Capítulo 2
Querida Molly:
Estoy loca por un tío y él está loco por mí, pero no le gusta lo que hago. Hablo de mi trabajo, no de un hábito extraño o de mi conducta sexual. Tiene un trabajo muy peligroso y yo lo apoyo en todo lo que hace. ¿No debería hacer él lo mismo por mí? Mi trabajo no es en absoluto tan peligroso como el suyo —la gente le dispara todo el tiempo, y a mí solo me disparan ocasionalmente—. ¿Estoy fuera de lugar por pretender que me devuelva el favor?
Firmado,
No Me Apoyas, Cariño.
Una de las grandes ventajas de tener un consultorio sentimental en una revista es que los problemas de los demás son mucho más fáciles de resolver que los propios. En gran parte se debe a que solo tratas con un fragmento de sus vidas. Además, cuando la gente me escribe suele indicar cuál es el núcleo del problema, incluso aunque no se den cuenta. Por ejemplo, la carta en la que una mujer se queja por tener que desembolsar mucho dinero en un horroroso vestido de dama de honor, y en la que a su vez se refiere a la futura esposa como «esa puta egoísta robahombres», indica claramente que hay otras cuestiones en juego detrás de la afable y cariñosa amistad.
Esa es la razón por la que, cuando estoy estresada, imagino cartas en mi cabeza. Me da cierta perspectiva sobre los problemas, me permite respirar hondo y darme cuenta de cómo diablos me he metido en una situación determinada.
Después de que Kyle me pidiera no hacer el artículo, me encontré perdida. Tampoco habría sabido qué responderle si hubiera imaginado lo que me iba a decir; pero como además me cogió totalmente de sorpresa, tardé un rato en proferir un elocuente:
—¿Por qué no?
Kyle pensó tanto la respuesta que dudé de si iba a responder.
—Este caso es bastante turbio —dijo al fin.
—¿Por qué?
—En primer lugar, todavía está abierto. Además, me da mala espina.
—Tú no crees que haya sido Gwen Lincoln, ¿verdad?
—No importa lo que yo crea. No es mi caso —apretó los dientes con fuerza, y me di cuenta de cuál era el núcleo del problema. No solo iba a meterme en terreno policial, sino que invadiría el territorio de otro detective.
—No voy a involucrarte —le prometí—. Solo me gustaría saber cómo marcha la investigación, antes de entrevistarme con ella.
—Tampoco es tu caso.
Me sorprendió lo hiriente de sus palabras, aunque sabía que lo decía sin mala intención. Solo manifestaba sus preocupaciones. De todas maneras, el hecho de que lo comprendiera no hacía que doliera menos.
—No doy por supuesto que resolveré el asesinato antes que tus colegas.
—Claro que lo das por supuesto —dijo, tajante.
No quería que acabáramos discutiendo, en especial porque si me presionaba tendría que reconocer que no estaba completamente equivocado. Seguramente, había una forma para que esto funcionase en beneficio de los dos.
—Está bien. Existe una mínima posibilidad de que, en el proceso de elaboración del artículo, pueda obtener información interesante que se le haya escapado a la policía. Pero no pretendo competir con tus colegas detectives por la búsqueda de una solución. Solo escribiré sobre un sospechoso, eso es todo —me miró fijamente hasta hacerme sentir obligada a agregar—: lo prometo.
Había algo más que le molestaba. Podía darme cuenta por la inclinación de su cabeza.
—Esto ya no es como antes —dijo por fin.
—Como en los homicidios anteriores, querrás decir —asintió, y me contuve de preguntarle cuándo se había encontrado con Eileen para intercambiar ideas—. Lo sé. Por eso es fascinante. No tengo un compromiso afectivo con el caso. Lo hago solo como periodista; y además es una buena oportunidad para demostrarle a Eileen que puedo hacer otras cosas en la revista.
—Sí, claro, «hacer otras cosas»...
—Solo deseo que el detective a cargo me dé algo de información sobre el caso para poder entender por lo que está pasando Gwen Lincoln. Eso es todo. No molestaré a nadie más.
Kyle me clavó su mirada dura e impenetrable.
—No vas a conseguir demasiado, es una investigación en curso —expresó finalmente.
—Lo sé. Y no quiero ponerte en medio de todo esto. Seguiré los caminos adecuados y concertaré una entrevista con el detective. Solo quería contártelo antes de hacerlo.
Él agitaba la cabeza y me miraba de reojo, como haciendo una mueca de dolor.
—Deja que primero hable con él. Puede ser muy... —Kyle buscó la descripción adecuada, pero cambió de parecer y repitió—: Deja que primero hable con él. Ya te contaré esta noche.
Si bien no me estaba echando, tampoco me invitaba a entrar en el edificio. Para demostrarle que quería respetar el procedimiento, no protesté, ni intenté seguirlo. Me besó suavemente —de forma mecánica, lo que me puso aún más nerviosa— y entró en el edificio.
Caminé hasta mi oficina, intentando aclarar mis ideas antes de adentrarme otra vez en territorio de Eileen. No hacía tanto calor, teniendo en cuenta las temperaturas normales de agosto. Se podía sentir el otoño escondido a la vuelta de la esquina. A la mayoría de mis amigas no les agrada caminar, en especial con un par de zapatos caros; pero a mí me encanta pasear por la ciudad. Es una excelente manera de distraerte de ti misma y concentrarte en el resto del mundo, que parece desfilar frente a ti cuando recorres la avenida Lexington o la Broadway, exhibiendo su deslumbrante diversidad de razas, edades, figuras, estilos, niveles económicos y orientaciones sexuales. Mi abuela solía decir que si te sientas en un lugar el tiempo suficiente, el mundo entero pasará por allí. Estoy segura de que ese lugar es una esquina en el centro de Manhattan.
De vuelta en mi escritorio, comencé a sentirme más tranquila, convencida de que tenía que haber una manera de que esto funcionara sin echar a perder nuestra relación. El equilibrio y la perspectiva no son mi fuerte pero, con un poco de esfuerzo, estaba segura de poder encontrar un poco de los dos.
Busqué toda la información posible sobre Gwen Lincoln y Garth Henderson. Varios de los artículos que encontré hablaban sobre su boda, por todo lo alto, seis años atrás: una decoración deslumbrante; cientos de invitados; y una semana entera de eventos sociales relacionados. También leí otros sobre su separación de hacía cinco meses, con las encendidas acusaciones cruzadas de infidelidad y maltrato psicológico.
Había a su vez un buen número de artículos que hablaban sobre el tino para los negocios y la inteligencia mercantil que tenían los dos, pero la información no era ni reveladora, ni entretenida. Asimismo, había artículos de las pasadas semanas sobre el asesinato de Garth que resaltaban los hechos principales: le dispararon dos veces —los lugares de impacto fueron señalados en los ecos de sociedad antes que en las crónicas habituales en este tipo de noticias—; los registros del personal de seguridad indicaban que él había sido la única persona en abrir la puerta esa noche y que había dejado entrar al asesino; el servicio de habitaciones le llevó la cena a las nueve y cuarto, dejando a Garth solo y con vida. Gwen Lincoln llegó al hotel a las diez y media y solicitó que le dejaran entrar en la habitación, ya que Garth esperaba su visita y ella estaba preocupada porque no contestaba al timbre de la puerta. Ella y el subdirector del hotel descubrieron el cuerpo.
A estos artículos les seguían otros sobre los extensos interrogatorios de la policía a Gwen, las breves conversaciones de los agentes con Ronnie, y la presión que ejercían los amigos de todos los involucrados para que el caso se resolviera rápidamente. Emile Trebask no figuraba en ninguno de los artículos, a excepción de uno en el que lo citaban por estar «apoyando a mi querida socia en este momento difícil». Me preguntaba lo cercana que era la relación que existía entre ellos.
De repente, me sobrevino un momento de inspiración. Cogí el teléfono y llamé a las oficinas de arriba, a nuestros colegas de la revista BizBuzz, y pregunté por Owen Crandall. Owen pertenecía al grupo de Zeitgeist —escribía para Caitlin, nuestra editora de moda— pero buscando mejorar su carrera, su bolsillo y su salud mental se había mudado poco tiempo atrás a las oficinas de arriba para hacer reportajes en el nuevo proyecto del grupo editorial sobre las novedades de la industria de la moda.
—¿Puedo comprar quince minutos de tu tiempo con un capuchino, Owen? —le pregunté.
—Molly, el placer de tu compañía es una recompensa en sí misma. Pero tráeme una dosis de café exprés y seré todo tuyo.
Un rápido viaje hasta la calle, a la vuelta de la esquina, en busca de dos cafés para llevar, y unos instantes más tarde ya estaba frente al escritorio de Owen. La oficina de la redacción en BizBuzz era casi idéntica a la nuestra, pero la habían reformado colocando una espantosa moqueta roja y naranja que Owen solía llamar «el torrente de lava», mientras que la moqueta de nuestra oficina era con ondas azules y grises que pretendían imitar el mármol. No se puede pedir más cuando el grupo editorial piensa que se ha excedido el presupuesto.
—Me encantaría creer que has venido a decirme que me echas de menos; pero tienes ese brillo en la mirada que me dice que estás a la caza de algo —Owen sonrió. Tiene una sonrisa fantástica. De hecho, todo en él es fantástico. Tiene veinticinco años, facciones angulosas, ojos grandes y un hoyuelo en el mentón que haría llorar de envidia a Kirk Douglas. Más de una fotógrafa ha venido a entrevistarse con él y después ha intentado cortejarlo; pero Owen nunca se mostró interesado. De hecho, nadie estaba seguro de qué era lo que le interesaba a Owen. Cuando estaba abajo, en nuestras oficinas, había sido el blanco de los suspiros de ambos sexos, pero siempre mantuvo una distancia exasperante respecto de su vida privada; algo difícil de hacer en nuestra forzosa existencia comunitaria. Corría el rumor de que Caitlin se le había insinuado más de una vez, y que eso le llevó a cambiar de trabajo.
—No me gusta ser tan transparente —dije.
—Tómalo como sinceridad entre amigos.
—Me gusta como suena. Hablando de amigos, ¿qué puedes decirme sobre Gwen Lincoln y Emile Trebask?
Owen se encogió de hombros.
—Gwen es la principal promotora de su nueva línea de perfumes. Él ha gastado todas sus reservas para que la línea de ropa funcione, así que sus bolsillos están más vacíos de lo que imaginas.
—¿Sólo tienen una relación comercial?
—Sabía que estabas pescando. Lamento decepcionarte, pero a Emile le gustan los jóvenes de pelo rubio, lo que deja fuera a Gwen. Es un encuentro de cerebros y chequeras, nada más. ¿En qué andas, Molly? —Owen se reclinó sobre su escritorio y me dirigió una sonrisa cómplice—. ¿Se trata de Garth Henderson?
—En principio, no —no quería que empezaran a correr rumores en los dominios del grupo editorial antes de que yo me pusiera manos a la obra.
—Es una pena.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que sabes?
—Gwen fue la que presionó a Garth para quitarle un cliente como Emile a Ronnie Willis. Argumentaba que si se iban a asociar con él debían mantener todos los negocios «en familia». Ronnie se puso furioso.
—Y ahora están todos juntos. A excepción de Garth.
Owen asintió, se reclinó en su asiento, y lamió la nata montada de su café de una manera que habría puesto de rodillas a la mitad de la redacción.
—¿No te resulta interesante?
Sin duda, le daba otro sentido a la fusión. Me sorprendía que el proyecto hubiera seguido adelante. Sin embargo, a pesar de una reñida separación que apareció en todos los tabloides, y de un divorcio pendiente, Garth no había cambiado su testamento. Supongo que cuando te divorcias estás tan ocupado deseándole la muerte a tu cónyuge que no imaginas que serás tú el primero en morir. Cuando Garth falleció, su participación mayoritaria en GH Inc. pasó a Gwen, quien decidió seguir adelante con la fusión.
Eso significaba que Ronnie Willis, que había planeado fusionarse con un genio de la publicidad, se encontraba ahora asociado con una antigua ejecutiva de cosméticos que, además, había conspirado para robarle su cliente más importante. Me sorprendía que Ronnie no hubiese invocado alguna cláusula para rescindir el contrato, teniendo en cuenta que la reputación de GH Inc. siempre había dependido de la genialidad de Garth. Tenía que haber otro incentivo que impulsara a Ronnie a seguir adelante. Algo más que simplemente recuperar a Emile Trebask.
—¿Dónde has escuchado eso?
—Lo escuché de alguien que trabaja para Ronnie. Y otra cosa aún más interesante que he oído es que él está bastante contento con el proyecto de fusión.
Entonces no debía apuntar a Emile y Gwen, sino a Gwen y a Ronnie.
—¿Hubo problemas con algún otro cliente?
Owen negó con la cabeza.
—Escucha esto: me han contado que el personal de la empresa de Garth es muy bueno, y que la gente que trabaja con Ronnie está nerviosa.
—¿No crees que tendría que ser la gente de Garth la que debería estar nerviosa, teniendo en cuenta que a su jefe lo han agujereado a tiros?
—Sí, pero eso fue por una cuestión amorosa, y yo estoy hablando de negocios.
—¿Crees que ha sido por amor? ¿Crees que ha sido Gwen?
—¿Qué otra razón hay para que le hayan disparado ahí? —señaló su entrepierna y se estremeció.
—Hacer que todos piensen que es un crimen pasional.
Owen sacudió la cabeza evaluando esa posibilidad.
—No lo había pensado de ese modo. Entonces crees que no ha sido Gwen.
—Creo que hay que tener la mente abierta. De todas maneras, mi artículo no es sobre eso —me apresuré a decir, al ver la sonrisa burlona que crecía en su rostro.
—Ya lo creo que no. Pero si necesitas a alguien para compartir tus sospechas, ya sabes dónde encontrarme. Y cuánto te costaré —dijo alzando su taza de café al ver que me ponía de pie para marcharme.
De nuevo en mi escritorio, leí hasta quedarme bizca y revisé y acomodé los papeles que tenía sobre la mesa, intentando reprimir las imágenes que la realización de esas dos tareas me traían de mi pasado universitario. Más tarde me escapé a beber unas copas con Tricia y Cassady. Claro que encontrarme con ellas para beber unas copas también puede inducir a imágenes retrospectivas del instituto; pero de las divertidas. Tricia y Cassady fueron las que me sacaron del dormitorio una noche en que estaba trabajando en un ensayo sobre Coleridge y había sufrido un «bloqueo de escritor». Alegando ser mis propios huéspedes venidos de Purlock, me sacaron de allí y me llevaron al café del barrio en donde comimos bocadillos calientes de pastrami y bebimos kamikazes hasta que me sentí lo suficientemente inspirada como para volver a casa y acabar el ensayo. Gracias a Dios no había vendedores de hachís en el campus. Al menos, que supiéramos.
Una vez que Tricia y yo nos sentamos, la conversación giró hacia otro punto crucial de la investigación.
—Kyle acabará aceptándolo —me aseguró Tricia—. Solo intenta protegerte, y necesita tiempo para acostumbrarse a la idea —estábamos en el bar del Four Seasons, esperando a que Cassady se escabullera del seminario de ciencia para reunirse con nosotras. Me encantan los bares de hotel: suelen ser muy tranquilos y cada uno está en lo suyo, concentrado en negociaciones, o en planear las vacaciones, o en asuntos ilícitos. Este elegante sitio, con sus mesas acogedoras y un ambiente ventilado, era perfecto para el tipo de discusión a ceño fruncido que teníamos en ese momento.
—Kyle da por supuesto que acabaré metida en un asunto turbio.
Tricia envolvió la copa con sus delicadas manos.
—Es que él ya tiene cierta experiencia en la que basarse. No puedes culparlo por ello.
Tampoco podía estar en desacuerdo con ella. Tenía razón.
—Aprendo de mis errores sobre la marcha.
—Y eso nos parece plausible a todos.
—¿Y qué mejor que ponerme a prueba para ver lo que he aprendido?
—¿Te estás poniendo a prueba conmigo?
—Depende. ¿Te parezco convincente?
—Yo siempre me dejo convencer con unas palabras sinceras. Tendrás que poner algo más para convencer a Kyle.
—Debo persuadirlo de que esta vez no me meteré en problemas.
—Un plan excelente. Y cuando acabes con ello, puedes convencer a mi madre de que estaré casada para el día de Acción de Gracias.
Una de las grandes virtudes de Tricia es que puede descolocarte completamente, y te lleva un momento darte cuenta de que lo ha hecho. Aunque hayas comprendido sus palabras, la miras a la cara de diosa de porcelana con enormes ojos de Bambi mientras piensas: «¿He escuchado bien?».
—¿Et tu, Tricia? —dije, golpeándome el corazón con el puño.
—Molly —continuó con suavidad—, si pretendes que la entrevista con Gwen Lincoln represente un gran paso en tu investigación, y supongo que esa es tu intención, debes afrontarla sin importarte lo que los demás puedan pensar, hacer o decir. Y te lo digo con todo mi cariño, aunque luego tengas que enfrentarte con alguno de ellos —levantó su copa de tequila y dio un sorbo poniendo punto final a sus palabras.
Esbocé una sonrisa de agradecimiento.
—Tienes toda la razón.
—Gracias.
—Él solo quiere protegerme.
—Es probable.
—Cambiará de opinión una vez que me ponga a trabajar.
—Es posible.
—Se supone que tú estás aquí para darme ánimos.
—No, eso se lo dejo a ella. —Ladeó ligeramente la copa en dirección a la puerta, por donde entraba Cassady en ese instante. Tenía una extraña expresión en su cara, como si no pudiera evitar sonreír pero al mismo tiempo no estuviese segura de tener motivos para hacerlo.
—No me habéis esperado —susurró mientras tomaba asiento.
—¿Es un comentario o una queja? —pregunté.
—Una observación empírica.
—Ha estado aprendiendo nuevas palabras con los científicos —le dije a Tricia, dándole un codazo.
—Otras noches ha aprendido cosas peores —dijo Tricia.
—¿Cuántas rondas me lleváis? Me sorprendéis, generalmente son los hombres los que no me esperan para comenzar a beber. —Cassady miraba por encima de nosotras en busca del camarero, y simulaba no ver la sonrisa burlona de Tricia.
—¿Fue muy aburrido? —preguntó Tricia.
—En realidad, no mucho. Incluso resultó interesante. Acabé enzarzada en una encendida discusión con uno de ellos.
El camarero se acercó hacia nosotras y se detuvo expectante. Cassady tiene un perfecto manejo de los tiempos. Nosotras habíamos tardado veinte minutos en poder pedir nuestras bebidas, y ahora Cassady, que apenas había tenido tiempo de decidir dónde sentarse, ya estaba pidiendo un martini. El camarero se retiró y Cassady se acercó a la mesa y apoyó el mentón sobre las manos. Todavía tenía esa extraña expresión en el rostro, y yo no podía descifrar el motivo.
—¿Hablasteis de ciencia o de cómo las costuras del bolsillo pueden arruinar una buena chaqueta? —bromeó Tricia.
—De física.
Tricia y yo intercambiamos miradas.
—Física —repetí. Cassady siempre ha tenido intereses muy variados y por su trabajo ha conocido a personajes bastante esotéricos, pero no recordaba haberla escuchado nunca hablar de física. Si me presionan, diría que lo más científico que le he visto hacer en mi vida es entrar en una fiesta y en un segundo analizar el número de ligues potenciales que había en la sala. Pero eso no es ciencia, es hacer cuentas, una mera cuestión de cálculo.
—¿Dónde está Kyle? —preguntó con una sonrisa pícara.
—Espera un momento. Podrías hacer daño a la gente cambiando de tema con tanta rapidez. Cuéntanos algo más sobre tus discusiones de física.
—Además Kyle no vendrá. No aprueba la nueva tarea que le han encomendado a Molly —dijo Tricia.
—No es desaprobación, sino más bien una falta de apoyo incondicional —corregí.
—¿Lo hace para protegerte o para poner trabas al asunto? —Cassady dirigió la pregunta a Tricia, creyendo que mi respuesta sería parcial.
—El último al servicio del primero —replicó Tricia.
—Entonces, ¿qué es lo que harás?
—Escribir el artículo y confiar en que sabrá comprenderme.
—Y solo te limitarás a escribir el artículo. Sin husmear, fisgonear, indagar o cualquiera que sea la palabra adecuada, algo que como periodista y sabueso espero que tú sepas —bromeó Cassady.
—«Sabueso». Qué palabra más interesante —dijo Tricia.
—Es más sexy que «reportera» —dije.
Cassady asintió.
—Creo que viene del latín y se refiere a alguien que es «patológicamente curioso». Espera, no has respondido a mi pregunta.
—Creo estar segura de que no has hecho ninguna.
—¿Escribirás el artículo?
—Ahora sí estás formulando una pregunta.
—Y tú sigues sin responder.
—Haré lo que sea necesario para escribir el artículo —dije secamente—. Ahora, cuéntanos algo sobre la lección de física.
Cassady pensó unos instantes y luego respondió:
—Todo en el mundo está conectado de manera inesperada.
También había algo inesperado en el brillo de su sonrisa.
—¡Ah! ¿Estamos hablando de la lección de ciencia o del científico? —pregunté.
—Os lo diré mañana. Después de comer.
—No creo que pueda soportar el suspense. ¿No podrías al menos describir cómo es? —preguntó Tricia.
El camarero volvió con el cóctel de Cassady y permanecimos allí sentadas en un silencio expectante mientras esperábamos a que se marchara el camarero. Estábamos muy intrigadas; ella lo sabía y disfrutaba de nuestra curiosidad.
—Como he dicho, esperemos hasta mañana para ver si es una información que vale la pena. Esta noche estamos aquí para celebrar el nuevo paso en la carrera de Molly. Por los próximos acontecimientos —brindó Cassady.
—Y por los caminos inesperados —le repliqué.
Una sorprendente combinación de las dos cosas coronó la noche. Tras una relajante conversación y unas copas aún más relajantes, recorrí el camino a mi casa para rendirme ante mis pantalones vaqueros y mi camiseta de Tom Petty, mi indumentaria preferida para la lectura. Me eché una o dos gotas del frasquito de Emile detrás de las orejas para inspirarme, metí una bolsa de palomitas de maíz en el microondas y me zambullí en la pila de material para la investigación.
Gwen Lincoln tomaba forma en mi mente como una mujer fuerte y determinada que había encontrado a alguien semejante en Garth Henderson, pero la combinación había resultado demasiado explosiva. ¿Es posible que exista un límite en la cantidad de cualquier tipo de emoción que una relación de pareja puede soportar? Casi sonaba como un problema de física para plantearle al nuevo amigo de Cassady.
En la época en que las megaagencias dominaban el mundo de la publicidad, Garth Henderson se enorgullecía de que su empresa fuera pequeña y concentrada en cuestiones específicas: una agencia con un pequeño hueco en el mercado. Originariamente, los clientes de GH Inc. habían sido amigos con un futuro prometedor en el mundo de la moda. Él tenía buen ojo para el negocio; a la mayoría de sus clientes les había ido increíblemente bien y permanecieron junto a él, pues sus campañas publicitarias merecían la pena desde cualquier punto de vista.
Ronnie Willis y su agencia tenían un estilo similar, aunque con un poco menos de chispa. Las campañas que había hecho para sus clientes fueron más como una lotería comparadas con las de Garth, pero ocasionalmente lanzaba campañas brillantes y conseguía grandes clientes —como Emile Trebask—; así que tenía sentido la fusión entre estos dos artistas con ideas afines.
Pero ahora que Garth ya no estaba, ¿qué beneficios obtendría Ronnie siguiendo adelante con la fusión, además de una lista de clientes precariamente equilibrada? ¿Tantos problemas tenía su agencia como para que fusionarse con la empresa de un hombre muerto fuera mejor que permanecer solo? ¿O confiaba en la habilidad de Gwen para relanzar la compañía? Emile Trebask y Ronnie Willis estaban depositando muchísima fe —y dinero— en manos de Gwen Lincoln. Eso me daba más ganas de conocerla.
Estaba tan profundamente inmersa en la lectura que el ruido de la llave en la puerta de entrada me cogió por sorpresa y literalmente me hizo saltar. Me precipité hacia la puerta, y me sorprendí al vislumbrar a Kyle a través de la brecha que se produjo al tensarse la cadena. La quité y él permaneció allí, indeciso, en el portal.
—No sabía que estabas en casa.
—No te esperaba —eso sonaba espantoso, por tanto agregué—: Tan pronto. —Eché un vistazo al reloj, y vi que eran un poco más de las diez—. ¡Oh! Es más tarde... —Hice un leve ademán para señalar la pila de lectura—. Perdí la noción del tiempo.
—¿Estás bien? —preguntó cerrando la puerta tras de sí.
Kyle hacía ya un mes que tenía su propia llave. Danny y los otros porteros lo adoraban, y entraba y salía del edificio como cualquier otro vecino, a pesar de que no habíamos llegado a consolidar formalmente nuestra relación. Había traído ropa, artículos de tocador y unos CD, pero no estaba segura de cuándo sería la mudanza oficial. ¿Cuando trajera sus trofeos para colocarlos sobre mis estanterías? ¿Cuando cambiara el saludo del contestador por algo más bonito como «no estamos en casa»? ¿O cuando recibiéramos correo en el que los dos figuráramos como destinatarios? Con toda certeza, el último paso sería que él dejara su piso —me viene bien en cuanto a precio y ubicación—, pero sabía que faltaba tiempo para eso. ¿Cómo me daría cuenta cuando llegara el momento oportuno?
—Me alegra mucho verte —le dije, procurando no mostrarme demasiado ansiosa.
—Lamento lo de esta tarde —dijo, sin quitarse la chaqueta. Le daba unos noventa segundos para que se la quitara o comenzaría a ponerme histérica sin importar lo poco atractivo que resultara.
—Yo también —contesté. Hurgó dentro de la chaqueta, pero se la dejó puesta, y extrajo un manojo de papeles plegados. Sopesándolos en su mano por un momento, vaciló una vez más antes de ofrecérmelos.
Me incliné hacia delante y lo besé en vez de coger los papeles, en primer lugar porque quería, y en segundo lugar porque me parecía importante demostrarle que me interesaba más verlo a él que a los papeles que había traído. Su respuesta fue más cálida de lo que había sido en la comisaría, pero aun así notaba cierta distancia. Y seguía con la chaqueta puesta, así que deslicé mis manos por dentro para quitársela.
—¿Un nuevo perfume? —me susurró al oído.
—¿Te gusta?
—Huele bien.
—Es la nueva fragancia de Gwen Lincoln.
Inhaló profundamente, pero yo no estaba segura de si lo hacía para percibir mejor el perfume o si se trataba de un suspiro de resignación.
—Debo volver al trabajo —murmuró, y detuve mis manos por detrás de sus hombros—. Quería traerte estas cosas, y ver cómo estabas. —Deslicé las manos fuera de la chaqueta. Él puso los papeles en mi mano, observando mi reacción.
A pesar de que los papeles eran claramente importantes, yo estaba más preocupada por él. En el año que habíamos pasado juntos, habíamos atravesado muchos más altibajos de lo normal en una relación de pareja, y cuanto más nos enamorábamos, más dolorosos resultaban los bajones. No quería que este se transformara en un nuevo bajón.
—¿Volverás cuando hayas acabado?
Me lanzó una mirada que viajó desde mi nervio óptico hasta los músculos de detrás de las rodillas haciéndolas temblar.
—¿Puedo? —preguntó.
—Te lo pido por favor.
Asintió ligeramente. Prestaba más atención a los papeles que yo, al punto de que dio unos golpecitos con el dedo sobre el manojo para indicarme que lo abriera. Desplegué el fajo y, para mi sorpresa, me encontré con copias de carácter oficial. Eran las actas policiales que justificaban el registro del apartamento de Gwen Lincoln llevado a cabo el día posterior a la muerte de Garth Henderson.
Sentía como si me hubiera traído flores y chocolates. Incluso mejor, pues iba en contra de sus principios hacer algo así, y lo había hecho de todas formas. Después de todo, tal vez podría lograr que se entusiasmase con la idea del artículo. Aunque en este momento debía evitar comportarme como una idiota y no reaccionar de manera exagerada.
—Te lo agradezco mucho —expresé con sinceridad, intentando que no sonara a un grito de algarabía.
—Estos son documentos públicos, no estoy ocultándote ningún tipo de información —subrayó. Asentí comprensiva—. Y si necesitas hablar con el detective Donovan, todavía hay cierto trabajo que hacer al respecto. Trabajo que tendrás que hacer por tu cuenta.
Detective Donovan, memoricé.
—Haré las cosas paso a paso —prometí. Y lo decía en serio.
Para mi regocijo, se rió.
—Vaya, tienes una nueva forma de hacer las cosas —ironizó.
Me lo merecía, así que le contesté con una carcajada. Sin embargo, realmente estaba decidida a comportarme de otra manera esta vez. Por muchos motivos, era importante para los dos que me encargara de este artículo con sumo cuidado.
—Te agradezco mucho lo que has hecho por mí.
—Aunque no apruebe lo que vas a hacer, confío en ti —dijo con una sonrisa.
—Eso también te lo agradezco.
Tomó mi rostro entre sus manos y me besó con una pasión y una ternura tan envolventes que se transformaron en una combinación vertiginosa. Arrojé los papeles hacia atrás esperando que tuvieran el peso suficiente como para volar hasta la mesa de café, y deslicé mis manos por dentro de su chaqueta. Se la quité y proseguí con la camisa.
—¿Realmente tienes que volver al trabajo?
—Sí —respondió, me alzó y me condujo en brazos hasta el dormitorio.
—¿Dentro de cuánto?
—Controla el tiempo con el reloj.
No lo controlé. Alrededor de la medianoche, cuando él se levantó, quise levantarme también, pero me dijo que permaneciera allí hasta su regreso. Acabaría con ciertas cuestiones administrativas que debía entregarle a su jefe, y volvería. Kyle es un ave nocturna que padece insomnio y jura que las mejores ideas le vienen en medio de la noche.
No discutí con él. Incluso pensé que me quedaría dormida, pero después de que cerrara la puerta tras de sí, el apartamento se tornó opresivamente silencioso y mi cabeza comenzó a pensar a toda prisa en lo sucedido. Después de todo, si se había molestado en traerme los papeles, ¿no era descortés dejarlos languidecer sobre la mesa de café o, peor aún, en el suelo?
Habían logrado llegar a la mesa con mi lanzamiento. Los recogí y me repantigué en mi mejor asiento, una silla de cuero raído que había heredado de una amiga cuando ella se mudó a vivir con un acérrimo vegetariano; y comencé a leer.
Los informes policiales resultaron fascinantes. Nunca antes había visto este tipo de documentos. Tenían una descripción precisa y objetiva de los acontecimientos que conducían a la policía a creer que encontrarían el arma homicida y/o alguna otra evidencia incriminatoria en el apartamento de Gwen Lincoln. Ante todo, estaba el hecho de que ella había encontrado el cadáver. Aunque lo había descubierto en compañía del subdirector del hotel, a quien amenazó con causarle todo tipo de perjuicios legales y físicos si no le abría la puerta y la dejaba pasar para encontrarse con quien pronto se habría de convertir en su ex. Garth vivía en el hotel mientras afrontaba la durísima batalla del proceso de divorcio; y Gwen, supuestamente, pasaba en ese momento a visitarlo para enseñarle unos documentos legales. El registro de llamadas mostraba que ella había telefoneado antes para confirmar la hora en que estaría allí, pero la policía creía que todo eso podía atribuirse a una cuidadosa construcción de la coartada, que consistía en: realizar las llamadas, ir más tarde al hotel para dispararle y, tras eso, volver a su casa y esperar un tiempo hasta personarse en el hotel y descubrir el cadáver con algún testigo delante. La única persona dispuesta a afirmar que ella había estado en casa en el momento del asesinato era una criada con muchos años de trabajo al servicio de Gwen y con grandes cantidades de alcohol ingeridas en esos años (¿causa y efecto?), y un portero que había sido interrogado en su domicilio, puesto que se estaba recuperando de una operación de cataratas.
Recorrí la lista de evidencias, y encontré diversas declaraciones de colegas de Garth que describían numerosos enfrentamientos entre los dos con amenazas de muerte lanzadas por Gwen. Incluso en una ocasión, conforme a lo que figuraba en las declaraciones, ella le había sugerido que le «dispararía en el órgano vital y que no se refería al corazón». Había otras declaraciones de amigos, vecinos y socios con más ejemplos de las cosas crueles y desagradables que las personas que solían amarse se dicen cuando el amor ha terminado.
Además, había algunas declaraciones que se referían a: cómo Gwen pretendía sacar provecho de la muerte de Garth (aunque no hacían mención a que ella, en realidad, no necesitaba el dinero); cómo ella creía que se merecía una parte de la compañía por toda «la inspiración y el apoyo» que le había brindado; y sobre lo descontenta que había estado ante la idea de la fusión, aún pendiente, con la agencia de Ronnie Willis, aunque las razones de su malestar no eran del todo claras.
También era fascinante ver cómo las declaraciones excitadas y nerviosas tomaban vida propia al ser parte de un documento oficial del Estado. Me preguntaba cómo de irrefutables se verían en ese contexto las declaraciones más encendidas que hacía yo de mis ex amantes, ex amigas y colegas actuales. Mi madre solía advertirme de que no hiciera nada que no quisiera ver en la portada de un periódico al día siguiente, consejo que más de una vez me hizo reconsiderar mi comportamiento temerario; pero nunca había imaginado un acto mío apareciendo en documentos oficiales de la policía, listos para ser presentados ante el juez. Solo pensarlo ya resultaba intimidante.
También debía resultar intimidante para Gwen. Se había salvado de ser arrestada principalmente porque: no se había encontrado el arma homicida, ella no tenía armas registradas a su nombre y sus huellas no estaban en la habitación. No había nada concreto —aún— que la relacionara con la escena del crimen, pero tampoco había nada concreto que la desligara. Además, estaba el hecho de que, según parece, ella más de una vez había perdido los estribos y amenazado a su ex, y se había puesto particularmente virulenta en el periodo inmediato anterior a su muerte. Desde un punto de vista forense, no parecía haber nada que la comprometiera. Pero desde el punto de vista emocional, la cosa estaba peor. Y en mi limitada experiencia, la parte emocional era la que contaba a largo plazo.
Estaba leyendo las declaraciones del vecino, que analizaba el temperamento de Gwen, y las del empleado que decía que Garth tenía miedo de Gwen en los días previos a su muerte, cuando me sumergí en un sueño irregular: soñé con una frenética Gwen arrojándole platos a Eileen en la cocina de la casa que mis tíos solían alquilar cada agosto en Outer Banks. Cuando me desperté a las siete de la mañana, tenía tortícolis y un sonriente detective de homicidios en mi sofá.
—Tendría que haber hecho una apuesta contigo antes de marcharme —dijo, mientras ingería la última cucharada de cereales de su tazón. Kyle se había duchado, se había vestido con ropa limpia, y estaba listo para marcharse otra vez. Al compararme con él, me sentía incómoda y desaliñada—. Sabía que no podrías aguantar.
—¿Así que este material me lo has dado para ponerme a prueba? —Me levanté del sofá para estirarme y me di unos masajes sobre el nudo que tenía en el cuello.
Sonrió como pidiendo disculpas.
—Pensé en llevarte hasta la cama, pero no quería despertarte. Los dos necesitábamos dormir.
—Supongo que debo agradecértelo.
—Y los papeles no eran para tentarte. Eran un intento de comprometerme con tus cosas —dijo, mientras enjuagaba el tazón en el fregadero. Es más limpio de lo que imaginaba que lo sería un tío que ha vivido toda la vida solo o en compañía de otros tíos. Él asegura que es a su madre y a su hermana a quienes hay que agradecérselo.
—¿Qué puedo hacer para devolverte el favor?
—Solo recordar que me has prometido que te mantendrás fuera de cualquier problema —cogió su chaqueta, me agarró para besarme, y en un instante ya estaba del otro lado de la puerta antes de que mi cabeza pudiera llegar a aclararse. El muchacho ciertamente sabe cómo marcharse de un lugar. Por desgracia.
Capítulo 3
Ir detrás de una historia es como ir detrás de un tío. Cuando estás acostumbrada a hacer tú misma las persecuciones y, de repente, te transformas en la perseguida, puede resultar un poco desconcertante. Incluso puede hacer que te preguntes qué era que lo que perseguías y cuánto lo deseabas.
Pensé en quedarme en casa algunas horas más hasta acabar de examinar los papeles, pero decidí que era más inteligente estar en la oficina cerca de Eileen por si tramaba algo, y comprar otro café para Owen en el supuesto caso de que necesitara más antecedentes. Ya en el trabajo, de repente, sonó el teléfono y casi tiro los cien kilos de papeles que estaban sobre mi escritorio.
—Soy Suzanne. ¿Podrías venir un momento?
Me tomé un instante antes de responder, pues dudé entre contestar por teléfono o girarme, mirar al escritorio de Suzanne a diez metros de distancia, y simplemente gritar: «¿Qué?». Pero como prefería comenzar la mañana de la manera más amable posible, respondí al teléfono: «Voy para allí», y dando largos pasos llegué en tres segundos hasta el escritorio de Suzanne.
Ser la asistenta de Eileen puede ser un trabajo duro y Suzanne Bryant se aseguraba de que todos lo supiéramos adoptando una mirada bizca y el gesto demacrado de un mártir que sólo puede soportar el dolor siempre y cuando otros perciban su constante lucha. Había empezado a trabajar hacía pocas semanas, por lo que le veníamos perdonando algunos descuidos laborales debido a lo reciente de su sufrimiento; a mí empezaba a parecerme divertida la manera en que asumía su rol. No parecía que fuera a durar mucho en el cargo.
—Es demasiado temprano como para que ya haya hecho algo mal —dije para tantear los ánimos.
—¿Quién ha dicho que hayas hecho algo mal?
—¿No me han llamado del despacho de la jefa?
—No es justo que digas eso, ni para Eileen, ni para mí —respondió ofendida.
—Nunca ha sido mi intención ser injusta contigo —le prometí. Lanzó una mirada elocuente hacia el despacho de Eileen, y yo preferí dejar el tema—. ¿Necesitas algo?
Suzanne me tendió un papelito con una nota.
—Es mejor que te des prisa. Te está esperando.
—¿Eileen?
—Gwen Lincoln.
El papel con la nota tenía la dirección de un lugar al oeste de Central Park. El único problema era que yo tenía planeado acordar una entrevista con Gwen Lincoln una vez que hubiera terminado de recopilar información. Nunca imaginé que fuera a convocarme cuando a ella le resultara conveniente.
—¿Por qué sigues aquí? —chilló Eileen antes de que alcanzara a abrir completamente la puerta de su despacho.
—Acabo de llegar.
—Emile llamó hace unos minutos y dijo que estaban preparados para verte. Date prisa, antes de que cambien de opinión.
—¿Emile y Gwen?
—¿Algún problema?
De hecho, sí me resultaba un problema que otra gente dictaminara que la primera entrevista de mi primer trabajo real de investigación sucediera antes de que yo estuviera completamente preparada, pero sabía que era mejor no protestar. Me aseguré de darle a Suzanne el número de mi móvil para el caso de que hubiera otra llamada imperial, metí una grabadora y una libreta de notas en mi bolso y volé escaleras abajo para meterme en un taxi. A toda prisa, tomé nota de las preguntas que haría de la manera más clara y organizada que me permitían las sacudidas del vehículo; y solo recuperé el aliento cuando llegué al apartamento de Gwen Lincoln.
Pero ella me lo quitó de nuevo rápidamente. Yo había visto fotos suyas, pero todavía no estaba preparada para el contacto directo cuando apareció en la sala. Era una sala de techos altos, con las paredes en tonos de color crema y oro. Ella tenía el pelo de un color rojo vivo, era de tez clara y un cuerpo escultural, e iba ataviada con un increíble vestido amarillo de Versace y un hermoso par de zapatos Brian Atwood de cuero naranja que realzaban en gran medida sus esculpidas piernas de yoga.
Me senté en el filo del sofá al que me había conducido la criada; aún intentaba decidir qué pose profesional de aire despreocupado debía adoptar, cuando apareció Gwen. Me examinó con descaro y sonrió. Intenté descifrar qué era lo que le divertía más: si mi indumentaria o mi cara de sorpresa.
Se acercó dando grandes zancadas hacia mí y me quedé instintivamente petrificada. En vez de tenderme la mano, cogió la grabadora del cojín junto a mí y la encendió:
—Molly Forrester —dijo al micrófono con un tono que indicaba que si ese no era mi nombre, lo sería de ahí en adelante. Me devolvió el aparato, y con un rápido gesto de sus uñas postizas me indicó que podía acomodarme en el sofá.
—Señora Lincoln, gracias por concederme esta entrevista.
—¿Acaso tenía otra opción, niña? Es algo que no tengo muy claro —tendría unos cuarenta y cinco años, pero el «niña» parecía más una referencia a nuestra distinta posición social que a nuestras diferencias de edad. Después de sentarse en el sillón frente a mí, llamó en dirección al portal—: ¡Emile! —Os juro que escuché el eco recorrer el inmenso apartamento. Se giró hacia mí con ensayada sonrisa—: Es su fiesta, debería estar aquí.
Tenía tal enfado que echaba chispas, como si fuera electricidad estática atravesando el espacio que había entre las dos. Es doloroso ser sospechoso de cometer un asesinato —estar en esa posición, sentirla—, y puedo imaginar cuánto más difícil debe ser cuando tienes una relación afectiva íntima con la víctima. Sin embargo, las estadísticas confirman que la cónyuge y los familiares más próximos están implicados la mayoría de las veces y ocupan los primeros puestos en la lista de personas que cumplen con el triplete: motivación, intención y oportunidad. Pero Gwen Lincoln no se comportaba ni como una víctima inocente, ni tampoco como una potencial embustera que procura borrar sus huellas. Estaba visiblemente furiosa.
No era el comienzo de entrevista elegante y fluido que había imaginado en las últimas dieciocho horas. Podía sentir el peso de mis expectativas, las dudas de Eileen y las preocupaciones de Kyle que ejercían presión sobre mi pecho y me dificultaban la respiración, así que me enderecé lo máximo que pude y me obligué a inhalar y exhalar lentamente y de forma regular.
—Según me ha comentado el señor Trebask, usted está interesada en hablar conmigo —dije diplomáticamente, no quería que la entrevista se complicara antes de comenzar.
—Emile cree que puede cuidarme. Eso puede ser muy entretenido cuando viene de un hombre, pero también puede resultar agotador —dijo. Abrió una pesada caja de plata que estaba sobre la mesa de café junto a ella—. ¿Quieres un cigarrillo?
—No, gracias.
—¿Te molesta si fumo?
—Es su casa.
—Eso no impide que la gente me sermonee —dijo, mientras cogía un cigarrillo y lo encendía con gesto teatral—. Todos creen saber qué es lo mejor para mí —dijo, con una frialdad que me hizo preocuparme por todos aquellos que tuvieran algo que decirle.
Emile Trebask escogió ese instante para aparecer; vestía pantalones almidonados, una camisa perfectamente planchada de su nueva colección de ropa, y un jersey de cachemira estilo universitario sobre los hombros. Me pregunté si usaría ropa de otras marcas, lo que me generó una duda sobre su ropa interior, ya que él no la diseñaba. No quería obsesionarme con ese pensamiento, en especial ahora que estrechaba su mano. Me preguntaba si no debería haberme puesto un poco de su perfume. No, hubiera resultado demasiado calculador. Y, hasta donde sabía, era a Emile a quien debía dejarle la actitud calculadora.
—Muchísimas gracias por venir, Molly.
—Deja de simular que todo esto es voluntario, Emile —dijo Gwen, expulsando el humo del cigarrillo en su dirección.
—Me encanta cuando utilizamos nuestros mejores modales —respondió, y se acomodó en el brazo del sillón donde estaba Gwen como si fuera el gato de Carlitos y Snoopy—. Por fortuna, no es esta la historia de la que vino a hablar Molly.
—¿Por qué no se la cuentas entonces, así estará al tanto de la historia correcta?
Un destello de ira atravesó los ojos de Emile, pero rápidamente desapareció y se inclinó hacia ella para darle un beso en la cabeza con tanta suavidad que ni siquiera la despeinó.
—Puedes relajarte Gwen. Estás entre amigos.
—Eso es lo más horroroso de esta situación, ¿sabes? —me dijo, con cierto aire de urgencia en la voz—. Puedo pensar en mejores formas de darme cuenta de quiénes son mis verdaderos amigos. A algunos deberían haberlos multado por exceso de velocidad por lo rápido que se distanciaron de mí cuando Garth consiguió que le dispararan.
Una forma interesante de referirse al hecho de ser asesinado: alguien que lo había conseguido por provocador, o por falta de cuidado. Aunque uno no se sintiera dolido, hasta el abogado recomendaba demostrar cierta dosis de tristeza ante el fallecimiento del cónyuge, estuvieran o no separados.
—¿Siente que sus amigos le han abandonado?
—Le han dejado espacio para recogerse en su dolor —corrigió Emile.
—O han intentado por su cuenta proclamar mi inocencia ante todos aquellos que quieran escuchar.
—Eso debe ser reconfortante —dije, observando a Emile por el rabillo del ojo. Por la forma en que se retorcía en su asiento sabía que se incorporaría en cualquier momento.
—¿Debería sentirme halagada porque un amigo se muestre ansioso en probar mi inocencia? —los ojos de Gwen se entrecerraron en un gesto pensativo.
—¿Qué preferirías que hiciese? —preguntó Emile, poniéndose de pie.
—Confiar en que mi inocencia es evidente por sí misma.
Como había leído los informes policiales y sabía que no era tan evidente, me contuve de hacer ningún comentario. Pero como la pausa que siguió resultó incómodamente larga, sugerí:
—Me gustaría saber cómo surgió la idea del perfume.
Gwen apartó la mirada de nosotros nuevamente y echó la ceniza del cigarrillo en el cenicero, así que miré a Emile:
—¿Cómo acabaron siendo socios?
—Deja que te cuente lo más frustrante de todo esto —continuó Gwen, ignorando mis esfuerzos de dirigir la entrevista al supuesto tema central—. Apenas han enterrado a Garth y ya todos se han olvidado de que era una mierda de primera.
Si la hubiera conocido un poco más, habría pensado que ese tipo de comentarios eran los que hacían dudar a Emile de su inocencia.
—No sabía que el señor Henderson tuviera esa reputación.
—No era su reputación. Era su forma de ser. Su reputación era la de alguien encantador, un gran empresario, un buen amante —resopló de manera burlona y una voluta de humo salió por su nariz—. Él creía, basándose en que había gente que lo podía tolerar, que a ciertas personas valía la pena darles una oportunidad. Nunca comprendió que hay quienes harían cualquier cosa si les pagaras lo suficiente, y se equivocaba al interpretar el amor por el dinero como amor por él. —Dio una calada pensativa al cigarrillo—. Tal vez algunos de ellos cometían el mismo error.
Emile dio un profundo suspiro, cerciorándose de que Gwen lo escuchara tan bien como yo.
—Siempre soñé con tener una línea de fragancias, Molly. Como un accesorio de mis colecciones de ropa.
Gwen era ahora la que, nerviosa, se paseaba junto a la chimenea frente a una impresionante pintura al óleo en la que figuraba ella ataviada con un largo vestido de fiesta Valentino de color verde, con el cabello cayéndole en cascada sobre sus hombros. La pintura estaba a medio camino entre un retrato de la realeza y una publicidad hollywoodense de tartas.
—Emile, deja de dirigir la situación —soltó Gwen, pulverizando la colilla de su cigarrillo en el cenicero de cristal que estaba sobre la repisa de la chimenea con tanta fuerza que pensé que el cenicero se partiría.
—Tienes que superar la idea de que todos los que quieren hablar contigo quieren hablar sobre Garth —dijo Emile. Me di cuenta del esfuerzo que hacía por mantener la regularidad en su voz, pero Gwen no parecía notarlo.
—Tal vez sea yo la que necesita hablar de Garth. ¿Alguien lo ha pensado? —comenzaba a emocionarme con el desarrollo de los acontecimientos, pero ella hizo un afectado movimiento al estilo Lana Turner que me hizo preguntarme si no habrían ensayado la escena antes de que yo llegase.
—Está bien, habla de él, cariño; tan solo asegúrate de volver al tema de Success cuando acabes de llorar —Emile se dejó caer en el sillón que ella había dejado vacante, se cruzó de brazos y se dispuso a esperar.
¿Habría malinterpretado la relación que existía entre los dos? Yo creía honestamente que él intentaba cambiar su perfil para construirle una clientela, o al menos para limpiar su nombre. ¿Estaría él más interesado en el perfume que en su inocencia y utilizaba la calumnia de la que ella era víctima para su beneficio personal? ¿O tendría miedo de que su imagen pudiera llegar a eclipsar el perfume? ¿O a él mismo? ¿O tendría que ver con algo totalmente distinto al simple lucro comercial?
—No puedo aguantar más esta situación —se quejó Gwen.
Emile asintió con aire cansado. Era evidente que ya habían hablado sobre el tema.
—Has olvidado que lo odiabas, pero no que lo amabas —replicó Emile.
Alejándose de la repisa, se acercó hacia mí.
—Puedes usar esa frase si lo deseas. Es bastante buena —ironizó Gwen.
Acudir a una citación era una cosa, pero no iba a escribir al dictado. Debía tomar las riendas del asunto y lograr que la visita volviera a terrenos más productivos.
—El hecho de que no lo haya podido olvidar, ¿cree que le traerá alguna dificultad cuando el señor Willis y usted estén al mando de la empresa?
Emile, con gran habilidad, se apresuro a responder primero.
—Resultará una transición difícil para todos, en especial para el equipo de las mejores creativas de Garth. Le eran muy leales —dijo con suavidad.
—¿Leales? ¡Dios mío! —Gwen extrajo otro cigarrillo de la caja de plata—. Era como un enfermizo club de admiradoras, yo odiaba ir allí. Cuando te encontrabas con ellas esperabas ver que se habían escrito en las palmas de las manos la inscripción «Amamos a Garth».
Hice un esfuerzo por no distraerme con el recuerdo que me traía de Brent Shaw —mi compañero de noveno grado—, con sus pestañas largas y hoyuelos profundos.
—¿Quiénes no le querían?
Emile me miró con dureza, pero Gwen me dirigió una sonrisa a medias.
—¿Se supone que debería llevar una lista de ello? —preguntó.
—Pero usted no estaría en ella si la llevara.
—¿Acaso no ha quedado claro?
—No completamente. Cuando el señor Trebask ha dicho que usted no se había olvidado de que lo amaba, ha respondido que era una buena frase, no una afirmación verdadera.
Ahora sonrió abiertamente, pero de una manera fría.
—¿Qué es lo que insinúas?
—Nada, excepto que hay ciertas personas que, aunque nos resultan exasperantes, hay una parte de ellas que nos importa, una parte con la que conectamos.
Gwen dejó el cigarrillo de nuevo en la caja. La expresión en su rostro cambió por un momento, reblandeciéndose de una manera que no hubiera imaginado posible.
—Sí —dijo, y respiró hondo—, esos bastardos. —Recapacitó, cogió nuevamente el cigarrillo y cerró la tapa de la caja, su rostro se endureció otra vez, pero el destello de desnudez que había mostrado fue suficiente para mí. Todavía amaba a Garth Henderson, sin importar las razones que tuviera para odiarlo o denigrarlo. Pero de todas maneras el hecho de que todavía lo amara no significaba que no lo hubiera matado—. Deja que te diga algo, señorita Forrester —dijo, su voz también se había endurecido—, si yo lo hubiera matado, no hubiese dejado ninguna evidencia.
—Gwen —dijo Emile.
Otra afirmación que se moría de deseos por estar en el archivo de declaraciones policiales. Pero claro, si ella se comportaba de manera tan imprudente conmigo, había bastantes posibilidades de que dijera la verdad. Una mentirosa tendría más cuidado.
—¿Tiene alguna teoría sobre quién puede haberlo asesinado?
—¿Otra lista diferente?
—¿Tantas posibilidades hay?
Dio una profunda calada y me clavo la mirada. Por primera vez, reconocí a la mujer que estaba acostumbrada a ver en los periódicos y revistas.
—En realidad, no.
—¿No?
—Su vida estaba llena de personas sumisas. Esa es la razón por la que lo deje. Quería ser parte de un matrimonio, no de un culto.
—Según tengo entendido —dije con suavidad—, había ciertas indiscreciones por parte de ambos.
Comenzó a reírse a carcajadas.
—¡Qué educada eres!
Era martirizante. Yo quería ir directamente al grano, pero me daba cuenta de que Gwen Lincoln estaba acostumbrada a estar en el asiento del conductor, y desafiarla podía resultar contraproducente. También notaba que la presión arterial de Emile Trebask iba en aumento al ver que la conversación seguía girando en torno al tema del asesinato, en vez de al del perfume.
—Solo pretendía decirlo de una manera apropiada.
—Es triste, ¿no te parece? —dijo con ironía.
Esbocé una sonrisa.
—Es que no tengo mucha experiencia en cuestiones de infidelidad.
—No te preocupes. La gente te juzgará injustamente sin importar lo que digas o hagas, así que, ¿por qué no mejor hacer o decir lo que te plazca? Nunca complacerás a los demás.
—Gracias por el consejo. ¿Mató usted a su esposo?
—Ya es suficiente —protestó Emile levantándose de un salto.
Gwen rió aún con más fuerza.
—¡Eres un encanto, cariño! No, no lo hice. Emile, siéntate.
Sin embargo, Emile permaneció de pie junto a mí. Hizo un ademán en señal de protesta y metió las manos en los bolsillos, pero no antes de que yo tuviera la oportunidad de ver cómo le temblaban.
—Señorita Forrester, le solicité que hiciera este artículo para apoyar a Gwen en nuestro nuevo proyecto comercial, no para que provocara aún más especulaciones ridículas sobre la muerte de Garth.
—Emile —dijo Gwen con tono tranquilizador—, pensemos bien en esto: ¿Qué es lo que hará que nuestro fantástico producto despierte más interés? ¿Una conversación amable en la que evitamos mencionar el elefante que tenemos en la habitación, o un artículo que haga que todo el mundo hable de nosotros?
¿Se daba cuenta Emile, como lo hacía yo, de que había perdido el control de la situación? ¿Esto era algo común en la relación que tenían, o ella se mostraba intransigente solo en este asunto en particular? Gwen parecía arder en deseos de contarme algo, pero era como si esperara que yo hiciera la pregunta correcta. Colocó solemnemente la mano sobre el hombro de Emile para, con suavidad, indicarle que se recostara en el asiento, y luego se sentó en el brazo del sillón como antes había hecho él.
—Si usted no lo mató, ¿sabe quién pudo hacerlo? —proseguí.
—No —dijo. Emile se puso tenso como si estuviera a punto de levantarse de nuevo; por un momento no supe si el «no» estaba dirigido a él o a mí. Pero ella me miraba fijamente, con el brazo puesto sobre los hombros de él, no sabía si para darle consuelo o para mantenerlo quieto—. ¿No es esto mejor que perder nuestro tiempo con jueguecitos? Y es lo que verdaderamente necesitas saber; y no cómo Emile y yo acabamos juntos, ni por qué elegimos esa fragancia, ni cuál será nuestro próximo proyecto.
—Eso también es importante —dije con honestidad, mirando a Emile. Quería obtener toda la información posible para escribir el artículo, pero todo sería en vano si Emile se enfadaba conmigo y le hablaba pestes de mí a Eileen, quien estaría encantada de cancelar el artículo. Una vocecita en mi cabeza se preguntaba si Gwen estaría montando un espectáculo para mí, aunque no había nada que me indicara falta de sinceridad por su parte. Sus manos se mantenían firmes; sin embargo, las de Emile temblaban. ¿Por qué estaba él tan nervioso?—. Pero me gustaría volver al tema de la sumisión. ¿Siente que esas personas estaban sometidas a él emocional o económicamente? —pregunté.
—En los dos sentidos. Su pequeño club de seguidores de la agencia no podía vivir sin él a cualquier nivel. Si Ronnie Willis piensa que podrá ocupar el lugar de Garth, tanto en la agencia como en sus corazones, está delirando.
—¿Por qué? —La unión de las dos reconocidas agencias había creado muchos rumores en el inestable mundo de la publicidad, pero todos eran positivos.
Emile habrá sentido que volvíamos a terreno sólido, porque se animó a responder esa pregunta.
—Los dos vendían el acuerdo como si se tratara de una fusión, pero en realidad Garth le había echado una mano a Ronnie, que estaba a punto de perder clientes importantísimos antes de que apareciera Garth, y este los tentó con la idea de la fusión.
—¿Usted era uno de ellos?
Emile se encogió de hombros con afectación.
—Yo ya me había ido. Ronnie es estupendo, pero no podía seguirme el ritmo. Yo pretendía más, y Gwen me aseguró que Garth podía dármelo.
—Ronnie se volvió loco al verse obligado a aceptar la propuesta de Garth —agregó Gwen con una sonrisa tensa—, pero al menos le permitía seguir aferrado a sus ilusiones de poder. La única cosa peor que querer poder y no conseguirlo nunca es tenerlo y luego perderlo. Lleva a que la gente adopte comportamientos muy extremos, ¿sabes?
Miré a Emile para ver si se ponía nervioso otra vez pero, a pesar de que su socia acababa de acusar a alguien de asesinato, no hizo más que seguir la raya de sus pantalones con el dedo. ¿Estaba de acuerdo con ella, o simplemente la ignoraba?
No había mucha información en los documentos policiales o en los informes de la prensa que sustentaran la teoría de que Ronnie Willis era el asesino. Lo interrogaron por lo de la fusión, pero fue un interrogatorio breve e improductivo, donde dijo más o menos lo mismo que decía el comunicado que habían hecho público sus abogados. Por otro lado, aunque hubiera resultado doloroso ceder parte de su reino a Garth Henderson, si Ronnie Willis había estado al borde del colapso financiero, ¿por qué iba a querer hacerle daño al hombre que lo estaba rescatando?
—El señor Willis no gana nada con la muerte del señor Henderson porque, de todas maneras, compartirá el control de la compañía con usted.
—Das por supuesto que él es capaz de elaborar un juicio racional sobre la cuestión —respondió Gwen—. Otra vez estás siendo demasiado educada. Creo que Ronnie nunca fue consciente de lo frágil que era su posición. No es muy difícil imaginárselo a él creyendo que iba a tomar el poder y que iba a llevar la nueva agencia hasta la cima.
Y, al parecer, tampoco era muy difícil imaginárselo con un arma entre las manos. Pensé en un nadador a punto de ahogarse que, en su desesperación, lucha tan fuerte por salvarse que acaba por ahogar al socorrista. ¿Podría haber eliminado Ronnie Willis a Garth Henderson, su salvador, por un sentimiento de frustración, envidia o desesperación? ¿Sabía él que eso acabaría convirtiéndolo en socio de Gwen Lincoln?
—¿Cree que va a tener algunas dificultades a la hora de trabajar con el señor Willis?
Emile se cubrió el rostro con la mano, mientras Gwen sonreía con tristeza.
—Ronnie y yo hemos frecuentado los mismos círculos durante bastante tiempo. No somos íntimos, pero tenemos una base desde la que podemos empezar a construir nuestra relación. Me llamó la mañana posterior a la muerte de Garth; el muy idiota recordó darme el pésame, pero después me dijo que se quería asegurar de que Emile y yo permaneceríamos en la firma, y que estaba seguro de que podría cuidarnos. Por la «memoria de Garth», me dijo. —Cerró los ojos brevemente, y sacudió la cabeza. Incluso una mujer que cree que siempre se debe decir lo que se quiere decir tiene su propia definición de lo que es inapropiado.
Cuando abrió los ojos de nuevo estaban llenos de lágrimas. Parpadeó para contenerlas y evitar que se deslizaran por su cara; no quería llamar la atención.
—Yo había tenido que identificar el cuerpo aquella misma mañana. Eso también es parte de la «memoria de Garth».
Emile se levantó rápidamente del sillón, le tendió un pañuelo de lino y la rodeó con el brazo.
—No es necesario que hables de estas cosas.
Gwen aceptó el pañuelo, pero siguió adelante con una sorprendente fortaleza en la voz:
—Intentan mostrártelo desde determinado ángulo para que no veas el daño que le han hecho, pero aun así era tan... y su boca, su hermosa boca...
—¿Su boca? —Todo lo que sabía al respecto era que le habían disparado dos veces.
—Cortada. —Hizo un dibujo con las uñas sobre el labio superior, para indicar dos cortes verticales a cada lado del filtro del labio—. Quería darle un beso de despedida... —Se estremeció y, repentinamente, se levantó y se fue del salón.
No estaba segura de si debía interpretarlo como una señal para que me marchara; me levanté lentamente. Emile permaneció cabizbajo por unos momentos, y después miró hacia la puerta. Cuando me dirigió la mirada nuevamente, sonrió como pidiéndome disculpas.
—Esperaba que esto no sucediera —dijo. Comencé a articular una disculpa pero, por fortuna, él no se refería a mí—. Quería que hiciera este artículo porque necesita pensar en otras cosas, pero todo gira alrededor de Garth todavía. Garth, Garth, Garth. Realmente nos ha dejado bien jodidos.
En resumen: él culpaba al muerto, ella lloraba por él, y yo intentaba hacer que mi cabeza no diera tantas vueltas. Comencé a darme cuenta de que esto no iba a consistir simplemente en escribir un artículo sobre el perfil de una persona —no importa cuánto lo deseara Emile—, todo empezaba a resultar más difícil de lo que había imaginado. Incluso más de lo que hubiese yo querido.
—Como parece que no vuelve tendré que ir a ver cómo está; esto puede llevarme un rato. Si te parece bien te llamaré más tarde a la revista y concertaremos una nueva entrevista.
Le di mi número de móvil, tras explicarle mi errática presencia en la oficina, y me acompañó hasta la salida.
—Como habrás visto, ella todavía lo ama.
—Sí.
—Es una pena que no exista un interruptor para desactivar eso. Pero claro, la vida no sería ni la mitad de interesante si pudiéramos controlar nuestras emociones, ¿no es verdad?
Una interpretación fascinante de un superviviente del dolor; no pude más que asentir. Mis entrañas me decían que Gwen Lincoln no era responsable de la muerte de Garth, pero todavía me inquietaban los esfuerzos de Emile por asegurarse de que yo pensara de esa manera.
Emile estrechó mi mano, y en un momento ya estaba en el pasillo llamando al ascensor. Mientras descendía, consideraba mi próximo paso y decidí que tenía que hablar con Ronnie Willis.
Le había prometido a Kyle que no intentaría aventajar a los detectives en la investigación. Y le había prometido a Eileen que me concentraría en Gwen Lincoln. Pero si el objetivo era escribir sobre la inocencia de Gwen Lincoln, ¿no ayudaría a eso averiguar quién era culpable? ¿Y qué daño, pensé, podía hacer con ello?