Capítulo 4

No me gusta mentir. Sobre todo porque no lo hago muy bien. Así que intento hacerlo cuanto menos mejor, y limitarlo a la gente que se lo merece. Por eso me venía tan bien tener la posibilidad de investigar una historia diciendo la verdad sobre quién era yo y por qué estaba haciendo averiguaciones. Bueno, diciendo parte de verdad al menos.

El placer de hacer mi primera llamada oficial como periodista de investigación solo se vio empañado por el hecho de tener que escuchar a través del teléfono una espantosa versión instrumental de Brass in Pocket, de The Pretenders. Aparte de obligarme a enfrentarme al crudo problema cultural de a quién le pareció apropiado reducir una canción tan buena a unos simples sonidos de clarinete, la llamada fue exitosa. Hablé primero con una de las telefonistas de Willis Worldwide, le expliqué que era periodista y que necesitaba hablar directamente con el señor Willis porque estaba realizando una reseña sobre Gwen Lincoln y me interesaba saber qué opinaba el señor Willis sobre tener que trabajar con ella. La esperanza de que otro tipo de información, más esclarecedora, saliera a la luz, me la guardaba para mí.

La telefonista puso la llamada en espera dejándome con la musiquilla. Por fortuna, el intervalo fue breve, y su voz reapareció rápidamente en la línea para contarme que el señor Willis tenía un pequeño hueco en su agenda si yo podía pasar por la oficina una hora más tarde. Le dije que sí.

Las oficinas de Willis Worldwide están a unas pocas manzanas de la mía, sobre Madison, así que tenía tiempo de repasar algunas de las preguntas que le había hecho a Gwen en mi corta visita. ¿Ronnie veía el acuerdo como una fusión de dos empresas iguales o era consciente de la percepción que tenía la gente, o al menos que tenía Gwen, de que Garth le había salvado? ¿Podría seguir adelante sin Garth y con Gwen en su lugar? ¿Pensaba que Gwen era culpable?

Aún seguía dándole vueltas a mis preguntas cuando salí del ascensor. No estaba en absoluto preparada para lo que había detrás del escritorio de recepción. Y no me refiero a la pequeña morena con auriculares y piercings en la ceja y en la lengua, que atendía el teléfono diciendo «Willis Worldwide» ochocientas veces al día, y que aun así era más encantadora que aquello que me perturbó. Me refiero al cartel que había detrás de ella colgado en la pared. Una foto inmensa del anuncio que había encumbrado a Ronnie Willis en el mundo de la publicidad quince años atrás. Un niño somalí de no más de seis años que miraba fijo a la cámara con ojos tristes y penetrantes. Su cuerpo demacrado estaba cubierto con un chal de mujer con lentejuelas doradas, pero su barriga hinchada por la desnutrición quedaba a la vista. El titular decía: «¿Esto hace que me vea gordo?».

Los carteles habían sido parte de una campaña de la industria de la moda para juntar fondos para combatir el hambre en África, pero el revuelo que produjo el anuncio en la crítica televisiva, en las tertulias de la radio y en la prensa amarilla hizo que no se le prestara mucha atención al objetivo de la empresa. En cambio, Ronnie Willis logró hacerse un nombre en el mundo de la publicidad a través de la provocación, el insulto y el ultraje a las personas. A partir de ahí adoptó orgulloso esa técnica como su modo normal de proceder. Garth y él eran almas gemelas, pero si lo que me había dicho Gwen Lincoln era verdad, la magia de Ronnie había desaparecido mientras que la de Garth continuaba vigente.

El golpeteo nervioso del piercing de la lengua contra los dientes me volvió a la realidad. La recepcionista me miró expectante con el ceño fruncido.

—Hola. Soy Molly Forrester, vengo a ver a Ronnie Willis.

—No me digas.

No es que una actitud fría sea algo poco frecuente en las filas de recepcionistas de Manhattan, pero esto era mucho más de lo que esperaba. Le sonreí mientras me acercaba a ella, la miré a los ojos al hablarle, procurando ser cálida, y cortés en mi tono de voz. Intenté que mi respuesta, «Así es», sonara jovial. ¿Qué había hecho yo para merecer esa frialdad?

—No pareces ser su tipo de mujer —continuó.

—¿Perdón?

—Tú llamaste por teléfono hace un rato, ¿verdad? Y él ha cambiado sus horarios para encontrarse contigo enseguida. Supongo que eso significa que se conocieron en una discoteca ayer por la noche o algo por el estilo pero, como te digo —se sorbió la nariz—, tú no pareces de su tipo.

—Voy a entrevistarlo en relación con un artículo que estoy escribiendo para la revista en la que trabajo —dije, si bien no entendía por qué le estaba dando yo tantas explicaciones. Al menos conseguí sacarle una sonrisa por respuesta, aunque no sabía si era porque se vanagloriaba de haber acertado en lo de que yo no era su tipo, o si porque la escritora de una revista era más interesante que una cita conseguida en una discoteca.

—¿Qué revista? —Se inclinó hacia delante con encendido interés. El cuello en V de su camiseta se abrió ligeramente y pude vislumbrar un tatuaje que parecía simular un tentáculo que le ascendía por el escote.

Zeitgeist —respondí, procurando no mirar directamente el tatuaje o cualquier otra parte de su pecho mientras esperaba que hiciera algún comentario mordaz sobre la revista, aunque ella no pertenecía al sector de la población al que apuntábamos como cliente.

—¡Oh! Sí. La de «Me puedes contar». Sabía que tu nombre me sonaba de algo. —Presionó un botón sobre la consola y pronunció mi nombre por el micrófono, mientras yo intentaba imaginármela leyéndole mi columna por teléfono a su tatuador—. La asistente de Ronnie vendrá enseguida. Toma asiento.

Señaló hacia unos sofás bajos que estaban a su derecha; yo sentí que debía averiguar un poco más sobre ella.

—¿Lees mi columna? —pregunté, adoptando un tono despreocupado más que sorprendido. Conocer gente que lee mi columna, en especial candidatos insólitos, es una forma fantástica de ganar perspectiva sobre las cartas que recibo y los consejos que doy. Por supuesto que no siempre son encuentros agradables, como, por ejemplo, aquel vendedor de una tienda a la que fui y que leyó mi nombre en mi tarjeta de crédito y me echó la bronca delante de toda la tienda porque, supuestamente, había alentado a su novia a marcharse sin pagar su parte del alquiler más trescientos dólares de la cuenta telefónica, además de contagiarle una enfermedad de transmisión sexual. Yo estaba bastante segura de no haberle dado ese consejo específico, pero él estaba igualmente seguro de que yo mentía.

Por fortuna, la recepcionista parecía más aturdida que enfadada.

—Sí. La gente puede resultar muy fastidiosa.

—Es verdad.

—Como en ese artículo del mes pasado, sobre la bruja que les robaba los novios a las hermanas. Creo saber quién es.

—Eso es algo que mantengo en absoluta confidencialidad —dije preventivamente.

—Lo respeto, no intentaba conseguir que me lo dijeras, nada de eso. Es que para mí era tan claro quién era que me resultó disparatado verlo impreso en la página de una revista.

Sonrió con gran satisfacción y le contesté con una inclinación de cabeza, contenta de que no tuviera cuentas que ajustar conmigo.

—Mientras no me pidas que revele nombres, siempre estaré contenta de hablar sobre la columna —dije.

—¿Has venido aquí por un artículo, o Ronnie ha escrito una carta para la revista?

—Estoy escribiendo un artículo sobre Gwen Lincoln, pero el señor Willis es parte de la historia —ver la extraña mirada que cruzó por su cara cuando mencioné el nombre de Gwen casi me impide terminar la frase. Parecía preocupada por la posibilidad de perder su trabajo con la fusión, pero no podía determinar si esa era exactamente la razón.

Se volvió a sentar en la silla y se acomodó el cuello de la camiseta, como si intentara apartar el tentáculo de mi vista.

—Bien. Que te diviertas con eso.

Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir exactamente, una voz suave pronunció mi nombre. Una mujer con un desgarbado andar de pasarela recorría el vestíbulo hacia mí. Alta, de pelo castaño muy largo y con una expresión ausente pero bonita en su rostro.

—Por aquí, por favor —dijo, girando para desandar sin pausa el camino por el que había venido, por lo que tuve que hacer un esfuerzo para alcanzarla. Miré hacia atrás por un momento para ver a la recepcionista, pero se había dado la vuelta. Tenía que volver a hablar con ella.

Las paredes del vestíbulo estaban pintadas con perturbadores tonos de naranja intenso y adornadas con pósteres de anuncios creados por Ronnie y su agencia. Todos me resultaban familiares, pero echando un vistazo me di cuenta de que todos eran de hace más de tres años. ¿Alguien se habría olvidado de colocar los nuevos éxitos, o es que no los había?

La asistente de Ronnie me condujo hasta una sala de reuniones con ventanales desde el suelo hasta el techo y con una vista abierta, y se retiró. El espacio estaba ocupado casi por completo por una descomunal mesa de reuniones de madera lustrada y sillas a juego. Había una pantalla de plasma inmensa en uno de los extremos de la habitación y enfrente, en el otro extremo, unas pizarras blancas. El resto era todo de cristal: paredes de cristal por un lado, ventanales por el otro. Daba la impresión de que la sala estaba suspendida en el aire, en vez de estar conectada con el resto del edificio. No era una sensación del todo agradable. Rodeé la mesa y me dirigí hacia el ventanal para contemplar la vista, pero cuanto más me acercaba, más sentía que me inclinaba hacia delante y que estaba a punto de romper el cristal y caer en picado doce pisos hacia abajo, al hervidero de la avenida Madison.

—¿Quieres saltar?

Sobresaltada, me giré rápido y vi a Ronnie Willis entrar en la sala. Era más alto de lo que cabría esperar por sus fotos publicitarias. Tenía el rostro delgado, muy juvenil a pesar de las patas de gallo. El bigote y la barba, perfectamente recortada, oscurecían el contorno de su boca. Unas marcadas líneas grises asomaban en su denso pelo negro y sus ojos eran de un cálido verde musgo. Era de esos hombres que analizados por partes son bastante atractivos pero en los que el paquete completo, de algún modo, no se ensambla como debiera, y sólo deja cierto aire de torpeza en ellos.

—¿Debería?

—Parece que la idea cruza por la mente de la mayoría de las personas. —Se encogió de hombros y me tendió la mano para saludarme—. Ronnie Willis.

—Molly Forrester.

—Espero que no te moleste, pero la canguro que cuida de mí desea entrometerse en nuestra conversación. —Hizo un gesto vago hacia la entrada, en la que apareció una joven mujer muy formal vestida con un traje negro de MaxMara y un increíble par de sandalias Jimmy Choo.

Me acerqué a ella y le estreché la mano.

—Paula Wharton, directora de comunicaciones. Hablamos por teléfono —dijo en un tono apretado y desagradable.

—Encantada de conocerte en persona.

Ronnie suspiró.

—No tengo nada que esconder sobre lo que significan Garth y Gwen para mí, ni sobre ningún otro aspecto de mi puñetera vida que tenga relación con eso, pero Paula tiene que controlarme siempre. Piensa que no sé cómo comportarme, en especial frente a una mujer. —Me hizo un guiño con afectado entusiasmo y miró desafiante a Paula, a la espera de su reacción.

Ella le devolvió la mirada sin sonreír y se sentó en el otro extremo de la mesa. Ronnie apoyó la frente contra la ventana, y se quedó mirando hacia abajo, hacia la calle. Su americana le caía de manera extraña y por un momento su cuerpo me pareció el de un espantapájaros observando desde su cruz a los gusanos en la tierra.

—Hace que te sientas un poco mareado, ¿no?

—En realidad me preocupa más la posibilidad de caerme que de saltar —señalé, sin muchas ganas de volver a acercarme a la ventana.

—Acabarías en la acera de una u otra forma —dijo, con la frente aún sobre el cristal—. ¿Cuál es la diferencia?

No podía distinguir si él intentaba provocar una reacción o simplemente estaba divagando. Echar un vistazo a Paula no me fue de mucha ayuda: estaba escribiendo en su agenda electrónica. Quería que Ronnie estuviera relajado y hablara con total libertad, pero no estaba segura de que eso pudiera suceder en presencia de Paula, que actuaba de guardián. Pero, tal vez, seguirle el juego a Ronnie podía serme de ayuda.

—¿La diferencia no está en el control de la situación?

—Sí, claro —resopló—. Como si esa no fuera la quimera más grande de la vida.

—Sin embargo, su profesión se basa en el control. Controlar lo que queremos, controlar lo que creemos que necesitamos. Y eso controla nuestros gastos, nuestras costumbres alimenticias, nuestra forma de relacionarnos...

Se apartó de la ventana.

—¡Dios mío! Nos has descubierto, ahora tendré que matarte —bromeó. Paula levantó ligeramente la cabeza. A pesar de que era una simple broma, resultaba un poco inesperado en una situación así. No pude siquiera esbozar una sonrisa y Ronnie hizo una mueca—. Lo lamento. Ha sido una tontería. Estás aquí para hablar de Garth Henderson y yo estoy haciendo el... Lo ves, por eso ella está aquí. A veces puedo ser tan imbécil. Por favor, toma asiento —Rápidamente, de manera servicial, cogió una silla de la mesa de reuniones para mí.

No tomé asiento enseguida. Había escuchado historias sobre su encanto payasesco, pero esto me sonaba más a torpeza desesperada, a comenzar a bailar claqué antes de que la música empezara a sonar. Paula dejó a un lado su BlackBerry.

—En realidad estoy más interesada en Gwen Lincoln —le recordé.

Ronnie tamborileó los dedos sobre el respaldo del asiento como si intentara recordarme que la silla estaba disponible.

—Sí, pero eso también significa que estás aquí por Garth. Era el nexo entre Gwen y yo. Haré todo lo que pueda para preservar nuestra relación ahora que él no está, pero ya nunca será lo mismo. Solo espero que la fortuna nos sonría. O al menos que la mierda no caiga sobre mí.

—¿No confía en el éxito de la agencia?

—Siéntate y hablaremos de ello —dijo con un sorprendente temor en su voz. Más que impaciente, parecía molesto porque yo aún no había tomado asiento. O porque hacía las preguntas equivocadas. Para evitar que se enfadara o fastidiara, tomé asiento, y apoyé mi libreta de notas y la grabadora sobre la mesa de reuniones. Ronnie, un tanto aliviado, rodeó la mesa para sentarse frente a mí, me dirigió una sonrisa y observó a Paula.

—El futuro de la agencia —señaló ella.

—Sí. Sé que soy muy bueno y también lo es mi gente. La gente de Garth es tremenda. Gwen es maravillosa. Pero, ¿cuántas cosas resultan como esperamos? —Ronnie se agitaba en su silla, como si tuviera dificultades para acomodarse.

—Ronnie tan solo quiere estar atento y ser prudente en la fusión de la compañía, como lo haría cualquier buen líder. En especial, en vista de la tragedia que ha sucedido —explicó Paula. Ronnie la miró como si estuviera a punto de manifestar su desacuerdo con la valoración, pero luego cerró la boca y asintió.

—Mi vínculo con Gwen es lo que realmente importa, lo que más me interesa salvar —dijo Ronnie, procurando encarrilar la conversación. No era exactamente la impresión que había obtenido de Gwen.

—¿Está en riesgo la relación?

—Es difícil hacer negocios con amigos, eso es todo. Jamás podré remplazar a Garth por ella, o por Emile, o por los dos juntos, pero debo hacer lo posible por protegerlos.

—¿Protegerlos?

—Quien sea que le haya hecho esto a Garth, ¿quién sabe con qué otra persona estará enfadada? Gwen también podría estar en peligro.

Al mirar a Paula me encontré con que ella me observaba a la espera de mi reacción.

—¿Pero protegerlos de quién?

—Del maníaco que hizo esto. Hasta que lo atrapen, Gwen debería permanecer alerta. Todos deberíamos hacerlo.

Todo lo que había leído, o los rumores que había escuchado consideraban el asesinato de Garth como un acto único, motivado ya sea por la pasión, lo que colocaba a Gwen como favorita, o por el dinero, lo que podía apuntar a Ronnie. Nadie había sugerido que Garth fuera el primero de una lista de perseguidos. Miré a Paula para examinar su reacción, pero ella mantenía la mirada fija en su jefe. No era una nueva teoría para ella, pero era difícil saber hasta qué punto la apoyaba. Ronnie, ¿lo decía en serio, o simplemente quería ganar espacio en mi historia? ¿O tal vez pensaba que podía permanecer fuera de la lista de sospechosos al colocarse en la lista de «posibles víctimas»?

—¿Cree que usted también corre peligro?

—¡Coño!, claro que sí. Incluso se lo he comentado a la policía.

—¿Ellos comparten su preocupación?

Paula agachó la mirada hacia la mesa, y los orificios nasales de Ronnie se ensancharon brevemente.

—Están dispuestos a investigarlo.

Supuse que eso significaba que no.

—Señor Willis...

—Ronnie.

Reconocí el gesto con una inclinación de cabeza, pero no acerté a pronunciar su nombre en voz alta. Su deliberada puerilidad combinada con su nombre en diminutivo me sonaban a espontaneidad forzada, y me hacían sentir incómoda. ¿Pretendía esconder su culpabilidad o había algo más?

—¿Sospecha quién puede ser el que quiere causarles daño?

—No. Por eso es tan jodidamente aterrador. Podría ser cualquiera. ¿Tienes alguna idea del número de personas a las que llegamos, toda la gente en la que influimos día tras día con nuestro trabajo? Y con solo uno de ellos que sea un enfermo, un retorcido, un hombre desesperado, que quiere vengarse de nosotros, ¿qué podríamos hacer al respecto? Al parecer, podríamos morir completamente solos en la habitación de un hotel mucho antes de que nos llegue el momento. O podemos estar alerta y preparados para defendernos.

Creí que sacaría una pistola de su cinturón y me la enseñaría, pero, por suerte, solo dio un golpe sobre la mesa para poner énfasis a sus palabras. No quería mostrarme como una persona poco comprensiva —el asesinato de alguien cercano a ti es terrible, en especial si crees que eso también te pone en peligro— pero el comportamiento maniático de Ronnie parecía desproporcionado. A menos que hubiera alguien afectado por la fusión que odiara a Garth al igual que a Ronnie, y viera a este como el próximo objetivo.

—Teniendo en cuenta sus preocupaciones, ¿es seguro continuar con el acuerdo de fusión?

Ronnie pareció por un momento estar algo mareado, pero enseguida se repuso y asintió.

—Eso espero. Es lo mejor para las dos compañías. Y sé que es lo que hubiera querido Garth.

—Nos estamos desviando del objeto de la entrevista, ¿no? —dijo Paula sin rodeos.

El objetivo oficial de la entrevista, claro; no se me ocurría otra manera de seguir hablando de la muerte de Garth sin despertar las sospechas de Paula, ni avivar la paranoia de Ronnie.

—Es verdad —dijo Ronnie—. Critiquemos un poco a Gwen. —Paula le lanzó una mirada de advertencia, pero él se estiró y le dio unas palmaditas en la mano. Ella apartó las manos y las colocó sobre su regazo fuera del alcance de Ronnie.

—Me gustaría saber qué es lo que piensa de Gwen como mujer de negocios, ahora que continuará con la agencia y el proyecto con Emile Trebask a la sombra de su marido fallecido —dije.

—Ex marido —corrigió Paula.

—Los papeles de divorcio nunca se firmaron.

—Los papeles sin firmar te cambian la vida —dijo Ronnie de forma pausada, haciendo un esfuerzo visible por relajarse ahora que la conversación había tomado un camino distinto al del asesinato. A pesar de que afirmaba tenerle aprecio a Gwen, al parecer no aceptaba completamente la idea de ser su compañero de negocios.

Estar al mando de la compañía de Garth sin Garth ponía a Ronnie en una posición envidiable dentro de un territorio enormemente competitivo. Pero, ¿podría mantener esa posición? Es lo que me hacían preguntar los envejecidos pósteres del vestíbulo.

—Incluso con la participación de la señora Lincoln, ¿se siente cómodo ocupando el lugar del señor Henderson?

Ronnie negó enfáticamente con la cabeza.

—Ni siquiera lo intentaré. Él era único en su especie. Pero puedo seguir adelante con la empresa por el camino que él trazó. Más aún considerando que todavía cuento con esas chiquillas.

—¿Esas chiquillas?

Se repantigó en su asiento y sonrió burlonamente.

—¿No has conocido al harén? —dijo.

—Ronnie, no... —intentó contenerlo Paula, pero Ronnie no le hizo caso.

Aquí había una broma que yo no comprendía y que Ronnie parecía disfrutar enormemente.

—Me temo que no he tenido el placer.

—Garth tenía un ojo para la belleza y otro para el talento. Y la habilidad para encontrar las dos cosas en la misma persona. Sus directoras creativas son las jóvenes más guapas del mundo de la publicidad. El resto de nosotros, cabrones celosos, las llamamos «el harén».

Por mí cabeza cruzaban imágenes de las mujeres Bond. ¿Cómo pueden ser científicas nucleares y al mismo tiempo modelos de trajes de baño? De todas maneras, teniendo en cuenta la reputación de GH Inc., quienesquiera que fueran estas bellezas debían ser unas expertas en publicidad.

—No estás de acuerdo —señaló Ronnie, lo que me hizo darme cuenta de que no estaba controlando mis expresiones faciales.

—Me parece que no comprendo el chiste completamente —dije con tono diplomático.

—No podemos probar que esos rumores sean ciertos —intercedió Paula con firmeza.

—Relájate Paula. Molly no ha venido con intenciones de meternos en problemas. Además, tampoco es un secreto.

—Es poco profesional —dijo Paula, sin indicar si se refería al apodo o al regocijo que demostraba Ronnie al mencionarlo.

—Lo cierto es que ellas representan el alma de la agencia. Solo espero poder inspirarlas para que continúen con el mismo rendimiento que tenían con Garth. Dios sabe cuánto extraño a Garth, pero ahora tengo que hacerme cargo de la compañía, sostener su reputación, y voy a utilizar cada uno de los activos a mi disposición para asegurarme de que eso suceda. Cualquiera que tenga la suficiente valentía para sumarse al proyecto será bienvenido. —Paula le llamó la atención y él respiró hondo—. Todo lo que tengo está metido en este proyecto y voy a hacer lo posible para que funcione.

¿Buscaba compasión o respeto con su discurso? ¿O las dos cosas? Le compadecía: la totalidad de su carrera profesional pendía de un hilo tras la muerte de Garth. Aunque un hombre cuya vida pende de un hilo es capaz de dar pasos desesperados. ¿Habría creado él la situación que ahora proclamaba poder superar? Llena de preguntas que no podía hacer, volví al asunto que nos ocupaba.

—¿Qué piensa Gwen de... las directoras creativas?

Los delgados labios de Ronnie se retorcieron.

—Las reconoce como un activo tremendamente valioso para el negocio —respondió con una total falta de convicción, sonaba como si estuviera citando el balance anual de la compañía.

De nuevo, intenté dirigir la conversación hacia el origen de su aturdimiento.

—¿Alguna de ellas tenía una relación más cercana con Garth?

—Nunca doy nombres. De esa manera, nunca nadie se verá tentado de hacerlo conmigo —respondió Ronnie con tranquilidad, antes de que Paula pudiera oponerse.

—¿Está casado?

—¿Por qué? ¿Tú lo estás?

—No.

—Es bueno saberlo.

—Pero es completamente irrelevante.

—De ningún modo. Me gusta saber todo lo posible sobre la gente con la que hablo. ¿A ti no?

—Eso es parte del trabajo del periodista.

—Cuéntame algo más sobre ti.

—Estoy deseando hacerle más preguntas sobre Gwen Lincoln.

—No es una persona muy fácil de distraer, ¿verdad, Paula?

—¿De qué intenta distraerme?

Ronnie se rió, pero le salió demasiado forzado como para ser espontáneo. Lo tenía acorralado pero él no quería admitirlo. ¿De qué asuntos no quería hablar?

—Cuénteme más sobre el harén —inquirí con tono de broma.

Ronnie negó con la cabeza.

—No voy a hacerte perder el tiempo con mis divagaciones. Tú quieres informarte sobre Gwen. ¿Qué más puedo decirte sobre ella?

Quería hablar sobre Gwen, y también sobre el harén, incluso ahora más, al ver que él no quería. Tendría que abordar el tema transversalmente.

—¿Hace cuánto tiempo que se conocen? —pregunté, tras recordar la extraña expresión en el rostro de la recepcionista.

Juro que fue un destello de admiración lo que reflejaron sus ojos. Golpeé en el punto exacto que él no quería tocar.

—Nos conocíamos desde antes de que se casara con Garth.

«Nos conocíamos» se me presentaba como una frase evasiva de la que Bill Clinton hubiera estado orgulloso. Debía presionar sobre ese punto.

—¿Hay algo más que eso?

Su sonrisa se volvió un poco más rígida.

—Sí. Ahora somos muy buenos amigos. Y estamos a punto de convertirnos en socios de un proyecto de éxito.

—¿La ha perdonado por haberle arrebatado a Emile Trebask de su agencia?

—Eso ha hecho que admire aún más su inteligencia comercial.

—Y ahora que están todos juntos de nuevo ya no tiene importancia.

Se inclinó hacia delante, con la mirada fría y directa; sabía que lo que dijera a continuación irremediablemente sería mentira.

—Así es.

—¿Cuándo se hará pública la fusión?

—Cualquier día de estos —dijo, reclinándose en su asiento y haciendo un ademán desdeñoso—. Detuvimos el proyecto por la muerte de Garth, claro, pero nuestros abogados están ultimando detalles. Además, tendremos que hacer algunos trabajos de redecoración antes de mudarnos allí.

—¿Está involucrado en la campaña de Success?

—Por supuesto. Estamos muy entusiasmados con la campaña y con el perfume. El estreno de la campaña gráfica se hará en la gala de Emile. Un trabajo impresionante.

—Así que están mirando hacia el futuro.

—Ya lo creo.

—¿No se arrepiente de perder su autonomía y su visión creativa individual para fusionarse con una compañía que ahora es menos de lo que usted esperaba?

Ronnie me miró con frialdad durante un momento, y entrecruzó sus largos dedos frente a la cara.

—Eres demasiado joven como para comprender el verdadero significado de una pregunta como esa.

—Comprendo que quien asesinó a Garth Henderson le ha robado a usted más que un simple socio. ¿Cree que ese fue el objetivo?

El miedo apareció repentinamente en el rostro de Ronnie, que dejó caer las manos.

—No. Esto no tiene nada que ver conmigo.

—Y sin embargo le preocupa ser la próxima víctima.

—Como un cabo suelto, no como el objetivo principal. No he hecho nada malo.

—¿Y el señor Henderson sí?

Paula golpeó su bolígrafo contra la mesa.

—No comprendo cómo esas inútiles especulaciones pueden resultarte útiles para construir un perfil de la señora Lincoln —dijo Paula—. Tal vez prefieras enviarme por correo electrónico el resto de las preguntas, que responderemos a la mayor brevedad. —Era interesante observar que Paula parecía más enfadada con Ronnie que conmigo, pero de todas maneras me cerraba el grifo. Se puso de pie y esperó a que Ronnie hiciera lo mismo.

Él vaciló, y luego se levantó lentamente, poniendo cara de estar a punto de decir otra mentira.

—Te diré una cosa más. Voy a echar muchísimo de menos a Garth, pero me consuelo con las fantásticas posibilidades de mi nueva sociedad con Gwen Lincoln, una mujer con un tremendo instinto para los negocios y con un gran impulso creativo.

Apagué mi grabadora y comencé a recoger mis cosas con lentitud. Ahora estaba segura de que escondía algo, pero también sabía que si lo presionaba Paula se aseguraría de que nunca más volviera a conversar con él.

—Le agradezco su franqueza y el tiempo que me ha concedido, señor Willis. Estaré en contacto, señorita Wharton.

Les estreché la mano a los dos. Ella lo hizo con el mismo movimiento mecánico que cuando había entrado. Pero Ronnie, que apenas se había molestado en saludarme al principio, ahora estrechaba mi mano en un apretón mortal.

—Creo que no tengo que explicarle a una persona como tú lo delicado que es todo este asunto —dijo Ronnie, con un tono temeroso.

—No quiero causarle problemas a nadie —le aseguré, agradecida de que no hubiera allí nadie que conociera mi reputación y pudiera contradecirme.

La asistente desgarbada hizo acto de presencia para conducirme hasta el ascensor. Le dije que conocía el camino, pero ella insistió. No sabía si les preocupaba que me perdiera o que robara algo. Esperaba poder hablar con la recepcionista a la salida, pero no estaba en su escritorio: la había reemplazado un joven que estaba sentado con las manos apoyadas sobre el escritorio tan derecho que me hizo sospechar si no habría electrodos en la silla o droga en el café.

Una vez ya en la calle hice una pausa para encender mi móvil mientras pensaba en la potencial culpabilidad de Ronnie Willis. Escondía algo pero, ¿estaba relacionado con la muerte de Garth o con algún otro aspecto de la fusión? ¿Eran demonios profesionales o personales los que le perseguían?

Antes de que pudiera encontrar una respuesta satisfactoria, sonó mi teléfono. Era Tricia, que me preguntó si sabía algo de Cassady. Mi cabeza estaba tan repleta de Ronnie y Gwen que me llevó un rato recordar que Cassady se había ido a comer con el físico.

—Tal vez aún no hayan terminado —indiqué, mientras ponía rumbo hacia mi oficina.

—Son casi las cuatro de la tarde —dijo Tricia.

—Quizás sea un buen almuerzo. O el servicio demasiado lento.

—Estoy muy intrigada. Ella no suele ocultarnos información. Hablando de información, ¿cómo te ha ido en la entrevista?

—En las entrevistas, en plural.

—Cuéntame, cuéntame.

Estaba por empezar a contarle cuando sonó otra llamada entrante.

—Espera, déjame comprobar si es Cassady.

—Cuelgo y me llamas luego para enlazar una llamada a tres.

Tricia colgó y cogí la otra línea un segundo antes de que saltara el contestador.

—Hola, tú —dije sin molestarme en mirar quién era, pues estaba segura de que tenía que ser Cassady.

—Hola, tú, también.

No era Cassady y escuché cómo se reía entre dientes, mientras en vano buscaba una respuesta inteligente.

—De las muchas cosas que me gustan de ti, el hecho de que no hayas cambiado el número de móvil es de las más importantes en este momento —continuó—. Necesito verte.

—¿Por qué?

—Por muchas razones, pero principalmente porque parece que estamos trabajando en la misma historia.

Juro que esta fue la única razón por la que accedí a tomar unas copas con Peter Mulcahey.