Capítulo 7
Archivo Central de los Estados Unidos de la Tierra
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Madrid, 19 enero 2109, 13:10
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Teleportación
Etiquetas: historia de la ciencia, desorden TP, la Fiebre del Cosmos, Guerras Robóticas, Día Uno, los Otros, Paz Humana, Acuerdos Globales de Casiopea, sintientes.
#422-222
Artículo en edición
La teleportación o teletransporte (TP) es uno de los más viejos sueños del ser humano. Aunque la teleportación cuántica se venía ensayando desde el siglo XX, el primer experimento significativo sucedió en 2006 cuando el profesor Eugene Polzik, del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague, consiguió teleportar un objeto diminuto, pero macroscópico, a una distancia de medio metro, utilizando la luz como vehículo transmisor de la información del objeto. Sin embargo sólo fue a partir de 2067, con el descubrimiento de las insospechadas cualidades de potenciación lumínica del astato, un elemento extremadamente raro en la Tierra pero relativamente abundante en las minas de Titán, cuando la teleportación dio un salto de gigante. En 2073, con ayuda de la llamada lux densa, capaz de acarrear cien mil veces más información y de manera cien mil veces más estable que la luz láser, la profesora Darling Oumou Koité fue teleportada o tepeada, como también se dice en la actualidad, desde Bamako (Mali) al satélite saturnal Encelado. Fue la primera vez que se tepeó a un humano a través del espacio exterior.
A partir de entonces se desató entre los países de la Tierra un
auténtico furor de exploración y conquista del Universo. Puesto que
la teleportación anulaba las distancias y daba igual recorrer un
kilómetro que un millón de kilómetros, las potencias terrícolas se
enzarzaron en una carrera para colonizar planetas remotos y
explotar sus recursos. Fue la llamada Fiebre del
Cosmos, y se convirtió en una de las causas principales
del desencadenamiento de las Guerras Robóticas,
que arrasaron la Tierra desde 2079 hasta 2090. El teletransporte
siempre tuvo elevados costes económicos, por lo que en general sólo
se tepeaban equipos de exploración de dos o tres personas. Como
apenas se disponía de información más o menos fiable de unos pocos
centenares de planetas que pudieran resultar colonizables, no era
raro que los enviados de varios países coincidieran en un objetivo,
bien por casualidad o bien gracias al espionaje, con consecuencias
a menudo violentas. Numerosos exploradores cayeron en combate o
asesinados, y los repetidos incidentes diplomáticos fueron elevando
la tensión mundial. A medida que los destinos más conocidos iban
siendo tomados o se convertían en territorios en agria disputa, las
potencias empezaron a arriesgar más y a mandar a sus exploradores a
lugares más remotos e ignorados, lo que incrementó la ya elevada
mortandad de los teleportados. En 2080, último año de la Fiebre del
Cosmos, falleció el 98% de los exploradores de la Tierra (cerca de
8200 individuos, casi todos ellos tecnohumanos), la mayoría
simplemente desaparecidos tras el salto, tal vez desintegrados
por error en el oscuro espacio intergaláctico, tal vez
volatilizados en el acto al ser tepeados a un planeta
inesperadamente abrasador.
Para entonces ya se había hecho público algo que los científicos y los Gobiernos supieron desde los comienzos del uso de esta tecnología: que el teletransporte es un proceso atómicamente imperfecto y puede tener gravísimos efectos secundarios. Es una consecuencia del principio de Incertidumbre de Heisenberg, según el cual una parte de la realidad no se puede medir y está sujeta a cambios infinitesimales pero esenciales. Lo que significa que todo organismo teleportado experimenta alguna alteración microscópica: el sujeto que se reconstruye en el destino no es exactamente el mismo que el sujeto de origen. Por lo general, estas mutaciones son mínimas, subatómicas e inapreciables; pero un significativo número de veces los cambios son importantes y peligrosos: un ojo que se desplaza a la mejilla, un pulmón defectuoso, manos sin dedos o incluso cráneos carentes de cerebro. Este efecto destructivo de la teleportación es denominado desorden TP, aunque a los individuos aquejados de deformaciones visibles se les conoce coloquialmente como los mutantes. Por otra parte, se comprobó que teletransportarse en repetidas ocasiones acaba produciendo de manera inevitable daños orgánicos. La posibilidad de sufrir un desorden TP grave aumenta vertiginosamente con el uso, hasta llegar al cien por cien a partir del salto número once. En la actualidad nos regimos por los Acuerdos Globales de Casiopea (2096), que prohíben que los seres vivos (humanos, tecnohumanos, Otros y animales) se teleporten más de seis veces a lo largo de su existencia.
Los riesgos de los saltos, la muerte y desaparición masiva de los exploradores, el elevado coste económico y el comienzo de las Guerras Robóticas acabaron con la Fiebre del Cosmos y con el entusiasmo por la teleportación. A partir de 2081 sólo se usó esta forma de transporte para mantener la explotación del lejano planeta Potosí, único cuerpo celeste encontrado durante la Fiebre del Cosmos cuyos recursos resultaron ser lo suficientemente rentables como para desarrollar una industria minera allende el sistema solar. En los primeros años, la propiedad de Potosí se repartió entre la Unión Europea, China y la Federación Americana. Tras la Unificación pertenece a los Estados Unidos de la Tierra, aunque las minas más productivas han sido vendidas al Reino de Labarl y al Estado Democrático del Cosmos.
Fue en Potosí en donde tuvo lugar el primer encuentro documentado entre los seres humanos de la Tierra y los Otros o ETS, seres extraterrestres. El 3 de mayo de 2090, fecha desde entonces llamada Día Uno, una nave alienígena aterrizó en el sector chino de la colonia minera. Eran exploradores gnés, un pueblo procedente del planeta Gnío, cercano a Potosí; ambos orbitan la misma estrella, Fomalhaut. Su navío era muy rápido y técnicamente muy avanzado, si bien su método de desplazamiento era convencional y viajaban a velocidades muy inferiores a las de la luz. Desconocían el teletransporte material, pero habían desarrollado una técnica de comunicación ultrasónica con apoyo de haces luminosos que alcanzaba distancias fabulosas en un tiempo récord. Gracias a estos mensajes o telegnés, los gnés habían establecido contacto no visual con otras dos remotas civilizaciones extraterrestres: los omaás y los balabíes. Los humanos habíamos dejado de estar solos en el Universo.
El impacto de tan fenomenal descubrimiento fue absoluto. Tres
días más tarde se firmaba la Paz Humana que acabó
con las Guerras Robóticas. Aunque el acuerdo se vio sin duda
impulsado por el temor que infundieron los extraterrestres en los
habitantes de nuestro planeta (el mismo nombre de Paz Humana
parece querer resaltar la unidad de la especie contra los
alienígenas), en pocos años se fue desarrollando un
sentimiento positivo de colectividad que desembocó en el proceso de
Unificación y en la creación de los Estados Unidos de la Tierra en
2098. Paralelamente se establecieron contactos con las tres
civilizaciones ETS, y sin duda la existencia de la teleportación
fue el hecho sustancial que permitió un verdadero intercambio
político y cultural entre los cuatro mundos: por primera vez, todos
pudieron encontrarse físicamente. Hubo estudios, informes,
instrucción intensiva de traductores, negociaciones, preacuerdos,
envío de emisarios por TP, miríadas de telegnés surcando las
galaxias y una frenética actividad diplomática a través del
Universo. Pronto quedó claro que las cuatro especies no competían
entre sí de modo alguno y que no podían constituir un peligro las
unas para las otras: la distancia entre los planetas de origen es
demasiado vasta y el teletransporte es igual de dañino para todos.
La grandeza del Cosmos pareció fomentar de alguna manera la
grandeza humana y las conversaciones avanzaron en rápida armonía
hasta culminar en los Acuerdos Globales de Casiopea de 2096, primer
tratado interestelar de la Historia. Los Acuerdos regulan el uso y
copyright de las tecnologías (por ejemplo, nosotros compramos
telegnés y a nosotros nos compran teleportaciones, pero tanto la
propiedad intelectual como los derechos de explotación son
exclusivos de la civilización que desarrolló el invento), el
intercambio mercantil, el tipo de divisa, el uso del
teletransporte, las condiciones migratorias, etcétera. Ante la
necesidad de acuñar un término que definiera a los nuevos
compañeros del Universo y nos identificara con ellos, se aceptó la
expresión seres sintientes, proveniente de la
tradición budista. Los simientes (g’naym, en
lengua gnés; laluala, en balabí;
amoa, en omaanés) conforman un nuevo escalón en la
taxonomía de los seres vivos. Si el ser humano pertenecía hasta
ahora al Reino Animalia, al Phylum Chordata, a la
Clase Mammalia, al Orden Primates, a la Familia
Hominidae, al Género Homo y a la Especie Homo
sapiens, a partir de los Acuerdos se ha añadido un nuevo rango,
la Línea Sintiente, situada entre la Clase y el Orden,
porque, curiosamente, todos los extraterrestres parecen ser
mamíferos y poseer pelo de una manera u otra.
Aunque la teleportación ha permitido que las cuatro
civilizaciones se hayan intercambiado embajadores, en la Tierra no
es muy habitual poder ver a un alienígena en persona. Las
delegaciones diplomáticas constan de tres mil individuos cada una,
repartidos por las ciudades más importantes de los EUT; a esto hay
que sumar unos diez mil omaás que se han tepeado a la Tierra
huyendo de una guerra religiosa en su mundo. En total, por lo
tanto, hay menos de veinte mil alienígenas en nuestro planeta, un
número ínfimo frente a los cuatro mil millones de terrícolas. No
obstante, sus peculiares apariencias son sobradamente conocidas
gracias a las imágenes de los informativos. El nombre oficial de
los extraterrestres es los Otros, pero
comúnmente se les conoce como bichos.