Capítulo 43
Tras la muerte de Habib las revelaciones se habían ido sucediendo a un ritmo endiablado. Era como en esos tramos finales de la resolución de un puzle, pensó Bruna, cuando las pocas piezas restantes empezaban a encajar unas con otras vertiginosamente, como si se atrajeran, hasta cerrar el hueco que quedaba, la última tierra incógnita del rompecabezas, mostrando por fin el diseño completo.
En el despacho de Habib se había encontrado un segundo ordenador que, aunque blindado por un sofisticado sistema de seguridad, fue fácilmente reventado por los expertos, y que proporcionó una mina de datos esenciales, desde los materiales con que había sido confeccionada la holografía amenazadora recibida por Chi hasta una lista cifrada de contactos que estaba siendo analizada meticulosamente. El programa de reconocimiento anatómico demostró que el ojo reflejado en el cuchillo de carnicero era el del propio Habib. Ese ojo tan evidente como el de la nebulosa Hélix, una presencia obvia en la que, sin embargo, Bruna jamás pensó. Sin duda fue Habib quien proporcionó a Chi los datos de los primeros replicantes muertos, y quien dejó la bola amenazante en su despacho; fue Habib quien sugirió que se infiltraran en el PSH, y quien mandó la lenteja a Nabokov para que enloqueciera. Esa lenteja de datos era lo que debía de estar buscando tan furiosamente cuando registraron la casa de Chi. Siempre estuvo ahí, el maldito Habib, pero la detective no lo vio.
Uno de los primeros nombres que pudieron ser descifrados de la lista de contactos resultó ser el de un bravucón especista de medio pelo que ya había tenido algunos problemas con la justicia por agresión y escándalo público. El hombre fue detenido en su casa como un conejo en su madriguera y una hora más tarde estaba confesando todo lo que sabía, que era bastante poco, aparte de que la República Democrática del Cosmos parecía estar relacionada de algún modo con el asunto. Cosa que, por otro lado, la policía ya suponía, porque si los expertos habían podido reventar tan fácilmente el ordenador de Habib era porque ese sofisticado sistema de seguridad era usado en Cosmos y ya había sido descodificado con anterioridad por los espías terrícolas.
En cuanto a RoyRoy, Lizard mismo dirigió el operativo que había ido a buscarla a casa de Yiannis, pero cuando llegaron la mujer no estaba. Había desaparecido dejando todas sus pertenencias atrás, entre ellas el aturdido y desolado archivero. Puede que la mujer-anuncio hubiera acordado una llamada de seguridad con Habib tras cumplir éste su misión, y al no recibirla decidiera escapar. El programa central de identificación estuvo analizando durante horas algunas imágenes que Yiannis había tomado de RoyRoy y al cabo descubrió que su verdadero nombre era Olga Ainhó, una famosa química y bióloga desaparecida quince años atrás. Con la chapa civil de Ainhó había sido alquilado un apartamento en el barrio de Salamanca, y en el piso se encontró un pequeño laboratorio capaz de sintetizar sustancias neurotóxicas y un archivo documental con imágenes diversas, la mayoría grabaciones de experimentos científicos. Pero también estaba la evisceración de Hericio tomada en primer plano, con un escalofriante audio de la voz de Ainhó explicando a su paralizada víctima por qué le hacía eso.
La rep había pasado todo el día anterior y la noche del martes en el calabozo, pero la avalancha de datos terminó por exonerarla. La juez de guardia la había dejado en libertad a las 10:00 horas del miércoles. Ahora eran las 10:38 y estaba desayunando con Lizard en un café junto a los juzgados. El inspector la estaba esperando en la puerta cuando salió.
—Cuando me acuerdo de los aspavientos que me hizo Habib pidiéndome que yo no le contara dónde estaba… Ja… Para entonces él ya sabía que yo estaba en el circo. Fue Yiannis quien me sugirió ir allí, y Yiannis estaba con RoyRoy. Qué miserable comediante… —farfulló Bruna con la boca llena de panecillos de miel.
—Últimamente todas las comunicaciones del Movimiento Radical Replicante estaban siendo grabadas. Una medida de seguridad. Supongo que al hablar contigo Habib se fabricaba una coartada… —apuntó Paul.
—¡No sólo eso! También llamó para que su esbirro pudiera localizarme dentro del circo. El sonido y la luz de mi móvil condujeron al tipo hasta mí… Lo que no consigo comprender es por qué Habib se prestó a todo esto.
—Dinero o poder. Que viene a ser lo mismo. Ésas son siempre las razones de fondo.
—¿Tú crees? En este caso no lo tengo tan claro. ¿Un activista rep colaborando en una conjura supremacista contra los reps? ¿Y trabajando para Cosmos, una potencia en cuyo territorio están prohibidos los tecnos? No entiendo que participara en un plan que suponía su propio exterminio.
Desde que había empezado a desenredarse el ovillo, Bruna llevaba una tormenta dentro de su cabeza. Un enjambre de datos dando vueltas y entrechocando y acoplándose los unos a los otros en busca de sentido. La rep necesitaba reinterpretar y desentrañar lo sucedido. Ahora se daba cuenta, por ejemplo, de que si el enemigo siempre parecía conocer sus movimientos era porque el archivero se lo contaba todo a RoyRoy. Es decir, a Ainhó. Sintió una punzada de resquemor contra su lenguaraz amigo, pero enseguida quedó diluida por la compasión. Pobre Yiannis. Debía de estar destrozado. Descubrir que la mujer de la que se había enamorado era un monstruo capaz de destripar fríamente a alguien tenía que ser algo aterrador. Además, de todos era sabido que las efusiones sentimentales alteraban fatalmente las neuronas. Por eso ella no quería volver a enamorarse. Echó una discreta ojeada a Lizard y le pareció más robusto que nunca. Un muro de huesos y de carne. Un hombre tan grande que le tapaba la luz. El inspector había cortado pulcramente en pequeños trozos uniformes todo su plato, la loncha entera de jamón de soja y los huevos fritos; y ahora se estaba comiendo los cuadraditos a ritmo regular y dejando las yemas de los huevos para el final. Era como un niño, un niño gigante. Una tibieza húmeda inundó el pecho de Bruna. La pegajosa blandura del afecto.
—Muchas gracias por haber venido a buscarme esta mañana. Es un detalle.
—En realidad he venido a proponerte algo medio oficial —gruñó Paul.
A Bruna se le atragantó el panecillo. Se echó hacia atrás en el asiento, sintiéndose en ridículo. Siempre que dejaba escapar las emociones acababa escocida. Cuatro años, tres meses y nueve días. Se apresuró a componer un gesto serio, profesional y un poco displicente.
—Ah, una propuesta. Muy bien. Dime.
—Acabamos de descubrir que Olga Ainhó pertenece al cuerpo diplomático de la Embajada del Cosmos. Increíble, ¿no? Nunca ha aparecido públicamente en nada relacionado con la delegación, pero está acreditada. Y pensamos que es ahí donde se ha refugiado. He levantado al embajador de la cama y se lo ha tomado bastante mal. Niega que la mujer haya cometido ningún delito, habla de pruebas falsas y campaña orquestada y dice que Ainhó tiene completa inmunidad diplomática.
—O sea que ha reconocido que está ahí…
—En realidad, no. Oficialmente, los cósmicos se niegan por completo a colaborar y el asunto se está convirtiendo en una especie de incidente internacional. En fin, el embajador es un capullo, pero parece que, por debajo, están intentando distender el ambiente… Nos han llamado para decirnos que el ministro consejero consiente en recibirnos. Una cita informal, han recalcado. En su casa. A las 12:00.
—¿Recibirnos?
—Pensé que te gustaría venir —dijo Lizard.
Las carnosas mejillas se le apelotonaron en una sonrisa irresistible, un gesto que le llenaba la cara de luz. Nada que ver con su habitual rictus sarcástico de labios desdeñosos y apretados. El calor de ese gesto radiante ablandó de nuevo a la rep.
—Deberías sonreír más a menudo —dijo, y se le escapó un tono de voz inesperadamente ronco e íntimo.
Lizard se cerró como una planta carnívora. Tragó el último pedazo de su huevo, apuró el café y se puso en pie.
—¿Nos vamos?
Y Bruna volvió a sentirse una completa estúpida.
Los integrantes de la delegación diplomática de Cosmos vivían en las plantas superiores de la embajada. El edificio era una gran pirámide truncada puesta del revés, de manera que la parte más ancha quedaba arriba. Además, los diez primeros pisos eran de cristal y totalmente transparentes, mientras que las cuatro plantas superiores tenían un revestimiento de grandes bloques de piedra sin ventanas. El resultado era turbador: parecía que la pesada mole pétrea iba a pulverizar en cualquier momento su base de vidrio. Si la sede de los labáricos era neogótica y arcaizante, ésta era neofuturista y subvertía los valores tradicionales, tal vez como símbolo de la subversión social que pretendían los cósmicos. En cualquier caso, ambos edificios resultaban inhumanos y opresivos. La zona revestida de piedra era la destinada a albergar las viviendas de la legación; cuanto más poderoso, más alto en la pirámide. Como el ministro consejero era el segundo en mando, tenía su domicilio en el penúltimo piso, cuya superficie compartía con otros dos altos cargos. La vasta planta superior, la más grande, la que estaba aplastantemente encaramada sobre los hombros de las demás, era la residencia del embajador. También esa implacable arquitectura jerárquica debía de tener mucho que ver con la vida en Cosmos, pensó Bruna.
Por dentro, la embajada parecía un cuartel. Hipermoderno y tecnológico, desde luego, pero un cuartel. Austero, monocromo y lleno de soldados diligentes que caminaban como si tuvieran una barra de hierro en lugar de espinazo. Una oficial de uniforme impecable les acompañó hasta la puerta de la casa del ministro. Abrió un robot que les condujo a la sala, una amplia habitación sin ventanas pero con dos muros totalmente cubiertos por imágenes tridimensionales de la Tierra Flotante. Realmente parecía que estaban en el espacio.
—Bonito, ¿no? —dijo el ministro entrando en el cuarto—. Soy Copa Square. ¿Un café, un refresco, una bebida energizante?
—No, gracias.
Square pidió al robot un concentrado de ginseng y se sentó en un sillón. Era un hombre alto, de facciones perfectas. Tan perfectas que sólo podían ser un producto del bisturí, aunque desde luego de un buen cirujano. Ni un solo rasgo de catálogo.
—Queda entendido que esto es totalmente extraoficial… Y, aun así, una muestra de nuestra buena voluntad. Pese a la campaña terrícola de calumnias e insidias.
Sonreía mientras decía esto, pero resultaba gélido. Era una de esas personas que utilizaban la amabilidad como si fuera una velada forma de amenaza. Algo bastante común entre diplomáticos.
—Creí que lo del encuentro extraoficial significaba que íbamos a poder prescindir de los tópicos habituales. Sabes que Ainhó lo hizo —dijo Lizard con tranquilidad.
Copa Square acentuó su sonrisa. Su frialdad.
—Ainhó ha salido ya de la Tierra, protegida por su condición de diplomática. Un vehículo de nuestra embajada la llevó hasta el Ascensor Orbital, y a estas horas debe de estar llegando a Cosmos. Da igual si lo hizo o no. Vosotros nunca vais a poder juzgarla y en la RDC nunca van a saber lo que ha sucedido aquí. De alguna manera, es como si todo lo que ha pasado fuera algo… inexistente.
—Sí, ya sé que en Cosmos mantenéis una censura férrea… Pero nunca pensé que alardearías de ello.
—Y, sin embargo, es algo de lo que sentirse orgulloso… En primer lugar, tecnológicamente. Conseguir una tecnología capaz de filtrar y controlar el vigoroso y múltiple flujo informativo es una hazaña científica. Pero además, y sobre todo, ética y políticamente. El pueblo no necesita saber aquello que puede ser manipulado y malentendido. Nuestro pueblo no cree en dioses. Y no cree en la riqueza: en la RDC, como sabéis, no existen ni la propiedad privada ni el dinero… El Estado provee y los individuos reciben según sus necesidades. Pero el ser humano tiene que creer en algo para vivir… Y nuestros ciudadanos creen en la verdad última… En la felicidad y la justicia social. Estamos construyendo el paraíso en nuestra Tierra Flotante. Sé que la realidad es compleja y contradictoria y que hay que gestionarla también desde las sombras. Pero esa verdad última tiene que permanecer limpia y pura, para que la gente no se desilusione. Para proteger a todas esas personas sencillas que no entienden que las sombras existen.
—Ya veo… Es un curioso paraíso de creyentes dirigido por cínicos —intervino Bruna con sarcasmo.
—Si lo dices por mí, te confundes. No sabes hasta qué punto creo en esa verdad que arde en el fondo de todo lo que hago…
Square calló unos segundos y miró inquisitivamente a Bruna.
—Tú eres la tecnohumana que Ainhó manipuló. Comprendo que estés irritada. Pero en realidad todo lo que te ha sucedido es una consecuencia de tu naturaleza. Los androides sois tan terriblemente artificiales…
—¿Por eso están prohibidos en Cosmos? —preguntó ella intentando contener la ira.
—Por eso y porque fuisteis concebidos como esclavos. Sois unas criaturas demasiado distintas. No encajáis en nuestra sociedad igualitaria.
—Dices que lo sucedido es cosa de la artificialidad de los reps, y supongo que te refieres a los implantes de memas y demás… —intervino Lizard a toda prisa antes de que Bruna contestara—. Pero sabemos que Ainhó estuvo trabajando antes de la Unificación en un plan secreto de la UE para desarrollar implantes de comportamiento inducido para humanos… Así que nuestro cerebro es igual de manipulable que el de ellos.
Había sido un tiro un poco a ciegas, pero acertó.
—Ese plan de la UE al que te refieres es típico de la hipocresía terrícola… Grandes condenas públicas a la censura, pero luego estáis llenos de secretos podridos. Aquel proyecto fue desmantelado de la noche a la mañana y todo el trabajo de Ainhó confiscado. Casi veinte años de investigaciones. Y, como no quiso aceptar la situación, su carrera fue destruida. Una gran hazaña del mundo libre.
—En Cosmos, claro, no hay carreras profesionales individuales. Sólo una única y gran carrera, la de la jerarquía política —masculló Bruna.
—Y enseguida le ofrecisteis vosotros cobijo… —dijo Lizard pasando por encima del comentario de la rep.
—Olga Ainhó es una gran científica y en la RDC necesitamos todo tipo de ayudas para llevar adelante nuestro proyecto.
—Pero ella no comparte vuestra pasión ideológica, ¿no es así? No me pareció una entusiasta del paraíso —dijo Bruna.
—Ainhó tiene una mente privilegiada, pero es una mujer herida. Su hijo de dieciséis años tuvo la idea de entrar subrepticiamente en el laboratorio clausurado para rescatar los archivos de su madre y fue abatido por los guardias de seguridad. Que, por cierto, eran tecnos. Androides de combate, como tú.
De ahí ese sadismo, ese perverso detalle de arrancarse o arrancar los ojos, pensó Bruna con un escalofrío: qué mujer tan enferma.
—Ainhó nunca lo superó —siguió diciendo el cósmico—. Está patológicamente obsesionada por la muerte del hijo. Sólo vive para la venganza y eso a veces te lleva a cometer graves errores. De hecho, ésta podría ser una buena explicación de lo que ha sucedido. Una explicación hipotética y totalmente extraoficial, naturalmente.
—Ajá. Quieres decir que la desequilibrada Ainhó concibió un plan megalomaníaco de venganza contra la Tierra en general y los tecnos en particular… —dijo Lizard.
—Hipotéticamente, podría ser así.
—Y que Cosmos ahora la ha repatriado y amparado por pura generosidad… —añadió la rep.
—Tenemos muchos enemigos y necesitamos todos los apoyos posibles, ya lo he dicho. Aunque desequilibrada, es un genio. No nos gustaría tener que prescindir de una científica de su talla. Hipotéticamente.
—¿Para qué te molestas en recibirnos y en darnos esta absurda explicación? Nosotros no somos más que una pequeña brigada de investigación regional, pero sin duda todos los servicios secretos de la Tierra saben que estáis atizando los conflictos sociales para desestabilizar a los EUT… —dijo Lizard con placidez.
Square les miró con fulminante y aristocrático desprecio.
—La República Democrática del Cosmos es un Estado neutral y totalmente respetuoso con la legalidad vigente.
—Venga, Square… Sabes que estamos en una guerra subterránea. En la Segunda Guerra Fría. Y a veces las guerras frías se ponen demasiado calientes. Entre vosotros y los únicos tenéis a sueldo a todos los grupos terroristas que hay en el planeta… Todo con tal de debilitar a los Estados Unidos de la Tierra y aumentar vuestro poder y vuestra influencia. Por cierto que el detalle de los tatuajes falsos me ha parecido refinadamente maquiavélico… Así de paso perjudicabais también al Reino de Labari.
El diplomático frunció levemente sus hermosas cejas.
—No tengo ningún interés en seguir escuchando vuestros viejos tópicos y vuestras viejas ofensas, así que creo que es el momento de acabar esta conversación.
—Sólo una pregunta… ¿Cómo convencisteis a Habib? —dijo la rep.
El hombre la observó con una extraña expresión de malévolo deleite, igual que una serpiente contemplando a su paralizada presa antes de devorarla.
—Yo no convencí a nadie… Sigues equivocándote conmigo. Pero te voy a decir algo de Habib… Tenía diecisiete años. ¿Qué te parece? Tú crees que todos los tecnos tenéis que morir a los diez años, pero no es verdad. Nosotros disponemos de los conocimientos científicos que hacen posible que viváis mucho más… Dos décadas o incluso tres… Y, en realidad, esos conocimientos también estarían al alcance de los terrícolas, si de verdad estuvieran interesados en desarrollarlos. ¿Cómo te sientes ahora, Bruna Husky, al saber que hay otros androides que no mueren tan pronto? ¿No te espanta todavía más tu prematuro fin? ¿No te parece aún más insoportable y más horrible? ¿No te asquea este famoso mundo libre que no se molesta en investigar contra el TTT porque no le es rentable? ¿No estarías dispuesta a ofrecer tus servicios a Cosmos a cambio de vivir siquiera un año más? ¿No serías capaz de hacer cualquier cosa?
Lizard la sacó de la embajada casi a rastras. La llevaba firmemente agarrada por el antebrazo y gracias a eso la rep fue capaz de cruzar corredores, bajar escaleras y llegar a la calle, porque de otro modo se hubiera quedado paralizada por el peso de sus pensamientos y por el pánico. Por el miedo a la muerte y a su propia furia y al deseo desesperado de vivir.
De manera que cogieron el coche y Lizard llevó a Bruna a su casa y subió con ella, porque aún la veía demasiado fuera de sí. Una vez en el apartamento, el inspector, que parecía tener siempre un hambre insaciable, sugirió que se hicieran algo de comer.
—Además, comer anima mucho. Por eso antes había esa tradición de los banquetes en los funerales.
De modo que, ante la atonía de Bruna, el hombre preparó un arroz al que echó todo cuanto había en el dispensador: guisantes, camarones, cebolletas, huevos, queso. Y luego se sentaron a comer y beber en silencio. Cuando estaban descorchando la segunda botella de vino blanco, la detective se atrevió a poner un puente de palabras sobre el abismo que se le había abierto en la cabeza.
—No se mueren, Paul. Hay reps que no se mueren.
—Sí que se mueren, como todos. Sólo que un poco más tarde. Y esos años de más no les serán suficientes, te lo aseguro. Nunca bastan. Por mucho que vivas, nunca es suficiente.
—Es injusto.
Lizard asintió.
—La vida es injusta, Bruna.
Era lo que decía Nopal: la vida duele. La rep se acordó del memorista con una sorprendente punzada de nostalgia. Con la intuición de que él podría entenderla.
En ese momento llamaron a la puerta. Era un robot mensajero; lo mandaba Mirari y dejó en medio de la sala una caja más bien grande profusamente etiquetada con el aviso de frágil. Bruna, intrigada, abrió el paquete. Una bola peluda salió disparada del contenedor y se abrazó al cuello de la rep con un chillido.
—¡Bartolo!
—Bartolo bueno, Bartolo bonito —gimoteó el bubi.
Por el gran Morlay, se dijo Bruna, espantada ante la idea de tenerlo otra vez en casa. Pero el animal estaba tan asustado que no pudo por menos que acariciarle el lomo a ver si se calmaba. Sentía latir contra su hombro el agitado corazón del tragón, o lo que hiciera las veces de corazón en esos bichos.
Fue con Bartolo aún en brazos hasta la pantalla y llamó al circo. Apareció la cara de Maio, más perruno que nunca y con expresión de circunstancias.
—A ver, ¿qué pasa con el bubi? —preguntó la rep con impaciencia.
—Hola, Bruna. Ya sabes que a mí Bartolo me gusta, nos llevamos bien, pero se ha comido el traje de lentejuelas de la trapecista. Y ella nos ha dicho: o se va él, o me marcho yo.
—Bartolo bueno… —susurró el tragón al oído de Bruna con una voz todavía llena de hipos.
Vale, ¡vale!, se resignó la androide. Se quedaría con el bubi, por el momento. Ya buscaría otro lugar que le acogiera.
—Está bien, Maio. No importa. Y, por cierto, gracias por salvarme la vida. Y por todo.
El alien destelló un poco.
—No es nada. Tú también salvaste la mía.
—¿Está Mirari por ahí?
Maio se giró y mostró a la violinista tumbada sobre un sofá en el fondo del cuarto, a sus espaldas.
—Duerme. La despertaré dentro de un rato para la función.
—Quería saber cuánto puede costar el arreglo del camerino… El plasma negro lo dejó destrozado.
—No importa. El circo está asegurado y el seguro paga.
De pronto el omaá estiró el cuello y se puso en tensión, levantando una mano en el aire como para pedir una pausa. Unos segundos después se relajó y volvió a dirigirse a la detective.
—Mirari estaba soñando que le cortaban el brazo. Tiene muchas pesadillas con ese brazo. A veces la despierto. Pero ya pasó.
Maio y Bruna se quedaron mirando el uno a la otra en silencio durante unos instantes; y en ese tiempo, la rep pudo ver cómo el bicho iba oscureciendo hasta adquirir un intenso color pardo rojizo.
—Bueno. Adiós —dijo el alien en plena apoteosis cromática.
—Adiós, Maio. Y gracias.
La imagen desapareció. Bruna advirtió que tenía una sonrisa en los labios. Y cierta ligereza en el ánimo. Se sentía un poco mejor.
—¿De qué te ríes? —preguntó Lizard.
—De nada.
Desde luego de nada que pudiera contarle.
Dieron de comer al bubi y luego el animal, obviamente agotado, se enroscó sobre el sofá y empezó a roncar. Entonces Paul se puso en pie y se estiró. Sus puños llegaban al techo.
—Me alegra verte más tranquila, Bruna. Supongo que tengo que marcharme.
La rep calló, sobresaltada. El anuncio del inspector la había pillado por sorpresa. De pronto se había visto preparando la comida de Bartolo con él, trajinando en la casa, como si estuvieran instalados en una continuidad muy natural. Pero ahora decía que se marchaba. No lo esperaba. Era absurdo, pero no había previsto que Lizard se fuera. Tampoco había previsto que se quedara. Simplemente quería seguir así, junto a él, en esa pequeña paz, en un tiempo sin tiempo y sin conflictos. Sólo deseaba que esa sobremesa durara eternamente. Cuatro años, tres meses y nueve días. Pero no, esa vieja cuenta ya no valía. Había reps que vivían veinte años. Nuevamente el vértigo, el abismo.
El hombre carraspeó.
—Ha estado bien trabajar contigo. Tal vez coincidamos en algún otro caso.
—Sí, claro.
No te vayas, pensó Bruna. No te vayas.
Pero ¿qué le estaba pasando? La androide nunca había tenido problemas para pedirle a una pareja potencial que se quedara. Nunca había tenido muchas dudas sobre dónde poner las palabras, las manos y la lengua para conseguir que la otra persona reaccionara como ella quería. Pero ahora se encontraba paralizada. Ahora sentía demasiadas cosas. Quería demasiadas cosas y no sabía pedirlas.
—Gracias por la comida.
—De nada. Quiero decir, gracias a ti. La has hecho tú.
Lizard abrió la puerta y el estómago de la androide se contrajo dolorosamente hasta alcanzar el tamaño de una canica.
—¿No quieres tomar un whisky? —dijo con desesperación.
Paul la miró extrañado.
—Me estoy yendo…
—¡Para brindar por el final feliz! Es sólo un minuto.
—Bueno…
El inspector entró otra vez pero se quedó junto a la puerta. La androide llenó dos vasos de hielo y fue a buscar la botella. Se la había regalado un cliente y estaba sin abrir. Tras servir los tragos, dio un vaso a Lizard y el otro se lo quedó ella en la mano. Detestaba el whisky y no lo probó.
—Por cierto… —dijo el inspector.
—¿Sí?
Se escuchó a sí misma demasiado ansiosa.
—Lo que mató a Habib fue una bala metálica de 9 mm procedente de una antigua pistola de pólvora… Probablemente de una Browning High Power…
No era lo que Bruna esperaba oír. No era lo que quería escuchar, aunque fuera una información interesante. Se obligó a responder sensatamente.
—Ah… El mismo tipo de proyectil que usaron para asesinar al tío de Nopal, ¿no?
—Más que eso. Ambas balas fueron disparadas exactamente por la misma arma… Ya te dije que Pablo Nopal no era de fiar.
—Pues si de verdad fue él, esta vez me salvó la vida —contestó con demasiada sequedad.
Lizard se quedó mirándola pensativo con la cabeza un poco ladeada. Luego depositó el vaso en la estantería que había junto a la entrada. Ese gesto final, definitivo.
—Muy cierto. Bien, adiós.
¡Vale! Entonces que se marche, pensó Bruna con ira contenida. Que se marche cuanto antes.
—Adiós.
El hombre volvió a abrir la puerta. Y la volvió a cerrar. Apoyó la espalda en la hoja, agarró de nuevo la copa y, tras apurarla, masticó pensativo uno de los hielos.
—Una cosa, Bruna… Esta historia se acaba…
—¿Esta historia?
—Sí, la investigación, nuestra colaboración, la justificación por la que podemos seguir llamándonos… Quiero decir que es ahora o nunca… El cuento se termina. O me quedo esta noche contigo o no volveremos a vernos.
Tal vez no fuera una propuesta muy romántica, pero resultó suficiente. La rep caminó despacio hacia él, notando que una sonrisa boba le bailaba en los labios y sintiendo esa especie de incredulidad maravillada de los primeros momentos de un encuentro sexual largamente esperado. Está pasando, se decía la androide. Aún mejor: va a pasar. Y así, Bruna llegó junto a Lizard y apoyó las palmas en su pecho, sintiendo el calor de esa carne dura y al mismo tiempo muelle; y, reclinándose sobre él, entró en su boca. Su lengua estaba fría y sabía a whisky. Y a la androide, a quien sólo le gustaba el vino blanco, de repente le supo deliciosa esa saliva perfumada. Esa lengua aromatizada y vigorosa.
El deseo se disparó dentro de la rep como un súbito ataque de locura. Bruna quería devorar a Lizard, quería sentirse devorada, quería fundirse con él y estallar como una supernova. Se arrancó su propia ropa a tirones, rompiendo los cierres, e intentó hacer lo mismo con la del inspector, que se resistió. Rodaron por el suelo, jadeantes, mordiéndose las bocas, apretando y gruñendo, en una confusión de brazos y de piernas que más parecía una pelea cuerpo a cuerpo que un encuentro sexual, hasta que el hombre consiguió sentarse a horcajadas encima de ella, sujetar sus muñecas e inmovilizarla.
—Espera… ¡Espera! Mi preciosa fiera… Un poco más despacio… —susurró roncamente.
Y así, teniéndola atrapada bajo su peso, Lizard terminó de quitarse la ropa con toda calma, mientras la rep temblaba entre sus piernas y le veía desvestido por vez primera, disfrutando de ese delicioso momento de gloria en el que se descubre el cuerpo del amante. Entonces, desnudos ya los dos, con lentitud, mientras los cuerpos se acoplaban y las pieles se entendían por sí solas, Paul se inclinó sobre ella y le abrió los labios con sus labios.
El sexo era una cosa rara e incomprensible. Cuando se trataba de un amante ocasional, cuando la pareja sólo le calentaba el cuerpo, el sexo era para Bruna fácil y agudo y estridente. Pero cuando el otro también le calentaba el corazón, como sucedía con Lizard, entonces el sexo se convertía en algo cavernoso y complicado, y el simple hecho de besarse era como empezar a caer dentro del otro. Empezar a perderse para siempre.
Se separaron un momento para tomar aire, se apartaron un poco para mirarse, para confirmar el prodigio de estar juntos. El cuerpo de Lizard era recio, no grueso, con la piel un poco fatigada por la edad. Cómo adoró Bruna esa piel cansada, ella, que jamás llegaría a envejecer. En el centro del pecho, y subiendo desde el pubis hacia el bajo vientre, dos puñados de sorprendente vello en una época en la que todos los hombres se depilaban. La rep hundió la cara en los apretados rizos del sexo del hombre, disfrutando del roce de esa suave maleza, del olor a madera de su carne. Necesitaba poseer a Paul entero, conocer cada centímetro de su piel, besar sus pequeñas marcas y sus cicatrices, recorrer con su lengua los pliegues secretos. Eso estaba haciendo la rep, oliendo y lamiendo y explorando ese tibio territorio de maravillas, cuando el hombre la agarró por los brazos y, poniéndosela encima, la penetró despacio. Estamos mezclando nuestro kuammil, pensó Bruna sin pensar, sintiéndose redonda, enorme y plena, totalmente llena de Lizard. Y se apretó contra él hasta conseguir rozarle el corazón y hasta matar a la muerte.