8
Karen dio un salto atrás en cuanto las balas comenzaron a estrellarse contra la madera y a atravesarla. Los trozos de carne podrida del cadáver de Ammon comenzaron a saltar hacia todos lados. El cuerpo bailó y se agitó en un movimiento provocado por un ritmo macabro.
David agarró la bata del cadáver y tiró de ella, pero la puerta se mantuvo abierta debido a la potencia de los disparos… y los atacantes se estaban acercando, porque los impactos de los proyectiles explosivos sonaban con mayor fuerza, y los trozos de carne y piel que saltaban cada vez tenían mayor tamaño. Estaban atrapados, y las dos salidas estaban bloqueadas.
Rebecca apretó su Beretta con mano temblorosa mientras esperaba una señal de David. Éste señaló hacia el oeste, hacia el grupo de edificios, y gritó para que lo escucharan por encima del tableteo de las armas automáticas.
—¡Rebecca, por la otra puerta! ¡John, Karen, asegurad el edificio más próximo! ¡Steve, tú y yo los cubrimos! ¡Vamos!
Steve y David se asomaron al mismo tiempo y comenzaron a disparar. Los rugientes estampidos de sus armas contrastaban con los proyectiles más ligeros pero igualmente letales de sus atacantes.
John y Karen salieron a la carrera y desaparecieron inmediatamente en la oscuridad. Rebecca se giró en redondo y apuntó su arma hacia la puerta trasera, sintiendo el corazón a punto de salirle por la boca. Las paredes temblaban y se estremecían por los impactos.
—¡Morid! ¡Jesús! ¿Por qué no se mueren? —gritó Steve a sus espaldas, con un tono de voz que reflejaba incredulidad y terror.
A Rebecca se le heló la sangre.
¿Zombis?
Rebecca gritó lo más alto que pudo sin dejar de mirar el rectángulo de oscuridad que se abría en la madera delante de ella, y su voz resonó por encima del chasquido de las balas.
—¡En la cabeza! ¡Disparad a la cabeza!
No tenía forma de saber si la habían oído. Los rifles de asalto continuaron con su tableteo, acercándose más y más. Sus pensamientos se aceleraron al comprender lo que estaba ocurriendo, y a su mente acudieron los recuerdos de las víctimas del virus-T. Se habían convertido en algo distinto a un ser humano, en algo sin mente, lento…
Y había ocurrido de forma accidental, no a propósito. No a propósito…
—¡Rebecca, vámonos!
Todavía se oía el ruido de un rifle automático, pero el almacén de botes ya no temblaba por el impacto de los disparos. Miró hacia atrás y vio a Steve que todavía disparaba contra algo y a David que le hacía gestos para que comenzara a moverse.
Se dirigió hacia la puerta abierta y echó asqueada un último vistazo de reojo al cadáver acribillado a balazos que todavía colgaba de la puerta. La cabeza se había hundido sobre sí misma como una calabaza podrida, con los dientes destrozados y unos pegajosos restos de tejido que colgaban de la parte trasera de su cráneo. La mano que saludaba ya no estaba conectada al podrido brazo: el radio y el cubito habían sido literalmente destrozados. La extremidad colgaba como una pieza decorativa asquerosa, como si les estuviera haciendo señas…
Steve disparó una vez más y, finalmente, el tableteo del arma automática cesó. Levantó su arma, con los ojos abiertos de par en par por la enorme sorpresa mientras abría la boca para decir algo…
Y en ese preciso instante, la puerta trasera se abrió de golpe. Las balas atravesaron la oscuridad, que se llenó de líneas de color naranja. David la empujó con fuerza para que Rebecca saliera por la puerta delantera. Mientras corría, oyó los estampidos de respuesta de los proyectiles de nueve milímetros a su espalda.
Hay que llegar al edificio, hay que ponerse a cubierto…
Atravesó la oscuridad exterior a la carrera, y sus botas húmedas resonaron sobre la polvorienta superficie rocosa. Su mirada logró discernir la silueta de un enorme bloque de cemento y los árboles que lo rodeaban en las sombras que tenía por delante.
—¡Aquí! —gritó una voz.
Torció hacia el lugar de donde había procedido el grito y vio la musculosa figura de John recortada bajo la pálida luz de la luna en una de las esquinas del edificio. Vio la puerta abierta cuando se acercó hasta él, y a Karen apuntando con su arma hacia el almacén de botes. Las balas todavía resonaban en la oscuridad.
—¡Entra! —le gritó Karen quitándose de su camino.
Rebecca pasó corriendo a su lado, sin detenerse hasta que estuvo bien adentro y se golpeó dolorosamente una cadera contra el borde de una mesa, que no vio en la oscuridad.
Se dio la vuelta y vio que era Karen la que estaba disparando mientras John gritaba…
—¡Vamos! ¡Vamos!
A continuación apareció Steve lanzado a la carrera y jadeando. Se detuvo justo antes de chocar contra ella, sosteniendo una mano contra el pecho.
Rebecca se acercó a la puerta y se abrazó a la frialdad del material mientras su mente absorbía el hecho de que era acero, al mismo tiempo que David aparecía velozmente gritando.
—¡Karen, John!
Ella continuó encarada hacia la oscuridad, con el arma todavía en alto. Resonaron otros tres disparos procedentes de su Beretta antes de que por fin John entrara corriendo, con la mandíbula apretada y las ventanas de su nariz dilatadas por completo.
Rebecca cerró la puerta de golpe, y sus dedos encontraron un cerrojo de pasador. Apenas percibió el suave chasquido de la cerradura al encajar porque los oídos le zumbaban. Las balas habían dejado de silbar en el exterior. Los atacantes no intercambiaron gritos, no se oyó el ulular de ninguna alarma, ni el ladrido de perros, ni siquiera los gemidos de los heridos. El repentino silencio fue absoluto, roto sólo por los jadeos de los miembros del equipo en la tibia y esta vez acogedora oscuridad.
Un rayo de luz halógena apareció de repente e iluminó uno por uno los pasmados rostros de todos los presentes cuando David lo fue pasando a su alrededor para investigar el lugar en el que se habían visto obligados a refugiarse. Era una habitación de mediano tamaño, repleta de mesas y equipos de ordenadores. No se veía ninguna ventana.
—¿Habéis visto eso? —dijo Steve entre jadeos, sin preguntárselo a nadie en particular—. Dios, no paran. ¿Los visteis?
Nadie le respondió, y aunque ya se encontraban fuera de cualquier peligro inmediato, Rebecca sintió que los niveles de adrenalina seguían por las nubes en su sangre, y que no daban muestras de bajar, lo mismo que las pulsaciones de su corazón. Al parecer, Umbrella había encontrado una nueva utilidad para el virus-T.
Nos guste o no —pensó Rebecca—, vamos a tener que enfrentarnos a las consecuencias.
Estaban atrapados en la Ensenada de Calibán. Y en aquellas instalaciones, las criaturas tenían armas automáticas.
David inspiró profundamente por última vez y exhaló con lentitud mientras apuntaba el rayo de luz de la linterna hacia la puerta.
—Yo diría que nos han descubierto —dijo, con la esperanza de que lo que decía no sonara tan desesperado como él se sentía—. Ya que estamos, podríamos ver con más detalle dónde nos hemos metido. Rebecca, ¿puedes encender las luces, por favor?
Tras pulsar el botón de la pared, la estancia quedó iluminada con unas pulsantes luces de neón de techo. David parpadeó por el repentino brillo y, al echar un vistazo rápido a los miembros de su equipo, advirtió que Steve tenía una mano apretada contra el pecho.
—¿Te han dado?
—El chaleco ha detenido la bala —dijo, pero parecía más falto de aire que los demás, y su rostro estaba más pálido de lo que debería estar.
Rebecca miró a David y lo interrogó con la mirada. Él asintió.
No parece que tengamos ningún otro sitio al que ir…
—Comprueba cómo se encuentra. ¿Alguien más?
Nadie respondió, y Rebecca se acercó hasta Steve mientras le hacía gestos para que se quitara el chaleco. David se dio la vuelta y estudió la estancia en la que se encontraban, intentando contrastarla con lo que había visto en el mapa de Trent y con lo poco que había visto desde el exterior. Había media docena de mesas de metal barato, cada una con un ordenador y un montón de papeles encima. Las paredes de cemento eran lisas y sin ningún tipo de decoración. Había otra puerta en el lado oeste del edificio, que llevaba al interior de éste.
—Karen, vigila allí —indicó David. Ya registrarían el resto del edificio cuando hubieran decidido qué iban a hacer.
Cuando tú hayas decidido qué hacer, capitán. Quizás te apetezca que naden un poco. No puede ser peor que lo que has decidido hasta ahora.
David no hizo caso de aquella voz interior, aunque se daba perfecta cuenta de lo mucho que había subestimado la situación. No era necesario que el resto del equipo lo viera sumido en un mar de dudas. Aquello no los ayudaría en nada. La cuestión era, ¿qué hacían a continuación?
—Veamos —dijo en voz alta—. Después de todo, no parece que nos enfrentemos a un accidente. ¿Qué era lo que decía la nota? «La comida tenía droga», y algo sobre un tal «él» que había matado a los demás… ¿Es posible que no se haya producido un escape del virus-T?
Rebecca levantó la vista de su exploración del pecho de Steve. El experto en ordenadores estaba sentado en una de las mesas enfrente de ella. Steve arrugó la frente por el dolor cuando los dedos de Rebecca palparon el morado que se estaba formando en su pectoral derecho. Ella sonrió con expresión culpable, pero negó con la cabeza.
—Estás bien. No tienes nada roto.
Se giró hacia David, y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Sí. Si se hubiera producido un escape, el tipo de la puerta, el tal Ammon, habría resultado afectado. Pero lo de las Triescuadras… Si son el resultado de un experimento con el virus-T, tendrían que haberse caído a trozos completamente podridos a estas alturas. Hace más de tres semanas que escribió esa nota, así que esa gente debería ser un montón de carne podrida. O es un virus diferente, o alguien se ha ocupado de que se conserven en buen estado. Un mantenimiento de las enzimas, o quizás algún tipo de refrigeración…
David asintió con lentitud mientras se percataba de las conclusiones de la línea de razonamiento de Rebecca.
—Y si ese «alguien» se ha vuelto loco y ha matado a todos los demás científicos, ¿por qué preocuparnos?
—Ese cadáver, saludándonos con la mano —intervino Karen con tono pensativo—. Y la criatura, o las criaturas, en la ensenada. Es como si estuviese esperando que llegase gente…
—… pero no quisiera que esa gente llegara demasiado lejos. —Steve terminó la frase por ella.
Aquello le recordó a David la frase de la nota en la que pedía que lo detuvieran.
Dios sabe lo que él piensa hacer.
Steve se puso de nuevo la camisa y se estremeció al sentir de nuevo la fría humedad de la prenda.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
David no le respondió. No estaba seguro de qué decir. Se sentía tan cansado, tan exhausto, tan inseguro…
—Yo… Nuestras opciones son marcharnos o meternos más a fondo —dijo en voz baja—. Teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido hasta el momento, no me agrada la idea de tener que tomar esa decisión. ¿Qué queréis hacer vosotros?
David miró una cara tras otra, esperando ver furia o desprecio: el jefe había fallado, los había llevado hasta una situación peligrosa sin tener un plan de emergencia. Y todo porque no podía soportar la idea de ver manchado el honor de los STARS y, para colmo, ahora que estaban atrapados, no sabía qué hacer.
Las expresiones que tenían, como grupo, eran pensativas y concentradas. Se quedó sorprendido al ver a Karen incluso sonreír, y cuando ella habló, su tono era de impaciencia.
—Ya que lo preguntas, quiero resolver este enigma. Quiero saber qué es lo que ha ocurrido aquí.
—Sí, yo también —dijo Rebecca, tras asentir varias veces mientras Karen hablaba—. Además, todavía quiero echarle un vistazo al virus-T.
—Yo quiero encargarme de unos cuantos más de esos Triescorias —dijo John también sonriendo—. Tío, zombis con rifles de asalto M-16… Ja, la noche de la escuadra de los muertos vivientes[1].
Steve suspiró mientras se apartaba unos mechones de cabello húmedo de la frente.
—La verdad es que, ya puestos, podríamos seguir mirando —dijo, por fin—. Volver por el mismo camino no es que sea precisamente muy seguro. No es el modo en que me gustaría hacerlo, pero poner de mierda hasta el cuello a Umbrella sí era parte del plan original, de modo que sí, quiero acabar con esos cabrones.
David sonrió, y se sintió justamente avergonzado de sí mismo. No sólo había subestimado la situación: también había subestimado a su equipo.
—¿Qué es lo que tú quieres? —preguntó Rebecca de repente—. De verdad.
La pregunta lo pilló por sorpresa, no sólo porque era ella quien se la había hecho, sino porque, de repente, no tenía respuesta. Pensó en los STARS, en su obsesión con su carrera y en lo que aquello les había costado hasta entonces. Su único deseo a lo largo de los últimos días había sido sentir que el trabajo de su vida había valido la pena… y se había convencido de que poner al descubierto la traición dentro de la organización sería un descanso para su alma, como si desenmascarar la corrupción demostrara en cierto modo que su vida había tenido sentido.
He adorado el altar de la organización durante tanto tiempo… pero ésa no es la razón. ¿Cuál es el verdadero motivo? ¿Podría decirlo, aquí, en esta habitación, ante estas caras?
Miró detenidamente sus rostros inquisitivos y sintió la tensión de su espera mientras lo observaban.
—Quiero que todos nosotros sobrevivamos —dijo por fin, con acento sincero—. Quiero que todos nosotros logremos salir de aquí.
—Amén a eso —dijo John con un murmullo. David recordó lo que había dicho a los del equipo de Raccoon City, sobre hacer cada uno lo que mejor sabía para lograr vencer a Umbrella. Lo había dicho para que Chris diera su aprobación a su plan, pero era una verdad que podía aplicarse a todos ellos.
Ponte manos a la obra, capitán…
—John, tú y Karen echad un vistazo por el edificio y comprobad las puertas. Regresad en menos de diez minutos. Steve, enciende uno de los ordenadores e intenta sacar un plano detallado de los alrededores. Rebecca, tú y yo registraremos las mesas. Buscamos mapas, datos sobre las Triescuadras y sobre el virus-T… Cualquier dato personal sobre los investigadores del lugar que pueda indicarnos quién está detrás de todo esto.
David les indicó con un gesto de asentimiento que se pusieran en marcha, sintiéndose más despejado y equilibrado emocionalmente que nunca.
—Vamos allá —dijo. Al infierno con los STARS. Ellos solos iban a encargarse de derribar a Umbrella.
Probablemente, el doctor Griffith no se habría enterado de la incursión si no hubiese sido por los Ma7. Al parecer, iban a ser útiles después de todo, aunque no del modo para el que habían sido diseñados.
Había pasado la mayor parte del día en el laboratorio, mirando sin ver los recipientes presurizados que se encontraban al lado de la entrada. El reluciente acero brillaba con un reflejo seductor bajo la suave luz de neón. En cuanto había tomado la decisión de dejar libre el virus, se había dado cuenta de que ya no necesitaba hacer nada más. Las horas habían pasado volando: cada vez que había mirado el reloj, se había llevado una sorpresa, aunque no desagradable. Después de todo, él sería el primero en convertirse al nuevo modo de vida de la Tierra. Con aquello delante de él, por lo único que tenía que preocuparse era por llevar los recipientes hasta lo más alto del faro, y con los doctores esperando silenciosa y pacientemente sus órdenes, incluso eso estaba preparado. Justo antes del amanecer, les daría las instrucciones finales y llevaría lleno de orgullo a la especie humana a la luz, al milagro de la paz.
Entonces se había acordado de los Ma7, lo que lo llevó a levantarse y acercarse a las cuevas, la única preocupación que no había considerado trivial. Ya había cometido un error con los Leviatanes[2]. Cuando se había apoderado de las instalaciones, había bajado las puertas de reja de las cuevas submarinas por un súbito impulso, deseando que fueran tan libres como él se sentía. No fue hasta el día siguiente que se dio cuenta de que era posible que Umbrella los descubriera y se acercase hasta allí para averiguar qué había ocurrido, lo cual frustraría sus planes. Él había continuado enviando informes semanales para mantener las apariencias, pero no habría tenido una explicación «razonable» para que se escaparan aquellas cuatro criaturas. Había sido pura suerte que los Leviatanes hubiesen regresado por propia voluntad.
Por supuesto, los Ma7 era un asunto completamente distinto. Eran demasiado violentos e impredecibles como para soltarlos, pero dejar que murieran de hambre en sus jaulas no le había parecido justo, sobre todo porque ellos también disfrutarían de los efectos de su regalo. No habían escogido existir como criaturas de destrucción, ni siquiera habían elegido existir. Y, puesto que él había contribuido un poco en el proceso de su creación, se sentía obligado a hacer algo por aquellos pobres seres…
Se quedó delante de la puerta exterior durante bastante tiempo, considerando todos los aspectos del problema mientras los cinco animales se lanzaban repetidas veces contra la reforzada rejilla de acero y el sonido de sus extraños aullidos parecidos a lamentos rebotaban por las paredes de las húmedas y sinuosas cuevas. Había un mecanismo de apertura manual cerca del recinto, y otro en el laboratorio, pero no había forma alguna de soltarlos desde el faro.
Desde luego, no podía dejarlos salir hasta que él se encontrara a salvo, aunque podía enviar a uno de los doctores para que lo hiciera, pero los Ma7 tenían un metabolismo mucho más lento que los humanos, y existía el riesgo de que llegaran hasta él antes de que se transformaran. Un mes antes, la doctora Chin y dos de sus técnicos veterinarios habían cometido el error de querer atender a uno de los ejemplares enfermos: había sido una muerte horrible. Y aunque él no sentiría dolor en cuanto hubiese realizado la transición, deseaba permanecer en el nuevo mundo el máximo tiempo posible.
Griffith había decidido finalmente que la eutanasia era la única opción razonable. Era una decisión tomada a regañadientes, pero no había encontrado otra alternativa. Aunque el laboratorio estaba bien aprovisionado de material, los venenos no eran su punto fuerte, así que había decidido consultar la base de datos principal… y allí, en la fría comodidad de su laboratorio sellado, había descubierto que su santuario había sido invadido.
Se sentó delante del ordenador, pasmado en cierto modo, y se quedó mirando la parpadeante señal que indicaba que uno de los ordenadores del bunker estaba accediendo al sistema. No existía ninguna posibilidad de que se tratase de un error. Excepto los ordenadores del laboratorio, el resto del material informático había sido apagado hacía ya varias semanas. Umbrella había llegado.
La primera emoción que sintió después de la sorpresa pasmada fue la rabia, una furia absoluta que le arrancó todo indicio de razón y le hizo ver puntitos rojos, una ira que descendió sobre él como un fuego divino. Durante unos momentos quedó perdido, y su cuerpo se vio poseído por aquella fuerza primitiva. Agarró y arrancó y destrozó todo los inservibles e insignificantes objetos que encontró a su alrededor.
Ellos NO me, NO me detendrán, NO lo harán…
Cuando por fin sus manos tocaron el frío metal de los recipientes presurizados, aquel fuego se convirtió en cenizas. Los pulidos y plateados envases fueron como una ola de razón que lo hicieron volver a ser él mismo. Su autocontrol regresó de un modo tan abrupto como había desaparecido.
Mi creación. Mi trabajo.
Parpadeó entre jadeos y, de repente, se encontró en mitad de un torbellino de destrucción, en medio de un mar de papeles destrozados, de cristales rotos y de cables arrancados. Había logrado machacar el ordenador, el portador de las malas noticias, contra el frío suelo. Cualquier otro día se hubiera sentido avergonzado por el ataque de histeria, pero en aquel momento, en el umbral de lograr la grandeza, reconoció que aquella furia estaba más que justificada.
Justificada quizá, pero no tiene sentido. ¿Cómo vas a lograr que no te detengan? No puedes liberar el virus aquí, ni tampoco arriesgarte a salir, no en esta situación… ¿Qué planean hacer? ¿Cuánto saben?
Podría averiguarlo con facilidad. Todavía quedaban otras dos terminales de ordenador en el laboratorio. Se dirigió rápidamente hacia una de ellas, echando un breve vistazo a los mudos doctores, sentados al lado de un compartimiento estanco. Si se habían dado cuenta de su ataque de ira, no daban señal alguna de ello. Sintió una breve oleada de odio hacia ellos por crear las inútiles Triescuadras, los «imparables» guardias que le habían fallado en el preciso momento que más los necesitaba.
Se sentó y giró el monitor, esperando impaciente a que el giratorio logotipo de la compañía desapareciera de la pantalla. El sistema de seguridad de todo el lugar tenía su base en el laboratorio. Podría ver qué estaban buscando los intrusos sin que éstos detectaran su presencia. Bueno, eso si se acordaba de cómo se accedía a la información…
Pulsó varias teclas, esperó, y luego introdujo su número de seguridad. Después de una brevísima pausa, unas líneas de color verde repletas de datos aparecieron por toda la pantalla. Lo había logrado.
Buscar, encontrar, localizar…
Frunció el entrecejo al ver la información, y se preguntó por qué demonios cualquiera que Umbrella hubiese enviado estaría buscando el laboratorio. Y por qué lo estaba buscando en el sistema principal. Los diseñadores de sistemas no eran idiotas: no existía nada sobre el trazado de las instalaciones en aquellos archivos…
En Umbrella lo saben, lo que significa… Una sensación de alivio recorrió su cuerpo, una sensación tan agradable que empezó a reírse en voz alta. De repente se sintió muy estúpido por la reacción tan infantil que había tenido al enterarse de que alguien había entrado. La persona que estaba buscando información no era de Umbrella, y aquello lo cambiaba todo. Incluso si lograban encontrar el laboratorio, lo cual era bastante improbable dada su localización, no podrían entrar sin una tarjeta de acceso, y Griffith las había destruido todas…
Todas, excepto la de Ammon, que nunca apareció. Griffith se quedó inmóvil por un momento y luego meneó la cabeza. Una sonrisa nerviosa apareció en su cara. No, no. Había buscado en todos los sitios posibles para encontrar la tarjeta que faltaba, así que ¿qué probabilidades tendrían los allanadores de su laboratorio de encontrarla?
¿Y cuáles eran las probabilidades de que lograran atravesar las Triescuadras, eh? ¿Y qué estuvo haciendo Lyle durante todas las horas que tardaste en encontrarlo? ¿Qué pasa si logró enviar un mensaje? Sólo comprobaste las transmisiones con Umbrella, ¿pero que ocurre si se ha puesto en contacto con otra gente?
Mientras aquella terrible e imposible idea llenaba su mente, en la pantalla del ordenador comenzaron a aparecer listas de información sobre las pruebas de habilidades lógicas, la serie de pruebas sociopsicológicas que el doctor Ammon había diseñado.
Griffith sintió que su autocontrol desaparecía de nuevo. Cerró las manos y apretó los puños, negándose a ceder a la rabia. Había demasiado en juego y no podía permitir que las emociones lo dominaran, no en ese momento. Tenía que pensar.
Soy un científico, no un soldado. ¡Ni siquiera sé disparar o luchar! Sería completamente inútil en un combate, completamente…
Impredecible. Incontrolable.
Por el rostro de Griffith comenzó a extenderse lentamente una sonrisa.
De sus puños comenzó a caer sangre, procedente de las heridas causadas por sus uñas al clavarse en la palma de sus manos, pero no sintió dolor alguno. Su mirada vagó por el abierto y silencioso laboratorio y se detuvo un instante en el compartimiento estanco. Luego miró las caras sin expresión de sus doctores. Luego los cilindros llenos de aire comprimido y de virus, su milagro. Y, finalmente, los controles que abrían la puerta de la verja del recinto de los animales.
La sonrisa del doctor Griffith se ensanchó aún más.
Que vengan por mí.