13

La doctora Laurel estaba catalogando las numerosas navajadas asestadas a la víctima de la reyerta cuando el auxiliar, acompañado de un policía uniformado, entró en la sala empujando una camilla.

Ella alzó la vista y acto seguido volvió a prestar atención a su cliente.

El cuerpo que, a juzgar por la medida de sus músculos, había pertenecido en vida a un culturista, llevaba tatuadas en el pecho las inscripciones VÍBORAS SANGRIENTAS y PERROS DE PELEA. Asimismo se observaban varios símbolos indescifrables en la misma zona, la espalda, las nalgas y los tobillos. En un brazo tenía escritos al menos ocho nombres de mujer, siete de los cuales estaban tachados por una línea que comprensiblemente había sido tatuada con posterioridad. ¿Le iría la monogamia a aquel tío?

Además, alguien había tatuado con esmero el filo de una navaja atravesando todas la oes del pecho.

Encantador.

—Un cliente más —informó el policía—. Córtele sólo un poquito de los lados y rebájele la parte de arriba, ¿vale? Creo que tiene prisa.

Laurel lo fulminó con la mirada. Todos los policías se creían muy divertidos. Y ahora aquél la trataba de barbero.

—Una noche cargadita, ¿eh? —insistió el tipo, sonriendo.

—Cuénteme —dijo la doctora. Se giró hacia él-•. ¿Otro tiroteo desde un coche?

—No. A éste lo pillaron en un restaurante ruso. Y tengo a un par más en el pasillo a quienes les tocó en el mismo local.

—Fantástico. Ahora sólo me falta un accidente de tren o una boda italiana. Colóquelo junto a la pared —ordenó al camillero—. ¡Hola! —exclamó saludando al recién llegado—. ¿ Qué le pasa al gato?

El animal se sentó a los pies de la camilla, mirando fijamente al auxiliar y al policía de la forma en que sólo un ejemplar de esta especie es capaz de hacerlo.

—Al parecer pertenecía a la víctima —afirmó el agente—. Lo encontramos en el restaurante. Necesito que firme el informe.

Le alcanzó el portafolios a Laurel.

—Si alguna vez se me ocurre la brillante idea de ir a cenar donde murió este tío le ruego que me refresque la memoria. —Rubricó su nombre en el informe—. ¿Qué piensa hacer con el gato?

—Yo no pienso hacer nada. A partir de ahora ya es problema suyo.

—¡Oiga!

—Acaba de firmar. Déle algún higadillo o un par de riñoncitos. Seguramente tendrá usted algo por ahí que le sobre. Hasta la vista, señorita.

El policía y el ordenanza abandonaron la sala. Al cabo de un momento, entró de nuevo de auxiliar. Traía consigo dos camillas. Con la mano derecha empujaba una de ellas y con la izquierda arrastraba la otra.

—¿Haciendo otra vez muestra de tus habilidades, Tom?

—Sí, mami.

Laurel se dirigió hacia los recién llegados fiambres y les echó un vistazo.

El gato arqueó su cuerpo y rozó su pierna. Ella le acarició.

—Tienes un mal día, ¿verdad, gatito? Yo también. Pero anímate, el de éste es mucho peor.

Saludó al cadáver.

Cogió al gato y lo puso encima de una bandeja quirúrgica. Luego emplazó la camilla debajo de la luz.

—Bien. Vamos a echar un vistazo a tu último dueño, ¿de acuerdo?

El cadáver presentaba un color azulado y tenía espuma en las comisuras de los labios.

Los ojos y los dedos estaban inchados.

—¿Veneno? ¿Cuál era el nombre del restaurante, gatito?

Deslizó hacia abajo la sábana blanca que lo cubría. Al ver el cuerpo desnudo frunció el ceño.

En la pierna izquierda, a la altura de la ingle, podía apreciarse una importante tumefacción. La carne era de un color púrpura intenso, el cual rodeaba lo que, a primera vista, tenía toda la apariencia de ser una punción con jeringuilla hipodérmica de gran tamaño. Tenía el aspecto de picadura de aguijón de avispa gigante. Nada más y nada menos. O de serpiente perteneciente a una especie con un solo colmillo.

Bien. Resultaba interesante. El segundo cadáver, el de un hombre más corpulento y de menos edad, también presentaba una marca. En aquel caso estaba situada un poco más arriba. Vaya, vaya.

El primer cadáver podía esperar, no cabía duda sobre qué lo había matado. Aquellos dos eran mucho más intrigantes.

—¿Podrías colocar a éste encima de la mesa, Tom? —le pidió al auxiliar indicándole con la cabeza el hombre más corpulento.

—Creía que no podías alterar el orden —respondió el camillero.

—No he oído que los otros se quejaran. El chico se rió. Trasladó el cuerpo a la mesa de examen y después se fue.

Laurel se cambió la bata que llevaba puesta por otra limpia, enfundó cada una de sus manos con un par de guantes y se colocó de nuevo la máscara. Seguidamente, accionó la grabadora.

—El sujeto es un varón blanco de musculatura desarrollada, bien alimentado. —Consultó entre todo el papeleo que le había dejado el policía—. Según los informes, de aproximadamente unos cincuenta y dos años de edad.

A continuación, midió y describió la altura del individuo, el pelo, los ojos y las características generales, así como la herida de punción en la pierna.

No tardó mucho tiempo en descubrir que lo que estaba tumbado en la mesa no era exactamente lo que parecía.

No era como ninguno de los seres humanos a los que había practicado una autopsia durante todos sus años de carrera profesional.

Laurel siguió con su trabajo, cada vez más consternada. Intentaba mantener la voz serena para la grabación, pero le resultaba difícil.

—... temperatura oral aproximada de 3,5° C en el momento de la autopsia. El examinador ha intentado verificar su lectura rectal y ha podido comprobar que..., hummm..., bueno..., es decir... que no tiene recto. No se observa la existencia de orificio anal aparente, lo cual únicamente puede describirse como..., hummm...

—¿ Extraño? —oyó una voz a sus espaldas. Laurel se asustó. Al girarse vio a dos hombres, de pie

en la puerta, vestidos con unos feos trajes negros. Uno era de raza blanca, de unos cincuenta y tantos años, el otro, joven y negro.

—Disculpen, ¿ qué están haciendo aquí?

El mayor se acercó y mostró a la doctora una tarjeta de identificación.

—Soy el doctor Leo Menville del Ministerio de Sanidad. Él es mi adjunto, el doctor White.

Laurel miró la tarjeta. En ella constaba el nombre del tipo y su foto. Al pie del retrato figuraba la inscripción INVESTIGADOR ESPECIAL. Parecía auténtica. Además, para llegar hasta ahí ya habían tenido que obtener la autorización de Larry y Tom, por lo que no debía de tratarse de unos impostores.

Ella asintió con la cabeza. Miró el reloj que colgaba en la pared por encima de la mesa. ¡Dios mío, eran las tres de la madrugada!

—Ustedes no deben de llevar una vida muy hogareña, ¿verdad, muchachos? ¿Cómo se han enterado tan rápidamente de que habían ingresado a este par aquí?

—Forma parte de nuestro trabajo —afirmó Menville—. ¿Por qué no nos informa sobre los detalles, doctora?

Laurel hizo un ademán de desconocimiento con la cabeza.

—Me encantaría. Tengo entendido que los tres fueron asesinados en un restaurante ruso. Uno de ellos, el camarero, presenta un aspecto bastante normal, a excepción de la columna vertebral rota.

Los otros dos, bueno, no sé muy bien cómo describirlo. Echen un vistazo ustedes mismos. —Menville avanzó hacia el primer cadáver, el del hombre más corpulento—. Es la primera vez que veo un esqueleto de semejante estructura.

—¿Qué fue lo que le mató?

—Debo esperar los resultados de las pruebas para conocer el nivel de toxinas en sangre, pero en primera instancia diría que fue envenenado. Podemos observar una punción, justamente aquí. —Señaló la herida.

—¿Se encuentran las mismas características en el otro?

—Aparentemente sí. Estaba a punto de empezar con él. Acabo de practicar la incisión.

—¿Por qué no prosigue? El doctor White la ayudará, si no le importa. Yo me entretendré un ratito con el otro.

Laurel asintió. Era tarde, estaba cansada, pero aquello era lo bastante sorprendente como para continuar. Aceptó la ayuda de buen grado porque, desde luego, no sabía qué hacer con aquel par.

Había elegido aquella especialidad porque nunca le había gustado la idea de que se le pudiera morir un paciente en sus manos. Y no es posible hacer mucho daño a un tipo que ya está muerto. Desde que se había iniciado en la profesión había visto cosas bastante sorprendentes, pero ninguna comparada con aquélla. Ninguna.

—La bata y los guantes están ahí —le indicó al joven doctor. Era mono. Tenía unos ojos bonitos. De alguna forma le resultaba... familiar.

Cuando el «doctor White» estuvo listo para empezar, Laurel le condujo hasta el cadáver del hombre de más edad.

—Acabo de empezar con la laparatomía y ya me he percatado de un montón de anomalías. Eche un vistazo a esto.

El doctor White parecía un poco reticente a participar en la laparatomía. Ella esbozó una pequeña sonrisa, casi para sus adentros. Probablemente, el muchacho no había hurgado en un cadáver desde que dejó la facultad, e incluso era posible que se hubiera especializado en epidemiología. Un machacón de números, todo estadística. Lo entendió. La gente cree que si eres médico lo sabes todo sobre medicina y eso no es demasiado inteligente. Al fin y al cabo, ése es el motivo por el cual existen tantas especialidades. ¿Acaso a alguien le gustaría que le tratara un dermatólogo si tuviera un problema de neurocirugía? Ni tan sólo podía recordar la cantidad de veces que, estando en una fiesta, alguien se le había acercado para pedirle consejo médico gratuito. Por lo general, cuando explicaba que era forense, les cerraba el pico de inmediato. Pero no siempre. Un médico de cabecera es un médico de cabecera, ¿vale?

Sí. Claro.

—Venga, a por él, doctor. Estoy prácticamente convencida de que no le importará.

El joven médico introdujo la mano dentro de la cavidad abdominal.

—¿Qué estoy buscando?

Indudablemente escrupuloso, aquel tipo. Pero guapetón.

—¿Percibe algo extraño en el estómago, el hígado, los pulmones...?

—Nada. Todo correcto.

Joder! ¿Cuánto tiempo hacía que se había licenciado? Era joven, no podía haber terminado la carrera mucho después que ella.

—No están, doctor.

—Eso ya lo sé. Me refiero a que no hay ningún trocito de ninguno de ellos... Es decir, que están intactos estén donde estén.

—¿Nos habíamos visto antes? Sus ojos me resultan familiares —se interesó Laurel.

—¡Qué gracia! Yo estaba a punto de preguntarle lo mismo. Lo tenía en la punta de la lengua.

Le sonaba, pero no recordaba nada en concreto sobre él. No lo hubiera olvidado, de eso estaba segura.

—¿Quiere saber lo que pienso? —le preguntó, acercándosele—. No quisiera asustar a su superior ni nada por el estilo, ya se le ve suficientemente estresado, pero yo no creo en absoluto que esto sea un cuerpo humano.

—¿De verdad?

—No. Yo creo que esto es una especie de... no sé, una especie de... sistema de transporte. Un tipo de... coche orgánico o algo así. La pregunta es: ¿qué debe de transportar?, y... ¿dónde está ubicado, sea lo que fuere? —Él tragó saliva—. Hace tiempo que no practica una autopsia, ¿no es cierto?

—Hummm, sí. Hace cierto tiempo. No recibimos muchos cadáveres en la oficina, ¿sabe? El doctor Menville carraspeó. —Jay, ¿ tienes un momento? El chico retiró tan rápidamente sus manos del interior del cadáver que se hubiera dicho que habían sido propulsadas por dos muelles. —Ahora mismo voy.

Laurel sonrió y prosiguió su exploración de «lo que fuera». Aquello prometía un buen artículo para la Revista de la Asociación Médica Norteamericana o bien la Revista de Medicina de Nueva Inglaterra.

—¿ Qué opinas? —preguntó Kay. A Jay no le costó mucho trabajo responder aquella pregunta.

—Muy interesante. Tipo Expediente X.

—Me refiero al cuerpo.

—Un ejemplar estupendo, por lo que veo.

—Al cadáver.-Kay suspiró.

—¡Ah, era eso! No tengo la menor idea.

—Eso es una verdad como un templo. Mantenla ocupada durante un par de minutos, anda. E intenta no parecer demasiado idiota.

- Moi? ¡Estás de guasa! ¡Ay, coño!

—No, no lo estoy. Y no me llamo coño.

—Hala, tío. ¡Fuera, fuera!

—¡Doctor White!

—¡Joder, macho! —continuó Jay—. No puedo creer que hayas hecho una bromita tan prehistórica. Eso es más viejo que Matusalén, tío.

—¡Doctor White!

—Si esperas el tiempo suficiente también vuelven a ponerse de moda las corbatas anchas.

—¡Fíjate!

—¡ ¡Doctor White!!

Jay dio media vuelta y miró a la chica.

—Ahora va usted. Su turno, torero.

—¡Ah, sí! Lo olvidaba. —Se apresuró hacia Laurel—. Perdón. Mi jefe estaba tomándome el pelo un rato.

—Mire esto.

Jay bajó la cabeza.

Había algo alrededor de la base de la oreja de aquel fiambre que ofrecía un aspecto similar al de los puntos de cirugía. Alargó la mano para tocarlo. Y, de repente, tuvo una inspiración. La hizo girar como si se tratara del sintonizador de una radio de coche.

La oreja se separó de la cabeza cual pestillo.

—¡Hostia! —dijo Laurel.

—La he oído.

El muchacho estiró la oreja un poco más. De repente, la cara entera de Rosenberg... se levantó.

Se despegó completamente, emitiendo un sonido mecánico. Seguidamente se desplazó hacia un lado como si fuera una máscara, dejando la cavidad del cráneo al descubierto.

En medio había..., bueno... había... ¡un hombrecillo verde sentado!

Ja y soltó una palabrota que normalmente no solía emplear en presencia de una mujer.

El tipo verde estaba sentado en una silla acolchada que se encontraba dentro de una sala de control repleta de monitores y algo parecido a ordenadores en miniatura. Era evidente que el colega se encontraba mal. Respiraba con dificultad, jadeaba. Hizo unos gestos con los brazos y las manos para indicar a Jay y Laurel que se inclinaran hacia él.

Asilo hicieron.

—Yo deber, deber, evitar... —intentó explicar aquella especie de enano de color esmeralda. Su voz fue desvaneciéndose. Parecía estar buscando la palabra adecuada—. ¿Duelo? ¡No, no! ¡Palabra para expresar competición mortal!

—¿Lucha?-propuso Jay.

—¿Guerra? —intervino Laurel. El hombrecillo verde asintió con la cabeza. —¡Sss... sss... sí! ¡Evitar guerra! ¡Vosotros... vosotros deber, galaxia...! Se quedó sin aliento.

—¿ Qué le pasa a la galaxia? —preguntó Jay. —Galaxia. Ci... ci... ci... de Orion.

—De Orion ¿qué? ¿Cigarro? ¿Cine? ¿Cin— turón?

—¡Sí! ¡Ci... ci... cinturón! ¡Aaa!

Aquel diminuto hombre verde se desplomó.

Jay miró a Laurel.

—Creo que está muerto —afirmó Laurel.

—¿Evitar guerra? ¿La galaxia del cinturón de Orion? ¿Qué significa eso? —dijo Jay.

—¿A quién diablos le importa? —respondió ella—. ¿Acaso no lo ves? ¡Es un alienígena! ¡Aquí, justamente aquí, en mi sala de autopsias! ¡Un hombrecillo verde!

—Un hombrecillo verde... ¡muerto! —exclamó Jay—. ¡Kay! ¡Quiero decir, hummm..., doctor... hummm..., hummm..., lo que sea! ¡Venga!

Laurel se apoyó contra la pared y se quedó mirando fijamente a Jay.

—¿Doctor «Loquesea»? ¿Acaso no es capaz de recordar el nombre de su superior? ¡No pertenecen al Ministerio de Sanidad! ¿Se puede saber quiénes son ustedes? ¿Qué diablos está pasando aquí? —Le dio aire con la mano al tío verde.

Kay se acercó y miró al fiambre. Bien, fiambres, en plural, para ser más exactos. O un fiambre en un coche que se ha quedado sin batería. Realmente, en conjunto, demasiado raro.

—Rosenberg —dijo Kay—. ¡Qué lástima! Era uno de los que me gustaban de verdad. Un príncipe baltiano supuestamente exiliado, pero apuesto a que esto no era más que su tapadera. Seguramente estaba realizando alguna labor de embajador por su cuenta.

—¡Era un alienígena! ¡Y ustedes pertenecen a la agencia secreta gubernamental! —exclamó Laurel.

La ignoraron.

—Dijo algo así como «evitar guerra, la galaxia está en el cinturón de Orion» —intervino Jay.

—¡Alienígenas! ¡Aquí, en la Tierra! ¡Esto explicaría muchas cosas sobre Nueva York! ¡Los taxis!

—Mira eso-le dijo Kay a su colega, señalando hacia el suelo.

Jay agachó la cabeza. Más que ver, sintió el destello detrás de él.

—¿Existe una galaxia en el cinturón de Orion? —preguntó Kay—. Eso no tiene ningún sentido. Orión está en nuestra galaxia.

—Eso es lo que dijo ese tipo, el haitiano, quien sea. Pregúntale a ella.-Jay dio media vuelta. Laurel tenía la mirada perdida. Uy, uy, uy.

—¿ Qué has hecho? —preguntó Jay.

—¡Eh! Buenas, quienesquiera que sean. Tendré que ver las tarjetas de identificación si van a quedarse por aquí, ¿de acuerdo?

—Claro, preciosa, aquí tiene. Jay, mira hacia

allí.

Jay apartó la vista. Brilló un destello. —Maldita sea, Kay...

El tipo, con las gafas de sol puestas —¿cuándo se las había colocado?—, programó a Laurel.

—Hoy ha sido un día normal y corriente. Demasiada cafeína, demasiado poco descanso... Nada fuera de lo común con relación a los fiambres que ha examinado, incluyendo los tres del restaurante ruso. Todos murieron de un disparo. Envíelos a la fosa común y registre que se ha seguido el procedimiento habitual. Olvide que nos ha visto y todo lo que hemos dicho o que estamos a punto de decir. Borre toda la información relativa a los próximos cinco minutos.

—Ese trasto me pone nervioso. Es posible que provoque cáncer de cerebro o algo por el estilo —se quejó Jay.

—Hasta el momento no le ha causado ningún daño.

—¿Hasta el momento? ¿Cuántas veces le has aplicado esa historia resplandeciente a esta pobre mujer?

—Un par. Puede que algunas más.

—¿No te preocupa que pueda causar daños mentales a largo plazo?

—Bueno. Un poco. Pero ¿qué podemos hacer nosotros?

—'Eres un hijo de puta sin escrúpulos. ¿Cómo has llegado a convertirte en lo que eres?

—Me reclutaron en este trabajo. Vamos, es hora de marcharnos.

Laurel se quedó de pie, todavía atontada.

—¿Qué hacemos con ella?

—Estará bien. Vámonos.

De repente, Jay tuvo una sospecha.

—Tú nunca has efectuado ninguno de esos destellos sobre mí, ¿verdad?

—¿Porqué piensas eso? Ahora eres uno de nosotros.

Jay negó con la cabeza.

Fuera del depósito, Kay condujo a Jay hasta el coche.

—¿Me dejas que me encargue yo de este aparato durante un rato?

—Me parece que no, colega.

—¿Acaso no te fías de mí?

—En una palabra: no.

—Eso me afecta, Kay. Sinceramente. Ahora soy uno de nosotros, ¿te acuerdas?

—Sí, ya. Bueno, yo soy más nosotros que tú. Tal vez cuando seas más mayor. —Kay sonrió. Realmente aquel tío le gustaba. Iba a resultar bien, una vez que hubiera adquirido un poco más de experiencia.

El vehículo de operaciones de los Hombres de Negro avanzó hasta ellos y de él descendieron cuatro agentes.

Kay les puso al corriente de la situación.

—Tenemos dos alienígenas muertos ahí dentro que deben desaparecer y una adjunta de forense que posiblemente precise algún retoque. Sed amables con la chica. A Jay le hace tilín.

Jay le miró con desprecio.

Los cuatro agentes de los Hombres de Negro se rieron irónicamente al unísono.

—Vamos, Jay. Todavía quedan sitios adonde ir y alienígenas que atrapar.

—Eres frío, Kay. Eres un tipo frío.

—Como una bañera de nitrógeno líquido en el Polo Sur, tronco —dijo Kay—. Si lo que buscas es cariño y mimos es mejor que vuelvas al cuerpo de policía y sigas cazando macarras y drogatas. Si quieres trabajar en esto no puedes implicarte en la vida de la gente. Te pone las cosas más difíciles.