2. Notas del inspector Hagen. Un hombre de día y otro de noche

Privado y confidencial

Dr. Forrest, Robert Kyle («Rab»)

Persona desaparecida, ref. 187-2059 (alerta ámbar)

Al repasar todo lo recopilado hasta la fecha en el caso del doctor Forrest, me da la impresión de que es uno de esos, que lamentablemente ocurren con tanta frecuencia, de persona desaparecida en situación de riesgo medio.

Hay varias razones, bastante aceptables, por las que este hombre se podría haber largado. No creo que se haya caído por ningún agujero ni que se haya hecho nada malo. Pero hay algunos pequeños detalles que me desconciertan, igual que siempre hay algún vacío en cualquier escena del crimen que compongo. No hizo ninguna maleta, y, de hecho, no veo que se llevara nada con él que le pudiese ser de utilidad, aparte de llaves, cartera y teléfono; y no los ha usado, ni ha hecho ninguna llamada, ni sacado dinero del banco ni pagado con tarjeta de crédito. Según todos los indicios, el doctor Forrest no parece estar haciendo ninguna de las cosas que, con toda seguridad, haría de seguir vivo.

Por el lado positivo, la información que hemos recabado es bastante buena, siendo el mérito del sargento Goddard, de la Unidad de Personas Desaparecidas. A Forrest no se le vio en su edificio de apartamentos (Artemis Park, en Finchley) la noche del 14 de agosto, pero su coche sí. Está claro que fue en coche a casa, y debemos presuponer que la ropa que lleve sea aún la que se puso ese día para ir a trabajar: traje negro, camisa blanca y corbata morada. Los registros tanto de su apartamento como de su lugar de trabajo (Clínica Forrest, St John’s Wood) fueron impecables; el cepillo de dientes del doctor Forrest estaba repleto de muestras de ADN, y nos llevamos dos ordenadores portátiles de los que no hemos sacado nada de interés.

¿Cuál es el estado mental de este hombre? La que es su secretaria desde hace mucho tiempo, Fiona Challenor, que es quien alertó de su desaparición, le dijo a Goddard que le preocupaba que el doctor llevara un tiempo muy «trastornado». Estaba tomando Remeron, un fuerte antidepresivo, que le había recetado su íntimo amigo Steven Hartford, aunque en pequeñas dosis, ya que Hartford no creía que se encontrara verdaderamente tan mal. Aun así, era evidente que seguía apesadumbrado por el final de su relación de cinco años con Malena Absalonsen, tras lo cual no se sabe que saliera en serio con nadie. (Aunque nos fue de mucha utilidad que la señorita Challenor, perspicaz observadora de su jefe —y yo diría que también exnovia—, nos pusiera sobre aviso de que Forrest tuvo recientemente un devaneo con una de sus pacientes, la cual, curiosamente, se encuentra en estos momentos ingresada en la clínica psiquiátrica privada de Berkshire que dirige el doctor Hartford).

El doctor Grey Lochran, especialista en cirugía pediátrica, es, a todas luces, el amigo y confidente más íntimo de Forrest. Él será nuestro contacto y el primero al que informemos cuando localicemos al desaparecido. Lochran también es el albacea de su testamento, y todos los activos y bienes del doctor Forrest pasarán a él a su muerte. Sin embargo, según Lochran, eso sólo se debe al deseo de Forrest de que su ahijado, Calder, el hijo adolescente de Lochran, fuese su heredero definitivo.

De todos modos, no habrá nada que heredar hasta que no tengamos un certificado de defunción. E, incluso así, puede que no haya mucho, por lo que tengo entendido de las finanzas de Forrest, debido a la acumulación de problemas económicos y de dificultades legales, tanto actuales como pendientes.

Lochran me hizo un retrato interesante de su amigo: un hombre hecho a sí mismo, por así decirlo, en tanto en cuanto fue adoptado cuando aún era muy joven por unos tíos suyos, después de que sus padres murieran en un accidente de coche bajo los efectos del alcohol. (Se consideró responsable al padre, Jack, el dueño de un pub que se había convertido en propietario de viviendas de barrios bajos, o lo que ahora se conoce como «promotor inmobiliario»). Lochran y Forrest, y también Hartford, se conocieron cuando eran alumnos del Kilmuir College (el llamado Eton de Escocia), sito a las afueras de Edimburgo, y después fueron juntos a la Facultad de Medicina, antes de separarse para dedicarse a sus respectivas especialidades. En un principio, lo que más interesaba a Forrest era la desfiguración y reconstrucción, pero poco a poco se fue decantando por la cirugía estética y cosmética (cf. Lochran: «A Robert le gustaban las cosas hermosas, y quería que todo lo fuese»). Cerca de los cuarenta años, dejó la Seguridad Social para dedicarse exclusivamente a la actividad privada, y montó su propia «boutique», en la que ofrecía todos los tratamientos de belleza posibles, así como los llamados no invasivos. El trabajo le dio excelentes beneficios, aunque Lochran piensa que su amigo estaba desilusionado («creo que tenía la impresión de haber vendido su alma»). Y no se trataba sólo del trabajo en sí, sino de la sensación del propio Forrest de que tendría que haberse dedicado a otra cosa.

Según me explicó Lochran, Forrest estuvo un tiempo muy volcado en el estudio del transplante completo de cara para pacientes que han sufrido terribles traumatismos o quemaduras, de esos que necesitarían cientos de injertos de piel y músculo tan sólo para darles algo que remotamente se volviese a parecer a un rostro humano. El doctor Hartford me contó que Forrest lo contrató para que le hiciese los perfiles del tipo de víctimas que podrían ser indicadas, desde un punto de vista psicológico, para someterse a ese tipo de intervención tan radical. Por supuesto, si viviéramos en el mundo de la ciencia ficción, esto nos podría dar una idea de la forma en que alguien conseguiría desaparecer… Sin embargo, a lo que voy es a que Forrest tuvo que financiar tan costosa investigación de su propio bolsillo, para terminar mandándolo todo al diablo por falta de tiempo y de dinero, además de desanimarse porque se había convencido de que muchos de sus colegas de profesión iban muy por delante de él en ese campo.

Entonces, hace dos años, pidió un elevadísimo préstamo para comprar la parte de los inversores de su clínica, al parecer con la intención de librarse de sus injerencias. Poco después, fue demandado por una paciente que alegó que sufría dolores y tenía marcas en la piel por culpa de unas inyecciones de colágeno mal puestas, demanda que salió adelante. No era culpa de Forrest, sino de una mujer a la que había contratado que resultó no estar tan bien cualificada como había dicho, pero, de todos modos, fue él quien pagó el pato. El fallo se pronunció la misma semana que la señorita Absalonsen se fue de su apartamento. Tantas desgracias juntas deprimirían a cualquiera.

Aun así, reconozco que me intriga este hombre. Las fotos que nos llevamos muestran a un tipo muy presentable para su edad, si bien de aspecto un tanto taciturno. Físicamente estaba en buena forma, por más que bebiera con regularidad y tuviera debilidad por ciertas drogas blandas. «Un hombre de día y otro de noche» es como lo describe su amigo Lochran, aunque con cariño, y lo atribuye a lo que llama «el toque Jekyll y Hyde» que es inherente a la profesión quirúrgica. Es decir, el increíble rigor de su trabajo conlleva una necesidad proporcional de desmadrarse en la vida privada, lo que, en el caso de Forrest, Lochran curiosamente llama «irse de juerga». (Yo diría que el señor Hyde también puede adoptar otras formas, pues Lochran, en un principio siempre muy abierto y afable, puede transformarse de pronto en una fuerza severa e irascible que brama por el auricular del teléfono).

Y además… son cuestiones menores, pero… las marcas corporales de Forrest que pueden servir para identificarle son muy distintivas, y sugieren una juventud muy «pintoresca». Lochran mencionó una cicatriz en el pecho, laceración que le hicieron en una pelea con navajas cuando era un muchacho. Tanto él como la señorita Absalonsen se refirieron a un prominente tatuaje en la parte superior del brazo derecho de Forrest, hecho tras una borrachera en sus años de estudiante en la facultad, y que representa a una gran serpiente verde enroscada alrededor de la tierra (el uróboros, como se le denomina en mitología). Y una rareza más: no encontramos diarios personales ni cartas en el apartamento de Forrest, ni tampoco en sus discos duros, pero en su escritorio había un libro en francés acerca de un escritor japonés, Mishima, que se mató de una forma muy sangrienta cuando tenía más o menos la misma edad que Forrest. Había algunas anotaciones a lápiz en los márgenes, pero el doctor había subrayado, con un tajo rojo muy preciso, una línea de la nota de suicidio que dejó ese hombre: La vie humaine est limitée, mais je voudrais vivre éternellement. Significa «la vida humana es limitada, pero me gustaría vivir eternamente». Está claro que ese Mishima se encargó de lo de «vivir eternamente» de una forma muy extraña. En cualquier caso, creo que deberíamos concluir que esos intereses tan particulares y poco convencionales del doctor Forrest nos ofrecen cierta perspectiva de su estado mental.