7
Steve y David subieron a la lancha y se colocaron en la proa, y Karen y Rebecca los siguieron. John fue el último en saltar a bordo, y apretó el botón de encendido del motor en cuanto David le hizo la señal. La lancha era tan silenciosa como había prometido David. Sólo se oía un levísimo zumbido por encima del suave sonido del movimiento de las olas.
—Vámonos —indicó David en voz baja. Rebecca inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud cuando pusieron rumbo al norte y se dirigieron hacia la ensenada.
Nadie dijo ni una sola palabra mientras la orilla se deslizaba por babor. Sólo se veían unas sombras rotas y fragmentadas bajo la pálida luz de la luna a la izquierda, y un inmenso y susurrante vacío a la derecha.
Babor y estribor —le recordó su mente—. Proa y popa. Escudriñó la oscuridad en busca de una señal que indicara el comienzo del terreno privado, pero no distinguió gran cosa. Todo estaba mucho más oscuro de lo que ella se había esperado, y también hacía más frío, pero los escalofríos que sentía se debían más a que sabía que por debajo de ellos había un mundo infinito y extraño, repleto de vida de sangre fría.
Rebecca vio un leve destello de luz cuando David sacó los prismáticos de visión nocturna para descubrir si había algún movimiento en la orilla. El brillo del aparato de infrarrojos iluminó su rostro justo antes de acomodarlo en sus ojos, y aquello provocó que sus rasgos tomaran una extraña expresión de inmovilidad.
Ahora que por fin estaban en marcha, que realmente habían comenzado la operación, Rebecca se sentía mucho mejor de lo que se había sentido a lo largo de todo el día. No es que estuviera relajada, todavía sentía miedo, aquel temor a lo desconocido y a lo que pudieran encontrar, pero los sentimientos de indefensión, la ansiedad que embotaba su mente desde los incidentes en Raccoon City, todo aquello había desaparecido y había dado paso a la esperanza.
Al menos, estamos haciendo algo positivo. Estamos tomando la ofensiva en lugar de esperar a que vengan a buscarnos.
—Ya veo la valla —anunció David en voz baja. Su rostro era una mancha pálida en la tensa oscuridad.
Lo siguiente es el muelle. Quizá veamos los edificios cuando el terreno ascienda en dirección al faro y las cuevas…
El agua chapoteaba al estrellarse contra los costados de la lancha. El ruido de las olas aumentaba cada vez que la pequeña embarcación era golpeada de lado y se estremecía bajo su impacto. Rebecca también se estremeció y sintió que se le aceleraba el corazón. Aunque le gustaba mirar al mar, no le entusiasmaba meterse en él. De pequeña había visto Tiburón, y una vez había sido más que suficiente.
Mantuvo su atención fija en la orilla, intentando calcular la distancia que había hasta ella y, más que ver, sintió cómo el terreno se abría mientras la lancha se deslizaba por encima de las olas.
Las enormes siluetas de los árboles dieron paso a un claro, a unos veinte metros de ellos. Percibió el agua batiendo suavemente contra la rocosa orilla, y en aquel momento sintió que se abrían espacios a ambos lados de ellos. Habían llegado a las instalaciones de Umbrella.
—Allí está el muelle —dijo David—. John vira a estribor, a las dos en punto.
Rebecca distinguió a duras penas la sombra de una silueta fabricada por el hombre, una línea oscura que sobresalía del agua. Oyó un leve chirrido de metal rozando madera: el pequeño muelle tensándose sobre las pilastras que lo sostenían. No vio ningún bote.
Rebecca se esforzó por ver algo más allá mientras dejaban atrás el muelle. A duras penas distinguió una estructura rectangular al otro lado de la madera flotante, lo que parecía ser un almacén para botes y un embarcadero más grande para las instalaciones. No vio ninguno de los otros edificios que aparecían en el mapa que les había entregado Trent. Había otros cinco aparte del faro, extendidos a lo largo de la ensenada, dispuestos en dos líneas paralelas a la costa, con tres en la línea delantera y dos en la otra. El sexto edificio estaba justo detrás del faro, y todos esperaban que aquél fuese el laboratorio, ya que podrían conseguir lo que habían ido a buscar sin tener que recorrer todas las instalaciones…
—El edificio del almacén de botes es de madera, los demás son de cemento. No creo que… Un momento —el susurro de David adquirió un tono tenso—. Veo a alguien… Dos, tres personas. Han desaparecido justo detrás de uno de los edificios.
Rebecca sintió una extraña sensación de alivio recorrerle el cuerpo. El alivio estaba entremezclado con la decepción y con un repentino sentimiento de confusión. Si todavía quedaba gente con vida, quizá no se había producido un escape del virus-T. Sin embargo, aquello también significaba que los edificios estarían ocupados y que el lugar estaría vigilado por patrullas, lo que haría imposible una misión relámpago sin que los descubrieran.
Entonces, ¿por qué está todo tan oscuro? ¿Por qué da una sensación de vacío y de muerte este lugar?
—¿Abortamos la misión? —preguntó Karen en un susurro, pero antes de que David pudiera responder, Steve dio un respingo, con una inspiración de aire que heló la sangre a Rebecca. Sus pensamientos enloquecieron en un espasmo de miedo primigenio.
—¡A las tres en punto! ¡Jesús, es enorme…!
¡Bam!
Algo impactó contra la lancha y la lanzó por los aires en mitad de una explosión de goteante negrura. La embarcación dio la vuelta en el aire y Rebecca vio el cielo y olió un hedor frío y corrupto… y finalmente cayó al agua, sumergiéndose en la oscuridad del océano.
El mar lo envolvió, y el agua salada le escoció los ojos y las ventanas de la nariz mientras manoteaba de forma desesperada, confundido y sin aire.
Dónde está…
David había llegado a verlo: una inmensa y manchada superficie de carne que surgía del agua justo antes del terrible impacto. Aquella superficie lo había arrastrado hacia el fondo, y ahora estaba pataleando para alejarse de las tenebrosas profundidades, completamente aterrorizado. Su cabeza salió finalmente al exterior, a una tranquilidad ominosa.
¿Dónde está el equipo…?
David giró la cabeza mientras boqueaba en busca de aire, y en ese instante oyó una tos ahogada a su derecha.
—Ve a la orilla —logró decir entre jadeos mientras seguía girando la cabeza, en un intento por descubrir dónde se encontraban y dónde estaba la criatura, al mismo tiempo que se maldecía por ser tan estúpido.
Pescadores desaparecidos, aguas malditas. Idiota, idiota…
La lancha neumática estaba a unos diez metros detrás de él, zozobrada por completo, y las ahora agitadas olas chocaban contra sus costados. La fuerza del ataque los había hecho volar por los aires, pero los había acercado a tierra. Vio dos siluetas redondeadas que parecían flotar en el agua: rostros que se encontraban entre él y la orilla. Oyó otro chapoteo cuando una tercera cabeza apareció en la superficie del agua. No veía por ningún lado al ser antinatural que había atacado la lancha, pero esperaba sentir sus dientes clavándosele en cualquier momento, el frío tacto de unos colmillos como cuchillos desgarrándole la carne.
—¡Id hacia la orilla! —logró gritar. Sentía los latidos de su corazón como truenos en sus oídos, y sus piernas tremendamente vulnerables. Seguir pataleando era llamar la atención de forma tan obvia…
No puedo seguir. Tres, ¿dónde está el cuarto?
—¡David!
El aterrorizado grito lo había lanzado John, que se encontraba al otro lado de la lancha.
—¡Aquí! ¡John, por aquí! ¡Ven hacia aquí! ¡Sigue mi voz!
John comenzó a nadar hacia David mientras éste se impulsaba de espaldas hacia la orilla sin dejar de gritar en ningún momento. Vio aparecer la cabeza de John, y luego distinguió sus brazos nadando a toda velocidad sobre la negra superficie del mar.
—Sígueme. Estoy aquí. Tenemos que llegar…
Una gigantesca y pálida silueta surgió suavemente por detrás de John. Era redonda, tenía una anchura de al menos tres metros y goteaba. Era imposible que existiera una criatura así. El tiempo pareció frenar su marcha normal, y todo comenzó a ocurrir como en cámara lenta. David distinguió unos gruesos tentáculos a cada lado de la sombra que crecía a cada momento, y un enorme tajo en aquella silueta de color de cadáver…
No, no son tentáculos. Son antenas…
Entonces se dio cuenta de que lo que veía era el vientre de un animal monstruoso, un animal que era imposible que existiera: un barbo del tamaño de una casa. La negra línea de su boca se abrió con un siseo y dejó al descubierto hilera tras hilera de unos dientes grandes como puños y afilados como estacas.
En cuanto la bestia se sumergiera, John sería devorado por aquellas inmensas mandíbulas, o sería aplastado o, incluso, arrastrado al fondo para servir más tarde de alimento a la criatura…
Sólo tardó un segundo en darse cuenta de ello, y comenzó a gritar mientras terminaba de percatarse de la situación.
—¡Sumérgete! ¡Sumérgete!
El tiempo se aceleró de nuevo, y la bestia comenzó a caer hacia adelante, y su largo y sinuoso cuerpo dejó pequeño el tamaño de la lancha neumática. Su sombra cubrió por completo al desesperado nadador. David distinguió unos enormes ojos bulbosos del tamaño las pelotas de playa…
Y todo el conjunto se desplomó en el agua, lanzando surtidores al aire y ocultando las estrellas bajo unos grandes chorros de espuma. Antes ni siquiera de que David pudiera tomar aire, una enorme ola llegó hasta él y lo arrojó hacia las burbujeantes y negras profundidades de nuevo.
Notó otra vez la sensación de indefensión cuando fue arrastrado. Luchó contra la fuerza que lo tiraba de las extremidades, luchó por subir de nuevo y llenar sus pulmones de aire. Volvió a patalear frenéticamente y atravesó el velo líquido que lo separaba de la supervivencia, sintiendo el frescor del aire en su piel… y unas manos cálidas que tiraban de sus hombros. Inhaló de forma convulsiva mientas las rocas arañaban sus botas al ser arrastrado. Oyó la voz ronca de Karen al lado de su oreja…
—Lo tengo.
David dejó que lo arrastraran de espaldas al tiempo que intentaba apoyar los pies. Se dio la vuelta cuando finalmente recuperó el equilibrio. Unas siluetas húmedas le tendían la mano. Eran Steve y Rebecca…
Oh, Dios mío. John…
—Estoy bien —dijo David entre jadeos y avanzando a tropezones. Sus rodillas chocaban con las piedras que sus ojos aturdidos y velados se negaban a ver—. John… ¿Alguien ve dónde está?
Nadie respondió. Parpadeó para despejarse los ojos de la sal del mar y giró la cabeza para enfrentarse a la oscuridad que lo rodeaba mientras las olas seguían batiendo la orilla rocosa a sus pies.
—John —gritó en la voz más alta que se atrevió, mientras intentaba discernir algo en la oscuridad, aunque no logró ver nada.
Sentía su corazón tan frío como su cuerpo, y en el pecho un peso similar al empapado chaleco antibalas de Kevlar que llevaba puesto.
Sin chaleco salvavidas… ya lo habríamos visto…
—¡John! —gritó de nuevo su nombre, pero sus esperanzas disminuían por momentos.
Una voz que tosía atragantada le respondió procedente de unas rocas situadas a la izquierda.
—¿Qué?
David relajó los hombros, aliviado, y respiró profundamente cuando la goteante silueta de John surgió de las sombras. Steve se apresuró a acercarse y agarró el brazo del hombretón para ayudarlo a apoyarse en las rocas.
—Me sumergí —dijo con voz rasposa y cansada. David se dio la vuelta y miró más allá de la estrecha playa de guijarros y rocas para observar con detenimiento las instalaciones. Estaban al fondo de una ladera pronunciada, pero a plena vista. La impresión causada por el monstruoso pez (si se lo podía llamar pez) quedó de repente relegada a un segundo plano al darse cuenta de aquello. Ya habían salido del agua y no estaban a cubierto.
¿Nos habrán oído? ¿Nos habrán visto? No vamos a poder llegar a las cuevas, y no podemos quedarnos aquí…
—El almacén de botes —dijo con un susurro y girándose hacia el sur—. Deprisa…
El equipo pasó trastabillando a su lado, con Karen a la cabeza y los demás siguiéndola de cerca. Nadie parecía estar herido de gravedad, lo que era un pequeño milagro. David trotó detrás de Steve, considerando la situación mientras sus piernas doloridas lo llevaban a través de las rocas.
Tenemos que ponernos a cubierto, atrancar la puerta, reagruparnos, llegar a la valla…
El terreno ascendía de forma abrupta delante de ellos, y el muelle apareció ante sus ojos. Mientras terminaban de trepar por las rocas, David percibió un apagado tintineo metálico: era Rebecca, que sostenía contra su pecho la goteante bolsa en la que llevaban la munición. Sintió un nuevo rayo de esperanza. Si lograban llegar al interior de alguna de las instalaciones, a algún lugar seguro…
El edificio se encontraba delante de ellos, un poco a la derecha. No se veía ninguna luz en su interior, ni tampoco se oía ningún ruido. Una única puerta cerrada daba al embarcadero de madera. No tenían modo alguno de estar seguros de que no hubiera nadie en su interior, y aunque se encontraba a poco menos de diez metros, era un terreno completamente despejado. No había ni un miserable guijarro donde esconder aunque fuera la punta de la bota.
No tenemos elección.
—Avanzad agachados —susurró David a su equipo.
Instantes después, todos echaban a correr agazapados hacia el edificio. Karen fue la primera en llegar a la puerta y la abrió. No salió luz de su interior, y tampoco sonó ninguna alarma. Rebecca y Steve entraron después de ella, seguidos por John y, finalmente por David, que cerró la puerta con un hombro frío y húmedo.
—No os mováis de donde estáis —les dijo en voz baja mientras manoteaba en busca de su linterna halógena.
Aparte de los jadeos de los miembros de su equipo, en la estancia reinaba el silencio absoluto… aunque en el ambiente flotaba un hedor tremendo, el pestilente olor a algo muerto ya hacía tiempo…
El estrecho haz de luz de la linterna atravesó la oscuridad y les mostró que se encontraban en el interior de una gran estancia casi vacía y sin apenas ventanas. Unos chalecos salvavidas y unas cuantas cuerdas colgaban de unos percheros de madera, y a lo largo de una de las paredes se extendía una mesa de trabajo. Unas cuantas estanterías, unos cuantos caballetes…
Oh, Dios mío…
La luz se detuvo sobre la otra puerta del edificio, situada justo enfrente de la que habían utilizado para entrar. El haz recorrió a lo largo la fuente del hedor que inundaba la estancia, reflejándose ligeramente en el hueso al desnudo y en una bata de laboratorio desgarrada y manchada de algo aceitoso. Unos jirones secos de músculos colgaban de un rostro sonriente.
Alguien había clavado un cadáver a la puerta, y una de las manos estaba alzada a modo de gesto de bienvenida. Por su aspecto, llevaba allí colgado desde hacía ya varias semanas.
Steve sintió que el estómago se le subía a la garganta. Tragó saliva para calmar aquella sensación y miró a otro lado, pero la grotesca imagen ya estaba fijada en su mente: la cara sin ojos y con tiras de piel colgando, los dedos cuidadosamente puestos en su lugar para dar la impresión de saludo…
Jesús, ¿se supone que esto es una especie de broma?
Steve se sintió mareado, sin respiración desde su baño de pesadilla y su alocada carrera a través de las rocas, sin contar con la visión de aquel monstruo de Umbrella. El hedor seco y putrefacto de cadáver no era la mejor ayuda para recuperarse precisamente.
Nadie dijo una palabra durante unos cuantos segundos. Por fin, David tapó la luz con una mano y habló con una voz sorprendentemente tranquila y serena.
—Comprobad vuestros cinturones y reponed los cargadores. Quiero un informe del estado de todos y cada uno de vosotros, primero de heridas y luego del equipo. Quiero que todos respiréis profundamente. ¿John?
La profunda voz de John resonó por toda la habitación, procedente de algún punto a la izquierda de Steve, acompañada por unos ruidos húmedos de ropa mojada. Karen y Rebecca estaban a su derecha, y David permanecía cerca de la puerta.
—Estoy cubierto por moco de pez, pero aparte de eso, estoy bien. Tengo mi arma, pero me ha desaparecido la linterna. También las radios…
—¿Rebecca?
Su voz sonó titubeante pero rápida.
—Estoy bien, y… eeech… Mi arma está aquí, la linterna también, el botiquín… Ah, y también la munición.
Steve comprobó el estado de su equipo mientras ella hablaba. Desenfundó su Beretta, sacó el cargador mojado y lo metió en uno de los bolsillos. Había un hueco en su cinturón en el lugar donde debería estar su linterna.
—¿Steve?
—Bien, tampoco estoy herido. Tengo mi arma, pero me he quedado sin linterna.
—¿Karen?
—Lo mismo.
David separó un poco los dedos del foco de la linterna y dejó que iluminara ligeramente la estancia.
—Bueno, nadie ha resultado herido y todos estamos armados todavía. La situación podría ser mucho peor. Rebecca, pasa los cargadores, por favor. La valla no puede estar a más de cincuenta metros al sur de este punto, y disponemos de suficiente árboles como para permanecer a cubierto en el camino, suponiendo que nadie nos haya visto todavía. Esta operación queda abortada. Nos vamos de aquí.
Steve tomó los tres cargadores que le entregó Rebecca y asintió para darle las gracias. Metió de una palmada uno de los cargadores e introdujo un proyectil en la recámara del arma inmediatamente.
Bien, estupendo, salgamos de aquí. Esa criatura casi nos come de un bocado, y ahora el Doctor Muerte nos saluda con familiaridad, como si lo hubieran colocado ahí para darnos la bienvenida…
Steve no se asustaba con facilidad, pero sabía reconocer una mala situación en cuanto la veía. Admiraba profundamente a los STARS y quería participar en la operación para hacer justicia, pero con su bote destrozado y con el plan inicial hecho mierda, acabar con Umbrella tendría que esperar.
David se acercó al cadáver descompuesto, y en su rostro apareció una muestra de asco visible bajo la luz de la linterna.
—Karen, Rebecca, acercaos a echar un vistazo. John, toma la linterna de Rebecca. Tú y Steve registrad el lugar para ver si encontráis algo que pueda sernos útil.
Rebecca le entregó su linterna a John, quien hizo un gesto de asentimiento a Steve. Los dos hombres se alejaron hacia el final de la mesa de trabajo. Las voces susurradas de los demás llegaron hasta sus oídos en la quietud de la estancia.
—El virus-T no es el responsable de esto —dijo Rebecca—. El proceso de descomposición no es el habitual…
Se produjo un momento de silencio, interrumpido por Karen.
—¿Veis eso? David, déjame la linterna un momento.
John tapó a medias el rayo de luz de la linterna con una mano e iluminó la plancha de madera de la mesa de trabajo. Una taza de café rota. Una pila de tuercas y tornillos amontonados encima de una carta de mareas. Un destornillador eléctrico, oxidado y mellado. Un par de pequeñas piezas metálicas encima de un trapo manchado.
Nada, aquí no hay nada. Deberíamos irnos antes de que alguien nos descubra…
John abrió un cajón y revolvió en su interior mientras Steve intentaba averiguar lo que había en una de las estanterías superiores. A sus espaldas, Karen comenzó a hablar de nuevo.
—No estaba muerto cuando lo clavaron en la puerta, aunque yo diría que le faltaba poco para ello. Desde luego, estaba inconsciente. No hay desgarros, lo que sugiere que no forcejeó… y mirad esto. Son marcas de arrastre, aquí y aquí. Yo diría que lo mataron en la puerta trasera y lo arrastraron hasta aquí.
John ya había acabado de registrar el cajón y ambos continuaron avanzando. Sus botas hicieron chirriar la madera del suelo. Un par de llaves inglesas. Una radio barata. Una bola de papel al lado de un trozo de lápiz.
Algo se agitó en la mente de Steve. Se detuvo y miró de nuevo la bola de papel. El lápiz…
Recogió la bola de papel y la extendió. Le dio la vuelta y pudo ver varias líneas cerca del extremo inferior, escritas por una mano temblorosa.
—Eh, hemos descubierto algo —dijo John en voz baja iluminando mejor el papel mientras los demás se apresuraban a acercarse.
Steve lo leyó en voz alta, entrecerrando los ojos para leer mejor la letra temblorosa bajo la incierta luz de la linterna. En el arrugado papel, no había ningún signo de puntuación, así que se esforzó todo lo que pudo para identificar las pausas mientras leía.
20 de julio: La comida tenía droga. Estoy enfermo… Escondí el material para vosotros, enviad los datos. Ha hundido los botes y ha dejado que las…
Steve frunció el entrecejo, incapaz de leer bien la palabra.
¿Tries…? ¿Triescuadras?
Ha hundido los botes y ha dejado que las Triescuadras salgan. Ya es de noche, pronto vendrán. Creo que ha matado a todos los demás. Detenedle. Dios sabe lo que él piensa hacer. Destruid el laboratorio… Encontrad a Krista, decidle que lo siento, que Lyle lo siente. Ojalá…
Ya no había nada más.
—El mensaje de Ammon —dijo Karen en voz baja—. Lyle Ammon.
No hacía falta ser un genio de primera para hacerse una idea de quién era el que estaba colgado de unos clavos en aquella puerta. El purulento y desmadejado Doctor Muerte ya tenía una identidad, aunque aquello no sirviera de mucho. Y el mensaje que Trent le había dado a David era tan incoherente debido a que el pobre individuo estaba drogado cuando lo escribió.
—Es bonito ponerle un rostro al nombre, ¿verdad?
El intento de chiste por parte de John no provocó una sonrisa, ni siquiera en su rostro. La breve nota desprendía desesperación además de ser ominosa, aun sin tener en cuenta el brutal asesinato que respaldaba su contenido.
¿Qué es una Triescuadra? ¿Quién es «él»?
—Quizás deberíamos seguir echando un vistazo… —comenzó a decir Rebecca en un tono de voz titubeante, pero David negó con la cabeza.
—Creo que es mejor que lo dejemos por ahora. Lo que haremos será…
Dejó de hablar cuando unos pasos pesados sonaron al otro lado del edificio de madera, justo en el exterior de la puerta por la que habían entrado.
Todo el mundo se quedó inmóvil al instante y se mantuvo a la escucha. Eran más de uno, y quienes quieran que fuesen, no se esforzaban en absoluto por acercarse en silencio. Se detuvieron delante de la puerta… y allí se quedaron, sin intentar abrirla con el pomo o de una patada, sin hacer ningún otro ruido. Simplemente a la espera.
David trazó una circunferencia en el aire con un dedo, y luego señaló primero a Karen y luego la puerta donde estaba colgado el reseco cuerpo del doctor Lyle Ammon. Era la señal para ponerse en marcha, con Karen a la cabeza.
Se dirigieron hacia el sonriente cadáver. Steve fruncía el rostro con cada crujido que provocaban en la madera mientras respiraba por la boca para evitar inhalar el hedor causado por el muerto…
Y cuando Karen abrió la puerta, el silencio fue roto por el tableteo de las armas automáticas que disparaban desde algún punto situado delante y a la izquierda de ellos… de la dirección hacia donde querían escapar.