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Mientras Steve leía en voz alta, Rebecca observó que David miraba su reloj y la puerta varias veces. No creía que hubieran pasado diez minutos, pero no debía faltar mucho. John y Karen todavía no habían regresado.
—… donde cada uno está diseñado para medir la aplicación de la lógica a su resolución, con técnicas proyectivas de índices combinados con precisión de intervalo…
Era un tema bastante árido. Al parecer, se trataba de un informe interno sobre el análisis de algún tipo de prueba de inteligencia. Era bastante obvio que lo había escrito un científico. De hecho, era el tipo de cháchara en la que muchos investigadores terminan cayendo cuando quieren explicar algo un poco más complicado que una silla. Pero era lo que había aparecido en pantalla cuando Steve había pedido información sobre la «serie azul». Puesto que la habitación ofrecía poco más de interés, Rebecca se obligó a sí misma a prestar atención a la vez que intentaba sacudirse de encima la inquietante sensación de miedo que la atenazaba desde que habían comenzado su infructuosa búsqueda.
Alguien se había encargado de limpiar la habitación de toda prueba, y había hecho un buen trabajo. Habían encontrado libros, archivadores, grapadoras, bolígrafos y papeles, pero ni una sola hoja de papel con algo escrito, ni un solo fragmento de información a partir del cual empezar a trabajar. La búsqueda de Steve en el ordenador no había ido mucho mejor: no habían encontrado ningún mapa ni información alguna sobre el virus-T. Fuese quien fuese el que se había apoderado de las instalaciones, al parecer había logrado eliminar cualquier indicio que hubiesen podido utilizar.
Excepto por toda esta mierda aburrida seudopsicopsiquiátrica, que hasta el momento ni siquiera ha mencionado la palabra «azul». ¿Cómo se supone que vamos a lograr algo así?
Steve pulsó otra tecla y su rostro se iluminó.
—Allá vamos…
«La serie roja, cuando se examina bajo un prisma estandarizado, es la más sencilla y simple, aplicable hasta un coeficiente de inteligencia de 80. La serie verde…
Dejó de leer y frunció el entrecejo.
—La pantalla acaba de quedarse en blanco.
Rebecca levantó la vista de la mesa casi vacía que había estado registrando, y David se acercó hasta Steve.
—¿Un fallo de sistema? —preguntó preocupado.
Steve mantuvo el ceño mientras apretaba unas cuantas teclas más.
—Más bien parece un bloqueo de programa. No creo que… Eh, ¿qué es esto?
—Rebecca —dijo David en voz baja, indicándole con un gesto que se acercara.
Ella cerró un cajón lleno de archivadores vacíos sin marcar y se colocó detrás de Steve, agachándose para leer bien en la pantalla del ordenador.
«EL HOMBRE QUE LO FABRICA NO LO NECESITA. EL HOMBRE QUE LO COMPRA NO LO QUIERE. EL HOMBRE QUE LO UTILIZA NO LO SABE.»
—Es un acertijo —afirmó David—. ¿Alguno de vosotros sabe la respuesta?
Antes de que alguno de ellos pudiera responder, Karen y John aparecieron de nuevo en la habitación, ambos enfundando sus armas. Karen sostenía un trozo de una hoja de papel en la mano.
—Todo bien amañado —informó John—. Media docena de oficinas, ni una sola ventana y sólo otra puerta que da al exterior, en el extremo norte.
—Había archivadores en la mayoría de las oficinas —intervino Karen—, pero todos estaban vacíos. Sólo he encontrado esto en uno de los cajones, enganchado en una ranura. Debe haber quedado arrancado cuando limpiaron el lugar.
Le entregó el trozo de papel a David. Leyó unas cuantas líneas y su mirada adquirió de repente una intensidad mayor.
Se dio la vuelta hacia Karen.
—¿Esto es lo único que había?
—Sí —asintió Karen—, pero es suficiente, ¿no crees?
David levantó un poco la hoja rota y comenzó a leer su contenido en voz alta:
Los equipos continúan funcionando de forma independiente, pero han mostrado una mejora sustancial desde la modificación de las sinapsis auditivas. En el escenario dos, donde se encuentra presente más de una Triescuadra, el segundo equipo (B) no traba combate cuando el primer equipo (A) finaliza su tarea (cuando el objetivo deja de moverse o de hacer ruido). Si el objetivo continúa proporcionando estímulos y A ha abandonado el ataque (falta de munición/heridas incapacitantes a todos los miembros del equipo), B entra en combate. Si se encuentran dentro del radio de acción, las patrullas adicionales son atraídas hacia el combate y atacan en sucesión. No hemos logrado hasta el momento expandir la habilidad sensorial para provocar el comportamiento deseado. Los estímulos visuales de los escenarios cuatro y siete continúan siendo improductivos, aunque infectaremos a un nuevo grupo de unidades mañana y esperamos obtener resultados correspondientes al final de esta semana. Recomendamos continuar desarrollando aún más las capacidades auditivas antes de pensar en implantar detectores de calor…
—Ahí es donde está arrancada —dijo David al tiempo que levantaba la cabeza. Karen asintió de nuevo.
—Pero es suficiente para explicar un montón de cosas. Por qué el equipo en la parte trasera de la casa no actuó: el equipo que se encontraba en la parte frontal todavía estaba disparando. No fue hasta que Steve y yo los eliminamos por completo cuando el segundo equipo entró en acción.
Rebecca frunció el entrecejo. No le gustaba el informe por algo más que por las conclusiones obvias que habían sacado sus compañeros: Umbrella continuaba sus experimentos con seres humanos. Por lo que había visto en Raccoon City, el virus-T tardaba seis o siete días en apoderarse por completo del ser infectado, y luego el individuo comenzaba a caerse a pedazos en menos de un mes.
Así que, ¿qué es eso de infectar a un nuevo grupo y conseguir datos y resultados en una semana? Y ya puestos, ¿implantar detectores de calor y modificar la sensibilidad de individuos ya infectados? No deberían tener tiempo para eso. Las unidades ya deberían estar desintegrándose sin posibilidad de aprender nuevos comportamientos…
Se mordisqueó el labio llena de nerviosismo, preguntándose de repente qué demonios habían estado haciendo los investigadores del laboratorio de la Ensenada de Calibán con el virus. Si habían logrado encontrar un modo de acelerar su capacidad de infección, quizá modificando la membrana de fusión del virión, haciéndola más cohesiva…
O quizás han multiplicado la partícula de inclusión y han logrado que se multiplique de forma exponencial… Podríamos estar enfrentándonos a una cepa que actúa en horas, no en días.
Era una idea bastante desagradable, en la que ni siquiera quería pensar más hasta que dispusiera de mayor información. Además, aquello no cambiaba la situación en que se encontraban: las Triescuadras eran igualmente letales en cualquier caso.
—El letrero de la puerta norte decía que nos encontrábamos en el bloque C, sea lo que sea eso —dijo John mientras se acercaba al ordenador—. ¿Has encontrado algún mapa?
—No —Steve suspiró—, pero echa un vistazo. Le pedí información sobre la serie azul y comenzó a proporcionarme datos sobre unas pruebas de lógica y de coeficientes de inteligencia, todas clasificadas por colores, y luego apareció esto de repente. No puedo sacar nada más.
John se acercó a la pantalla y comenzó a leer murmurando.
—… que lo fabrica no lo necesita. El hombre que lo compra no lo quiere. El hombre que lo utiliza no lo sabe.
Karen, que estaba leyendo de nuevo la información que habían logrado sobre las Triescuadras, levantó la cabeza repentinamente interesada.
—Espera, ya sé qué es. Es un féretro.
Rebecca no se sintió sorprendida de que Karen conociera la respuesta del acertijo. Desde el principio le había parecido que era muy aficionada a los rompecabezas. Todos se reunieron inmediatamente alrededor de Steve mientras éste tecleaba la palabra «féretro». La pantalla permaneció igual.
—Prueba con ataúd —indicó Rebecca.
Los dedos de Steve volaron sobre el teclado. En cuanto apretó la tecla de «intro», el acertijo desapareció y fue sustituido por otro mensaje.
SERIE AZUL ACTIVADA.
A aquello le siguió otro texto.
PRUEBA CUATRO (BLOQUE A), SIETE (BLOQUE D) Y NUEVE (BLOQUE B) AZUL PARA ACCEDER A LOS DATOS (BLOQUE E).
—Azul para… El mensaje de Ammon —dijo Karen con voz tensa y rápida—. Eso es. El mensaje que recibimos estaba relacionado con la serie azul, y luego decía «introducir respuesta para la clave». La respuesta era «ataúd»…
—Y los números de las pruebas son la clave —razonó David—. Después hay otras tres líneas en el mensaje, y luego dice «azul para acceder». Las líneas deben ser las respuestas a las pruebas: «letras y números a la inversa», «arco iris del tiempo», y «no contar». Jill tenía razón. Es algo que debemos encontrar.
Rebecca sintió una oleada de emoción mientras David tomaba un bolígrafo de una de las mesas y le daba la vuelta a la hoja con la información de las Triescuadras. Todo lo que les habían dado tenía sentido por fin: el mensaje del doctor Ammon realmente significaba algo.
Podemos hacerlo. Ahora ya tenemos algo con qué empezar…
David dibujó tres rectángulos en dos líneas, los mismos que aparecían en el mapa de Trent, y escribió la letra C en el interior del rectángulo que se encontraba más al sur. Después de una pausa, marcó dubitativamente los demás rectángulos, empezando por el que estaba arriba y a la izquierda y yendo de derecha a izquierda, apuntando el número de las pruebas al lado de cada letra.
—Vamos a suponer que éste es el orden apropiado —dijo—, y que tenemos que llevar a cabo las pruebas en el orden indicado, nos moveremos en una línea en zigzag entre los edificios.
—Y vamos a suponer que eso no les parece mal a las Triescuadras —acotó John en voz baja.
Rebecca sintió que sus esperanzas se reducían, y advirtió la misma mezcla de sensaciones en los sombríos rostros de sus compañeros mientras observaban en silencio los rectángulos. Sabía que finalmente tendrían que salir de allí de todas maneras, pero había logrado de algún modo evitar tener que pensar en ello, dejarlo a un lado hasta que lo había tenido delante.
Pues bien, ya lo tenía delante de las narices. Y las Triescuadras estarían allí, en el exterior, a la espera.
Estaban de pie al lado de la puerta norte del edificio, en un pasillo oscuro y caluroso. Se apretaron los cordones de las botas, se ajustaron los cinturones y metieron nuevos cargadores en las pistolas. Cuando David estuvo listo, se dio la vuelta hacia John y asintió.
—Repítemelo —ordenó David.
—Tú, Steve y Rebecca tomaréis el edificio que está a la izquierda, al noroeste de aquí. En cuanto comprobemos que todo está despejado, Karen y yo cruzamos. Si tus sospechas son ciertas, estaremos en el bloque D. Si el mapa está al revés, será el bloque B. De todas maneras, aseguramos el edificio, encontramos el número de la prueba, y esperamos a que aparezcas y que nos des la señal de avanzar.
—Y si no aparezco…
Fue Karen esta vez la que recitó las restantes órdenes.
—Si no sabemos nada de ti en media hora, regresamos aquí y esperamos a Steve y a Rebecca. Completamos las pruebas si es posible…
—… y sacamos nuestros culos por encima de la verja —terminó John sonriendo, con un destello de dientes blancos en la oscuridad.
—Correcto —dijo David—. Bien.
Estaban preparados. Existía un número infinito de variables en la ecuación, un montón de detalles que podían salir mal en un plan tan sencillo, pero siempre era así. No había forma humana de estar preparado para todo lo que podía pasar, no llegados a ese punto, y la decisión de dividirse en dos grupos era su mejor posibilidad de evitar ser detectados por las Triescuadras.
—¿Alguna pregunta antes de salir?
Fue Rebecca la que habló, con su joven voz llena de preocupación.
—Me gustaría recordaros a todos que tengáis muchísimo cuidado con todo lo que tocáis, o con lo que os toca. Los individuos que forman las Triescuadras son portadores del virus, así que procurad evitar acercaros a ellos, sobre todo si están heridos.
David se estremeció en su fuero interno al recordar lo que ella les había dicho por la mañana: una gota de sangre infectada podía contener millones o incluso cientos de millones de virus. No era un pensamiento agradable si se tenía en cuenta que un proyectil de nueve milímetros podía causar muchos daños…
Y que no caen cuando son heridos. Los tres del almacén de botes continuaron acercándose, andando y disparando y sangrando…
Estaban esperando a que les diese la señal. David descartó aquellos pensamientos de la cabeza y le quitó el seguro a su Beretta mientras ponía la otra mano en el tirador de la puerta.
—¿Preparados? Ahora, en silencio. Una… dos… tres.
Abrió la puerta de golpe y salió al exterior, adentrándose en la fresca noche y en el susurro de las olas del océano. El lugar estaba mucho más iluminado que antes, ya que la Luna había salido por completo y estaba prácticamente llena. Todo el conjunto de edificios estaba bañado por una suave luz azul y plata. Nada se movió en las cercanías.
Justo delante de él, a unos veinte metros, se encontraba el objetivo de John y de Karen, y se sintió aliviado al ver que se abría una puerta en la pared de cemento que daba al bloque C: no tendrían que dar la vuelta para entrar.
David se alejó de la puerta y se dirigió hacia la izquierda, pegándose a la estrecha sombra que proyectaba la pared. Distinguió la parte delantera del edificio que esperaba que fuese el bloque A, con unos pinos altos detrás y a la izquierda. Vio una sombra un poco más oscura en mitad de la pared: una puerta. No había cobertura alguna en los más de treinta metros de distancia hasta ella. En cuanto se separaran de la pared del bloque C, estarían completamente expuestos y serían vulnerables.
Si hay una Triescuadra entre las dos líneas de edificios…
Miró hacia atrás y vio a Rebecca y a Steve, tensos y a la espera detrás de él. Si se iban a meter en un fuego cruzado, al menos él iría en primer lugar, y Steve y Rebeca tendrían tiempo de retroceder para ponerse de nuevo a cubierto.
Aspiró profundamente, contuvo la respiración… y se alejó a toda prisa de la pared, corriendo semiagachado en dirección al negro cuadrado de la puerta de entrada. Unas siluetas pálidas y sombrías pasaron a su lado como un borrón. Todo su ser estaba en tensión a la espera del chasquido de los disparos y de los destellos de las armas automáticas, del agudo y paralizante dolor que lo derribaría al suelo… pero todo estaba tranquilo y en silencio, y el único sonido que percibía era el agitado latir de su corazón, el veloz flujo de su sangre en las venas y sus pasos apagados. Los segundos se extendieron hasta convertirse en una eternidad mientras la puerta aumentaba con lentitud de tamaño…
Un instante después, el tirador de la puerta estaba en su mano y él la abría, metiéndose de lleno en una negrura opresiva y girándose para ver cómo Steve y Rebecca entraban a la carrera detrás de él.
David cerró la puerta con rapidez pero con suavidad, para no hacer ruido. En la oscuridad del lugar percibió que estaba vacío y que allí no había nadie vivo… y, de repente, le golpeó el hedor. Oyó las arcadas de Steve y Rebecca, una respuesta involuntaria provocada por el asco que sentían. David se llevó la mano al cinturón y empuñó la linterna, aunque ya suponía lo que iba a ver.
Era el mismo olor asqueroso que habían sentido al entrar en el almacén de botes, pero cien veces más intenso. Incluso sin haber tenido la referencia del olor en el almacén, David lo hubiera reconocido. Ya lo había olido en la selva de Sudamérica y en un campamento de fanáticos religiosos en ldaho, y una vez, en el sótano de la casa de un asesino en serie. Era el hedor a podredumbre, a muerte multiplicada, y era inolvidable. Era un olor rancio, como a leche agria y a carne descompuesta.
¿Cuántos? ¿Cuántos cadáveres habrá?
El rayo de la linterna se encendió e iluminó el tambaleante y apestoso apilamiento que ocupaba toda una esquina de la sala de almacenamiento, y David se dio cuenta de que no era posible saberlo con exactitud: los cuerpos estaban comenzando a fundirse entre ellos. La carne negruzca y arrugada se había reblandecido, y la de un cadáver se entremezclaba con la de otros. Quizás había unos quince, o tal vez veinte.
Steve se alejó trastabillando mientras todo su cuerpo daba arcadas y, finalmente, vomitó con un sonido bronco y desamparado en la silenciosa habitación, excepto por él. David echó un rápido vistazo al resto de la estancia y descubrió una puerta en la pared trasera con la letra A escrita en negro.
No volvió a mirar el montón de cuerpos y le dio un ligero empujón a Rebecca para que se dirigiera hacia la puerta del otro lado, agarrando a Steve del brazo por el camino. Una vez que llegaron al otro lado de la puerta, el olor llegó a ser soportable.
Se encontraban en un pasillo sin ventanas y, aunque había un interruptor al lado de la puerta, David hizo caso omiso de su presencia durante unos momentos mientras tomaba aire y los dos miembros más jóvenes de su equipo se recuperaban de la impresión que habían sufrido.
Al parecer, habían encontrado a los trabajadores de Umbrella en la Ensenada de Calibán. Bueno, al menos a todos menos a uno. David decidió que cuando se encontraran con él primero dispararía, sin preocuparse en absoluto por hacer ningún tipo de preguntas.
Karen y John se quedaron de pie detrás de la puerta durante todo un minuto después de que los demás miembros del equipo se hubieran ido. Sólo la tenían abierta lo suficiente como para poder oír con claridad. El fresco aire nocturno se coló hacia el interior, unido al suave murmullo de las olas, pero no oyeron disparos, ni gritos.
Karen cerró la puerta y miró a John, con sus pálidas facciones apenas visibles bajo la escasa luz. El tono de su voz era bajo y tranquilo, pero reflejaba tensión.
—Ya deben de estar dentro. ¿Quieres ir tú por delante o prefieres que vaya yo?
John no pudo evitarlo.
—Mis mujeres siempre se van en primer lugar —susurró—, aunque prefiero cuando nos vamos juntos, tú ya me entiendes.
Karen suspiró profundamente, con un sonido de pura exasperación. John sonrió, pensando que era muy fácil provocarla. Sabía que no debía meterse con ella de ese modo, pero era difícil resistir la tentación. Karen Driver era una tiradora jodidamente buena con cualquier clase de arma, y era aguda como un alfiler en cuestión de inteligencia, pero también era una de las personas con menos sentido del humor que jamás había conocido.
Es mi deber ayudarla a animarse. Si vamos a morir, será mejor que lo hagamos riendo y no llorando…
Era una filosofía muy simple, pero a ella se aferraba con todas sus fuerzas: lo había ayudado en más de una ocasión a salir de una situación «desagradable».
—John, limítate a responder a la maldita pregunta.
—Yo iré en primer lugar —respondió con voz apaciguadora—. Espera a que pase y luego sígueme.
Ella asintió con cierta brusquedad, y se apartó para que él pudiera pasar. John pensó por un momento decirle que la esperaría en la puerta sólo con una sonrisa y con nada más puesto, pero decidió dejarlo. Llevaban trabajando juntos desde hacía casi cinco años, y sabía hasta dónde podía llegar antes de que ella comenzase a cabrearse de verdad. Además, era una buena frase, y no quería desperdiciarla.
En cuanto su mano tocó el tirador de la puerta, respiró profundamente y dejó que su chispeante ingenio se sentara en la parte de atrás mientras lo que él llamaba su «mente de soldado» se ponía al volante. Una cosa era el humor, y otra derrotar al enemigo, y aunque él disfrutaba enormemente con ambas, hacía tiempo que había aprendido a separarlas.
Ahora voy a convertirme en un fantasma. Voy a deslizarme a través de la oscuridad como una sombra…
Abrió con lentitud la puerta. Ni un solo ruido, ni una sola señal de movimiento. Salió del edificio empuñando relajadamente su Beretta y comenzó a moverse con rapidez a través de la oscuridad plateada, fijando su atención en la puerta que se encontraba a poco más de veinte pasos. Su mente de soldado le fue suministrando los datos: la fresca brisa marina no traía ningún ruido hostil, sólo el aroma y el rumor del océano, el crujido de sus botas al pisar el suelo desigual… Pero su corazón le decía que él era un fantasma, un ser que flotaba como una sombra invisible a través de la noche.
Llegó hasta la puerta y agarró el frío y húmedo tirador con mano tranquila… pero no se movió ni un milímetro. La puerta estaba cerrada con llave.
Nada de pánico, nada de preocuparse: era una sombra que nadie podía ver. Encontraría otra forma de entrar. John levantó una mano para indicarle a Karen que esperara y se dirigió de forma silenciosa y huidiza hacia la derecha.
Silenciosa e intangible: una sombra sin forma alguna…
Llegó a la esquina y la dobló velozmente, mientras sus sentidos reconcentrados continuaban proporcionándole información. Ni un solo movimiento en la noche susurrante; el roce rugoso del cemento contra su hombro izquierdo y contra la cadera del mismo lado; la continua sensación de fluidez y de poder en sus músculos. Allí. Había otra puerta, encarada hacia el amplio espacio vacío del océano. La luz pálida se reflejaba en el metal…
¡Ratatatatataat!
Las balas levantaron surtidores de polvo a sus pies. John se giró y dio un salto hacia atrás, aplastándose contra la pared mientras su mano agarraba el tirador de la puerta. Procedentes del almacén de botes, caminando en línea de tres…
Y John abrió la puerta de golpe y se situó detrás de ella de un salto. Oyó el chasquido de las balas en el momento en que se estrellaban contra el metal. Los proyectiles impactaron a escasos centímetros de su cuerpo, y el cling-cling-cling-cling estremeció la puerta.
Mantuvo la puerta abierta con un pie, y asomó la cabeza una fracción de segundo para apuntar contra el resplandor de sus armas, apretando el gatillo mientras trozos de cemento y pequeñas nubes de polvo saltaban de la pared a su espalda. La nueve milímetros saltó en el aire, formando parte de su mano. En ese momento era más animal que persona. Era un único ser del que formaban parte los rugientes estampidos y el ritmo de su respiración. Era consciente de que era algo más que un hombre: era el portador de la muerte.
Otro vistazo y vio que la línea de individuos estaba más cerca. Las tres siluetas comenzaban a tomar forma. John disparó otra vez y se ocultó inmediatamente detrás de la puerta. Cuando se asomó de nuevo, sólo quedaban dos figuras en pie. Crac.
Detrás de él.
John se giró en redondo y los vio: otros dos, a menos de tres metros de él, al lado de la esquina noroeste del edificio. Ambos empuñaban rifles de asalto. Pero no parece que vayan a disparar.
Entonces sintió pánico, una bestia aullante escondida en las tripas que amenazaba con devorarlo desde su interior… ¡Menuda mierda!
Las ráfagas de los M-16 seguían acercándose, pero sólo tenía ojos para las criaturas que estaban allí, de pie delante de él, mirándolo con ojos gomosos sin expresión, tambaleándose sobre unas piernas inestables. El que estaba a la izquierda sólo tenía media cara. De su nariz colgaba una masa semilíquida y pulposa de tejido, trozos negros y húmedos que se mantenían unidos mediante tiras de carne elástica. El que estaba a la derecha parecía intacto a primera vista, aunque pálido como la muerte y muy sucio… hasta que vio la destrozada masa de sus entrañas que salía por debajo de su ensangrentada camisa, con un trozo de intestino que le llegaba hasta los pies.
No entran en combate hasta que termina de hacerlo el equipo A…
John retrocedió hasta la tibia oscuridad del edificio y utilizó el brazo para mantener abierta la puerta frente al par de zombis que todavía disparaban. Sacó su brazo y apuntó con todo el cuidado que pudo, liberándose del pánico. Ninguna de las dos criaturas realizó gesto alguno de defensa. Sólo se quedaron allí, tambaleándose sobre sus piernas podridas, mirándolo.
¡Bam! ¡Bam!
Dos tiros limpios contra las cabezas, con unos estampidos que ahogaron durante un par de instantes el tableteo continuo de los M-16. Antes incluso de que se derrumbaran al suelo, John oyó el estampido de otra Beretta sacudiendo el aire nocturno.
Karen…
Echó otro vistazo al otro lado de la puerta, y vio cómo caían al suelo las dos figuras que quedaban del otro equipo. Una de ellas continuó disparando mientras caía de espaldas, con el rifle de asalto apuntando al cielo. Karen salió del lugar entre dos edificios donde estaba agazapada, de espaldas a John, con la pistola todavía apuntando al cadáver que disparaba de forma espasmódica.
Los equipos no entran en combate…
—¡No le dispares! ¡Ven aquí, déjalo!
Ella se giró, llena de gracia y agilidad, y comenzó a correr hacia él. En cuanto entró, John cerró la puerta, y el tableteo del arma automática quedó reducido a un ahogado sonido hueco.
John se dejó caer contra la puerta mientras Karen tanteaba en la oscuridad en busca del cerrojo. Su cerebro todavía le gritaba que lo que había visto era imposible que existiera, que acababa de matar a dos hombres muertos, que no había forma de que aceptara aquellos hechos, que eso lo volvería loco…
No puede ser, no puede ser, no lo creo, no lo creí antes y no lo creo ahora… y estaban muertos, estaban muertos, podridos, y estaban…
El susurro ronco de Karen rasgó la oscuridad e interrumpió sus pensamientos cada vez más enloquecidos.
—Eh, John… ¿Te ha gustado?
Él parpadeó e intentó comprender lo que le decía.
—Quiero decir, lo de irte primero. ¿Ha sido todo lo bueno que esperabas?
Sintió que un pasmo de sorpresa reemplazaba los terribles y agitados pensamientos, que la confusión desaparecía y que su mente se aclaraba de nuevo.
—No tiene ninguna gracia —repuso.
Al cabo de un instante, ambos comenzaron a soltar grandes carcajadas.