Capítulo 11

UN quirófano o sala de operaciones no es un lugar ni mucho menos tan popular como una sala de teatro, una sala de conciertos o una sala de cine, y es fácil adivinar el porqué. Una sala de teatro es una sala oscura y amplia, en la que unos actores representan una función teatral, y donde, si formáis parte del público, podréis disfrutar escuchando el diálogo y contemplando el vestuario. Una sala de conciertos es una sala oscura y amplia en la que unos músicos tocan sinfonías, y donde, si formáis parte del público, podréis disfrutar escuchando la música y viendo cómo el director de orquesta mueve la batuta por aquí y por allá. Y una sala de cine es una sala oscura y amplia en la que se proyecta una película, y donde, si formáis parte del público, podréis disfrutar comiendo palomitas y cuchicheando sobre las estrellas de la pantalla. Una sala de operaciones, en cambio, es una sala oscura y amplia en la que unos médicos realizan intervenciones quirúrgicas, y donde si alguna vez os encontráis presentes, más os valdrá largaros cuanto antes, porque en una sala de operaciones no se muestra nada que no sea dolor, sufrimiento y malestar, razón por la que la mayoría de salas de operaciones han echado el cierre o se han convertido en restaurantes.
Sin embargo, siento tener que decir que la sala de operaciones del Hospital Heimlich era bastante popular cuando sucedieron estos hechos. Klaus y Sunny cruzaron la puerta cuadrada metálica siguiendo a los secuaces de Olaf disfrazados y observaron que la amplia y oscura sala estaba repleta de gente. Hileras de médicos vestidos con batas blancas aguardaban expectantes a que se llevara a cabo la novedosa intervención. Y grupitos de enfermeras, sentadas en corrillos, susurraban entusiasmadas ante la perspectiva de la primera craniectomía mundial. También los Voluntarios Frente al Dolor habían acudido, dispuestos a ponerse a cantar en caso de que fuera necesario. Asimismo, había otros muchos espectadores, que se habían acercado para curiosear y ver qué se cocía allí dentro. Los cuatro camilleros disfrazados condujeron la camilla hasta un pequeño recinto vacío a guisa de escenario, con una araña que colgaba del techo, y en cuanto la luz de la lámpara iluminó a la inconsciente Violet, el público al completo prorrumpió en vítores y aplausos. El alboroto del público no hizo más que aumentar la angustia de Klaus y Sunny; los amigos de Olaf, en cambio, detuvieron la camilla, alzaron los brazos e hicieron varias reverencias ante el respetable.
—¡Muchas gracias! —exclamó el del garfio—. Doctores, enfermeras, Voluntarios Frente al Dolor, reporteros de El Diario Punctilio, distinguidos invitados y público en general, bienvenidos a la sala de operaciones del Hospital Heimlich. Soy el doctor O. Lucafont, su médico anfitrión en la función de hoy.
—¡Viva el doctor Lucafont! —gritó un médico, mientras el público rompía a aplaudir de nuevo.
El del garfio alzó las manos enguantadas e hizo una nueva reverencia.
—Y yo soy el doctor Flacutono —anunció el calvo, celoso de los aplausos recibidos por su compañero—, el cirujano inventor de la craniectomía, y estoy encantado de poder realizar esta intervención rodeado de gente tan guapa y encantadora.
—¡Viva el doctor Flacutono! —voceó una enfermera, y el público volvió a aplaudir.
Algunos reporteros incluso silbaron mientras el calvo se inclinaba hasta casi rozar el suelo, sujetándose con una mano el pelucón rizoso.
—¡El cirujano tiene razón! —intervino el del garfio—. ¡Estamos rodeados de gente guapa y encantadora! ¡Venga, amigos, chocad esos cinco!
—¡Viva el público! —exclamó un voluntario, y el público aplaudió de nuevo.
Klaus y Sunny miraron a su hermana, confiando en que el alboroto de la concurrencia la despertara, pero Violet seguía inmóvil.
—Bien, las dos hermosas jovencitas que tienen ante ustedes son mis auxiliares: la doctora Tocuna y la enfermera Fio —prosiguió el calvo—. ¿Por qué no les ofrecen la misma calurosa bienvenida que a nosotros?
Klaus y Sunny casi esperaban que alguien del público saltara diciendo: «¡Esas chicas no son auxiliares médicas! ¡Son dos de los niños que buscan por asesinato!». Sin embargo, el público aplaudió de nuevo, y Klaus y Sunny se vieron obligados a saludar con la mano. Aunque era un alivio que no los hubieran reconocido, aquel molesto cosquilleo en el estómago no hacía más que empeorar al observar el nerviosismo creciente por que se diera comienzo a la intervención.
—Y ahora que ya conocéis a todos nuestros fantásticos invitados —dijo el del garfio—, que empiece la función. ¿Doctor Flacutono, preparado?
—Por supuesto —respondió el calvo—. Bien, señoras y caballeros, como seguro sabrán, la craniectomía es una intervención en la que se extirpa la cabeza del paciente. La ciencia ha descubierto que muchos problemas de salud provienen del cerebro, de ahí que lo mejor sea extirpar el cráneo del enfermo. Laura V. Bleediotie podría fallecer en el curso de la intervención, pero hay ocasiones en que es preciso correr riesgos para curar una enfermedad.
—La muerte de la paciente sería sin duda un terrible accidente, doctor Flacutono —afirmó el del garfio.
—Sin duda, doctor O. Lucafont —convino el calvo—. Por ese motivo he decidido que mis auxiliares operen mientras yo superviso el proceso. Doctor Tocuna, enfermera Fio, adelante.
El público aplaudió de nuevo y los secuaces de Olaf hicieron una reverencia y lanzaron besos al aire a diestro y siniestro. Los Baudelaire, entretanto, intercambiaban miradas de horror.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Klaus a su hermana en un susurro, sin apartar la vista del público—. Todos esperan que serremos la cabeza de Violet.
Sunny miró a su hermana mayor, aún inconsciente en la camilla, y luego a su hermano, que sostenía el cuchillo oxidado que Esmé le había proporcionado.
—Entretener —propuso Sunny.
La palabra «entretener» puede significar varias cosas, pero como suele ocurrir, cuando una palabra tiene varios significados basta con examinar la situación en que se dice para saber de qué acepción se trata.
Klaus asintió en silencio, pues enseguida comprendió que Sunny no pretendía que divirtiera al público con unas cuantas gracias, sino que desviara su atención para posponer la operación todo el tiempo que fuera posible. Klaus respiró profundamente y entornó los ojos, intentando pensar en algo que le ayudara a aplazar la craniectomía, y de pronto recordó ciertas lecturas.
Cuando se lee tanto como lo hace Klaus Baudelaire, se aprenden muchas cosas que a veces no son útiles hasta al cabo del tiempo. Se puede leer un libro sobre la exploración del espacio exterior, y luego no hacerse uno astronauta hasta haber cumplido los ochenta. O leer un manual sobre acrobacias en patinaje sobre hielo y no verse obligado a realizar esas acrobacias en unas cuantas semanas. Como también se puede leer sobre el modo de alcanzar la felicidad en el matrimonio, para que luego la única mujer a la que has querido en tu vida se case con otro y se muera una tarde maldita. Pero aunque Klaus había leído sobre exploraciones del espacio exterior, acrobacias para patinar sobre hielo y métodos para ser feliz en el matrimonio, sin haber encontrado gran utilidad a toda esa información hasta la fecha, también había aprendido otras muchas cosas que estaban a punto de serle muy útiles.
—Antes de efectuar la primera incisión —anunció Klaus, empleando una palabra campanuda para «corte», de modo que sonara más profesional—, creo que la enfermera Fio y yo deberíamos hablar un poco sobre el instrumental que vamos a emplear.
Sunny miró con perplejidad a su hermano.
—¿Bisturí? —preguntó.
—En efecto —respondió su hermano—. Esto es un bisturí, y...
—Todos sabemos que es un bisturí, doctor Tocuna —interrumpió el del garfio, sonriendo al público. Mientras tanto, el calvo se inclinó hacia Klaus y le susurró al oído:
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con exasperación—. Siérrale la cabeza a esa mocosa y acabemos cuanto antes.
—Un verdadero profesional de la medicina nunca realizaría una intervención tan novedosa como ésta sin explicar el proceso completo —susurró Klaus a modo de respuesta—. Si queremos engañarles, habrá que explicarles paso a paso el procedimiento.
Los secuaces de Olaf observaron a Klaus y Sunny durante unos instantes, y los pequeños, temiendo que finalmente los hubieran reconocido, se prepararon para salir por piernas, dispuestos a llevarse la camilla con ellos. Pero tras vacilar un momento, Flacutono y Lucafont intercambiaron una mirada y asintieron con la cabeza.
—Quizá tengas razón —dijo el del garfio; después se dirigió al público—. Perdonen la dilación, amigos. Como saben, somos médicos profesionales, y las explicaciones son obligadas. Continúe, doctor Tocuna.
—La craniectomía se realizará con un bisturí —continuó Klaus—, el instrumento quirúrgico más antiguo de la historia. —Klaus había recordado un apartado sobre bisturís leído en La historia universal de los instrumentos quirúrgicos cuando tenía once años—. Se han encontrado muestras de bisturís en tumbas egipcias y templos mayas, donde se empleaban con fines rituales, en especial los tallados en piedra. Con el paso del tiempo, el bronce y el hierro pasaron a ser los materiales principales para la fabricación de bisturís, aunque en ciertas culturas se continuaron empleando colmillos de animales sacrificados.
—Dientes —explicó Sunny.
—Existen infinidad de instrumentos cortantes —continuó Klaus—, por ejemplo: navajas, cortaplumas, cuchillos de carpintero, pero el requerido para esta craniectomía es el cuchillo Bowie, llamado así en homenaje al coronel James Bowie que vivió en Texas.
—Magnífica explicación, ¿verdad, señoras y caballeros? —dijo el del garfio.
—Así es —convino una reportera que vestía un traje gris y hablaba por un pequeño micrófono mientras masticaba chicle—. Ya imagino el titular: «DOCTOR Y ENFERMERA EXPLICAN HISTORIA DEL BISTURÍ». ¡Ay, cuando lo lean los lectores de El Diario Punctilio!
El público aplaudió la intervención de la periodista y, mientras la sala de operaciones retumbaba con el estruendo de vítores y aplausos, Violet se movió en la camilla, aunque fue un movimiento casi imperceptible. Entreabrió la boca y le tembló una mano, que hasta ese momento había permanecido inerte. Eran movimientos tan imperceptibles que sólo Klaus y Sunny los advirtieron, por lo que cruzaron una mirada de esperanza. ¿Lograrían entretener a la concurrencia hasta que a Violet se le pasara el efecto de la anestesia?
—Basta de charla —susurró el calvo a los niños—. Se pasa muy bien engañando a gente inocente, pero hay que operar inmediatamente a esa niña o despertará.
—Antes de efectuar la primera incisión —dijo Klaus de nuevo, dirigiéndose al público como si no hubiera oído al calvo—, me gustaría decir unas palabras sobre el óxido. —Klaus hizo una pausa un momento intentando recordar lo que había aprendido en un libro, regalo de su madre, titulado Lo que sucede cuando el metal se moja—. El óxido es una capa de color marrón rojizo que se forma sobre ciertos metales cuando éstos se oxidan. La oxidación es un término científico que designa la reacción química que se produce cuando el hierro o el acero entran en contacto con la humedad.
Klaus alzó el cuchillo oxidado para que lo viera el público y, con el rabillo del ojo, vio cómo Violet movía de nuevo la mano, levemente.
—El proceso de oxidación forma parte integral de una craniectomía debido a los procesos oxidantes de la mitocondria celular y la desmitificación cosmética —prosiguió, empleando tantas palabras difíciles como se le ocurrieron.
—¡Plauso! —exclamó Sunny, y el público aplaudió de nuevo, si bien no con tanto entusiasmo.
—Impresionante —dijo el calvo, dirigiendo a Klaus una mirada furibunda por encima de la mascarilla—. Pero creo que nuestro maravilloso público entenderá mejor el proceso en cuanto se le extirpe la cabeza a la paciente.
—Por supuesto —afirmó Klaus—. Pero primero tendremos que ablandar las vértebras para que la incisión sea limpia. Enfermera Fio, ¿sería tan amable de mordisquear el cuello de Viol..., perdón, de Laura V. Bleediotie?
—Sí —dijo Sunny con una sonrisa, pues sabía lo que Klaus se traía entre manos.
La pequeña se puso de puntillas y mordisqueó a su hermana en el cuello un par de veces, confiando en despertarla. Los dientes de Sunny rozaron la piel de Violet y ésta se contrajo un poco y cerró la boca, nada más.
—¿Qué haces? —le preguntó el del garfio en un susurro furioso—. ¡Opérala de una vez o Mattathias montará en cólera!
—Una maravilla la enfermera Fio, ¿verdad? —dijo Klaus al público, pero sólo unos cuantos aplaudieron, y no se oyeron ningunos vítores.
Era evidente que lo que todos deseaban era ver la intervención de una vez y que se dejaran de explicaciones.
—Creo que ya vale de mordisquitos en el cuello —dijo el calvo. Hablaba con voz afable y profesional, pero sus ojos miraban a los niños con recelo—. Procedamos con la craniectomía.
Klaus asintió con la cabeza, agarró el cuchillo con ambas manos y lo alzó sobre su indefensa hermana. Al verla allí tumbada pensó que tal vez si le hacía un pequeño corte en el cuello que no le hiciera daño, se despertaría. Miró la hoja oxidada del cuchillo, temblando de miedo, y luego miró a Sunny, que había dejado de mordisquear el cuello de Violet alzaba la vista hacia él con los ojos desmesuradamente abiertos.
—No puedo hacerlo —susurró y miró al techo. Por encima de sus cabezas vio un altavoz del que no se había percatado antes y de pronto se le ocurrió algo—. No puedo hacerlo —volvió a decir, y el público sofocó un grito de estupor.
El hombre del garfio dio un paso hacia la camilla y apuntó con su flácido guante curvo hacia Klaus. El pequeño vio la punta afilada del garfio asomando a través del guante como una criatura marina que emerge de las aguas.
—¿Por qué no? —le preguntó el del garfio en voz baja. Klaus tragó saliva y confió en que su voz sonara aún como la de un profesional de la medicina y no como la de un niño asustado:
—Antes de llevar a cabo la primera incisión, hay que hacer otra cosa, algo primordial en este hospital.
—¿Qué cosa es ésa? —preguntó el calvo.
Frunció el entrecejo y la mascarilla se le arrugó, y la mascarilla de Sunny comenzó a arrugarse en la dirección contraria, pues había comprendido qué pretendía hacer Klaus y sonreía.
—¡El papeleo! —exclamó.
Los Baudelaire escucharon encantados cómo el público prorrumpía de nuevo en aplausos.
—¡Viva! —saltó un miembro de los VFD sentado en el fondo de la sala, mientras los vítores continuaban—. ¡Viva el papeleo!
Los secuaces de Olaf se miraron impotentes mientras los Baudelaire se miraban aliviados. : ¡Efectivamente, viva el papeleo! —exclamó Klaus—. ¡No se puede operar a una enferma sin examinar todo su expediente!
—¡No sé cómo se nos puede haber olvidado! —dijo una enfermera—. ¡En este hospital el papeleo es primordial!
—Ya me imagino el titular —afirmó la reportera que había intervenido antes—. «¡EL HOSPITAL HEIMLICH EN UN TRIS DE OLVIDAR EL PAPELEO!» ¡Ay, cuando lo vean los lectores de El Diario Punctilio!
—Que alguien avise a Hal —sugirió un médico—. Es el encargado del archivo, él resolverá el asunto del papeleo.
—¡Ahora mismo lo aviso! —se ofreció una enfermera mientras se encaminaba hacia la puerta.
El público aplaudió su decisión.
—No hay ninguna necesidad de avisar a Hal —replicó el del garfio, alzando sus guantes curvos para intentar calmar al público—. El asunto del papeleo ya está resuelto, lo prometo.
—Pero es Hal quien ha de dar el visto bueno a los documentos quirúrgicos —repuso Klaus—. Son las normas del hospital.
El calvo miró furibundo a los niños y se dirigió a ellos con un susurro amenazador.
—¿Qué demonios estáis haciendo? ¡Vais a echarlo todo a perder!
—Creo que el doctor Tocuna tiene razón —dijo otro médico—. Son las normas del hospital.
El público aplaudió de nuevo, y Klaus y Sunny se miraron. Ninguno de los dos tenía idea de cuáles eran las normas del hospital, pero les parecía intuir que el público estaba dispuesto a dejarse convencer de lo que fuera siempre que las palabras procedieran de un profesional de la medicina.
—Hal viene de camino —anunció la enfermera al regresar a la sala—. Al parecer ha surgido un problema en el archivo, pero vendrá en cuanto pueda para zanjar este asunto de una vez por todas.
—No será preciso que venga Hal para zanjar este asunto de una vez por todas —se oyó decir a alguien desde el fondo de la sala.
Los Baudelaire vieron la figura esbelta y tambaleante de Esmé Miseria que se dirigía hacia ellos con sus tacones de aguja hincándose en el suelo, y a dos acompañantes que la seguían obedientemente. Las dos acompañantes vestían bata blanca y llevaban mascarilla, al igual que los Baudelaire. Por encima de esas mascarillas, vieron un atisbo de sus rostros pálidos y supieron en el acto que se trataba de las secuaces de Olaf con la cara empolvada.
—Ésta es la verdadera doctora Tocuna —dijo Esmé, señalando a una de ellas—, y ésta es la enfermera Fio. Esas dos personas de ahí son unas impostoras.
—De impostores nada —gritó el del garfio, enfadado.
—No me refiero a vosotros dos —replicó Esmé exasperada, y fulminó con la mirada a los esbirros de Olaf—. Sino a esos dos que os acompañan. Han engañado a todo el mundo: médicos, enfermeras, voluntarios, reporteros, incluso a mí... hasta que me encontré con las verdaderas auxiliares del doctor Flacutono, evidentemente.
—Como médico opino —replicó Klaus— que esta mujer ha perdido la cabeza.
—No he perdido la cabeza —gruñó Esmé—, pero vosotros sí la vais a perder dentro de nada, hermanitos Baudelaire.
—¿Baudelaire? —preguntó la reportera de El Diario Punctilio—. ¿Los Baudelaire que mataron al conde Omar?
—Olaf —corrigió el calvo.
—Me he perdido —se lamentó un voluntario—. Aquí hay demasiada gente que se hace pasar por otra gente.
—Permítanme que les explique —se ofreció Esmé, subiendo al escenario—. Soy una profesional de la medicina, al igual que el doctor Flacutono, el doctor O. Lucafont, el doctor Tocuna y la enfermera Fio. Ya lo habrán comprobado por nuestras batas y mascarillas.
—¡Nosotros también! —exclamó Sunny.
La mascarilla de Esmé se arrugó con una sonrisa maliciosa.
—No por mucho tiempo —replicó.
De un rápido zarpazo, arrancó a los Baudelaire sus respectivas mascarillas. El público ahogó un grito de estupor mientras las máscaras de Klaus y Sunny caían al suelo y los niños se encontraban con la mirada de horror de médicos, enfermeras, reporteros y público en general. Únicamente los Voluntarios Frente al Dolor, convencidos de que la falta de noticias era una buena noticia, no los reconocieron.
—¡Es verdad que son los Baudelaire! —exclamó una enfermera estupefacta—. ¡Leí la noticia en El Diario Punctilio!
—¡Yo también! —dijo un doctor.
—Siempre es un placer conocer a nuestros lectores —comentó la reportera con modestia.
—¡Pero si los asesinos eran tres, no dos! —replicó un médico—. ¿Qué ha pasado con la mayor?
El hombre del garfio se plantó rápidamente frente a la camilla para ocultar a Violet.
—La mayor ya está en la cárcel —se apresuró a decir.
—¡Mentira! —exclamó Klaus y apartó el pelo de la cara de Violet para demostrar que no era Laura V. Bleediotie—. ¡Esta pandilla de maleantes la han hecho pasar por una enferma para cortarle la cabeza!
—No seas absurdo —replicó Esmé—. Eras tú quien iba a cortarle la cabeza. Aún tienes el cuchillo en la mano.
—¡Es verdad! —exclamó la reportera—. Ya imagino el titular: «ASESINO INTENTA ASESINAR A LA ASESINA». ¡Ay, cuando lo lean los lectores de El Diario Punctilio!
—¡Tuiiiin! —chilló Sunny.
—¡No somos asesinos! —tradujo Klaus a la desesperada.
—¿Si no sois asesinos —arguyo la reportera, tendiendo hacia ellos el micrófono— por qué os paseáis por el hospital disfrazados?
—Creo que tengo una explicación —respondió otra voz familiar, y todos los presentes se volvieron para ver a Hal entrar en la sala de operaciones.
En una mano sujetaba el llavero con los clips y la cinta de Violet que los Baudelaire habían utilizado para engañarle, y con la otra señalaba enfadado a los niños.
—Esos tres asesinos se hicieron pasar por voluntarios para trabajar en el archivo.
—¿De verdad? —preguntó una enfermera, mientras el público sofocaba un grito de estupor—. ¿Quiere decir que, además de asesinos, son unos voluntarios de pacotilla?
—¡Ahora entiendo por qué no se sabían la letra de nuestra canción! —exclamó un voluntario.
—¡Se aprovecharon de mi mala vista —continuó Hal, señalándose las gafas— para engañarme con este llavero falso, entrar en el archivo y deshacerse de todos los documentos relacionados con sus fechorías!
—No pretendíamos deshacernos de esos documentos —replicó Klaus—, sólo queríamos limpiar nuestro nombre. Sentimos haberle tendido una trampa, Hal, y que se cayeran esos archivadores, pero...
—¿Que se cayeran? —repitió Hal—. Habéis hecho mucho más que tirarlos al suelo. —Hal miró a los niños, suspiró con hastío y se volvió para dirigirse a la sala—. Estos niños son unos pirómanos. En estos instantes, el archivo está en llamas.