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El cardenal quiso subrayar su afecto por su joven abate ordenándolo él mismo el último domingo de Adviento. El joven, que sólo poseía las dos primeras órdenes menores, no había sido mimado en el seminario de Versalles; ahora, por lo menos, iba a recibir a la vez las de exorcista y acólito.
Había recibido sus dimisorias del obispo de Versalles, al que no olvidaba en sus oraciones por sus bienhechores. Pero ¡cuántas cosas habían sido necesarias para llegar a esto!. Si el privilegio cardenalicio podía hacerle obtener las órdenes menores en un oratorio, también debía al cardenal el haber conseguido de la Congregación de Seminarios el derecho excepcional de residir en una vivienda particular y a la vicaría el de ser ordenado por quien no era el cardenal vicario. —Sería una lástima que no te sirviera para nada —le había dicho Su Eminencia—. Tus estudios van de modo muy satisfactorio y, a fuerza de dispensas, recuperaremos en las órdenes sacras el tiempo que has perdido en las órdenes menores. Haré que te ordenen subdiácono el Sábado Santo, en las grandes ceremonias de San Juan de Letrán. En las témporas de setiembre serás diácono y, en Navidad, sacerdos in aeternum. En un año te habré hecho poner el pie en el estribo. Espero que te acuerdes de tu cardenal.
Era un favor más para el abate hacer en su propio domicilio el retiro que debía prepararlo para el acontecimiento. Su guía era el capellán. Agotado el asunto de las indulgencias, exhortaba al joven a meditar la liturgia:
—Los ritos de nuestra religión hablan al alma y a los ojos, pero hay que conocer su sentido para comprenderlos mejor. Los antiguos liturgistas y los santos doctores comprendieron admirablemente las armonías místicas del cristianismo y nos han dado explicaciones de ellas particularmente eruditas y edificantes. Cuando hace la señal de la cruz, ¿qué hace?.
—La señal de la redención y de la Santísima Trinidad.
—Acaba, Don Vittorio, de contestarme como un primer comulgante. El simbolismo va más allá. Se hace la señal de la cruz con la mano derecha porque esa mano simboliza la caridad; nos tocamos la frente para simbolizar la esperanza y el pecho para simbolizar la fe; se va finalmente del hombro izquierdo al hombro derecho para expresar que se pasa de la miseria a la gloria, como Jesucristo.
—Es asombroso —dijo el abate.
—Hace usted una genuflexión: ¿qué es?.
—Una señal de respeto, desde luego.
—Es el símbolo de la caída del pecador, pero del pecador que vuelve a levantarse para recordar que Jesucristo nos ha levantado y devuelto al camino del cielo.
—Es espléndido.
—No es de extrañar que santos de calidad hayan disfrutado tanto con esos movimientos que casi no pudieran ya detenerse: San Patricio, patrón de Irlanda, hacía cada día trescientas genuflexiones y setecientas señales de la cruz.
—¿Y por la noche?.
—La dividía en tres partes; por de pronto, hacía cien genuflexiones mientras recitaba los cien primeros salmos; luego recitaba los otros cincuenta, sumergido en agua fría, con los ojos y las manos levantados hacia el cielo; después de todo esto, dormía sobre la desnuda piedra. Haga las cuentas y verá que, al lado de estos piadosos ejercicios, los de los jesuitas del Brasil parecen juegos de niños.
—¡Qué lección de humildad para nosotros!.
—Lo propio de los santos es desgarrarnos entre la admiración y el desaliento. Estos últimos días he estado leyendo la vida de San Simeón el Estilita. Tal vez ignore usted que, antes de retirarse a lo alto de una columna, se había retirado a una cisterna. No sabemos lo que hacía en su cisterna, que era muy profunda, pero sabemos lo que hacía en lo alto de su columna, donde todo el mundo podía verlo. Rezaba de pie día y noche, arrimado a una pequeña balaustrada y haciendo reverencias que lo inclinaban hasta los pies. Un día el doméstico de Teodoredo, que escribió su historia, quiso contarlas: Llegó a mil doscientas ochenta y se cansó, pero San Simeón no y continuó con ellas.
Tampoco el capellán se cansaba. Continuó con su brillante exposición simbólica:
—¿Se ha preguntado alguna vez por qué nuestras sobrepellices tienen las mangas largas?. Porque nuestra vida debe ser larga en buenas obras. ¿Por qué el roquete de Su Eminencia tiene las mangas estrechas?. Porque las manos de los altos dignatarios de la Iglesia deben estar todavía más libres para hacer el bien.
—¿No hay cierta contradicción entre los símbolos de esos dos pares de mangas?.
—Como los símbolos no pueden repetirse, tienen que distinguirse, sin que esto suponga que se contradigan. Análogamente, las mangas de sobrepelliz simbolizan la pureza y la inocencia que deben ser nuestras alas, mientras que las mangas del roquete simbolizan la autoridad y la doctrina, que son las alas de los pastores. Las dos puntas de su mitra simbolizan la caridad y la justicia; las dos ínfulas que cuelgan por detrás, el espíritu y la letra de la ley. Su báculo es curvo para que recuerde los rebaños y termina en punta para inspirar miedo a los lobos. Y sus guantes y sandalias… Cuando se ponen los guantes, quiere decir que ocultan por humildad el bien que hacen y, cuando se los quitan, que lo publican para edificación del prójimo. Llevan sandalias y hasta grebas para mantenerse firmes en la fe y estar siempre dispuestos a pisotear escorpiones y serpientes. Sea dicho entre paréntesis, hijo mío, harían ustedes bien en aconsejar a sus obispos que lleven realmente grebas y no esas medias moradas tan ridículas. Tendrían así más coraje para pisotear escorpiones y serpientes.
—Pero ¿puedo decirle todos los símbolos del oficio divino?. Sus palabras están llenas de sentido y de prodigios. Es muy sencillo: cuando pienso en ello, apenas me atrevo a pronunciarlas. Aleluya me recuerda a San Germán de Auxerre, que puso en fuga a un ejército con ese grito victorioso; Kirieleisón a San Basilio, que hizo que se abrieran con esa palabra las puertas de una catedral: Dominus vobisaim a los ángeles que respondieron Et cum spiritu tuo en la catedral de Chartres, en lugar del monaguillo que se había caído a un pozo, el 31 de octubre de 1116. En resumen, si yo me escuchara, pasaría horas diciendo la misa, como el cardenal Rampolla o San Felipe Neri. ;Oh, qué acertada es la observación de Inocencio III de que el texto del canon tiene tal profundidad que apenas basta el espíritu humano para penetrar en ella!.
—Tal vez el hombre sea temerario al hablar de Dios.
—Así se explica que un San Marcos se cortara el pulgar para que no pudieran ordenarlo y que San Ammón se cortara la nariz y las orejas. Como aun así quisieran ordenarlo, amenazó con cortarse la lengua.
—Ahí tiene usted por lo menos santos, de los que se tuvieron reliquias en vida.
—Eso me recuerda que estuvo a punto de pasarle algo peor a San Romualdo. Cuando fundó la orden de los camaldulenses, anunció a sus monjes que iba a abandonarlos, y ellos, convencidos de la santidad de su fundador, no admitieron que éste dejara en otro lugar sus despojos. Conspiraron para matarlo y hacer prematuramente reliquias del cadáver, y el santo tuvo que fingir que se había vuelto loco para librarse de ellos. San Francisco Javier no tuvo tanta suerte con una de sus devotas, aunque es verdad que estaba ya muerto: al besar el cadáver, aquella mujer le arrancó de un mordisco un dedo del pie y se lo llevó en la boca. Su Eminencia se burla a veces de lo que llama falsas reliquias. Como ve, el amor por las verdaderas lleva muy lejos.
—Sin duda, sin duda —dijo el abate echándose a reír.
—Quisiera saber, a este respecto, qué es una falsa reliquia. ¿Es una reliquia verdadera que se ha multiplicado demasiado?. Pero Dios es generoso y multiplica una reliquia para multiplicar las gracias. ¿Es una reliquia imaginaria?. Pero se hace venerable por el solo hecho de que sea venerada. Todas las reliquias son, pues, verdaderas de una manera o de otra y las llamadas falsas hacen tantos milagros como las auténticas. Podrían hacerlos las de un condenado, si fuera declarado santo. Denys, el cartujo, ha escrito: «He visto en el infierno en manos de los diablos a un santo obispo cuyas reliquias habían hecho milagros».
—Todavía más: en el siglo XVIII, un príncipe Radziwill llevó de Roma a Polonia un cofrecito con reliquias. El cofrecito se abrió durante el viaje y todos los santos huesos se perdieron. El criado, que temía ser despedido por negligencia, llenó el cofrecito con huesecillos de pollo y de conejo y sólo cuando estas extrañas reliquias hicieron milagros se atrevió a confesar la superchería. ¡Que se atrevan después de esto a hablarme de falsas reliquias!.
—Pero volvamos a la liturgia. Tiemblo al celebrar la misa, pero tengo dos maneras de oírla: a veces me saturo de sus palabras, de sus símbolos, mejor que celebrándola, porque estoy más libre. Me siento en los abismo de Dios. ¿Qué digo?. Estaría todavía meditando sobre el introito cuando resonara el Ite missa est, si la comunión del sacerdote no me hubiera sacado de esos abismos para contemplar con enamoramiento la Hostia en alto. Estoy entonces a punto de gritar de impaciencia y júbilo como Santa Catalina de Génova, o bien me parece que el pan de los ángeles vuela hacia mis labios o se convierte en sol. En cambio, otras veces, miro las cosas con la atención fría de un liturgista, de hombre de la Sacra Congregación de Ritos. Tengo derecho a ello; no se puede estar permanentemente en éxtasis; hay que mantenerse sereno en las funciones que se cumplen. Le aconsejo esta alternación; es una buena gimnasia. El alma descansa mientras los ojos trabajan y viceversa.
—En las misas pontificales, por ejemplo, es un buen ejercicio contar las incensadas: tres dobles para la cruz, tres sencillas para los cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos, dos dobles para los canónigos y reliquias, dos sencillas para los extremos del altar, mientras que la delantera tiene derecho a una más. ¿Y los ósculos?. Fíjese bien en los ósculos. Son pocos los diáconos y subdiáconos que saben hacer esto en debida forma. La mayoría lo hacen a la buena de Dios. Sin embargo, los ósculos son rigurosos, precisos; están codificados. Cuando el celebrante tiende un objeto, hay que besar el objeto antes de besarle la mano. ¡Atención!. Lo que casi todo el mundo olvida es que no se puede dar ósculo alguno delante del Santísimo Sacramento. Y ¿sabe usted, amigo mío, lo que he visto este año en los funerales del cardenal Massini, prefecto del tribunal supremo de la signatura apostólica?. ¿Qué he visto o más bien vislumbrado entre mis lágrimas, pues los funerales de un príncipe de la Iglesia me desgarran siempre el corazón?. ¡El subdiácono besaba las vinajeras!. ¡Besaba las vinajeras en una misa de difuntos!. ¡Y en la misa de un cardenal de la Santa Iglesia Romana, prefecto del tribunal supremo de la signatura apostólica!.
—El difunto ha tenido que agitarse en su ataúd —dijo el abate.
—Hijo mío, sin liturgia no hay culto. El pueblo romano sabe esto. También él cuenta las incensadas y vigila los ósculos. Lleva estas cosas en la sangre. Ha estado en una buena escuela con los ceremoniarios de los papas. Un día, en San Luis de los Franceses, uno de los obispos de ustedes, que estaba de paso, incensaba el altar ab hoc et ab hac y un hombre del pueblo dijo detrás de mí: «¿Este obispo no sabe su oficio?». Si yo le cuento todo esto es para que sepa y comprenda su oficio. Aplíquese mucho en esto durante su permanencia en Roma, porque fuera de aquí se ignora lo que es la liturgia. Según Su Eminencia, sólo las ceremonias de la catedral de Westminster resultan soportables. La proximidad de la corte, el afán de deslumbrar a los protestantes y el ejemplo de la Iglesia anglicana mantienen allí un tono que no existe ya en los países católicos. En Francia, si no le ofende que lo diga, es una feria. Acaban de ser agregados a nuestra congregación el cardenal Feltin y el cardenal Grente, pero es para que asistan a clase.
—Nuestra Iglesia es menos formalista, pero también edifica y conmueve. Admito la importancia de la liturgia, pero la piedad y la fe también importan.
—No seré yo quien lo contradiga, pues sabe lo mucho que lo he incitado a la oración. Pero, ya que es usted de la gregoriana, debería meditar sobre lo que decía el famoso jesuita Azeveida: que «prefería la ciencia de los ritos a la de la teología». Es un buen testimonio, ¿verdad?. ¿Qué es, por lo demás, la religión?. Como lo prueba la etimología, es una colección, una «religación» de prácticas y fórmulas. Los dogmas son cosa aparte. Su Pascal ha dicho algo muy profundo: «Tomad agua bendita y embruteceos». Pero no basta con tomar agua bendita; hay que saber cómo tomarla. No la tome jamás con la mano enguantada. Recite al tomarla un acto de contrición. No la acepte de otro y tómela usted mismo, por lo menos cuando quiera ganar las indulgencias de la iglesia donde entre. Tómela hasta cuando salga, aunque sea inútil. Tome agua bendita, hijo mío; nunca tomará la suficiente, porque exorciza a los demonios y el próximo domingo va usted a ser exorcista.