DIEZ
Y uno de ellos… Uno de ellos…
—No —susurré casi al tiempo que me abalanzaba sobre el que tenía más cerca, una mujer. Parecía haber tres strigoi a nuestro alrededor.
Eddie también se había puesto en movimiento, y los dos intentábamos empujar a los moroi para que se quedasen detrás de nosotros. No hizo falta apremiarlos mucho. Al ver a los strigoi, los moroi habían empezado a retroceder y a agruparse, creando una especie de cuello de botella. Entre los reflejos instantáneos de Eddie y el pánico de los moroi, estaba bastante segura de que nadie había reparado en lo mismo que yo.
Dimitri era uno de ellos.
«No, no, no», dije, aunque en esta ocasión lo dije para mis adentros. Me lo había advertido. Una y otra vez, me decía en sus cartas que vendría a por mí en cuanto me alejase de la seguridad de las defensas. Yo le había creído, y aun así… verlo hecho realidad era algo muy distinto. Habían transcurrido tres meses, pero en un instante, un millón de recuerdos me pasaron por la cabeza con una claridad meridiana. Mi cautividad con Dimitri. La forma en que su boca —tan, tan cálida a pesar de la frialdad de su piel— había besado la mía. Sentir sus colmillos en mi cuello y la dulce felicidad que lo seguía…
También tenía el mismo aspecto exacto, con aquella palidez blanca y lechosa, y los ojos con el borde rojo que contrastaban con su media melena de color castaño a la altura de la barbilla y las líneas de un rostro por lo demás impresionante. Incluso llevaba puesto un guardapolvos de cuero. Tenía que ser uno nuevo, ya que el anterior había quedado bastante hecho trizas en nuestra última pelea en el puente. ¿De dónde los sacaba siempre?
—¡Fuera de aquí! —grité. Mis palabras iban dirigidas a los moroi al tiempo que mi estaca alcanzaba el corazón de la strigoi. La confusión momentánea en la que todos nos habíamos sumido en el pasillo fue más en su detrimento que en el mío. Logré una buena vía libre de visión sobre ella, y quedó claro que no se esperaba que yo fuese tan veloz. Eran muchos los strigoi a los que había matado gracias a que me habían subestimado.
Eddie no tuvo mi suerte. Se tropezó cuando Victor le empujó al pasar junto a él, lo que permitió al otro strigoi —un tío— que iba por delante darle un golpe de revés que lo envió contra la pared. Aun así, aquel era el tipo de cosas a las que nos enfrentábamos todo el rato, y Eddie respondió maravillosamente bien. Se recuperó del golpe en un segundo, y, ahora que el moroi se había quitado de en medio, Eddie pudo lanzarse contra el strigoi y hacerle frente de lleno.
¿Y yo? Mi atención se centraba en Dimitri.
Pasé por encima de la strigoi caída sin mirarla siquiera. Dimitri había permanecido algo retrasado, y había enviado a sus secuaces a primera línea del frente. Tal vez fuese porque conocía a Dimitri demasiado bien, pero sospechaba que no le había sorprendido que hubiera acabado tan rápido con uno de ellos y que Eddie se las estuviera haciendo pasar canutas al otro. Dudaba que a Dimitri le importase que viviesen o muriesen, para él no eran más que unas distracciones para llegar a mí.
—Te lo dije —dijo Dimitri con una mirada de diversión e intensidad en los ojos. Estaba observando todos y cada uno de mis movimientos, y ambos imitábamos de manera inconsciente los gestos del otro mientras aguardábamos a una oportunidad para atacar—. Te dije que te encontraría.
—Sí, claro —contesté mientras intentaba no hacer caso de los sonidos guturales de Eddie y del otro strigoi. Eddie podía con él. Yo sabía que podía—. Ya me pasaron el recado.
El rastro de una sonrisa curvó los labios de Dimitri y mostró los colmillos que de algún modo provocaron una mezcla de anhelo y de odio. Aparté aquellos sentimientos al instante. Ya había vacilado antes con Dimitri y casi me había costado la vida. Me había negado a permitir que volviese a sucederme, y la adrenalina que fluía por mi cuerpo me servía como un buen recordatorio de que aquella era una situación límite.
El primer movimiento lo hizo él, pero lo esquivé: prácticamente lo había presentido. Ese era el problema entre nosotros, que nos conocíamos demasiado bien, que conocíamos nuestros movimientos demasiado bien. Por supuesto que eso no significaba ni mucho menos que el combate estuviese equilibrado. Ya tenía más experiencia que yo cuando estaba vivo, y sus capacidades como strigoi desequilibraban la balanza.
—Y, sin embargo, aquí estás —dijo sin dejar de sonreír—, cometiendo la necedad de salir cuando deberías haber permanecido en la seguridad de la corte. No me lo podía creer cuando me lo contaron mis espías.
No dije nada, y lo que sí hice fue intentar un golpe con la estaca. Él también lo vio venir y se echó a un lado. No era una sorpresa para mí que tuviese espías, aun a la luz del día. Controlaba una red formada tanto por strigoi como por humanos, y ya sabía que tenía ojos y oídos pendientes de la corte. La pregunta era: ¿cómo demonios había llegado a meterse en el hotel en pleno día? Por muchos observadores humanos que tuviese en el aeropuerto o controlando el uso de las tarjetas de crédito como había hecho Adrian, Dimitri y sus amigos strigoi deberían haberse visto obligados a esperar al anochecer para llegar aquí.
No, no necesariamente, me percaté un instante después. Los strigoi contaban de tanto en tanto con soluciones alternativas. Furgonetas o monovolúmenes con el habitáculo opaco por completo. Accesos subterráneos. Los moroi que deseaban ir de casinos desde el Witching Hour conocían túneles secretos que conectaban ciertos edificios. Dimitri también estaría al tanto de todo aquello. Si había estado esperando a que yo saliese fuera de las defensas, habría hecho lo que fuese por llegar hasta mí, y yo conocía mejor que nadie los recursos que él tenía.
También sabía que estaba intentando distraerme con la charla.
—Y lo más extraño de todo —prosiguió— es que no hayas venido sola. Te has traído a unos moroi. Tú siempre te has dedicado a poner en peligro tu propia vida, pero no me esperaba que fueses tan impulsiva con las de ellos.
Algo me sucedió entonces. Aparte del ligero zumbido del casino en el otro extremo del pasillo y de los sonidos de nuestra pelea, todo lo demás estaba en silencio. Nos faltaba un ruido muy importante. Digamos, algo así como la alarma de la salida de incendios.
—¡Lissa! —grité—. ¡Largaos de aquí de una vez! Sácalos a todos de aquí.
Tenía que haberse dado cuenta. Todos ellos tenían que haberse dado cuenta. Aquella puerta conducía a las plantas superiores, y al exterior. El sol no se había puesto aún. Daba igual que la alarma nos echase encima al servicio de seguridad del hotel. Demonios, aquello podría ahuyentar a los strigoi, y lo que importaba era que los moroi se pusieran a salvo rápidamente.
No obstante, una rápida comprobación del vínculo me dijo dónde estaba el problema. Lissa estaba petrificada. Absorta. Había visto de repente con quién estaba peleando yo, y el impacto que sufrió fue excesivo. Saber que Dimitri era un strigoi era una cosa, y verlo —verlo muy, muy de verdad—, bueno, digamos que era muy distinto. Yo lo sabía por experiencia propia. Aun estando preparada, su aspecto me seguía poniendo nerviosa. La había pillado desprevenida, y era incapaz de pensar o de moverse.
Apenas me bastó un suspiro para evaluar sus sentimientos, pero en un combate con un strigoi, un solo segundo puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. La cháchara de Dimitri había funcionado, y, aunque le estaba vigilando y me mantenía en guardia, llegó hasta mí, me empujó contra la pared, y sus manos me causaron tanto dolor al sujetarme los brazos que se me escapó la estaca.
Llevó su rostro hasta el mío, tan cerca que nuestras frentes se tocaban.
—Roza… —murmuró. Sentía su aliento cálido y dulce sobre la piel. Parecía como si lo lógico hubiera sido que oliese a muerte, a putrefacción, pero no fue así—. ¿Por qué? ¿Por qué tenías que ponerte tan difícil? Podíamos haber pasado juntos toda la eternidad…
El corazón se me salía del pecho. Tenía miedo, me aterrorizaba la muerte que sabía que me esperaba en unos segundos, y, al mismo tiempo, me inundaba el pesar por haberle perdido. Ver los rasgos de su rostro, oír aquel mismo acento en su voz que ahora me envolvía como el terciopelo… Sentí cómo mi corazón se volvía a romper por completo. ¿Por qué? ¿Por qué nos había pasado a nosotros? ¿Por qué era tan cruel el universo?
Conseguí volver a pulsar el interruptor y así dejar a un lado el hecho de que se trataba de Dimitri. Éramos un depredador y su presa, y me encontraba en peligro de verme devorada.
—Lo siento —dije entre los dientes apretados y con un fuerte (e inútil) empujón para librarme de su cepo—. Mi eternidad no implica formar parte de la mafia de los no muertos.
—Lo sé —dijo él. Habría jurado que había una expresión de tristeza en su rostro, pero me convencí de que me lo debía de haber imaginado—. La eternidad será muy solitaria sin ti.
Un aullido ensordecedor resonó en mis oídos. Los dos hicimos un gesto de dolor. Los ruidos que estaban pensados para sorprender a los humanos eran una verdadera pesadilla para un oído tan sensible como el que teníamos nosotros. Aun así, no pude evitar sentir alivio. La salida de incendios. Finalmente, esos idiotas —ya ves, no tenía el menor reparo en llamar idiotas a mis amigos cuando se comportaban de esa manera— habían salido del edificio. Sentí los rayos del sol a través del vínculo y me consolé con aquello cuando los colmillos de Dimitri se aproximaron a la arteria que derramaría mi vida en forma de sangre desde mi cuello.
Albergué la esperanza de que la alarma le distrajese, pero era demasiado bueno. Forcejeé una vez más con la intención de utilizar la sorpresa en su contra, aunque fue en vano. Lo que sí le sorprendió fue la estaca de Eddie al hundirse en el costado de su abdomen.
Dimitri gruñó de dolor y me liberó para volverse hacia Eddie. La expresión en el rostro de mi compañero era dura, sin pestañear. Si ver a Dimitri le impresionaba, a mi amigo no se le notaba. Por lo que yo sabía, Eddie ni siquiera estaría viendo en él a Dimitri, sino que era bastante probable que tan solo viese a un strigoi. Ese era el modo en que nos habían entrenado. Para ver a monstruos, no a personas.
La atención de Dimitri se apartó de mí por el momento. Deseaba prolongar mi muerte, y Eddie no era más que una simple molestia de la que nos tenía que librar a los dos para poder continuar con el jueguecito.
Eddie y Dimitri se enzarzaron en una danza similar a la que yo acababa de tener también con él, con la excepción de que Eddie no conocía los movimientos de Dimitri tan bien como yo. Así, Eddie no fue capaz de evitar por completo que Dimitri le agarrase por el hombro y le empujase contra la pared. La intención que había en aquella maniobra era la de machacarle el cráneo a Eddie, pero él se las arregló para moverse lo justo como para que fuese su cuerpo el que se llevase la peor parte del impacto. No dejaba de ser doloroso, aunque seguía vivo.
Todo esto sucedió en milisegundos, y, en aquellos fugaces instantes, mi perspectiva cambió. Cuando Dimitri se cernía sobre mí, cuando estaba a punto de morderme, me las había arreglado para sobreponerme al impulso de pensar en él como Dimitri, aquella persona a la que una vez conocí y amé. En la situación forzada de una víctima, con mi vida a punto de llegar a su fin, no había dejado de decirme lucha, lucha, lucha.
Ahora, al ver a otro pelear con Dimitri… al ver cómo la estaca de Eddie se acercaba lentamente a él… bueno, digamos que perdí de repente mi fría objetividad. Recordé por qué había ido hasta allí. Recordé todo aquello de lo que nos acabábamos de enterar por Robert.
Frágil. Qué frágil era todo aún. Me había jurado a mí misma que si me encontraba en una situación en la que Dimitri estuviese a punto de matarme y yo no me hubiera enterado de nada más al respecto de salvar a un strigoi, entonces lo haría. Lo mataría. Y esta era mi oportunidad. Podíamos acabar con él entre Eddie y yo. Podíamos poner fin a aquel estado maléfico en el que se encontraba, tal y como él mismo quiso una vez.
Sin embargo…, hacía menos de media hora que me habían ofrecido una pequeñísima porción de esperanza acerca de la posibilidad de salvar a un strigoi. Cierto, esa parte sobre que tuviese que hacerlo un manipulador del espíritu era absurda, pero Victor lo había creído. Y si alguien como él se lo había creído…
No podía hacerlo. Dimitri no podía morir. Aún no.
Me lancé con la estaca y le arañé con la punta de plata la parte de atrás de la cabeza. Soltó un rugido de ira y se las apañó para volverse y quitarme de en medio de un empujón mientras seguía manteniendo a raya a Eddie. Así de increíble era Dimitri. Pero la estaca de Eddie se aproximaba a su corazón, y la mirada en los ojos de mi amigo no flaqueaba, resuelta a matar.
La atención de Dimitri iba y venía entre nosotros dos, y en un lapso mínimo —apenas medio suspiro— vi que la estaca de Eddie alcanzaba el lugar, preparada para lanzar su golpe contra el corazón de Dimitri. Un golpe con toda la pinta de ir a tener éxito donde el mío había fracasado.
Y aquel fue el motivo por el cual, en un movimiento acompasado, lancé un ataque con mi estaca, se la crucé a Dimitri por la cara y, al hacerlo, aparté el brazo de Eddie de un golpe. Era un rostro muy bello. Odiaba estropearlo, pero sabía que Dimitri sanaría. Al lanzar mi ataque, lo aparté con el golpe y caí sobre Eddie de manera que ambos rodamos hacia la salida de incendios, que aún emitía su chillido de advertencia. En el rostro pétreo de Eddie apareció un gesto de sorpresa y, por un instante, quedamos en un punto muerto: yo le empujaba a él hacia la puerta, y él empujaba para volver hacia Dimitri. Sin embargo, noté su vacilación. Estábamos mal colocados, y Eddie se hallaba a punto de lanzarme contra un strigoi, algo que su entrenamiento no le permitiría hacer.
No obstante, Dimitri ya estaba aprovechando la oportunidad. Alargó la mano y me agarró del hombro en un intento de tirarme de espaldas. Eddie me sujetó del brazo y tiró de mí hacia delante. Solté un grito de sorpresa y de dolor. Era como si me fuesen a partir en dos. Dimitri era el más fuerte con diferencia, pero aun atrapada en el medio, a mi peso todavía le quedaba algo que decir, e hice toda la fuerza que pude hacia Eddie. Esto nos ayudó a ganar algo de terreno. Aun así, era algo muy lento, como caminar sobre un suelo embadurnado de miel. A cada paso que conseguía dar hacia delante, Dimitri tiraba de mí hacia atrás.
No obstante, Eddie y yo estábamos progresando lenta y muy, muy dolorosamente hacia el quejido de la puerta. Unos instantes después, oí el sonido de unos pasos y unas voces.
—Los de seguridad —gruñó Eddie mientras tiraba de mí.
—Mierda —dije.
—No te puedes salir con la tuya —siseó Dimitri, que había conseguido echar ambas manos a mis hombros y ahora nos superaba.
—Ah, ¿sí? Pues estamos a punto de tener aquí a las fuerzas especiales del Luxor en pleno.
—Lo que estamos a punto de tener aquí es una pila de cadáveres. Humanos —dijo en tono de desprecio.
Y aquellos humanos llegaron hasta nosotros. No estoy muy segura de cuál fue la impresión que se llevaron. ¿Un tío asaltando a unos adolescentes? Nos gritaron que nos soltásemos todos y nos pusiéramos frente a ellos, unas indicaciones a las cuales los tres hicimos caso omiso en nuestro épico tira y afloja. Acto seguido debieron de ponerle las manos encima a Dimitri. Él seguía agarrado a mí, pero su sujeción flojeó lo suficiente como para que un fuerte tirón de Eddie unido a algo similar a un salto por mi parte me liberaran de él. Eddie y yo ni siquiera echamos la vista atrás, aunque los guardias de seguridad ahora también nos gritaban a nosotros.
No eran los únicos que gritaban. Justo antes de abrir la puerta de un empujón, oí que Dimitri me llamaba a gritos. En su voz había una carcajada.
—Esto no se ha acabado, Roza. ¿De verdad crees que puedes ir a alguna parte en este mundo donde yo no pueda encontrarte?
La misma advertencia, siempre la misma advertencia.
Hice cuanto pude para no prestar atención al temor que inspiraban aquellas palabras. Eddie y yo irrumpimos en el neblinoso aire del desierto, y también en el sol, que allí seguía a pesar de estar avanzada la tarde. Nos encontrábamos en el aparcamiento del Luxor, donde no había la bastante gente como para ocultarnos. Sin mediar palabra, arrancamos hacia el concurrido Strip, conscientes de que nuestra capacidad física superaba la de cualquier perseguidor humano y nos permitiría perdernos entre el gentío.
Funcionó. En ningún momento vi cuántos nos perseguían. Me imaginé que el personal de seguridad estaba centrando su atención en aquel tío alto que estaba matando gente en su hotel. Se apagaron las voces que gritaban a nuestra espalda, y Eddie y yo finalmente nos detuvimos delante del New York-New York. De nuevo sin mediar palabra, nos metimos de inmediato dentro del hotel. Tenía una disposición más enrevesada, y estaba más lleno que el Luxor, así que nos mezclamos hasta que dimos con una porción de pared vacía en el extremo más alejado del casino del hotel.
La carrera había sido exigente incluso para nosotros, y nos costó unos instantes recuperar el aliento allí de pie. Me di cuenta de lo serias que se habían puesto las cosas cuando Eddie por fin se volvió hacia mí, y la ira dominaba los rasgos de su cara. Eddie era siempre la viva imagen de la calma y el autocontrol desde que los strigoi lo secuestraron un año antes. Aquello lo había endurecido y había hecho de él alguien más determinado a la hora de enfrentarse a cualquier dificultad. Pero menudo cabreo que tenía conmigo ahora, ya te digo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —exclamó—. ¡Le has dejado escapar!
Puse mi mejor cara de dureza, aunque él parecía estar superándome aquel día.
—A ver, ¿es que te has perdido la parte en la que le he dado un tajo con la estaca?
—¡Ya tenía el corazón! ¡Lo tenía a tiro, y tú lo has evitado!
—Venían los de seguridad. No teníamos tiempo. Había que salir de allí, y no podíamos permitir que nos viesen matarlo.
—No creo que quede ya ninguno de ellos para informar de haber visto nada —me respondió Eddie sin alterarse. Parecía estar intentando recobrar la compostura—. Dimitri ha dejado ahí un montón de cadáveres. Tú lo sabes. Ha muerto gente porque tú no me has dejado clavarle la estaca.
Di un respingo al percatarme de que Eddie tenía razón. Todo debía haber acabado ahí. No me había fijado bien en el número de guardias de seguridad. ¿Cuántos habían muerto? Era irrelevante. Solo importaba el hecho de que habían muerto personas inocentes. Uno solo ya eran demasiados. Y era culpa mía.
Mi silencio provocó que Eddie insistiese en sus razones.
—¿Cómo se te ha podido olvidar esa lección precisamente a ti? Ya sé que era tu instructor…, era. Pero ya no es el mismo. Nos han metido eso en la cabeza una y otra vez. No vaciles. No pienses en él como si fuera una persona.
—Le quiero —solté de sopetón y sin querer. Eddie no lo sabía. Solo unos pocos estaban al tanto de mi relación sentimental con Dimitri y de lo que había sucedido en Siberia.
—¿Qué? —exclamó con un grito ahogado. Su indignación se había convertido en desconcierto.
—Dimitri… es algo más que mi instructor…
Eddie no apartó la mirada de mí en varios segundos interminables.
—Era —dijo por fin.
—¿Perdona?
—Que era algo más que tu instructor. Que le querías —la confusión momentánea de Eddie se había desvanecido. Había regresado el guardián duro, sin empatía—. Lo siento, pero eso es algo del pasado, sea lo que sea que hubiese entre vosotros. Tienes que ser consciente de eso. La persona a la que tú querías ya no está. ¿Ese tío al que acabamos de ver? Ese ya no es el mismo.
Moví lentamente la cabeza en un gesto negativo.
—Lo… lo sé. Ya sé que no es él. Sé que es un monstruo, pero es que podemos salvarlo… Si somos capaces de llevar a cabo lo que Robert nos estaba contando…
Los ojos de Eddie se abrieron como platos, y, por un instante, se quedó estupefacto.
—¿Es de eso de lo que va todo esto? ¡Rose, es increíble! No puedes creértelo. Los strigoi están muertos. Para nosotros ya no están. Robert y Victor te estaban metiendo una bola de narices.
Entonces fui yo la que se sorprendió.
—Y ¿por qué estás tú aquí, entonces? ¿Por qué has seguido con nosotros?
Alzó los brazos exasperado.
—Porque eres mi amiga. Me he quedado contigo y he pasado por todo esto… sacar a Victor, escuchar al loco de su hermano… porque sabía que me necesitabas. Todos me necesitabais, para ayudar a manteneros a salvo. Pensé que tenías una verdadera razón para sacar a Victor de la cárcel… y que pensabas llevarlo de vuelta. ¿Que suena a locura? Claro, pero eso es lo normal contigo. Siempre tienes buenas razones para hacer las cosas que haces —suspiró—. Pero esto… esto es pasarse de la raya. Dejar que se largue un strigoi con tal de perseguir una idea… una idea que no tiene ninguna posibilidad de funcionar… eso es diez veces peor que lo que hemos hecho con Victor. Cien veces peor. Cada día que Dimitri se pasee por este mundo es otro día en el que va a morir gente.
Me hundí contra la pared y cerré los ojos con la sensación de que se me revolvía el estómago. Eddie tenía razón. La había cagado. Me había prometido que mataría a Dimitri si me enfrentaba a él antes de poder poner en práctica la solución de Robert. Todo tenía que haber terminado hoy… pero yo había fallado. Otra vez.
Abrí los ojos y me incorporé con la necesidad de hallar otro objetivo con tal de no romper a llorar en medio del casino.
—Tenemos que encontrar a los demás. Están ahí fuera sin protección.
Aquello era probablemente lo único que podía contener la reprimenda de Eddie en ese instante. El instinto del deber tomó las riendas. Proteger a los moroi.
—¿Puedes sentir dónde está Lissa?
El vínculo me había mantenido en contacto con ella durante su huida, pero no me había permitido sondearlo en profundidad más allá de confirmar que estaba viva y se encontraba bien.
—Al otro lado de la calle, en el MGM.
Había visto aquel hotel monumental cuando nosotros nos metimos en el que estábamos, pero no me había percatado de que Lissa se encontraba allí. Ahora podía sentirla, oculta entre una multitud igual que nosotros, asustada pero ilesa. Habría preferido que tanto ella como los demás hubiesen optado por quedarse al sol, pero el instinto la había impulsado a buscar la protección de un recinto cerrado.
Eddie y yo no hablamos más sobre Dimitri, nos dirigimos al exterior y cruzamos la calle atestada. El cielo se volvía anaranjado, pero aún me sentía segura allí fuera, mucho más segura que en el pasillo del Luxor. Gracias al vínculo, siempre podía encontrar a Lissa, y sin pensármelo dos veces, guie a Eddie a través de los rincones y recodos del MGM —sinceramente, la distribución de aquellos lugares cada vez me resultaba más confusa— hasta que vimos a Lissa y a Adrian de pie cerca de una hilera de máquinas tragaperras. Él estaba fumando. Lissa me localizó, echó a correr y me rodeó con sus brazos.
—Dios mío. Qué miedo he pasado. No sabía qué os había ocurrido a vosotros. Odio que el vínculo vaya en una sola dirección.
Me obligué a ofrecerle una sonrisa.
—Estamos bien.
—Estáis bien magullados —susurró Adrian, que se acercó deambulando tranquilamente.
No me cabía la menor duda. Era muy fácil no sentir las lesiones o el dolor en la adrenalina de una pelea. Más tarde, una vez disipada la intensidad de la batalla, empezabas a ser consciente de la situación a la que habías sometido a tu cuerpo.
Estaba tan agradecida por ver que Lissa estaba bien que había pasado por alto algo que Eddie ya había notado.
—Eh, tíos, ¿dónde están Victor y Robert?
Se derrumbó la cara de felicidad de Lissa, e incluso Adrian pareció ponerse serio.
—Maldita sea —dije, sin necesitar mayores explicaciones.
Lissa asintió con unos ojos muy abiertos y cara de consternación.
—Los hemos perdido.