DIECISIETE
Todo el cuarto parecía contener el aliento.
No obstante, era muy difícil distraer a los guardianes —o a los strigoi, para el caso— incluso ante el suceso de un milagro, y ahora retomaban con la misma ferocidad los combates que se habían detenido. Los guardianes se encontraban en una posición de ventaja, y los que no se estaban enfrentando a los últimos strigoi supervivientes saltaron de pronto hacia Lissa para intentar separarla de Dimitri. Para sorpresa de todos, ella se aferró a él con fuerza e hizo unos débiles intentos de repeler a los que la rodeaban. Se mostraba feroz y protectora, y me volvió a recordar a una madre que defendía a su criatura.
Dimitri la abrazaba con las mismas ganas, pero las fuerzas de ambos, Lissa y él, se encontraban en clara desventaja. Los guardianes consiguieron por fin separarlos. Se produjo una serie de gritos de confusión cuando intentaron decidir si debía matar a Dimitri. No habría sido complicado. Ahora se encontraba indefenso. Apenas era capaz de tenerse en pie cuando lo levantaron.
Aquello me despertó. Me había limitado a quedarme mirando, petrificada y estupefacta. Me sacudí el asombro y me abalancé, aunque no tenía muy claro a por quién iba: si a por Lissa o a por Dimitri.
—¡No! ¡No lo hagáis! —grité al ver que algunos guardianes se acercaban con estacas—. ¡No es lo que creéis! ¡No es un strigoi! ¡Miradle!
Lissa y Christian estaban gritando cosas similares. Alguien me agarró y tiró de mí hacia atrás mientras me decía que dejase que los demás se ocupasen de aquello. Sin pensármelo dos veces, me revolví y le pegué un puñetazo en la cara a mi captor para descubrir demasiado tarde que era Hans. Retrocedió un poco, más sorprendido que ofendido. No obstante, atacarle a él bastó para llamar la atención de los demás, y enseguida conté con mi propio grupo de guardianes con los que pelearme. Mis esfuerzos no sirvieron para nada, en parte porque me hallaba en inferioridad y en parte porque no podía lanzarme contra ellos de la misma forma en que lo haría contra los strigoi.
Cuando los guardianes me sacaron a rastras, me di cuenta de que a Lissa y a Dimitri ya se los habían llevado del cuarto. Les exigí que me contasen dónde estaban y les dije a gritos que tenía que verlos. No me escuchó nadie. Me arrastraron a la fuerza, fuera de la nave industrial, pasando junto a una perturbadora cantidad de cadáveres. La mayoría eran strigoi, pero también reconocí algunas caras del destacamento de guardianes de la corte. Se me torció el gesto, aunque no es que los conociese demasiado bien. La batalla había terminado, y habían ganado los nuestros, pero a qué precio. Los guardianes supervivientes se encargarían ahora de la limpieza, y no me habría sorprendido si apareciese algún alquimista, aunque en aquel instante no me preocupase nada de aquello.
—¿Dónde está Lissa? —no dejaba de preguntar mientras me metían a la fuerza dentro de uno de los todoterrenos. Dos guardianes se subieron conmigo, uno sentado a cada lado. No conocía a ninguno de los dos—. ¿Dónde está Dimitri?
—Se han llevado a la princesa por su seguridad —me dijo uno de los guardianes con aire resuelto. Aquellos dos tíos no dejaban de mirar al frente, y supe que ninguno de ellos me respondería a la pregunta sobre Dimitri. En cuanto a ellos se refería, era como si no existiese.
—¿Dónde está Dimitri? —repetí en voz más alta con la esperanza de recibir una respuesta—. ¿Está con Lissa?
Aquello provocó una reacción.
—Por supuesto que no —dijo el guardián que ya había hablado antes.
—¿Está… está vivo? —fue una de las preguntas más difíciles que haya hecho jamás, pero tenía que saberlo. Odiaba admitirlo, pero si yo me hubiese encontrado en el lugar de Hans, no habría estado preparada para ningún milagro. Me habría dedicado a exterminar cualquier cosa que percibiese como una amenaza.
—Sí —dijo por fin el conductor—. Él… o eso… está vivo.
Aquello fue todo cuanto pude conseguir de ellos por mucho que discutiese y exigiese que me dejaran salir del coche, y créeme que lo hice a conciencia. He de reconocer que su capacidad para ignorarme me impresionó bastante. Para ser justos, ni siquiera estoy segura de que ellos supiesen lo que había sucedido. Todo había pasado tan rápido… Lo único que sabían aquellos dos era que les habían dado la orden de acompañarme fuera del edificio.
Seguí albergando la esperanza de que se subiera al vehículo alguien a quien conociese. Nada de nada. Únicamente más guardianes desconocidos. Ni Christian ni Tasha. Ni siquiera Hans, aunque resultaba comprensible, por supuesto. Quizá temiera que le arrease otro puñetazo sin querer.
Una vez lleno el coche y en marcha, por fin me rendí, dejé de dar guerra y me hundí en el asiento. Otros todoterrenos habían partido junto con el nuestro, pero no tenía la menor idea de si mis amigos viajaban en ellos.
El vínculo entre Lissa y yo continuaba entumecido. Después de aquel impacto inicial tras el que no había sentido nada, comencé poco a poco a recobrar una cierta sensación de ella que me decía que Lissa estaba viva y que seguíamos conectadas. Eso era todo. Con toda aquella fuerza que había surgido a través de ella, fue casi como si el vínculo hubiese tenido una sobrecarga temporal de tensión. La magia entre nosotras era frágil. Cada vez que intentaba utilizar el vínculo para comprobar cómo estaba, era como si estuviese mirando a algo demasiado brillante y aún continuase cegada. Tuve que asumir que no tardaría en restablecerse por sí solo, porque necesitaba su perspectiva sobre lo que había pasado.
No, tachemos «perspectiva». Necesitaba saber lo que había pasado, y punto. Aún me sentía algo impactada, y el largo camino de regreso a la corte me dio tiempo para procesar los pocos hechos que conocía. Deseaba saltar de inmediato a Dimitri, pero tenía que empezar por el principio si de verdad quería analizar todo cuanto había sucedido.
Primero: Lissa había hechizado una estaca y me había ocultado esa información. ¿Cuándo? ¿Antes de su viaje a la universidad? ¿En Lehigh? ¿Una vez cautiva? Lo mismo daba.
Segundo: a pesar de sus intentos fallidos con el cojín, había conseguido llevar la estaca hasta el corazón de Dimitri. Le había costado lo suyo, pero el fuego de Christian lo había hecho posible. Hice un gesto de dolor al recordar las quemaduras que había sufrido Lissa durante su esfuerzo titánico. Había sentido aquel dolor antes de que el vínculo se quedase en blanco, y también le había visto las heridas. Adrian no era el mejor sanador del mundo, pero, con un poco de suerte, su magia bastaría para dar cuenta de sus lesiones.
El tercer y definitivo hecho era… a ver… ¿era un hecho? Lissa le había clavado la estaca a Dimitri y había empleado la misma magia que utilizaba para una sanación… ¿y después? Esa era la gran pregunta. ¿Qué había pasado, aparte de aquella especie de explosión nuclear de magia a través de nuestro vínculo? ¿De verdad yo había visto lo que creía haber visto?
Dimitri había… cambiado.
Ya no era un strigoi. Me lo decía el corazón, por mucho que apenas lo hubiese visto de refilón. Me había bastado para permitirme ver la verdad. Los rasgos del strigoi habían desaparecido. Lissa había hecho todo cuanto Robert había jurado que tenía que hacer para revertir a un strigoi, y desde luego que, después de toda aquella magia… digamos que resultaba sencillo creer que todo era posible. Volvió a mí esa imagen de Dimitri, aferrado a Lissa y con lágrimas cayendo por su rostro. Jamás le había visto tan vulnerable. No sé por qué, pero no creía que los strigoi llorasen.
Algo me encogió el corazón de manera muy dolorosa, y pestañeé muy rápido con tal de no ponerme a llorar yo también. Eché un vistazo a mi alrededor para regresar a la realidad de mi entorno. Fuera del coche, el cielo se aclaraba. Ya casi amanecía. La marca del cansancio era patente en los rostros de los guardianes que me acompañaban, aunque no flaqueaba la expresión de alerta en sus ojos. Había perdido la noción del tiempo, si bien mi reloj interno me decía que llevábamos un buen rato en camino. Teníamos que estar a punto de llegar a la corte.
Con cautela, sondeé el vínculo y vi que había regresado aunque seguía frágil. Era como si se encendiese de manera intermitente, como si aún se estuviera restableciendo. Aquello bastó para tranquilizarme, y dejé escapar un suspiro de alivio. Qué raro, qué irreal había sido cuando sentí el vínculo por vez primera, hace algunos años. Ya lo había aceptado como una parte de mi vida, y su ausencia aquel día me había parecido antinatural.
Mirando a través de los ojos de Lissa, en el coche en el que ella iba, de inmediato sentí la esperanza de que Dimitri se encontrase con ella. Aquel vistazo fugaz en la nave no me había satisfecho. Necesitaba volver a verle, tenía que ver si aquel milagro había sucedido de verdad. Quería sumergirme en sus facciones, admirar al Dimitri de tanto tiempo atrás. Al Dimitri que yo amaba.
Pero no estaba con Lissa. Sin embargo, Christian sí iba con ella, y la miraba mientras ella se movía inquieta. Se había quedado dormida y aún estaba grogui. Aquello, combinado con los efectos secundarios de la desgarradora potencia de un rato antes, había mantenido nuestra conexión algo borrosa. Las cosas se desenfocaban y se volvían a enfocar ante mis ojos, pero, en general, fui capaz de seguir lo que estaba pasando.
—¿Cómo estás? —le preguntó Christian. Mientras la miraba, su voz y sus ojos estaban tan llenos de afecto que me pareció imposible que ella no se percatase. Aunque, la verdad, Lissa andaba algo preocupada en aquel momento.
—Cansada. Agotada. Como… yo qué sé. Como si hubiera estado dando vueltas en un huracán. Como si me hubiera pasado un coche por encima. Escoge algo horrible, que así es como estoy.
Él le ofreció una pequeña sonrisa y le acarició la mejilla con suavidad. Me abrí más a sus sentidos y percibí el dolor de sus quemaduras y también que él pasaba los dedos cerca de una de ellas aunque con el suficiente cuidado como para no tocarla.
—¿Está muy mal? —le preguntó ella—. ¿Se me ha derretido la piel? ¿Parezco un monstruo?
—No —dijo él con una leve risa—. No es para tanto. Estás preciosa, como siempre. Haría falta mucho más para que eso cambiase.
Los latidos del dolor que sentía Lissa le hicieron pensar que las lesiones eran más graves de lo que Christian estaba reconociendo, pero su cumplido y la manera en que se lo había dicho hicieron mucho para consolarla. Por un instante, toda su existencia se concentró en el rostro de Christian y en la forma en que el sol naciente comenzaba a iluminarlo.
Acto seguido, el resto de su mundo se le vino encima.
—¡Dimitri! ¡Tengo que ver a Dimitri!
Había guardianes en el coche, y la mirada de Lissa fue pasando de uno a otro mientras pronunciaba aquellas palabras. Al igual que conmigo, ninguno de ellos parecía dispuesto a reconocer ni su existencia ni nada de lo que había sucedido.
—¿Por qué no puedo verle? ¿Por qué os lo habéis llevado? —preguntó Lissa a cualquiera que quisiese responder, y, por fin, fue Christian quien lo hizo.
—Porque creen que es peligroso.
—No lo es. Solo… me necesita. Siente mucho dolor por dentro.
Los ojos de Christian se abrieron de repente de par en par, y su expresión se llenó de pánico.
—Pero no está… No tienes un vínculo con él, ¿verdad?
Por la cara que puso, me imaginé que Christian se estaba acordando de Avery y de cómo el hecho de tener un vínculo con más de una persona había sido demasiado para ella. Christian no había estado presente durante la explicación de Robert acerca del paso del alma al mundo de los muertos y de cómo al revertir a los strigoi no se formaban vínculos.
Lissa hizo un gesto lento y negativo con la cabeza.
—No… Es solo que lo sé. Cuando… cuando le he sanado, hemos estado en conexión y lo he sentido. Lo que he tenido que hacer… no puedo explicarlo —se pasó la mano por el cabello, frustrada por su incapacidad de verbalizar su magia. Comenzaba a vencerle el cansancio—. Es como si hubiera tenido que someterlo a una cirugía del alma —dijo por fin.
—Piensan que es peligroso —repitió Christian en un tono amable.
—¡No lo es! —Lissa lanzó una mirada agresiva al resto de los ocupantes del vehículo, que se encontraban mirando a otra parte—. Ya no es un strigoi.
—Princesa —empezó a decir uno de los guardianes con aspecto inquieto—, nadie sabe realmente lo que ha pasado. No puede estar segura de que…
—¡Estoy segura! —dijo en un tono demasiado alto para un lugar tan reducido. En su voz había un aire regio, de exigencia—. Lo sé. Lo he salvado. Lo he traído de vuelta. ¡Sé con todo mi ser que ya no es un strigoi!
Los guardianes parecían incómodos, y volvían a permanecer en silencio. Creo que estaban confundidos, sin más, y la verdad, ¿cómo no iban a estarlo? Aquello no tenía precedente.
—Chss —dijo Christian colocando una mano sobre la de ella—. No puedes hacer nada hasta que lleguemos a la corte. Estás herida y agotada, se te nota a la legua.
Lissa sabía que Christian tenía razón. Desde luego que estaba herida y que estaba agotada. Aquella magia la había dejado hecha trizas. Al mismo tiempo, lo que había hecho por Dimitri sí que había creado un vínculo con él, no un vínculo mágico, sino psicológico. Era como una verdadera madre. Se sentía desesperadamente protectora y preocupada.
—Necesito verle —dijo Lissa.
¿Que ella necesitaba verle? Y yo, ¿qué?
—Lo harás —dijo Christian con una certeza que sonaba muy superior a la que yo sospechaba que tenía—. Pero ahora intenta descansar.
—No puedo —respondió mientras reprimía incluso un bostezo.
Aquella sonrisa asomó de nuevo a los labios de Christian, y la rodeó con el brazo para aproximarla a él tanto como le permitieron los cinturones de seguridad.
—Inténtalo —le dijo.
Ella apoyó la cabeza contra su pecho, y aquella intimidad fue como una especie de sanación en sí y de por sí. La preocupación y la angustia por Dimitri aún corrían por el interior de Lissa, pero las necesidades de su cuerpo ganaron la partida por el momento. Por fin se durmió en los brazos de Christian y apenas le oyó murmurar:
—Feliz cumpleaños.
Veinte minutos más tarde, nuestro convoy llegó a la corte. Pensé que aquello suponía la libertad de manera automática, pero mis guardianes se tomaron su tiempo para salir del coche, aguardando a alguna señal o alguna indicación sobre la cual nadie se había molestado en ponerme al tanto. Al parecer, estaban esperando a Hans.
—No —dijo él y me puso una mano firme sobre el hombro en cuanto fui a salir disparada del coche hacia… bueno, no estaba segura de hacia dónde. Dondequiera que estuviese Dimitri—. Espera.
—¡Tengo que verle! —exclamé al tiempo que empujaba intentando marcharme. Hans era como un muro de piedra. Teniendo en cuenta que él se había enfrentado a muchos más strigoi que yo aquella noche, cabría pensar que estaría cansado—. Tienes que decirme dónde está.
Para mi sorpresa, Hans lo hizo.
—Encerrado. Lejos, muy lejos de tu alcance, o del alcance de cualquiera. Ya sé que él era tu instructor, pero es mejor que lo mantengamos aislado por el momento.
Mi cerebro, cansado tras la actividad de la noche y alterado por la emoción, se tomó un instante para procesar aquello.
—No es peligroso —dije—. Ya no es un strigoi.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
La misma pregunta que le habían hecho a Lissa. ¿Y cómo responderla con sinceridad? Lo sabíamos porque habíamos ido hasta unos increíbles extremos para descubrir cómo revertir a un strigoi y, una vez llevados a cabo esos pasos, había estallado una bomba atómica de magia. ¿Es que no era eso una prueba suficiente para nadie? ¿No había sido suficiente la apariencia de Dimitri?
En lugar de aquello, mi respuesta fue como la de Lissa.
—Porque lo sé.
Hans negó con la cabeza, y entonces pude ver lo agotado que estaba.
—Nadie sabe lo que está pasando con Belikov. Los que estábamos allí… Mira, yo no estoy seguro de lo que he visto. Lo único que sé es que hace un rato estaba liderando a los strigoi, y ahora se encuentra ahí fuera, al sol. No tiene ningún sentido. Nadie sabe lo que es.
—Es un dhampir.
—Y hasta que lo sepamos —continuó, haciendo caso omiso de mi comentario—, Belikov tendrá que permanecer encerrado, mientras lo examinamos.
¿Examinarlo? No me gustó cómo sonaba aquello. Hacía que Dimitri pareciese un animal de laboratorio. Hizo que se me encendiera el temperamento, y estuve a punto de ponerme a gritar a Hans. Un instante después, conseguí recobrar el control.
—Entonces tengo que ver a Lissa.
—Se la han llevado al centro médico para que la traten… Lo necesita con urgencia. No puedes ir —añadió anticipándose a mi siguiente contestación—. La mitad de los guardianes se encuentra allí. Es un caos, estarías estorbando.
—Entonces, ¿qué demonios se supone que debo hacer?
—Vete a dormir —me miró con cara sarcástica—. Sigo pensando que tienes un problema de actitud, pero después de lo que he visto hoy allí…, bueno, esto es lo que te digo: sabes pelear. Te necesitamos, probablemente para algo más que el papeleo. Ahora ve y preocúpate de cuidarte tú.
Y eso fue todo. La autorización para retirarme había quedado clara en su voz, y, en el apresurado revuelo de los guardianes, fue como si yo no existiera. Cualquier problema en el que me hubiese encontrado antes parecía ya olvidado. Después de aquello, se acabó lo de ponerse a archivar. Pero ¿qué se suponía que iba a hacer? ¿Se había vuelto loco Hans? ¿Cómo iba a poder dormir? Tenía que hacer algo. Tenía que ver a Dimitri, pero no sabía dónde se lo habían llevado. Probablemente, a los mismos calabozos donde habían retenido a Victor, un lugar inaccesible para mí. También tenía que ver a Lissa, pero estaba bien metida en el centro médico. Qué impotencia. Necesitaba recurrir a alguien influyente.
¡Adrian!
Si me dirigía a él, tal vez pudiese tirar de algunos hilos. Tenía sus contactos de la realeza. Qué diantre, la reina le adoraba a pesar de ser un vago. Por mucho que me doliese aceptarlo, empezaba a asimilar que entrar a ver a Dimitri de inmediato iba a resultar prácticamente imposible. Pero ¿en el centro médico? Adrian tal vez pudiese colarme a ver a Lissa, aunque aquello estuviese atestado y fuese un caos. El vínculo seguía algo borroso, y hablar con ella cara a cara me permitiría lograr respuestas más rápidas sobre Dimitri. Además, quería ver por mí misma que se encontraba bien.
Sin embargo, al llegar al edificio en el que residía Adrian cuando estaba en la corte, el portero me informó de que ya se había marchado un buen rato antes al centro médico, qué casualidad. Solté un gruñido. Pues claro que estaría allí ya. Dada su capacidad de sanación, le habrían llamado y lo habrían sacado de la cama. Débil o no, desde luego que sería de ayuda.
—¿Ha estado usted allí? —me preguntó el portero cuando empezaba a darme la vuelta.
—¿Qué? —por un instante pensé que se refería al centro médico.
—¡En la pelea con los strigoi! El rescate. Hemos oído todo tipo de cosas.
—¿Tan pronto? ¿Y qué es lo que han oído?
Aquel tío me miraba con los ojos muy abiertos y cara de excitación.
—Dicen que han muerto casi todos los guardianes, pero que han capturado a un strigoi y lo han traído aquí.
—No, no… Han sido más los heridos que los que han muerto. Y lo otro… —me quedé sin aliento por un instante. ¿Qué había pasado? ¿Qué era lo que le había sucedido en realidad a Dimitri?—. Se ha vuelto a transformar en dhampir a un strigoi.
El portero me miraba fijamente.
—¿Le han dado a usted un golpe en la cabeza, o qué?
—¡Le estoy diciendo la verdad! Vasilisa Dragomir fue quien lo hizo. Con su poder sobre el espíritu. Eso es lo que tiene que contar usted a todo el mundo.
Allí le dejé boquiabierto. Y con esas, me había quedado sin opciones, nadie más de quien conseguir información. Regresé a mi alojamiento con una sensación de derrota, pero demasiado nerviosa como para dormirme. O, al menos, eso fue lo que pensé en un principio. Después de darme algunos paseos, me senté en la cama con la intención de idear un plan. Sin embargo, no mucho después sentí que me quedaba profundamente dormida.
Me desperté con un sobresalto, confundida y con dolores en partes de mi cuerpo donde no me había percatado de haber recibido golpes durante la refriega. Eché un vistazo al reloj, sorprendida con lo mucho que había dormido. En el horario de los vampiros, ya era bien entrada la mañana. En cinco minutos me había duchado y me había puesto ropa que no estuviera destrozada ni manchada de sangre. Así, tal cual, salí por la puerta.
La gente iba y venía metida en sus asuntos cotidianos, aunque todos los grupos o las parejas con las que me cruzaba parecían estar hablando de la batalla campal en la nave industrial… y de Dimitri.
—Ya sabes que es capaz de curar —oí que un moroi le decía a su esposa—. ¿Por qué no a un strigoi? ¿Por qué no a los muertos?
—Es una locura —contestó la mujer—. Yo nunca he creído en eso del espíritu, de todas formas. Es una mentira para encubrir el hecho de que la chica de los Dragomir jamás se especializó en ningún elemento.
No escuché el resto de su conversación, pero las temáticas de otros con los que me crucé fueron similares. La gente o bien estaba convencida de que todo aquello era un montaje, o bien ya consideraba a Lissa una santa. Cada dos por tres escuchaba algún disparate, como que los guardianes habíamos capturado a una banda de strigoi para experimentar con ellos. No obstante, en medio de tanta especulación, en ningún momento oí que nadie mencionase el nombre de Dimitri o supiese qué le estaba pasando realmente.
Seguí el único plan que tenía: dirigirme al edificio de los guardianes donde se encontraban los calabozos de la corte, aunque no tenía muy claro qué haría al llegar allí. Ni siquiera tenía la certeza de que Dimitri continuase en aquellos calabozos, aunque parecía el lugar más probable. Cuando me crucé con un guardián por el camino, me llevó unos instantes darme cuenta de que le conocía. Me detuve y me di la vuelta.
—¡Mikhail! —le llamé. Él se giró y, al verme, vino hacia mí—. ¿Qué está pasando? —le pregunté, aliviada al ver una cara amiga—. ¿Han soltado a Dimitri?
Negó con la cabeza.
—No, todavía andan intentando descubrir qué pasó. Todo el mundo está confuso, por mucho que la princesa haya jurado por activa y por pasiva después de ir a verle que ya no es un strigoi.
En la voz de Mikhail había ilusión, y añoranza, también. Tenía la esperanza de que fuese cierto, de que pudiese haber una posibilidad de salvar a su amada. Me dolía en el corazón por él. Ojalá hubiese para Sonya y para él un final feliz, exactamente igual que…
—Espera. ¿Qué has dicho? —sus palabras cortaron mis cavilaciones románticas—. ¿Has dicho que Lissa ha ido a verle? ¿Después de la pelea? —sondeé el vínculo de inmediato. Se aclaraba poco a poco, pero Lissa estaba dormida, así que no me enteré de nada.
—Él ha pedido verla —me explicó Mikhail—, así que le han dejado entrar… protegida, por supuesto.
Me quedé mirándole, tan boquiabierta que la mandíbula casi me llegaba al suelo. Dimitri estaba recibiendo visitas. Le permitían ver a gente. Saber aquello iluminó el estado de ánimo que tanto se iba oscureciendo en mi interior. Me di media vuelta para marcharme.
—Gracias, Mikhail.
—Espera, Rose…
Pero no me detuve. Salí corriendo a toda velocidad hasta el edificio de los calabozos de los guardianes, ajena a las miradas de la gente. Estaba emocionada, revitalizada gracias a aquella nueva información. Podía ver a Dimitri. Por fin podría estar con él, de nuevo tal y como se suponía que él debía ser.
—No puedes verle.
Me detuve en seco cuando el guardián de servicio en el mostrador de recepción me paró literalmente los pies.
—¿Cóm… qué? Tengo que ver a Dimitri.
—No hay visitas.
—Pero Lissa… mmm, Vasilisa Dragomir sí ha entrado a verle.
—Él lo ha pedido.
Me quedé mirándole con cara de incredulidad.
—Tiene que haber pedido verme a mí también.
El guardián hizo un gesto de indiferencia.
—Si lo ha hecho, nadie me ha dicho nada.
Por fin despertó la ira que había contenido la noche antes.
—¡Pues vete a buscar a alguien que lo sepa! Dimitri quiere verme. Tienes que dejarme pasar. ¿Quién es tu superior?
El guardián se rio de mí.
—Yo no voy a ninguna parte hasta que termine mi turno. Si te autorizan, alguien te lo hará saber. Hasta entonces, ahí no puede bajar nadie que no tenga un permiso especial.
Después de haber dejado fuera de combate a una buena parte del personal de seguridad de Tarasov, me sentía bastante segura de que podría despachar a aquel tío con cierta facilidad. Sin embargo, me sentía igualmente segura de que, una vez en las profundidades de los calabozos, me encontraría con más guardianes. Por un instante, reducirlos a todos me pareció muy razonable. Se trataba de Dimitri. Haría cualquier cosa por él. Una leve alteración en el vínculo me hizo entrar en razón. Lissa se acababa de despertar.
—Perfecto —le dije. Elevé la barbilla y le lancé una mirada altanera—. Muchas gracias por la ayuda.
No me hacía falta aquel mamarracho. Recurriría a Lissa.
Su habitación estaba prácticamente en el extremo opuesto de los terrenos de la corte, distancia que cubrí a un trote ligero. Cuando llegué hasta allí y me abrió la puerta, vi que se había arreglado casi tan rápido como yo. Es más, noté que estaba a punto de marcharse. Estudié su cara y sus manos y me sentí aliviada al ver que la mayoría de sus quemaduras había desaparecido. Le quedaban unas manchas rojizas en los dedos, eso era todo. Obra de Adrian. Ningún médico habría podido hacer aquello. Con una camiseta de tirantes de color azul claro y con su pelo rubio recogido hacia atrás, no tenía en absoluto el aspecto de alguien que hubiera pasado por una experiencia tan terrible hacía menos de veinticuatro horas.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó. A pesar de todo lo que había sucedido, no había dejado de preocuparse por mí.
—Sí, genial —físicamente, al menos—. ¿Y tú?
Asintió.
—Fenomenal.
—Tienes buen aspecto —le dije—. Anoche…, verás, me asusté mucho con el fuego… —no fui capaz de terminar la frase.
—Claro —me dijo apartando la mirada. Parecía nerviosa e incómoda—. Adrian ha estado genial sanando a la gente.
—¿Es allí donde vas? —había inquietud y agitación en el vínculo. Sería lógico si lo que ella quería era salir corriendo al centro médico para ayudar también, salvo que…—. ¡Vas a ver a Dimitri!
—Rose…
—No —dije encantada—. Es perfecto. Voy contigo. Acabo de estar allí, y no me dejan entrar.
—Rose… —ahora Lissa parecía muy incómoda.
—Me han contado no sé qué chorrada de que él pidió verte a ti y no a mí y que por eso no me dejan entrar, pero si vienes tú, tendrán que dejarme.
—Rose —dijo con voz firme para interrumpir por fin mi parloteo—. No puedes venir.
—¿Que yo qué? —repasé sus palabras por si acaso las había entendido mal—. Pues claro que puedo. Necesito verle. Tú lo sabes. Y él necesita verme a mí.
Hizo un gesto negativo y pausado con la cabeza, sin dejar de parecer nerviosa, pero también compasiva.
—Ese guardián tenía razón —me dijo—. Dimitri no ha preguntado por ti, solo por mí.
Todo mi entusiasmo, tan encendido, se congeló. Estaba estupefacta, más confundida que cualquier otra cosa.
—Bueno… —recordé cómo él se había aferrado a ella la noche anterior, aquella expresión desesperada en la cara de Dimitri. Odiaba tener que admitirlo, pero parecía hasta cierto punto lógico que hubiese preguntado antes por ella—. Pues claro que quiere verte a ti. Es todo tan nuevo y tan extraño, y eres tú quien le ha salvado. Cuando se le pase un poco, también querrá verme a mí.
—Rose, no puedes ir —esta vez, la tristeza en la voz de Lissa se reflejaba a través del vínculo y me inundaba—. No es solo que Dimitri no haya preguntado por ti. Es que ha dicho específicamente que no quiere verte.