VEINTIDÓS
No seguí el consejo de aquel tío y no me largué de allí, aunque tampoco me quedé sentada en los escalones de la entrada. Pensé que solo sería cuestión de tiempo que terminase la asamblea y que la gente saliese por aquellas puertas, así que permanecí cerca, en una zona donde había varios cerezos. Transcurridos unos minutos sin que nada sucediese, me colé en los pensamientos de Lissa y descubrí que las espadas seguían aún en todo lo alto. A pesar de que Tatiana había declarado ya finalizada la sesión por dos veces, la gente continuaba por allí de pie, en grupos y discutiendo.
Tasha se encontraba en uno de los grupos con Lissa y con Adrian, entregada a uno de aquellos apasionados discursos que se le daban tan bien. Tasha podía no ser tan fría y calculadora como Tatiana en lo referente al juego político, pero sí tenía un agudo sentido de los vaivenes en el sistema y reconocía las oportunidades cuando estas se presentaban. Estaba en contra del decreto de rebaja de la edad y a favor de que se enseñara a los moroi a luchar. Ninguna de aquellas dos posturas la estaba llevando demasiado lejos, de modo que saltó sobre la siguiente pieza de mayor valor: Lissa.
—¿Por qué estamos discutiendo entre nosotros sobre cuál es la mejor manera de matar a los strigoi cuando podemos salvarlos? —Tasha rodeó a Lissa con un brazo y a Adrian con el otro para traerlos al frente. Lissa aún mantenía su semblante sereno y confiado, pero Adrian parecía como si estuviese listo para saltar a la más mínima oportunidad que le diesen—. Vasilisa, a quien, por cierto, se le está negando la voz que le corresponde aquí gracias a una ley arcaica, nos ha demostrado que es posible revertir a los strigoi.
—Eso no ha quedado demostrado —exclamó un hombre entre el gentío.
—¿Estás de broma? —le preguntó una mujer que tenía a su lado—. Mi hermana estaba con el grupo que le trajo de vuelta, y dice que es un dhampir sin la menor duda. ¡Si ha estado al sol y todo!
Tasha asintió para mostrar su aprobación a la mujer.
—Yo también estaba allí. Y ahora disponemos de dos manipuladores del espíritu capaces de hacer lo mismo con otros strigoi.
Por mucho que respetase a Tasha, no estaba al cien por cien con ella en todo aquello. La potencia —por no hablar del propio esfuerzo para clavar la estaca— que había requerido Lissa con Dimitri había sido sobrecogedora. Incluso había dañado temporalmente el vínculo. Eso no significaba que no pudiera volver a hacerlo, ni tampoco que no quisiera volver a hacerlo, tan solo que tenía la suficiente compasión ingenua como para lanzarse a la línea de fuego con tal de ayudar a otros. Sin embargo, yo sabía que cuanto mayor uso del espíritu hacía uno de sus manipuladores, más rápido recorría este la senda hacia la demencia.
Y Adrian… bueno, él prácticamente no contaba allí para nada. Aunque quisiese salir a clavarle estacas a los strigoi, carecía de la capacidad sanadora necesaria para revertir a uno, al menos por ahora. No resultaba extraño en absoluto que los moroi utilizasen sus elementos de maneras muy diferentes. Algunos manipuladores del fuego, como Christian, tenían un control muy hábil de las propias llamas, mientras que otros solo eran capaces de utilizar su magia para, digamos, calentar el aire de una habitación. Del mismo modo, Lissa y Adrian tenían sus respectivos puntos fuertes con el espíritu. El mayor éxito sanador por parte de Adrian había sido soldar una fractura, y Lissa seguía siendo incapaz de pasearse por los sueños, por mucho que practicase.
Así que, en realidad, Tasha tenía un manipulador del espíritu con capacidad para salvar a los strigoi, uno que difícilmente podría con legiones de aquellos monstruos. Parecía que Tasha más o menos reconocía aquello.
—El Consejo no debería perder el tiempo con leyes para bajar la edad —proseguía ella—. Tenemos que emplear nuestros recursos en dar con más manipuladores del espíritu y reclutarlos para que ayuden a salvar a los strigoi —sus ojos se fijaron en alguien que había entre la gente—. Martin, ¿no transformaron a tu hermano contra su voluntad? Si nos esforzamos lo suficiente, podríamos traértelo de vuelta. Vivo. Tal y como tú lo conocías. De otro modo, los guardianes lo atravesarán con una estaca en cuanto lo encuentren… y, claro, él se dedicará mientras tanto a matar inocentes.
Ya te digo, Tasha era buena. Se las había arreglado para pintar un cuadro maravilloso y casi había hecho llorar a aquel tal Martin. Desde luego, no se le ocurrió mencionar a aquellos que se convirtieron en strigoi de manera voluntaria. Lissa, que aún se encontraba a su lado, no estaba muy segura de lo que sentía acerca de la idea de un ejército de salvación de strigoi, pero sí que reconocía el modo en que todo aquello encajaba con muchos otros de los planes que tenía Tasha, incluido el de conseguir el derecho al voto para Lissa.
Tasha había alabado la forma de ser y las habilidades de Lissa, se había burlado de lo que a todas luces era una ley desfasada procedente de una época que jamás podía haber previsto aquella situación. Acto seguido, continuó señalando que un Consejo completo de doce familias transmitiría un mensaje de unidad moroi frente a los strigoi.
No quise oír nada más. Ya volvería más tarde con el despliegue por parte de Tasha de su magia política y de su charla ante Lissa. Me encontraba aún tan agitada por lo sucedido al ponerme a gritar al Consejo que no podía aguantar el seguir viendo aquel salón. Abandoné su mente y regresé a la mía, y solté un grito al ver un rostro frente a mí.
—¡Ambrose!
Uno de los dhampir más guapos del planeta —después de Dimitri, por supuesto— me ofreció una sonrisa deslumbrante, como si fuera una estrella de cine.
—Estabas tan quieta que se me ha pasado por la cabeza que tal vez estuvieras intentando convertirte en una dríade.
Pestañeé.
—¿Una qué?
Hizo un gesto hacia los cerezos.
—Espíritus de la naturaleza. Mujeres hermosas que se funden con los árboles.
—No tengo muy claro que eso sea un cumplido —le dije—, pero me alegro de volver a verte.
Ambrose era una auténtica rareza en nuestra cultura: un dhampir, un hombre, que ni había hecho los votos de los guardianes ni había huido a vivir entre los humanos. Con frecuencia las mujeres dhampir decidían no unirse a los guardianes y en su lugar se dedicaban a formar una familia. Por eso éramos tan pocas. Pero ¿los hombres? Ellos no tenían excusa, al menos ante los ojos de la mayoría. Sin embargo, en lugar de caer en desgracia y esconderse, Ambrose había decidido quedarse y limitarse a trabajar de otra manera para los moroi. En esencia, pertenecía al personal de servicio, un asistente de alto standing que ponía copas en fiestas de élite y daba masajes a las mujeres de la realeza. Si los rumores eran ciertos, también satisfacía ciertas necesidades físicas de Tatiana. De todas formas, aquello me daba tanto repelús que me lo quité de la cabeza de inmediato.
—Yo también me alegro —me dijo él—. Y si no estás en íntima comunión con la naturaleza, ¿qué estás haciendo?
—Es una historia muy larga. Digamos que me han echado a patadas de una reunión del Consejo.
Parecía impresionado.
—¿Literalmente a patadas?
—Me han sacado más o menos a rastras. Me ha sorprendido no haberte visto por ahí —me quedé pensativa—. Claro, que también yo he estado un poco… mmm, entretenida esta semana.
—Eso me han contado —me dijo con cara de compasión—. La verdad es que he estado fuera. Volví justo anoche.
—Justo a tiempo para la fiesta —mascullé.
La mirada cándida en su rostro me decía que no sabía nada aún sobre el decreto.
—¿Qué vas a hacer ahora? —me preguntó—. Esto no tiene pinta de castigo. ¿Has cumplido tu pena?
—Algo así. Estoy esperando a alguien. Luego me iba a ir a pasar el rato a mi habitación.
—Pues si vas a matar el tiempo, ¿por qué no te vienes a ver a la tía Rhonda?
—¿A Rhonda? —fruncí el ceño—. No te ofendas, pero tu tía no me impresionó con sus habilidades la última vez que digamos.
—No me ofendo —dijo despreocupado—, pero ha estado pensando en ti. Y en Vasilisa también. Así que, si no tienes nada que hacer…
Vacilé. Estaba en lo cierto: no tenía nada mejor que hacer entonces. Andaba atascada en lo referente a las opciones tanto con Dimitri como con las estúpidas resoluciones del Consejo, y, sin embargo, Rhonda —la tía moroi vidente de Ambrose— tampoco era alguien a quien me apeteciese volver a ver. A pesar de la ligereza de mis palabras, echando la vista atrás, la verdad era que las predicciones de Rhonda se habían hecho realidad. El problema fue que no me gustaron.
—Está bien —dije en un intento por parecer aburrida—. Que sea rápido.
Me sonrió de nuevo, como si mi treta fuese transparente para él, y me condujo hacia un edificio donde yo había estado ya tiempo atrás. Albergaba un lujoso salón y balneario frecuentado por los moroi de la realeza. Allí nos habían hecho las uñas a Lissa y a mí, y ahora, al recorrer con Ambrose el camino hasta la madriguera de Rhonda, sentí una punzada en mi interior. Manicuras y pedicuras… Me parecían lo más trivial del mundo, pero aquel día habían sido una maravilla. Lissa y yo nos habíamos reído y nos habíamos sentido más unidas… justo antes de que se produjese el ataque a la academia y todo se viniese abajo…
Rhonda leía la buenaventura en un cuarto trasero y alejado del ajetreo del balneario. A pesar del aire sórdido que tenía, el negocio le iba viento en popa, e incluso contaba con su propia recepcionista. O, al menos, así era antes. Esta vez, el mostrador estaba vacío, y Ambrose me condujo directa a la sala de Rhonda. Conservaba el mismo aspecto exacto que antes, como si te encontrases dentro de un corazón. Todo era rojo: el papel pintado de las paredes, la decoración y los cojines que cubrían el suelo.
La propia Rhonda estaba sentada en el suelo, tomándose un tazón de yogur, algo que parecería terriblemente ordinario para alguien con supuestos poderes místicos. El pelo negro y rizado le caía en cascada por los hombros y resaltaba el brillo de los grandes aros dorados de sus orejas.
—Rose Hathaway —dijo con alegría, dejando el yogur a un lado—. Qué sorpresa más agradable.
—¿No deberías haberme visto venir? —le pregunté con un tono seco.
Sus labios se curvaron en un gesto de diversión.
—No son esos mis poderes.
—Siento interrumpirte la cena —dijo Ambrose mientras flexionaba con elegancia su físico musculado al sentarse—, pero es que no es fácil cazar a Rose.
—Ya me lo imagino —dijo ella—. Estoy impresionada con que hayas conseguido traerla hasta aquí. ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Rose?
Me encogí de hombros y me hundí junto a Ambrose.
—No lo sé. Solo estoy aquí porque Ambrose me ha convencido.
—No cree que tu última lectura fuese demasiado buena —dijo él.
—¡Tío! —le lancé una reprimenda con la mirada—. Eso no es lo que he dicho exactamente.
La última vez, Lissa y Dimitri estuvieron allí conmigo. Las cartas del tarot de Rhonda habían mostrado a una Lissa coronada de poder y de luz… menuda sorpresa. La adivina le dijo a Dimitri que perdería lo que más apreciaba, y lo perdió: su alma. ¿Y a mí? Rhonda me dijo sin rodeos que yo mataría no muertos. Me había burlado de aquello, consciente de que tenía por delante toda una vida de matar strigoi. Ahora me preguntaba si por «no muerto» se entendería la parte strigoi de Dimitri. Aunque no hubiera hundido aquella estaca con mis propias manos, desde luego que desempeñé un papel crucial.
—Tal vez otra lectura ayude a que la anterior cobre más sentido, ¿no? —me hizo ella el ofrecimiento.
Mi mente ya estaba fabricando otro chiste sobre médiums fraudulentos, así que fue toda una sorpresa cuando mis labios dijeron:
—Ese es el problema, que la otra sí tuvo sentido. Me da miedo… Tengo miedo de qué otra cosa podrán mostrar las cartas.
—Las cartas no dictan el futuro —dijo ella con amabilidad—. Si algo ha de ser, será, con independencia de que tú lo veas aquí o no. E incluso así… bueno, el futuro está cambiando constantemente. Si no hubiera elección, vivir no tendría sentido.
—¿Lo ves? —dije con displicencia—. Ese es el tipo de respuesta vaga que me esperaba de una gitana.
—Roma —me corrigió—, no gitana —a pesar de mi comentario cortante, ella parecía aún de buen humor. Aquella forma de ser tan afable debía de ser cosa de familia—. ¿Quieres las cartas o no?
¿Las quería? Rhonda tenía razón en una cosa: el futuro llegaría lo viese yo en las cartas o no, y, aunque las cartas lo mostrasen, era probable que yo tampoco lo entendiese hasta después.
—Vale —dije—. Por pasar el rato. Quiero decir que la última vez seguramente sería una casualidad.
Rhonda puso los ojos en blanco pero no dijo nada mientras comenzaba a barajar las cartas del tarot. Lo hizo con tal precisión que fue como si las cartas se moviesen solas. Cuando por fin se detuvo, me entregó la baraja para que cortase. Lo hice, y ella volvió a juntar las cartas.
—La otra vez sacamos tres cartas —me dijo—. Tenemos tiempo para sacar más, si quieres. Cinco, ¿te parece?
—Cuantas más haya, más probable será encontrarle explicación a lo que salga.
—Si no crees en ellas, eso no debería ser un problema.
—Muy bien. Que sean cinco.
Se puso muy seria al darle la vuelta a las cartas, y sus ojos las estudiaron con detenimiento. Dos de las cartas habían salido boca abajo, algo que no interpreté como un buen signo. La última vez me enteré de que eso convertía las cartas teóricamente buenas… en fin, en no tan buenas.
La primera fue el dos de copas, que tenía la imagen de un hombre y una mujer juntos en una verde pradera llena de flores con el sol brillante sobre ellos. Como es natural, estaba invertida.
—Las copas van unidas a las emociones —explicó Rhonda—, y el dos muestra una unión, un amor perfecto y el florecer de un sentimiento de gozo. Pero como está invertida…
—¿Sabes qué? —le interrumpí—. Me parece que ya le voy cogiendo el tranquillo a esto. Te la puedes saltar, me hago una buena idea de lo que significa —esa carta tenía toda la pinta de que fuésemos Dimitri y yo, con la copa vacía y llenos de dolor… no tenía ninguna gana de oír a Rhonda analizar algo que ya me estaba desgarrando el corazón.
Así que pasó a la siguiente carta: la reina de espadas, también invertida.
—Las cartas como esta hacen referencia a personajes públicos —me contó Rhonda. La reina de espadas tenía un aire imperioso, con su pelo caoba y su túnica de plata—. La reina de espadas es lista. Su fuerza es el conocimiento, derrota a sus enemigos a base de ingenio, y es ambiciosa.
Suspiré.
—Pero boca abajo…
—Boca abajo —dijo Rhonda—, todos esos rasgos se tergiversan. Sigue siendo muy inteligente, sigue intentando salirse con la suya… pero lo hace de una forma insincera. Hay una gran hostilidad y engaño aquí. Diría que tienes un enemigo.
—Sí —dije fijándome en la corona—, creo que ya me imagino quién es. La acabo de llamar «puta mojigata».
Rhonda no hizo ningún comentario y pasó a la siguiente. Salió del derecho, aunque deseé que no hubiera sido así. Tenía un montón de espadas clavadas en el suelo y una mujer atada a una de ellas con los ojos vendados. El ocho de espadas.
—Venga ya —exclamé—. Pero ¿qué me pasa a mí con las espadas? La última vez ya me sacaste una igual de deprimente —mostraba a una mujer llorando delante de una pared de espadas.
—Aquella fue el nueve de espadas —coincidió ella—. Siempre puede ser peor.
—Eso me cuesta mucho creerlo.
Cogió el resto de la baraja y la fue repasando para acabar sacando una carta. El diez de espadas.
—Te podía haber salido esta —tenía la imagen de un hombre muerto, tirado en el suelo y atravesado por un montón de espadas.
—Mensaje recibido —dije, y Ambrose se rio a mi lado—. ¿Qué significa el ocho?
—El ocho es estar atrapado, ser incapaz de salir de una situación. Puede significar también una calumnia o una acusación. Reunir el valor necesario para escapar de algo —me dijo, y yo volví a mirar a la reina sin dejar de pensar en las cosas que había dicho en el salón del Consejo. No cabía duda de que aquello eran acusaciones. Y ¿lo de estar atrapada? Pues bueno, siempre me quedaba la posibilidad de pasarme toda la vida haciendo papeleo…
Suspiré.
—Muy bien, ¿cuál es la siguiente? —era la de mejor aspecto de todas, el seis de espadas. Mostraba un grupo de gente en una barca, remando sobre las aguas iluminadas por la luz de la luna.
—Un viaje —me dijo.
—Acabo de volver de viaje. De varios viajes —la miré con suspicacia—. Oye, no será esto algo así como un viaje espiritual, ¿verdad?
Ambrose se volvió a reír.
—Rose, ojalá te leyesen a ti el tarot todos los días.
Rhonda no le hizo el menor caso.
—Si fuera de copas, tal vez, pero las espadas son tangibles. Acción. Un viaje de verdad, por ahí.
¿Adónde diantre me iría? ¿Significaba que viajaría a la academia tal y como había sugerido Tatiana? O, ¿sería posible que, a pesar de mis infracciones y de haber llamado de todo a su Alteza Real, al final sí consiguiese que me asignaran un destino como guardián? ¿Un destino lejos de la corte?
—Podrías estar buscando algo. Quizá sea un viaje físico en combinación con un viaje espiritual —me dijo, de un modo que me sonó del todo a que se estaba cubriendo las espaldas—. Esta última… —arrugó las cejas en un gesto de perplejidad ante la quinta carta—. Esta se encuentra oculta para mí.
Le eché un vistazo.
—La sota de copas. Parece bastante obvio: es una sota con, mmm, una copa.
—Suelo tener una visión clara… Las cartas me cuentan a qué se refieren. Esta no está clara.
—Lo único que no está claro aquí es si se trata de un chico o de una chica —la imagen de la carta parecía joven, pero con el pelo y el rostro andrógino que tenía resultaba imposible determinar su sexo. Los leotardos azules y la túnica tampoco resultaban de ayuda, aunque el campo soleado que tenía de fondo parecía prometedor.
—Puede ser cualquiera de los dos —dijo Rhonda—. Es la carta más baja de cada palo que representa a un personaje concreto: el rey, la reina, el caballo y, después, la sota. Sea quien sea la sota, es un personaje digno de confianza y creativo, optimista. Podría referirse a alguien que te acompañase en el viaje… o tal vez fuera la razón de tu viaje.
Cualquier optimismo o confianza que hubiese tenido en las cartas se desvaneció en gran medida con aquello. Teniendo en cuenta que había nombrado unas cien cosas distintas que podía ser, no lo consideré autorizado. Por lo general, Rhonda detectaba mi escepticismo, sin embargo aún centraba su atención en la carta y mantenía el ceño fruncido.
—Pero no te puedo decir… Está envuelto en una nube. ¿Por qué? No tiene ningún sentido.
Algo en su perplejidad hizo que un escalofrío me descendiera por la espalda. Yo siempre me decía que todo aquello era mentira, pero, si se lo había estado inventando todo…, ¿por qué no se había inventado algo también sobre la sota de copas? Si aquella última carta le estaba haciendo dudar de sí misma, entonces no estaba haciendo un teatro demasiado convincente. La idea de que tal vez hubiese una fuerza mística que se lo impidiese me bajó mi actitud cínica a los talones.
Con un suspiro, alzó por fin la mirada.
—Lo siento, pero esto es todo cuanto te puedo contar. ¿Te ha ayudado el resto?
Eché un vistazo a las cartas: el corazón roto, un enemigo, acusaciones, un encierro, un viaje.
—Una parte me cuenta cosas que ya sé. El resto hace que me plantee más preguntas.
Me ofreció una sonrisa de complicidad.
—Así es como suele ser.
Le agradecí la lectura, discretamente contenta por no tener que pagar por ella. Ambrose me acompañó a la salida, e intenté sacudirme el estado de ánimo en el que me habían sumido las predicciones de Rhonda. Ya tenía suficientes problemas en mi vida como para permitir que me preocupase una bobada de cartas.
—¿Estarás bien? —me preguntó Ambrose cuando por fin salimos al exterior. El sol ascendía más alto. Pronto se estaría yendo a la cama la corte real para poner fin a un día turbulento—. Verás…, de haber sabido que te ibas a sentir tan mal, no te habría traído.
—No, no —le dije—. No es por las cartas. No exactamente. Están sucediendo un montón de cosas… Una de ellas tal vez deberías conocerla.
No había querido sacar el tema del decreto cuando nos encontramos el uno con el otro, pero como dhampir, él tenía derecho a enterarse de lo que había pasado. Su semblante se mantenía perfectamente inmóvil mientras yo hablaba, excepto por sus ojos marrones, cada vez más abiertos conforme avanzaba la historia.
—Se trata de algún error —dijo por fin—. Jamás harían eso. No le harían eso a unos chavales de dieciséis años.
—Claro, eso mismo pensé yo, pero me ha parecido que iban bastante en serio cuando me han echado por… mmm, cuestionarlo.
—Ya me imagino tu manera de «cuestionarlo». Lo que va a conseguir todo esto es que sean más los dhampir que se apartan de la carrera de guardián… A menos, claro, que el hecho de ser tan jóvenes haga que estén más abiertos a que les laven el cerebro.
—Un tema algo sensible para ti, ¿eh? —le pregunté. Al fin y al cabo, él también se había apartado de la carrera de guardián.
Me dijo que no con la cabeza.
—Quedarme en esta sociedad me resultó casi imposible. Si alguno de esos chavales de verdad decide dejarlo, ellos no tendrán los amigos tan poderosos que tuve yo. Serán parias. Eso es todo lo que se conseguirá con esto. O bien diezmar a los más jóvenes, o bien marginarlos de su propia gente.
Me pregunté cuáles serían esos amigos tan poderosos que había tenido él, pero ni mucho menos era el momento de que me contase su vida.
—Pues a la zorra de la reina no parece importarle.
La expresión distraída y pensativa de sus ojos se afiló de repente.
—No la llames así —me advirtió clavándome la mirada—. Esto no es culpa suya.
Vaya. Menuda sorpresa. Casi nunca había visto al atractivo y carismático Ambrose comportarse de ningún modo que no fuese amigable.
—¡Por supuesto que es culpa suya! Ella es el máximo mandatario de los moroi, ¿se te ha olvidado?
Su cara de pocos amigos se pronunció más todavía.
—El Consejo también ha votado, no lo ha hecho ella sola.
—Sí, pero ella ha votado para apoyar el decreto, y ha desequilibrado la balanza.
—Tiene que haber alguna razón. Tú no la conoces igual que yo. Ella no querría algo así.
Empecé a preguntarme si es que había perdido la cabeza, pero me contuve cuando recordé su relación con la reina. Aquellos rumores sobre su relación sentimental me hacían sentir inquietud, pero de ser ciertos, supuse que a él podría importarle ella de verdad. También tuve claro que probablemente sería lo mejor que yo no la conociese tal y como él la conocía. Las marcas de colmillos en su cuello desde luego indicaban algún tipo de actividad de carácter íntimo.
—Sea lo que sea lo que hay entre vosotros, es asunto vuestro —le dije con calma—, pero lo ha utilizado para hacerte creer que es alguien que no es. Me lo hizo a mí también, y yo me lo tragué. Es todo una farsa.
—No me lo creo —me dijo con una expresión imperturbable—. Como reina, se ve sometida a todo tipo de situaciones difíciles. Aquí tiene que haber algo más… Cambiará ese decreto, estoy seguro.
—Como reina —le dije yo en una imitación de su tono—, ella tenía que haber sido capaz de…
Mis palabras se apagaron cuando oí una voz en mi cabeza. La voz de Lissa.
Rose, vas a querer ver esto, pero me tienes que prometer que no vas a causar ningún problema. Lissa me envió la imagen de un lugar junto con una sensación de apremio.
La dura mirada de Ambrose se transformó en preocupación.
—¿Estás bien?
—Sí, claro. Lissa me necesita —suspiré—. Mira, no quiero que discutamos, ¿vale? Es obvio que tenemos puntos de vista diferentes sobre la situación… pero creo que coincidimos en el punto clave.
—¿En que no se debería enviar a chavales a la muerte? Desde luego que vamos a estar de acuerdo en eso —me dijo Ambrose. Intercambiamos una sonrisa temerosa, y se difuminó la tensión entre nosotros—. Hablaré con ella, Rose. Descubriré la verdadera historia y te la contaré, ¿vale?
—Vale —me costaba mucho creer que alguien pudiese mantener una conversación íntima con Tatiana, pero, de nuevo, tal vez hubiera más de lo que yo veía en aquella relación—. Gracias. Me alegro mucho de verte.
—Yo también me alegro. Lárgate… a ver a Lissa.
No me hizo falta más presión. Junto con la sensación de apremio, Lissa me había pasado por el vínculo otro mensaje que me hizo salir volando: Se trata de Dimitri.