Capítulo 17
Querida Molly:
¿Es verdad que siempre le hacemos daño a las personas que queremos? ¿Es porque las personas que queremos están con nosotros el tiempo suficiente como para que cometamos errores que pueden hacerles daño, o porque se dan cuenta cuando hacemos algo hiriente y, en cambio, el resto de las personas no lo nota? ¿O acaso ponemos a prueba a las personas que amamos para ver cuánto nos aman, pero después eso nunca acaba bien? ¿Y por qué es el doble de difícil cuando ellos nos hacen daño?
Firmado,
Valentín Vulnerable
No estoy hecha para funcionar con solo dos horas y quince minutos de sueño. Creo que mi cantidad óptima de horas es ocho, aunque nunca llego a tanto a menos que esté enferma, o de vacaciones, o haya tomado algún sedante. Trato de dormir un promedio de seis horas, y complementarlo con infusiones periódicas de cafeína durante las horas de trabajo. En aquellas ocasiones en que ni siquiera llego a las cuatro horas, se me puede ver impaciente, arisca y poco tolerante con las manías de mis colegas masculinos. Esos son los días en que debería quedarme en casa, o al menos escondida tras mis gafas de sol y bebiendo café todo el tiempo hasta que mis células cerebrales consigan sacudirse el estupor; pero esos son los días en los que salgo al mundo y acabo metida en problemas.
Me desperté en un apartamento vacío, el contestador y el móvil en silencio, y un sentimiento de pavor. Eran las siete y media y me sentía completamente desorientada: tenía que descubrir hasta qué punto había destrozado mi relación de pareja, conseguir una forma de lidiar con el artículo, ver qué repercusiones tenía eso en Wendy y compañía, y asegurarle a Eileen que todo estaba bien mientras ella se preparaba para la gala.
Debería haberme quedado en casa.
Dándole vueltas a los sucesos de la noche anterior, tenía que resolver cómo manejar las cosas con Kyle, y analizar cómo Wendy había logrado salir de la lista de sospechosos. Alrededor de las tres de la mañana, cuando iba ya por mi segunda bolsa de palomitas de maíz y por la tercera vez que escuchaba el disco Home Plate de Bonnie Raitt, decidí dedicarme al trabajo y posponer mi problema con Kyle por un tiempo, porque si desatendía mi trabajo para solucionar eso, en cuanto estuviera resuelto tendría que cambiar de dirección y volver a trabajar en el artículo, lo que potencialmente podía deshacer el trabajo con Kyle. Además, sabía cómo seguir adelante con el artículo, pero definitivamente no sabía qué hacer para solucionar lo mío con Kyle.
Cuando sonó el despertador, me desperté sin respuestas y con tortícolis. Me sometí a la ducha más caliente que podía soportar, lo que aflojó un poco mi cuello, pero no me ayudó a llenar los vacíos de mi teoría. Me zampé un capuchino y un zumo de melocotón y me embutí en una falda color caqui y una blusa verde, esperando que alguna interacción química entre todas esas fibras naturales, de alguna manera, me infundieran la energía y la buena voluntad que necesitaba para salir adelante. Antes de salir a la calle, llamé al hospital y me dijeron que tanto el señor Willis como el señor Mulcahey descansaban cómodamente; supuse que «cómodamente» era un término del hospital, no de ellos.
Me preguntaba si debía llamar a Kyle y dejarle otro mensaje, pero sabía que podía confiar en que Ben le entregaría el mensaje de la noche anterior, lo que dejaba la pelota del lado de Kyle. Solo tenía que esperar. Y ese no es uno de mis pasatiempos favoritos.
Aunque hay gente a la que le gusta esperar. O esperar por mí, en cualquier caso.
Hice un repaso de lo sucedido la noche anterior, y decidí que tenía que hablar otra vez con Kimberly, la sobrina de Ronnie, y averiguar por qué le estaba dando cierto tipo de información a Peter, y a mí me daba otra completamente distinta. Ya no me vendería la imagen de la sobrina preocupada. Ella quería algo. Todas las personas del sistema solar que giraban alrededor de Garth Henderson parecían estar constantemente a la pesca, buscando el siguiente paso, el aumento, la información secreta.
Quizás en cierto nivel todas las relaciones humanas son una serie de negociaciones: ¿Qué es lo que hace que trabajemos juntos, durmamos juntos y permanezcamos juntos? Pero según creo, para bien o para mal, un aspecto significativo de la carta de derechos sociales requiere que el negocio esté envuelto en cierta cuota de sinceridad, sentimientos verdaderos, y un deseo por interacciones valiosas. Con este grupo, la más completa rapacidad era lo desconcertante. Y la idea de que apenas estaba separado de la gente que conozco. Incluida yo.
Traté de no obsesionarme con esta última idea mientras caminaba hacía Willis Worldwide. Descarté mi clásico deporte de mirar a la gente para reflexionar sobre cuál sería el punto de vista de Kimberly en todo este asunto. ¿Actuaba en nombre de su tía, en defensa de su tío, o tenía algún interés propio en todo esto?
Estaba tan absorta en mis pensamientos, que caminaba con la cabeza gacha para concentrarme. No es la mejor forma de pasearse por Manhattan. Es como si un receptor de fútbol americano corriera con la cabeza gacha hacía la zona de touchdown: no ves las diferentes opciones, ni las posibles amenazas, y no puedes planear a tiempo una ruta alternativa si te ves bloqueado. Debería haber dejado la cabeza en alto. Así podría haber visto a Lindsay acercándose.
En cambio, tropecé con ella antes de darme cuenta de que estaba frente a mí, y comencé a pedirle disculpas sin haberla reconocido. No dejé de disculparme al darme cuenta de que era ella, pero el shock del reconocimiento me hizo tartamudear por unos momentos.
—¡Molly, el mundo es un pañuelo! —dijo alegremente, como si nos hubiéramos visto por última vez en una celebración del compromiso de una pareja.
—Y muy pequeño —maticé. Soy una persona que cree mucho en la sincronización, las cosas suceden por algún motivo, y si Lindsay hubiera sido un hombre con el que hubiera tropezado, hubiese tomado este tercer encuentro consecutivo como una señal divina que me indicaba que debía seguirlo a todas partes, o al menos invitarlo a comer. Pero en cambio, como era mujer y estaba relacionada con un asesinato que yo investigaba, lo tomé como una señal de que no había ninguna posibilidad de hacerlo—. ¿Hacia dónde ibas?
—Vine a recoger algunas cosas de la oficina de Ronnie para un nuevo cliente con el que hemos empezado a trabajar —dijo; me preguntaba por qué ninguna de las dos oficinas tenía asistentes o mensajeros disponibles para ese tipo de tareas—. También vine a recoger mis zapatos para esta noche —agregó y señaló hacia el final de la calle.
Esta noche. La gala. Ni siquiera pude esbozar una sonrisa. ¿Realmente debía ir? No tenía ni zapatos, ni vestido; no había hablado con mi pareja en las últimas doce horas; y la sola representación mental de mi jefa pavoneándose frente a todo el mundo, sin importar lo noble que fuera la causa, hacía que no me tentara en lo más mínimo acudir a la gala.
Lindsay ladeó la cabeza con curiosidad, escudriñándome.
—Vendrás, ¿no es verdad? —Su voz se volvió hermética y su sonrisa, fría. Sabía que sería una gran noche para la agencia por el lanzamiento del perfume, pero no comprendía qué importancia podía tener para Lindsay que yo acudiera o no—. No tendrás algún problema, ¿no? —insistió.
Me cogió del brazo apretándome con más fuerza de la necesaria. Me balanceé hacia atrás y perdí el equilibrio, más que por su ademán, por dos pensamientos que se cruzaron por mi cabeza: ¿Por qué es tan importante para ti?, y: Me estás siguiendo. Rápidamente, los dos pensamientos se unieron en uno solo: ¿Por qué es tan importante para ti como para que me estés siguiendo?
No nos habíamos cruzado por una cuestión de sincronización, coincidencia, o por determinada alineación de los planetas. Nos habíamos cruzado porque Lindsay me estaba siguiendo. Su esposo y ella no habían pasado por el Hotel Carlyle de camino a Girasole por simple coincidencia; ella lo arrastró hasta allí porque sabía que yo estaba allí con Kyle. Trajo a Wendy al pub Lenox porque sabía que yo estaba allí con mis amigas. Y ahora estaba allí, frente a la oficina de Ronnie, porque sabía hacia dónde iba yo. ¿Quería evitar que yo entrara allí? ¿O pretendía averiguar qué deducciones había hecho de lo sucedido la noche anterior?
—¿Quieres ver los zapatos que me he comprado para esta noche? —preguntó, disminuyendo la presión sobre mi brazo, pero intentado alejarme de la entrada del edificio de Ronnie—. No suelo malgastar el dinero en zapatos, pero no pude resistirme a estos. Hacen que desee tener un vestido más corto para poder lucirlos mejor. —¿Por qué no quería que entrara en el edificio? ¿También intentaba proteger a Ronnie? ¿Era parte de la estrategia de equipo de Lindsay y Wendy para presentar, después de lo sucedido la noche anterior, un frente unificado en su defensa?
Liberé el brazo de su llave.
—No debería eludir mis obligaciones —dije, retorciéndome por dentro por la falsedad de mis palabras—. Aunque no sé cómo resistiré hasta esta noche para ver tus zapatos.
—Entonces, vendrás a la gala —dijo, aliviada.
—Siempre y cuando termine con mi trabajo y Eileen no me deje encadenada al escritorio —le aseguré.
Suspiró profunda y comprensivamente.
—Los jefes te vuelven loca. —Se pasó la mano por el pelo.
—Es difícil encontrar un jefe que merezca ser adorado —dije.
Su mano se detuvo a mitad de camino en el pelo. Me preparé para recibir una respuesta despiadada o, en su defecto, para pedirle disculpas, pero su mano no se había detenido por mi declaración, sino porque el colgante de la pulsera se le había enredado en el pelo. Me acerqué a ella para echarle una mano, pero se puso de costado, y me hizo un gesto con la otra mano para darme a entender que podía arreglárselas sola. Mientras trataba de liberar el colgante, pude ver el reflejo del eslabón que unía el colgante con la pulsera. O, mejor dicho, el no reflejo. El eslabón era opaco y parecía muy barato. No se correspondía con el resto de la pulsera. Como si el colgante se hubiera roto y hubiera sido rápidamente reemplazado, en un lugar distinto de Tiffany, para que nadie lo notara.
Procuré respirar sin alterarme y no hacer conclusiones apresuradas. Hay muchas formas de que un colgante se suelte de una pulsera. Hay diferentes razones para reparar una pulsera de Tiffany en un lugar distinto a Tiffany. Y hay muchísimas razones para matar a tu jefe.
Lindsay malinterpretó mi quietud con incomodidad.
—No pasa nada. Ya lo tengo —dijo, dando un tirón en su cabellera y liberando el colgante junto con algunos pelos. Quitó los pelos del colgante moviendo los dedos con gran agilidad. Miró alrededor en busca de un lugar donde tirar los pelos, pero como no encontró ningún sitio apropiado, los depositó en el bolsillo de su chaqueta. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar, como solía decir mi abuela. Eso me hizo preguntarme de qué otras cosas era capaz de deshacerse Lindsay.
Escoger un sospechoso de rebote era mucho más peligroso que escoger a un hombre del mismo modo, pero no podía quitar mis ojos de Lindsay. ¿La había pasado por alto por su gran autocontrol y tranquilidad, dado que no estoy muy familiarizada con ninguna de las dos cualidades?
Todos opinaban muy bien de ella, aunque se mantenían distantes. Era la mujer casada. La mujer maternal. La diferente. Mientras todas se abrieron camino para llegar a la cama de Garth y, así, congraciarse con él, ella había quedado al margen. Debe de ser exasperante ver que tus colegas triunfan porque han tomado un atajo que tú no puedes tomar. La gente pasa por encima de una gran variedad de consideraciones morales diariamente; pero esta era enorme. Podía comprender por qué ella no había escogido ese camino, pero también me daba cuenta de lo injusto que le debía resultar. En especial, si existía el rumor de que ascenderían a alguien después de que se anunciara la fusión. Me había contado que ella y Daniel estaban desesperados por conseguir dinero. Sin embargo, la ladera desde la frustración hasta el homicidio era bastante empinada. ¿La habría escalado?
De repente, consciente de que permanecía quieta sin decir nada, esbocé una sonrisa.
—Gracias por invitarme, pero debo irme. Me ha gustado verte —tanto que tenía la carne de gallina.
Se movió inquieta.
—Lo mismo digo.
También yo me movía intranquila, y parecía como si las dos interpretáramos un incómodo pasodoble, con una coreografía marcada por la ansiedad. Ella no quería dar el primer paso en ninguna dirección hasta saber hacia dónde me dirigía yo, y yo intentaba decidir hacia dónde ir para poder volver sobre mis pasos y seguirla. Deseaba equivocarme en mis pensamientos sobre ella porque disfrutaba de su compañía y tenía cierta envidia de la relación que llevaba con su marido; pero si me equivocaba, debía averiguarlo lo más pronto posible.
En especial, porque empezaba a darse cuenta.
—¿Te encuentras bien, Molly? —preguntó, acercándose hacia mí e intentando cogerme del brazo. Tuve ganas de alejarme de ella, pero tan solo me incliné hacía atrás, pues no quería ofenderla al apartar mi mano de su alcance.
—Sí, estoy bien. Solo pensaba en todas las cosas que tengo que hacer. ¿Y tú cómo estás?
—Estupenda.
—Bien.
—Sí.
Las dos pestañeamos al mismo tiempo. Qué fantástico sería el mundo si todos dijéramos exactamente lo que pensamos lodo el tiempo, si no ocultáramos cosas, ni mintiéramos, ni fingiéramos, y solo dejáramos que la verdad saliese franca y sin adornos, y la gente nos respondiera de la misma forma. ¿El mundo sería un sitio más tranquilo y feliz porque todos viviríamos en armonía? ¿O sería más tranquilo y feliz porque todos nos hubiéramos matado hace tiempo?
—Tendré que volver por aquí en otro momento, tal vez espere hasta el lunes —dije, interrumpiendo nuestro cara a cara de la manera más amable posible—. Me alegra haberte encontrado. Debo ir a buscarme un vestido. Nos vemos esta noche. —La cogí de la mano y le di un apretón en señal de despedida, y me sorprendió lo fría y húmeda que estaba.
Retiró la mano con rapidez e hizo un gesto por encima de su hombro.
—Yo debo ir a por los zapatos —se despidió, y giró para emprender una veloz retirada. Me acerqué al bordillo para llamar a un taxi, pero me crucé de brazos y la observé alejarse. Pasó de largo por dos tiendas de zapatos y atravesó la avenida Madison. Creía que había señalado hacia una de esas tiendas, y por tanto, me había mentido en cuanto hacia dónde se dirigía. ¿Por qué me había mentido y a dónde iba?
Caminé hacia Madison, tan absorta en la observación de Lindsay que choqué con un cochecito empujado por una canguro que me insultó de todas las formas existentes en un idioma que no pude identificar, y me abrí paso a empujones para avanzar entre la muchedumbre. Por fortuna, ningún transeúnte se ofendió por los empellones, ni derramó su café sobre mí. El único daño real que causé fue enganchar con el bolso el cable de los auriculares del iPod de un tío, desconectándolo de su mundo musical matutino, lo que no le agradó mucho. Pero no pude detenerme a pedir disculpas, ya que Lindsay había desaparecido por una calle lateral.
Las mujeres en Manhattan invierten una gran cantidad de tiempo, dinero y energía para sobresalir entre la multitud, pero, en ese momento, hubiera pagado cualquier suma de dinero por una sudadera de las que nos hacían usar en educación física en el colegio, o por cualquier otra cosa que me sirviera para fundirme con la muchedumbre y transformarme en invisible mientras perseguía a Lindsay. Aunque me di cuenta de que de esa manera sobresaldría aún más entre el gentío, pues estaba lleno de personas vestidas de una manera similar a mí, y, por otro lado, hacía mucho tiempo que no veía a nadie con una sudadera. Tenía el camuflaje perfecto para la Gran Manzana: vestida con mi estilo personal, que coincide exactamente con el estilo personal de todos los demás.
Seguirle la pista a alguien a pie era algo nuevo para mí, y no sabía cuánto debía acercarme. Lo bueno es que ella no miraba hacia atrás, caminaba rápido con la cabeza gacha. Cuando empezaba a creer que ella en verdad solo iba a comprar zapatos y demás cosas para la gala, se detuvo. No frente a una tienda, sino frente a una iglesia.
Se me cortó la respiración al pensar que Lindsay podía parar allí con intenciones de confesarse, preocupada por que yo hubiera descubierto su culpabilidad en la muerte de Garth. Aunque deseaba que se confesara conmigo, podía comprender que primero quisiera estar en paz con su corazón y su alma. Pero no parecía una decisión fácil. Incluso a cien metros de distancia, podía notar cómo titubeaba junto a las escaleras de la entrada principal. Tras un instante, cobró ánimos, subió por las escaleras, y desapareció en el interior de la iglesia.
Me acerqué a la iglesia, a la par que me regañaba a mí misma por mis grandilocuentes teorías espirituales. Ella no había ido allí a confesarse, sino a visitar a su esposo. La iglesia era St. Aidan, donde tenía su sede la organización Rising Angels, en la que trabajaba Daniel. De hecho, ya había estado en la iglesia con anterioridad, pero ahora estaba tan absorta en perseguir a Lindsay que no había reconocido la manzana. Podía tener mil razones distintas para visitar a su marido en mitad del día. La razón que tenía en ese momento, ¿era de alguna importancia para mí? ¿Cuánto me atrevería a acercarme para averiguarlo?
Ahora era yo la que se balanceaba indecisa a las puertas de la iglesia. No existía ninguna posibilidad de hacerlo pasar como una coincidencia el que yo apareciera unos momentos después de que Lindsay entrara en la iglesia; y no se me ocurría ninguna pregunta para hacerle que justificara mi persecución y, además, que no le advirtiera de mi creencia en su culpabilidad. ¿Podía presentar algún argumento que justificara mi necesidad de hablar con Daniel, algo sobre el impacto de la muerte de Garth en las familias de sus empleados, la reacción en cadena que genera un homicidio, etc? No, si me parecía rebuscado a mí, a ellos también.
Sin embargo, no podía marcharme. La idea de que Lindsay se quebrara y exteriorizara toda su frustración, resentimiento, o cualquier otra cosa que yo ni siquiera había considerado aún, se volvía cada vez más atrayente; y sentía que no podía irme sin intentar reunir más evidencias. Esperando que se me ocurriera una excusa inteligente y creíble que decir cuando me encontrara con Lindsay y Daniel, crucé la calle intentando mantener el corazón dentro del pecho mientras empezaba a subir las escaleras.
Había ascendido siete escalones cuando escuché la voz de Lindsay que provenía del interior del recinto. Una voz masculina, presumiblemente la de Daniel, le contestaba. La parte de mi cerebro que se ocupa de elaborar excusas y coartadas se nubló y mi resolución se derritió como un caramelo. Miré a mi alrededor como una loca y bajé las escaleras en busca de un rincón donde ocultarme. Por fortuna, encontré una puerta al nivel de la acera en uno de los costados de las escaleras. Una cartel de madera oscura sobre la puerta decía: «Tienda de Artículos de Segunda Mano para Causas Benéficas».
Abrí la puerta y entré, justo en el momento en que las voces de Lindsay y Daniel se escuchaban ya realmente cerca. Permanecí junto a la puerta con el picaporte en la mano, mientras intentaba recuperar el aliento y rezaba por que no me hubieran visto. No estaba orgullosa de haber entrado en pánico, pero pensaba que había varias razones para no haber jugado esta mano: no enfurecer a un asesino era la más importante.
Después de un momento, supuse que había logrado evitar a Lindsay y Daniel, pero para asegurarme, opté por cerrar la puerta de la tienda y dar una vuelta por allí dentro. Era un laberinto claustrofóbico de ropa, muebles para el hogar, libros y otros abalorios. Tres mujeres mayores, las tres con los cabellos blancos rizados y vestidas con rebecas, estaban sentadas en pequeñas sillas detrás del mostrador, tejiendo. Me miraban extrañadas, pero quién podía culparlas por ello, ya que yo actuaba de manera extraña. Sonreí a modo de disculpa, no quería incomodarlas con mi presencia.
—¿Puedo echar un vistazo?
La más pequeña de las tres, arrugada como una pasa, asintió de manera enfática.
—Estamos para ayudarte, cariño —dijo, agitando una amenazante aguja de tejer que hubiera servido para ensartármela en caso de que optara por portarme mal. No podía asegurar si era un mensaje subliminal, pero no era mi intención desafiarla.
Se lo agradecí, respiré hondo, y me dispuse a examinar las distintas montañas de ropa para decidir en cuál hurgar primero. Por encima del olor a polvo, lana y algodón, había una fuerte fragancia de algo claramente marcado que me mareaba. A pesar de que no podía determinar de dónde provenía, sabía perfectamente de qué se trataba. Era, como suelen decir, el dulce perfume de Success.
Me giré lentamente hacia donde provenía el olor; no quería hacer demasiados aspavientos frente a las mujeres para no sobresaltar a la más pequeña, armada con la aguja de tejer.
—¿Vendéis perfumes aquí?
La que estaba en medio de las tres, una criatura delgada y de voz aflautada, golpeó con su aguja de ganchillo en el mostrador.
—Tenemos algunos frascos de White Shoulders y media caja de Britney Spears en el depósito.
—Pero siento el olor de un perfume distinto —dije, sorprendida de que ellas no pudieran notarlo.
—Ah, eso —replicó la pequeña—. Alguien ha derramado perfume en algún lado, pero no hemos podido detectar dónde —señaló con la aguja hacia la pared que daba al exterior—. Probablemente provenga de aquellas cosas que aún están por desembalar.
Contra la pared había un cúmulo de bolsas de papel y de plástico apiladas de forma desordenada. Recordé las bolsas que Lindsay tenía sobre el sofá en su oficina, y me acerqué hacia la pila.
—¿No las habéis desembalado por alguna razón? —pregunté con aire distraído.
—Es una tarea que corresponde al grupo de jóvenes —dijo la del medio, frunciendo el ceño en desaprobación—. Aún no han podido hacerlo.
—Una pandilla de mocosos presumidos e inútiles —resopló la tercera, una mujer de constitución maciza que no había parado de tejer desde que había entrado.
—¿Les importa si echo un vistazo? —pregunté, de pie junto a la pila. El olor se había hecho más patente al acercarme, a no ser que me estuviera dejando llevar por ilusiones olfativas. No sabía qué me resultaba más embriagador: la fragancia en el aire, o la posibilidad de que estuviera relacionada con Lindsay, único cruce que podía trazar entre el perfume y la iglesia en mi gráfico mental.
Aquellas parcas se consultaron entre sí sin decirse palabra, luego se giraron hacia mí y se encogieron de hombros al mismo tiempo. Lo interpreté como una concesión de permiso y me arrodillé junto a la pila. El olor invadía todas las bolsas por igual, por tanto lo único que me quedaba era abrir las bolsas una a una, y empezar a escarbar.
Me tomé una pausa para telefonear a Cassady, pero me atendió el contestador. Llamé a Tricia y me cogió ella.
—¿Te interesa salir a hacer unas pequeñas compras? —le pregunté. Por el rabillo del ojo podía observar que las señoras habían retomado sus tareas de tejido y murmuraban entre ellas.
—Deja que examine si todavía tengo pulso. Sí.
Le expliqué dónde me encontraba y me dijo que estaba de camino. Guardé el móvil en mi bolso y abrí la bolsa que estaba encima.
Cuando veinte minutos después llegó Tricia con aspecto fresco, limpio y peinado, yo me sentía sudorosa y maloliente. Las señoras se reanimaron con su entrada: no se por qué, ya que no había nada en su conjunto de Missoni que indicara que fuera una asidua concurrente de tiendas de artículos de segunda mano. Pero Tricia suele generar ese efecto en la gente. Incluso en mí.
Le llevó un momento reconocerme con tanta bolsa a mi alrededor, pero acto seguido se quitó sus zapatos de Via Spiga para echarse en el suelo junto a mí.
—Nos podríamos haber encontrado en el altillo de la casa de mi abuela para hacer esto, allí además tendríamos una copa de martini para cada una —dijo afablemente.
—Si el altillo de la casa de tu abuela oliera al perfume Success, averiguaría con quién ha estado jugando al bridge, ya que tal vez estaría relacionada con el asesinato de Garth Henderson —le respondí. Tricia me miró entre sorprendida y encantada.
—¡Oh! ¡Esto es por trabajo! Mucho mejor —cogió una desteñida sudadera Fordham de la bolsa y la olió, lo que ocasionó una serie de estornudos extremadamente potentes para una nariz tan delicada. Mientras revolvíamos las bolsas, sentadas en el suelo, intentando encontrar la procedencia del olor, no podía evitar recordar la cantidad de veces que habíamos hecho el equipaje juntas, como punto final de una aventura o preparación de un nueva, y siempre fortalecidas por saber que íbamos juntas hacia delante. Esperaba que eso se mantuviera como una constante en mi vida. También imaginaba los momentos en los que nos reuniríamos en hospitales para celebrar un nacimiento, pero hasta ahora solo íbamos juntas a las salas de urgencias por culpa de mis contratiempos. Supongo que las cosas se deben hacer paso a paso.
—¿Qué piensas de Aaron? —preguntó Tricia, retrocediendo ante una bolsa llena de zapatos viejos. Apresuradamente volvió a hacerle un nudo a la bolsa y la colocó en la pila de cosas ya registradas.
¿Estaría recordando las mismas cosas que yo?
—Parece interesante. Una persona tranquila.
—Ya ha pasado tiempo desde la última vez que hibernó con alguien del mismo estilo. Me pregunto si algún día se le pasará.
—Tal vez nunca.
—Ese día tiene que llegar —sonrió Tricia.
—Y nos adaptaremos —traté de asegurar.
Asintió sin mirarme. Quise continuar con mi línea de pensamiento, pero al abrir la siguiente bolsa un penetrante olor a Success me golpeó en la cara como en esas cajas con sorpresa que al abrirlas lanzan un puñetazo; comencé a estornudar sin parar. Tricia también reaccionó al olor y se inclinó hacia delante para escudriñar conmigo el contenido de la bolsa.
La bolsa parecía contener solo toallas y manteles, pero hecha un ovillo entre ellos había una blusa de seda de color rojo rubí brillante. Tenía un cuello calado muy bien rematado, del que emanaba un profundo olor a Success. Saqué la blusa de la bolsa para examinarla en detalle y, al desdoblarla, un pequeño objeto de color gris cayó estrepitosamente de entre los pliegues al suelo, y quedó entre Tricia y yo. Una pistola parece mucho más pequeña cuando no te apuntan con ella.