Capítulo 8
EN la actualidad, el Hospital Heimlich ya
no existe, y dudo mucho de que lo levanten de nuevo. Si deseas
hacer una visita al lugar donde estaba emplazado, tendrás que
convencer a un granjero para que te preste su mula, porque nadie de
los alrededores se atreve a acercarse a treinta kilómetros de sus
escombros, y sólo se comprende el motivo cuando se está allí. Los
pocos restos del edificio que han resistido el paso del tiempo
están cubiertos de kudzu, una hiedra densa y llena de pinchos que
hace difícil imaginar el aspecto que ofrecía el hospital cuando los
Baudelaire llegaron allí por primera vez en la furgoneta de VFD.
Aquellos complejos mapas cuelgan medio roídos de los muros de las
maltrechas escaleras, de modo que es casi imposible imaginar lo
complicado que era moverse por el edificio. Del sistema de
megafonía, prácticamente devastado, apenas quedan un puñado de
altavoces cuadrados, olvidados entre escombros y cenizas, por lo
que es muy difícil imaginar la alarma de Klaus y Sunny al escuchar
el último comunicado de Mattathias.
—¡Atención! —exclamó Mattathias. El sistema
de megafonía no estaba instalado en el ala en obras del hospital y
los pequeños tuvieron que aguzar el oído para escuchar lo que la
chirriante voz de su enemigo intentaba transmitir por los altavoces
exteriores— ¡Atención! ¡Atención! Les habla Mattathias, jefe de
recursos humanos. Doy por terminada la inspección del hospital. Ya
hemos encontrado lo que buscábamos.
Se produjo una pausa mientras Mattathias se
apartaba del micrófono y, aguzando mucho el oído, Klaus y Sunny
oyeron, muy, muy lejos, la risita aguda y triunfal del jefe de
recursos humanos.
—Disculpen —prosiguió Mattathias, en cuanto
contuvo el ataque de risa—. Pongo en su conocimiento que dos de los
tres asesinos Baudelaire, Klaus y Sun..., perdón Klyde y Susie
Baudelaire, han sido vistos en el recinto del hospital. Si
encuentran a algún niño que les recuerde a los retratados en
El Diario Punctilio, ruego que lo
detengan y avisen a la policía.
Mattathias se interrumpió, presa de otro
ataque de risa, pero esa vez los Baudelaire escucharon la voz de
Esmé Miseria que le susurraba:
—Cariño, has olvidado desconectar la
megafonía. Se oyó un clic y luego reinó el silencio.
—Han pillado a Violet —concluyó Klaus.
Aunque había salido el sol y en el ala en obras del hospital ya no
hacía tanto frío, Klaus se estremeció—. Eso es lo que Mattathias ha
insinuado al decir que ya han encontrado lo que buscaban.
—Peligro —dijo Sunny alarmada.
—Seguro que corre peligro —convino Klaus—.
Hay que rescatar a Violet antes de que sea demasiado tarde.
—Virm —replicó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Pero no sabemos dónde está».
—No puede haber salido del hospital
—contestó Klaus— porque Mattathias se habría marchado con ella.
Seguramente pretenderán echarnos el guante también a
nosotros.
—Rance —contestó Sunny.
—Y al expediente, sí —dijo Klaus, sacando la
página trece del bolsillo, donde la había guardado celosamente
junto con los restos de los cuadernos de los Quagmire—. Vamos,
Sunny. Hay que encontrar a Violet y salir de aquí.
—Lindersto —replicó Sunny, o lo que es lo
mismo: «No será fácil. Habrá que registrar el hospital, mientras
otros lo registran buscándonos».
—Lo sé —dijo Klaus preocupado—. Si nos
pillan, nos llevarán a la cárcel y no podremos salvar a
Violet.
—¿Disfraz? —propuso Sunny.
—No lo sé —contestó Klaus, recorriendo con
la mirada la sala en obras—. Sólo contamos con unas lonas y unas
linternas. Quizá si nos envolvemos en las lonas y nos ponemos las
linternas en la cabeza podríamos hacernos pasar por material de
construcción.
—Gidust —replicó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Pero los materiales de construcción no dan vueltas
por los hospitales».
—Entonces habrá que entrar en el hospital
sin disfraz —contestó Klaus—. Pero tendremos que ir con mucho
cuidado.
Sunny asintió enérgicamente, palabra que en
este contexto significa «como si llevar muchísimo cuidado le
pareciera una idea estupenda», y Klaus también asintió
enérgicamente. Sin embargo, en cuanto salieron del ala en obras del
hospital, dejaron de sentirse tan enérgicamente convencidos del
plan. Desde aquel funesto día en la playa, cuando el señor Poe les
comunicó la noticia del incendio, los tres se habían visto
obligados a permanecer ojo avizor a todas horas. Permanecieron ojo
avizor mientras vivieron bajo la tutela del conde Olaf, y aun así,
Sunny terminó encerrada en una jaula, colgando de la torre del
conde. Permanecieron ojo avizor cuando trabajaron en el Aserradero
Lúgubre, y aun así la doctora Orwell pudo hipnotizar a Klaus. Y
también habían permanecido ojo avizor en aquel hospital, y aun así
éste había pasado a ser un entorno tan hostil como cualquiera de
los domicilios donde habían vivido hasta la fecha. Sin embargo, al
entrar en la otra ala del hospital, con pisadas menos enérgicas
aunque con los corazones más acelerados, escucharon una canción que
amansó la fiera que llevaban dentro:
Somos Voluntarios
Frente al Dolor,
repartir alegría es
nuestra misión.
Si alguien dice
habernos visto tristes,
cometerá una gran
equivocación.
Ante ellos, tras una esquina, asomaron los
Voluntarios Frente al Dolor, quienes avanzaban por el pasillo
entonando su alegre cancioncilla con enormes ramilletes de globos
en forma de corazón. Klaus y Sunny intercambiaron una mirada y
corrieron a unirse al grupo. ¿Qué mejor lugar donde esconderse que
entre personas convencidas de que la falta de noticias es una buena
noticia, y que por tanto no leen la prensa?
Visitamos a los que
están enfermitos,
procurando hacer a
todos sonreír.
Incluso a los que
sangran por la nariz
o de la tos ferina
parecen morir.
Los Baudelaire comprobaron con alivio que
los voluntarios ni se inmutaban al verlos infiltrarse en el grupo,
expresión que en este contexto significa «colarse entre una
pandilla de cantores». La única que pareció advertir su
incorporación fue una voluntaria especialmente alegre que de
inmediato les tendió un globo a cada uno. Klaus y Sunny ocultaron
el rostro tras sus respectivos globos para que la gente que pasara
por su lado los confundiera con dos voluntarios que portaban sendos
corazones brillantes llenos de helio y no con dos presuntos
asesinos infiltrados en VFD.
Tralará,
tralarí,
que te mejores con
nuestra canción.
Jo jo jo,
jijiji,
aquí tienes tu
globo-corazón.
Los voluntarios llegaron al estribillo de
la canción al tiempo que entraban con paso alegre en una habitación
para repartir alegría entre los pacientes. Dentro había dos
personas, que yacían incómodas en sus respectivas camas de hierro:
un señor con las dos piernas escayoladas y una señora con los dos
brazos vendados. Sin dejar de cantar, uno de los voluntarios tendió
al caballero un globo y ató otro a las vendas de la señora, al
darse cuenta de su incapacidad para asirlo con los brazos
vendados.
—Disculpen —dijo el caballero con voz
ronca—, ¿podrían hacerme el favor de llamar a una enfermera?
Debería haber tomado unos analgésicos esta mañana, pero no han
venido a traérmelos.
—Yo quisiera un vaso de agua —dijo la señora
con voz débil—, si no es mucha molestia.
—Lo siento —se disculpó el barbudo,
deteniéndose un momento para afinar su guitarra—. No tenemos tiempo
para esas cosas. Hemos de pasar por todas las habitaciones del
hospital y las visitas han de ser rapiditas.
—Además —añadió otro voluntario, mirando con
una sonrisa de oreja a oreja a ambos enfermos—, es mucho más
efectivo luchar contra la enfermedad con una actitud alegre que con
analgésicos o vasos de agua. Así que alegren esas caras y disfruten
con sus globos —el voluntario consultó la lista que sostenía en la
mano—. El próximo paciente se llama Bernard Rieux, hospitalizado en
la habitación 105 de la Sala de Apestados. Venga, hermanos y
hermanas.
Los voluntarios prorrumpieron en vítores de
alegría y continuaron cantando mientras abandonaban la habitación.
Klaus y Sunny asomaron la cabeza entre los globos y se miraron
esperanzados.
—Si hay que pasar por todas las habitaciones
del hospital —susurró Klaus a su hermana— seguro que tarde o
temprano encontraremos a Violet.
—Muchum —afirmó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Tienes razón, pero no será muy agradable ver a tanto
enfermo».
Visitamos a los que
están malitos,
procurando hacer reír a
carcajadas.
Incluso si el médico
les ha dicho
que va a tener que
cortarlos en tajadas.
Bernard Rieux resultó ser un señor con una
tos perruna espantosa que le convulsionaba el cuerpo de tal modo
que apenas si podía sujetar el globo en la mano. Un buen
humidificador habría sido mucho más efectivo contra su enfermedad
que una actitud alegre, como pensaron los Baudelaire. Mientras los
voluntarios ahogaban las toses de aquel hombre con su cancioncilla,
Klaus y Sunny sintieron la tentación de correr a buscarle el
humidificador, pero decidieron permanecer ocultos entre el grupo al
comprender que Violet corría mucho más peligro que aquel hombre con
sus toses.
Cantamos de noche,
cantamos de día,
cantamos a la vida con
alegría.
Tanto para muchachos
con huesos rotos,
como para muchachas con
afonía.
La siguiente paciente en la lista era
Cynthia Vale, una chica con un dolor de muelas espantoso que
seguramente habría preferido tomar algo líquido y frío que sujetar
un globo en forma de corazón; no obstante, aunque daba lástima ver
el estado de su dentadura, Klaus y Sunny no se atrevieron a salir
corriendo en busca de una compota de manzana o un helado. Sabían
que la chica podía haber leído El Diario
Punctilio para matar el tiempo en el hospital, y si descubrían
su rostro podría reconocerlos.
Tralará,
tralarí,
que te mejores con
nuestra canción.
Jo jo jo, ji ji
ji,
aquí tienes tu
globo-corazón.
Los voluntarios continuaron la ronda
incansables, habitación por habitación, pero el ánimo de los
Baudelaire empeoraba con cada jo jo jo y
ji ji ji. Siguieron a los voluntarios
escaleras arriba, escaleras abajo, y aunque encontraron montones de
mapas confusos, altavoces y enfermos, no hallaron ni rastro de su
hermana. Pasaron por la habitación 201 y cantaron para Jonah
Mapple, hospitalizado porque se mareaba en el mar, y obsequiaron
con un globo en forma de corazón a Charley Anderson, de la
habitación 714, herido en un accidente, y visitaron a Clarissa
Dalloway en la 1308, quien no parecía padecer ninguna enfermedad,
aunque se pasó el rato asomada melancólicamente a la ventana. No
obstante, en ninguna de las habitaciones por las que desfilaron los
voluntarios, vieron a Violet Baudelaire, quien, según Klaus y Sunny
temían, estaría sufriendo más que cualquiera de los pacientes que
habían visitado hasta ese momento.
—Ceyune —se quejó Sunny, al ver que los VFD
subían otro tramo de escaleras.
Lo que Sunny quería decir era algo así como:
«Llevamos toda la mañana dando vueltas por el hospital y seguimos
sin rastro de Violet», a lo que Klaus asintió, cabeceando
abatido.
—Lo sé, pero quieren visitar a todos y cada
uno de los pacientes del hospital. Seguro que tarde o temprano la
encontraremos.
—¡Atención! ¡Atención! —anunció una voz, y
los voluntarios interrumpieron su canción y se congregaron junto al
altavoz más próximo para escuchar el comunicado de Mattathias—.
¡Atención! Hoy es un día muy importante en la historia de este
hospital. Dentro de una hora, uno de nuestros cirujanos realizará
la primera craniectomía mundial en una niña de catorce años. Todos
deseamos que esta intervención tan arriesgada sea un éxito
absoluto. Eso es todo.
—Violet —susurró Sunny a Klaus.
—Eso parece —afirmó éste—, y no me gusta
nada el nombre de esa intervención. «Cráneo» significa «cabeza» y
«ectomía» es un término médico que quiere decir «cortar».
—¿Decapitar? —preguntó Sunny, horrorizada.
Quería saber si iban a cortarle la cabeza a su hermana.
—No lo sé —respondió Klaus con un
estremecimiento—, pero no podemos seguir de ronda con esta gente,
hay que localizar a Violet cuanto antes.
—Bien —anunció en voz alta uno de los
voluntarios, consultando la lista—. Ahora toca visitar a Emma
Bovary, ingresada en la habitación 2611. Padece una intoxicación
alimentaria, de modo que necesita ponerse muy contenta.
—Perdone, hermano —se dirigió Klaus al
voluntario, empleando a regañadientes el término «hermano» en vez
de referirse a él como «persona a la que apenas conozco»—. ¿Podría
prestarme un momento esa lista de pacientes?
—Faltaría más —respondió el voluntario—. De
todos modos, no me gusta tener que leer los nombres de todos estos
enfermos. Es muy deprimente. Prefiero sujetar globos.
Con una alegre sonrisa, el voluntario tendió
a Klaus la lista y le arrebató el globo-corazón que sujetaba en las
manos, mientras el barbudo arrancaba con la siguiente
estrofa:
Cantamos para las
mujeres con gripe,
cantamos para hombres
con sarampión.
Y si tú respiras algún
microbio,
también te dedicaremos
una canción.
Klaus, con la cara al descubierto, se
agachó para esconderse tras el globo de Sunny mientras echaba un
vistazo a la lista.
—Hay centenares de pacientes —susurró a su
hermana—, pero están clasificados por salas, no por nombres. No
podremos leer toda la lista en el pasillo, sobre todo si tenemos
que escondernos detrás de un solo globo.
—Damajat —sugirió Sunny.
Quería decir algo así como: «Escondámonos en
ese cuarto de mantenimiento que hay ahí». Efectivamente, al final
del pasillo, junto a dos médicos que se habían detenido a charlar
al lado de uno de aquellos confusos mapas, había una puerta de la
que colgaba un letrero: «MANTENIMIENTO».
Mientras los miembros de VFD cantaban el
estribillo camino de la habitación de Emma Bovary, Klaus y Sunny se
apartaron disimuladamente del grupo y se encaminaron hacia dicha
puerta tapándose la cara con el globo. Por suerte, los dos médicos
estaban tan entretenidos comentando cierto acontecimiento deportivo
visto por televisión que no repararon en los presuntos asesinos que
se escabullían por el pasillo del hospital, y mientras los
voluntarios iban por aquello de:
Tralará,
tralarí,
que te mejores con
nuestra canción.
Jo jo jo, ji ji
ji,
aquí tienes tu
globo-corazón,
Klaus y Sunny se colaron en el cuarto. Al
igual que la campana de una iglesia, un ataúd o una cuba de
chocolate fundido, un cuarto de mantenimiento rara vez resulta un
lugar agradable donde esconderse, y éste no era la excepción. Los
Baudelaire cerraron la puerta tras de sí y se encontraron en un
cuartucho atestado e iluminado tan sólo por una bombilla
parpadeante que pendía del techo. De una pared colgaban las batas
de los médicos, y enfrente había un lavabo lleno de óxido para
lavarse las manos antes de examinar a un paciente. El resto de la
habitación estaba repleto de latas enormes de sopa de letras para
la comida de los enfermos y de cajitas con gomas elásticas, cuya
utilidad en un hospital no parecía muy evidente, en opinión de los
Baudelaire.
—Bueno —dijo Klaus—, cómodo no es, pero al
menos aquí no nos verá nadie.
—Pesh —replicó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «A menos que alguien necesite gomas, sopa de letras,
batas blancas o lavarse las manos»
—Bueno, echaremos un ojo a la puerta por si
acaso, pero sin quitar el otro de esta lista. Es muy larga, pero
ahora que podemos leerla tranquilamente seguro que damos con
Violet.
—Vale —dijo Sunny.
Klaus puso la lista sobre una lata de sopa y
empezó a pasar hojas a toda prisa. Como había observado, no estaba
ordenada alfabéticamente, sino por salas, palabra que aquí
significa «sectores determinados del hospital», de modo que si
querían encontrar el nombre de Violet Baudelaire entre los
pacientes no podían saltarse ni una página. Echaron un vistazo a
los nombres registrados bajo el epígrafe «Sala de Gargantas
Doloridas», leyeron detenidamente los nombres de la «Sala de
Cuellos Rotos», repasaron de arriba abajo los nombres de los
ingresados en la «Sala de Urticarias Graves» y, cuando terminaron,
estaban los dos como para que los ingresaran en la Sala de
Pacientes con el Alma en los Pies, porque el nombre de Violet no
constaba en ninguna parte. La bombilla parpadeó en el techo y los
dos continuaron hojeando página tras página, desesperados, sin
encontrar nada que pudiera conducirlos hasta su hermana.
—Aquí no está —observó Klaus, dejando a un
lado la última página de la «Sala de Neumonías»—. No tienen a
Violet registrada en la lista. ¿Cómo vamos a localizarla con lo
enorme que es este hospital si no sabemos ni en qué sala
está?
—Alias —respondió Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Puede que figure con un nombre distinto».
—Tienes razón —dijo Klaus, echando un
vistazo a la lista—. También el conde Olaf se hace ahora llamar
Mattathias. Tal vez le haya cambiado el nombre para que no podamos
localizarla. Pero entonces, ¿cuál de todas esas personas será
Violet? Puede llamarse tanto Mijail Bulgakov como Haruki Murakami.
¿Qué hacemos? En algún lugar de este hospital están a punto de
realizar una operación innecesaria, y nosotros, aquí...
Una carcajada sobre sus cabezas interrumpió
a Klaus.
Los Baudelaire alzaron la vista y vieron un
altavoz instalado en el techo.
—¡Atención! —exclamó Mattathias cuando se
hartó de reír—. Doctor Flacutono, le rogamos se presente en
cirugía. Doctor Flacutono, persónese en cirugía para preparar la
craniectomía.
—¡Flacutono! —repitió Sunny.
—Sí, también a mí me suena ese nombre —dijo
Klaus—. Así se hacía llamar el compinche del conde Olaf cuando
vivíamos en Paltryville.
—¡Tiofreck! —exclamó Sunny alarmada. Y,
aunque había dicho: «Violet corre un grave peligro, hay que
encontrarla cuanto antes», Klaus no reaccionó. Tenía los ojos
entrecerrados, como siempre que intentaba recordar algún dato leído
en sus libros.
—Flacutono —masculló—. Fla-cu-to-no.
—A continuación se metió la mano en el
bolsillo, donde guardaba los papeles importantes que los Baudelaire
habían ido recogiendo—. ¡Al Funcoot! —concluyó.
Rápidamente, buscó la página suelta de los
cuadernos de los Quagmire, donde aparecía el nombre de Ana Gram, al
que los Baudelaire no habían encontrado ningún sentido cuando
examinaron juntos aquellas libretas. Klaus estudió la hoja suelta,
después la lista de pacientes y volvió otra vez a la hoja. A
continuación miró a Sunny, y ésta observó cómo a su hermano, tras
las gafas, le crecían los ojos, como siempre que conseguía entender
algo muy complicado.
—Creo que ya sé cómo localizaremos a Violet
—dijo Klaus en voz baja—. Vamos a necesitar la ayuda de tus
dientes, Sunny.
—Listos —dijo Sunny y abrió la boca.
Klaus sonrió y señaló la pila de latas
almacenadas.
—Abre una lata de sopa de letras —le indicó—
y date prisa.
—¿Recazier?
—preguntó Sunny, atónita. En este contexto, la palabra «atónita»
significa «preguntándose para qué demonios querría Klaus comer sopa
de letras en un momento como ése», y «¿Recazier?» quiere decir:
«Klaus, ¿por qué demonios quieres comer sopa de letras en un
momento como éste?».
—No me voy a comer las letras —respondió
Klaus, tendiendo a Sunny una lata—. Tiraremos más de la mitad por
el fregadero.
—Pietrisycamollaviadelrechiotemexity
—replicó Sunny, que como ya recordaréis significa algo así como:
«Debo admitir que no tengo ni la más remota idea de lo que está
pasando». Era la tercera vez en su vida que Sunny recurría a esa
expresión y empezaba a preguntarse si con los años no terminaría
por repetirla hasta la saciedad.
—La última vez que usaste esa palabra
—observó Klaus con una sonrisa— estábamos estudiando los restos de
los cuadernos de los Quagmire —Klaus tendió a Sunny una hoja y
señaló el nombre «Ana Gram»—. Pensábamos que se trataba del nombre
de una persona, pero de hecho es una especie de mensaje codificado.
Un anagrama es lo que resulta de trasponer las letras de una o más
palabras.
—Pero pietrisycamollaviadelrechiotemexity
—insistió Sunny dejando escapar un suspiro.
—Te pondré un ejemplo —dijo su hermano—. El
ejemplo que descubrieron los Quagmire. Mira, en la misma página
aparecía anotado el nombre de «Al Funcoot», así se llamaba el tipo
que escribió La boda maravillosa, aquella pésima obra de teatro en
la que el conde Olaf nos obligó a participar.
—Puaj —dijo Sunny; «no me lo
recuerdes».
—Pues fíjate —añadió Klaus—: «Al Funcoot» y
«Count Olaf» tienen las mismas letras, y «count» significa «conde»
en inglés. El conde Olaf transformó su nombre para que nadie
supiera que el autor de aquella obra era él mismo.
¿Entiendes?
—Fromein —respondió Sunny, lo que
significaba algo así como: «Creo entenderlo, pero no es fácil para
una niña tan pequeña como yo».
—Para mí tampoco es fácil —la consoló
Klaus—. Por eso, la sopa de letras nos vendrá de maravilla. El
conde Olaf emplea anagramas siempre que quiere ocultar algo, y en
este momento lo que oculta es a nuestra hermana. Apuesto a que el
nombre de Violet consta en la lista, pero con las letras mezcladas.
La sopa nos ayudará a recomponerlas.
—¿Cómo? —quiso saber Sunny.
—Es difícil descifrar un anagrama sin mover
las letras. Normalmente se emplean cubos con letras o mosaicos
alfabéticos, pero tendremos que apañarnos con estas letras de
pasta. Venga, rápido, abre una lata de ésas.
Sunny sonrió de oreja a oreja y dejó al
descubierto sus afiladísimos dientecillos, agachó la cabeza y los
hincó en la lata, recordando el día en que aprendió a abrir latas.
No hacía tanto tiempo de aquello, pero le parecía muy, muy lejano,
porque ocurrió antes de que la mansión de los Baudelaire se
incendiara, cuando vivían los cinco juntos y eran felices. Aquel
día era el cumpleaños de su madre y ésta se había quedado
remoloneando en la cama mientras los demás le preparaban una tarta
de cumpleaños. Violet batía huevos, mantequilla y azúcar en una
batidora inventada por ella misma. Klaus pasaba la harina y la
canela por el tamiz, haciendo una pausa cada dos por tres para
limpiarse las gafas. Y el padre preparaba su famoso baño de queso
cremoso, que cubriría la tarta con una capa bien gruesa. Todo iba
sobre ruedas hasta que de pronto se rompió el abrelatas eléctrico,
y Violet no encontró herramientas con que repararlo. El padre
necesitaba urgentemente abrir una lata de leche condensada para la
receta; por un momento los tres pensaron que habían echado a perder
el regalo de cumpleaños. Pero Sunny, que hasta ese momento había
estado entretenida gateando por el suelo, pronunció inesperadamente
su primera palabra: «Muerde», hincó los dientes en la lata y dejó
en ella cuatro agujeritos por donde verter la leche dulce y espesa.
Los Baudelaire rieron y palmotearon contentos, también su madre
bajó a la cocina, y desde aquel día siempre recurrieron a Sunny
para abrir las latas, a menos que fueran de remolacha. Encerrada en
un cuartucho del hospital, la pequeña Baudelaire mordisqueaba el
borde de la lata de sopa de letras preguntándose si era verdad que
uno de sus padres había escapado con vida de aquel incendio, y si
merecería la pena hacerse ilusiones sólo por una frase en la página
trece del expediente Snicket. Quizás algún día podrían volver a
reunirse y compartir risas y aplausos mientras preparaban juntos un
plato dulce y delicioso.
—Hecho —dijo Sunny por fin.
—Muy bien, Sunny —celebró Klaus—. Ahora hay
que buscar las letras del nombre de Violet.
—¿V? —preguntó Sunny.
—Exacto. V-I-O-L-E-T
B-A-U-D-E-L-A-I-R-E.
Metieron las manos en la lata y rebuscaron
entre trocitos de zanahoria y apio, patatas escaldadas, pimientos
asados y guisantes al vapor que flotaban en aquel caldo denso y
cremoso realizado a base de una mezcla secreta de hierbas y
especias, en busca de las letras que necesitaban. La sopa estaba
fría puesto que llevaba muchos meses almacenada en aquel cuarto, y
alguna que otra vez al dar con la letra correcta ésta se les
deshacía en las manos o se les resbalaba con la pringue y volvía a
perderse en la lata. Pese a todo, finalmente consiguieron localizar
una V, una I, una O, una L, una E, una T, una B, una A, una U, una
D, otra E, otra L, otra A, otra I, una R, y un trozo de zanahoria
al que recurrieron viendo que no había forma de dar con otra
E.
—Bueno —dijo Klaus, una vez hubieron
desplegado todas las letras sobre la tapa de otra lata para
moverlas mejor—. Echemos un vistazo otra vez a la lista de
pacientes. Mattathias ha anunciado que la operación se realizará en
cirugía, así que busquemos por esa sección, a ver si algún nombre
nos dice algo.
Sunny tiró el resto de la sopa por el
fregadero y asintió con la cabeza; Klaus encontró enseguida la
sección quirúrgica en la lista y leyó los nombres de los pacientes
allí ingresados:
LISA N. LOOTNDAY
ALBERT E. DEVILOEIA
LINDA RHALDEEN
ADA O. ÜBERVILLET
ED VALIANTBRUE
LAURA V. BLEEDIOTIE
MONTY KENSICLE
NED H. RIRGER
ERIQ BLUTHETTS
RUTH DËRCROUMP
AL BRISNOW
CARRIE E. ABELABUDITE
—¡Válgame Dios! —exclamó Klaus—. No hay
nombre en esta lista que no parezca un anagrama. ¿Cómo demonios
vamos a localizar a Violet a tiempo?
—¡V! —respondió Sunny.
—Tienes razón —dijo Klaus—. Los nombres que
no lleven la letra «V», no pueden ser anagramas de Violet
Baudelaire. Podríamos ir tachando de la lista los descartados... si
tuviéramos un bolígrafo, claro.
Sunny hurgó pensativamente en una de las
batas blancas, por ver qué guardaban los médicos en los bolsillos.
Encontró una mascarilla, ideal para taparse la cara, unos guantes
de goma, ideales para protegerse las manos, y en el fondo del
bolsillo un bolígrafo, ideal para tachar los nombres que no formen
los anagramas que buscas. Sunny tendió a Klaus el bolígrafo con una
sonrisa ufana, y él tachó rápidamente los nombres que no llevaban
V, de modo que la lista quedó así:
LISA N. LOOTNDAY
ALBERT E. DEVILOEIA
LINDA RHALDEEN
ADA O. ÜBERVILLET
ED VALIANTBRUE
LAURA V. BLEEDIOTIE
MONTY KENSICLE
NED H. RIRGER
ERIQ BLUTHETTS
RUTH DËRCROUMP
AL BRISNOW
CARRIE E. ABELABUDITE
—Esto simplifica mucho las cosas —observó
Klaus—. Ahora juguemos con las letras del nombre de Violet y veamos
si podría salir Albert E. Deviloeia.
Klaus empezó a mover las letras que habían
sacado de la lata, con cuidado de que no se le rompieran entre los
dedos, y enseguida advirtieron que «Albert E. Deviloeia» no era un
anagrama de «Violet Baudelaire». Ambos nombres compartían muchas
letras, pero no todas.
—Deviloeia debe de ser el verdadero nombre
de un enfermo —dijo Klaus desilusionado—. Probemos con «Ada O.
Ubervillet».
Una vez más, la estancia se llenó con el
ruido de las letras moviéndose de un lado para otro, era un sonido
apagado y pastoso que a ambos les hizo recordar la imagen de una
masa viscosa saliendo de las aguas de un pantano. Pese a todo, era
mucho más agradable que la voz estentórea que interrumpió la
resolución de aquel anagrama.
—¡Atención! ¡Atención! —la voz de Mattathias
sonaba especialmente malévola—. La Sala de Cirugía se cerrará en
breve para proceder a la craniectomía. Únicamente el doctor
Flacutono y sus auxiliares podrán acceder a ella hasta que el
paciente haya fallecido, perdón, haya sido intervenido. Eso es
todo.
—¡Velocidad! —chilló Sunny.
—¡Ya sé que hay
que darse prisa, Sunny! —replicó Klaus—. ¡No puedo mover las letras
más rápido! ¡Ada O. Übervillet tampoco vale!
Klaus hizo ademán de consultar de nuevo la
lista, para ver cuál era el siguiente nombre, pero al hacerlo rozó
con el codo una letra de pasta que cayó al suelo con un viscoso
plof. Sunny la recogió; se había partido
en dos. En lugar de una O tenían dos paréntesis.
—No importa —dijo Klaus abstraído—. El
siguiente es Ed Valiantbrue y de todos modos no lleva O.
—¡O! —chilló Sunny.
—¡O! —convino Klaus.
—¡O! —insistió Sunny.
—¡Oh! —exclamó Klaus—. ¡Ahora te entiendo!
Si no lleva la letra O, no puede ser un anagrama de Violet
Baudelaire. Eso nos deja un solo nombre en la lista: Laura V.
Bleediotie. Tiene que ser ése.
—¡Prueba! —exclamó Sunny y contuvo la
respiración mientras Klaus hacía diversas combinaciones de
letras.
En cuestión de segundos, el nombre de su
hermana mayor se transformó en Laura V. Bleediotie, sin la O, que
Sunny aún guardaba en su puñito, ni la E, que seguía siendo un
trozo de zanahoria.
—Aquí está —dijo Klaus, sonriendo muy
ufano—. Hemos encontrado a Violet.
—Asklu —observó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Si no hubieras descubierto que Olaf había empleado
un anagrama, nunca la habríamos localizado».
—A decir verdad, fueron los Quagmire quienes
lo descubrieron —corrigió Klaus, alzando la hoja suelta del
cuaderno de sus amigos—, y fuiste tú quien abrió la lata, lo que
nos ha facilitado mucho el trabajo. Pero antes de felicitarnos
mutuamente, corramos a rescatar a Violet. —Klaus ojeó la lista de
pacientes—. Laura V. Bleediotie está en la habitación 922 de la
Sala de Cirugía.
—Gwito —observó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Pero Mattathias ha prohibido el acceso a esa
sala».
—Pues habrá que encontrar el modo de entrar
—replicó Klaus muy serio y buscó alrededor con la mirada—. Nos
disfrazaremos con esas batas blancas. Si parecemos médicos, quizá
nos dejen pasar. Nos pondremos esas mascarillas para que no nos
vean la cara, como hizo aquel colega de Olaf en el
aserradero.
—Quagmire —replicó Sunny con reservas,
aunque en realidad quería decir: «Los disfraces de los Quagmire no
engañaron a Olaf».
—Pero los de Olaf engañaron a todo el mundo
—replicó Klaus.
—Nosotros —corrigió Sunny.
—Salvo a nosotros, tienes razón, pero a
nosotros no tienen que engañarnos.
—Verdad —afirmó Sunny y alargó la mano para
coger dos batas.
Dado que los médicos suelen ser personas
adultas, las batas les quedaban grandes a ambos, y les trajeron a
la memoria aquellos trajes tan holgados de raya diplomática que
Esmé Miseria les había comprado cuando se encontraban bajo su
tutela. Klaus ayudó a Sunny a subirse las mangas, Sunny ayudó a
Klaus a atarse la mascarilla a la cara, y al rato ya tenían puesto
el disfraz completo.
—Vamos —dijo Klaus y sujetó el pomo de la
puerta con la mano.
Pero no llegó a abrirla. De pronto se volvió
hacia su hermana y los dos se miraron de arriba abajo. Por mucha
bata blanca y mucha mascarilla de cirujano que llevaran puestas, no
lograrían hacerse pasar por médicos. Se veía a la legua que eran
dos niños con bata blanca y una mascarilla en la boca. Eran
disfraces espurios —una palabra que en este contexto indica «que no
parecían médicos en absoluto»— pero no más espurios que los
disfraces que utilizaba Olaf desde aquella primera vez que intentó
arrebatarles su fortuna a los Baudelaire. Klaus y Sunny se miraron
el uno al otro, confiando en que el método Olaf funcionara también
para ellos y pudieran arrebatarle a su hermana y, sin intercambiar
palabra, abrieron la puerta y salieron de su escondrijo.
—¿Douz? —preguntó Sunny, aunque en realidad
quería decir: «Pero ¿cómo vamos a localizar la Sala de Cirugía con
estos mapas tan confusos?».
—Habrá que encontrar a alguna persona que
vaya en esa dirección. Busca a alguien con aspecto de dirigirse a
un quirófano.
—Silata —replicó Sunny.
Quería decir algo así como: «Pero esto está
lleno de gente», y tenía razón. Aunque de los Voluntarios Frente al
Dolor no había ni rastro, los pasillos del hospital estaban muy
concurridos. Un hospital necesita personal de todo tipo e
instrumental de todo tipo para su correcto funcionamiento, y
mientras los Baudelaire intentaban encontrar la Sala de Cirugía se
cruzaron con personal y aparatos de todo tipo corriendo por los
pasillos. Había médicos con estetoscopios, corriendo para escuchar
los latidos de los enfermos, había obstetras cargando con bebés,
corriendo para depositarlos en los brazos de sus padres. Radiólogos
empujando máquinas de rayos X, corriendo para ver las entrañas de
los pacientes, y cirujanos oftalmólogos arrastrando tecnología
láser, corriendo para emplearla en los ojos de la gente. Se
cruzaron con enfermeras, agujas hipodérmicas en ristre, corriendo
para pinchar a la gente, y personal de administración con
sujetapapeles, corriendo para poner al día el papeleo. Sin embargo,
miraran donde mirasen, no vieron a nadie que corriera hacia la Sala
de Cirugía.
—No veo ningún cirujano —dijo Klaus
desesperado.
—Peipix —contestó Sunny; «yo tampoco».
—¡Apártese todo el mundo! —ordenó una voz
desde el fondo del pasillo—. ¡Soy auxiliar de cirugía, llevo
instrumental para el doctor Flacutono!
El personal del hospital se hizo a un lado
para dejar pasar a aquella persona con bata blanca y mascarilla en
la boca que avanzaba por el pasillo con paso extraño y
tambaleante.
—¡He de presentarme cuanto antes en cirugía!
—gritaba, pasando junto a los Baudelaire y sin fijarse en
ellos.
Klaus y Sunny, en cambio, sí se fijaron en
ella, pues esa persona llevaba unos zapatos con tacón de aguja y un
bolso con forma de ojo. Se fijaron también en el velo negro que le
caía del sombrero, cubriendo parte de la mascarilla, y en el carmín
que manchaba el borde de la misma. Evidentemente, esa persona
pretendía hacerse pasar por auxiliar de cirugía y lo que llevaba en
las manos pretendía hacerlo pasar por instrumental quirúrgico, pero
a los Baudelaire les bastó fijarse un instante para detectar lo
espurio de ambos. Al ver a esa persona avanzar con paso tambaleante
por el pasillo, tanto Klaus como Sunny comprendieron de inmediato
que se trataba de Esmé Miseria, la malvada novia del conde Olaf. Y
al fijarse en el instrumental que transportaba y en su destello,
supieron enseguida que lo que llevaba en las manos no era más que
un gran cuchillo de cocina oxidado, con una larga hilera de
dientes, perfecto para una craniectomía.