Capítulo 18

Querida Molly:

Si hago lo correcto pero por el camino equivocado, ¿sumo puntos para ganarme el paraíso? ¿Le quita gravedad a la situación que lo haya hecho para complacer a alguien que me importa, y no porque sea lo que requiera la ley, la sociedad o el trabajo? ¿Acaso no lo he logrado ya dos veces de esta manera, lo que es en última instancia algo bueno, incluso aunque haya empezado como una simple soplona? Si tengo que justificar tanto lo que he hecho, ¿significa que no debería haberlo hecho en primer lugar?

Firmado,

Un Instrumento en Busca de Conseguir Algo.

El detective Donovan miraba hacia mí y hacia la pistola con iguales sospechas. Tricia estaba aún detrás del mostrador, en su intento por lograr que las tres señoras dejaran de hiperventilar, así que yo estaba sola con su nuevo amigo y su compañero, hasta ahora desconocido, un hombre de voz quebrada y aflautada llamado Novatny que parecía demasiado resentido como para tener más de treinta años. Tal vez la constante diversión de trabajar con el detective Donovan había causado un gran efecto en él.

La blusa y la pistola estaban ahora en esos sobres en los que se guardan las pruebas, y los detectives debatían sobre la conveniencia de llamar a técnicos forenses para que vinieran al lugar y examinaran la tienda minuciosamente. Para su consternación, el sistema de donaciones de la tienda era muy azaroso, sin ningún tipo de control. A menos que los objetos que se donaran fueran de cierto valor, a los donantes se les daba un recibo con una simple declaración del estilo: «Tres bolsas de ropa», o «Dos cajas de utensilios domésticos». Las cuestiones más sutiles se las dejaban a sus contables. Los donantes rellenaban una ficha con su nombre, dirección y numero de teléfono, pero no se les requería ninguna prueba que respaldara la información que proveían. Por lo general, estos recibos eran una cuestión que le concernía a Hacienda, no al Departamento de Policía de Nueva York.

La disposición de las donaciones complicaba más las cosas como habíamos descubierto Tricia y yo, las bolsas se colocaban contra una pared hasta que unas espaldas mas flexibles que las de las tres señoras estuvieran dispuestas a desembalar, clasificar y guardar las cosas. No había forma de vincular los recibos con las bolsas, incluso aunque el donante hubiera dicho la verdad.

Tampoco era de mucha ayuda haber visto a Lindsay vestir una blusa igual, pues no era una prenda única en su género y el nombre de Lindsay tampoco estaba estampado en el cuello. Y la blusa estaba empapada con un perfume que Lindsay no podía usar. O que al menos había dicho que no podía usar. Pero a pesar de lo frágiles que eran estas pruebas, había muchas conexiones como para no creer fervientemente que la pistola era el arma asesina y que debía ser entregada a la policía lo más pronto posible.

Aun así, el detective Donovan me miraba de reojo con gran impaciencia.

—¿Qué hacia exactamente aquí?

—Lo correcto —dije, esforzándome por sonar sincera, y no indignada. De hecho, se me había pasado por la cabeza la idea de pagarle a las señoras lo que fuera necesario para llevarme la blusa, la pistola, y la bolsa en la que estaban guardadas, para luego organizar su contenido y mis pensamientos en la privacidad de mi apartamento, antes de decidir a quién llamar. Pero luego consideré la trascendencia que podía tener la pistola, si era en verdad el arma con la que le habían disparado a Garth. Me había comportado de una manera un tanto arbitraria en el manejo de las pruebas en el pasado, y había aprendido la lección sobre las complicaciones que podría ocasionarme cuando el caso llegara a los tribunales. No quería cometer el mismo error otra vez.

Pero por algún motivo, el detective Donovan tenía problemas para aceptar eso.

—Entonces, dígame otra vez como llegó a encontrar el arma del crimen en esta tienda de artículos de segunda mano, considerando que nosotros la hemos buscado durante dos meses en todos los lugares posibles dentro de lo razonable, y no hemos podido dar con ella.

—No vine aquí a buscarla —le respondí en tono amable y cortés—. Me oculté aquí para que Lindsay no me viera, luego olfateé el perfume y pensé que debía haber una conexión, por eso comencé a escarbar entre las bolsas. —Un desarrollo compacto y ordenado de los acontecimientos, según me parecía, pero el detective Donovan aún se resistía a creerlo. El detective Novatny se había acercado al mostrador para hablar con Tricia y las señoras.

—¿Está jugando conmigo, Molly? —me preguntó Donovan. El enfado comenzaba a invadir sus palabras y gestos.

Su pregunta me resultó hiriente, y me tomé un momento para formular una respuesta antes de abrir la boca. No estaba segura de si intentaba provocarme, o si tenía sospechas genuinas y, por ello, debía andar con cuidado.

—Detective Donovan, sé que anteriormente tuvimos un malentendido —dije con mi tono de voz más profesional—, pero siempre ha sido mi intención ser de utilidad.

—Entonces, ¿por qué me hace perder el tiempo? Espera que crea que todo es cierto, y que no es alguna especie de trampa o señuelo que usted y Mulcahey han tramado.

No sabia cuál de las dos cosas me resultaba más insultante que pensara que tenía algún interés en tenderle una trampa, o que lo hiciera junto con Peter. Pero la lucha en el barro podía esperar.

—Verifique el arma, detective Donovan. Si no es el arma homicida, le pediré disculpas. Si lo es, usted podrá pedírmelas a mí.

—No le debo nada más que una excursión a la comisaría —me regañó, y me cogió del brazo.

—¿Disculpe?

—Me dará una declaración formal de su ridícula historia para que yo evite quedar como un idiota en el futuro —dijo.

—¿No invertiría mejor el tiempo si hablara con Lindsay? —pregunté, haciendo un gran esfuerzo por mostrarme amable.

—¿Con qué motivo? ¿Por su teoría? Necesito algo más para seguir avanzando, antes de empezar a interrogar a la gente.

—Está bien —dije, en un extraño momento de autocontrol.

Me soltó el brazo. No podía darme cuenta de si estaba enfadado o decepcionado por mi deseo de cooperar.

—Bien. Entonces, vamos.

Me miró cuidadosamente, como si quisiera ponerme en evidencia, pero me limité a señalar en dirección a Tricia.

—¿Le puedo avisar a Tricia de que nos marchamos?

Asintió, pero en ese instante Tricia se acercó a toda prisa.

—¿Qué sucede? —preguntó. Le expuse la situación en los términos más diplomáticos que encontré—. Voy con vosotros —anunció Tricia.

—No es necesario —le aseguró el detective Donovan—. No se le acusa de nada. Solo deseo que me brinde una declaración formal de lo acontecido atento a las circunstancias inusuales...

—Voy con vosotros —repitió Tricia con mayor convicción.

—Entonces, vámonos, porque todos tenemos otras citas más tarde, ¿recuerda? —le dirigí una sonrisa alegre a Donovan, pero Tricia permaneció seria, lo que me llevó a pensar que tal vez su invitación a la gala de esta noche quedaba anulada.

El detective Novatny se quedó allí un rato más para tranquilizar a las señoras y concluir con el registro de la tienda mientras el detective Donovan nos escoltaba hasta la comisaría. La misma comisaría en la que trabajaba Kyle, un hecho que había intentado no recordar durante el mayor tiempo posible. Pero ahora no podía escapar de ello, mientras Tricia y yo pasábamos junto a varias personas que había conocido en algunas recepciones a las que asistí como compañera de Kyle. Nadie se sorprendió al verme por allí, lo que esperaba que significara que Kyle no había puesto un cartel en el que me declaraba persona non grata; pero más de uno se detuvo a observarnos con interés al ver que Tricia y yo seguíamos al detective de ceño fruncido hacia la sala de interrogatorios; y no nos miraban para admirar nuestra indumentaria.

La visita transcurrió en relativa calma. Tricia, sentada detrás de mí en apoyo silencioso, estudiaba cada una de las declaraciones y los gestos del detective Donovan, sopesando sus verdaderos significados e intenciones. No podía saber a favor de quién se inclinaba el marcador, pues se mantenía increíblemente impasible, pero sí podía sentir que llevaba a cabo un examen minucioso de la situación.

El detective y yo mantuvimos las formas durante mi declaración, pusimos los puntos sobre las «íes» y los rabitos sobre las «tés», y fuimos educados el uno con el otro. Fue como se supone que debe ser. Relajado. Profesional. Mantuve mi mente concentrada en la tarea para no distraerme —más que en algunos momentos— con preguntas sobre las repercusiones que tendría todo esto: si el detective Donovan vendría o no a la gala, o si lo haría Lindsay, y si ella habría encontrado sus zapatos. Aunque le expliqué cómo había encontrado el arma y por qué creía que era de Lindsay, sabía que mi teoría sonaba incompleta y carente de pruebas; pero no podía quitarme el nudo que tenía en el estómago que me decía que Lindsay estaba detrás de todo esto. Aunque también respetaba que el detective Donovan se aproximara a los hechos desde un ángulo sólido de la investigación que pudiera sostenerse sin problemas en los tribunales; las corazonadas no pueden presentarse.

Al ponernos de pie para marcharnos, y mientras yo pensaba la forma adecuada de expresar mi agradecimiento por el hecho de que esta situación incómoda hubiera resultado bien, las cosas cambiaron redefiniendo la palabra «incómoda». El detective Donovan abrió la puerta justo en el momento en que Kyle asomaba la cabeza.

—He oído que has tenido novedades interesantes —dijo y se detuvo en seco, sorprendido de verme al otro lado de la mesa. El que le había hablado de las «novedades interesantes», al parecer no le había mencionado mi vinculación con ellas. Nos quedamos todos con esa sensación molesta que tienes al girar una esquina y toparte con una discusión animada que se detiene de manera brusca con tu aparición, lo que solo puede significar que hablaban de ti y no exactamente en términos elogiosos.

—Hola, Kyle —dijo Tricia, con cierto aire preventivamente protector.

—Tricia —respondió con serenidad.

Quise preguntarle cómo se encontraba, dónde había estado, cuándo hablaríamos de nuevo.

—Hola —fue lo único que atiné a decir.

Con un asentimiento igualmente cargado de implicaciones, me devolvió el saludo, y luego miró rápidamente al detective Donovan.

—¿Qué ha sucedido? —me preguntó.

—Creo que soy la novedad interesante.

Kyle comenzó a pellizcarse el labio inferior, se contuvo y guardó la mano en el bolsillo.

—Tendría sentido.

—Encontré un arma que podría estar relacionada con el homicidio de Henderson, por eso llamé al detective Donovan —expliqué, procurando no sonar como la concursante de un certamen de ortografía que se ve aliviada al reconocer la palabra de la semifinal.

No tenía idea de qué reacción podía esperar de Kyle, pero tampoco estaba preparada para la expresión de sorpresa en su rostro, principalmente porque me daba cuenta de que la sorpresa se debía a que yo había actuado correctamente, más allá de que posiblemente hubiera encontrado la prueba principal.

—Muy bien —dijo en voz baja.

—Esperemos a ver qué dice balística —dijo el detective Donovan.

Sabía que Kyle no se refería a eso y me encontré con su mirada, en la que reconocí su aprobación por haber seguido las reglas. No lo había hecho solo para complacerlo. También lo hice porque era lo correcto, pero el hecho de que le complaciera era una bonificación encantadora. Tenía tantas ganas de probarle que los dos podíamos hacer lo que nos gustaba y que todo funcionara a la perfección.

Se permitió esbozar una sonrisa antes de girar en dirección a Donovan.

—Ella tiene un buen historial —dijo Kyle, y ladeó la cabeza hacia mí—. Te veo luego.

—Muy bien —respondí, sintiendo como un peso del que no había sido consciente desaparecía de mi nuca.

—Tal vez te vea directamente en la fiesta de esta noche —dijo, mirando su reloj pensativamente.

Vendría a la gala. Me hablaba, vendría a la gala e iría a casa después, otra vez estábamos en camino. O al menos vendría a la gala, y después veríamos lo que sucedería.

—Está bien —le dije, asintiendo de manera tan entusiasta que parecía tener resortes en el cuello. Me aclaré la garganta como si eso fuera a fortalecer mi cuello y a detener los rebotes de mi cabeza—. Te veré allí.

—Evidentemente, mi día se ha complicado un poco, pero haré lo posible para encontrarte allí. Siempre y cuando siga invitado —el detective Donovan acabó la frase mirando a Tricia y, al hacerlo, se perdió la expresión de perplejidad que ponía Kyle en su rostro.

—Eso dependerá de lo que diga balística —dijo Tricia, ahora los dos detectives estaban perplejos. Ella sonrió—. No me gustaría que aprovechara la fiesta como una oportunidad para arrestar a algún conocido mío —explicó.

—Lo que me lleva a un punto crucial —me dijo el detective Donovan con seriedad. Incluso Kyle reaccionó al cambio en el tono de voz—. Permanezca lejos de los protagonistas de este caso.

—¿Podría darme una lista de quiénes son? —le pregunté.

—Molly —me advirtió Kyle.

—Intento colaborar. Pero nuestra valoración de quiénes son los protagonistas a estas alturas podría ser muy distinta —dije, mostrándome solícita pero sin olvidar el artículo que debía escribir. Podía mantenerme alejada de Gwen y de Ronnie por un tiempo, y quería mantenerme lejos de Lindsay, pero aún tenía trabajo que hacer.

—No se acerque a ninguno de los empleados de GH Inc. o de Willis Worldwide.

—¿Cómo haré entonces esta noche? —le pregunté. De repente, me sentía como Cenicienta enfrentándose a las malvadas hermanastras en la puerta de entrada a la casa.

—Puede ir. Siempre y cuando no hable con ninguna de esas personas.

—¿Entonces con quién voy a hablar?

—Conmigo. Yo responderé por ella —intervino Kyle lanzándole una rápida mirada a Donovan. Al menos ahora, Cenicienta tenía a su Príncipe Azul.

—También debe permanecer lejos de la iglesia St. Aidan. Y de Peter Mulcahey.

Podía percibir en mis mejillas el ardor con que me miraba Kyle. O tal vez me había ruborizado.

—No tengo ningún inconveniente en mantenerme lejos de Peter.

—Y del resto.

—Está bien. Pero, ¿por cuánto tiempo? Debo decirle a mi editor si esto interferirá con los plazos estipulados de entrega del artículo.

—¡No puede hacer eso! —chillaba un poco más tarde Eileen. La situación era más desconcertante que de costumbre, pues estaba de pie sobre su escritorio y me miraba desde arriba, pero literalmente, y no con su acostumbrada desdeñosa posición de superioridad. Suzanne, de manera sumisa, permanecía a sus pies, tal vez para agarrarla en caso de que se cayera, mientras una corpulenta y reconcentrada mujer con un vestido negro que a todas luces era un uniforme, luchaba por hacerle el dobladillo al vestido de Eileen. Los rumores en la redacción decían que la costurera provenía de la sastrería del editor y que la habían convocado para que le diera los toques finales a la indumentaria que Eileen usaría por la noche en la gala. Al parecer, la presión de tener que desfilar ante la beautiful people había destruido la confianza de Eileen en su guardarropa, del que se podían ver grandes pilas de distintas prendas sobre el sofá, lo que hacía que la entrada a su despacho fuera más peligrosa que nunca.

—En realidad, sí, puede —explicaba Cassady, colocándose en el rol de consigliore. Tricia y yo nos habíamos encontrado con ella al salir de la comisaría, cuando se apresuraba a acudir en mi ayuda para salvarme de mí misma. No estuve al corriente de que Tricia le había enviado mensajes de texto pidiéndole que se presentara en la sede policial, hasta que llegó.

Agradecida de que se nos permitiera marcharnos con tanta rapidez, Cassady nos metió a toda prisa en un taxi y ordenó que se nos llevara a mi oficina para que yo le pudiera explicar racionalmente a mi irracional jefa por qué podría haber demoras en la finalización de mi artículo.

—Podrían presentar cargos por interferir materialmente con la investigación, por obstrucción a la justicia, por complicidad...

—¿Por complicidad? No voy a ayudarla —protesté.

—¿Ayudarla? ¿A quién? ¿Quién crees que ha sido? —Eileen exigía una explicación, acercándose al borde del escritorio. Tricia se estiró y, por los pelos, logró apartar el teléfono y una taza llena de café antes de que Eileen les diera una patada.

—Le he aconsejado a mi cliente que no hable del asunto con nadie hasta nuevo aviso —dijo Cassady, con la misma calma que hubiera utilizado para preguntar a Eileen sobre el color del esmalte de uñas que usaba.

El color del rostro de Eileen estaba más acorde con la situación. Roja de ira, miró hacia abajo a Cassady con ceño fruncido, pero como Cassady llevaba unos zapatos Kenneth Coles con tacones de diez centímetros y Eileen estaba descalza, aunque Eileen estaba sobre el escritorio, la diferencia de estaturas no era tan grande como ella hubiera querido.

—No me vengas con estas estupideces de Judith Millar[8]. No permitiré que me roben la primicia.

—Eso no sucederá. La revista de Quinn Harriman tiene las mismas restricciones —le aseguró Cassady. Habíamos hecho algunas llamadas para confirmarlo.

Como Eileen no obtuvo la reacción que esperaba en Cassady, enfiló su furia en mi dirección.

—Te pedí simplemente que escribieras una reseña...

—Me pediste que probara que Gwen Lincoln es inocente y es eso lo que intento hacer. Y lo voy a hacer antes de que se cumpla el período acordado. Pero no podrás aparecer esta noche en la gala y anunciar que tenemos pruebas que exculpan a Gwen —expliqué, procurando emular la claridad de voz de Cassady.

Eileen se enderezó, tirando de la falda y quitándosela de las manos a la costurera con aire petulante. Eso era precisamente lo que deseaba hacer: proclamar por todo lo alto la inocencia de Gwen y luego descender de la pasarela como si fuera la salvadora de la velada. No tenía nada que ver con una cuestión de ética periodística, o de competencia, o de hacer lo correcto. Eileen quería ser la estrella. Si no hubiera estado tan concentrada en la historia, me hubiese dado cuenta de ello.

—Estoy muy decepcionada —dijo Eileen, y casi doy un paso atrás para tratar de esquivar el veneno que salía de sus palabras.

—Yo también —repliqué con sinceridad—, pero te entregaré el artículo a tiempo, y te prometo que te dejará satisfecha.

—Será mejor que así sea —dijo con su tono amenazante, que cada vez se hacía más difícil de distinguir de su voz normal por el constante uso que hacía de él.

—Estoy deseando leer el artículo que, no solo limpiará el nombre de Gwen, sino que dejará claro para toda la ciudad el rol que juega esta revista a la hora de poner las cosas en su lugar —dijo Tricia—. Tu editor le sacará partido a esta historia durante meses por el solo hecho de que te dio la libertad de investigar esta historia, y tú optaste por delegarla en Molly. —Tricia no suele adoptar tonos amenazantes, pero Eileen se echó hacia atrás como un niño pequeño al que le acaban de dar un golpecito en la mano. Tricia le había hecho ver a Eileen su importantísimo rol en la historia, y podía ver cómo Eileen analizaba las posibles combinaciones de avaricia, ambición, y autopromoción para ver de qué manera se beneficiaría más, al quedarse con todo el crédito por cualquier cosa con la que yo pudiera aparecer.

Por mi parte no había problemas. Siempre y cuando pudiera acabar mi investigación. Pero no se me ocurría la forma de seguir con mis averiguaciones ahora que me encontraba en una doble libertad condicional. Era exasperante tener que refrenar mi investigación hasta que el detective Donovan me diera «vía libre», momento en el que ya todo estaría resuelto. Tenía que haber alguna manera de hablar con Lindsay sin quemarme, antes de que eso sucediera. El truco era hacerlo sin que nadie me pillara.

Pero para hacerlo era necesario alejarme de Eileen, que en ese momento imaginaba el futuro que Tricia le había sugerido. Considerando las cosas que las chicas de GH Inc. estaban dispuestas a hacer para conseguir lo que deseaban, las intrigas puramente políticas de Eileen eran casi refrescantes.

Eileen soltó su falda y le hizo un gesto a la costurera para que continuara con su trabajo.

—Está bien, pero si me llegan a robar la primicia...

—No sucederá —le prometí.

—Entonces, ve a trabajar en otra cosa y no causes más problemas. Y no llegues tarde esta noche. No quiero que Emile piense que mi personal es descortés.

Opté por la discreción, conduje a Cassady y a Tricia fuera de su oficina, y cerré la puerta al salir para proteger a las personas sensibles de la redacción de la imagen de nuestra intrépida líder danzando sobre el mobiliario. Eso lo dejaba para la gala.

Nos detuvimos en mi escritorio, y Tricia miró la hora.

—Comer algo nos sentaría bien a todas.

—¿Ya es la hora? —pregunté, distraída por tantos pensamientos aún sin forma que zumbaban en mi cabeza.

—El tiempo vuela cuando te están interrogando —respondió Cassady—. Vamos, busquemos algún lugar para comer en donde te podamos proteger de las legiones con las que se supone que no debes entrar en contacto.

—No tengo hambre, en serio —dije dubitativa; todavía intentaba organizar mis pensamientos inconexos.

—¿Qué vas a vestir esta noche? —inquirió Tricia.

—Todavía no lo sé —respondí.

—Lo primero es lo primero —intervino Cassady—. A menos que no estés de humor para salir de compras.

—En cuyo caso la llevaremos inmediatamente al hospital —prosiguió Tricia—. Pero no al mismo en el que está internado Peter, pues eso disgustaría a más de un detective.

—Y no queremos que eso suceda —enfatizó Cassady, arqueando una ceja, gesto que Tricia optó por ignorar.

—No es tan grave —les aseguré—. Vayamos de compras.

El secreto curativo de ir de compras es la distracción. Te ves atrapada en la imaginación de una situación feliz futura en la que estrenarás el vestido, o los zapatos que te has comprado, y te olvidas de los problemas, las decepciones y las urgencias, al menos por unos momentos. Allí estaba, de nuevo en la tienda Saks, rodeada de un montón de cosas para soñar, pero no podía sacudirme el sentimiento corrosivo de que estaba pasando algo por alto. Algo importante.

Tricia cogió de una percha un vestido de tubo de satén ajustado color limón y lo colocó sobre su brazo para que lo inspeccionara.

—Este vestido te sentaría muy bien. Y resaltaría los reflejos de tu pelo.

Observé el vestido, pero lo único que se me vino a la cabeza fue:

The Yellow Wallpaper.

—¿Qué es The Yellow Wallpaper?

—¿Recordáis la clase de inglés que dimos en el instituto con el profesor Alexander?

—¿Charlotte Perkins Gilman? ¿A ese The Yellow Wallpaper te refieres? —preguntó Cassady desde el otro lado del perchero.

—Aquél en el que la mujer está atrapada detrás del papel de la pared y el narrador describe cómo intenta salir.

—¿Por qué estamos debatiendo sobre los inicios de la literatura feminista en la sección de vestidos de noche de Saks? No solo es irónico, sino también inapropiado —apuntó Cassady, intercambiando miradas con Tricia, quien lentamente depositó el vestido color limón sobre el perchero.

—Tengo un pensamiento atrapado detrás del papel en mi cabeza, y no puedo sacarlo para identificarlo.

—Molly, estás estresada. Has tenido un par de días muy agitados. Muchos tiroteos y pocas horas de sueño. Necesitas relajarte —aconsejó Tricia.

Cassady asintió con firmeza.

—Todavía tienes ese vestido largo azul oscuro que usaste en la boda de Andrea Sebastian, úsalo esta noche, y vámonos ahora a comer algo, y luego, tal vez, a tomar unas copas y solucionar lo que sea que haya que solucionar.

Estuve de acuerdo. Mi tarjeta de crédito no tendría que enfrentarse a otro vestido formal que no pudiera vestir las suficientes veces como para justificar el gasto, y le haría bien a mi pensamiento difuso enfrentarse con una copa de pinot grigio y una ensalada de pollo. Cuando Tricia y Cassady me cogieron una de cada brazo, en gesto amistoso y de apoyo, aquel pensamiento impreciso apareció de repente. Esta sensación punzante no era mi frustración por estar obligada a obedecer al detective Donovan. Era mi frustración por haber sido engañada por Lindsay, que se había presentado ante mí como una amiga. Mientras miraba agradecida a mis dos amigas, me sentí como una idiota por no haberme dado cuenta de las intenciones ocultas de Lindsay. Ella había querido ayudarme, cenar conmigo y con Kyle, para quedar bien. Traté de elaborar un discurso contundente sobre lo repugnante de este tipo particular de traición, pero solo podía pensar en una palabra: «Puta».

Pero a pesar de lo liberador que resultaba sacar ese pensamiento de detrás del papel, me vi sorprendida por un nuevo pensamiento, que se me apareció con tanta claridad como si hubiera sido escrito en la pared expuesta ahora sin el papel: «Lindsay no lo hizo».