13
El bloque E no era distinto de los cuatro primeros en los que habían entrado, con un aspecto tan industrial, aséptico y carente de personalidad como los demás, un estudio sobre la eficiencia obtenida con cemento. Atravesaron con rapidez las salas de ambiente cargado, encendiendo las luces a medida que avanzaban, en busca de la estancia que guardaba la pista final del secreto del doctor Ammon. No tardaron mucho en encontrarla: casi la mitad de la estructura del edificio estaba ocupada por la galería de tiro, donde David encontró varias cajas con cargadores completos para los M-16, pero no pudieron hallar ningún rifle de asalto para utilizarlos. John preguntó si podrían tomar los de las Triescuadras, pero Rebecca lo prohibió inmediatamente. Los rifles estarían infectados y, probablemente, repletos de virus.
Como la sangre de Karen ahora mismo, con miles de viriones replicándose, saliendo a presión de las células después de hacer estallar su membrana, en busca de nuevas células que atacar para utilizarlas y destruirlas…
—¡Por aquí! —gritó Steve desde el otro extremo del sinuoso pasillo, y Rebecca se apresuró a correr hacia él, con Karen y John siguiéndola de cerca.
David ya estaba al lado de Steve, y los triángulos de color rojo, verde y azul eran la señal de que habían encontrado la habitación correcta. Steve buscó su mirada, pero la única emoción que vio en sus ojos fue preocupación. A Rebecca no le importó, y sólo se dio cuenta de ello con aire ausente. La infección de Karen, la enloquecida carrera de John hacia la Triescuadra… No había espacio en su mente nada más que para la imperiosa necesidad de encontrar el laboratorio.
Steve abrió la puerta y entraron en fila. Rebecca siguió vigilando a Karen en busca de señales del avance de la enfermedad y preguntándose qué debería hacer con la información que había obtenido sobre el tiempo de amplificación. No tenía la menor duda de que Karen estaba infectada, sabía que nadie más lo dudaba, pero ¿qué debía decirle?
¿Le he dicho que es posible que sólo tarde horas en ser irreversible? ¿Se lo digo a David de modo discreto? Si existe una curación, tenemos que inyectársela antes de que los daños en su cuerpo sean demasiado grandes, antes de que el virus comience a freírle el cerebro, antes de que produzca tanta dopamina que deje de ser Karen Driver y se convierta en… otra cosa.
Rebecca no sabía cómo abordar la situación. Ya estaban haciendo todo lo que podían, y todo lo rápido que podían, pero ella no sabía lo suficiente sobre el virus-T como para dar nada por seguro. Tampoco quería que Karen se sintiera más aterrorizada de lo que ya estaba. Su compañera estaba haciendo todo lo posible por mantener el control, pero era evidente que estaba a punto de perder los nervios. Así lo reflejaban la creciente desesperación de sus enrojecidos ojos y el aumento del temblor de sus manos. Sin embargo, a las Triescuadras les habían inyectado sin duda mayores cantidades de virus que las que habían infectado a Karen, así que quizá todavía tardaría días…
¿Habiendo aparecido los primeros síntomas menos de una hora después del contagio? No te engañes. Deberías decírselo, advertirle a ella y a los demás de lo que puede pasar y, además, dentro de poco tiempo.
Desechó ese pensamiento de un modo casi frenético y miró alrededor, la estancia en la que habían entrado. Era más pequeña que las demás salas de prueba que habían visto y estaba más vacía. Vio una larga mesa de reuniones apoyada contra la pared de la parte trasera, con media docena de sillas detrás de ella. En la parte delantera de la estancia había una pequeña estantería que sobresalía de la pared, de poco más de un metro de largo y de treinta centímetros de ancho. Había tres grandes botones en su superficie lisa: rojo, azul y verde, otra vez. La pared de atrás de la estantería estaba cubierta de baldosas de color gris suave, fabricadas con alguna especie de plástico industrial.
—Eso es —dijo Steve—. Azul para acceder.
David, tras menos de un segundo de duda, se encaminó hacia la estantería y pulsó el botón azul… Una voz de mujer les habló desde un altavoz oculto situado en algún punto por encima de sus cabezas. Aquello les sorprendió, pero sólo se trataba de una grabación, y el tono de su voz le recordó a Rebecca los últimos minutos en la mansión Spencer. Era la voz del sistema de autodestrucción, poco tiempo antes de que todo saltara por los aires.
—La serie azul se ha completado. Acceso permitido.
Una de las baldosas detrás de la estantería se deslizó hacia un lado y dejó al descubierto un oscuro hueco en el cemento. Mientras David extendía la mano para meterla en el hueco, Rebecca sintió una repentina oleada de frustración, rabia y disgusto hacia Umbrella. Por lo que habían hecho. Era despreciable.
Todas esas pruebas, todos esos experimentos, todo ese trabajo… Todo lo que habían hecho para ofrecer una recompensa a las víctimas del virus-T. Supera las pruebas rojas, buen perro, aquí tienes tu hueso… Y, a propósito, ¿cuál había sido su recompensa si lograban superar las pruebas? ¿Un trozo de carne? ¿Drogas para tranquilizar su hambre?
Vio las mismas muecas de horror y asco en las caras de los demás, y la misma desesperación cuando lo único que David sacó del agujero en la pared fue un trozo de papel, que envolvía lo que parecía ser una tarjeta de crédito.
Se arremolinaron alrededor de él mientras David observaba atentamente el objeto, con una expresión de desengaño furioso en sus ojos oscuros. Era una tarjeta de color verde claro, similar a las que se utilizan para abrir puertas electrónicas. Era completamente lisa, excepto por la banda magnética… y las palabras garabateadas en el pequeño trozo de papel, que sólo constituían otro mensaje críptico.
ACCESO AL FARO 135 - SUDOESTE/ESTE.
—La escritura es la misma que había en la nota de Ammon —advirtió Steve con un tono esperanzado—. Quizás el laboratorio está en el faro.
—Sólo hay un modo de saberlo —dijo John—. Vamos allá.
Parecía enfadado, y tenía la misma mirada desde que habían descubierto que Karen estaba infectada. Después de ver cómo había cargado contra la Triescuadra, Rebecca casi tenía la esperanza de que encontrasen al doctor Griffith: John lo iba a despedazar en varios trozos.
David se limitó a asentir y a meterse la tarjeta en un bolsillo de su chaleco. Era obvio que sentía miedo y culpabilidad, y ambos sentimientos cruzaban por su cara formando una máscara cambiante.
—Muy bien. ¿Karen?
Ella asintió, y Rebecca se dio cuenta de que su piel, ya pálida de por sí, había tomado un tono parecido al de la cera, como si las primeras capas de la piel se hubieran vuelto traslúcidas. Karen comenzó a rascarse los brazos con aire ausente mientras ella la miraba.
—Sí, estoy bien —respondió en voz baja.
Tiene que saberlo. Merece saberlo.
Rebecca sabía que ya no podía esperar más. Eligió cuidadosamente las palabras, consciente de que tenían muy poco tiempo. Se giró hacia Karen y habló con toda la tranquilidad que pudo.
—Mira, no sé qué han hecho con el virus-T en este lugar, pero existe la posibilidad de que comiences a experimentar síntomas más graves en un período de tiempo relativamente corto. Es importante que me digas, que nos digas a todos, cómo estás, cómo te encuentras física y psicológicamente. Si se produce cualquier cambio, por pequeño que sea, debemos saberlo. ¿De acuerdo?
Karen sonrió débilmente, sin dejar de rascarse los brazos.
—Estoy cagada de miedo, ¿qué te parece? Además, está empezando a picarme todo el cuerpo.
Miró a David con sus ojos enrojecidos, y luego a Steve y finalmente a John antes de volver a centrar su mirada en Rebecca.
—Escuchad. Si… si comienzo a actuar de forma… irracional, haréis algo, ¿verdad? No me dejaréis que haga daño… a nadie, ¿verdad?
Una única lágrima bajó deslizándose por su pálida mejilla, pero no apartó los ojos, y su mirada continuó siendo tan firme y segura como antaño.
Rebecca tragó saliva y se esforzó para que su voz sonara tranquila y llena de confianza, admirada por la valentía que veía en los ojos de Karen… y preguntándose cuánto tiempo tardaría en desaparecer aquel valor bajo la rugiente ola de virus que recorría sus venas.
—Vamos a encontrar el remedio para la enfermedad antes de llegar a ese punto —dijo, con la esperanza de no estar diciéndole una mentira a Karen.
—Vámonos —ordenó David con voz tensa. Salieron del edificio.
El terreno de las instalaciones estaba ligeramente cuesta arriba, en dirección al norte. Sin embargo, cuando salieron del bloque E para dirigirse hacia la negra y elevada estructura del faro, la pendiente se hizo mucho más pronunciada. El suelo rocoso ascendía formando una ladera bastante inclinada, quizá de unos treinta grados, lo que convirtió el medio kilómetro de distancia en una marcha para montañeros. David no hizo caso de la tensión que sentía en la espalda y en las piernas: estaba demasiado preocupado por Karen y demasiado ocupado fustigándose por su propia incompetencia como para ocuparse de una incomodidad física.
Estaban más cerca de las rutilantes aguas de la ensenada en aquel punto que desde cualquier otro que habían atravesado desde su salida a nado del mar. La fresca y suave brisa bajo la luz de la luna habría sido muy agradable cualquier otra noche en cualquier otro lugar. Los suaves rayos de luz y el tranquilizador murmullo de las olas casi eran una burla de su desesperada situación. Eran un contraste tan brutal con el caos que sentía en su interior que casi deseaba que quedara alguna Triescuadra merodeando por los alrededores.
Al menos justificaría la sensación de pesadilla en la que realmente estamos metidos. Y podría hacer algo, podría repeler el ataque, podría defenderlos frente a algo tangible…
El terreno en ascensión por delante de ellos se inclinaba luego hacia el este, cayendo a pico hasta el espumeante océano que se abría por debajo de ellos. La ensenada estaba bastante calma, pero el ruido de las olas chocando contra los acantilados crecía y crecía a medida que avanzaban rápidamente, acercándose al lugar donde el océano se encontraba con las paredes rocosas repletas de cuevas que las horadaban. John se había puesto en cabeza, seguido de Karen y por los dos miembros más jóvenes del equipo a continuación. David se encargaba de la retaguardia, y dividía su atención entre las instalaciones a su izquierda y a su espalda y las oscuras estructuras que aparecían delante de ellos.
El edificio que estaba justo a la espalda del faro debía de ser el dormitorio. Era un bloque alargado y bajo, aproximadamente del doble de tamaño que los edificios de cemento que habían dejado atrás. No habían encontrado los aposentos de los trabajadores de Umbrella hasta el momento, y aquello tenía todo el aspecto de ser un gran barracón, diseñado para comer y dormir, no para ser bonito. Deberían comprobarlo, pero David no quería perder ni un momento de su búsqueda del laboratorio.
Aquella idea le provocó otra oleada de culpabilidad y angustia que intentó descartar, pero fue en vano. Tenía que ser efectivo, tenía que llevarlos cuanto antes al laboratorio sin perder el tiempo con sus propias emociones y sentimientos, pero en lo único que podía pensar, lo único que deseaba, era que ojalá fuese él quien estuviese infectado.
Pero no lo estás —le susurró una parte de su mente—. Es Karen quien está infectada y desear otra cosa es perder el tiempo. No la curará y disminuirá tu capacidad para dirigirlos.
David siguió sin hacer caso de aquella pequeña voz interior y, en su lugar, pensó cómo los había jodido a todos. ¿Quién se creía que era él para encabezar una lucha contra Umbrella, para limpiar el nombre de los STARS y para restaurar el honor de su organización? Ni siquiera podía mantener a salvo a su propia gente, ni siquiera podía planear en condiciones una operación secreta… Ni siquiera podía luchar contra los sentimientos de culpabilidad y de duda que lo azotaban en su interior.
Se acercaron al aparentemente vacío barracón, y John bajó su ritmo de marcha para que los demás lo alcanzaran. David advirtió que su equipo estaba cansado, pero que al menos Karen no tenía peor aspecto. Parecía pálida y algo frágil bajo la suave luz de la luna. El tono blancuzco de su piel bajo las luces fluorescentes se había convertido en una tez de color alabastro, y el enrojecimiento de los ojos había desaparecido en las sombras. Si no supiera la verdad…
Ah, pero la sabes. ¿Cuánto tiempo tardará esa hermosa piel en empezar a caerse a jirones? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que tengas que quitarle su arma porque ya no confías en ella? ¿Antes de que tengas que impedir que ella…? ¡Basta!
Dejó que el grupo recuperara el aliento y se giró para observar mejor el faro, a menos de veinte metros de ellos… y de repente, sintió que su estómago se encogía y su corazón se estremecía, sin razón o motivo aparentes. Sólo era un viejo faro, un edificio antiguo cilíndrico y alto, desgastado por el paso del tiempo y tan vacío al parecer como las demás instalaciones. Sin embargo, al mirarlo, había notado de nuevo aquella sensación de destino abalanzándose sobre ellos, de que las opciones se les acababan y de que la rueda de la oscuridad seguía avanzando por delante de ellos.
—Vamos —los animó John con voz llena de energía, pero David lo detuvo apoyando su mano en su brazo y negando lentamente con la cabeza.
No es seguro.
Aquella pequeña voz de nuevo, familiar y extraña a la vez.
Se quedó mirando la ominosa torre, sintiéndose perdido, sintiéndose inseguro y sin capacidad de mantener el control mientras el viento sacudía el faro por encima de ellos y las olas chocaban contra el acantilado. Los demás estaban esperando. No era un lugar seguro, pero tenían que entrar, no podían quedarse allí… y en ese instante se dio cuenta con claridad de lo que había estado fallando en su cabeza. De lo que realmente estaba mal. No era su capacidad de mando, ni su habilidad para pensar o planear o luchar. Era algo mucho peor, algo de lo que se habría dado cuenta mucho antes si no hubiera estado tan angustiado con su sentimiento de culpa.
Dejé de confiar en mis instintos. Sin la seguridad de los STARS para apoyarme, para respaldarme, dejé de hacer caso a esa voz. Estaba tan aterrorizado por la idea de fallar que perdí la capacidad de escucharme a mí mismo, de saber qué hacer. Cada vez que sentía miedo, pasaba a través de la voz y no le hacía caso… y mi equivocación fue mucho mayor y con peores consecuencias.
Mientras lo pensaba, mientras lo creía, sintió que la negrura de la duda se apartaba de sus exhaustos pensamientos. El sentimiento de culpabilidad retrocedió, lo que le permitió vislumbrar una especie de claridad y, con ella, la pequeña voz cobró un poder que casi había olvidado que pudiera conseguir.
No es un lugar seguro, así que hay que entrar con rapidez, dos por abajo y el resto por arriba y alguien cubriendo las espaldas fuera…
Todo aquello pasó por su mente en cuestión de segundos. Se giró para mirar a los miembros de su equipo, que lo estaban mirando, a la espera de que él los dirigiera. Y por primera vez en lo que le parecía una eternidad, sabía que podía.
—Creo que es una trampa —los alertó—. John, tú y yo entraremos por abajo. Yo me encargo de la zona oeste. Rebecca, quiero que tú y Steve os quedéis de pie a cada lado de la puerta y disparéis contra cualquier cosa que esté de pie. Seguid disparando hasta que indiquemos que todo está despejado. Karen, lo siento, pero esta vez te quedas sin participar.
Todos asintieron y se dirigieron a las profundas sombras que rodeaban el faro. David iba por delante, sintiéndose por fin útil por hacer algo. Quizás aquel destino giratorio era demasiado vasto, quizá se movía con demasiada rapidez para que ellos hicieran caso omiso de él, pero no iba a permitir que les pasara por encima sin siquiera plantarle un poco de cara.
Karen se merecía al menos eso. Todos se lo merecían.
Karen se quedó un poco rezagada mientras los demás se colocaban en posición, y se apoyó contra la pared trasera del gran edificio que había detrás del faro para observar y vigilar con tranquilidad. Se sentía agotada por la escalada monte arriba, agotada y mareada, con un zumbido en su cabeza que no desaparecía, que no le permitía concentrarse.
Me estoy poniendo enferma. Me estoy poniendo peor con rapidez.
Aquello la atemorizaba, pero, en cierto modo, no era tan malo como al principio. De hecho, ya apenas la atemorizaba. El temor inicial había desaparecido, se había marchado dejando sólo un ligero recuerdo de una explosión de adrenalina, como si fuera el rescoldo de un sueño. El picor la distraía, pero ya no era un picor exactamente. Lo que había sentido como un millar de bichos que le picaran en la piel, y cada una de las picaduras fuera distinguible y exigiera alivio, aquello se había… interconectado. Era la única manera que tenía de poder describir aquella sensación. Las picaduras se habían conectado entre sí y se habían convertido en una gruesa manta sobre su cuerpo, una manta que se movía y se estiraba, como si su piel se estuviese rascando a sí misma. Era raro, aunque no era exactamente desagradable…
—¡Ahora!
Al oír la voz de David, Karen volvió a concentrarse en la acción que estaba transcurriendo delante de ella. El zumbido de su cabeza hacía que todo le pareciera extraño, como si el presente hubiera aumentado de velocidad. La puerta del faro se abrió de golpe, David y John saltaron al interior, hacia la oscuridad, y las armas resonaron y lanzaron fogonazos. El tableteo agudo de un M-16 en el interior. Steve y Rebecca, agachados y disparando, dentro y fuera otra vez, sus cuerpos borrosos por la velocidad y sus Berettas danzando como extraños pájaros de metal negro.
Todo ocurrió tan rápido que le pareció que tardaba una eternidad en terminar. Karen frunció el entrecejo, preguntándose cómo era posible aquello… y entonces vio aparecer los rostros de David y de John, de nuevo bajo la luz de la luna, y se dio cuenta de que se alegraba de verlos, aunque sus caras tuvieran ese aspecto tan raro y distorsionado, y sus alargados cuerpos se movieran con tanta rapidez…
¿Qué me está ocurriendo?
Karen sacudió la cabeza, pero el zumbido pareció aumentar de volumen e intensidad… y tuvo miedo de nuevo, miedo de que David y John y Steve y Rebecca la dejaran atrás. La dejarían atrás y no tendría nadie con quien, con quien… desahogarse, y aquello sería malo.
David apareció de repente delante de ella y se quedó mirándola con aquellos grandes ojos como cerezas oscuras.
—Karen, ¿estás bien?
Karen se sintió de nuevo feliz al ver su rostro redondo y el suave sonido de su voz, y supo que tenía que decirle la verdad. Encontró la fuerza para hacerlo con un tremendo esfuerzo, para decir lo que tenía que decir. Su voz salió de su cuerpo estremecido por el picor uniforme, y le sonó tan extraña y ajena como el viento.
—Me estoy poniendo peor —dijo—. No pienso con claridad, David. No me abandones.
Sintió las tibias, las cálidas manos de John y de Rebecca tocándola, guiándola hacia la oscuridad de la puerta abierta. Su cuerpo funcionaba, pero su mente estaba confundida por el tembloroso zumbido. Quería decirles algunas cosas, cosas que bailaban a través de la nube de su mente como destellos de bonitas pinturas, pero el edificio al que la llevaban era oscuro y caliente, y había un cuerpo tirado en el suelo sosteniendo un arma. Pudo ver su cara. No era extraña; estaba pálida, blanca y arrugada, con una textura que zumbaba y ondulaba. Era una cara que tenía sentido.
—Aquí está la puerta —dijo Steve, levantando la mirada y sonriendo, blancos, dientes blancos—. Uno-tres-cinco.
Había un teclado al lado de un agujero abierto y unas escaleras que se dirigían hacia abajo, y los dientes de Steve desaparecieron, su liso rostro se arrugó.
—Karen…
—Debemos darnos prisa.
—Aguanta, nena, aguanta, llegaremos enseguida.
Karen les dejó que la ayudasen, preguntándose porqué sus caras parecían tan raras, preguntándose porque olían tan fuerte y tan bien.