Capítulo 8

EN la actualidad, el Hospital Heimlich ya no existe, y dudo mucho de que lo levanten de nuevo. Si deseas hacer una visita al lugar donde estaba emplazado, tendrás que convencer a un granjero para que te preste su mula, porque nadie de los alrededores se atreve a acercarse a treinta kilómetros de sus escombros, y sólo se comprende el motivo cuando se está allí. Los pocos restos del edificio que han resistido el paso del tiempo están cubiertos de kudzu, una hiedra densa y llena de pinchos que hace difícil imaginar el aspecto que ofrecía el hospital cuando los Baudelaire llegaron allí por primera vez en la furgoneta de VFD. Aquellos complejos mapas cuelgan medio roídos de los muros de las maltrechas escaleras, de modo que es casi imposible imaginar lo complicado que era moverse por el edificio. Del sistema de megafonía, prácticamente devastado, apenas quedan un puñado de altavoces cuadrados, olvidados entre escombros y cenizas, por lo que es muy difícil imaginar la alarma de Klaus y Sunny al escuchar el último comunicado de Mattathias.
—¡Atención! —exclamó Mattathias. El sistema de megafonía no estaba instalado en el ala en obras del hospital y los pequeños tuvieron que aguzar el oído para escuchar lo que la chirriante voz de su enemigo intentaba transmitir por los altavoces exteriores— ¡Atención! ¡Atención! Les habla Mattathias, jefe de recursos humanos. Doy por terminada la inspección del hospital. Ya hemos encontrado lo que buscábamos.
Se produjo una pausa mientras Mattathias se apartaba del micrófono y, aguzando mucho el oído, Klaus y Sunny oyeron, muy, muy lejos, la risita aguda y triunfal del jefe de recursos humanos.
—Disculpen —prosiguió Mattathias, en cuanto contuvo el ataque de risa—. Pongo en su conocimiento que dos de los tres asesinos Baudelaire, Klaus y Sun..., perdón Klyde y Susie Baudelaire, han sido vistos en el recinto del hospital. Si encuentran a algún niño que les recuerde a los retratados en El Diario Punctilio, ruego que lo detengan y avisen a la policía.
Mattathias se interrumpió, presa de otro ataque de risa, pero esa vez los Baudelaire escucharon la voz de Esmé Miseria que le susurraba:
—Cariño, has olvidado desconectar la megafonía. Se oyó un clic y luego reinó el silencio.
—Han pillado a Violet —concluyó Klaus. Aunque había salido el sol y en el ala en obras del hospital ya no hacía tanto frío, Klaus se estremeció—. Eso es lo que Mattathias ha insinuado al decir que ya han encontrado lo que buscaban.
—Peligro —dijo Sunny alarmada.
—Seguro que corre peligro —convino Klaus—. Hay que rescatar a Violet antes de que sea demasiado tarde.
—Virm —replicó Sunny, aunque en realidad quería decir: «Pero no sabemos dónde está».
—No puede haber salido del hospital —contestó Klaus— porque Mattathias se habría marchado con ella. Seguramente pretenderán echarnos el guante también a nosotros.
—Rance —contestó Sunny.
—Y al expediente, sí —dijo Klaus, sacando la página trece del bolsillo, donde la había guardado celosamente junto con los restos de los cuadernos de los Quagmire—. Vamos, Sunny. Hay que encontrar a Violet y salir de aquí.
—Lindersto —replicó Sunny, o lo que es lo mismo: «No será fácil. Habrá que registrar el hospital, mientras otros lo registran buscándonos».
—Lo sé —dijo Klaus preocupado—. Si nos pillan, nos llevarán a la cárcel y no podremos salvar a Violet.
—¿Disfraz? —propuso Sunny.
—No lo sé —contestó Klaus, recorriendo con la mirada la sala en obras—. Sólo contamos con unas lonas y unas linternas. Quizá si nos envolvemos en las lonas y nos ponemos las linternas en la cabeza podríamos hacernos pasar por material de construcción.
—Gidust —replicó Sunny, aunque en realidad quería decir: «Pero los materiales de construcción no dan vueltas por los hospitales».
—Entonces habrá que entrar en el hospital sin disfraz —contestó Klaus—. Pero tendremos que ir con mucho cuidado.
Sunny asintió enérgicamente, palabra que en este contexto significa «como si llevar muchísimo cuidado le pareciera una idea estupenda», y Klaus también asintió enérgicamente. Sin embargo, en cuanto salieron del ala en obras del hospital, dejaron de sentirse tan enérgicamente convencidos del plan. Desde aquel funesto día en la playa, cuando el señor Poe les comunicó la noticia del incendio, los tres se habían visto obligados a permanecer ojo avizor a todas horas. Permanecieron ojo avizor mientras vivieron bajo la tutela del conde Olaf, y aun así, Sunny terminó encerrada en una jaula, colgando de la torre del conde. Permanecieron ojo avizor cuando trabajaron en el Aserradero Lúgubre, y aun así la doctora Orwell pudo hipnotizar a Klaus. Y también habían permanecido ojo avizor en aquel hospital, y aun así éste había pasado a ser un entorno tan hostil como cualquiera de los domicilios donde habían vivido hasta la fecha. Sin embargo, al entrar en la otra ala del hospital, con pisadas menos enérgicas aunque con los corazones más acelerados, escucharon una canción que amansó la fiera que llevaban dentro:
Somos Voluntarios Frente al Dolor,
repartir alegría es nuestra misión.
Si alguien dice habernos visto tristes,
cometerá una gran equivocación.
Ante ellos, tras una esquina, asomaron los Voluntarios Frente al Dolor, quienes avanzaban por el pasillo entonando su alegre cancioncilla con enormes ramilletes de globos en forma de corazón. Klaus y Sunny intercambiaron una mirada y corrieron a unirse al grupo. ¿Qué mejor lugar donde esconderse que entre personas convencidas de que la falta de noticias es una buena noticia, y que por tanto no leen la prensa?
Visitamos a los que están enfermitos,
procurando hacer a todos sonreír.
Incluso a los que sangran por la nariz
o de la tos ferina parecen morir.
Los Baudelaire comprobaron con alivio que los voluntarios ni se inmutaban al verlos infiltrarse en el grupo, expresión que en este contexto significa «colarse entre una pandilla de cantores». La única que pareció advertir su incorporación fue una voluntaria especialmente alegre que de inmediato les tendió un globo a cada uno. Klaus y Sunny ocultaron el rostro tras sus respectivos globos para que la gente que pasara por su lado los confundiera con dos voluntarios que portaban sendos corazones brillantes llenos de helio y no con dos presuntos asesinos infiltrados en VFD.
Tralará, tralarí,
que te mejores con nuestra canción.
Jo jo jo, jijiji,
aquí tienes tu globo-corazón.
Los voluntarios llegaron al estribillo de la canción al tiempo que entraban con paso alegre en una habitación para repartir alegría entre los pacientes. Dentro había dos personas, que yacían incómodas en sus respectivas camas de hierro: un señor con las dos piernas escayoladas y una señora con los dos brazos vendados. Sin dejar de cantar, uno de los voluntarios tendió al caballero un globo y ató otro a las vendas de la señora, al darse cuenta de su incapacidad para asirlo con los brazos vendados.
—Disculpen —dijo el caballero con voz ronca—, ¿podrían hacerme el favor de llamar a una enfermera? Debería haber tomado unos analgésicos esta mañana, pero no han venido a traérmelos.
—Yo quisiera un vaso de agua —dijo la señora con voz débil—, si no es mucha molestia.
—Lo siento —se disculpó el barbudo, deteniéndose un momento para afinar su guitarra—. No tenemos tiempo para esas cosas. Hemos de pasar por todas las habitaciones del hospital y las visitas han de ser rapiditas.
—Además —añadió otro voluntario, mirando con una sonrisa de oreja a oreja a ambos enfermos—, es mucho más efectivo luchar contra la enfermedad con una actitud alegre que con analgésicos o vasos de agua. Así que alegren esas caras y disfruten con sus globos —el voluntario consultó la lista que sostenía en la mano—. El próximo paciente se llama Bernard Rieux, hospitalizado en la habitación 105 de la Sala de Apestados. Venga, hermanos y hermanas.
Los voluntarios prorrumpieron en vítores de alegría y continuaron cantando mientras abandonaban la habitación. Klaus y Sunny asomaron la cabeza entre los globos y se miraron esperanzados.
—Si hay que pasar por todas las habitaciones del hospital —susurró Klaus a su hermana— seguro que tarde o temprano encontraremos a Violet.
—Muchum —afirmó Sunny, aunque en realidad quería decir: «Tienes razón, pero no será muy agradable ver a tanto enfermo».
Visitamos a los que están malitos,
procurando hacer reír a carcajadas.
Incluso si el médico les ha dicho
que va a tener que cortarlos en tajadas.
Bernard Rieux resultó ser un señor con una tos perruna espantosa que le convulsionaba el cuerpo de tal modo que apenas si podía sujetar el globo en la mano. Un buen humidificador habría sido mucho más efectivo contra su enfermedad que una actitud alegre, como pensaron los Baudelaire. Mientras los voluntarios ahogaban las toses de aquel hombre con su cancioncilla, Klaus y Sunny sintieron la tentación de correr a buscarle el humidificador, pero decidieron permanecer ocultos entre el grupo al comprender que Violet corría mucho más peligro que aquel hombre con sus toses.
Cantamos de noche, cantamos de día,
cantamos a la vida con alegría.
Tanto para muchachos con huesos rotos,
como para muchachas con afonía.
La siguiente paciente en la lista era Cynthia Vale, una chica con un dolor de muelas espantoso que seguramente habría preferido tomar algo líquido y frío que sujetar un globo en forma de corazón; no obstante, aunque daba lástima ver el estado de su dentadura, Klaus y Sunny no se atrevieron a salir corriendo en busca de una compota de manzana o un helado. Sabían que la chica podía haber leído El Diario Punctilio para matar el tiempo en el hospital, y si descubrían su rostro podría reconocerlos.
Tralará, tralarí,
que te mejores con nuestra canción.
Jo jo jo, ji ji ji,
aquí tienes tu globo-corazón.
Los voluntarios continuaron la ronda incansables, habitación por habitación, pero el ánimo de los Baudelaire empeoraba con cada jo jo jo y ji ji ji. Siguieron a los voluntarios escaleras arriba, escaleras abajo, y aunque encontraron montones de mapas confusos, altavoces y enfermos, no hallaron ni rastro de su hermana. Pasaron por la habitación 201 y cantaron para Jonah Mapple, hospitalizado porque se mareaba en el mar, y obsequiaron con un globo en forma de corazón a Charley Anderson, de la habitación 714, herido en un accidente, y visitaron a Clarissa Dalloway en la 1308, quien no parecía padecer ninguna enfermedad, aunque se pasó el rato asomada melancólicamente a la ventana. No obstante, en ninguna de las habitaciones por las que desfilaron los voluntarios, vieron a Violet Baudelaire, quien, según Klaus y Sunny temían, estaría sufriendo más que cualquiera de los pacientes que habían visitado hasta ese momento.
—Ceyune —se quejó Sunny, al ver que los VFD subían otro tramo de escaleras.
Lo que Sunny quería decir era algo así como: «Llevamos toda la mañana dando vueltas por el hospital y seguimos sin rastro de Violet», a lo que Klaus asintió, cabeceando abatido.
—Lo sé, pero quieren visitar a todos y cada uno de los pacientes del hospital. Seguro que tarde o temprano la encontraremos.
—¡Atención! ¡Atención! —anunció una voz, y los voluntarios interrumpieron su canción y se congregaron junto al altavoz más próximo para escuchar el comunicado de Mattathias—. ¡Atención! Hoy es un día muy importante en la historia de este hospital. Dentro de una hora, uno de nuestros cirujanos realizará la primera craniectomía mundial en una niña de catorce años. Todos deseamos que esta intervención tan arriesgada sea un éxito absoluto. Eso es todo.
—Violet —susurró Sunny a Klaus.
—Eso parece —afirmó éste—, y no me gusta nada el nombre de esa intervención. «Cráneo» significa «cabeza» y «ectomía» es un término médico que quiere decir «cortar».
—¿Decapitar? —preguntó Sunny, horrorizada. Quería saber si iban a cortarle la cabeza a su hermana.
—No lo sé —respondió Klaus con un estremecimiento—, pero no podemos seguir de ronda con esta gente, hay que localizar a Violet cuanto antes.
—Bien —anunció en voz alta uno de los voluntarios, consultando la lista—. Ahora toca visitar a Emma Bovary, ingresada en la habitación 2611. Padece una intoxicación alimentaria, de modo que necesita ponerse muy contenta.
—Perdone, hermano —se dirigió Klaus al voluntario, empleando a regañadientes el término «hermano» en vez de referirse a él como «persona a la que apenas conozco»—. ¿Podría prestarme un momento esa lista de pacientes?
—Faltaría más —respondió el voluntario—. De todos modos, no me gusta tener que leer los nombres de todos estos enfermos. Es muy deprimente. Prefiero sujetar globos.
Con una alegre sonrisa, el voluntario tendió a Klaus la lista y le arrebató el globo-corazón que sujetaba en las manos, mientras el barbudo arrancaba con la siguiente estrofa:
Cantamos para las mujeres con gripe,
cantamos para hombres con sarampión.
Y si tú respiras algún microbio,
también te dedicaremos una canción.
Klaus, con la cara al descubierto, se agachó para esconderse tras el globo de Sunny mientras echaba un vistazo a la lista.
—Hay centenares de pacientes —susurró a su hermana—, pero están clasificados por salas, no por nombres. No podremos leer toda la lista en el pasillo, sobre todo si tenemos que escondernos detrás de un solo globo.
—Damajat —sugirió Sunny.
Quería decir algo así como: «Escondámonos en ese cuarto de mantenimiento que hay ahí». Efectivamente, al final del pasillo, junto a dos médicos que se habían detenido a charlar al lado de uno de aquellos confusos mapas, había una puerta de la que colgaba un letrero: «MANTENIMIENTO».
Mientras los miembros de VFD cantaban el estribillo camino de la habitación de Emma Bovary, Klaus y Sunny se apartaron disimuladamente del grupo y se encaminaron hacia dicha puerta tapándose la cara con el globo. Por suerte, los dos médicos estaban tan entretenidos comentando cierto acontecimiento deportivo visto por televisión que no repararon en los presuntos asesinos que se escabullían por el pasillo del hospital, y mientras los voluntarios iban por aquello de:
Tralará, tralarí,
que te mejores con nuestra canción.
Jo jo jo, ji ji ji,
aquí tienes tu globo-corazón,
Klaus y Sunny se colaron en el cuarto. Al igual que la campana de una iglesia, un ataúd o una cuba de chocolate fundido, un cuarto de mantenimiento rara vez resulta un lugar agradable donde esconderse, y éste no era la excepción. Los Baudelaire cerraron la puerta tras de sí y se encontraron en un cuartucho atestado e iluminado tan sólo por una bombilla parpadeante que pendía del techo. De una pared colgaban las batas de los médicos, y enfrente había un lavabo lleno de óxido para lavarse las manos antes de examinar a un paciente. El resto de la habitación estaba repleto de latas enormes de sopa de letras para la comida de los enfermos y de cajitas con gomas elásticas, cuya utilidad en un hospital no parecía muy evidente, en opinión de los Baudelaire.
—Bueno —dijo Klaus—, cómodo no es, pero al menos aquí no nos verá nadie.
—Pesh —replicó Sunny, aunque en realidad quería decir: «A menos que alguien necesite gomas, sopa de letras, batas blancas o lavarse las manos»
—Bueno, echaremos un ojo a la puerta por si acaso, pero sin quitar el otro de esta lista. Es muy larga, pero ahora que podemos leerla tranquilamente seguro que damos con Violet.
—Vale —dijo Sunny.
Klaus puso la lista sobre una lata de sopa y empezó a pasar hojas a toda prisa. Como había observado, no estaba ordenada alfabéticamente, sino por salas, palabra que aquí significa «sectores determinados del hospital», de modo que si querían encontrar el nombre de Violet Baudelaire entre los pacientes no podían saltarse ni una página. Echaron un vistazo a los nombres registrados bajo el epígrafe «Sala de Gargantas Doloridas», leyeron detenidamente los nombres de la «Sala de Cuellos Rotos», repasaron de arriba abajo los nombres de los ingresados en la «Sala de Urticarias Graves» y, cuando terminaron, estaban los dos como para que los ingresaran en la Sala de Pacientes con el Alma en los Pies, porque el nombre de Violet no constaba en ninguna parte. La bombilla parpadeó en el techo y los dos continuaron hojeando página tras página, desesperados, sin encontrar nada que pudiera conducirlos hasta su hermana.
—Aquí no está —observó Klaus, dejando a un lado la última página de la «Sala de Neumonías»—. No tienen a Violet registrada en la lista. ¿Cómo vamos a localizarla con lo enorme que es este hospital si no sabemos ni en qué sala está?
—Alias —respondió Sunny, aunque en realidad quería decir: «Puede que figure con un nombre distinto».
—Tienes razón —dijo Klaus, echando un vistazo a la lista—. También el conde Olaf se hace ahora llamar Mattathias. Tal vez le haya cambiado el nombre para que no podamos localizarla. Pero entonces, ¿cuál de todas esas personas será Violet? Puede llamarse tanto Mijail Bulgakov como Haruki Murakami. ¿Qué hacemos? En algún lugar de este hospital están a punto de realizar una operación innecesaria, y nosotros, aquí...
Una carcajada sobre sus cabezas interrumpió a Klaus.
Los Baudelaire alzaron la vista y vieron un altavoz instalado en el techo.
—¡Atención! —exclamó Mattathias cuando se hartó de reír—. Doctor Flacutono, le rogamos se presente en cirugía. Doctor Flacutono, persónese en cirugía para preparar la craniectomía.
—¡Flacutono! —repitió Sunny.
—Sí, también a mí me suena ese nombre —dijo Klaus—. Así se hacía llamar el compinche del conde Olaf cuando vivíamos en Paltryville.
—¡Tiofreck! —exclamó Sunny alarmada. Y, aunque había dicho: «Violet corre un grave peligro, hay que encontrarla cuanto antes», Klaus no reaccionó. Tenía los ojos entrecerrados, como siempre que intentaba recordar algún dato leído en sus libros.
—Flacutono —masculló—. Fla-cu-to-no.
—A continuación se metió la mano en el bolsillo, donde guardaba los papeles importantes que los Baudelaire habían ido recogiendo—. ¡Al Funcoot! —concluyó.
Rápidamente, buscó la página suelta de los cuadernos de los Quagmire, donde aparecía el nombre de Ana Gram, al que los Baudelaire no habían encontrado ningún sentido cuando examinaron juntos aquellas libretas. Klaus estudió la hoja suelta, después la lista de pacientes y volvió otra vez a la hoja. A continuación miró a Sunny, y ésta observó cómo a su hermano, tras las gafas, le crecían los ojos, como siempre que conseguía entender algo muy complicado.
—Creo que ya sé cómo localizaremos a Violet —dijo Klaus en voz baja—. Vamos a necesitar la ayuda de tus dientes, Sunny.
—Listos —dijo Sunny y abrió la boca.
Klaus sonrió y señaló la pila de latas almacenadas.
—Abre una lata de sopa de letras —le indicó— y date prisa.
—¿Recazier? —preguntó Sunny, atónita. En este contexto, la palabra «atónita» significa «preguntándose para qué demonios querría Klaus comer sopa de letras en un momento como ése», y «¿Recazier?» quiere decir: «Klaus, ¿por qué demonios quieres comer sopa de letras en un momento como éste?».
—No me voy a comer las letras —respondió Klaus, tendiendo a Sunny una lata—. Tiraremos más de la mitad por el fregadero.
—Pietrisycamollaviadelrechiotemexity —replicó Sunny, que como ya recordaréis significa algo así como: «Debo admitir que no tengo ni la más remota idea de lo que está pasando». Era la tercera vez en su vida que Sunny recurría a esa expresión y empezaba a preguntarse si con los años no terminaría por repetirla hasta la saciedad.
—La última vez que usaste esa palabra —observó Klaus con una sonrisa— estábamos estudiando los restos de los cuadernos de los Quagmire —Klaus tendió a Sunny una hoja y señaló el nombre «Ana Gram»—. Pensábamos que se trataba del nombre de una persona, pero de hecho es una especie de mensaje codificado. Un anagrama es lo que resulta de trasponer las letras de una o más palabras.
—Pero pietrisycamollaviadelrechiotemexity —insistió Sunny dejando escapar un suspiro.
—Te pondré un ejemplo —dijo su hermano—. El ejemplo que descubrieron los Quagmire. Mira, en la misma página aparecía anotado el nombre de «Al Funcoot», así se llamaba el tipo que escribió La boda maravillosa, aquella pésima obra de teatro en la que el conde Olaf nos obligó a participar.
—Puaj —dijo Sunny; «no me lo recuerdes».
—Pues fíjate —añadió Klaus—: «Al Funcoot» y «Count Olaf» tienen las mismas letras, y «count» significa «conde» en inglés. El conde Olaf transformó su nombre para que nadie supiera que el autor de aquella obra era él mismo. ¿Entiendes?
—Fromein —respondió Sunny, lo que significaba algo así como: «Creo entenderlo, pero no es fácil para una niña tan pequeña como yo».
—Para mí tampoco es fácil —la consoló Klaus—. Por eso, la sopa de letras nos vendrá de maravilla. El conde Olaf emplea anagramas siempre que quiere ocultar algo, y en este momento lo que oculta es a nuestra hermana. Apuesto a que el nombre de Violet consta en la lista, pero con las letras mezcladas. La sopa nos ayudará a recomponerlas.
—¿Cómo? —quiso saber Sunny.
—Es difícil descifrar un anagrama sin mover las letras. Normalmente se emplean cubos con letras o mosaicos alfabéticos, pero tendremos que apañarnos con estas letras de pasta. Venga, rápido, abre una lata de ésas.
Sunny sonrió de oreja a oreja y dejó al descubierto sus afiladísimos dientecillos, agachó la cabeza y los hincó en la lata, recordando el día en que aprendió a abrir latas. No hacía tanto tiempo de aquello, pero le parecía muy, muy lejano, porque ocurrió antes de que la mansión de los Baudelaire se incendiara, cuando vivían los cinco juntos y eran felices. Aquel día era el cumpleaños de su madre y ésta se había quedado remoloneando en la cama mientras los demás le preparaban una tarta de cumpleaños. Violet batía huevos, mantequilla y azúcar en una batidora inventada por ella misma. Klaus pasaba la harina y la canela por el tamiz, haciendo una pausa cada dos por tres para limpiarse las gafas. Y el padre preparaba su famoso baño de queso cremoso, que cubriría la tarta con una capa bien gruesa. Todo iba sobre ruedas hasta que de pronto se rompió el abrelatas eléctrico, y Violet no encontró herramientas con que repararlo. El padre necesitaba urgentemente abrir una lata de leche condensada para la receta; por un momento los tres pensaron que habían echado a perder el regalo de cumpleaños. Pero Sunny, que hasta ese momento había estado entretenida gateando por el suelo, pronunció inesperadamente su primera palabra: «Muerde», hincó los dientes en la lata y dejó en ella cuatro agujeritos por donde verter la leche dulce y espesa. Los Baudelaire rieron y palmotearon contentos, también su madre bajó a la cocina, y desde aquel día siempre recurrieron a Sunny para abrir las latas, a menos que fueran de remolacha. Encerrada en un cuartucho del hospital, la pequeña Baudelaire mordisqueaba el borde de la lata de sopa de letras preguntándose si era verdad que uno de sus padres había escapado con vida de aquel incendio, y si merecería la pena hacerse ilusiones sólo por una frase en la página trece del expediente Snicket. Quizás algún día podrían volver a reunirse y compartir risas y aplausos mientras preparaban juntos un plato dulce y delicioso.
—Hecho —dijo Sunny por fin.
—Muy bien, Sunny —celebró Klaus—. Ahora hay que buscar las letras del nombre de Violet.
—¿V? —preguntó Sunny.
—Exacto. V-I-O-L-E-T B-A-U-D-E-L-A-I-R-E.
Metieron las manos en la lata y rebuscaron entre trocitos de zanahoria y apio, patatas escaldadas, pimientos asados y guisantes al vapor que flotaban en aquel caldo denso y cremoso realizado a base de una mezcla secreta de hierbas y especias, en busca de las letras que necesitaban. La sopa estaba fría puesto que llevaba muchos meses almacenada en aquel cuarto, y alguna que otra vez al dar con la letra correcta ésta se les deshacía en las manos o se les resbalaba con la pringue y volvía a perderse en la lata. Pese a todo, finalmente consiguieron localizar una V, una I, una O, una L, una E, una T, una B, una A, una U, una D, otra E, otra L, otra A, otra I, una R, y un trozo de zanahoria al que recurrieron viendo que no había forma de dar con otra E.
—Bueno —dijo Klaus, una vez hubieron desplegado todas las letras sobre la tapa de otra lata para moverlas mejor—. Echemos un vistazo otra vez a la lista de pacientes. Mattathias ha anunciado que la operación se realizará en cirugía, así que busquemos por esa sección, a ver si algún nombre nos dice algo.
Sunny tiró el resto de la sopa por el fregadero y asintió con la cabeza; Klaus encontró enseguida la sección quirúrgica en la lista y leyó los nombres de los pacientes allí ingresados:
LISA N. LOOTNDAY
ALBERT E. DEVILOEIA
LINDA RHALDEEN
ADA O. ÜBERVILLET
ED VALIANTBRUE
LAURA V. BLEEDIOTIE
MONTY KENSICLE
NED H. RIRGER
ERIQ BLUTHETTS
RUTH DËRCROUMP
AL BRISNOW
CARRIE E. ABELABUDITE
—¡Válgame Dios! —exclamó Klaus—. No hay nombre en esta lista que no parezca un anagrama. ¿Cómo demonios vamos a localizar a Violet a tiempo?
—¡V! —respondió Sunny.
—Tienes razón —dijo Klaus—. Los nombres que no lleven la letra «V», no pueden ser anagramas de Violet Baudelaire. Podríamos ir tachando de la lista los descartados... si tuviéramos un bolígrafo, claro.
Sunny hurgó pensativamente en una de las batas blancas, por ver qué guardaban los médicos en los bolsillos. Encontró una mascarilla, ideal para taparse la cara, unos guantes de goma, ideales para protegerse las manos, y en el fondo del bolsillo un bolígrafo, ideal para tachar los nombres que no formen los anagramas que buscas. Sunny tendió a Klaus el bolígrafo con una sonrisa ufana, y él tachó rápidamente los nombres que no llevaban V, de modo que la lista quedó así:
LISA N. LOOTNDAY
ALBERT E. DEVILOEIA
LINDA RHALDEEN
ADA O. ÜBERVILLET
ED VALIANTBRUE
LAURA V. BLEEDIOTIE
MONTY KENSICLE
NED H. RIRGER
ERIQ BLUTHETTS
RUTH DËRCROUMP
AL BRISNOW
CARRIE E. ABELABUDITE
—Esto simplifica mucho las cosas —observó Klaus—. Ahora juguemos con las letras del nombre de Violet y veamos si podría salir Albert E. Deviloeia.
Klaus empezó a mover las letras que habían sacado de la lata, con cuidado de que no se le rompieran entre los dedos, y enseguida advirtieron que «Albert E. Deviloeia» no era un anagrama de «Violet Baudelaire». Ambos nombres compartían muchas letras, pero no todas.
—Deviloeia debe de ser el verdadero nombre de un enfermo —dijo Klaus desilusionado—. Probemos con «Ada O. Ubervillet».
Una vez más, la estancia se llenó con el ruido de las letras moviéndose de un lado para otro, era un sonido apagado y pastoso que a ambos les hizo recordar la imagen de una masa viscosa saliendo de las aguas de un pantano. Pese a todo, era mucho más agradable que la voz estentórea que interrumpió la resolución de aquel anagrama.
—¡Atención! ¡Atención! —la voz de Mattathias sonaba especialmente malévola—. La Sala de Cirugía se cerrará en breve para proceder a la craniectomía. Únicamente el doctor Flacutono y sus auxiliares podrán acceder a ella hasta que el paciente haya fallecido, perdón, haya sido intervenido. Eso es todo.
—¡Velocidad! —chilló Sunny.
—¡Ya que hay que darse prisa, Sunny! —replicó Klaus—. ¡No puedo mover las letras más rápido! ¡Ada O. Übervillet tampoco vale!
Klaus hizo ademán de consultar de nuevo la lista, para ver cuál era el siguiente nombre, pero al hacerlo rozó con el codo una letra de pasta que cayó al suelo con un viscoso plof. Sunny la recogió; se había partido en dos. En lugar de una O tenían dos paréntesis.
—No importa —dijo Klaus abstraído—. El siguiente es Ed Valiantbrue y de todos modos no lleva O.
—¡O! —chilló Sunny.
—¡O! —convino Klaus.
—¡O! —insistió Sunny.
—¡Oh! —exclamó Klaus—. ¡Ahora te entiendo! Si no lleva la letra O, no puede ser un anagrama de Violet Baudelaire. Eso nos deja un solo nombre en la lista: Laura V. Bleediotie. Tiene que ser ése.
—¡Prueba! —exclamó Sunny y contuvo la respiración mientras Klaus hacía diversas combinaciones de letras.
En cuestión de segundos, el nombre de su hermana mayor se transformó en Laura V. Bleediotie, sin la O, que Sunny aún guardaba en su puñito, ni la E, que seguía siendo un trozo de zanahoria.
—Aquí está —dijo Klaus, sonriendo muy ufano—. Hemos encontrado a Violet.
—Asklu —observó Sunny, aunque en realidad quería decir: «Si no hubieras descubierto que Olaf había empleado un anagrama, nunca la habríamos localizado».
—A decir verdad, fueron los Quagmire quienes lo descubrieron —corrigió Klaus, alzando la hoja suelta del cuaderno de sus amigos—, y fuiste tú quien abrió la lata, lo que nos ha facilitado mucho el trabajo. Pero antes de felicitarnos mutuamente, corramos a rescatar a Violet. —Klaus ojeó la lista de pacientes—. Laura V. Bleediotie está en la habitación 922 de la Sala de Cirugía.
—Gwito —observó Sunny, aunque en realidad quería decir: «Pero Mattathias ha prohibido el acceso a esa sala».
—Pues habrá que encontrar el modo de entrar —replicó Klaus muy serio y buscó alrededor con la mirada—. Nos disfrazaremos con esas batas blancas. Si parecemos médicos, quizá nos dejen pasar. Nos pondremos esas mascarillas para que no nos vean la cara, como hizo aquel colega de Olaf en el aserradero.
—Quagmire —replicó Sunny con reservas, aunque en realidad quería decir: «Los disfraces de los Quagmire no engañaron a Olaf».
—Pero los de Olaf engañaron a todo el mundo —replicó Klaus.
—Nosotros —corrigió Sunny.
—Salvo a nosotros, tienes razón, pero a nosotros no tienen que engañarnos.
—Verdad —afirmó Sunny y alargó la mano para coger dos batas.
Dado que los médicos suelen ser personas adultas, las batas les quedaban grandes a ambos, y les trajeron a la memoria aquellos trajes tan holgados de raya diplomática que Esmé Miseria les había comprado cuando se encontraban bajo su tutela. Klaus ayudó a Sunny a subirse las mangas, Sunny ayudó a Klaus a atarse la mascarilla a la cara, y al rato ya tenían puesto el disfraz completo.
—Vamos —dijo Klaus y sujetó el pomo de la puerta con la mano.
Pero no llegó a abrirla. De pronto se volvió hacia su hermana y los dos se miraron de arriba abajo. Por mucha bata blanca y mucha mascarilla de cirujano que llevaran puestas, no lograrían hacerse pasar por médicos. Se veía a la legua que eran dos niños con bata blanca y una mascarilla en la boca. Eran disfraces espurios —una palabra que en este contexto indica «que no parecían médicos en absoluto»— pero no más espurios que los disfraces que utilizaba Olaf desde aquella primera vez que intentó arrebatarles su fortuna a los Baudelaire. Klaus y Sunny se miraron el uno al otro, confiando en que el método Olaf funcionara también para ellos y pudieran arrebatarle a su hermana y, sin intercambiar palabra, abrieron la puerta y salieron de su escondrijo.
—¿Douz? —preguntó Sunny, aunque en realidad quería decir: «Pero ¿cómo vamos a localizar la Sala de Cirugía con estos mapas tan confusos?».
—Habrá que encontrar a alguna persona que vaya en esa dirección. Busca a alguien con aspecto de dirigirse a un quirófano.
—Silata —replicó Sunny.
Quería decir algo así como: «Pero esto está lleno de gente», y tenía razón. Aunque de los Voluntarios Frente al Dolor no había ni rastro, los pasillos del hospital estaban muy concurridos. Un hospital necesita personal de todo tipo e instrumental de todo tipo para su correcto funcionamiento, y mientras los Baudelaire intentaban encontrar la Sala de Cirugía se cruzaron con personal y aparatos de todo tipo corriendo por los pasillos. Había médicos con estetoscopios, corriendo para escuchar los latidos de los enfermos, había obstetras cargando con bebés, corriendo para depositarlos en los brazos de sus padres. Radiólogos empujando máquinas de rayos X, corriendo para ver las entrañas de los pacientes, y cirujanos oftalmólogos arrastrando tecnología láser, corriendo para emplearla en los ojos de la gente. Se cruzaron con enfermeras, agujas hipodérmicas en ristre, corriendo para pinchar a la gente, y personal de administración con sujetapapeles, corriendo para poner al día el papeleo. Sin embargo, miraran donde mirasen, no vieron a nadie que corriera hacia la Sala de Cirugía.
—No veo ningún cirujano —dijo Klaus desesperado.
—Peipix —contestó Sunny; «yo tampoco».
—¡Apártese todo el mundo! —ordenó una voz desde el fondo del pasillo—. ¡Soy auxiliar de cirugía, llevo instrumental para el doctor Flacutono!
El personal del hospital se hizo a un lado para dejar pasar a aquella persona con bata blanca y mascarilla en la boca que avanzaba por el pasillo con paso extraño y tambaleante.
—¡He de presentarme cuanto antes en cirugía! —gritaba, pasando junto a los Baudelaire y sin fijarse en ellos.
Klaus y Sunny, en cambio, sí se fijaron en ella, pues esa persona llevaba unos zapatos con tacón de aguja y un bolso con forma de ojo. Se fijaron también en el velo negro que le caía del sombrero, cubriendo parte de la mascarilla, y en el carmín que manchaba el borde de la misma. Evidentemente, esa persona pretendía hacerse pasar por auxiliar de cirugía y lo que llevaba en las manos pretendía hacerlo pasar por instrumental quirúrgico, pero a los Baudelaire les bastó fijarse un instante para detectar lo espurio de ambos. Al ver a esa persona avanzar con paso tambaleante por el pasillo, tanto Klaus como Sunny comprendieron de inmediato que se trataba de Esmé Miseria, la malvada novia del conde Olaf. Y al fijarse en el instrumental que transportaba y en su destello, supieron enseguida que lo que llevaba en las manos no era más que un gran cuchillo de cocina oxidado, con una larga hilera de dientes, perfecto para una craniectomía.