Capítulo 6

—Tienes que dejar de decirle la verdad a ese tipo de gente.

Me complacía ver que el carácter de Tricia había evolucionado lo suficiente como para llegar a sermonearme. Cuando la llamé después de salir del pub Flatiron, no estaba muy contenta.

Me fui de allí e intenté autoconvencerme de que la necesidad de respirar profundo solo estaba relacionada con el cambio de temperatura del interior al exterior, y que no tenía nada que ver con Peter Mulcahey. La ciudad intentaba liberar el calor que había acumulado durante el día, y yo necesitaba hacer lo mismo. Absorber tanta información y contener tanto las emociones en un solo día me había dejado un poco mareada, y el whisky, sin haber comido nada, había reforzado esa sensación en gran medida. Quería localizar a Tricia y a Cassady, ver si ellas habían cenado ya, y ordenar los datos recopilados y los acontecimientos sucedidos en el día. Pensé en llamar a Kyle, pero él nunca suele terminar tan temprano, y, además, necesitaba hablar con alguien sobre Peter. Kyle no era el candidato ideal.

Pero cuando saqué el móvil del bolso sentí que eso era solo una excusa para no llamar a Kyle. No tenía nada que esconder: me encontré con Peter por cuestiones profesionales; cualquier otra cosa que haya pasado fue culpa de Peter, no mía. Si le contaba la historia de la manera correcta, Kyle la encontraría hasta graciosa. O no.

Me atendió directamente el contestador y me sentí, sin querer, algo aliviada por ello. Dejé un mensaje alegre en el que le contaba que me encontraría con Cassady y Tricia y que esperaba que me llamara cuando terminara de trabajar. Después de colgar puse en funcionamiento la revisión mental automática que practico cada vez que dejo un mensaje. ¿No había sonado un poco gilipollas? ¿Dije todo lo que necesitaba decir? ¿Había dicho más de lo necesario? ¿Recordé decir «hasta luego»?

Para acallar mis pensamientos, llamé a Cassady. También me atendió directamente el contestador. Mi media de tiros a puerta era terrible esta noche. Le dejé un mensaje diciendo que ni siquiera estábamos cerca de las ocho de la noche y recriminándole haberme abandonado tan temprano. Después, antes de que el proceso de revisión mental comenzara otra vez, llamé a Tricia. Al menos su teléfono comenzó a sonar. Decidí que si también me atendía el contestador sería una señal divina de que debía marcharme a casa, ponerme el pijama, cenar verduras congeladas, y ponerme a revaluar mi vida o a ver Los viajes de Sullivan en DVD.

—¿Cómo te ha ido? —contestó Tricia al tercer tono.

—Peter solo quería tantearme.

—¿Tantearte o meterte mano?

—Podrías tener un poco de confianza en mí, ¿no?

—Solo preguntaba.

—¿Dónde estáis vosotras? Por favor, dime que aún no habéis cenado.

—Bueno, solo puedo hablar por mí misma; estoy en el restaurante Lotus, muerta de hambre.

—¿Dónde está Cassady?

—Me abandonó.

—¿Para ir al lavabo?

—Para encontrarse con el físico.

—¿Estás de broma?

—Eso desearía yo. No me han abandonado tan alegremente desde que lo hizo Doug Crandall en el instituto.

—Me han dicho que se quedó calvo y que se ha vuelto un amargado.

—Gracias, pero eso no cambia la realidad. Me han desechado. Encontrémonos para cenar y hagamos un muñeco vudú del físico con los palillos mientras esperamos la comida.

Esta era una conducta muy irregular en Cassady. Había una frontera entre cancelar un encuentro con amigas porque tienes una cita con un hombre y abandonar a una amiga a la hora de la cena para correr a encontrarte con un hombre. Una verdadera amiga nunca la cruza sin una buena razón. Cassady no había esbozado ningún tipo de excusa, simplemente se marchó. Y además estaba el hecho de que:

—Acababa de comer con él.

—Eso agrava el crimen, ¿no?

Ya eran demasiados secretos: Cassady, Peter, Ronnie Willis. Necesitaba sentarme e ingerir algo que me fortaleciera antes de empezar a buscarle un sentido a todo esto.

—Voy para allá.

—No, prefiero cambiar de escenario. Y de tipo de comida.

—¿Dónde quieres que nos encontremos?

—En el brezal maldito, frente a una caldera[3].

—No, si solo vamos nosotras dos.

—Entonces, al menos vayamos al Village. En el restaurante Employees Only dentro de veinte minutos.

—Mejor en treinta.

—Estás más cerca del sitio que yo.

—No estás teniendo en cuenta mi pésimo karma para conseguir taxis —Cassady puede detener un taxi con menos esfuerzo del que se requiere para cerrar los párpados. En cuanto separa el brazo de la cadera los taxis ya están haciendo cola para llevarla. Tricia tiene una forma más enérgica, aunque no menos exitosa. Extiende la mano y la agita como si fuera a provocar la onda expansiva de Matrix, y algún taxi se detiene. Yo me pongo de puntillas, agito los brazos, me abalanzo contra los taxis, y acabo caminando muchísimo. Cassady dice que tengo que poner una postura más zen. Yo temía que eso significara adoptar una postura alargada, amarilla y con cintas negras a los costados, pero ella me dijo que no debía imaginar que era un taxi, sino que debía proyectar un aura de ser digna de uno.

He ahí uno de los grandes problemas de mi vida. Me preocupa no ser digna: de los taxis, de los novios interesantes y de los buenos trabajos. Eso hace que me esfuerce mucho más por todo, pero que también esté sistemáticamente preocupada por lo que pueda salir mal. Aunque al menos me da una consciencia mayor de cuándo y por qué las cosas pueden estallar en una relación, lo que se refleja en gran medida en mi columna y en mis investigaciones.

Si tan solo pudiera encontrar una explicación no psicológica de mi aversión al metro.

—Eso no es patológico, es una cuestión de práctica —me aseguró Tricia cuando por fin tomé asiento junto a ella treinta y tres minutos más tarde. Naturalmente, ella no había tenido problemas de transporte y había llegado bastante antes que yo—. Cuéntame lo de Peter y las entrevistas.

—Primero lo primero. ¿Qué ha pasado con Cassady?

—Hormonas —dijo Tricia con cierto desdén—. Roza lo indecoroso.

—Mi padre me aconsejó una vez que nunca jugara al billar con un especialista en física, pero nunca me advirtió de acostarme con uno.

—Lo que sería la segunda falta indecorosa.

—¿La segunda vez que se acuestan juntos?

—La segunda vez que tu padre te habla de esas cosas. Y no insinúo que Cassady ya se haya acostado con el «Científico Desconocido». Solo digo que se comporta como una adolescente.

—¿Sí? ¿Qué te ha dicho?

—Nada. —Tricia hizo una pausa, y entornó los ojos para observar cómo asimilaba yo la información—. Ni una sola palabra.

Era extrañísimo. Cuando Cassady conoce a un hombre nos da un informe tan completo que la mismísima CIA se avergonzaría de sus propios expedientes. Una valoración física, psicológica y romántica elaborada por una mujer con un sentido implacable de lo que le gusta y lo que no le gusta en todos los aspectos de la vida, en especial los hombres. Así pues, que ella no ofreciera ningún tipo de información no era para nada común.

—Tal vez todavía no se ha formado una opinión de él —dije intentando encontrar una explicación.

Tricia arrugó la nariz de manera burlona.

—¿Y por eso me abandonó? ¿Para formarse una opinión de él? Tal vez nosotras debamos formarnos una opinión de él para entender por qué hace que nuestra querida amiga se comporte de una manera tan poco común en ella.

Me detuve con el vaso a medio camino de mi boca. «Una manera tan poco común en ella.» Sabía que Tricia hablaba de Cassady pero, aunque compartía sus preocupaciones, me acordé repentinamente de Gwen Lincoln con toda su fingida compostura. Cuando la entrevisté, estuve pintando un cuadro ya enmarcado por todas las pesquisas que había hecho ya: una mujer muy hábil para los negocios, una anfitriona perfecta, siempre al mando de todo. Pero, ¿y si ella se había involucrado en una relación que lo había cambiado todo, tal vez despechada por otra relación anterior frustrante, y en busca de algo que la hiciera sentir completamente distinta? ¿Y si Gwen Lincoln y Ronnie Willis tenían algo entre ellos? ¿Y si habían matado a Garth para lograr una unión más perfecta —y que nuestros padres fundadores me perdonen el giro lingüístico—, una fusión en todos los niveles posibles?

Coloqué mi vaso sobre la mesa.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué has podido averiguar? —me susurró Tricia en un tono despreocupado.

La puse al corriente de mis entrevistas con Gwen y Ronnie, y del golpe de gracia de Peter. Me pidió más detalles del encuentro con Peter, pero le dije que eso podía esperar. El balance que hice del día era que no me sorprendía la posibilidad de que Gwen hubiera matado a Garth por su cuenta, o también que Ronnie lo hubiera hecho por la suya. Pero que lo hubieran hecho los dos juntos era algo que no había pensado. Todavía tenía que ir a GH Inc. y hablar con el harén para hacerme una idea del valor que tenían para Ronnie, además de escuchar qué pensaban ellas de él, o, más específicamente, de él y de Gwen.

Entonces Tricia comenzó a reprocharme mi sinceridad.

—Si le dices a la gente que publicarás todo lo que ellos te cuenten, no hablarán con total libertad.

—No espero que hagan una confesión en medio de la entrevista, Tricia. Necesito comprender cuál es la dinámica que lleva esta gente para darme cuenta de dónde se ha roto la cadena.

—Aun así —insistió—, deberías ser más zorra. Te hago esta sugerencia porque sé que es algo que llevas dentro.

—Te lo agradezco, aunque en realidad debería insultarte.

—¿Cómo puedes ofenderte, si está claro que se trata de un cumplido? —suspiró Tricia—. Tu habilidad para sonsacar información a la gente es envidiable…

—¿Eso me convierte en una zorra?

—… y odio ver cómo olvidas esa habilidad solo porque ahora sientes que debes abordar la cuestión como una periodista seria.

—Ahora sí, me han encargado hacer un artículo.

—El cual resultaría mucho mejor si hicieras las cosas a tu manera —dijo con sincero entusiasmo— No estoy sugiriendo que lo hagas al estilo Jayson Blair[4] ni nada por el estilo, solo acércate a ellos con cautela. Hazlos hablar de cosas de las que no deberían hablar.

Tenía razón, estaba tan entusiasmada con mi nuevo rol oficial que olvidaba el impacto que eso podía tener en la gente que entrevistaba. Naturalmente, todos iban a esconder sus verdaderas motivaciones para presentarse ante mí con un bonito disfraz apropiado para publicarse en una revista como la nuestra, especializada en bonitos disfraces.

Le prometí a Tricia que reconsideraría mi estrategia antes de la próxima entrevista, pedimos la cena, y ella pasó al siguiente punto en el orden del día.

—¿Cómo está Peter?

—Con una nueva mano de pintura, pero sin una renovación real —le conté que había dejado el Times para irse a una nueva revista, y que había fingido echarme de menos con el objeto de que compartiera mis averiguaciones con él.

—¿Cómo sabes que ha fingido?

Lancé una carcajada para demostrar lo segura que estaba.

—Por favor, Tricia. Se ha hecho la víctima para conquistarme, eso es todo.

Negó con la cabeza, no se tragaba mis palabras pero tampoco estaba dispuesta a discutir el punto.

—¿Has averiguado quién es la informante?

—No es de mi oficina. Conoce a alguien en la oficina de Ronnie Willis, su asistente, creo. Ella le dijo que yo estuve allí. Nada de qué preocuparse.

—Bien. Entonces, no hay motivo para que lo veas de nuevo.

—Tampoco está en mis planes —dije, negando enfáticamente con la cabeza.

—Sí, pero, ¿y en los planes de Peter?

Mi incapacidad para responder quedó encubierta por una clienta que, al pasar junto a nuestra mesa, tropezó y cayó sobre Tricia en el momento en el que se llevaba la copa de champán a la boca. La mujer se deshizo en disculpas, y Tricia, que se las había arreglado para derramar la bebida solo sobre la mesa y no sobre ella, se lo tomó a risa. Yo fui la única que se quedó anonadada al mirar fijamente las dos líneas paralelas del líquido que corrían por los labios de Tricia, como los cortes que Garth tenía sobre la boca según me había descrito Gwen ¿Le habría golpeado alguien en el preciso instante en que se llevaba un vaso a la boca? ¿Alguien con quien se sentía lo suficientemente relajado como para tomar una copa, como Gwen o Ronnie?

Mientras Tricia se arreglaba y el camarero le traía una nueva copa, aparté ese pensamiento de mi mente, pospuse todo tipo de consideraciones sobre Mulcahey, y conduje la conversación de nuevo al tema de Cassady. Admitimos que nos alegraba que hubiera encontrado a alguien tan irresistible solo queríamos conocerlo y darle la oportunidad de que nos confirmara lo que pensábamos.

Cuando volví a casa, después de comer una deliciosa ensalada de mariscos y escuchar los comentarios subidos de tono de Tricia sobre los físicos, el asunto de Peter había caído en el ranking de mis pensamientos colocándose por debajo de Eileen y por encima de la deuda pública. La idea que, a empujones, seguía escalando posiciones en ese ranking era que Gwen y Ronnie estaban compinchados.

Fui a recoger mis notas y descubrí un post it encima de la pila de hojas «Mira en el congelador antes de empezar a trabajar. Llegaré tarde». Me preguntaba en que momento Kyle habría podido ir al piso, y una vocecita en mi cabeza me sugirió que tal vez fuera mientras yo estaba sentada en un bar con otro hombre. Le recordé a la vocecita que no había razón para sentirme culpable, pero cuando abrí el congelador y vi la taza de color rosa y blanco, la culpa se hizo presente.

En algún momento del día, mi maravilloso detective se había detenido en la heladería Baskin-Robbins y había comprado helado de almendras, lo había traído a casa y lo había guardado en el congelador para mí. Helado de almendras debe ser la cena que ponen todos los días en el paraíso Kyle, un fanático del chocolate con menta, encuentra incomprensible mi elección. Pero no intenta disuadirme para que cambie de parecer, algo que aprecio enormemente. Simplemente tenemos a veces puntos de vista diferentes.

Cogí una cuchara del cajón de los cubiertos. Mientras saboreaba el helado lentamente iba buscando cualquier cosa que apuntara a una relación más íntima entre Gwen y Ronnie. El postre estaba estupendo, pero mi búsqueda no llegó demasiado lejos. Aparte de algunos comentarios posteriores a la muerte de Garth sobre los ajustes que se deberían realizar en GH Inc. por la inesperada nueva sociedad, sus nombres rara vez aparecían vinculados en los artículos que tenía a mi alcance. Si ocultaban algo, lo hacían muy bien.

Encontré una fotografía del harén en un artículo sobre Garth. La había visto antes de reunirme con Ronnie, y había notado que el grupo se parecía más a un retrato de modelos publicitarias que al personal de la agencia. Mostraban una gran diversidad estética, y se vestían de forma impecable. Pero el mirarlas ahora de nuevo con el nombre de «harén» dando vueltas en mi cabeza me hacia pensar en una foto de Playboy «Las Chicas de GH Inc.» Ahora me daba cuenta de por que Ronnie se sentía tan atraído.

Hurgué en mi bolso, extraje la tarjeta de visita de Emile Trebask y marqué su número. Si le dejaba un mensaje en el contestador, me podría responder a primera hora de la mañana y aprovecharía su oferta de concertar una entrevista con el personal de Garth lo más pronto posible.

—Hola —su suave voz resonó en mis oídos.

Me llevó un instante darme cuenta de que hablaba directamente con él, y no con su contestador.

—Señor Trebask, soy Molly Forrester de Zeitgeist —Miré la hora en mi reloj. Las diez de la noche. Era asombroso que aún estuviera en su despacho. Un obsesivo.

—Buenas noches, querida Molly —dijo con amabilidad.

—No creí que estuviera trabajando hasta tan tarde, pensé que saltaría el contestador ¿Le interrumpo?

—No estoy en el trabajo y no estás interrumpiendo. Te di el número de mi móvil para una ocasión como esta —dijo. Genial. Tenía el número de móvil de Emile Trebask. Intenté imaginarme dónde podría estar, pero como no me lo dijo, pensé que era mejor no preguntar—. Me alegra que hayas llamado —continuó—, demuestra que comprendes lo importante que es que continuemos comunicados durante todo este proceso.

Una parte de mi ego periodístico se irritó al escuchar eso, pero como lo llamaba para pedirle un favor, no estaba en condiciones de quejarme.

—Gracias.

—Espero que no estés preocupada por lo de hoy. Gwen y yo tenemos una relación muy pasional.

—Es evidente que creen el uno en el otro —dije, aunque su insistencia en la inocencia de Gwen era una de las cosas que la volvían sospechosa. El mejor amigo es el que más defiende tu inocencia. Recordé el consejo de Tricia de utilizar el engaño como arma, y me dispuse a pedirle el favor que necesitaba.

—Me gustaría hablar con las directoras creativas de GH Inc. para saber qué piensan respecto de la incorporación de Gwen.

—Les hace mucha ilusión.

O al menos es lo que demostrarían cuando me encontrara con ellas, supuse.

—Sería estupendo que nuestros lectores vieran a Gwen como un modelo a seguir en...

—Mamá gallina enseñando a sus polluelos. Una maravilla —dijo, y soltó una carcajada que fue rápidamente interrumpida por alguien que le arrebató el teléfono.

—Molly Forrester —dijo Gwen Lincoln con tono firme y enérgico—. Creo que no es necesario que señale que no deseo ser retratada como la mamá gallina, la madre loba, la madre superiora, ni cualquier otra maldita figura maternal relacionada con este grupo de cerebros con tetas.

Un contraste interesante a la valoración de Ronnie sobre el harén. Antes de que tuviera tiempo de abrir la boca para responder, el teléfono cambió de manos nuevamente.

—Estamos cenando, ha sido un día muy largo —se justificó Emile apresuradamente—. Mañana a las diez de la mañana, en GH Inc. Todo el equipo estará allí reunido para ti. Una vez que hayas hablado con las chicas, si quieres podrás hablar de nuevo con Gwen —en un momento en que se encuentre más sobria, pensé.

—Gracias, señor Trebask. Me parece perfecto.

—Como te he dicho, Molly, es un placer ayudarte. Haré todo lo que sea para asegurarme de que la gente conozca a la verdadera Gwen. Quiero proteger su futuro, y más aún viendo que alguien se ha ensañado con su pasado.

—No hay nada malo en mi pasado —escuché que protestaba Gwen con voz ronca—. El error ya está borrado.

—Buenas noches, Molly. Nos veremos mañana por la mañana —cortó Emile, supongo que para sacar a Gwen de cualquiera que fuera el espacio público en el que se encontraban, antes de que ella pudiera decir nada provocativo, incriminatorio y/o embarazoso.

La culpa es algo fascinante, y es aún más intrigante en la gente que debería tener sentimiento de culpa y no lo tiene, que en la que sí lo tiene, o incluso que en la gente que no debería tenerlo y sin embargo lo tiene. Es una idea que me vino a la cabeza ante la repentina aparición de Kyle en casa. Me sobresaltó, no porque me hiciera recordar brevemente a Peter, sino porque me había llevado semanas acostumbrarme a no colocar la cadena para que Kyle pudiera entrar sin llamar. Todavía me asustaba cada vez que entraba en casa.

Dejé el teléfono para saludarlo con una cálida sonrisa y un beso aún más cálido. Me correspondió en ambas cosas, y luego hizo un gesto con la cabeza hacia el teléfono.

—No era mi intención interrumpirte.

—No, he acabado. Cosas del trabajo.

—Un poco tarde para eso.

—Concertando entrevistas para mañana.

—¿Cómo marcha el artículo? —preguntó con una encomiable ausencia de crítica en su tono de voz.

—Ha sido un día muy interesante.

—Eso puede tener muchas interpretaciones. ¿Quieres hablarme de ello? —Por lo general, Kyle prefiere no hablar de los casos en los que trabaja, algunas veces porque se trata de información confidencial, pero principalmente porque intenta construir un espacio en su vida que no se vea contaminado de todo eso. Sin embargo, como está conmigo, es decir con una persona que, por lo general, no tiene secretos, se comporta de manera bastante caballerosa poniéndome un poco al corriente de lo que hace.

Me preguntaba si esta noche no era mejor hacer una excepción. No solo porque el tema era espinoso, sino también porque el día había incluido a Peter. Pero claro, si no decía nada sobre Peter y luego salía el tema a la luz —y eso es algo que las investigaciones me han enseñado: tarde o temprano las cosas que más te esfuerzas en esconder indefectiblemente salen a la luz—, la situación resultaría mucho más incómoda. Además, tampoco tenía mucha importancia que me hubiera encontrado con Peter, así que, ¿por qué no se lo contaba?

Era el momento, lo percibía, la oportunidad única, la energía iba en aumento, igual que cuando estás haciendo surf y sabes que si montas la ola justo en ese momento, volarás, pero si titubeas, la ola te levantará, te golpeará contra la playa, y saldrás masticando arena y con una considerable pérdida de la dignidad. Sin embargo dudé por pensar demasiado en la forma más natural de decírselo.

—Oh, no hay mucho que contar, solo estuve tomando unas copas con un antiguo novio. —Una extraña expresión atravesó su rostro haciéndome perder la concentración—. ¿Qué tal tu día? —pregunté.

Se encogió de hombros, y su extraña expresión se transformó en una sonrisa.

—Nada mal. Cerramos el caso del homicidio de Seidman.

—¡Kyle, es fantástico! —Este caso les había dado muchos problemas a Kyle y a su compañero durante meses. Aunque se les habían asignado otros casos, utilizaban los ratos libres para continuar con la investigación, seguros de tener localizado al asesino pero a falta de la pieza extra del rompecabezas para probarlo—. Tenemos que celebrarlo.

—Ben y yo tomamos unas copas antes de irnos cada cual a su casa. —Ben Lipscomb es el colega de Kyle, un hombre del tamaño de un oso con una gran perspicacia y mucha paciencia—. Pensé que podría continuar celebrándolo contigo.

—¿Quieres que salgamos a cenar? Es tu triunfo, así que tú eliges.

Se pellizcó el labio inferior, lo soltó y rió perezosamente.

—Quedémonos aquí.

Me puse a crear una celebración improvisada: preparé un buen baño caliente y le insistí en que se sentara en la bañera y me dejara fregarle la espalda y mimarlo, mientras me contaba cómo habían descubierto la evidencia final que vinculaba al sospechoso con la escena del crimen, y cómo posteriormente habían obtenido su confesión. Eran tan pocas las veces en las que hablaba de su trabajo que me sentí cautivada tanto por la historia, como por sus ganas de compartirla conmigo. Su entusiasmo por compartir la bañera conmigo también me cautivó, al igual que su preocupación después de que me metiera vestida en la bañera y yo le dijera que mi jersey solo podía limpiarse en seco. La supervivencia de la prenda no era tan importante considerando la situación, pero se ganó unos puntos por doblarla cuidadosamente, empapada como estaba.

Después de salir de la bañera envueltos en nuestras toallas, preparé un par de vodkas con licor de café y hielo; me hubiera encantado tener una chimenea junto a la cual acurrucamos, no porque hiciera frío, sino porque parecía lo más indicado en ese momento. Colocamos un montón de velas sobre la mesa de café, e hicimos el amor enroscándonos en el suelo. Y en el sofá. Y en la cama.

No fue hasta la mañana siguiente, camino de GH Inc., cuando recordé que no le había contado a Kyle nada sobre lo de Peter. Intenté olvidarme del asunto. En ese momento todavía me inundaba la gloriosa sensación de nuestra larga noche de celebración, y a eso se sumaba la adrenalina de mi próxima entrevista.

GH Inc. estaba en la Séptima Avenida; Garth había erigido su empresa con clientes famosos y elegantes y quería que eso se notara. Salir del ascensor fue como entrar en el plató de Julio César pero dirigida por Ridley Scott: todo hecho con pesadas piedras texturadas y con una iluminación espectacular; el sonido rebotaba en todas partes de una forma estremecedora e intrigante, y la joven de detrás del altar de losa que, supuse, debía ser el escritorio de la recepción, tenía una sonrisa dulce y beatífica de doncella vestal. O de alguien que se estaba automedicando seriamente. Por encima de ella se alzaba el icono de la agencia. Aquí no había reproducciones de anuncios; era el estilo de la agencia: «Si tienes que pedir explicaciones de quiénes somos es porque no tienes el dinero para contratarnos».

—Bienvenida —entonó la doncella vestal—. ¿Le puedo ayudar en algo?

Después de que le explicara quién era, otra sirviente del templo fue convocada para escoltarme hasta la sala de reuniones. La seguí atravesando el suelo de pizarra hasta una descomunal puerta de doble hoja que tuvo que empujar con todo su cuerpo para que se abriera. Era, sin duda, el sanctasanctórum.

El harén esperaba dentro. Aún más deslumbrantes en persona, las seis estaban dispuestas alrededor de la mesa de reuniones como si estuvieran esperando a que les hicieran una foto. Todas parecían rondar la treintena, unos años más, unos años menos, disimulados por sus buenos genes, el maquillaje o la iluminación. Detrás de ellas se habían colocado algunos carteles de Success. Por encima de varias imágenes de hermosas jóvenes en diferentes grados de vestimenta —o de desnudez— que posaban frente a jóvenes encantadores, se encontraba la atrevida leyenda: Consíguelo.

Una mujer afroamericana con piel de color caramelo, ojos verdes y perfecta postura, fue la primera en pararse y ofrecerme la mano. Era más alta que yo, incluso sin sus zapatos Miu-Miu, y vestía un espléndido traje color malva de Bottega Veneta.

—¿Señorita Forrester?

—Molly.

—Soy Tessa Hawthorne. Bienvenida a GH Inc.

—Gracias. —Me acerqué para estrechar su mano y sentí una fragancia que tardé un momento en identificar. Olfateé de nuevo.

—Success —Sonrió Tessa.

—Lo que pensaba.

—Todas lo usamos. Como un gesto de bienvenida a Gwen. Además de que es un perfume estupendo.

—No todas lo usamos —corrigió una voz de fumadora que provenía del lado más lejano de la mesa. Era una morena atlética de ojos marrones y labios finos, vestida con una blusa Ellen Tracy blanca y una falda negra de Dana Buchman cuyos pliegues apretaba entre los dedos.

—Wendy Morgan. Wendy es alérgica —explicó Tessa.

—Lindsay, también —dijo Wendy, la morena, en tono defensivo. Señaló hacia el otro lado de la mesa a una rubia angulosa de ojos azul claro y pómulos afilados, que vestía pantalones de espiga, blusa de seda y un hermoso collar. La blusa era de color azul zafiro, lo que aumentaba aún más el impacto de sus ojos. Me dirigió una mirada, asintió, e inmediatamente volvió su atención al cuaderno que tenía frente a sí, del cual rasgaba metódicamente largas tiras de papel.

—Hola. Soy Lindsay Franklin. No puedo usar ningún tipo de perfume, nunca he podido —dijo.

—Lo volvió a intentar en cuanto conseguimos las primeras muestras, pero le provocó una urticaria espantosa —dijo Tessa, arrugando la nariz—. Me daban ganas de rascarme de solo mirarla. La tuvo durante días.

—Tessa —protestó Lindsay, incómoda con el recuerdo o con la atención que se le destinaba.

—¿Por qué lo probaste si sabías que eras alérgica? —pregunté.

Lindsay sonrió con tristeza.

—Sigo pensando que algún día encontraré uno que pueda usar. ¿No sería fantástico que fuera el de un cliente? Es el problema contrario al de Wendy. Puede usar cualquier perfume salvo este.

—«Wendy es alérgica al Success» ¿Sabes cuántas veces me han hecho esa broma desde que empezamos a trabajar en la campaña? —Wendy habló con dureza, pero las demás se rieron, lo que me llevó a pensar que era el tono normal de Wendy.

—Que un tercio del grupo tenga una reacción adversa al producto es algo problemático, por eso el fabricante realizó más pruebas que dieron como resultado que lo que nos pasaba a Wendy y a mí no era normal —explicó Lindsay—. La mayoría de las mujeres podrá usar Success sin ningún problema.

Tessa se encogió de hombros.

—El marido de Lindsay solía trabajar de abogado, por eso ella siempre está controlando todo para protegernos de lo malo.

—No es porque esté casada con un abogado, es simplemente porque está casada —dijo Wendy—. El resto de nosotras ha mantenido su independencia.

Lindsay le dirigió a Wendy una sonrisa tolerante.

—No creo que eso tenga ninguna relación con las cosas de las que viene a hablar Molly, así que, ¿por qué no la dejamos que se siente y hablamos?

Para distraerme de la clara tensión que había entre las dos, Tessa me presentó a las otras tres: Francesca Liberto, una pequeña belleza de pelo negro con una inmaculada piel de color oliva; Megan Carpenter, una delicada pelirroja con pecas que vestía un jersey verde lima ceñido al cuerpo y una chaqueta en perfecta combinación; y Helen Woo, una hermosura asiático-americana de pelo negro cortado al rape y mirada penetrante, que se mostraba imperturbable ante el intercambio de Wendy y Lindsay.

Mientras le estrechaba la mano a cada una, noté que la mayoría llevaba la misma pulsera de Tiffany: un corazón de plata colgando de una gruesa cadena de plata.

—Vuestras pulseras son encantadoras. ¿Son todas iguales?

Excepto Tessa, todas agitaron sus pulseras para enseñármelas.

—Un regalo que nos hizo Garth cuando anunciaron la fusión —explicó Helen, sosteniéndola en alto para que yo pudiera leer la inscripción: Las chicas de Garth. Al parecer «El harén» no era una leyenda muy apropiada para grabar en una pulsera. O tal vez ellas desconocían cómo se las llamaba en el mundo exterior—. Y como reconocimiento de un año excepcionalmente lucrativo. —Les dirigió una sonrisa radiante a sus compañeras; por un momento creí que se lanzarían a dar vivas o que, al menos, entonarían una canción de fraternidad.

—¿No has recuperado la tuya, Tessa? —preguntó Wendy.

Tessa, avergonzada, negó con la cabeza.

—La he roto —me explicó—. Se me enganchó el broche en algún lado y se rompió. Antes se me olvidaba llevarlo a arreglar, y ahora me olvido de pasar a recogerlo.

—Las chicas de Garth. ¿Es un apodo que él os puso o lo elegisteis vosotras?

—Quién puede recordar dónde comienza una idea —dijo Tessa rápidamente—. Trabajamos como un equipo, pensamos como un equipo, y nos llevamos el mérito en equipo.

—Somos los Borg[5] —sugirió Wendy. Parecía ansiosa por sobresalir del resto y aún más ansiosa por que la reunión terminara. No podía darme cuenta de si se mostraba así porque tenía otras cosas que hacer o si no tenía ganas de hablar del tema.

—Os agradezco que me hayáis concedido parte de vuestro tiempo.

—Cumplir órdenes es nuestra especialidad —señaló Wendy, ganándose una mirada de desaprobación de Tessa.

—Emile nos llamó esta mañana para decirnos que querías hablar con nosotras sobre la llegada de Gwen como timonel de GH Inc. Para nosotras es un placer tener la oportunidad de hablarlo contigo —dijo Tessa con suavidad, como si estuviera elaborando sobre la marcha un comunicado de prensa.

Helen fue más ácida.

—Queremos mucho a Gwen y estamos muy entusiasmadas con eso de que va a ser nuestra nueva líder. Incluso tiene su propia pulsera; si quisiera, podría empezar a usarla de nuevo.

—¿Garth le regaló una de estas pulseras?

—Dijo que se la debía por conseguir que Emile se viniera con nosotros —explicó Tessa—. Y porque ella había sido su «mujer principal» durante mucho tiempo. —No eran exactamente unas encantadoras palabras de afecto, máxime considerando que las historias de infidelidad habían generado muchos enfrentamientos durante la separación. ¿Era un cumplido o un insulto ponerla a la misma altura que a las demás mujeres de la oficina?

—Creo que ya no la usa —dijo Francesca. Un rápido intercambio de miradas alrededor de la mesa me dejó claro que nadie la culpaba por esa elección.

—Su ruptura, luego la fusión, y después la pérdida de Garth... ha sido un año muy complicado —dijo Lindsay.

—Pero aun así muy lucrativo hasta el momento —dijo Francesca.

—¿Se ha puesto Gwen ya manos a la obra desde que está en su nueva posición? —pregunté.

—Vendrá en poco tiempo, y la tendremos aquí funcionando a pleno rendimiento —dijo Tessa.

—Ronnie y ella han trabajado muy duro para lograr una transición lo más suave posible, y nosotras hemos seguido adelante con la parte que nos toca —explicó Lindsay.

—Algo que somos bastante capaces de hacer —dijo Wendy, con una voz que se volvía más quebradiza con cada palabra. Se le notaba mucha ira contenida, pero era difícil determinar si estaba dirigida a alguien en particular o a todos en general.

—Todo esto debe resultar terriblemente difícil.

—¿Te refieres a reemplazar a un hombre muerto? —Wendy se deslizó hacia abajo en su asiento, como si quisiera tantear por debajo de la mesa para constatar si sus piernas eran lo suficientemente largas como para darme una patada—. Por supuesto que es difícil. Es horrible. Y apostaría a que ella es de la misma opinión.

Las demás no se inmutaron al escuchar a Wendy, y continuaban mirándome con sonrisa imperturbable, a la espera de la siguiente pregunta. Era la típica dinámica de la cena de Acción de Gracias: todos saben que al tío Fred se le va un poco la olla cuando se bebe su jerez, así que ya nadie le hace caso. Sin embargo, debía averiguar si Wendy siempre se comportaba de esta manera, o parte de su furia era consecuencia de la muerte de Garth. Tal vez ella era una de las que se escribían cosas en la mano, de las que Gwen me había hablado con tanto desdén.

—Habría hecho cualquier cosa por Garth —dijo Lindsay con serena convicción, y casi todas asintieron en dolorosa aprobación. Solo Wendy se puso de pie y se dio la vuelta para estudiar por la ventana el paisaje de la Séptima Avenida—. Esperamos ansiosas comenzar a trabajar con Gwen pero, como podrás imaginar, nos llevará un tiempo sentir por ella lo mismo que sentíamos por Garth. —Rasgó con fuerza una nueva tira de papel.

—Porque si ella nos pudiera conquistar tan fácilmente seríamos unas putas, ¿verdad? —dijo Wendy. Todavía miraba por la ventana pero pude sentir el llanto en su voz.

Megan dejó caer la cabeza sobre las manos y se puso a llorar. Helen la abrazó para consolarla.

—Déjalo ya, Wendy —le pidió Helen.

—Ha sido muy difícil. Él era el motor de nuestra forma de trabajar; todavía estamos aprendiendo a vivir sin él —dijo Lindsay. Las otras asintieron, incluso Wendy.

Yo había tenido buenos jefes, también jefes repugnantes, e incluso había tenido jefes que se habían muerto mientras trabajaba para ellos. Pero nunca tuve un jefe que estuviera cerca de inspirarme semejante grado de emoción. ¿Había sido desafortunada o estas tías estaban locas? Gwen había usado la palabra «culto». «Aquelarre» le hubiera ido mejor. Entre la agitación de Wendy, las lágrimas de Megan, las tiras de papel de Lindsay y la sensación generalizada de angustia que imperaba en la sala, no podía negar que esta emoción era incómodamente real.

No sabía si estarían muy reticentes a la hora de hablar del asesinato.

—Debe de ser difícil superar lo que ha pasado, dejar de pensar en él —dije, procurando aliviar tensiones.

El llanto de Megan se profundizó, y nadie se dio prisa en responder.

—Lo echamos de menos cada día, no podemos evitar pensar en él todo el tiempo —dijo Tessa pasado un momento.

Wendy dejó finalmente de mirar por la ventana y se acercó hacia la mesa.

—Y ahora debemos trabajar con ella, lo que también representa un recuerdo punzante de él.

—No hagas eso, Wendy —dijo Lindsay en voz baja.

Inmediatamente miré a Wendy para ver si podía descifrar qué era lo que estaba haciendo que supuestamente no debía hacer. Por fortuna, Wendy lo aclaró en un segundo.

—Lo siento. Se supone que no debo acusar a nuestro nuevo jefe de asesinato.

—Wendy, ella no te conoce lo suficiente como para comprender tu pésimo sentido del humor —la reprendió Tessa.

—No empapes tu pequeña blusa con sudor preocupándote por lo que ella pueda llegar a escribir sobre mis acusaciones a Gwen. ¡Venga ya, Tessa!, ni siquiera mencionará la palabra «asesinato» en su artículo. Gwen será citada como «la ex esposa del difunto Garth Henderson», o algún otro estúpido eufemismo parecido, ¿no es verdad? No es mi intención ofenderte —dirigió su mirada explosiva hacia mí—, pero todas estamos en el negocio de la imagen, ¿no? Debemos ser honestas con nosotras mismas, aunque no seamos honestas con el público. Este es uno más de los elegantes trucos de Emile para mejorar la imagen de Gwen, y yo debo someterme a sus deseos. Pero que quede claro que para mí esto es una chorrada y que estoy aquí bajo coacción.

Una serie de miradas rebotaron por la sala como en ese juego en el que todos se hacen guiños entre sí y el que rompe la cadena tiene que beber un chupito. Todas examinaban la reacción de las demás, intentando decidir en silencio quién sería la que reaccionaría y con cuánta firmeza. Un ejercicio sociológico fascinante, pero que sucedía demasiado rápido como para seguirle el ritmo. Tuve la impresión de que Lindsay y Tessa eran el punto central del ejercicio, pero no se miraban entre ellas para nada.

Como ya se habían lanzado las acusaciones y dado que Wendy estaba tan equivocada en el motivo de mi visita, pensé que lo mejor era echar mi propio condimento al guisado.

—Wendy, cuando acusas a tu nuevo jefe de asesinato, ¿te refieres a Gwen y no a Ronnie?

Wendy echó la cabeza hacia atrás como si le hubiera arrojado mi grabadora en la frente.

—¿Ronnie Willis? —Se rió a carcajadas. Francesca quiso sujetarla para contenerla en el asiento pero no lo logró—. Sería el colmo. Ese es el problema de Ronnie, no es letal en ningún sentido de la palabra.

—¿Hay alguien que te guste, Wendy? —pregunté.

—¿Incluida tú?

Sonreí. En parte porque admiraba la claridad con que manifestaba su ira, incluso aunque la desparramara por todos lados. Pero principalmente porque estaba segura de que Tessa daría por terminada la reunión si parecía que yo tomaba a Wendy en serio; y quería saber qué más tenía Wendy que decir. En especial, respecto de Ronnie.

—¿Qué es lo que quieres saber, Molly Forrester? —preguntó Lindsay, cogiendo una de las tiras de papel para enrollarla alrededor del dedo. Había cierta uniformidad en su tono de voz que hacía calmar a las demás. De hecho, Wendy tomó asiento. Eran un equipo cerrado con una dinámica muy compleja, pero los roles de cada una estaban bastante claros: Tessa era la líder, Wendy la agitadora, y Lindsay la pacificadora.

Lo que realmente quería saber era la razón —si es que la había— que podían tener ellas para matarlo.

—¿Cómo os sentís con Gwen Lincoln como vuestra nueva jefa? —pregunté.

Esta vez todas esperaron a que Lindsay respondiera, incluso Wendy. Pero no me pareció que lo hicieran por deferencia, sino como si fueran cachorros de tigre que esperan a que la madre dé el primer mordisco antes de abalanzarse ellos.

—No envidio el lugar de nadie que venga a remplazar a Garth. Pero si la intención es remplazar lo irremplazable, Gwen y Ronnie son una excelente forma de empezar.

La frustración comenzaba a apoderarse de mí. Eran demasiado contenidas, demasiado refinadas. Incluso Wendy. Estaban dándome largas, y con su agilidad mental para crear frases e imágenes ingeniosas, me mantenían a raya. Estaba a punto de emprender la retirada cuando irrumpió la virgen vestal, con la cara enrojecida y su conducta apacible hecha añicos.

—¡Socorro!

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tessa. Ella y Lindsay se incorporaron de inmediato para socorrer a la recepcionista. Las otras lo hicieron más lentamente.

—El señor Douglass...

—¿Jack Douglass está aquí? —preguntó Tessa. La recepcionista asintió frenéticamente. Tessa miró a Lindsay—. ¿Teníamos una entrevista con él?

—No —respondió Lindsay, pero eso, en ese momento, carecía de importancia porque en ese instante Jack Douglass, el director general de Alimentos Congelados Douglass, irrumpió en la sala y, si bien no tenía concertada una entrevista, lo que sí tenía era una pistola.