación, saltó a la silla de su yegua. Ribuld había desaparecido por el bajo valle donde se unían los dos cursos de agua, en dirección a Orison. Con un paso más cauteloso, Argus se dirigía hacia el oeste, hacia la unión de las dos gargantas. Golpeando con sus botas los costados de la yegua, Geraden la hizo emprender un galope hacia el este.
Terisa tendió una mano hacia él, llamó tan fuerte como se atrevió:
—¡Espera!
Él no la vio ni la oyó.
Cuando consiguió llegar a su capón, había decidido ya olvidarlo todo y simplemente seguir a Ribuld a casa. Estaba helada hasta el tuétano; no sabía cuánto más frío podría soportar. Tenía miedo de todo lo que había oído.
Ignorando su propia decisión, siguió apresurándose, tan rápido como pudo. De alguna forma, desató al capón; de alguna forma, puso el pie izquierdo en el estribo, pasó la pierna derecha por encima de su lomo. Con las riendas, hizo girar su cabeza hacia el este.
Rechinando los dientes, golpeó sus flancos con los talones.
Casi se vio abrumada por el pánico cuando el capón cambió del paso al trote y luego al galope, intentando, por razones propias, alcanzar a la yegua de Geraden.
Su velocidad parecía tremenda. Y el fondo de la garganta era traicionero. Tenía que controlar de algún modo su montura…, frenar su marcha, hacerla adoptar un paso más pausado. Por supuesto. Y, mientras se ocupaba de ello, debía derrotar al ejército del Monarca de Alend, ocuparse del Maestro Gilbur y del archi-Imagero Vagel, y traer la paz sobre la Tierra. Mientras componía una gran partitura con su mano libre. En vez de hacer todo aquello, sin embargo, se concentró, con una intensidad tan puramente blanca que parecía terror, a mantenerse simplemente en la silla.
La pared septentrional de la garganta se convirtió en pura piedra gris, luego relajó un poco su inclinación. A lo largo de la parte superior, la maleza era densa. El lado sur era mucho más gradual, retenido por recios árboles negros con las raíces profundamente enterradas en el suelo. Pero pronto los árboles empezaron a retroceder, y la pared se hizo más empinada.
Mientras el capón seguía su frenética marcha, se prometió a sí misma y se volvió a prometer que, si alguna vez salía con vida de aquello, nunca volvería a montar a caballo, nunca mientras viviera, nunca.
Inmediatamente, como si el propio terreno se hubiera apiadado de ella, las paredes del barranco saltaron hacia arriba y se juntaron, dando fin al curso de agua. En algún momento debió continuar hacia el este, pero al parecer sus paredes se habían hundido hacia dentro, forzando al agua a encontrar otro canal. Los caballos no tenían ningún lugar donde ir.
Bruscamente, Geraden hizo detenerse a su yegua con un tirón de las riendas y saltó de su lomo. Golpeó el suelo con demasiada fuerza: cayó de nuevo, impactando con todo su cuerpo contra la nieve. Parecía como loco cuando volvió a ponerse en pie y cargó contra la ladera norte.
A Terisa no le quedaba aliento para gritarle, para llamarle que volviera, así que tuvo que imaginar por sí misma cómo conseguir que su capón se detuviera.
Inintencionadamente amable, el animal se ocupó por ella de ese detalle. Habiendo alcanzado la yegua, se sintió repentinamente contento con esto. Al lado de la yegua, se detuvo, le dio al otro animal un ligero golpe con el hocico, luego bajó la cabeza y se sumió en un estado de impenetrable estupidez.
Terisa estaba aún de una sola pieza. Sorprendente.
Hubiera sido agradable permanecer sentada allí y gozar de su supervivencia por un momento. Pero Geraden estaba trepando frenéticamente por la ladera. Al principio, la ascensión pareció demasiado empinada para él. Luego Terisa vio que iba a conseguirlo. Pronto estaría fuera de su vista.
Consiguió bajar de su montura, dio unos cuantos pasos tentativos para comprobar la solidez del mundo, luego echó a correr.
La ladera del risco era realmente empinada. Sin embargo, estaba bien provista de rocas encajadas en el suelo y raíces sobresalientes. Y la ascensión de Geraden había limpiado una notable cantidad de nieve. Descubrió que si no se apresuraba —y no miraba hacia abajo—, podía ascender con bastante facilidad.
Por el camino, intentó no pensar en lo lejos que estaba él por delante de ella. O en lo que intentaba hacer.
Jadeando en el helado aire, alcanzó la cresta.
La espina dorsal que separaba las dos gargantas era muy parecida allí que donde ella y Geraden habían escuchado a Nyle y el Príncipe Kragen: un poco más suave su descenso por su cara norte; señalada con matorrales, montones de rocas, unos cuantos árboles; pero empinada pese a todo. El río que había abierto la garganta se deslizaba por la base de la espina, en lentos meandros, hasta desaparecer de la vista hacia el este. La garganta en sí, sin embargo, había desaparecido. Su lado norte se abría a un bosque que ocupaba el terreno bajo entre aquella espina y otra sucesión de colinas. El risco podía verse claramente a través de las desnudas copas de los árboles, aunque parecía estar a una cierta distancia.
Geraden, por su parte, no era visible en ningún lado.
Hubiera debido sumirse en el pánico, pero no tenía tiempo. Casi de inmediato, divisó a Nyle.
Cabalgaba al trote a lo largo del lecho del río. Estaba aún a su izquierda, avanzando hacia el este; pero dentro de un momento estaría directamente debajo de ella. Si fuera el tipo de persona que hacía esas cosas, hubiera podido golpearle con una roca.
Más debido a que los movimientos de Nyle atrajeron su atención hacia allá que porque hubiera recobrado su sentido común, miró hacia la ladera que tenía ante ella, y vio las huellas del descenso de Geraden. Iban directamente hacia un denso grupo de arbustos situados encima del lecho del río.
Imaginó lo que estaba ocurriendo justo a tiempo de controlar su sorpresa cuando Geraden saltó de entre los arbustos hacia su hermano.
Su elevación y la proximidad le proporcionaban una clara ventaja: no podía fallar. Y saltó enérgicamente. Su impulso arrastró a Nyle fuera de su silla y los derribó a ambos contra la nieve al otro lado del caballo, con un sonido que hizo pensar a Terisa en brazos y espinazos rotos.
Empezó a bajar la ladera, con un grito encallado en su garganta.
La experiencia de Geraden con las caídas le proporcionó una gran ventaja. Estaba de nuevo en pie casi instantáneamente. Levantando surtidores de nieve, corrió hacia el sorprendido caballo y le dio una fuerte palmada en la grupa, enviándolo lejos al galope, fuera de alcance. Luego se volvió hacia su hermano.
Nyle alzó la cabeza. Por un momento, no pareció darse cuenta de que estaba ciego porque tenía el rostro lleno de nieve. Cuando se la apartó a manotazos, sin embargo, pudo ver.
—¿Estás bien? —preguntó Geraden—. No tenía intención de hacerte daño. Sólo quería detenerte.
Parpadeando furiosamente, Nyle agitó la cabeza. Con una serie de sacudidas, movió los brazos, luego las piernas. Se quitó la nieve de su media capa. Inmediatamente, saltó en pie como el abrirse de la hoja de una navaja.
—Si crees que es una broma —dijo entre dientes apretados—, no tiene ninguna gracia.
Las agotadas piernas de Terisa estuvieron a punto de fallarle; tropezó, y tuvo que sostenerse en un árbol. Pero ya casi había llegado.
—No es ninguna broma. —Geraden estaba tan blanco por la nieve que lo cubría que parecía un muñeco de nieve hecho por niños. Sin embargo, no había nada infantil en su actitud—. No voy a permitir que lo hagas.
Terisa alcanzó el lecho del río y avanzó por la helada superficie hacia los dos hermanos.
—¿Hacer qué? —restalló Nyle—. Has perdido la cabeza. Simplemente estaba cabalgando. Sobre un caballo. ¿Recuerdas los caballos? Actúas como si eso fuera un crimen contra la humanidad.
—Nyle. —Geraden permanecía completamente inmóvil. Incluso su voz parecía inmóvil—. Te oí. Yo estaba ahí. —Incluyó a Terisa—. Los dos estábamos ahí. Oímos todo lo que dijiste. Y lo que dijo el Príncipe Kragen.
Sólo por un segundo, Nyle miró boquiabierto a su hermano, luego a Terisa.
Mudamente, ella asintió con la cabeza.
Nyle enderezó los hombros, y la furia cerró su rostro como unas contraventanas.
—Así que has decidido detenerme. Lleno de superioridad moral, has decidido detenerme porque te aferras a la sorprendente creencia de que el Rey Joyse y el caos y la terrible Imagería y un nuevo empezar de las guerras que afligieron Mordant durante generaciones son algo preferible a poner al Perdon en el trono y salvar todo el reino. Tú…
—No. —Geraden sacudió la cabeza, reprimiendo la violencia—. Eso no funcionará. El Perdon nunca aceptará la oferta del Príncipe Kragen…, y él lo sabe. Te está enviando ahí para confundir las cosas, para que el Perdon no tenga una posibilidad de luchar por Orison cuando Alend ataque.
—Estás equivocado, Geraden. —Terisa se sorprendió de oírse a sí misma hablar. Su voz era como un pequeño animal acurrucado contra el frío, apenas vivo—. Lo siento. He conocido al Perdon. Los he visto a él y al Príncipe Kragen juntos. Está desesperado. No rechazará al Príncipe.
Geraden le lanzó una rápida mirada de desánimo; pero Nyle no apartó los ojos de su hermano.
—Aunque no fuera cierto —continuó—, sigues actuando como un niño. El Príncipe Kragen tiene razón. El Monarca de Alend tiene razón. Lo peor que puede ocurrimos es que el Gran Rey Festten ponga sus manos sobre la Cofradía.
»Ya nos estamos viendo desgarrados por un Imagero al que nadie puede descubrir o detener. Cadwal conseguirá diezmarlo todo al oeste del Vertigon si la Cofradía fracasa. Sobre la tumba de nuestra madre, Geraden, deberíamos suplicarle a Margonal que nos invadiera.
»En vez de interferir, ¿por qué no imaginas lo que les dirás a todas las familias que van a ser masacradas, a todos los niños que van a quedar huérfanos, a todos los hombres y mujeres que van a resultar mutilados y muertos cuando el Rey Joyse se desmorone finalmente y ningún poder lo suficientemente fuerte como para mantener unido el reino ocupe su lugar?
»Mientras tanto, apártate de mi camino.
Pasó entre Geraden y Terisa, y echó a andar a largas zancadas hacia su caballo.
El desánimo en el rostro de Geraden se hizo peor. Por un momento, pareció incapaz de moverse. Confusa y alarmada, Terisa tendió una mano hacia él.
—¿Geraden?
Bruscamente, los rasgos del Apr se crisparon, y se puso en movimiento.
Mientras perseguía a Nyle, gritó:
—¡Estupendo! ¡Maravilloso! Tienes razón, por supuesto. Estás siendo perfectamente razonable. Nuestro padre va a sentirse terriblemente orgulloso de ti.
Nyle se estremeció, pero siguió andando.
—Sólo hay una cosa. ¿Qué hay acerca de la lealtad? El Rey Joyse es el amigo de nuestro padre. ¿Qué hay acerca del respeto hacia uno mismo? Estás traicionando a tu Rey, al hombre que creó Mordant y la paz de la nada, del constante derramamiento de sangre. ¿Cómo piensas vivir el resto de tu vida sin lealtad ni respeto hacia ti mismo?
—¿Lealtad a quién? —Aunque el paso de Nyle no vaciló, su grito fue como un lamento—. ¿Al Rey Joyse? ¿Cuándo ha sido él alguna vez leal a mí?
»Nos ha conocido a todos nosotros. Tuvo que verme muriendo de deseos de conseguir su atención, su aprobación. Pero fuiste tú el invitado a Orison. Cuando decidió comprometer a Elega, te eligió a ti. Y fue una brillante elección. Seguro que has reclamado su buen juicio, ¿no es así? Perdoname, pero hallo un poco difícil sentir calor y sentimiento hacia ese hombre.
»¡Y está consiguiendo que nos maten a todos! —Pequeños fragmentos de su aflicción resonaron en los troncos de los árboles—. ¿No lo comprendes? ¿Cuánto respeto hacia ti mismo vas a extraer de vivir tu vida para un hombre que te sacrificó simplemente porque no podía molestarse en mantener unido su reino? Si deseas hablar de respeto hacia uno mismo, pregúntate por qué das tan poco valor a tu propia sangre. Y ni siquiera voy a mencionar la sangre de toda la gente que afirma preocuparse.
—Entonces, ¿por qué…?
Geraden alcanzó a Nyle y lo sujetó del brazo. Nyle se soltó. Los dos hermanos se miraron frente a frente, su aliento lanzando furiosas nubecillas al aire.
—Entonces, ¿por qué —repitió Geraden— estás tan furioso al respecto? —Ya no gritaba. Su voz se redujo a un susurro—. Estás haciendo lo que sabes que es correcto. ¿No te hace sentir bien esto? Y estás haciendo lo que Elega desea. Ella te querrá por eso. No podrá hacer otra cosa. ¿No te hace sentir bien eso?
—No. —Como Geraden, Nyle bajó la voz, como si no deseara que los árboles o la nieve le oyeran—. No, no me hace sentir bien. —Cada palabra parecía dolerle—. Así es como me metí en esto, pero no me ayuda en nada. Ella no me quiere. Nunca me ha querido. Quiere al Príncipe Kragen.
El bosque permanecía en silencio a su alrededor. El único ruido procedía de las botas de Terisa mientras se acercaba a los dos hermanos. La luz del sol que descendía del plomizo cielo no parecía tener peso, ningún efecto contra el frío.
Geraden abrió las manos en un gesto de apelación.
—Entonces abandona. Por favor. Todo esto es una locura. No hay forma alguna de que el Monarca de Alend pueda apoderarse de Orison sin un terrible asedio…, sin matar a gran cantidad de gente. No me importa lo que diga el Príncipe Kragen. El Tor y el Castellano Lebbick no cederán. Las únicas vidas que salvarás serán las de Alend, no las nuestras. No arrojes a un lado todo esto por una mujer que desea traicionar a su propio padre.
Terisa vio de inmediato que Geraden había cometido un error. Hubiera debido dejar que el pesar de Nyle lo devorara por sí mismo…, no hubiera debido mencionar a Elega de nuevo. Pero ahora ya era demasiado tarde: el daño estaba hecho. Como si los huesos de su cráneo se movieran, el rostro de Nyle adoptó la implacable actitud que había persuadido al Príncipe Kragen de que podía confiar en él. Sus ojos eran tan opacos como una piedra a la intemperie.
—Si deseas mi consejo —sus nudillos estaban blancos mientras se aferraba sus propios brazos—, vuelve a casa mientras aún puedas. Y llévate a Artagel contigo. No va a gozar perdiendo su famosa independencia.
—Nyle —protestó Geraden.
Nyle miró por encima de su hombro.
—Ya veo mi caballo. Me dejará atraparlo…, aunque lo asustaste demasiado. —Volvió su mirada a Geraden—. Te quedarás aquí mientras voy a buscarlo. Luego me alejaré. Si tu mente es tan débil como tu talento para la Imagería, volverás a Orison y le contarás a Lebbick toda la historia. No le gustará en absoluto, pero al menos tendrá algo de lo que preocuparse durante unos cuantos días. Pero, si tienes algo de sentido común, mantendrás la boca cerrada.
Suavemente, Geraden respondió:
—No. —Cubierto aún de nieve, parecía blanco y estúpido al lado de su hermano vestido de oscuro. El dolor brotaba de él en bocanadas de vapor, pero su voz y sus ojos y sus manos permanecían firmes—. No, Nyle. No te dejaré ir.
Brevemente, los rasgos de Nyle se retorcieron como si estuviera intentando sonreír. Luego sus hombros y sus brazos se relajaron.
—Supongo que sabía ya que ibas a decir eso. —Hizo un esfuerzo por sonar casual, sin éxito—. Siempre has sido más bien testarudo.
Terisa luchó por lanzar una advertencia, pero su voz le falló. Impotente, contempló cómo Nyle giraba en redondo en un movimiento que pareció alzarle del suelo, con una bota a la altura de la cabeza de Geraden.
La patada derribó a su hermano al suelo.
Por un momento, Geraden arqueó la espalda y sus manos se engarfiaron en la encostrada nieve. Luego quedó tendido, inmóvil, como con el cuello roto.
Rápidamente, Nyle se inclinó para examinar a su hermano.
Cuando se sintió satisfecho, se volvió para enfrentarse a Terisa. Ahora no podía contener su furia. Sus manos se abrían y cerraban espasmódicamente a sus lados. Los músculos de su mandíbula estaban tensos.
—Ocúpate de él. Si lo dejas morir aquí fuera, volveré para estrangularte con mis propias manos.
Se encaminó corriendo hacia su caballo, como si tuviera todas las jaurías del reino tras sus talones.
Terisa no lo vio partir. Sus manos estaban demasiado frías; no podía notar ninguna sensación en sus dedos. Estaba llorando de miedo y frustración cuando finalmente localizó el pulso en la garganta de Geraden y comprendió que todavía no estaba muerto.
Pareció transcurrir largo tiempo antes de que se diera cuenta de que aquel entorno le parecía familiar.
A través de los negros troncos de los árboles, vio una hilera de colinas. Las había visto antes sin prestarles ninguna atención, pero ahora su configuración contra el cielo invernal golpeó su memoria. ¿Dónde…? Había sido algo diferente. ¿Cuál era la diferencia? La nieve. La nieve era diferente. Recordaba unos secos y ligeros copos girando como vapor, arremolinados por la velocidad de los jinetes. Recordó el crujir del cuero, el sordo resonar de los cascos. Y recordó…
Recordó cuernos.
Su sueño. Aquel lugar estaba en su sueño, el sueño que había acudido a ella la noche antes de que su vida cambiara…, había acudido como para prepararla para la llegada de Geraden. Los árboles y el frío eran los mismos. El risco era el mismo. Y Geraden estaba allí, el joven de su sueño que había aparecido, sin abrigo ni armas, para salvar su vida. Todo lo que faltaba eran los tres jinetes que la odiaban y conducían sus monturas hacia ella por la nieve con la esperanza de matarla. Y el sonido de los cuernos, llegándole a través del helado aire y los árboles como la llamada que aguardaba su corazón.
No oyó cuernos. Aunque los anhelaba y tendía el oído para escucharlos, no podía conjurar que la música de caza saliera de su cabeza y llenara el aire.
Sin embargo, oyó ruido de caballos en la distancia, golpeando la dura costra de la nieve. El frío traía todo sonido procedente del risco hasta el bosque, tan claro como el quebrarse de un cristal.
La sensación de haber penetrado en su sueño hizo que todo se volviera más nítido y lento: tenía tiempo de ver claramente, tiempo de oír cada sonido excepto los cuernos que deseaba. Estaban allí, donde sabía que estarían: tres hombres a lomos de sus caballos, cargando a lo largo del borde del risco. Los vio a través de los enormes huecos entre los árboles. Vio el vapor brotar furiosamente de los ollares de sus monturas. Cada golpear de sus cascos, cada resonar a través del hielo y de la nieve, llegaba hasta sus oídos.
Sin ser precedidos por la aguda y aleteante llamada que hubiera hecho el sueño completo, los tres jinetes surgieron bruscamente de las colinas y orientaron sus monturas en su dirección.
Los estaba observando tan concentradamente que no se dio cuenta de que Geraden estaba consciente hasta que se puso en pie a su lado, frotándose la cabeza.
Atrapada en la doble experiencia de lo que estaba ocurriendo y lo que había soñado, fue incapaz de hablar, incapaz de apartar su concentración de los jinetes. Como la suya, sin embargo, la atención del Apr estaba fija en ellos.
—¿Los reconoces? —Su voz sonaba opaca con los efectos residuales del golpe de su hermano.
Los jinetes estaban aún demasiado lejos para ser reconocidos, aunque ella ya conocía la expresión de su odio. Agitó la cabeza.
—Probablemente van tras de ti. —Geraden no necesitaba hablar rápido; no había prisa, tenía todo el tiempo necesario—. No resultaría imposible a alguien encontrarnos. Si hicieron las preguntas correctas en los establos y las puertas. Y encontraron al conductor del carro. —Se volvió hacia un lado, luego de nuevo hacia ella—. No sirve de nada intentar echar a correr. Nuestros caballos están demasiado lejos.
Las espadas aparecieron en las manos de los jinetes…, hojas tan largas como sables, pero malignamente curvadas, como cimitarras. Iban a ensartarla contra la nieve allá mismo, donde estaba de pie. Tenía que moverse. Ella y Geraden tenían que hacer algo. Por el momento, sin embargo, estaba más interesada en el extraño recuerdo de que las espadas alzadas contra ella en su sueño habían sido rectas, no curvadas.
Geraden parecía igualmente fuera de contacto con la realidad. Estaba demasiado tranquilo. Por alguna razón, eligió aquel momento para patear los bultos que la nieve formaba en el suelo. Luego su comportamiento empezó a tener sentido. Fue poniendo al descubierto las ramas caídas. Eran retorcidas y muertas; pero dos de ellas eran recias, tan gruesas como su brazo, lo bastante largas como para resultar útiles.
Aquello no estaba bien. No era así como había ocurrido en su sueño.
Pero aún tenían mucho tiempo. Geraden le entregó una de las ramas, conservó la otra.
—Cuando alcancen ese árbol —lo señaló—, nos separaremos. Si se dividen, tendremos más posibilidades contra ellos. Si no lo hacen, podré atacarles desde un lado cuando ellos te ataquen a ti.
Terisa tuvo la impresión de que si realmente lo miraba, se daría cuenta de que estaba aterrorizado. Sin embargo, sus oídos insistían en escucharle como si estuviera completamente tranquilo.
—No te preocupes por los jinetes. Ve a por los caballos. Intenta golpear a uno de ellos en la cara. Si tenemos suerte, el jinete caerá y él mismo se hará daño.
Ella no respondió. Su atención estaba fija en los jinetes, mientras aguardaba a oír los cuernos.
Entonces sus rostros se enfocaron hacia ella, y en ese momento vio lo que no estaba bien en ellos. No eran los jinetes de su sueño.
No eran en absoluto hombres.
Tenían ojos en lugares equivocados. Largos bigotes como los de un gato brotaban de sus órbitas. Largos hocicos ocultaban sus bocas, pero no sus colmillos. Pudo ver claramente sus cabezas porque las capuchas de sus capas de monta habían sido echadas hacia atrás. Sus cabezas estaban cubiertas con un moteado pelaje rojo.
Parecían tener más brazos de los necesarios. Cada uno de ellos parecía agitar dos espadas.
No. No había sido así.
Sin embargo, la sensación de que estaba reviviendo su sueño se hizo más fuerte.
Permaneció inmóvil, aguardando. El aire era afiladamente frío, tan cortante como una bofetada y tan penetrante como astillas. Podía oír separadamente el sonido que hacía cada uno de los golpeantes cascos.
Cuando los jinetes alcanzaron el árbol que Geraden había indicado, el Apr siseó:
—¡Ahora! —y echó a correr, alejándose, como si en el último momento hubiera decidido huir. Corrió alzando mucho los pies, para librarlos de la helada superficie. Pero ella no se movió.
Sin vacilar, los tres jinetes hicieron girar sus monturas y se lanzaron tras él. Ninguno de sus extraños ojos la miró siquiera.
Surgido de la nada, un lanzazo de dolor la atravesó de parte a parte.
¿Geraden? ¿Geraden?
Tan repentinamente que estuvo a punto de caer, se volvió y vio el peligro que corría el Apr. Geraden lanzó una mirada como un grito en dirección a ella, luego alzó su maza. Los jinetes estaban ya casi sobre él.
Agarrando su rama con ambas manos, la rompió contra la frente del primer caballo.
La montura lanzó un relincho de dolor, intentó demasiado tarde echarse a un lado. Perdido el equilibrio, el jinete cayó a la nieve delante del segundo atacante.
Intentando evitar frenéticamente la colisión, el segundo caballo y su jinete cayeron también.
Geraden golpeó al jinete caído con los restos de su maza, luego hizo una finta en torno al caballo que se debatía en el suelo para eludir a su tercer atacante…, y tropezó. Cayó de bruces sobre una extensión de nieve virgen.
Mientras caía, el primer jinete le lanzó un golpe con su arma desde el suelo. Pero la helada nieve impedía sus movimientos: el golpe falló. Geraden y su atacante lucharon por ponerse en pie al mismo tiempo, mientras el tercer jinete daba la vuelta para iniciar otra carga.
Torpemente, Geraden consiguió tambalearse lo suficientemente fuera del alcance del otro como para arrancarle la espada al jinete que había atontado. Evidentemente, sin embargo, no sabía cómo usarla. Aferrándola como si fuera una cachiporra, se volvió para enfrentarse a su atacante.
La criatura dejó escapar un bufido de desdén y empezó a manejar sus armas.
Geraden bloqueó el primer golpe.
Fue incapaz de parar el segundo.
En su sueño, Terisa había observado a un hombre arriesgar su vida para salvarla. Pese a su evidente falta de experiencia con las armas, había derribado por ella a uno de sus asaltantes. Luego a otro. Y ella había mirado. Nada más. Había visto al tercer jinete avanzar tras él. Con la espada en alto, el tercer jinete se había situado para derribar de un golpe a su defensor. Y ella no había hecho ningún esfuerzo por ayudarle. Se había despertado sobresaltada con el grito que había lanzado para advertirle.
Pero ahora era Geraden quien estaba siendo atacado. Geraden quien necesitaba ser rescatado. Y ella aún sostenía la rama que él le había dado. Tuvo la sensación de que corría durante largo tiempo, de que la distancia era demasiado grande, de que nunca podría alcanzarle a tiempo; pero corrió más intensamente de lo que jamás había corrido en su vida, y antes de que su atacante pudiera matarlo dejó caer con todas sus fuerzas su maza contra el lado de aquella cabeza velluda.
Varias cosas parecieron ocurrir simultáneamente. Sin embargo, las vio todas.
Vio una mancha plana aparecer en el moteado pelaje rojo. Mientras el atacante se derrumbaba de rodillas, la mancha empezó a sangrar, primero lentamente, luego en un repulsivo chorro. La criatura golpeó la nieve, y su vida dejó una horrible mancha roja negruzca en la blanca nieve. Nunca más volvería a moverse.
Geraden la miró boquiabierto, momentáneamente desconcertado.
Al mismo tiempo, Terisa vio al tercer jinete acercarse a él por detrás, a lomos de su montura. Con las espadas muy alzadas, se situó convenientemente para derribar a Geraden de un golpe.
Geraden la miraba a ella. Había olvidado completamente al tercer jinete.
No había tiempo para ninguna advertencia ni para moverse, no había tiempo para que se agachara o hiciera una finta.
Sin embargo, sí hubo tiempo para que ella viera a otro jinete alcanzar por detrás a la criatura y clavar un largo puñal, como una pica, en el centro de su espalda. Vio a la criatura escupir sangre a los hombros de Geraden y desplomarse de su caballo, casi derribando a Geraden en su caída.
Nyle hizo detener su montura y saltó de su silla.
—¿Estás bien? —Sin esperar a una respuesta, empezó a comprobar los jinetes caídos—. ¿Dónde has conseguido enemigos como éstos? —Entonces descubrió que el primer atacante aún estaba vivo; extrajo un trozo de cuerda de una de las bolsas de detrás de su silla, y ató juntas las muñecas y los tobillos de la criatura—. Los vi dirigirse en esta dirección. Puesto que parecían tener tanta prisa por alcanzar el lugar donde acababa de dejaros, decidí que debía seguirles.
Geraden y Terisa le contemplaron como si acabara de llegar de la Luna.
—¿Estás bien? —repitió Nyle. Había preocupación en sus ojos, pero también había una chispa de humor, un asomo de orgullo; por un momento se pareció tanto a Artagel y Geraden que la semejanza puso un nudo en la garganta de Terisa—. Tuve la impresión de que no estáis acostumbrados a luchar contra enemigos así.
—Gracias —dijo Geraden, como si sintiera lo mismo que ella. Una expresión de náusea distorsionó sus rasgos. Con un estremecimiento de disgusto, dejó caer la espada que sujetaba—. Gracias por volver.
Con el mismo movimiento, recogió del suelo otra recia rama, y golpeó a su hermano con ella, dejándolo inconsciente.
Luego permaneció inclinado sobre Nyle, con la barbilla echada hacia delante y el rostro como el invierno, respirando grandes bocanadas de aire que parecían dolerle en lo más profundo del pecho.
Terisa tendió el oído intentando captar la distante llamada de los cuernos. Pero todo estaba en su mente.