Capítulo 19

En el transcurso de la tarde Tricia y Cassady intentaron convencerme de tres cosas: Kyle llegaría a tiempo para la gala; tenía que arreglarme el cabello; y Lindsay Franklin había matado a Garth Henderson. Incluso cuando se marcharon a sus respectivas casas para arreglarse, intenté convencerme de lo razonable que eran esos tres postulados.

Sabía que no podía controlar la agenda de Kyle, solo podía tener fe en su promesa de asistir a la gala. Y tampoco podía hacer mucho para controlar mi pelo, pero si invertía media hora en chamuscarme lo con las tenacillas de rizar, eso me daría tiempo para escuchar mí voz interior que insistía en la inocencia de Lindsay.

Es verdad que la blusa que envolvía la pistola era igual a las que le había visto. Es verdad que me había dicho que solía dejar bolsas con donaciones en la tienda de artículos de segunda mano, lo que sustentaba tanto el hecho de que las bolsas estuvieran allí, como el hecho de que nadie estuviera particularmente preocupado por su posible contenido. Es verdad que un hombre más interesado en su libido que en ganarse la vida, le había impedido progresar en su carrera, y eso podía ser suficiente motivo para tener una furia asesina. Y es verdad que había estado acechándome para estar al corriente de cómo avanzaba mi investigación.

Pero aún no me cuadraba lo del perfume.

Si Lindsay era alérgica a Success —un hecho que sus colegas habían atestiguado voluntariamente—, ¿cómo se las había arreglado para que la blusa tuviera tanto olor y la habitación del hotel apestara de tal forma, sin mostrar ningún efecto adverso? Teniendo en cuenta la relación tan cercana que tenía el grupo, ¿no habría notado alguna de ellas que a Lindsay le había salido urticaria tras la muerte de su jefe?

Pero si Lindsay no había matado a Garth, ¿quién lo había hecho? ¿Estaría encubriendo al asesino a sabiendas, o la habrían embaucado? Traté de imaginar a alguien como Wendy, o Tessa, tendiéndole una trampa a alguien como Lindsay, pero una vez que imaginas a una persona capaz de apretar el gatillo, se vuelve mucho más fácil imaginar que realiza cualquier tipo de conducta antisocial.

Para el momento en que Tricia llamó a mi portero automático, mi pelo había ganado nada más que electricidad estática en mis intentos de rizarlo, y me habían salido manchas de los nervios en el pecho y el cuello, e incluso los Kate Spade, mis zapatos de tacón favoritos para usar con vestidos, me apretaban —por mi malevolencia, supongo—. Si hubiera interpretado estos signos como indicadores de la noche que vendría, me hubiese quedado en casa embutida en mi pijama, hubiese puesto el canal de películas clásicas, y me hubiese construido un refugio antiaéreo en el baño.

En la planta baja, Danny, el portero, hacía grandes aspavientos delante de Tricia. Ella estaba magnífica con un vestido antiguo azul claro de Armani, y el pelo recogido por detrás con una peineta. Se deshizo en halagos al verme, pero yo sentía que estaba vestida más bien para ir a un baile de disfraces; era una bola de nervios que pretendía hacerse pasar por periodista.

—Intenta apartar cualquier pensamiento de tu cabeza, excepto la cómica posibilidad de que tu editora desfile por la pasarela —dijo Tricia, perfectamente consciente de mi lucha interior—. No pienses en tu artículo hasta mañana.

—No estoy preocupada por el artículo —contesté, mientras ella tiraba de mí desde la puerta del edificio hasta el taxi que nos esperaba. Cassady y Aaron se reunirían con nosotros en la gala; se suponía que Kyle y el detective Donovan harían lo mismo.

—Mentirosa —dijo con suavidad.

—Está bien, el artículo no es mi preocupación principal.

—No, tu preocupación principal es meterte en el asiento trasero del taxi con esa falda ajustada. —Tricia señaló hacia el coche, sonrió expectante, y esperó que comenzara el espectáculo.

Subir y bajar de un taxi con elegancia es un arte. Pero con un vestido largo es prácticamente imposible. Esa es la verdadera razón por la que los famosos, cuando llegan a los grandes eventos con alfombra roja, lo hacen en limusinas: las limusinas vienen equipadas con hombres fuertes que te empujan desde el interior para que te pongas de pie de una manera ágil y elegante. Nuestro taxi venía equipado con una mujer corpulenta y hosca que no estaba dispuesta a mover más que el volante, y que se mostraba cada vez más impaciente por mi tardanza en subirme al coche.

Aunque con una interesante combinación de inclinaciones, giros y traspiés, pude zambullirme en el asiento de atrás y deslizarme lo suficiente como para dejarle sitio a Tricia. No escuché que saltara la costura del vestido, mis tacones no se engancharon en el dobladillo, y los tirantes seguían en la posición correcta. Solo esperaba que el resto de la noche transcurriera con la misma suavidad, en especial porque me invadía una gran ansiedad.

Cuando cumplí los dieciséis, mis mejores amigas me montaron una fiesta sorpresa. Incluso se las arreglaron para convencer a Jerry Shannon, el jugador de baloncesto que se sentaba junto a mí en la clase de inglés y del que estaba profundamente enamorada, de que viniera a la fiesta. La excitación que sentí al entrar al sótano de mi amiga Mary y ver a Jerry entre mis amigas fue prácticamente igual de grande que la pérdida de esperanza cuando me di cuenta, unos instantes más tarde, que había venido con Bonnie Conneally, una de las animadoras del equipo rival y que nadie de mi grupo social sabía que era su novia. La incómoda mezcla de alegría y decepción me duró varios días, y hasta el día de hoy, asocio las molestias de estómago con esa fiesta.

Ahora tenía otra fiesta con la que podía asociarlas. A medida que nos acercábamos a la gala, cada vez estaba más segura de que Lindsay encubría a alguien y que lo había hecho tan bien que, incluso, ella sola asumiría la responsabilidad por todo lo sucedido. No me resultaba difícil de creer que la otra chica del grupo de Garth la dejara caer, pero no podía aceptar que lo permitiera. Aunque Lindsay fuera la mujer maternal, su instinto de supervivencia tenía que pegarle una patada a ese maternalismo en algún momento.

A menos que, en parte, fuera culpable. O que se considerara a sí misma, culpable. Tal vez no solo se había deshecho del arma. Tal vez la consiguió ella. O ayudó a planear el asesinato. Tal vez estaba tan orquestado como una de sus campañas publicitarias, y lo había manipulado para que pareciera un crimen pasional para despistar a todos.

¿Podía haber sido Wendy? Las dos alegaban alergia al perfume, pero Wendy no había hecho grandes comentarios al respecto. Tal vez lo había fingido. Encajaba perfectamente en mi cabeza. Wendy, que creía merecer un ascenso cuando se formara la nueva compañía, se había enfrentado a Garth por su decisión de que las cosas siguieran como estaban. Le habría forzado a beber para rescatar el colgante, luego perdió el control, le golpeo y disparó. Llamó a Lindsay para que le ayudara y Lindsay acudió para hacer una limpieza del escenario, es por eso que su blusa acabó repleta de perfume y envolviendo el arma.

¿O había sido Tessa? ¿Se habría deshecho de su pulsera porque tenía miedo de que la vinculara con el asesinato? ¿O había sido una de las otras chicas la que lo hizo de una manera tan discreta como para que mi radar no la detectara?

—Estas pensando en el artículo —me reprendió Tricia suavemente.

—No puedo evitarlo.

—Me lo prometiste.

—¿Realmente estás interesada en Wally Donovan?

Tricia frunció el ceño.

—Wally Donovan me resulta intrigante, pero estas evitando la pregunta.

—Es solo que me siento fatal. Creo que he estado apuntando en la dirección equivocada.

—¿Remordimientos de detective? Tampoco has entregado a nadie al verdugo. Si la pistola no respalda tu teoría, sabes que el detective. Donovan estará feliz de decírtelo.

Tricia tenía razón, pero eso no me proporcionaba el consuelo que solía darme. La ansiedad me duró todo el viaje.

Me liberé de ella por unos momentos cuando entramos en el salón de baile del Hotel Palace, que era como caer en la superficie de otro planeta. El aire estaba pesadamente cargado de Success. El increíble salón había sido recubierto con estructuras metálicas como si fuera una discoteca de música tecno-pop, las luces de distintos colores giraban de un lado a otro, mientras el sonido de un insistente bajo ascendía desde el suelo hasta golpearte en las muelas. Una pasarela de plexiglás serpenteaba entre las mesas en un circuito que probablemente complacería a los asistentes, pero que dejaría exhaustas a las modelos.

Por encima de todo, doce banderas gigantescas proclamaban: Success, Cógelo, Tómalo, Poséelo. Cada bandera tenía una fotografía de mujeres irresistiblemente hermosas que vestían diseños exclusivos de Emile y sostenían un frasco del perfume con una mano, y con la otra sujetaban a un hombre guapísimo de la corbata, o de la solapa, o del cinturón, poniéndolo en una postura de sumisión. Era como si estuvieran a punto de tener sexo en cada bandera, y la expresión de todos los modelos te hacía entender que el sexo sería espectacular y desenfrenado

—Estoy a la venta —sonrió Tricia—. ¿Dónde puedo conseguir algo asi?

—¿Te refieres al perfume, a los hombres, o a la ropa?

—Sí.

—Imagino lo grandes que deberían ser las bolsas del botín para que te pudieras llevar las tres cosas a casa.

—Él podría llevarme a mí, yo me encargaría del resto.

Atravesamos el salón, que se había llenado rápidamente de una serie variopinta de invitados que iban desde empresarios conservadores a escandalosos personajes del mundo de la moda, además de una minoría que se ubicaba en el centro del abanico. Se acercaba la hora del aperitivo, y el alto volumen de risas forzadas hacía de contrapunto al sonido del bajo. Todos se movían de un lado a otro de manera ostentosa, como si representaran pasos de baile. Era como dejarse llevar por el número de apertura de una ópera cómica.

Nuestra mesa estaba ubicada por el centro, hasta donde llegaba la pasarela y hacía una curva para volver a la parte central del escenario. Tendríamos una perspectiva perfecta cuando Eileen y las otras modelos recorrieran las pasarelas. Sería entretenido, siempre y cuando no se le escapara el zapato a ninguna y cayera en mi consomé.

Cassady y Aaron ya estaban en nuestra mesa, permanecían de pie para observar mejor a la multitud. Aaron estaba muy elegante con un esmoquin Hugo Boss, y Cassady intensamente clásica con un vestido de Chanel blanco y negro sin tirantes. Hacían una pareja asombrosa; los dos provocaban miradas de admiración de la gente circundante.

Cassady nos recibió con abrazos, y Aaron nos besó la mano con ironía.

—Dejadme asaltar a un camarero y conseguiros una copa de champán —insistió Cassady—. La verdad es que no se puede saborear nada con el perfume inundando todo el ambiente, pero al menos podréis sentir las burbujas y el «psss».

Me di la vuelta para ayudar a Cassady y echar un vistazo al salón en busca del camarero, y me encontré cara a cara con Lindsay; di un grito ahogado a mi pesar y ella sonrió.

—Gracias —dijo, pensando que me había quedado sin aliento al contemplar su vestido rojo rubí de BCBG—. También me encanta el tuyo.

—Lindsay —atiné solo a decir.

—Qué bien te sienta ese color —dijo Tricia estirando el brazo hacia Lindsay.

Casi me atraganto, pero Tricia ni siquiera pestañeó, ni me miró. En cambio, arrastró hábilmente a Lindsay unos pasos atrás.

—Señálame los solteros más codiciados para saber hacia dónde debo concentrar mis encantos esta noche.

—Sin ánimo de ofender, pero deseo hablar con Molly —dijo sorprendida Lindsay, y dirigió la mirada hacia mí.

—Está bien —dije, y cogí mi bolso—. Espérame un momento mientras voy rápido a los lavabos. Hablaremos cuando vuelva.

—¿Quién de vosotras tuvo la idea de hacer esta campaña? Estoy muy impresionada por su fuerza —dijo Cassady dando un paso adelante.

Lindsay dudaba de si debía apartarse del espíritu de la fiesta y conceder el crédito a una sola persona. Yo me alejé rápidamente, simulando saber dónde estaban los lavabos y agradecida por tener a mis amigas.

Me había alejado unos pasos cuando una mano me detuvo con demasiada fuerza como para ser amistosa. Lindsay se había deshecho de Tricia y Cassady, tarea bastante difícil, y estaba decidida a hablar conmigo.

—Déjame que vaya contigo —dijo, como si me acompañara a las líneas enemigas en vez de a los lavabos.

Nos detuvimos, Lindsay permanecía entre mis amigas y yo. Tricia y Cassady estaban perplejas. No quería romper mi promesa con Kyle, pero me sentía fatal por dejar abandonada a Lindsay después de haber cuestionado su inocencia unas horas antes. Recordé lo que Tricia me había dicho sobre el valor del disimulo, pero esta situación requería franqueza.

—No puedo hablar contigo —dije simplemente.

—¿Por qué no? —dijo Lindsay, soltando lentamente mi brazo.

—Conflictos de intereses —explicó Cassady.

—No comprendo.

—Lo comprenderás más tarde —dije. Cuando el detective venga a por ti, pensé. Pero no podía decirlo, ya que ella correría hacia la puerta. Y esa era una opción que me reservaba para mí.

—Deberías tomar asiento, Lindsay —urgió Tricia—. El espectáculo está a punto de comenzar.

La música había cambiado a una especie de blues modificado por el uso de sintetizadores. La música promocional de Success, supuse. Sobre la pasarela, vestido con frac, corbata de color negro y una camisa fucsia, Emile gritaba frente al micrófono inalámbrico y daba la bienvenida a sus amigos y colegas, a este gran espectáculo. La multitud aplaudía, silbaba o gritaba, según su estado de ebriedad.

—¿Por qué no puedes hablar conmigo? —Lindsay no se rendía.

—Por favor, siéntate —dije, mirando con culpa hacia las puertas.

—¿Qué he hecho?

Era la pregunta que me había hecho durante toda la tarde, y me sorprendió lo falsa que sonaba viniendo de ella.

—Nada —dije rotundamente—, ¿no es así?

—¿Qué quieres decir? —La expresión de agravio en su rostro dio paso a la cautela.

—No quiere decir nada —intervino Tricia—. Es mejor que nos sentemos. —Tricia me cogió del brazo, bloqueando el intento de Lindsay de hacer lo mismo, y me condujo hacia nuestra mesa.

Si tan solo me hubiera limitado a seguirla con la boca cerrada, todo hubiera ido bien. Pero no pude hacerlo. Tuve que agregar por encima de mi hombro:

—A quien sea que estés encubriendo, espero que valga la pena.

—Molly —me amonestó Tricia, apretando mi brazo como si fuera una válvula de cierre.

—¿Qué quieres decir? —repitió Lindsay, esta vez con tono de enfado.

—Molly —me advirtió Cassady.

—¡Cuéntame! —insistió Lindsay.

—Molly.

Tengo un nombre corto, y sin embargo la gente es capaz de meterle una cantidad inmensa de emoción. En este caso, la furia que Kyle compactó en esas dos sílabas me dejó absolutamente asombrada.

—Tengo una explicación —comencé a decir.

—Qué raro —la tensión se notaba en su voz—. Teníamos un acuerdo...

Gwen Lincoln se abalanzó sobre nosotros interrumpiéndolo. Estaba sensacional —en un vestido largo de satén esmeralda de Trebask muy escotado por detrás— siempre y cuando no observaras la furia en su rostro.

—No comprendo qué es lo que está sucediendo aquí, pero seguro que no se han dado cuenta de que el espectáculo ha comenzado. Ahora sentaos todos, antes de que os haga echar.

Kyle metió rápidamente la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó su placa, mostrándosela a Gwen y a toda la gente sentada en los alrededores que giraba la cabeza para averiguar qué sucedía en nuestro pequeño grupo.

La placa no tuvo el efecto esperado en Gwen.

—Como si vosotros ya no me hubierais hecho la vida lo suficientemente miserable. Lo que sea que pretendas hacer, ¿tiene que ser justo aquí, justo ahora?

—Lo siento muchísimo, Gwen —dijo Lindsay, recobrando de repente su tono inflexible—, esta situación no debería haber llegado tan lejos.

—Absolutamente cierto —murmuró Cassady,

—Llamaré a seguridad para que os acompañe fuera —dijo Lindsay.

Un grito al unísono de «¿cómo?» casi silenció a Emile, que hablaba desde la pasarela, pero Gwen le hizo un rápido gesto para que continuase. Estaba presentando a modelos famosas, por lo que la mayoría de la gente no tenía problemas en ignorarnos, pero me preocupaba que eso no continuara por mucho tiempo.

—Si me marcho, tú vendrás conmigo —le dijo Kyle a Lindsay.

—Este no es tu caso —replicó ásperamente.

—Todos trabajamos en la misma casa —explicó—, y siempre estoy dispuesto a echarle una mano a un colega.

Gwen miró a Lindsay con sorpresa.

—¿Qué es lo que quieren de ti?

—Quieren tenderme una trampa —replicó Lindsay—. Para hacerte quedar mal. Para empujarte a decir cosas sobre la muerte de Garth que te incriminen —era para aplaudirla; estas criaturas de la publicidad eran muy astutas. Y ella sabía exactamente qué botones presionar con Gwen.

—Cómo te atreves a venir a mi fiesta y provocarme... —dijo Gwen mirando con desprecio a Kyle.

—Eso no es precisamente lo que sucede —protesté.

—No te metas, Molly —dijo Kyle en voz baja.

—Traeré a los de seguridad —anunció Gwen y se apresuró a salir en su busca.

—¿Quién ha organizado la gala? Yo lo hubiera hecho mejor —susurró Tricia

—¿Por qué no hablamos fuera? —le sugirió Kyle a Lindsay. No sabía si el detective Donovan estaba afuera, pero era razonable suponer que llegaría pronto.

—¿Adónde intentáis llevaros a mi mujer? —Daniel se acercó resuelto con la chaqueta del esmoquin abierta, el rostro encendido, y en busca de pelea. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba allí.

Kyle le mostró la placa a Daniel y la guardó en el bolsillo.

—No convirtamos esto en una situación desagradable. Solucionémoslo afuera —Kyle dio un paso adelante para coger a Lindsay del brazo pero se encontró con el terrible derechazo que le asestó Daniel con todo el peso de su cuerpo. La cabeza de Kyle retrocedió con el impacto y su cuerpo perdió el equilibrio. Todos nos apresuramos a socorrerlo —Tricia, Cassady, Aaron y yo— pero no reaccionamos con la suficiente rapidez. Cayó pesadamente golpeándose la cabeza al aterrizar en el suelo. Estaba inconsciente.

Encima de nosotros, en la pasarela, una pinchadiscos de la radio, conocida por sus conversaciones sexuales provocativas mostraba un sensual escote y se jactaba de lo sexy que se le veía al recorrer la pasarela. Tenía la atención de la mayoría del salón, pero cuando Kyle se golpeó contra el suelo comenzamos a ganar un interés creciente en las mesas próximas.

Dos hombres y una mujer se acercaron y se identificaron como médicos. Ellos, Aaron, Cassady y Tricia, inmediatamente asistieron a Kyle, pero yo me giré hacia Daniel.

—Hijo de puta.

Daniel dudó unos instantes, sopesando las consecuencias de lo que había hecho al atacar a un detective de policía, y se marchó a toda prisa.

—Daniel —chilló Lindsay a sus espaldas con un tono de voz tan significativo que me atravesó el cuerpo como si fuera una descarga eléctrica.

—Lindsay, ¿estás encubriendo a Daniel?

Apoyó las manos en el respaldo de una silla, pero sus rodillas comenzaron a doblarse y a ponérsele la cara blanca. Movía la boca, pero no acertaba a decir nada. Por tanto, salí en persecución de Daniel.

Trabajé de camarera un verano durante la época del instituto, y la experiencia de caminar entre las mesas esquivando gente, sillas y servilletas en el suelo volvió a mí como el recuerdo de montar en bicicleta. Daniel fue en dirección a la cocina, saboreaba de antemano la idea de cogerlo y meterlo en la maquina de picar carne —en el caso de que tuvieran una—, pero de repente dio un giro brusco hacia la izquierda y se metió entre bastidores, donde se preparaban para salir las modelos.

Creía que aquella docena de mujeres semidesnudas gritaría, o al menos protestaría, al ver entrar a Daniel, pero pareció no importarles. Empezaron a reaccionar cuando se dieron cuenta de que yo lo perseguía, y de que ahora Lindsay me perseguía a mí. Algunas gritaron, pero la mayoría se apresuraba por cubrirse, quitarse del camino, y observar con interés. El director de escena las organizaba y tranquilizaba con el micrófono auricular, y las colocaba en fila para que salieran a la pasarela.

Pero nadie atinó a detener a Daniel. Y la única persona que intento detenerme a mi, fue Eileen, que, envuelta en infinitas capas de tul y de seda de color rosa intenso, se coloco en mi camino cuando pasé a su lado.

—Molly Forrester, qué diablos…

Pude evitarla en el último momento, con la vista puesta en Daniel.

—¡Detenedlo! —grité, intentando que alguien actuara, pero lo único que hicieron todos fue limitarse a observarlo. Continué mi carrera al ver que se dirigía hacia una puerta de doble hoja que conducía hacia los pasillos de servicio del hotel. De repente, patiné con una blusa de seda que alguien había dejado caer al suelo. Trastabillé y estuve a punto de caerme de bruces, pero me las arreglé para mantener el equilibrio, sin embargo ese instante me retrasó lo suficiente como para que, mientras intentaba incorporarme, Lindsay me alcanzara y me cogiera.

Me agarró del pelo, pero logré liberarme. Me arañó mientras yo intentaba zafarme para perseguir a Daniel; me di la vuelta y le asesté un puñetazo. Ella dio un grito ahogado, al igual que lo hicieron muchas de las modelos que estaban allí. Algunas de ellas aplaudieron.

—Tú no lo comprendes —gimió.

—Perfectamente —respondí, y me giré para seguir persiguiendo a Daniel, que en ese instante atravesaba las puertas. La alarma se activó y se encendieron las luces de emergencia. El director de escena soltó una aguda blasfemia y algunas de las modelos chillaron y se taparon las orejas con las manos. La música se apagó por unos momentos, y el director empezó a gritar por el micrófono auricular, cogió a Eileen y la condujo hacia la entrada.

La música se reanudó. Daniel volvió a aparecer por la puerta, y se puso de espaldas a la pared, intentando mantenerse lo más lejos posible de mí, mientras yo saltaba sobre las sillas, ropas y modelos para atraparlo. Había encontrado bloqueado el paso por un montón de cajas inmensas que contenían el equipamiento de la fiesta, y no había tenido más opción que regresar. Avancé hacia él, rezando por que no tuviera un arma, confiada en que, si hubiera sido así, ya la hubiese utilizado en mi contra.

Estaba acorralado. No sabía qué iba a hacer con él, pero lo tenía atrapado, de espaldas a la pasarela.

—Daniel, examinaron el arma. Te han pillado —dije, esperando que comprendiera la inutilidad de intentar escapar.

—Es el arma de ella —señaló a Lindsay sobre mi hombro. Sabía que ella venía por detrás, pero no me atrevía a quitarle los ojos de encima a Daniel.

—Daniel —gritó ella de nuevo.

—¡Cállate! —le devolvió el grito. Me arrojé sobre él con la mayor agilidad posible, pero se movió demasiado rápido, y me di de bruces contra el suelo, mientras él subía a la pasarela. Ignorando el dolor que me había causado el golpe y los posibles destrozos en mi vestido, me dispuse a subir en su busca. Me quité los zapatos y trepé tras él, esquivando al director de escena y persiguiendo a Daniel hacia la brillante luz del salón de fiestas.

—¡Molly! —gritó Tricia desde algún punto del salón, pero la luz me cegaba y me dificultaba la visión. Vi de reojo que Daniel había descendido de la pasarela frente a mí, en busca de una vía de escape. La gente gritaba y se levantaba de sus asientos. Emile les pedía a todos que conservaran la calma, lo que hacía que todos se pusieran más nerviosos aún. Podía sentir las llamas del pánico que empezaban a invadir el salón.

Daniel se detuvo de repente y le quitó un sacacorchos a un camarero, luego agarró a una modelo a la carrera y se lo colocó en el cuello. Era Eileen, que me miró fijamente con una furia que vencía el miedo que podía sentir.

—¡Esto es culpa tuya, Molly Forrester!

Daniel levantó la mano para taparle la boca a Eileen, quien tuvo la sensatez de no resistirse.

—Por favor, déjala ir, Daniel —supliqué. Él negó con la cabeza.

—Por favor, Daniel —le rogó Lindsay. La miré brevemente, pero ella estaba concentrada en su marido. Ya no intentaba eliminarme, solo pretendía ayudarme a calmarlo.

Agitó la cabeza nuevamente, pero esta vez con gran ferocidad.

—Se suponía que debía funcionar.

—Lo sé, cariño, lo sé —dijo, con gran amargura en su voz.

—No era mi intención matarlo.

Un grito colectivo partió de la multitud, que se removía frenética en cada mesa. Y al menos la mitad de los invitados cogieron sus móviles para sacar fotografías de lo que pudiera suceder.

Y lo que sucedió fue que Eileen, impaciente en su situación de rehén y molesta por que le hubiesen interrumpido su momento de consagración, le mordió la mano a Daniel tan fuerte como pudo. Daniel bramó de dolor y empuñó el sacacorchos como si fuera un cuchillo, dispuesto a devolverle el favor. Yo, actuando más por instinto que por amor a Eileen, intenté hacerle mi placaje volador, con relativo buen resultado. Y digo relativo, porque logré derribar a Daniel y que soltara el sacacorchos, pero en mi vuelo enganché a Eileen y la arrastré en mi caída desde la pasarela hacia el suelo, fracturándole el brazo a ella y dislocándole la rodilla a Daniel. Yo rodé sin ocasionarme lesiones, a excepción de aquellas a mi orgullo, mi carrera y mi relación. Me encantaría que me recordaran como una persona que causa impacto, pero esto no era exactamente lo que tenía en mente.