Capítulo 5

—No podemos permitirlo.

—Serán sólo unas copas.

—He perdido la cuenta del número de desastres que empezaron con esa frase.

Tricia y Cassady llegaron a mi oficina con la esperanza de engancharme para ir a tomar unas copas, pero las dejé pasmadas con la noticia de que tenía otro compromiso. Y con Peter. Desconcertarlas es una gran proeza y en otra situación me hubiera sentido bastante orgullosa por ese logro, pero los retortijones que sentía me indicaban que su desconfianza no era infundada.

—¿Por qué diablos? —preguntó Cassady.

—Me ha dicho que estamos trabajando en la misma historia.

—¿Cómo se habrá enterado? —preguntó Tricia.

—Todavía no lo entiendo.

—Una razón más para no encontrarte con él —dijo Cassady. Se apoyó contra el escritorio de Carlos, el asistente de redacción que tiene su escritorio junto al mío, y al que en ese momento podía verle los músculos del cuello tensos por tener que resistir la tentación de abalanzarse sobre Cassady.

Tricia cogió mi silla y se sentó junto a Cassady.

—Conoces a Peter, intentará robarte información y fuentes. Siempre intenta que sea otro el que realiza el trabajo duro.

—Entonces le daré una paliza y le robaré información.

—¿Tienes algún sospechoso? —preguntó Cassady.

Eché un vistazo alrededor de la redacción para determinar cuantos fisgones estaban atentos a la conversación. Carlos estaba hipnotizado por el perfume de Cassady, pero había un montón de otros oyentes que parecían demasiado atentos.

—Por supuesto que no. Simplemente estoy escribiendo una entrevista y el punto central de ella es que Gwen no es sospechosa —manifesté por si acaso alguien estaba escuchando.

—Quizá sea necesario que te encuentres con él —dijo Tricia de repente.

—Traidora —fue la respuesta de Cassady.

—Sabe lo que ella está haciendo, y ella pensaba que nadie lo sabía. Al menos tiene que averiguar quién es su informante. Si se está filtrando información, es necesario que lo sepamos.

—Me repatea que exista una buena razón para que ella tenga que pasar siquiera un minuto con él —dijo Cassady, tras pensar un momento. Tricia sacudió la cabeza.

—Es como Eva Marie cuando tiene que disparar a Cary Grant en Con la muerte en los talones. Sólo es parte de la intriga.

—Pero ellos acaban juntos al final de la película.

—No te preocupes por eso —le aseguré a Cassady—. Peter es agua pasada y lo seguirá siendo. Pero quiero averiguar cómo ha llegado a saber lo que estoy haciendo. Y además, si tiene alguna percepción de la historia que esté dispuesto a compartir.

—Solo ten cuidado de la clase de acuerdos que haces con él.

—¿Tan baja crees que es mi capacidad de autocontrol?

—Eva fue víctima de una serpiente. Detesto ver cómo cualquier otra mujer comete los mismos errores.

—Tal vez deberíamos acompañarla —sugirió Tricia mientras nos dirigíamos hacia el ascensor.

—Todo irá bien —les aseguré a las dos—. Yo ya he acabado con Peter...

—Pero él no ha acabado contigo —intercedió Cassady.

—Por supuesto que sí. Esto es sólo una cuestión profesional, nada más. Investigaré si hay alguien filtrando información, veré de qué más puedo enterarme, y estaré fuera en tiempo récord.

—Pero no te precipites —sugirió Tricia.

—Las serpientes no merecen ser tratadas con buenos modales —dijo Cassady.

—Pero si vamos a trabajar en el mismo territorio —dije en tono conciliatorio creyendo comprender lo quería decir Tricia—, es mejor no ponerlo en mi contra.

Tricia asintió y Cassady suspiró rendida.

—Está bien. Pero recuerda lo que te digo: irás de copas con un hombre con el que solías acostarte, un hombre al que luego abandonaste, y que ahora tiene algo que tú necesitas. ¿Acaso puede salir algo bueno de todo eso?

—Gracias por la advertencia, y en especial, gracias por comentarlo dentro de un ascensor lleno de gente. Buenas tardes a todos —dije con una sonrisa al resto de las personas que había allí, a la vez que permitía que Cassady y Tricia pasaran delante de mí. Procuré pensar que la cantidad de sonrisas que acababa de ver eran simples momentos de diversión inesperada que mis amigas y yo regalábamos a los transeúntes de Manhattan. Eso es mejor que martirizarse con la idea de que la gente se ríe de ti de camino a sus casas.

Cassady se acercó al bordillo, levantó una mano, y un taxi se detuvo. Ella tiene ese tipo de dones.

—Si para las ocho de la noche no nos has llamado, enviaré a la guardia urbana a rescatarte —lo juró, y abrió la puerta para que subiera Tricia.

—Por cierto, ¿qué tal ha ido el almuerzo con el físico?

—¡Vaya! Me encantaría contártelo, pero tú tienes otros planes. Supongo que tendremos que dejarlo para otro momento.

—Ten cuidado —dijo Tricia asomando la cabeza por la puerta del taxi.

—Como siempre.

Las dos se miraron mutuamente y Cassady se metió en el taxi.

—A las ocho —me recordó Cassady.

—Será incluso antes —les aseguré, y el taxi se puso en movimiento. Hice señas para parar a otro taxi, pero en eso no soy tan buena como Cassady. Al rato, logré que uno se detuviera y me dirigí hacia el pub Flatiron.

A lo único que trato con menos confianza que a un novio actual es a un antiguo novio. En mi relación con Kyle ponía mi mayor empeño en relajarme y disfrutar del progreso natural de las cosas. Hasta que una vocecita comenzó a susurrarme que no existe el progreso natural de las cosas, que una relación requiere cuidados, aprendizaje y cultivo. ¿O esas son las rosas? A veces me preguntó si no es eso lo malo de tener un consultorio sentimental: te vuelves plenamente consciente de las innumerables formas en que la gente arruina las relaciones y te acaba pareciendo imposible dar un paso sin pisar una mina terrestre. En casa del herrero, cuchillo de palo.

Pero el trato con un ex es una pista de obstáculos completamente distinta. Por lo general, sigo adelante con mi vida simulando que no me importa y que no tengo en cuenta lo que pueda llegar a pensar de mí, o a hablar de mí, o si escupe cuando me ve venir, etc. Pero es una pose, porque sí que me importa, y sí que lo tengo en cuenta, en especial cuando he sido yo la que lo ha dejado. Es como decía Dorothy Parker, refiriéndose a cuando le rompían el corazón: «Hubo una vez en que rompí un corazón, y eso, creo, es mucho peor».

No es que existiera la posibilidad de haberle roto el corazón a Peter. Estaba bastante segura de que eso era imposible. Pero como lo abandoné de un día para otro, y es que Kyle me quitó el aliento en cuanto lo conocí, me arrepentía de no haberme comportado de una manera más civilizada. La pregunta del millón era si tendría que pagar por ello.

Me esperaba en la barra, apoyado contra un taburete pero de pie, con una postura que lo hacía parecer el dueño del lugar. Lo vi antes de que él me viera, lo que me dio la posibilidad de asimilar el hecho de que estaba muy guapo con esa forma natural que tiene de posar como para un anuncio de yates. Tenía el pelo rubio más corto que antes, y le sentaba muy bien, se notaba que había tomado el sol —probablemente navegando con sus primos en Martha Vineyard— lo que resaltaba aún más sus ojos azul claro. O tal vez resaltaban por la luz de las lámparas que estaban detrás de la barra.

Me sorprendió sentir mariposas revoloteando en mi estómago. ¿Qué razón había para estar nerviosa? Aparte de la posibilidad de lograr que me comportara como una idiota. O de que yo lo consiguiera por mi propia cuenta. Tramaba algo, de eso no cabía duda; tenía que estar en guardia.

Debía hacer las cosas paso a paso. Respiré hondo y caminé hacia él, mientras decidía de qué manera lo iba a saludar. Estrecharle la mano resultaría demasiado distante, pero un abrazo y un beso en la mejilla serían poco sinceros. ¿Qué habría hecho Barbara Stanwyck en esa situación? No, no me era de mucha ayuda, porque ella le habría disparado en vez de acabar la relación con él, así que nunca se habría colocado en una situación como esta.

Por fortuna para mí, me reconoció cuando me acercaba e hizo una reverencia burlona, lo que no me dejó otra alternativa que tenderle la mano. La cogió, la besó ligeramente, y colocó su otra mano encima de la mía a la par que se enderezaba.

—Me alegro de verte, Molly —dijo.

—Yo también me alegro de verte, Peter. Se te ve muy bien.

—Solo intento ponerme a tu altura. —Besó mi mano nuevamente y me señaló el taburete junto a la barra—. ¿Qué quieres beber?

—Whisky.

Lo observé detenidamente mientras pedía; intentaba recordar qué fue lo primero que me atrajo de él. Probablemente el hecho de no haber salido nunca con alguien así —parece de esos tíos que pertenecen a las universidades de la Liga Ivy, algo totalmente opuesto a mí—, además de que era una persona encantadora. Lo pasábamos bien, aunque la relación siempre fue bastante superficial; en cambio con Kyle las cosas se volvieron tan profundas con tanta rapidez que todavía a veces me da vueltas la cabeza.

Se giró y me examinó con descaro.

—Gracias por aceptar encontrarte conmigo.

—Has hecho que la propuesta sea bastante irresistible. ¿Cómo sabes en lo que estoy trabajando?

—¿Debemos empezar a hablar de negocios tan pronto? —dijo, frunciendo el ceño de manera socarrona.

—Lo lamento, ¿hay algo que tendríamos que discutir primero?

—Claro. Del clima, de política, del policía.

—¿Me toca escoger?

—¿Sigues con él?

—¿De qué cuestión estamos hablando?

—Del policía.

—Sí.

—Qué mala suerte.

—No lo creas.

—Lo digo por mí.

Me dirigió una vaga sonrisa para indicar que no lo decía en serio; de todas maneras, decidí aprovechar el momento.

—Peter, lo lamento.

—¿Quieres volver conmigo? —preguntó sonriendo abiertamente.

—Quiero decir que lamento cómo llevé la situación.

—Si te perdono, ¿volverías conmigo?

No pude evitar sonreír.

—Tú no quieres que volvamos.

—¿Qué es lo que te hace pensar eso?

—Que me estás pidiendo volver, y eso no es habitual en ti.

—¿Cómo puedes escribir esa columna y estar tan equivocada en una cuestión tan elemental?

Antes de que pudiera decir nada, puso una mano detrás de mi cuello y me besó con una fuerza inesperada. Cuando me soltó, literalmente boqueaba para recobrar el aliento.

No me gustaba que Peter quisiera jugar conmigo de esta manera, pero la experiencia me había enseñado que la frialdad era lo que más impacto provocaba en él, así que tuve cuidado de no reaccionar exageradamente. Mientras me abanicaba con el posavasos, pensé en la respuesta que Escarlata O'Hara habría dado en esa situación.

—¡Oh! Esto lo cambia todo. ¿Vamos directamente a casa? —dije con ironía.

—Ya no besas como antes —respondió, frunciendo el ceño.

Me pasé la lengua rápidamente por el labio inferior para constatar si aún me quedaba algo de carmín. ¿Qué tramaba? Había llevado el juego demasiado lejos, incluso para él.

—Ha pasado el tiempo, Peter.

—¿Has pensado en mí?

—Por supuesto —sonreí—. En ti, en el clima, en la política y en el policía.

Se rió lo más sinceramente que Peter se puede reír. Él prefiere las sonrisas burlonas, siempre es más proclive a decir «Qué gracioso», antes que mondarse de risa.

—Visto que me has traído aquí para que conteste a tus preguntas, no intentes nublar mi juicio, por favor —dije, en un intento de dirigir la conversación hacia un terreno más profesional—. ¿Cómo te has enterado de lo que estoy haciendo?

—Tengo una amiga que trabaja en la oficina de Ronnie Willis. Ella me ha dicho que lo has entrevistado.

Ella. ¿Sería la asistente o Paula?

—¿Qué más te ha contado tu amiga?

—Nada.

Tenía que ser la asistente.

—Entonces, ¿qué es lo que te hace pensar que tengo algo más para contarte?

—Porque conozco la forma en que trabaja tu cabeza. Quiero saber quién piensas tú que ha matado a Garth Henderson.

Dios bendiga al camarero, que apareció en ese preciso instante con mi whisky. Rápidamente lo cogí para, al menos por un momento, tener otra cosa que mirar además de Peter.

—No es eso de lo que trata mi artículo —dije.

—Chorradas.

—Estoy haciendo una reseña sobre Gwen Lincoln. —Bebí un sorbo y le miré directamente a los ojos.

—Porque ella es sospechosa de asesinato.

—Porque ella es un modelo a imitar por el público al que va dirigida la revista.

—¿Y el asesinato?

—Una desafortunada pérdida con la que tiene que lidiar de la mejor manera posible mientras sigue adelante con su nuevo proyecto comercial.

—Vamos, Moll, ni siquiera puedes decirlo con la cara seria.

—Espero que cuando escriba el artículo no suene tanto a «acontecimiento más importante de la semana».

Deposité el vaso sobre la barra por si mis manos se ponían a temblar al hacerle la siguiente pregunta:

—¿Entonces, estás escribiendo un artículo sobre el asesinato?

—Sí.

—¿A qué se debe ese cambio? No he visto tu nombre en ninguno de los artículos que he leído últimamente en tu periódico.

—No, el cambio es mucho más importante que eso. He dejado el Times.

—¿De verdad? —dije, intentando disimular mi sorpresa.

—No estás tan pendiente de mí como yo lo estoy de ti —dijo, frunciendo el entrecejo.

Una sorpresa tras otra.

—¿Y dónde te has ido?

—Puede que resulte un cambio enormemente estúpido, pero me he sumado al nuevo proyecto de Quinn Harriman.

—¿A Es necesario saber? ¡Felicidades! —Quinn Harriman era un banquero de inversiones devenido a publicista. Su primer proyecto, una revista para amantes de la buena cocina, había ganado espacio en el mercado, y su nueva idea de publicación se promocionaba como dirigida «a los buenos muchachos». Se rumoreaba que se trataría de una revista de tendencias revolucionarias, aunque en el material de promoción no se había explicado muy claramente qué era lo que lo convertía a uno en un buen muchacho. Pero si Peter era uno de ellos seguro que sería muy interesante. Aunque también muy controvertido.

—Es un riesgo —reconoció, encogiéndose de hombros—, pero trabajar en el periódico no me gustó tanto como pensaba, así que estoy ansioso por meterme de prisa en un nuevo proyecto.

Nunca antes lo había visto así, y, por lo tanto, me costó darme cuenta de inmediato: Peter se mostraba humilde. ¿Qué habría sucedido en el Times para que cambiara de esa manera? Cuando éramos pareja su definición de la humildad consistía en reconocer que en la ciudad podían existir uno o dos hombres más fascinantes que él, pero sólo uno o dos. Tal vez la fuerza irresistible de Peter se había topado por fin con algún objeto imposible de mover. Otra historia que investigar. Pero había otras cosas primero:

—Así que estás haciendo un artículo solo sobre el asesinato.

—Será el primer ejemplar de la revista, un intento de buscar el tono apropiado, así que no hay presión por que salga bien. Quinn piensa que tiene todos los ingredientes como para ser una estupenda historia de portada: dinero, poder, sexo.

—¿Sexo? —pregunté inocentemente, pinchándole para que me soltase su teoría.

—El asesino le voló los cojones, Molly. El sexo tiene que tener alguna relación con esto.

—Estoy de acuerdo. ¿Cuándo tienes que acabar el artículo?

—Dentro de dos semanas.

—Nos vemos en los quioscos. —Levanté mi vaso para hacer un brindis amistoso. Intenté imaginar la portada de su revista junto a la mía y me preguntaba qué diría —o gritaría— Eileen cuando se enterara. Llegado ese momento, yo tendría que correr a toda velocidad a través de ese puente en llamas.

Después de darle un par de tragos a la bebida, contando con que su flamante humildad no le hubiera disminuido demasiado el ego, le pregunté:

—En tu historia, ¿quién mató a Garth?

Había estado esperando que se lo preguntara. Su ego seguía intacto.

—Tu chica.

—¿Perdón?

—¿Acaso no sospechan todos de Gwen Lincoln?

—¿Todos sospechan de ella? —Ni siquiera mirando directamente a sus brillantes ojos podía distinguir si me estaba contando su verdadera teoría para observar mi reacción, o si lo decía para ocultar su postura y que así yo no supiera qué camino seguiría.

—No estás de acuerdo.

Tal vez resultaría útil ofrecerle una parte de mi teoría si pretendía sacarle alguna información.

—¿Por qué se molestaría en hacerlo? —pregunté.

—Crimen pasional.

—Eso era ya agua pasada, estaban tramitando el divorcio. Además, ella también le era infiel.

—¿Y?

—Matar por un pecado que uno también comete me parece algo que solo los hombres pueden hacer.

—Qué golpe bajo.

Me encogí de hombros.

—Y una participación en la agencia no es algo por lo que valga la pena matar. Es mejor dejar que lo resuelvan los abogados.

—Entonces, ¿quién lo mató? —preguntó.

Pensé inmediatamente en la conducta histriónica y desesperada de Ronnie Willis, pero no tenía intenciones de comentárselo: en parte porque no estaba completamente segura, pero principalmente porque soy demasiado competitiva.

—Supongo que tendré que leer tu artículo para descubrirlo —respondí.

—Porque tu artículo no tratará ese tema.

—Exacto.

—¿No tienes ninguna hipótesis?

—Acaban de darme esta tarea, Peter, y todavía estoy conociendo a los jugadores. Ahora debo marcharme.

—Cenemos juntos.

—Gracias, pero no. —La alegría de verle se había esfumado por su insistencia en sonsacarme algo; además, ahora tenía tareas extras que realizar. Me levanté del taburete, pero él se puso de pie con mayor rapidez tapándome el camino.

—¿Es por el policía?

—Es porque creo que es la opción más inteligente. Gracias por la copa.

Peter dio un paso atrás, al menos por el momento.

—Creo que, como podríamos volver a cruzarnos con motivo de este artículo, sería una buena idea que nos viéramos de vez en cuando para asegurarnos de que todo marcha bien...

Sí, más bien sería para asegurarse de que no le llevaba ventaja en la investigación y demás.

—Es una idea estupenda. Encantada de verte. —Titubeé por una fracción de segundo, luego lo besé ligeramente en la mejilla y me giré para marcharme.

—Una pregunta más antes de que te vayas.

Me detuve a la espera del epílogo.

—Una.

—¿Qué dirás sobre Ronnie, ahora que tiene que trabajar con la mujer que ama? Quiero decir, incluso aunque escribas una reseña sobre Gwen, esto tendrás que mencionarlo, ¿no es así?

No quería decirle a Peter Mulcahey que no sabía de qué me estaba hablando. Pero no tuve que hacerlo. Noté por su sonrisa que ya se había dado cuenta.

—Ronnie no me lo ha dicho con esas palabras —dije, con un tono neutral, en parte convencida de que me estaba tendiendo una trampa.

—Está bien, tampoco me lo ha dicho a mí. Pero mi fuente me ha contado que él no para de decírselo a ella por teléfono.

—¿A Gwen?

—¿A quién si no?

—¿Y tu fuente es buena?

—Bastante buena, trabaja allí, ¿por qué?

—Hay más mujeres en ambas agencias —dije, recordando el entusiasmo de Ronnie por el harén.

—Sí, pero todas ellas estarán bajo sus órdenes. Eso no es «trabajar con la mujer que amas», eso es tener un paquete de beneficios adicionales. —Sonrió burlonamente disfrutando de su visión de las relaciones empresariales, pero yo estaba demasiado distraída con la cadena de pensamientos que había puesto en marcha como para sentirme ofendida por su comentario.

¿Habría querido Ronnie deshacerse de Garth como socio de la compañía y como pareja de Gwen? Pero Gwen y Garth estaban en trámites de divorcio, así que ese punto ya estaba resuelto. Además, la compañía era más poderosa si Garth era el timonel. Pero esas eran consideraciones racionales y, ¿cuántas veces es el asesinato un acto racional? Aun así, al pensar en la forma en que hablaba Gwen de Ronnie y viceversa, me daba cuenta de que no eran dos personas enamoradas. Si Ronnie proclamaba lo fantástico de estar enamorado de la persona con quien trabajas, o estaba engañando a alguien o estaba enamorado de otra persona. ¿Podía esa relación ser lo suficientemente significativa como para provocar una reacción homicida? ¿Existía un triángulo amoroso en el trasfondo de esta fusión? ¿Era Garth su rival tanto en el amor como en la profesión?

Era hora de que le hiciera una visita al harén.

Y no le iba a dejar ninguna propina a Peter.

—Me llevas ventaja, Peter. No me había percatado de lo que sucedía entre Gwen y Ronnie. Tal vez los dos creen que no es apropiado que se mencione en el artículo que estoy escribiendo. O que sería de mala educación hacer público su romance tan pronto tras la muerte de Garth.

—Más bien sería poco sensato. Ninguno de los dos puede darse el lujo de atraer más la atención de la policía. Pero hablando de la policía y de atención, debería dejarte marchar, ¿verdad? —Se hizo a un lado, satisfecho de dejarme marchar después de aclarar que iba más avanzado que yo en la investigación. La posibilidad de que pudiera estar mal encaminado ni siquiera se le había cruzado por la cabeza, pero claro, eso rara vez sucedía. Y si yo intentaba advertírselo, pensaría que estaba celosa; así que podía abstenerme de decirle nada y seguir con la conciencia relativamente limpia.

—Debo marcharme —le dije—. Pero estoy segura de que nos veremos en otra ocasión.

—Cuento con ello —dijo, cogiendo mi mano otra vez para besarla. Sonrió con más sinceridad que antes, y se quedó mirando cómo salía del bar. Lo sé porque miré por encima de mi hombro mientras me retiraba. Solo por curiosidad. Lo digo honestamente.