13. Diario del doctor Lochran. Como un monstruo
7 de septiembre
Esta noche estoy harto de este maldito mundo, y profundamente deprimido por los abismos a los que nos arrastra.
Mi jornada laboral ha sido bastante normal y previsible, y ya había terminado y me disponía a marcharme cuando han pedido por megafonía un cirujano, el que fuera. Un joven imberbe, de once años de edad y origen jamaicano, tenía una herida de bala en el pecho y estaba en las últimas. Así pues, no había tiempo para delicadezas y me he metido directamente en el quirófano. La bala, de una pistola de nueve milímetros, había entrado justo por debajo del lado izquierdo de la caja torácica y había hecho un recorrido disparatado, rebotando por dentro en el hueso y causando grandes destrozos en los órganos internos. La encontré en el tórax, la extraje, y después me quedé muy tieso y cubierto de sangre mientras anunciaban que el chico había muerto. No había nada que ni yo ni nadie pudiéramos hacer. Por lo tanto, ¿se me perdonará si digo que lo que más he lamentado es que no me hubiera ido ya del hospital cuando han pedido un cirujano?
Creía que esta experiencia me autorizaba a pensar que el día no podía empeorar, y, sin embargo, cuando he encendido el teléfono, me he encontrado un mensaje de Malena, en el que decía que se sentía muy mal, que la habían «herido» y «atacado», y que estaba ingresada en el hospital Royal Free. Por alguna razón que me avergüenza, lo primero que se me pasó por la cabeza fue: «¿Qué has hecho, Rab?», pero después me pude poner en contacto con ella y, por supuesto, el culpable era MacCabe.
Habían discutido y él la había golpeado hasta dejarla inconsciente. Al volver en sí, Malena llamó a una ambulancia, y después fue una enfermera del hospital la que dio parte a la policía. Killian estaba en paradero desconocido, y todavía lo está. En ese momento, tan indignado como me sentía, no he podido disimular que lo que le pueda pasar me importa una mierda, aunque clara y lamentablemente a Malena sí que le preocupa.
He cogido el coche y he ido directamente al Royal Free, mientras no dejaban de alternarse dos ideas contrapuestas en mi cabeza: mi habitual sensación de pequeña satisfacción por ser el defensor de Malena, pero también otra bastante acuciante de culpabilidad por no haber previsto que iba a pasar algo así. Cuando la vi, tan pálida en la cama, con los dos ojos amoratados y el labio inferior lacerado, me entraron tales ganas, que ya llevaban acumulándose desde hacía tiempo, de pegarle una paliza al irlandés que tuve que abrir y cerrar los puños con fuerza mientras daba vueltas por la pequeña habitación privada que ocupaba Malena. Se encontraba serena y no le dolía nada, pero también se notaba que había perdido algo importante de sí misma en esa horrible experiencia. Peor aún, y tal y como me temía, parecía preocupada hasta el paroxismo por la situación de Killian y su paradero, como si se interesara más por su atacante que por ella. Sé que algunos a eso lo llaman amor. Estoy seguro de que el doctor Hartford lo calificaría con otro término. Con cautela, intenté sonsacarle más información:
—Malena, odio decirlo porque me siento responsable, pero esto se veía venir desde la noche que me llamaste para que fuera a tu casa. Me imagino que tú… tendrías miedo de que pudiese pasar…
Negó entristecida con la cabeza.
—No «tenía miedo», no. Sí que estaba preocupada, pero por él. No es de esos hombres que sean capaces de hacer esto.
—Pero, Malena, lo ha hecho.
—Sí, pero no me cabe en la cabeza que lo haya podido hacer, Grey. Sólo un hombre débil o amargado se rebajaría de ese modo, y Killian nunca ha sido nada de eso.
Creo que solté un gruñido.
—Malena, ¿sabes la cantidad de mujeres que dicen esas mismas cosas justo después de que sus hombres hayan estado a punto de matarlas? —Me miró a los ojos y se encogió de hombros, como si tales aburridas estadísticas no tuviesen nada que ver con ese caso excepcional—. ¿Me lo has contado todo? ¿Te había pegado ya antes? ¿Antes de esa noche que fui a tu casa, o después?
—No, Grey, nunca. Esa noche… fue como una gran aberración. Killian nunca bebía para emborracharse, nunca perdía la cabeza a propósito ni la emprendía a golpes. Él no era como Robert.
No creo que de verdad me sorprendiera al enterarme de eso, pero sin duda me consternó. Ella se dio cuenta y guardó silencio.
—Bueno, supongo que nunca hemos hablado como es debido del genio de Robert… —dije.
—Tampoco podíamos, Grey. Son cosas entre un hombre y una mujer.
—Sin embargo, tú me pediste que interviniera en el caso de Killian.
—Pero es que a Robert no se le podía cambiar. Ni tú lo podrías haber cambiado, aun siendo amigos desde hace tanto. En cambio, pensé que podrías hablar con Killian y resolver las cosas…
Me mordí el labio.
—Malena, tengo que saberlo. ¿Te llegó a pegar Robert alguna vez?
—No, o lo habría dejado. —Me contuve y no apostillé: «Quieres decir que lo habrías dejado antes»—. Nunca hubo violencia real, pero por su temperamento es cierto que había una atmósfera muy especial en la casa, como cierto clima de amenaza. Nunca fue así con Killian, nunca. A eso es a lo que me refiero, Grey.
Tampoco quise recordarle algo que era obvio: que en realidad MacCabe y ella se conocían desde hacía relativamente poco, tras, ¿cuánto?, nueve meses de un idilio que se había desarrollado en medio del irreal mundo del arte, y apenas otros cinco de cohabitación. Me limité a sentarme y a pedirle con la mayor amabilidad que pude que me repitiese todo lo que le había contado a la policía. Malena suspiró.
—Hoy no lo había visto mucho, tal y como ocurría últimamente, pero, como venía mi amiga Susanne a cenar, teníamos que decidir lo que iba a preparar, así que subí al estudio y lo encontré agarrándose el estómago con los brazos y mirando al suelo. Aceptó pasar conmigo al dormitorio para que habláramos mientras me vestía. Entonces le pedí que me abrochara un collar y… me imagino que vería en un cajón del joyero las llaves del apartamento de Robert.
—Espera, ¿es que aún tienes las llaves de Artemis Park?
Puso una mueca de profunda pesadumbre.
—Eso es lo que dijo Killian. No me acordé de devolvérselas a Robert el día que me marché, ya que teníamos otras cosas en la cabeza, y luego nunca me parecía buen momento o sencillamente se me olvidaba, así que ahí estaban. Después se calló. Lo noté tenso y, de repente, salió a toda prisa de la habitación. No me podía creer que estuviese celoso por eso, pero era lo que parecía… Bajé a la cocina; lo oí haciendo mucho ruido arriba, y después apareció con el abrigo puesto y dijo que tenía que ir inmediatamente a ver a alguien, pero no quiso decirme a quién…
—¿Y te lo creíste, o es que piensas que se está viendo con alguien?
—Tenía una ligera sospecha… Tampoco es que lo pensara muy en serio, pero nunca me convenció mucho lo de esa noche que fue a ver a la mujer que quería hacerle un encargo y de pronto ella «cambió de idea». Al considerar lo distinto que se volvió Killian a partir de ese momento, se me pasó por la cabeza que tal vez estuviese ocultando algo muy gordo. Pero, cuando vi cómo estaba… Era evidente que sufría mucho; eso era lo que me daba miedo, y lo que me convenció de que le pasaba algo muy malo. Parecía enfermo, sin que pudiera controlarse, encogido todo el tiempo y moviendo la cabeza y los hombros como un simio.
No me costó nada figurarme eso, después de nuestro último encuentro.
—El caso es que no quiso escucharme y atender a razones, así que me puse delante de él para impedir que saliese al vestíbulo. Entonces me cogió de los hombros, me levantó en volandas y me apartó a un lado. Me quedé estupefacta, pues nunca me habría imaginado que tuviese tanta fuerza en los brazos. Como ya se disponía a marcharse, me agarré a su cuello para impedirlo. Se revolvió y me gritó, pero, al ver que seguía aferrada a él, empezó a embestir contra las paredes del vestíbulo con la intención de golpearme contra ellas… Le supliqué que parara, hasta que me caí justo delante de la puerta, contra la que me apreté para no dejar que saliera, porque aquello era absurdo y horrible y tenía que terminar como fuera. Entonces vi la suela de su bota acercándose a mi cara, y eso es lo último de lo que fui consciente durante algún tiempo…
Meditabundo, me había cubierto los ojos con las manos. Cuando la volví a mirar, Malena pudo ver lo horrorizado que estaba.
—Pero eso que me cuentas es monstruoso…
Asintió.
—Sí, como un monstruo, en efecto; así estaba él, totalmente enloquecido y hecho una furia, como poseído por algo.
—¿Poseído por qué? Lo que estás describiendo es el comportamiento de un yonqui con el mono.
—No, no, me habría dado cuenta si hubiera sido eso. No, le ha pasado algo, Grey, y ya no es la misma persona. Es así de simple. Y ahora lo que me da miedo es… que se haga algo a sí mismo.
—Malena, eres más amable con él de lo que lo seríamos ni yo ni nadie, ni tampoco las autoridades. ¿Le has contado todo esto a la policía?
Bajó la mirada.
—Lo que no les conté yo lo hizo el médico que me reconoció. También debes saber que estoy embarazada, Grey.
Sentí que se me revolvían las tripas.
—¿Y está bien la criatura? —Asintió—. ¿De cuánto estás?
—De un mes más o menos, de acuerdo con la última vez que tuve la regla…
—¿Y Killian lo sabía?
Volvió a asentir con tristeza.
—Lo habíamos planeado juntos. Llevábamos tiempo intentándolo en las fechas propicias, y ya lo habíamos comenzado a hablar incluso antes de que yo dejara a Robert.
Notaba que me estaba enfadando cada vez más.
—Malena, pero eso hace que todo sea aún peor. ¿Cuándo le diste la noticia a MacCabe?
—En cuanto supe el resultado de la prueba, hace una semana o así.
—¿Entonces él ya lo sabía cuando fui esa noche a tu casa? —gruñí—. Y me lo cuentas ahora… ¿Cómo reaccionó él cuando se lo dijiste?
De nuevo evitó mi mirada.
—Digamos que con una mezcla de emociones. Fui corriendo a enseñarle la crucecita que había salido en el test de embarazo y él… lo puso en duda, alegando que era demasiado tenue. Le expliqué que me había hecho dos y el primero había dado el mismo resultado. Él se limitó a mirarme… como si fuese una ironía, la desgracia de alguna otra persona. Entonces me pidió que lo dejase sólo porque tenía que trabajar. Yo había esperado que mostrase un poco de euforia por lo menos. Eso es lo que hace la gente que está enamorada, ¿no? —Fue mi turno de asentir—. ¿Cómo es posible que me llegara a hacer una idea tan equivocada de él?
—Pero, Malena —insistí—, ¿te das cuenta de lo espantoso que es que te haya levantado la mano en tu estado?
No estaba seguro de que me estuviese escuchando o de que quisiera oírme, como tampoco lo estaba de que se lo hubiese contado todo a la policía, pese a la gravedad del caso. De lo que sí que estaba plenamente convencido era de que a él tendrían que estar buscándolo para detenerlo, mientras Malena se consumía de pena en esa cama.
—Mira, siento mucho todo esto, pero necesito que me cuentes todo lo que recuerdes de cómo cambió Killian, de cómo empezó a comportarse de forma diferente, después de la noche que fue a ver a esa mujer, Ragnari. La misma noche que desapareció Robert.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No, hasta el día siguiente no supimos que Robert había desaparecido.
—No lo supimos nosotros, en efecto.
Todavía parecía recelosa. Me di cuenta de que tenía que cambiar de actitud, pues parecía habérseme pegado algo del implacable Hagen, así que varié el acercamiento.
—¿Qué sabes de ella, de esa Ragnari?
—Sólo que es una rica mecenas y coleccionista. Killian la conoció en alguna exposición, ella le dijo que admiraba su obra y después se puso en contacto con él. Yo no acababa de entender por qué se tenían que ver de noche, como para ponerme celosa, pero Killian se lo tomó a broma y le quitó importancia antes de marcharse.
—Dime cómo lo viste cuando volvió esa noche a casa.
Me dirigió otra mirada de sospecha y, a continuación, se rio en voz baja, como si llevara tiempo deseando contarlo para desahogarse.
—Recuerdo que oí la llave, bajé y lo vi en el vestíbulo a oscuras. Había entrado sin hacer ruido, como si fuera un ladrón… Parecía pensativo, pero no abatido. Le pregunté cómo le había ido, él sonrió y me contestó que «no había salido la cosa». Pero entonces se me acercó y… me abrazó con mucha fuerza, y me pegó el rostro al cuello y la nariz al pelo como si lleváramos separados días, o semanas, en lugar de sólo unas pocas horas. Esa noche y los días siguientes fuimos muy felices. Estuvo muy atento conmigo. Fue como una segunda luna de miel…
Tras esbozar una sonrisa, llena de amargura y nostalgia, se llevó una mano a la cara y, por un instante, intentó recobrar la compostura.
—Eso es lo que más me duele, que fuera tan encantador. Tiene su gracia, porque yo le decía que debería estar trabajando, pero él se comportaba como un colegial enamorado, como los novios que yo tenía a los catorce años.
Hice una mueca, al recordar lo que me había dicho Olivia la otra mañana después del coito y pensar que no me gustaba nada sentirme identificado con ese matón.
—Él no dejaba de decir: «Bah, no me hace falta ponerme a trabajar justo ahora». Pensé que tal vez estuviera intentando disimular la decepción que se había llevado por lo del encargo frustrado, como suelen hacer los hombres, pero, ya en otras ocasiones, había tenido otros proyectos que no habían llegado a buen fin. Y entonces, bueno, como viste, volvió a cambiar… —Parecía amargada—. Empezamos a discutir como no habíamos hecho nunca, acerca de quiénes éramos, de qué tipo de personas éramos en realidad. A mí me había dado la impresión de que ya nos habíamos empezado a conocer el uno al otro nada más vernos por primera vez, pero ahora resultaba que eso sólo era… una mera ilusión.
—Sí, es posible. A veces las personas pueden volver a parecernos desconocidas, porque han estado escondiendo partes de sí mismas.
—Pues, desde luego, él había estado escondiendo increíblemente bien la animadversión que sentía contra mí y contra el mundo. Era una amargura que no le había visto nunca, y que nunca me habría imaginado que pudiese tener…
Estaba cansada y con ganas de dormirse. Supongo que pedirá el alta mañana, pero evidentemente no se puede ir a casa hasta que se conozca el paradero de Killian. Y después de eso, a saber lo que pasará… Le he pedido que se viniera a casa con nosotros y le he dicho que Livy se pasaría a recogerla mañana, a lo que ha contestado que se lo pensaría. Después me he ido, muy disgustado. He pasado con el coche por delante de su casa y estaba a oscuras, aunque tampoco puedo afirmar que Killian no se hallase arriba en su guarida, enganchado a una botella o moviéndose en su maldita mecedora, contemplando su trabajo de ese día. Sin embargo, no sé por qué, en mi imaginación yo lo veía corriendo, corriendo muy asustado.
A mitad de camino a casa, me he acordado de llamar a Olivia para decirle que comprendía que estuviese molesta por mi negligencia en el cumplimiento del deber. No obstante, era algo peor lo que la tenía nerviosa: Cal había salido después de cenar sin decirle nada. Tampoco era nada nuevo, ni tampoco era tan tarde. Olivia había hecho una ronda de llamadas y Susan la había informado de que su hija Jennifer también había salido a hurtadillas, con lo cual no me costó mucho sacar mis propias conclusiones. En cualquier caso, he visto que debía tomarme la preocupación de Livy en serio, callarme de momento la funesta historia que tenía que contarle y dedicarme a tranquilizarla. Lo cierto es que yo también estoy preocupado por la relación que tenemos con nuestro hijo. No creo que nos cuente de verdad adónde va por las noches. Todas las advertencias que le hacemos sólo sirven para que actúe aún más en secreto.
Una vez en casa, he subido y he admirado su versión, impresionante por taciturna, del mar de Thorpeness, tras lo que hemos bajado y nos hemos acomodado en el sofá azul; Olivia llevaba aún vaqueros y la camisa amplia y manchada de pintura que considera que es su blusón de artista. He intentado liarle un cigarrillo, pero con la mayor incompetencia, así que me ha detenido la mano con un suspiro y lo ha hecho ella. Yo me he cogido un Montecristo y hemos estado un rato compartiendo humo y preocupaciones. Al final le he contado lo de Malena. Livy se ha quedado horrorizada y se ha compadecido de Malena de forma instintiva, como era de esperar. A continuación, me he disculpado por llegar tan tarde a casa, y ella, después de reflexionar un instante, ha suspirado y me ha sonreído como perdonándome.
—Es que no me ponéis las cosas fáciles, Grey, los dos aquí en casa como unos caballos desbocados y haciendo lo que os da la gana.
—Ya lo sé —gruñí mientras me llevaba los dedos a las sienes—, ya lo sé, cariño. ¿Crees que deberíamos haber tenido una hija? ¿Te habría gustado?
—No, no, mejor que resolviéramos lo de tu hijo y heredero… —Sonrió como si imitase divertida la típica paciencia femenina—. Tal vez si hubiéramos podido tener otro, pero tampoco lo sé. Si no quieres decepciones…
—No te hagas ilusiones, ya lo sé.
—Pero, ya que sólo hemos tenido uno… No, creo que lo que es distinto a ti siempre supone una experiencia mejor. Yo diría que fue más interesante que ese niño gritón saliera de mi cuerpo, tan rojito y cabezón y con tantas cositas. —De pronto estaba muy animada y fumaba de una forma muy expresiva, tal y como me encanta verla hacer, igual que cuando elogia a sus queridos pintores flamencos o explica las razones por las que considera que Jackson Pollock sólo hacía papel pintado—. Además, me alegro de que lo de ser un modelo de conducta te tocara a ti y no a mí, y de que te encargues tú de los sermones y las órdenes. A Cal nunca le ha gustado que yo le hable tanto, y a mí no me importa que sea así. En cambio, con una hija, me imagino que las cosas habrían sido mucho más intensas. Desde luego, sé que yo exasperaba a mi madre, igual que ella a mí. Estoy segura de que me habría preocupado mucho más con una hija; la habría agobiado con mis cosas y me habría visto reflejada en ella, lo cual habría sido una equivocación; habría intentado vivir de nuevo a través de ella, en definitiva. —Se recostó en el sofá—. No, con Cal ha sido toda una educación; he aprendido de él cosas del macho de la especie. Miro a mi niño grande y guapo y me quedo maravillada. Entiendo cómo se debe de sentir Jennifer. De todas formas, también sé que lo de Cal son todo bravatas de puertas afuera para hacerse el interesante. Por dentro es muy sensible, al igual que tú, grandullón.
Creo que finalmente lo he entendido. Su preocupación de esta noche no era tan auténtica y acuciante como la necesidad que sentía de que habláramos un poco de eso. Poco después, hemos oído la llave en la cerradura y nos hemos sentado más rectos al unísono. He tenido que decirle a Cal que estábamos enfadados. Sí, había ido a ver a Jennifer. Sí, está sometido a distintas presiones y sigue inquieto por lo de Robert. «Jenny me calma», es como lo ha expresado. Qué suerte que tiene la chica de que le haya tocado esa tarea, porque desde luego a Cal mal humor no le falta.
«Ven aquí», le he dicho, según tiraba de él y le daba un fuerte abrazo. El muy capullo se ha resistido, pero he seguido insistiendo, pues necesitaba sentirle cerca de mí y que él me sintiera a mí. No es momento para preocupaciones injustificadas en esta casa. Estamos viviendo una etapa demasiado agitada y tenemos que sobrellevarla de la mejor manera cuidándonos unos a otros.
Ahora voy a intentar conservar esta paz tan valiosa, y que tanto nos ha costado, apagando la luz, metiéndome en la cama y acurrucándome junto a mi querida mujer. Y que me vengan los sueños que sean.