7. Cuaderno de Eloise. El cuchillo y la herida
30 de agosto
Steven, no puedo dormir, pero me alegro, ya que los sueños son peores que la vigilia. ¿Te cuento lo que soñé anoche?
Estaba en una casita, de piedra color jengibre y aislada en el claro de un bosque. El claro era perfecto, como esos círculos que aparecen de repente y sin explicación en los campos de cultivo, y estaba bordeado por todas partes por árboles muy altos y dedaleras lilas y violetas. En el cielo había una enorme nube negra a modo de dosel —un nuage funèbre et gros d’une tempête!,[10]— de manera que, incluso de día, la casita estaba sumida en la oscuridad. Yo me hallaba atrapada dentro, metida en la chimenea; era un hogar enorme en el que no ardía ningún fuego, y estaba enjaulada tras la rejilla, apretujada entre los rescoldos y las cenizas, sin que mis padres (tenían los rostros de mis verdaderos padres, al menos durante algún tiempo) me dejaran salir. Me pinchaban con afilados atizadores negros y yo intentaba morderles con mis dientes ennegrecidos.
Entonces aporrearon la puerta. Mi mazmorra se estremeció y un hombre consiguió entrar de algún modo, sin que nadie le abriera. No pude ponerle cara a mi salvador, ni tampoco estoy segura de que tuviera. Me cogió en brazos y me sentó sobre sus hombros, mientras escalaba por el interior del cañón de la chimenea como una lagartija, y después me levantó con esfuerzo y me depositó sobre el tejado. Cuando me dijo que saltara, lo hice y, aun así, volvió a cogerme. A continuación, nos adentramos en el bosque y nos sentamos a los pies de un árbol hasta que oscureció todavía más; entretanto, lo único que hacía él era mirarme fijamente.
Entonces me desperté, porque todo era demasiado espantoso.
Tengo que decirte, y supongo que lo comprenderás, que nunca pensé que pudiera soportar mi estancia aquí en Blakedene. Nunca creí que pudiera ser ese «paisaje terapéutico» que promete vuestro folleto satinado, ese «lugar bonito y seguro» lleno de amigos y protectores, rodeado por todas partes por bosques oscuros y silenciosos: Le bois sombre et les nuits solitaires…[11] Sin embargo, ahora reconozco que estos bosques tuyos son muy agradables. Creo que tendrías que permitirnos más a menudo a todos nosotros, pobres dolientes, que paseáramos por ellos. La oscuridad y el silencio estimulan la contemplación, y también ponen los nervios a prueba.
También te diré que estoy ahora mucho más contenta de estar en el pabellón oeste con mis compañeros los depresivos, neuróticos y bipolares. No me molesta la proximidad a las anoréxicas de la planta superior, ya que se ve que son todas personas muy serias, pero, por favor, no me juntes con los borrachos y los cocainómanos del pabellón este, porque no quiero volver a acercarme nunca a ese círculo del infierno en particular.
De todas formas, perdóname si te digo que todavía me preocupa un poco que se me considere la paciente de un manicomio de lujo. Qué envidia les daría a mis amigas si vieran el tamaño de mi habitación tipo suite, mi televisión de plasma y mi enorme cama (aún más al saber que esa cantante pop durmió en ella antes que yo, mientras luchaba contra el «agotamiento» incluso antes de iniciar su gira mundial). Sin embargo, la primera mañana que llegué aquí me detuve vacilante ante las puertas, maleta en mano. Reconozco que Blakedene Hall sólo me pareció una casa de campo que se hubiese habilitado como lugar de recreo para banqueros los fines de semana. Incluso ahora, aún me siento un poco culpable cuando cruzo el umbral y entro en el vestíbulo. Sólo falta que aparezca un mozo que te coja el equipaje, un conserje que se quede las llaves del coche y un maître que te explique lo que ha ideado el chef para la cena.
No obstante, no soy ninguna esnob a la inversa, pues es algo que no me quedaría nada bien. Y hasta diría que este edificio irradia una gran sensación de seguridad. Cualquiera lo consideraría muy bonito, con esa arenisca paladiana tan majestuosa por lo alta y ancha, y agradablemente oscurecida por la lluvia y la hiedra; el porche y las pilastras dóricos, las alas con bajos soportales, y la deliciosa terraza orientada al sur en la que una chica se puede sentar a fumar Gitanes en paz mientras escribe su diario…
Ya sabes que soy una escritora de diarios nata. La diferencia es que antes escribía para poder oír mi propia voz, para poder resistir el terrible silencio del lugar en que vivía. Ahora… me da bastante miedo lo que pueda pensar. ¿De verdad esperas que todo lo que ponga en estas páginas sea cierto? Reconozco que, cuando empecé a escribir un diario por primera vez, a los doce años, me pareció necesario y aceptable ponerme a fantasear y sucumbir a algún delirio ocasional, ya que mi imaginación era inocente y fundamentalmente casta. Supongo que ya adivinarías lo de ese profesor tan apuesto y anguloso de literatura inglesa sobre el que escribí tantísimos elogios, el que me instó a que leyera a Rimbaud y a Baudelaire… Nunca existió. Ni tampoco el mozo de cuadra de la finca de al lado, el que era muy guapo pero con tendencia a lo espiritual. Así eran mis fantasías entonces, antes de Flint. Antes de que todo se desmoronara, se destruyera y se transformara en mierda por culpa de ese cerdo cabrón, de ese canalla despreciable, de ese ravageur, monstre y corrupteur.
Steven, hay cosas que intento decirte con todas mis fuerzas, pero vas a pensar mal de mí. He cometido errores desde la última vez que estuve aquí. Siempre termino decepcionándote, y me temo que continuará siendo así. También me decepciono a mí misma.
Como sabes, había unas chicas que solían meterse conmigo en St Mary’s, unas pequeñas mandamases brutalmente aburridas… A pesar de todo, no me puedo quitar de la cabeza que sabían lo que se hacían. Tú me dijiste que no eran más que unas esnobs inglesas de clase alta que me miraban con desprecio porque mi padre se había hecho rico vendiendo teléfonos y portátiles a precios de saldo. Pero tal vez ellas notaran algo más; tal vez intuyesen que yo era una de las heridas abiertas de la vida, y que sería muy divertido echarme sal. El cuchillo busca una herida, Steven, y la herida un cuchillo; es el viejo amor entre la plaie et le couteau.[12]
¿Puedes ayudarme? ¿Incluso ahora? ¿Y puedo yo seguir guardando mis secretos? Tienes que entender que, sin ellos, no queda casi nada de mí.