16
Oh, no… Rebecca sintió una enorme oleada de tristeza en su interior mientras observaba la espalda de Steve, con John y David en silencio a su lado. El vacío pasmado que habían visto en el rostro de Steve antes de que se diera la vuelta les anunció lo que había pasado.
Pobre Karen. Y pobre Steve. Debe de haber sido terrible para él verla…
Habían encontrado el laboratorio demasiado tarde. Rebecca bajó la vista y se fijó en la ranura para tarjetas cerca de la puerta de acceso cuando entró en el pasillo que unía ambos juegos de puertas.
Sintió con una horrible emoción la futilidad y el sin sentido en que se había convertido aquella misión. Habían llegado allí para obtener información, y sólo habían encontrado una prueba tras otra, sólo habían logrado que Karen cayera enferma… y que atacara a Steve justo cuando habían llegado al único lugar donde podían haber tenido alguna oportunidad de curarla…
Pero ¿y Kinneson? ¿Y Thurman?
Atravesó la segunda puerta con el entrecejo fruncido. El laboratorio era enorme y estaba lleno de equipos, con las mesas atestadas con enormes pilas de papeles. Sin embargo, fue la compuerta abierta justo enfrente de ellos lo primero que le llamó la atención, y su mirada se fijó de inmediato en la gruesa hoja de plexiglás o de cristal reforzado que ocupaba parte de la puerta de metal.
Era un compartimiento estanco, con la puerta interior abierta, tras la segunda puerta, más allá de una reja metálica, pudo ver las oscuras aguas del mar: el laboratorio se encontraba bajo el océano.
Lo segundo en lo que se fijó fue la sangre, en el grueso rastro de color carmesí que salpicaba el suelo de cemento formando pequeños charcos y regueros, pero que finalmente se convertía en una larga mancha provocada por el arrastre de un cuerpo, lo primero que pensó fue que Steve debía de haber llevado el cuerpo de Karen… ¡Tanta sangre! Dios, no, Karen no…
Steve había entrado en el compartimiento estanco y se había dado la vuelta. Parecía estar esperando que ellos cruzaran la habitación. Rebecca comenzó a andar en su dirección, con un nudo en la garganta por las lágrimas y por la pena que sentía. John y David estaban justo a su espalda, de pie y en silencio, mirando alrededor, registrando con la vista la vacía estancia…
Entonces, detrás de ellos, la puerta que daba al pasillo se cerró de golpe.
Se dieron la vuelta en redondo y vieron a Kinneson de pie, apuntándolos con una pequeña pistola del calibre 32 y sin mostrar expresión alguna en el rostro.
—Soltad las armas.
La voz tranquila y autoritaria que había sonado era la de Steve.
Rebecca se dio la vuelta de nuevo, sintiéndose confundida… y vio que Steve los apuntaba con su Beretta, con un rostro tan inexpresivo como el de Kinneson. Ahora que estaba lo bastante cerca del compartimiento estanco, pudo ver el cuerpo en el suelo. Era el de Karen, cuyo pálido rostro estaba cubierto de sangre. En el lugar donde debería estar su ojo izquierdo sólo se veía un agujero negro rezumante de fluidos corporales.
Oh, Dios mío, ¿qué está ocurriendo?
David dio un paso hacia Steve, con la Beretta apuntando al suelo y con la voz repleta de asombro, incredulidad y confusión.
—Steve, ¿qué estás haciendo? ¿Qué ha pasado?
—Soltad las armas —repitió Steve. Su voz no mostraba señal alguna de emoción.
¿Qué le has hecho?
John lanzó un grito, se giró y disparó contra Kinneson. El proyectil atravesó limpiamente su sien izquierda, y Kinneson se derrumbó en el suelo como una marioneta sin cuerdas que la sostuvieran…
¡Bam!
El segundo proyectil salió de la pistola de Steve, y acertó a John un poco más arriba de la zona de los riñones. La sangre comenzó a salir a borbotones del agujero, y Rebecca vio en el rostro de John la incredulidad mientras trastabillaba cuando intentaba dar media vuelta al mismo tiempo que la sangre comenzaba a salirle entre los labios.
John también cayó a plomo en el suelo de cemento y se estremeció una vez más antes de quedar completamente inmóvil. Todo había ocurrido en unos pocos segundos.
—Soltad las armas —volvió a decir Steve con voz tranquila. Apuntó con su arma a Rebecca.
La muchacha no pudo hacer absolutamente nada durante unos momentos. Simplemente se quedó mirando a Steve con una expresión de profundo horror mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, totalmente incapaz de comprender lo que había pasado.
—Suéltala —dijo David en voz baja, y dejó que la suya cayera al suelo con un tableteo metálico.
Rebecca también dejó caer su Beretta.
—Retroceded —ordenó Steve sin dejar de apuntar al pecho de Rebecca.
—Haz lo que dice —dijo David con la voz sólo un poco temblorosa.
Retrocedieron lentamente, mientras Rebecca era incapaz de apartar la vista de los ojos de Steve, del rostro juvenil y atractivo que tanto le había atraído. Ahora, ya no era más que una máscara, que llevaba puesta…
Un zombi.
Dejaron de retroceder al tropezar con una mesa, y miraron inmóviles cómo Steve avanzaba para recoger sus armas del suelo. La mente de Rebecca estaba pasmada por algo más que el horror y la sensación de pérdida. Un zombi que podía caminar y hablar como una persona. Como Kinneson. Como Steve.
¿Cómo? ¿Cuándo ha ocurrido?
Justo en el momento que Steve comenzaba a retroceder, una agradable voz masculina sonó a sus espaldas, procedente de una esquina del laboratorio, desde detrás de una mesa.
—Bueno, ¿ya hemos acabado? Dios mío, menuda tragedia griega…
A aquella voz le siguió un cuerpo. Un individuo delgado y de pelo gris se puso de pie y rodeó la mesa, moviéndose con aspecto tranquilo hasta situarse al lado de Steve. Tendría unos cincuenta y pocos años y llevaba el pelo lo bastante largo como para que las puntas le rozaran el cuello de la bata de laboratorio que llevaba puesta. En su rostro brillaba una sonrisa espléndida.
—Repetiré las instrucciones que le he dado para que nuestros invitados las oigan —dijo el individuo con un tono de voz alegre—. Si cualquiera de los dos efectúa un movimiento brusco, dispárales.
Rebecca supo inmediatamente quién era, supo que no había estado equivocada, después de todo.
—El doctor Griffith —dijo en voz baja.
Griffith arqueó una ceja, ligeramente divertido al parecer.
—¡Ya veo que mi reputación me precede! ¿Cómo lo ha sabido?
—He oído hablar de usted —repuso con voz fría—. Y también de Nicolas Dunne.
La sonrisa del hombre se congeló por un instante, pero se ensanchó de nuevo.
—Todo eso forma parte del pasado —respondió como restándole importancia al mismo tiempo que agitaba una mano en el aire—. Y me temo que nunca tendrá la ocasión de contarle a nadie sobre el placer de nuestro encuentro.
La sonrisa de Griffith desapareció por completo, y su mirada azul adquirió de repente una expresión gélida.
—Ya me habéis retrasado bastante. Estoy cansado de este juego, así que creo que voy a hacer que este agradable joven os mate…
Su rostro se iluminó de repente, y Rebecca vio la locura brillar en sus ojos, el absoluto alejamiento de la cordura.
—Ahora que lo pienso mejor, ¿por qué ensuciarlo todo aún más? Steve, si eres tan amable, por favor, dile a nuestros amigos que entren en el compartimiento estanco.
—Entrad en el compartimiento estanco —dijo con voz tranquila.
Rebecca comenzó a hablar con rapidez antes de que David pudiera dar ni siquiera un paso, con un tono de voz serio y profesional.
—¿Ha sido el virus-T? ¿Lo ha utilizado como plataforma para desarrollar sea lo que sea el nuevo agente infeccioso? Sé que ha sido el responsable del aceleramiento del tiempo de amplificación, pero esto es algo completamente nuevo, esto es algo que ni siquiera Umbrella conoce. Es un mutágeno con una membrana de fusión instantánea, ¿a que sí?
Los ojos de Griffith se abrieron de par en par.
—Espera, Steve… ¿Qué es lo que sabes acerca de la membrana de fusión, jovencita?
—Sé que la ha perfeccionado. Sé que ha logrado crear un virión de fusión rápida que al parecer es capaz de infectar el tejido cerebral en menos de una hora…
—En menos de diez minutos —la corrigió Griffith.
Toda su actitud cambió, y pasó de ser un sonriente hombre mayor a convertirse en un fanático: entrecerró los ojos, que adquirieron un brillo intenso, y apretó los labios contra los dientes.
—¡Esos estúpidos animales con su ridículo virus-T! Puede que Birkin tenga algo de cerebro, pero los otros no son más que unos idiotas. ¡Juegan a la guerra mientras yo he creado un milagro!
Se dio la vuelta y señaló con un gesto los relucientes depósitos de oxígeno que había al lado de la entrada del laboratorio.
—¿Sabes qué es eso? ¿Sabes lo que he logrado sintetizar? ¡La paz! ¡La paz y la libertad de no tener que escoger para toda la humanidad!
David sintió que su corazón se ponía a palpitar a toda velocidad, y todo su cuerpo comenzó a exudar un sudor frío. Griffith comenzó a caminar de un lado a otro delante de ellos, con los ojos brillando por su genio enloquecido.
—¡Existe suficiente material de mi cepa, de mi creación, como para infectar a miles de millones de personas en menos de veinticuatro horas! He logrado encontrar la respuesta, la respuesta a la penosa y egoísta especie en la que se ha convertido la raza humana. Cuando le entregue mi regalo al viento, el mundo será libre de nuevo, renacerá otra vez, un lugar simple y bello para todas las criaturas, grandes y pequeñas, ¡y sólo sobrevivirán gracias al instinto!
—Está loco —dijo David con un susurro, incluso a sabiendas de que Nicolas Griffith podía matarlos, de que iba a matarlos, pero fue incapaz de contenerse—. ¡Está completamente majara!
Y por eso ha muerto mi equipo, por eso han muerto todas esas personas. Quiere convertir a todo el mundo en seres como Kinneson. Como Steve.
Griffith se giró hacia él con un gruñido y lanzando escupitajos por la comisura de los labios.
—¡Y tú estás muerto! No estarás aquí cuando mi milagro bendiga la Tierra. Yo, yo… te privo de mi regalo, ¡a los dos! Cuando el sol salga mañana por la mañana, habrá paz, ¡y ninguno de los dos conoceréis ni un solo segundo de ella!
Se dio media vuelta y los señaló mientras hablaba a Steve.
—¡Mételos en el compartimiento estanco! ¡Ahora mismo!
Steve levantó de nuevo su Beretta y la utilizó para indicarles con un gesto que atravesaran la puerta estanca y entraran en el compartimiento, donde el cuerpo de Karen yacía ensangrentado y sin vida en el suelo.
Está demasiado lejos, no podré alcanzar el arma a tiempo…
—¡Steve, ahora! ¡Mátalos ahora mismo si no entran!
David y Rebecca entraron en el compartimiento estanco. David sintió el cuerpo frío y tenso. Tenía que hacer algo o el mundo se vería infectado por el sueño de aquel psicópata maníaco…
Steve cerró la puerta.
Estaban atrapados.