Capítulo 13

Mi tío Mike dice que extraña la Guerra Fría porque al menos, en esos días, sabías de qué dirección provenían las bombas. Son las que se acercan sigilosamente por detrás y te pillan mirando al otro lado del horizonte las que producen verdadero daño. Y no tienes que ser un agente retirado de la CIA para darte cuenta de que es así.

A pesar de que el hongo de humo comenzaba a disiparse, todavía tenía problemas para comprender lo que Tessa me contaba.

—¿Todas se acostaban con él? —repetí lentamente tras un momento de vacilación.

—Obviamente, no al mismo tiempo —dijo con descaro.

Esa frase se encargó de borrar la parva de imágenes que intentaba quitar de mi cabeza.

—Aun así —le dije—, solo para dejarlo claro, ¿todas las directoras creativas tenían un romance con Garth?

—Todas menos Lindsay. Garth nunca se hubiera acostado con una mujer casada —explicó, como si quisiera remarcar que esa distinción hecha por Garth lo convertía en un hombre de moral irreprochable y que ella estaba dispuesta a defender su memoria en ese punto.

—¿Pero el resto de vosotras? —pregunté con un tono que dejaba claro que no lo encontraba muy defendible.

—No puedes comprenderlo.

—Probablemente no, pero me gustaría intentarlo.

Tessa se llevó las manos a las caderas como si con ello intentara refrenarse. O rearmarse.

—Al principio no lo sabíamos, y cuando nos enteramos, nadie quiso dejar de verle, porque todas teníamos miedo de que las demás siguieran haciéndolo, y eso no hubiera sido justo.

En cierta manera, me impresionaba su habilidad para mirarme a los ojos y contarme estas cosas con la misma fría profesionalidad que debía emplear para dirigirse a un cliente en una reunión. Pero al mismo tiempo, no podía creer que le fuera tan indiferente como intentaba demostrar. Y no podía creer lo que sus declaraciones causaban en mi teoría sobre la supuesta sospechosa. Justo cuando pensaba que estaba recorriendo el último tramo de la piscina, a punto de tocar la meta y ganar la medalla, me encontraba repentinamente en la zona más profunda con la pulsera extraviada de Tessa como chaleco salvavidas; o como ancla.

—¿Te importa si me siento? —pregunté.

—En realidad, sí. Sí me importa —replicó Tessa, mostrándose más aturdida cuanto más confundida estaba yo—. No deseo hablar más contigo. —Se dirigió resuelta hacia la puerta y la abrió esperando de pie, impaciente, a que abandonara su despacho.

Me senté de todas formas, lo que la puso aún más nerviosa. Agitó la puerta un par de veces, por si acaso yo no me marchaba por no haberme percatado de que estaba abierta.

—Tessa, no creo que quieras dar por finalizada esta conversación cuando aún tengo lo que espero que sean simples malentendidos sobre esta situación.

—No me importa lo que pienses. Vete.

—¿No te importa lo que puedan pensar mis lectores?

—Mis abogados estarán en tu oficina antes de que tú llegues allí.

—No quiero decir que lo vaya a mencionar en mi artículo. Solo intento mostrar un perfil positivo de Gwen, y no la dejaría muy bien parada un análisis de la extraña forma que tenía su marido de tratar a sus empleadas.

Tessa cerró la puerta de un portazo pero las bisagras hidráulicas suavizaron el golpe en el último instante, evitando que hicieran demasiado ruido. Aunque no me sentía cómoda con la ira en sus ojos, al menos todavía estaba en su oficina. Y no había armas a la vista.

—¡No lo sabía! —me espetó mientras se tiraba de las mangas con sus finos dedos; yo estaba segura de que esta vez la seda se rasgaría.

Como compensación por no haberme echado de la oficina, intenté tranquilizar la situación.

—¿Pensabas que eras la única? —pregunté con cautela.

—Estaba enamorada de él —respondió con una fuerza y una simpleza que me impresionaron—. Cuando descubrí... lo que sucedía, me di cuenta de que la mayoría de ellas lo hacía por cuestiones estratégicas. Para congraciarse con él, progresar en su trabajo, y demás. Pero esa no fue nunca mi intención. Yo lo amaba.

—¿Creíste que dejaba a Gwen por ti?

Después de tanta firmeza en su declaración, la amargura en sus palabras me cogió por sorpresa.

—Soy una persona inteligente y debería haberme dado cuenta, pero lo deseaba, lo esperaba. Aunque sabía que no tenía posibilidades. —Me sorprendió nuevamente al sentarse en el sofá, mirarme a los ojos directamente, y decirme—: Estoy segura de que esto te desilusiona porque no es muy bueno para tu historia: amante rechazada, ahora forzada a trabajar para la viuda, o cualquier otro titular que quieras ponerle.

De hecho, era el titular de homicidio el que perseguía, pero el admitirlo me hubiera costado la expulsión de la oficina. Tenía que llevarla hacia ese rincón sin que se diera cuenta. Le sostuve la mirada y le pregunté:

—¿Cómo te enteraste de lo que sucedía con las demás?

—Por las malditas pulseras.

—Se las regalaba a todas.

—Exacto.

Todavía estaba un paso por delante de mí, pero parecía disfrutar esperando a que yo la alcanzara.

—Y aunque recibir el mismo regalo en una empresa no es algo inusual, ¿tú lo encontraste extraño?

—No me regaló nada más —indicó, como si yo hubiera tropezado con la piedra de Rosetta y no la viera.

—¿Por el hecho de que no te otorgara un trato especial, decidiste que todas recibían el mismo trato?

—Debes admitir que era sospechoso.

Esperaba obtener algo más concreto. Si esto era una teoría absurda de ella basada en que Garth no era muy generoso a la hora de hacer regalos, estaba perdiendo el tiempo.

—Pero la teoría se derrumba ya que Lindsay también tiene una pulsera.

—Por eso se enfadó Wendy.

Se me vino a la cabeza una de esas tonterías de las películas antiguas de terror en la que los personajes intentan hacer un experimento telepático para que la protagonista, que escucha voces, pruebe que no se está volviendo loca y el ayudante sostiene una carta en alto para que ella trate de identificarla. Hacía grandes esfuerzos para lograr que Tessa hablara sobre el asesinato de Garth —y al final se confesara culpable—, pero a cada instante, ella cambiaba de forma inesperada el tema de conversación.

—¿Cómo encaja Wendy en todo esto? —insistí.

—Fue quien nos hizo darnos cuenta de lo que sucedía. Como Garth no me hizo ningún regalo extra, me puse triste; pero ahí quedó todo. Me lo guardé para mí. Pero ella no había recibido ningún regalo y se puso furiosa.

—Esa parece ser su forma de comportarse cuando no le dan lo que cree merecer.

—No comprendes a Wendy. Es una mujer brillante. Puede ser un coñazo, pero es brillante. Es verdad que tiene mal temperamento, pero eso es parte de su talento: sus pasiones son grandes y convincentes.

Tessa hacía publicidad de Wendy como si fuera un producto que estuviera por lanzar al mercado.

—Retiro lo dicho —dije, para hacerla volver al camino correcto—. ¿Qué sucedió entonces?

—Después de que recibiéramos el regalo, Wendy montó en cólera y Francesca y yo fuimos a averiguar qué sucedía. Wendy nos contó que se acostaba con Garth, y que lo menos que podría haber hecho él era darle algún regalo extra en señal de agradecimiento.

Contuve las ganas de señalar que ya estaba recibiendo un regalo extra, no importa cuál fuera el tamaño.

—¿Y ahí es cuando te diste cuenta de que no eras la única? —dije en cambio.

Asintió.

—Y cuando Francesca comenzó a llorar me di cuenta de que era peor de lo que creía.

—¿Qué sucedió?

—Wendy fue por cada uno de los despachos para obtener la confesión de todas. No fue un día muy divertido. Ni siquiera para Lindsay, que creo que se sentía muy avergonzada por la situación.

—¿Vosotras no os sentisteis avergonzadas?

—Hubo diversas reacciones. Creo que más de enfado, que de vergüenza.

—¿Qué decidisteis hacer?

—Bueno, al principio estábamos tan furiosas que algunas de nosotras queríamos... —Las palabras atravesaron su cerebro solo un instante antes de que se escaparan por su boca; eso le dio tiempo a retenerlas—. No quise decir eso. Ninguna tenía esa intención. Ninguna de nosotras lo ha hecho. No lo hicimos.

—No lo hicisteis como grupo. Pero alguna de vosotras lo hizo individualmente.

—No. Jamás. Ninguna quería siquiera dejarlo, y mucho menos hacerle daño. Pensé en decirle que habíamos terminado, pero Wendy comenzó a decir que todas debíamos terminar con él, y Helen supuso que Wendy no lo haría y que ella no le daría esa ventaja a Wendy, y por eso hicimos un trato.

—Matarlo.

—¡Basta! ¡No! Fingir que no había pasado nada.

Traté de imaginármelas compitiendo por su afecto —si es que había algo de afecto en todo esto—, entonces, cada una consciente de las otras, intentando quitarse la competencia. Hasta que una llegó al límite.

—¿Mejoró la situación de alguna de vosotras? —pregunté, procurando no adoptar un tono de crítica.

Tessa agitó la cabeza, pero se dio cuenta de la asociación que estaba haciendo. Alguna tenía la esperanza de hacerle cambiar de opinión, transformarse en su favorita, o incluso en la única. Y cuando eso no funcionó, dio el gran golpe. ¿Quién había llegado al límite?

—En esa época fue cuando decidí quitarme la pulsera. Les dije a las demás que estaba rota, pero en realidad era porque no podía usarla más. Nunca se lo dije a Garth porque...

—Porque estaba muerto.

—Basta. Intentas provocarme, pero no tengo nada que confesar, aparte de haberme comportado como una ingenua y una estúpida, y por amar a alguien a quien nunca debería haber amado.

Debía reconocer que era una persona perspicaz. Y que tenía una respuesta para todo. ¿Pero eso la convertía en inocente o simplemente en una mujer bien preparada?

Mientras lo consideraba, Tessa dirigió su atención a un aspecto diferente de nuestro intercambio.

—No puedes poner esto en tu artículo. Se vería muy mal fuera de contexto.

—Es el contexto. Es la razón por la que una de vosotras lo mató. El pánico en sus ojos empezaba a apagarse, y daba paso a frías maquinaciones.

—Pero piensa en cómo se verá Gwen si incluyes esto en el artículo.

—¿Porque es vuestra víctima, o porque era víctima de él?

—Deberías retratarla como una mujer no consciente de los inmensos problemas que tenía en las dos áreas que más les interesan a tus lectores: el trabajo y el amor. Habrá tal falta de identificación de tus lectores que provocará un impacto negativo en tu artículo, en la revista, y en nuestro interés conjunto en el lanzamiento del perfume Success.

Pensé en aplaudir, pero me preocupaba que eso la envalentonara.

—Tessa, no me estás armando una campaña publicitaria.

—La mención de cualquier cosa en los medios de comunicación es publicidad —replicó, con un destello frío en la mirada que paulatinamente se transformaba en demoníaco—. Tengo una marca que proteger, y haré lo que sea necesario para ello.

—¿Incluso matar?

—Me refiero a demandarte, o a destruir la revista. No te interesa quién lo mató, solo estás usando su muerte como una palanca emocional para lograr que todas hablemos de Gwen de una manera maliciosa, y así conseguir que esa puta miserable parezca interesante.

—¿Podría citarte textualmente en mi artículo? —dije, y me puse de pie para dirigirme hacia la puerta y ahorrarle la molestia—. ¿O preferirías que dijera: «Fuentes anónimas de la agencia aseguran que ella es una puta miserable», o algo por el estilo?

—Le diré a nuestros clientes que dejen de publicar sus anuncios en vuestra revista.

—Le diré a mis lectores que dejen de comprarle a vuestros clientes.

Me miró ferozmente y yo le devolví la mirada con igual ferocidad. Puedo jurar que en los pasillos se escuchaba la canción Muzak de Ennio Morricone. En vez de lanzarme a un lado mientras desenfundaba, opté por colocar mi mano sobre el pomo de la puerta. Ninguna maceta voló por los aires en mi dirección, pero Tessa seguía en sus trece, así que abrí la puerta y me marché.

Necesitaba caminar. Aire fresco, tiempo y el rumor tranquilizador del tráfico de Manhattan, para aclarar mi mente. Era la primera vez que investigaba un crimen en el que mi respeto por la víctima se destruía; y no estaba segura de cómo asimilarlo. Tenía ganas de vomitar. No sabía qué era lo que me molestaba más, si lo que había hecho Garth, o el hecho de pensar: «ahora entiendo por qué está muerto».

No es que las mujeres no cargaran también con la responsabilidad. Habían sido participantes informadas y aquiescentes en el juego, incluso aún más después de la revelación de la pulsera, y cualquiera que hubiese sido la razón —amor, un ascenso, puro ejercicio—, todas siguieron haciéndolo. Hasta que una de ellas puso fin a la fiesta. La pregunta era por qué. Si descubrir que te acostabas con un seductor en serie no era suficiente para detenerte, tampoco es suficiente —por sí solo— como para hacerte sacar un arma. ¿Qué más habría sucedido?

Iba caminando sin rumbo fijo. Pensé en llamar a Tricia o a Cassady, pero todavía intentaba encontrar una explicación a todo esto, y decidí que sería mejor llamarlas más tarde. Se suponía que debíamos ir a comprar ropa para la gala después del trabajo, y esperaba tener elaborada una nueva teoría para entonces. Pero tenía tantas dándome vueltas en la cabeza, que iba por la acera con el piloto automático puesto; y en vez de acabar en mi oficina, me encontré de pie frente a las puertas de la comisaría de Kyle.

Cuando él apareció en las escalinatas del edificio, aún no estaba segura de por qué estaba allí. Pero cuando se acercó hacia mí, lo agarré de las solapas de su chaqueta y lo besé, sin importarme quién pudiera estar viéndonos, me di cuenta de que había ido allí solo por eso: para reafirmar mi creencia en los hombres decentes y en las buenas relaciones.

Kyle logró separarse y buscó mi cara con la mirada.

—¿Qué pasa?

—Necesitaba verte.

—¿Qué ha sucedido?

—¿Tiene que suceder algo?

—Sí.

No tenía sentido disimular, ya se había dado cuenta de que pasaba algo.

—He estado trabajando con suposiciones equivocadas.

—Eso es una mierda —dijo comprensivo.

—Creía que sabía qué clase de persona era Garth Henderson.

—¿Te has enterado de algo que no te gusta?

—Sí.

—Qué pena —dijo con ironía, y sentí la frase como un puñal.

—¿Perdón?

—Si juegas a este juego, Molly, descubrirás cosas que te repugnarán. La gente no se mata entre sí cuando todo marcha bien. Cuanto más desagradable es, más significativo es. Lo más probable es que ese sea el motivo por el que la persona está muerta.

Tenía razón. Imaginaba que esto era un rompecabezas diabólico, en el que todo encajaría a la perfección tarde o temprano; pero no sabía que no resultaría ni ordenado, ni bonito, ni simple.

—Es que si estaba tan equivocada sobre él, ¿en qué más me puedo estar equivocando?

—Tal vez en nada. —Se pellizcó el labio y permaneció en silencio durante tanto tiempo que me hizo poner la piel de gallina; me preocupaba lo que pudiera decir a continuación—. Entra y habla con Donovan.

—Me dijiste que no me acercara a él a menos que tuviera algo concreto que contarle.

—Te dije que no te acercaras a él porque estaba celoso.

¿Conoces esos agujeros que hay en el suelo de las casas del terror de los parques de atracciones, que de repente se abren, justo cuando crees que estás a punto de llegar a la salida? Sentía ganas de estirarme para agarrar a Kyle y así mantener el equilibrio, pero era como si él no estuviera a mi alcance.

—Gracias por contármelo.

—Él cree que este caso es una especie de audición para entrar en los medios de comunicación, y tú lo estás alentando, seas o no consciente de ello. No es algo que os sea útil a ninguno de los dos.

—Intento hacer mi trabajo. No me culpes porque creas que él no hace el suyo —me defendí, procurando que mi tono de voz no fuera tan chillón como me parecía.

—Es justo. Pero, ¿cuál es tu trabajo, Molly? ¿Escribir sobre Gwen Lincoln o resolver el crimen de Garth Henderson?

—¿Tratas de convencerme de algo, o pretendes ponerme en mi lugar? —dije, ya menos preocupada por los chillidos.

—Tienes información relevante —continuó, sin escucharme y mucho menos responder mi pregunta—. Debes manejarla adecuadamente.

Resistí la tentación de contárselo. No por orgullo, sino porque no estaba segura de que la información que tenía sobre Garth Henderson y las mujeres involucradas, aunque a mí me resultara asquerosa, pudiera satisfacer el criterio de Kyle. Sacudía mi mundo, pero estaba segura de que él había visto cosas muchísimo peores en sus días más tranquilos. De repente, me sentí incómoda de pie junto a él, y me entraron ganas de marcharme.

—Debería investigar un poco más, asegurarme de qué es lo relevante antes de molestar a Donovan. O a ti. Lo siento. Te llamaré luego.

Caminé dos pasos antes de que Kyle me cogiera del brazo con una sorprendente firmeza. No sabía si quería simplemente impedir que me fuera, o quería impedir que me fuera antes de que él diera toda su opinión al respecto. De todas maneras, no tenía otra opción que detenerme.

—¿Esa información prueba la inocencia del principal sospechoso?

Consideré su pregunta de la manera más objetiva posible, distraída en parte por la presión sobre mi brazo.

—No, maldita sea —fue mi respuesta. Los datos que tenía no absolvían a Gwen. En todo caso, la colocaban de nuevo en el ranking de los diez principales sospechosos, y con más fuerza que antes, por conocer más motivos ahora de los que tenía inicialmente.

—¿Y por qué es eso un problema?

—Porque estaba segura de que Donovan se equivocaba, y ahora ya no lo estoy.

—Una pésima sensación.

—Sí que lo es.

—Los sentimientos te harán meter la pata más que cualquier otra cosa. —Por un horrible momento pensé que se refería a nosotros. Tal vez, en parte, sí, porque me miró fijamente por un momento antes de continuar—. No puedes enamorarte de una teoría.

Otra vez la teoría de Heisenberg. ¿El hecho de enamorarte de algo cambia tu habilidad de relacionarte con la cosa? ¿Es imposible amar algo sin cambiarlo?

Aunque apreciaba la fascinación científica de la pregunta, la aplicación emocional parecía demasiado peligrosa de considerar en ese momento.

—No te obsesiones con odiar a un sospechoso —prosiguió Kyle—. Que alguien te agrade no lo convierte en inocente. Y que alguien te desagrade no lo convierte en culpable.

Asentí lentamente y soltó mi brazo, solo entonces pareció darse cuenta de que me había tenido cogida.

—Lamento haberte molestado —dije, y en cierta medida esperaba que me respondiera que yo nunca era una molestia.

—No te preocupes —dijo en cambio—. Quiero saber en qué andas metida.

—¿Para poder contárselo a Donovan?

—Para poder seguirte la pista —dijo, apretando los dientes—, y empujarte a que se lo cuentes a Donovan cuando sea el momento apropiado.

—Te mantendré informado —prometí. Al inclinarme para darle un beso de despedida, sentí como si me golpeara una ola de tristeza; pero la ola se retiró antes de que pudiera determinar de dónde había venido.

Él permaneció en las escaleras mirando cómo yo desaparecía por la esquina. Lo conocía lo suficiente como para saber que no le diría al detective Donovan que había pasado por allí hasta que yo me sintiera preparada para hablarle; pero también sabía que le fastidiaba que no compartiera la información con él. En especial, porque suelo compartir todo, le guste o no, y esta desviación de mis costumbres le hacía sentirse incómodo.

No era mi intención esconderle las cosas, pero ahora todo era un lío, y no me sentía capaz de explicar nada, ni a él, ni al detective Donovan. Necesitaba encontrar una columna vertebral en la que ensamblar la información con la que contaba, para luego dar un paso atrás y ver qué clase de criatura tenía enfrente.

¿Estaba permitiendo que mi opinión sobre la gente involucrada interfiriera? ¿No estaba observando a Gwen tan atentamente como debiera, porque ella era una persona audaz y de éxito? ¿No prestaba atención a Ronnie engañada por su elocuencia juvenil? ¿Disculpaba a Tessa por su sinceridad? ¿Perdía completamente de vista a alguien más por confundir el instinto con la impresión que me causaba?

A pesar de que deseaba enormemente volver a GH Inc. e ir despacho por despacho como una loca gritando «truco o trato», golpeando las puertas y pidiendo explicaciones, sabía que tenía que estar mejor armada antes de volver allí. Por tanto volví a mi edificio, pasé de largo mi piso y recé para que Owen estuviera en su oficina.

No estaba, pero lo encontré dos puertas más allá jugando a encestar bolas de papel en la papelera con Kevin Bartholemew, su editor. Kevin era un tío agradable con una indumentaria que no había evolucionado desde la época de la universidad —pantalones necesitados de un planchado y camisas Oxford con los cuellos desgastados—. Tiene una sinusitis crónica que le hace sonarse la nariz todo el tiempo a la vez que rechina los dientes; pero tiene un gran sentido del humor y juega a encestar bolas de papel con sus escritores, lo que lo transforma en un jefe envidiable en mi universo laboral.

—¡Molly Forrester! —exclamó al verme asomar la cabeza en su oficina, un lugar en el que se acumulaban tambaleantes torres de papeles y libros—. Di que vienes a verme a mí, y no al niño bonito.

—Nunca reconocería que vengo por ti, Kevin —sonreí—, aunque sueño contigo constantemente.

Kevin rió con tanta fuerza que Owen falló su tiro.

—Viene a pedirnos algo pero, ¿cómo podríamos negarnos?

Owen recogió su bola e inclinó la cabeza hacia mí.

—No tienes buen aspecto, Moll. ¿Las chicas de GH Inc. te están haciendo pasar un mal rato? —dijo.

—¿Por qué te reúnes con las viudas de Drácula? —exclamó Kevin.

Me tranquilizó ver que Owen estaba tan sorprendido como yo por el apodo.

—Escribo una reseña sobre Gwen Lincoln.

—Pobrecilla. —Kevin hizo una gran bola de papel con periódicos que estaban pegados a la pared y la arrojó a la papelera.

—¿Gwen o yo?

—Las dos en realidad. Hay un extraño grupo de criaturas allí. Y Ronnie Willis piensa que podrá llegar allí y reestructurar las cosas. Sufrirá una descarga de estrógenos en las manos, eso es lo que sucederá.

—¿Por qué? Él me dijo que eran el activo más importante de la agencia, está loco por ellas.

—Debe estar loco si cree que logrará mantenerlas unidas. Garth las controlaba manteniéndolas en una posición igualitaria. Según los rumores, Ronnie quiere poner a una de ellas al mando.

—Nadie me lo había comentado —dije, perpleja.

—Anunciar el día D antes de tiempo hace fracasar el propósito.

He visto a gente matar por amor y por dinero. ¿Acaso ahora veía la comunión de los dos? Contuve el aliento mientras Owen lanzaba otra bola a la papelera.

—Durante la fusión, ¿se ha hablado de quiénes recibirán acciones de la nueva empresa?

Owen frunció el ceño al ver que su bola golpeaba en el borde y rebotaba hacia fuera.

—Ronnie y Gwen. Garth se iba a quedar con la mayor parte, por supuesto, y ahora todo se ha retrasado, ya que Ronnie y Gwen se deben poner de acuerdo para ver qué porción del pastel recibe cada uno.

Recogí la bola y la pasé de una mano a la otra.

—Pero ahora están recibiendo mucho más de lo que esperaban cuando comenzaron las negociaciones.

—Crees que deberían estar satisfechos, pero no existe la satisfacción en Manhattan. Solo existe una saciedad momentánea del apetito —dijo Kevin con una mueca.

—Y todos conocemos lo mucho que se enfada la gente hambrienta —dije, lanzando la bola a la papelera—. Y si alguien te ofrece un pedazo del pastel y luego te lo quita, ¿no acabarías aún más hambriento de lo que lo estabas al comienzo? —La bola entró en la papelera deslizándose por entre la pila de papeles que la llenaban.

—Los dioses de las bolas de papel dicen que vas por el camino correcto —dijo Kevin, a la par que aplastaba la pila para hacer espacio antes de su siguiente tiro.

—¿Crees que la muerte de Garth tiene relación con la distribución de las acciones de la agencia? —preguntó Owen. Me gratificó ver el destello en sus ojos, algo que los reporteros suelen tener cuando huelen que se cuece una historia.

—Aún no lo sé y te agradecería que no intentaras robarme la exclusiva —respondí, y emprendí la retirada.

—Eh, somos una gran familia periodística, ¿no es verdad? —Owen le dirigió una mirada a Kevin en busca de su confirmación.

—No tendría problemas en que vosotros dos trabajaseis juntos. Pero no quiero tener que besar a Eileen en el próximo evento empresarial —dijo Kevin.

—Te protegeré, lo prometo —le dije a Kevin, a la vez que Owen se me acercaba rápidamente, me cogía del brazo y me arrastraba hacia su escritorio.

Estábamos en la misma onda. Si alguien quería un pedazo del pastel tan seriamente como para matar por él, probablemente tenía alguna urgencia financiera. Tal vez lo suficientemente grande como para que fuera pública; como un problema legal. Si podíamos averiguarlo, no solo reforzaría mi teoría, me acercaría además al sospechoso con una información persuasiva. Le prometí a Owen compartir la información que tenía, y me asombró lo fácil que podía ser ofrecerle eso a alguien que te agrada y respetas.

Saltamos de portal en portal en Internet, aunque para mi decepción, no encontramos nada sobre Tessa. Lindsay no era una candidata, pero de todas maneras la investigamos y solo encontramos un par de menciones por eventos que había realizado para Daniel. Descubrimos que Francesca compartía su nombre con una microbióloga de sesenta y cuatro años que tenía una página web un poco estrafalaria sobre una especie de tortuga en extinción. Helen había sido una estrella del atletismo en la Universidad de Connecticut y participaba mucho en actividades de antiguos alumnos. Megan era anfitriona de una página de aficionados a That '70s Show, una página que rozaba un poco lo obsesivo, pero que estaba bien hecha. Y justo cuando comenzaba a pensar que esta teoría no arrojaría nada bueno, sino otro ladrillo en la pared, nos enteramos de algo más. Dos semanas después de que Garth Henderson muriera, Wendy se declaró en bancarrota.