Capítulo 1
—Lo que necesitas es un cadáver. Un cadáver famoso —sugirió Cassady.
—¿Se puede pedir por Internet, o tienen una sección específica en la planta superior? —pregunté. Si existiera una forma de conseguir el cadáver de un famoso en Manhattan, Cassady Lynch lo sabría. Hacer contactos es para ella algo natural, y gracias a sus largas piernas, su increíble cuerpo, y sus rizos castaños en cascada, su vida está llena de gente ansiosa por hacerle todo tipo de favores.
—Estoy casi segura de que lo tienes que pedir de forma especial —dijo Tricia—. Especialmente si se trata de uno que ya esté debidamente refrigerado.
Mis dos mejores amigas y yo solíamos aprovechar la hora de comer para hacer compras —de ahí que haya tantas barritas de cereales en los cajones de los escritorios— en la fantástica tienda de artículos para el hogar ABC, en Broadway. Este paraíso para los adictos a las compras tiene ocho pisos de tesoros, que van desde refinados jaboncitos hasta antigüedades francesas. Cuando era pequeña, uno de mis libros preferidos trataba sobre dos niños que, deliberadamente, se quedaban encerrados durante la noche en el Museo de Arte Metropolitano, y yo soñaba con hacer lo mismo. Ahora sueño con quedarme encerrada en el ABC con una tarjeta de crédito que no sea mía.
Estábamos en el primer piso ayudando a Cassady a buscar un nuevo par de pendientes. Un abogado especialista en propiedad intelectual que trabaja con ella en un organismo público la había embaucado para ir esa noche a un seminario científico. A ella no le apetecía mucho ir, pero tampoco quería dejar plantado a su colega, así que decidió que comprarse alguna baratija aumentaría sus ganas de asistir.
Cassady frunció el entrecejo para mostrar su disgusto, pero con la delicadeza suficiente como para evitar provocarse arrugas.
—Aunque suene a crítica al alcalde o al comisario, este verano hubo muchos homicidios en Manhattan. Estoy segura de que algunos aún no se han resuelto y están necesitados de tus talentos.
El amor y los asesinatos son mis temas favoritos como periodista y como persona. Y es que si nos fijamos en el comportamiento extremo, la negación del riesgo, la ambición cegadora y el deseo de triunfar, nos damos cuenta de que estar enamorado y tener una conducta homicida no son situaciones tan antagónicas como uno creería. O como uno esperaría. Y el punto en el que ambas conductas se entrecruzan es lo que más me fascina. Pero es un cruce peligroso, y esta vez iba a ser además increíblemente costoso.
—Creedme, lo he intentado —dije—. No quiero parecer morbosa, pero cada vez que sé de un caso interesante se lo comento a mi querida editora, pero ella no deja de rechazar mis propuestas.
—Tal vez Eileen y/o el destino sean una señal de que debes intentar una cruzada social, o investigar algún escándalo gubernamental —sugirió Tricia, mientras examinaba unos pendientes de perlas de agua dulce—. Un camino menos macabro a la gloria periodística.
Un camino completamente opuesto a las investigaciones de asesinatos que ocupaban mi tiempo últimamente. Aunque me conocen más como la del consultorio sentimental de la revista Zeitgeist, hace poco —por una serie de circunstancias excepcionales— tuve la oportunidad de resolver dos asesinatos. Escribí un artículo sobre cada investigación y, aunque los dos tuvieron buena aceptación, no impulsaron mi carrera como esperaba. La editora se burla de mis deseos de dejar la columna «Me Puedes Contar» para escribir artículos de investigaciones periodísticas. Y a pesar de que me encanta mi columna, y los asientos en primera fila que me otorga para el inquietante derbi del amor, una mujer necesita desafíos.
—Molly tiene un don, Tricia —dijo Cassady con firmeza—. Deberíamos alentarla.
—Quiero ver su nombre en el New York Times tanto como tú —repuso Tricia—. Tan solo pienso que hay caminos menos peligrosos para que llegue allí.
—No quiero trabajar en el Times —les dije.
—Por supuesto que quieres. Todos quieren ser parte del Times. Yo no soy escritora, y sin embargo quiero estar en el Times. Tú finges no estar interesada solo porque el «chaval del equipo» trabaja allí —Cassady agitaba la cabeza, incrédula—. Eres una debilucha.
—No querer trabajar con Peter no me convierte en una debilucha, sino en una persona inteligente.
—¡Oh!, eso me suena a envidia. Es un periódico lo suficientemente grande como para que puedas evitarlo. También podrías tenderle una trampa y hacer que lo despidiesen acusado de intervenir en alguna cuestión turbia que tú te encargarías de hacer pública.
Peter Mulcahey es un antiguo novio y un actual adversario. Éramos novios —en realidad, estábamos a punto de terminar nuestra relación— cuando me vi envuelta en el primer caso de asesinato. Y acabé liándome con el detective a cargo de la investigación. Él fue quien bautizó a Peter con el mote de «chaval del equipo». A sus espaldas, por supuesto. Pero es verdad que el apodo le queda bien. En ese momento, Peter y yo trabajábamos en revistas a las que veíamos como plataformas de lanzamiento de nuestras carreras como escritores. Todavía sigo en la misma revista, él, en cambio, se ha cambiado al Times, aunque más por hacerle la pelota a la gente indicada que por probado mérito periodístico.
Está bien, Cassady tiene razón puedo sentir envidia, pero de todas maneras…
—No deseo que le pase nada malo a Peter —expresé para compensar la balanza.
—¿De verdad? —preguntó Cassady—. Yo le deseo lo peor y sin embargo nunca he salido con él.
—No te ha tratado bien, Molly Tenemos derecho a desear que le caigan yunques sobre la cabeza —opinó Tricia.
—Lo único que me interesa es planear el próximo paso en mi carrera —reconocí, más que por sinceridad, para evitar seguir hablando de Peter.
—Estupendo. Entonces, de ahora en adelante rezaremos para que los yunques caigan sobre Eileen —apuntó Cassady.
Eileen Fitzsimmons es mi editora en Zeitgeist, una revista de moda que analiza los estilos de vida en Manhattan y da consejos estimulantes del tipo: «Siéntete orgullosa de lo que eres», o «Diez consejos a prueba de balas para seducirlo»; o lanza arengas del estilo: «Mueve el trasero para que tu trasero se mueva»; todo ello en un mismo número y sin ningún sentido de la ironía. Eileen fue contratada para «hincarle el diente a la situación», según el grupo editorial. A estas alturas, en los únicos lugares en los que hunde sus afilados colmillos es en los tiernos corazones del personal. Aquellos que no la odian la temen. Con todo, puedo decir sin miedo a equivocarme que disfruta de cualquiera de las dos reacciones.
Eileen se ha portado bien conmigo. Al menos una vez. Y eso me pone nerviosa, me recuerda a Don Corleone: «Algún día... necesitaré que me devuelvas el favor...». La amabilidad de Eileen permitió la publicación de mi segundo artículo de investigación, una crónica sobre el asesinato de la prometida del hermano de Tricia que tuvo lugar en la fiesta de compromiso. Quizá hayáis oído hablar de ello, o incluso lo hayáis leído.
Eileen me había solicitado, en otro de sus intentos de fortalecer la posición de la revista en el mercado, que escribiera sobre el homicidio y sobre el papel que yo había jugado en resolver el crimen. Escribí un artículo sólido —si se me permite decirlo—, y recibimos una parva de cartas y correos electrónicos elogiosos. Desde entonces le llevo pidiendo a Eileen que me permita realizar otro artículo de investigación. Pero ella solo arruga la nariz, me olfatea como si yo fuera un gato apestoso, me da unas palmaditas en el hombro, y me manda de nuevo a mi columna.
—Eso nos lleva otra vez a la necesidad de encontrar un cadáver. Uno que le parezca atractivo a Eileen —les expliqué.
—¡Humm! Eileen, una necrófila. Nunca lo habría pensado —dijo Cassady.
—Basta. Ya tengo suficiente con tener que mirarla a los ojos tal como es.
—Usa tus poderes. Saca al fascinante Sherlock que vive dentro de ti para encontrar la exclusiva —sugirió Cassady.
—Cassady, no. Sabes lo que opina Kyle de nuestras investigaciones —respondió Tricia antes de que yo pudiera decir nada.
Era encantador escuchar a Tricia referirse a las investigaciones como «nuestras», y la verdad es que no habría resuelto ninguno de los homicidios sin el respaldo, la ayuda y la perspicacia de las dos. Además, tenía toda la razón respecto a Kyle: se cabrearía si supiera que busco un nuevo homicidio que investigar. Es una persona muy protectora: pero me protege tanto a mí como a su territorio. Y él preferiría no mezclar ambos. Lo comprendo, aunque no siempre estoy de acuerdo con él.
Kyle Edwards y yo nos conocimos en la escena de un crimen. Kyle estaba allí porque es detective de homicidios, uno de los mejores de Manhattan. Yo estaba allí porque fui la que descubrió el cadáver. Llegamos a conocernos muy bien en muy poco tiempo, en parte porque él sospechaba de mí. Pensé que solo podría aclarar la situación si resolvía el asesinato y le demostraba que estaba equivocado. No es precisamente una historia como la de Cenicienta, el Príncipe Azul y el zapatito de cristal, pero hemos hecho que funcione —al menos la mayor parte del tiempo—, superando los malentendidos, los tiroteos, y otros sucesos que podrían complicar un romance de dos personas en nuestra posición.
—Un hombre no siempre sabe lo que le conviene. Pregúntale a Sansón —replicó Cassady.
—Si consiguiera una buena historia, Kyle no se interpondría en mi camino —aseguré—. Aunque tampoco me alentaría para que siguiera adelante.
—¿Entonces le parece bien que estés frustrada y que sigas con tu consultorio en la revista?
—Le parece bien que la gente no me dispare.
—¿Cuándo se mudará a tu casa?
Le eché un vistazo al reloj para no tener que mirarlas.
—¿Tan pronto? —preguntó Tricia.
—Debo volver al trabajo —me incliné para abrazarlas, pero Tricia se apartó y me lanzó una mirada feroz.
Cassady arqueó una ceja, un gesto elocuente que le sale con naturalidad, y dijo:
—Recuérdame que te dé unas lecciones sobre cómo desembarazarte de la gente.
—Debo volver a la oficina —insistí.
—Sí, como si permitieras que Eileen te mantuviera tan corta la correa —protestó Cassady.
—Nos estás ocultando algo, Molly Forrester —señaló Tricia.
—En absoluto. Es sólo que no quiero apresurarme a anunciar nada.
—¿Anunciar? —preguntó Tricia. La idea del matrimonio retumbaba con tanta fuerza en su cabeza que hasta yo podía escucharla. Tricia es organizadora de eventos y obtiene una satisfacción inmensa, además de un muy buen nivel económico, organizando la vida de los demás. El hecho de que me conozca desde hace tantos años y que todavía tenga que imponer orden en mi vida le resulta inspirador y frustrante a la vez. Como es una morena pequeñita con piel de porcelana, la gente comete el error de suponer que Tricia es delicada y, consecuentemente, sumisa. Es verdad que es delicada y hermosa pero, igual que una telaraña, también es sorprendentemente tenaz.
—No tan deprisa, cariño. Tan sólo llevará algunas cosas a mi piso este fin de semana, eso es todo. Ningún intercambio de anillos, ningún tipo de contrato... Sólo unas cosas.
—¿Qué cosas? —presionó Cassady—. Ya ha llevado el cepillo de dientes y una muda de ropa, ¿no es verdad?
—No depende de mí lo que traiga.
Cassady y Tricia se miraron, alborozadas por tener la posibilidad de cotillear.
—¿Sabes lo que eso significa? —le dijo Cassady a Tricia con afectación, como si quisiera articular una defensa en mi favor.
—Que fue idea de él —adivinó Tricia.
—¿Y si mejor vuelvo al trabajo y os dejo que sigáis con este asunto vosotras solas?
—Hay que celebrarlo —sonrió Tricia satisfecha.
—Fantástico —dije—. ¿En tu casa? Kyle y yo haremos lo posible por ir.
—No, en la tuya —replicó Tricia.
—¡Oh! No, nada de fiestas. Esto no es una declaración formal de ningún tipo. Es simplemente un paso en la dirección correcta.
—A partir de ahora, ¿estará en tu piso cada noche? —preguntó Cassady, cogiéndome para que me sentara de nuevo junto al mostrador. Intenté resistirme, en parte porque realmente debía volver a la oficina y en parte porque me preocupaba que me hicieran preguntas para las que no tenía respuestas.
Pero mis amigas no esperaban a que yo respondiera. Ellas mismas lo hacían sólitas.
—Lo dudo. Hay muchas noches en las que trabaja —le dijo Tricia a Cassady.
—Porque si él está allí no podremos aparecer por su casa cuando nos apetezca —continuó Cassady.
—Exacto.
—Eso no viene al caso —intercedí—. No vive allí. Tan sólo llevará algunas cosas, preparándose para, posiblemente, vivir allí algún día; pero, por ahora, no es su domicilio principal.
—Creía que la abogada era yo.
—Me has enseñado bien, Obi-Wan.
—No tan bien. Si yo estuviera en tu lugar ese tío se habría instalado en mi casa hace meses, y posiblemente le habría puesto un brazalete electrónico en el tobillo.
—Nunca has sido tan posesiva.
—Nunca he tenido un hombre por el que valiera la pena ser posesiva.
Preferí no responder al halago, mientras veía cómo Cassady se compraba unos bellísimos pendientes Sarah Macfadden con un delicado broche de plata. No pretendía quitarle importancia o emoción al hecho de que Kyle y yo avanzáramos hacia una relación más permanente; la verdad es que me ponía nerviosa. Nunca antes había vivido con un hombre: la mayoría de mis relaciones terminaron mucho antes del intercambio de llaves. Y jamás había estado tan loca por un tío como para derretirme con solo verlo aparecer por la puerta. Eso me sucedía con Kyle, y era aterrador.
—Me alegro tanto por ti —murmuró Tricia, retorciéndome el brazo.
—¿Cuánto tiempo crees que me llevará estropearlo todo?
—Calla —dijo enérgicamente, e hizo como si tirara sal por encima de su hombro para ahuyentar al diablo.
Cassady guardó su compra en el bolso y lideró el camino hacia la salida.
—Me gustaría mucho quedarme para enseñarle a Molly a tener un poco de fe en sí misma, pero debo irme. Si realmente quiero asistir a este seminario de «Cretinos Preocupados por Salvar el Mundo», antes tendría que hacer algo de provecho.
—Posiblemente Frost[1] hubiera hecho que sonara mejor —dijo Tricia pensativa mientras salíamos a la calle.
Robert Frost podía hacer que cualquier cosa sonara mejor. Pero no hubiera podido hacer nada con Eileen. Es una de esas mujeres que te hacen parar en seco cuando las ves por primera vez pero que, cuando llegas a conocerla mejor, nunca vuelves a detenerte cerca de ella. Al principio pensé que sería posible acomodar mis turnos de trabajo de tal forma que pudiera ir a la revista cuando ella no estuviese, es decir, a medianoche. Pero después comenzó a correrse el rumor de que nunca se iba a casa y que dormía en un ataúd en su despacho, y me di cuenta de que debía acostumbrarme a cruzármela con frecuencia. Especialmente, porque ya la había visto destruir alguna carrera con el solo hecho de susurrar alguna mentira al oído del consejo editorial; y no quería facilitarle la tarea de despedirme.
Por eso di un respingo al ver que la puerta de Eileen se abría de repente cuando me dirigía hacia mi escritorio. Salió con una mano extendida con afectación como si fuera un fantasma. Un espectro diminuto de un metro cincuenta de estatura sobre sus tacones Chloe, y vestido con una falda de gasa y una blusa Elie Tahari pero, aun así, espeluznante.
—Justo la persona que buscaba —dijo, haciendo un ademán con la mano para llamar mi atención.
Resistí las ganas de mirar hacia atrás, sabiendo que cualquiera que hubiese estado detrás de mí, a esas alturas ya se habría escondido bajo un escritorio.
—Qué afortunada soy —dije, deseando que realmente así fuera.
—Estábamos hablando de ti —Eileen se apartó el flequillo de la frente para indicar que la conversación había sido agotadora, y señaló hacia su oficina. Desde donde yo estaba, no podía distinguir si allí dentro había otros escritores, editores, o el escuadrón de la muerte. Tampoco tenía prisa por averiguarlo.
Lo bueno de nuestra oficina de redacción es que puedes ver lo que hacen los demás; lo terrible es que muchas veces es a ti a quien miran. La estructura sin paredes de la oficina, con escritorios en hileras, hace técnicamente imposible guardar un secreto o sostener una mentira. A veces sucede que cuando un par de colegas del trabajo comienzan a dormir juntos, en algún momento se olvidan de la estructura de la redacción, y así consiguen que venir a trabajar resulte mucho más divertido para el resto.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Tenemos que hablar del artículo sobre Garth Henderson.
Pensé en un par de respuestas y escogí la más amable, puesto que la mitad de la redacción había abandonado sus tareas para presenciar nuestro diálogo.
—¿Perdona? —hasta hace poco Garth Henderson era una especie de «estrella de rock de la publicidad», conocido por su estilo atrevido tanto en sus campañas publicitarias como en su vida social. Tres semanas atrás se había convertido en cadáver: fue asesinado en una de las habitaciones más lujosas del Hotel Carlyle. Le dispararon en la entrepierna y en la cabeza. Al parecer en ese orden. No había detenidos, pero la policía interrogó durante largo rato a su ex esposa, Gwen Lincoln, y a Ronnie Willis, cuya agencia de publicidad, Willis Worldwide, iba a fusionarse con la de Garth cuando este murió. Había una gran presión sobre la policía —en especial de los amigos más influyentes de Garth— para que el asesinato se resolviera pronto. Yo, por su propio bien, estaba muy contenta de que a Kyle no le hubiesen asignado el caso.
Garth Henderson se había especializado en desdibujar el límite entre lo provocativo y lo escandaloso. Por lo general, sus clientes recibían un gran impulso con sus publicidades, ya que las campañas de Garth, con sus altas dosis de sexualidad, tenían mucha repercusión mediática. Era normal que sus anuncios no solo se vieran en los sitios en los que él había pagado para que salieran, sino también en las noticias y en las revistas que lo criticaban por encontrarlos lascivos e inapropiados. Para los clientes era enormemente efectivo.
El único cliente que había hecho pública su insatisfacción últimamente era Jack Douglass, el director general de Alimentos Congelados Douglass. Para lanzar su nueva línea de helados, Garth y su agencia crearon una campaña que presentaba a una joven actriz muy tetona —conocida por aparecer borracha en algunos programas nocturnos— practicándole sexo oral a un helado de soja. En el anuncio de televisión salía quitándole el envoltorio al helado con una excitación creciente, y acercándoselo a la boca mientras se relamía los labios. El eslogan de la campaña era: «Pruébalo, te gustará. Sabes que te gustará».
Las ventas habían aumentado vertiginosamente, en especial entre los jóvenes universitarios, pero los críticos y expertos pusieron el grito en el cielo. El señor Douglass, un neoconservador que, según dicen, tenía ofrecimientos de gente importante para meterse en política, se encontró repentinamente insultado por esas mismas personas, mientras el temporal mediático iba en aumento. Aunque la tormenta remitió, el futuro político del señor Douglass parecía ahora poco prometedor. Sin embargo, gracias a esa campaña, Garth Henderson consiguió un montón de nuevos clientes.
—El artículo sobre Garth Henderson —repitió Eileen, con ese ácido tono de impaciencia que hace que todos la quieran—. Se me ha ocurrido una nueva idea.
La nueva idea era que había que hacer un artículo sobre ese tema. Cuando estalló la noticia de la muerte de Henderson, los rumores sobre la reputación de Gwen Lincoln despertaron mi curiosidad, curiosidad que aumentó cuando se estancaron las investigaciones de la policía. Le comenté a Eileen mi idea de escribir un artículo sobre la pareja —y el asesinato— pero la desechó argumentando que parecía «uno de esos divorcios que parece que van a tener gran repercusión pero que al final pasan desapercibidos». ¿Por qué había cambiado de opinión?
Mientras reflexionaba sobre esto, y sobre si debía o no preguntárselo, un hombre alto, de cabeza grande, pómulos prominentes y salvaje pelo rubio salió de la oficina de Eileen. Reconocí el pelo antes que el rostro: era Emile Trebask, un semidiós de la moda en auge. Su cara sonriente se puede ver siempre en algún rincón de sus anuncios gráficos, junto a adolescentes aturdidas que visten sus diseños y se manosean para la cámara. Se ha convertido en un juego encontrar a Emile cada vez que sale un nuevo anuncio, como aquel en el que debías encontrar a «Nina» en los dibujos de Hirschfeld. Es, para ser más precisa, una versión del mundo de la moda de ¿Dónde está Wally?
Me sorprendió verlo salir de la oficina de Eileen. Uno suele tener que ir al encuentro de este tipo de personas; no vienen a verte a ti. Eileen sonrió satisfecha ante mi cara de sorpresa.
—Molly, conoces a Emile, ¿no?
Por supuesto que no lo conocía. En los últimos años, había gastado muchísimo dinero en su ropa, pero no lo conocía personalmente. Para acercarme a los de su clase tendría que haber trepado bastante en la escala social. Eileen lo sabía y —sospecho— disfrutaba de eso.
—No he tenido el placer, señor Trebask —dije, tendiéndole la mano.
La estrechó con delicadeza, como si alguna de las dos manos pudiera romperse. Aunque estoy segura de que no era la mía la que le preocupaba.
—Señorita Forrester, me alegra que sea usted la que trate la cuestión con Gwen —dijo con su famoso acento entrecortado: en el mundo de la moda se preguntaban si hablaba así por su ascendencia suiza, o tan solo por simple afectación.
En ese momento aguanté las ganas de gritar de emoción, algo de lo que estoy orgullosa. ¿No solo se me encargaba escribir un artículo sobre el asesinato de Garth Henderson, sino que tendría una entrevista con la principal sospechosa? ¿Qué relación tenía Emile Trebask con el asunto? Yendo aún más lejos, ¿qué sacaba Eileen de todo esto?
—Gracias, señor Trebask —dije con una sonrisa, mientras buscaba la respuesta a estas interesantes preguntas.
—Estimaba mucho a Garth, era un hombre con mucho talento. Pero es absurdo acusar a Gwen, una persona que no podría pisar una hormiga, y mucho menos darle a alguien un tiro en los huevos.
Al principio creí que había dicho «huesos», convencida de que quería ser discreto. Cuando me di cuenta de que no era así, me mordí el labio por dentro intentando mantener un comportamiento profesional, y asentí. El señor Trebask interpretó mi silencio como un estímulo para continuar con más ánimo.
—Es muy importante que la gente entienda qué es exactamente lo que sucede —como yo misma estaba un poco confundida al respecto, asentí nuevamente—. Están utilizando a Gwen como chivo expiatorio, y eso no es justo. Si le contamos la verdad a la gente, la policía tendrá que empezar a investigar más a fondo, ¿no?, y dejará que todos sigamos adelante con nuestros negocios. Y con nuestras vidas.
Me abstuve de asentir otra vez, mientras buscaba en mi memoria alguna conexión entre Gwen Lincoln y Emile Trebask. Trebask me tendió un frasquito de cristal y lo recordé.
—Success —murmuró.
Acerqué el frasquito a mi nariz, inhalé suavemente y percibí el olor a cedro y madreselva mezclado con aromas ahumados y almizcle. La dulce fragancia del éxito[2].
—¡Qué bien huele! —exclamé. Success sería el perfume principal en la nueva línea de fragancias de Trebask, y Gwen Lincoln era su socia en este negocio. Ella había sido ejecutiva de varias empresas de cosméticos; y, además, su primer marido había fallecido muy joven dejándole una inmensa fortuna. Después de la muerte de Garth, se disparó el rumor de que él había encontrado algunos puntos débiles en el contrato prematrimonial y pretendía sacarle todo el dinero posible en los tribunales. Ella pudo esquivar las balas; él, en cambio, no lo había logrado. De hecho, no lo había logrado por dos veces. Eso al menos es lo que se rumoreaba.
Al parecer, Emile recurría a Eileen para que publicara un artículo que respaldara a su socia en un momento tan decisivo. Era un gesto muy noble de su parte, pero aún no comprendía qué beneficio obtenía Eileen de todo esto, punto central de cualquier cálculo que se hiciera en esas circunstancias.
Trebask tocó ligeramente mi mano y por un momento pensé que me estaba pidiendo que le devolviera la muestra gratuita.
—El artículo que escribiste sobre el asesinato de Lisbet McCandless fue impresionante. Estoy seguro de que lo harás igual de bien con este.
—Gracias —dije.
—Y tú —Trebask se volvió hacia Eileen, que respondió con una inmensa sonrisa de reptil que le abarcaba toda la cara—. Tú serás una incorporación increíble al grupo de modelos famosas que desfilarán en mi gala.
—Emile, me siento honrada.
Las piezas encajaban a la perfección. El trapicheo estaba a la orden del día en Zeitgeist. Trebask buscaba ayuda para influir en la opinión pública y, por qué no, también en la policía, y Eileen, para satisfacer su ego, lo había negociado por una invitación a los eventos de moda de Trebask. Como había dicho «gala», seguramente se refería al evento que estaría montando para el lanzamiento del perfume, que a su vez utilizaría como una forma de recaudar fondos para la fashion Industry Mentor Project, asociación que alentaba a los jóvenes —siempre en peligro de caer en las garras de representantes sin escrúpulos— a valerse de representantes serios y experimentados para hacer carrera en el mundo de la moda. Como yo había donado dinero a la fundación, me dio repelús imaginar a Eileen pavoneándose en la pasarela y pretendiendo ser modelo a expensas de la organización.
Pero no podía decirlo, porque me había tocado la parte más emocionante de esta extraña simbiosis: me encomendaban la tarea de escribir un artículo.
—Por favor, dime si hay algo en lo que te pueda ayudar, cualquier puerta que pueda abrir —dijo Emile, apretando mi hombro con la misma suavidad con que lo había hecho con mi mano.
—Gracias, lo haré —dije, mientras planeaba cómo darle a Eileen y a Emile lo que ellos querían y, al mismo tiempo, hacer lo que yo quería. Ya encontraría el modo.
—Comprendes qué es lo que quiero que hagas —dijo concluyente Eileen cuando regresó de acompañar a Emile hasta el ascensor. A pesar de que su nuevo asistente había intentado echarme de su oficina, me quedé esperándola sentada en el sofá, si es que a eso se le puede llamar así. Mármol esculpido sería más preciso. El despacho de Eileen parece decorado por Andy Warhol y Yoko Ono después de habérseles encomendado los quehaceres domésticos. Todo es colorido, brillante y llamativo y no hay ni un solo lugar en donde te puedas sentar cómodamente.
—Una entrevista con Gwen Lincoln en la que se mencione el nuevo perfume y el asesinato de Garth Henderson, en ese orden —respondí. Me hizo un ademán para que continuara hablando—. Y por último, defender la inocencia de Gwen —continué con cautela.
—Muy bien, cariño.
No quería morder la mano que me alimentaba, pero debía preguntarlo:
—¿Qué sucedería si no es inocente?
—En ese caso tendrás la portada.
Eso era lo que esperaba.
—¿Pero no le has dicho a tu amiguito que escribiríamos un artículo para ayudar a su amiga y socia?
Eileen se inclinó hacia el escritorio y se apartó el flequillo otra vez.
—Molly —dijo, su impaciencia pasaba de la acidez a lo venenoso—, ¿nunca le has prometido algo a un hombre simplemente para quitártelo de encima?
—Miles de veces. Lo hago continuamente.
—¡Oh! No te he concedido parte de mi tiempo para que te hagas la graciosa. Es mejor que te vayas —se deslizó detrás de su escritorio y se sentó frente al ordenador. No lo hizo con intenciones de ponerse a trabajar, sino simplemente para apartarme de su campo visual.
No pensaba marcharme a ningún lado sin más información. Tenía que saber cuáles eran mis límites, y en especial si pensaba traspasarlos.
—Pero le has dicho que escribiríamos un artículo para ayudar a Gwen Lincoln.
—No lo hice. Le dije que escribiríamos un artículo sobre Gwen Lincoln. Si él ha hecho suposiciones erróneas sobre el contenido y el enfoque por la simple razón de que cree que es inocente, entonces es él quien se equivoca, ¿no te parece?
—Así que tengo la libertad de considerarla potencialmente culpable e investigar en consecuencia.
Sus fríos ojos verdes me miraron por un instante y volvieron a la pantalla.
—En teoría, pero no creo que lleguemos a ese punto. ¿Por qué no esperamos a ver qué podemos sacar de todo esto?
La ola de adrenalina por la que había estado surfeando hasta ese momento, me golpeó en la cabeza. Distraída por el potencial que tenía el artículo, no había pensado en el punto de vista de Eileen.
—Crees que no sacaré nada de este asunto.
—Solo te pido que hagas la entrevista. Más allá de eso no esperaré nada, Molly.
Sabía que esa declaración estaba dirigida a mí, y no a la posibilidad de que Gwen Lincoln fuera inocente, pero intenté no morder el anzuelo.
—Si voy a mencionar el asesinato en mi artículo, tendré que investigarlo. Quiero hacer esta entrevista provista de información, no de ideas preconcebidas sobre la culpabilidad o la inocencia de nadie.
—Si esa es tu forma de hacer las cosas, está bien. Honestamente, Molly, este pasatiempo tuyo es bonito, pero un poco retorcido. Hagamos una pausa para pensar y ser realistas, ¿es posible? Garth Henderson no tenía ninguna relación contigo. Se trata de un asesinato de alto nivel que tiene estancada a la policía. Está fuera de tus posibilidades.
El punto de vista de Eileen por fin salía a relucir: no me creía capaz de resolver el misterio porque yo no tenía ninguna relación personal con el crimen, algo que sí había sucedido en mis anteriores artículos. A su horrible manera, me decía que no podría hacerlo. Y eso es algo que siempre tomo como un desafío.
—De todas formas, lo haré.
Eileen me examinó unos instantes, y sonrió de manera forzada y desdeñosa, como si fuera el Grinch mirando con desprecio hacia Villaquién.
—No me cabe duda.
Creía conocerme tan bien que daba por sentado que mi hambre por escribir una gran historia me haría olvidarme de cualquier otra preocupación. Quizá estaba en lo cierto, pero yo no quería admitirlo y darle la posibilidad de regodearse con ello.
—Necesito que me digas que tendré tu apoyo —insistí.
—Está bien.
—Y que guardarás las predicciones sobre mi fracaso para ti misma.
—Tus insinuaciones me ofenden.
—Las tuyas no son precisamente encantadoras.
—Solo intento ser franca. Si tú crees que es mala intención es asunto tuyo.
Ese es exactamente tu punto fuerte, pensé, pero tuve la sensatez de no decirlo en voz alta.
—Estupendo. Me pondré a trabajar —me levanté de la plancha de mármol y me dirigí hacia la puerta.
Eileen se apartó del ordenador, se acomodó en el asiento y se cruzó de brazos.
—Recuerda que también debes seguir con tu columna y escribir el artículo sobre las citas con hombres divorciados.
—Lo haré.
—Y que tienes dos semanas para hacerlo.
—Está bien.
—Y ten cuidado.
Interesante. Me sorprendió por un momento que Eileen se preocupara por mi seguridad.
—Gracias, Eileen —respondí, intentando mostrarme más agradecida que sorprendida.
—Lo último que queremos es que cabrees a algún idiota homicida que después venga a por ti hasta la oficina y que acabe lastimando a cualquier otro, como, por ejemplo, a mí. Tus investigaciones no son buenas para tus colegas, ni para la moqueta.
Claro, no se preocupaba por mí en absoluto, salvo en lo referente a su propia seguridad. Lo único positivo era que se confirmaba mi sospecha de que el infierno seguía siendo un lugar lleno de maldad.
—Haré lo que pueda.
—Estás sonriendo demasiado y eso me resulta insoportable. Vete ya —dijo Eileen despectivamente.
Fui hasta mi escritorio y no pude sentarme durante un rato por la excitación. Había esperado mucho esta oportunidad y quería aprovecharla al máximo. Era mi tercera oportunidad y me aseguraría de que este artículo impulsara mi carrera.
Comencé a hacer listas y anotaciones. Había seguido las noticias sobre la investigación de Henderson sin ningún interés personal, pero ahora quería recopilar toda la información posible y asegurarme de que estaba al corriente de lo sucedido. Asimismo, tenía que informarme sobre Gwen Lincoln para poder aprovechar al máximo la entrevista. Probablemente, Gwen esperaba que fuera condescendiente con ella, pero yo no quería perder la oportunidad de escarbar más profundo en el asunto.
También debía averiguar cuánta información estaba dispuesta a darme la policía. Como era una investigación en curso, posiblemente no sería mucha. Intenté recordar quién me había dicho Kyle que llevaba el caso.
Kyle. Tenía que contárselo a Kyle. Y también a Cassady y a Tricia, especialmente después de la conversación que habíamos tenido a mediodía. Sería muy divertido, aunque tal vez no tanto para Kyle. Él se preocupaba por mí —y yo apreciaba ese gesto— así que se mostraría particularmente cauteloso con el tema. De todas maneras, pensé que en el fondo también se alegraría.
Llamé a Cassady y a Tricia, que se alegraron mucho al escuchar la buena noticia. Tricia me hizo prometer que nos reuniríamos en algún momento de la tarde para celebrarlo tomando unas copas. Se lo mencioné a Cassady, que dijo que estaba segura de que podría deshacerse temprano del inspector de hacienda, y que contáramos con ella.
Después de dar un paseo llamé a Kyle desde las escaleras de la comisaría. Soy muy respetuosa del espacio laboral y la última forma en que quiero que me vean es en la de la novia caprichosa que todo el tiempo aparece de improviso en el trabajo de su pareja para entrometerse en los momentos más inoportunos. En especial ahora, que tendría que interactuar con alguno de sus colegas a un nivel completamente distinto.
—¡Eh!
—¿Dónde estás? —preguntó, parecía tranquilo y complacido de escucharme.
—Aquí fuera. No quería interrumpirte, pero andaba por aquí.
—¿Por qué?
—Porque tengo grandes noticias.
—Bajaré para que me las cuentes en persona.
Es tan encantador ver caminar hacia ti al hombre que te vuelve loca. Te ilusionas al pensar, a medida que se acerca, en lo que vas a sentir al abrazarlo, en qué olor tendrá, y en cómo sabrán sus besos. Es también en esos momentos en que estás demasiado lejos como para decir algo cuando puedes apreciar cómo se mueve, con su andar musculoso y natural; la forma en que la luz del sol se refleja en su pelo castaño-rojizo de una forma distinta a la luz artificial; cómo el azul en sus ojos brilla a cien metros de distancia; y la forma en que su cabeza se inclina a un costado cuando está pensando en otras cosas; hasta que abre la boca para decir:
—¡Eh!
Me dio un beso dulce pero rápido. Prefiere no hacer exhibiciones en público, en especial frente a su lugar de trabajo. Cuando se enderezó, vi que miraba a los transeúntes para registrar si alguien nos había visto.
—Buen aperitivo —dije.
—Si quieres el plato principal, tendrás que hacer una reserva para más tarde. No creo que hoy acabe pronto.
—Qué lástima. Tenemos algo que celebrar.
—¿Qué ha pasado?
—Tengo que hablar con uno de tus colegas detectives.
—Espera, ve por partes. Vuelve al asunto de la celebración.
—Es el mismo asunto. Eileen por fin me ha dado un trabajo de verdad. Haré un artículo sobre Gwen Lincoln.
—¿Qué tipo de artículo?
—De investigación.
—Define «de investigación».
—Supuestamente será una reseña sobre su nuevo emprendimiento comercial, pero también tendré que abordar el tema del asesinato de Garth Henderson.
—¿Por qué?
—Porque la gente aún sospecha de ella, ¿no es así?
Se pellizcó el labio inferior con aire pensativo.
—No estoy al tanto.
—Bueno, lo averiguaré.
—¿Qué más averiguarás?
—Todo lo que pueda.
Kyle sonrió ligeramente con cierto aire de tristeza. Imaginé que estaría pensando en el tiempo que le consumía el caso en el que trabajaba actualmente, y agregando el tiempo que yo le tendría que dedicar a este asunto para poder escribir un buen artículo, para concluir que las dos cosas nos dejarían poco tiempo para nosotros.
—¿Qué te hace pensar que Gwen Lincoln hablará contigo?
—Su socio ya lo ha arreglado.
—Ya lo veo.
—Eileen me asignó la tarea. Es un gran paso en su percepción de lo que puedo aportar a la revista.
—¡Estupendo!
Se soltó el labio, y me quedé esperando que me regalara una sonrisa de felicitación. Pero eso no sucedió. En cambio, el hombre de mis sueños eligió ese momento para decir esas tres palabras que pueden hacer que tu corazón dé un vuelco, que te sientas mareada, y que tu relación cambie para siempre. Tres simples palabras:
—No lo hagas.