18

Cuando la granada explotó, todo ocurrió tan deprisa que a Rebecca no le dio tiempo a pensar en nada. Sólo tuvo sensaciones, una tras otra, y el terror fue el que predominó.

Una luz brillante y un movimiento explosivo cuando la puerta salió disparada hacia fuera, una sensación de resistencia contra su espalda que desapareció en un instante y luego los pulmones que gritaban pidiendo oxígeno, con un millón de burbujas como balas y, por último, una presión increíble, imposible, que parecía continuar sin final posible, todo en tonos de negro y frío. Más rápido, más rápido, movimiento y un extraño y ahogado sonido.

Unas sombras oscuras se movieron por encima de su mente consciente, tapándolo todo con crecientes manchas de inconsciencia, mientras su pecho estallaba hacia dentro y sus pulmones se devoraban a sí mismos. Braceó y pataleó, pataleó y pataleó mientras sus piernas comenzaban a debilitarse y las manchas oscuras se la tragaban…

Y luego el aire, el dulce aire, el maravilloso aire que le acariciaba su moribundo rostro. Aspiró de forma convulsiva, con grandes jadeos ansiosos, sin pensar en nada todavía. Su cuerpo pensó por ella y siguió absorbiendo vida con glotonería. La espuma y la picazón provocada por la sal, las olas que la acunaban, un zumbido agudo y elevado…

¡Baaam!

Una enorme onda de presión la lanzó hacia adelante y le metió agua a raudales por las fosas de la nariz cuando una lluvia de agua de mar provocada por la explosión comenzó a caer sobre ella.

Rebecca boqueó de nuevo en busca de aire, mareada, hasta que su mente conectó de nuevo con su cuerpo.

¡David! ¿Qué…?

—¡Rebecca!

Un grito ahogado procedente de algún punto de la oscuridad llena de zumbidos. El sonido era mucho más claro ya, era como…

¡Baaam!

Otra enorme ola, otro torrente de agua lanzado por encima de ella, en un intento por ahogarla ya que Griffith no había sido capaz de conseguirlo, y mientras la lluvia de gotas caía sobre ella, vio luz… poderosos rayos que atravesaban la oscuridad y agitada superficie de la ensenada.

Una lancha. El poderoso rugido de un motor fueraborda que se dirigía hacia ella por encima del oleaje.

—¡Rebecca!

El grito desesperado de David, a su izquierda.

¡Baaam!

Esta vez pudo ver la explosión y distinguió la enorme columna de agua recortada contra el rayo de luz que la buscaba antes de que la ola llena de restos la lanzara de espaldas, cegándola con una feroz bofetada de espuma. Logró aspirar una bocanada de aire antes de que el enorme surtidor de agua se desplomara sobre ella, cayendo con un rugido repiqueteante sobre las olas.

Cargas de profundidad. Están lanzando cargas de profundidad. Pero ¿quién? ¿Umbrella?

La lancha estaba a menos de treinta metros de ella cuando el motor se apagó de repente y los focos de luz comenzaron a recorrer el agua. Oyó un chapoteo cerca de ella…

Y uno de los cegadores rayos de luz apuntó a David y ella descubrió su rostro agotado y chorreante a poca distancia de donde se encontraba…

Oyó la voz de un hombre, procedente de la lancha, que ahora se aproximaba lentamente hacia ellos.

—¡Soy el capitán Blake, de los STARS de Filadelfia! ¡Identifíquese!

¿Los STARS?

Blake continuó hablando, y su voz adquirió volumen a medida que la lancha se acercaba.

—¡El agua no es segura! ¡Vamos a sacarle!

David respondió por fin, con una voz rota por el cansancio.

—Trapp, David Trapp, de los STARS de Exeter, y Rebecca Chambers…

Cuando Blake habló de nuevo, dijo las palabras más maravillosas que Rebecca había oído en toda su vida.

—¡Burton nos envía para ayudarlos! ¡Aguanten!

Barry. ¡Oh, gracias! ¡Dios, Barry!

A pesar de su agotamiento, de su cansancio espiritual después de una larga noche de pánico, castigada por los sentimientos de pena y terror, Rebecca tuvo fuerza suficiente para sonreír.

Fue justo en ese instante cuando percibió un gruñido ahogado a su espalda.

Sólo había oscuridad, teñida de rojo y con el eco del dolor. En aquella oscuridad, no había reposo ni paz: estaba solo y trabado en feroz combate, una lucha sin cuartel para encontrar el final de aquella ausencia de luz. Sabía que encontrar el final con rapidez era importante, pero todo un laberinto de imágenes extrañas y en cierto modo terroríficas le impedían el paso e insistían en que no hacía falta darse prisa. Un fantasma, un soldado, una rabia. La melodiosa voz y alegre risa de una mujer que había conocido y que nunca más vería… y los terribles ojos muertos que le habían arrancado la luz después de una explosión de fuego y de sonido. Unos ojos que conocía pero que tenía miedo de recordar…

El laberinto lo llamaba, lo atraía para que lo explorara con mayor profundidad y que abandonara su búsqueda del final de la oscuridad, le decía que eso sólo le proporcionaría mayor dolor… y casi había decidido dejar de luchar y que las sombras lo agarraran cuando la luz lo encontró a él con una onda expansiva y un trueno ensordecedor.

Un instante después, fue lanzado a través de una negrura líquida y helada, y recuperó la conciencia debido al dolor… y fue el dolor el que le hizo concentrarse a lo largo de aquel terrible y aullante viaje, el que lo empujó a combatir la oscuridad. Su conciencia dio vueltas y vueltas mientras el aire se le quedaba cuajado en los pulmones y el frío atenuaba el dolor… pero, momentos después, pudo respirar, y el desgarrado trozo de madera al que estaba agarrado le dijo que sí, que por fin había luz. No estaba muerto, aunque casi deseaba estarlo: apenas podía respirar, y el dolor que sentía en la espalda era insoportable… pero entonces oyó la voz de David entre el ruido del frío oleaje y sintió que, después de todo, merecía la pena estar vivo.

Intentó gritar, pero lo único que salió de su garganta fue un gruñido ahogado, un quejido de dolor y agotamiento. Vio un rayo de luz y un resplandor que lo cegó… y luego la oscuridad de nuevo, pero esta vez tuvo un momento de conciencia serena que le permitió comprender lo que ocurría. Dolor y movimiento, una sensación de ingravidez y luego algo duro que se apretaba contra su mejilla. Frío y luego más movimiento, el sonido de la tela rasgada y del papel rompiéndose. Voces excitadas dando órdenes, y otra vez, el aullido de la carne desgarrada. Cuando recuperó la conciencia de nuevo y vio una sombra con un chaleco de los STARS inclinada sobre él, con un botiquín de emergencia en una mano y una jeringuilla en la otra.

Espero que esa jeringuilla sea de morfina —intentó decir, pero, una vez más, lo único que su boca pudo emitir fue un gruñido ahogado.

Un segundo después, otras dos sombras, pero esta vez pálidas, se inclinaron sobre él mientras la otra sombra seguía trabajando sobre él con manos tibias y suaves. Las sombras borrosas eran David y Rebecca, con grandes ojeras, el pelo empapado y unas expresiones de cansancio y pena.

—Vas a ponerte bien, John —dijo David en voz baja y tranquilizadora—. Sólo tienes que descansar. Ya se acabó todo.

Un creciente calor comenzó a extenderse por todo su cuerpo, una tibieza maravillosa y adormecedora que expulsó el rugido de dolor hacia un lugar lejano y muy distante. Justo cuando aquella oscuridad amistosa llegaba para llevárselo consigo, miró a David a los ojos y logró susurrar algo que de repente quiso expresar más que nada en el mundo, que le costó un gran esfuerzo, pero que tenía que decir a pesar de todo.

—Tenéis el aspecto de haber sido tragados por un coyote y luego cagados colina abajo —murmuró—. De verdad…

El dulce sonido de la risa siguió a John hacia la curativa oscuridad.

El médico de edad madura de los STARS se había llevado a John a la pequeña cabina de la lancha, que tenía unos diez metros, y sólo salió para decirles que todo parecía ir bien. John tenía dos costillas rotas, un fuerte traumatismo y un pulmón perforado, pero lo habían vendado y su estado era estable. Estaba descansando cómodamente mientras llegaba el helicóptero de rescate médico al que habían llamado por radio. El médico estaba bastante seguro de que John se recuperaría por completo y sin secuelas. David lloró al oír aquello, pero no se sintió en absoluto avergonzado.

Se quedaron sentados en la parte trasera de la lancha, arrebujados bajo una rasposa manta de lana, mientras Blake y el resto del equipo continuaban lanzando cargas de profundidad, recorriendo con facilidad la ensenada arriba y abajo. El equipo de Pennsylvania ya había acabado con cuatro de las gigantescas criaturas antes de ver el surtidor de aire procedente del laboratorio y, al parecer, ya no quedaba ninguna de aquellas aberraciones.

David tenía un brazo alrededor de Rebecca, y la chica se había recostado sobre su pecho mientras el cielo negro se transformaba poco a poco hasta adquirir un color azul profundo que luego continuó aclarándose. Ninguno de los dos dijo una palabra, demasiado cansados para hacer otra cosa que ver al equipo trabajar soltando cargas y comprobando los resultados, arriba y abajo una y otra vez. Blake había prometido enviar unos buceadores para recuperar los recipientes metálicos de Griffith en cuanto las aguas de la ensenada estuviesen despejadas y John hubiera sido trasladado, y ya había dos trajes de buceo sobre la cubierta. Un joven miembro del equipo Alfa, y cuyo nombre David había olvidado, los estaba preparando para la inmersión con una intensidad concentrada. A David le recordó un poco a Steve…

Por alguna razón, el recuerdo de Steve no le produjo el tipo de dolor que esperaba. Le dolía, le dolía muchísimo… Karen había muerto, Steve había muerto… pero cuando pensó en lo que habían logrado impedir, en lo que habían participado…

No ha sido en balde. Hemos logrado detener a Griffith, hemos impedido que mate a millones de personas inocentes. Dios, qué orgullosos estarían…

El dolor era malo, pero el sentimiento de culpabilidad no era tan devastador como temía que fuese. Sabía que su responsabilidad por sus muertes sería algo con lo que tendría que vivir en el futuro, pero pensó que tenía posibilidades de vivir con ello sin que le remordiera continuamente la conciencia. No podía estar seguro, por completo, pero estaba convencido de que las lágrimas que había derramado por la recuperación de John lo llevaban en el buen camino para ello.

Los cansados pensamientos de David se centraron entonces en Umbrella y en la función que había cumplido dentro de la locura de Griffith. Aunque estaba seguro de que no habían planeado que su investigador principal enloqueciera de ese modo, sus directivos habían creado las circunstancias apropiadas para que aquello pudiera pasar: su completo desprecio por el valor de la vida humana sólo podía animar a alguien como Griffith. Además, sin la ayuda de Umbrella, el científico jamás hubiera tenido acceso al virus-T…

Algún día y en un futuro cercano, responderán por lo que han hecho. Quizás hoy no, ni mañana… pero pronto.

Quizá Trent los ayudaría de nuevo. Quizá Barry, Jill y Chris descubrirían más secretos en Raccoon City. Quizás…

Rebecca se acurrucó más contra él y sintió su cálido aliento incluso a través de las ropas todavía húmedas. David dejó que aquellos pensamientos se desvanecieran, y se conformó con permanecer sentado sin pensar en nada. Estaba muy, muy cansado.

Blake declaró que las aguas eran seguras cuando los primeros rayos del sol aparecieron por encima del horizonte, pero ni Rebecca ni David lo oyeron: ambos se habían quedado dormidos bajo la penumbra del nuevo día.