VEINTE
—¡Tú no eres moroi! —continuó Anthony. No estaba gritando, pero desde luego que había llamado la atención de los que teníamos cerca—. Tú eres Rose Hathaway, ¿verdad? Cómo os atrevéis tú y tu sangre impura a invadir la santidad de nuestra…
—Ya es suficiente —dijo de pronto una voz altanera—. Ya me encargo yo de esto.
Aun con el rostro cubierto, aquella voz resultaba inconfundible. Tatiana se situó junto a aquel tío. Llevaba un antifaz de flores plateadas y un vestido gris de manga larga. Es probable que la hubiese visto antes entre la multitud y ni siquiera me hubiese dado cuenta. Había permanecido oculta entre el resto de la gente hasta que intervino.
Todo el salón guardaba ahora silencio. Daniella Ivashkov se acercó a toda prisa detrás de Tatiana, con los ojos muy abiertos tras su máscara cuando me reconoció.
—Adrian… —comenzó a decir.
Pero Tatiana estaba al frente de la situación.
—Ven conmigo.
Era indudable que la orden iba dirigida a mí y que la obedecería. Se dio la vuelta y caminó con rapidez hacia la entrada del salón. Me apresuré detrás de ella, igual que Adrian y Daniella.
En cuanto nos encontramos en el pasillo iluminado por las antorchas, Daniella se volvió hacia Adrian.
—¿En qué estabas pensando? Sabes que no me importa que traigas a Rose a ciertos eventos, pero esto es…
—Inadecuado —dijo Tatiana con esmero—. Aunque tal vez sea conveniente que un dhampir vea cuán respetados son los sacrificios de los suyos.
Aquello nos sumergió en un momento de silencio. Daniella fue la primera en recuperarse.
—Sí, pero la tradición dicta que…
Tatiana la volvió a interrumpir.
—Conozco bien la tradición. Constituye una grave violación de la etiqueta, pero el hecho de que Rosemarie esté aquí no echa por tierra nuestras intenciones, ni mucho menos. Perder a Priscilla… —Tatiana no se atragantó, exactamente, pero sí que perdió parte de su habitual compostura. No me imaginaba que alguien como ella tuviese una amiga íntima, pero Priscilla lo había sido en gran medida. ¿Cómo me comportaría yo si perdiera a Lissa? No tan controlada, desde luego—. Perder a Priscilla es algo que sentiré durante mucho, mucho tiempo —consiguió decir por fin. Su atenta mirada se fijaba en mí—. Y espero que de verdad entiendas lo mucho que os necesitamos y os valoramos a ti y a los demás guardianes. Sé que a veces los de tu raza os sentís subestimados. No se os subestima. Los que han muerto han dejado un vacío enorme en nuestras filas, un vacío que nos deja aún más indefensos, de un modo que estoy segura de que tú ya conoces.
Asentí aún sorprendida de que Tatiana no me estuviese echando de allí a grito limpio.
—Es una pérdida enorme —le dije—. Y empeora la situación, porque es nuestro número reducido lo que nos golpea la mitad de las veces… en especial cuando los strigoi forman grupos grandes. No siempre somos capaces de igualar eso.
Tatiana hizo un gesto de asentimiento, al parecer gratamente sorprendida de que estuviéramos de acuerdo en algo. Pues ya éramos dos.
—Sabía que lo entenderías. No obstante… —se volvió hacia Adrian—. Tú no deberías haber hecho esto. En el decoro hay algunas líneas que hay que respetar.
Adrian estaba sorprendentemente dócil.
—Lo siento, tía Tatiana. Solo pensé que era algo que Rose debía presenciar.
—Esto te lo guardarás para ti, ¿verdad? —me preguntó Daniella, volviéndose hacia mí—. Muchos de los invitados son muy, muy conservadores. No querrían que esto saliese de aquí.
¿El qué? ¿Que se ponen disfraces y se reúnen alrededor del fuego? Ya te digo que entendía que quisieran mantenerlo en secreto.
—No se lo diré a nadie —les aseguré.
—Bien. Ahora, deberías marcharte antes de que… ¿No es ese Christian Ozzera? —los ojos de Tatiana habían regresado hacia el salón lleno de gente.
—Sí —dijimos Adrian y yo.
—No tiene invitación —exclamó Daniella—. ¿Es esto culpa tuya, también?
—No es tanto culpa mía como de mi genialidad —dijo Adrian.
—Mientras que se comporte, dudo que nadie se fije —dijo Tatiana con un suspiro—. Y estoy segura de que está dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad de charlar con Vasilisa.
—Oh —dije sin pensar—. Esa no es Lissa.
En realidad, Lissa le estaba dando la espalda a Christian y charlaba con otra persona sin dejar de lanzar miradas de ansiedad hacia mí a través de la puerta.
—¿Quién es? —preguntó Tatiana.
Mierda.
—Es, mmm, Mia Rinaldi. Una amiga nuestra de St. Vladimir —casi me había planteado mentirle y darle el nombre de una familia real. Algunas eran tan extensas que resultaba imposible seguirle la pista a todo el mundo.
—Rinaldi —Tatiana frunció el ceño—. Creo que conozco a alguien con ese nombre entre el servicio.
Me quedé bastante impresionada de que conociese a la gente que trabajaba para ella. Una vez más, cambió mi opinión sobre la reina.
—¿El servicio? —preguntó Daniella a su hijo con una mirada de advertencia—. ¿Alguien más de quien deba estar al tanto?
—No. De haber tenido más tiempo, probablemente me hubiera traído también a Eddie. Qué demonios, incluso a la Lolita.
Daniella parecía escandalizada.
—¿Acabas de decir «la Lolita»?
—No es más que una broma —me apresuré a decir con tal de no empeorar la situación. Me temía la respuesta de Adrian—. Es como llamamos a veces a nuestra amiga Jill Mastrano.
No me dio la sensación de que Tatiana ni Daniella pensasen que aquello era una broma ni por asomo.
—Bueno, nadie parece darse cuenta de que este no es su sitio —dijo Daniella con un gesto de la barbilla hacia Christian y Mia—, aunque no cabe duda de que los cotilleos se van a cebar con cómo Rose ha interrumpido el evento.
—Lo siento —dije sintiéndome mal por haberle creado un problema.
—Nada que hacer al respecto, por el momento —dijo Tatiana con cautela—. Deberías marcharte ahora para que todo el mundo piense que te has llevado una severa reprimenda. Adrian, tú vuelves con nosotras y te aseguras de que tus otros «invitados» no llamen la atención. Y no vuelvas a hacer algo como esto.
—No lo haré —dijo de un modo casi convincente.
Los tres comenzaron a alejarse y me dejaron para que me quitase de en medio, pero Tatiana se detuvo y miró hacia atrás.
—Haya sido incorrecto o no, que no se te olvide lo que has visto aquí. Necesitamos realmente a los guardianes.
Asentí, y me invadió una oleada de orgullo por su reconocimiento. Acto seguido, los tres regresaron al salón. Me quedé mirándolos con cara de nostalgia. Cómo odiaba que todos los de allí dentro pensaran que me habían echado, castigada. Teniendo en cuenta que podía haber salido mucho peor parada, decidí dar gracias por cómo había ido. Sin nada ya que ocultar, me quité el antifaz y me di el paseo escaleras arriba y hacia el exterior.
No había llegado muy lejos cuando alguien me salió al paso, justo delante de mí. El hecho de que casi doy un bote en el sitio de varios metros de altura era una señal de mi preocupación.
—Mikhail —exclamé—. Me acabas de dar un susto de muerte. ¿Qué estás haciendo aquí fuera?
—La verdad es que te estaba buscando —tenía una expresión de inquietud, de nervios—. Me he pasado hace un rato por tu edificio, pero no estabas.
—Sí, estaba en el Baile de Máscaras de los Condenados —le dije, y él se me quedó mirando con cara de perplejidad—. Olvídalo. ¿Qué pasa?
—Creo que podríamos tener una oportunidad.
—¿Una oportunidad para qué?
—Me han dicho que hoy has intentado ver a Dimitri.
Ah, claro, el tema al que sin duda estaba deseando darle más vueltas.
—Ya. Hablar de «intentar» es bastante generoso. Él no quiere verme, con independencia del ejército de guardianes que me lo impide.
Mikhail se movió incómodo, mirando a su alrededor como un animal asustado.
—Por eso he venido a buscarte.
—Mira, de verdad que no te sigo con todo esto —y también me estaba empezando a doler la cabeza a causa del vino.
Mikhail respiró hondo.
—Creo que te puedo colar para que le veas.
Me quedé esperando un segundo, preguntándome si a continuación vendría el chiste o si tal vez todo aquello fuese una alucinación producto de mis emociones alteradas. Pues no. El semblante de Mikhail no podía ser más serio, y, aunque no le conocía todavía muy bien, sí le conocía lo suficiente como para apreciar que no era muy bromista.
—¿Cómo? —le pregunté—. Ya lo he intentado y…
Mikhail me hizo un gesto para que le siguiese.
—Vamos, yo te lo explico. No tenemos mucho tiempo.
No tenía la menor intención de malgastar la oportunidad, y me apresuré a seguirle.
—¿Es que ha pasado algo? —le pregunté en cuanto cogí el paso de su superior zancada—. ¿Es que ha… ha preguntado por mí? —eso era más de lo que yo me atrevía a esperar. El hecho de que Mikhail hubiese utilizado el verbo «colar» no respaldaba aquella posibilidad de ninguna manera.
—Le han rebajado la guardia —me explicó Mikhail.
—¿En serio? ¿Cuántos? —allí abajo había una docena de guardianes cuando Lissa le visitó, incluida su escolta. Si habían entrado en razón y se habían dado cuenta de que solo necesitaban un tío o dos con Dimitri, aquello sería una buena señal de que todo el mundo estaba aceptando que ya no era un strigoi.
—Se la han bajado a unos cinco.
—Ya —no era fantástico. Tampoco era horrible—. Me imagino que eso significa que están un poco más cerca de creer que ya no es peligroso.
Mikhail se encogió de hombros sin apartar la vista del sendero que teníamos por delante. Había llovido durante la Vigilia Funeraria, y el ambiente, húmedo aún, se había refrescado un poco.
—Algunos de los guardianes lo creen, pero será necesario un Real Decreto del Consejo para que declaren de manera oficial qué es.
Casi me paro en seco.
—¿Declarar qué es? —exclamé—. ¡No es ningún «qué»! Es una persona. Un dhampir como nosotros.
—Ya lo sé, pero no está en nuestras manos.
—Tienes razón, lo siento —dije entre gruñidos. No tenía ningún sentido matar al mensajero—. Bueno, espero que muevan el culo y tomen pronto una decisión —el silencio que vino a continuación fue la mar de elocuente—. ¿Qué? ¿Qué es lo que no me estás contando? —le pregunté.
Se encogió de hombros.
—Corre el rumor de que se está debatiendo en el Consejo algo muy gordo, algo que tiene prioridad.
Aquello también me llenó de ira. ¿Qué diantre podía tener preferencia sobre Dimitri? «Calma Rose. Mantén la calma. Concéntrate. No permitas que la oscuridad lo empeore todo». Siempre tenía que hacer un esfuerzo para mantenerla enterrada, aunque solía explotar en momentos de estrés. ¿Aquel momento? Sí, desde luego que era bastante estresante. Regresé al tema en cuestión.
Llegamos al edificio de los calabozos y subí los escalones de dos en dos.
—Aunque le hayan rebajado la guardia a Dimitri, aun así no me dejarán pasar. Los que queden sabrán que tengo órdenes de mantenerme alejada.
—Un amigo mío está de guardia en el mostrador ahora mismo. No dispondremos de mucho tiempo, pero él le dirá a los guardianes de la zona de los calabozos que te han autorizado a bajar.
Mikhail estaba a punto de abrir la puerta, y yo le detuve poniéndole una mano en el brazo.
—¿Por qué estás haciendo esto por mí? Tal vez Dimitri no sea de gran importancia para el Consejo Moroi, pero sí lo es para los guardianes. Podrías meterte en un lío enorme.
Bajó la vista hacia mí, de nuevo con aquella media sonrisa de amargura.
—¿Hace falta que te lo diga?
Lo pensé.
—No —dije en voz baja.
—Cuando perdí a Sonya… —Mikhail cerró los ojos por un instante y, cuando los volvió a abrir, su mirada parecía dirigirse al pasado—. Cuando la perdí, no deseaba seguir viviendo. Era una buena persona, en serio. Se convirtió en strigoi a causa de la desesperación; no vio ninguna otra manera de salvarse del espíritu. Yo lo habría dado todo, lo que fuese, por una oportunidad de prestarle ayuda, de arreglar las cosas entre nosotros. No sé si ella y yo dispondremos alguna vez de esa posibilidad, pero tú sí que la tienes ahora mismo, y no puedo permitir que la pierdas.
Y, así, abrió la puerta y entramos. En efecto, había un guardián distinto de servicio. Tal y como había dicho Mikhail, aquel tío llamó abajo para decirle a los guardianes de los calabozos que Dimitri tenía una visita. El amigo de Mikhail parecía increíblemente nervioso con todo aquello, lo cual resultaba comprensible. Aun así, estaba dispuesto a ayudar. Era increíble, pensé, lo que podían hacer los amigos los unos por los otros. Aquel último par de semanas era una prueba irrefutable de ello.
Justo igual que en la visita de Lissa, aparecieron dos guardianes para escoltarme abajo. Los reconocí de cuando lo vi todo a través de ella, y se diría que ellos se sorprendieron al verme. Si oyeron cómo Dimitri afirmaba categóricamente que no quería que yo fuese a verle, mi presencia allí sí que debió de sorprenderlos. Sin embargo, hasta donde ellos sabían, alguien de arriba me había permitido ir, de manera que no hicieron preguntas.
Mikhail nos siguió mientras descendíamos dando vueltas, y sentí que se me aceleraban el pulso y la respiración. Dimitri. Estaba a punto de ver a Dimitri. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué iba a hacer? Era casi demasiado como para abarcarlo. No podía dejar de darme bofetadas mentalmente para seguir concentrada, o, de otro modo, me quedaría total y absolutamente paralizada.
Cuando alcanzamos el pasillo de las celdas, vi a dos guardianes delante de la de Dimitri, otro en el extremo más alejado y otros dos en la entrada por la que habíamos llegado. Me detuve, incómoda ante la idea de que otras personas me escuchasen hablar con él. No deseaba tener público, tal y como le había sucedido a Lissa, pero dado el hincapié que se hacía allí en la seguridad, tal vez no tuviese elección.
—¿Podríais dejarme un poco de intimidad? —pregunté.
Uno de mis escoltas me dijo que no con la cabeza.
—Órdenes oficiales. Dos guardianes han de estar apostados ante la celda en todo momento.
—Ella es un guardián —señaló Mikhail con amabilidad—, y yo también lo soy. Dejadnos a nosotros. El resto puede esperar en la entrada.
Lancé una mirada de agradecimiento a Mikhail. Podía aguantar tenerlo a él cerca. Los demás, que decidieron que mantendríamos el suficiente nivel de seguridad, se dirigieron con discreción hacia los extremos del pasillo. No se trataba de una intimidad total, pero al menos no lo oirían todo.
Me parecía que tenía el corazón a punto de salírseme del pecho mientras Mikhail y yo nos encaminábamos hacia la celda de Dimitri y nos situábamos ante ella. Estaba sentado prácticamente igual que cuando llegó Lissa: en la cama, hecho un ovillo y dándonos la espalda.
Las palabras se me amontonaron en la garganta. Las ideas coherentes huyeron de mi cabeza. Era como si se me hubiera olvidado por completo el motivo por el cual me encontraba allí.
—Dimitri —dije.
Al menos, aquello fue lo que intenté decir. Me atraganté un poco, de manera que los sonidos que generaron mis labios resultaron confusos. Al parecer, sin embargo, fueron suficientes, porque la espalda de Dimitri se tensó de pronto. No se dio la vuelta.
—Dimitri —repetí con mayor claridad esta vez—. Soy yo.
No hacía falta que dijese más. Me había reconocido ya en aquel primer intento de pronunciar su nombre. Me dio la sensación de que él habría reconocido mi voz en cualquier circunstancia. Es probable que reconociese el sonido de los latidos de mi corazón y de mi manera de respirar. Y así, creo que contuve la respiración mientras aguardaba su respuesta. Cuando se produjo, fue algo decepcionante.
—No.
—¿No qué? —le pregunté—. ¿Que no soy yo?
Suspiró de frustración, un sonido casi —pero no del todo— como el que solía emitir cuando yo hacía algo especialmente ridículo durante nuestros entrenamientos.
—No, que no quiero verte —su voz estaba cargada de emotividad—. Se suponía que no te iban a dejar entrar.
—Sí, claro. Digamos que me las he arreglado.
—Por supuesto que te las has arreglado.
Seguía sin mirarme, lo cual era un martirio. Miré a Mikhail, y él me hizo un gesto de asentimiento para alentarme. Supongo que debería alegrarme de que Dimitri me estuviese hablando siquiera.
—Tenía que verte. Tenía que saber si estabas bien.
—Estoy seguro de que Lissa ya te ha puesto al día.
—Tenía que verlo por mí misma.
—Muy bien, pues ya lo ves.
—Lo único que veo es tu espalda.
Resultaba exasperante, y, sin embargo, cada palabra que conseguía de él era un regalo. Como si hubiera pasado miles de años sin oír su voz. Igual que antes, me pregunté cómo podía haber confundido al Dimitri de Siberia con este. La voz había sido idéntica en ambos lugares, el mismo timbre y el mismo acento, aunque, como strigoi, sus palabras dejaban un escalofrío en el ambiente. Esta voz era cálida; terciopelo, miel y todo tipo de cosas maravillosas me envolvían por terrible que fuera lo que me decía.
—No quiero que vengas —dijo Dimitri de plano—. No quiero verte.
Me tomé un instante para valorar una estrategia. Dimitri aún tenía aquel aire depresivo y desesperado. Lissa lo había atacado con amabilidad y compasión. Había conseguido atravesar sus defensas, aunque gran parte de ello fuera porque él la consideraba a ella su salvadora. Yo podía intentar una táctica similar. Me podía mostrar cariñosa, llena de amor y de apoyo, todo lo cual sería cierto. Le amaba. Sentía unas ganas desesperadas de ayudarle. Aun así, no estaba segura de que ese método en particular me funcionase a mí. Rose Hathaway no era famosa por su delicadeza. Lo que sí hice, no obstante, fue apelar a su sentido de la obligación.
—No puedes ignorarme —le dije haciendo un esfuerzo por mantener mi tono de voz fuera del alcance de los demás guardianes—. Me lo debes. Yo te he salvado.
Transcurrieron unos segundos en silencio.
—Me ha salvado Lissa —dijo muy despacio.
En el pecho me ardía la ira, exactamente igual que cuando Lissa le visitó. ¿Cómo podía tenerla a ella en tan alta estima, y no a mí?
—¿Y cómo crees tú que llegó ella hasta allí? —le pregunté—. ¿Cómo crees tú que supo lo que tenía que hacer para salvarte? ¿Tienes alguna idea de todo por lo que hemos… por lo que yo he tenido que pasar con tal de conseguir esa información? ¿Crees que ir a Siberia fue una locura por mi parte? Pues apenas has empezado siquiera a ver locuras. Tú me conoces. Sabes de qué soy capaz, y esta vez he batido todos mis récords. Me-lo-de-bes.
Fui dura, pero necesitaba una reacción por su parte. Alguna emoción de algún tipo. Y la conseguí. Se revolvió con los ojos encendidos y la electricidad que le crepitaba por el cuerpo. Como siempre, sus movimientos fueron al tiempo feroces y elegantes. Asimismo, su voz fue una mezcla de emociones: ira, frustración y pesadumbre.
—Entonces, lo mejor que puedo hacer…
Se detuvo. Los ojos castaños que se habían entrecerrado de ira de pronto se abrieron de par en par de… ¿de qué? ¿De asombro? ¿Sobrecogidos? ¿O, tal vez, de esa misma sensación que yo no dejaba de tener cuando lo veía?
Porque, de repente, estaba totalmente segura de que él estaba experimentando lo mismo por lo que yo había pasado antes. Él me había visto muchas veces en Siberia. Me acababa de ver la otra noche en la nave industrial, pero ahora… ahora me estaba viendo realmente con sus propios ojos. Ahora que ya no era un strigoi, todo su mundo era distinto. Su perspectiva y sus sentimientos eran distintos. Incluso su alma era distinta.
Fue como uno de esos momentos en que la gente dice que toda su vida le pasa ante los ojos, porque mientras nuestras miradas estaban clavadas el uno en el otro, reviví mentalmente todos y cada uno de los fragmentos de nuestra relación. Recordé lo fuerte e invencible que se había mostrado cuando nos conocimos, cuando vino a llevarnos a Lissa y a mí de vuelta al redil de la sociedad de los moroi. Recordé la gentileza de su roce cuando me vendó las manos ensangrentadas y maltrechas. Recordé cómo me llevó en sus brazos después de que me atacase Natalie, la hija de Victor. Más que nada, recordé la noche que pasamos juntos en la cabaña, justo antes de que los strigoi se lo llevasen. Un año. Solo hacía un año que nos conocíamos, pero en aquel año habíamos vivido toda una vida.
Y él también se estaba dando cuenta de ello mientras me observaba, lo sabía. Su mirada era enormemente poderosa, deteniéndose en todas y cada una de mis facciones y almacenándolas. Intenté recordar a duras penas qué aspecto tenía entonces. Aún llevaba el vestido de la reunión secreta de Adrian, y sabía que me quedaba bien. Era probable que tuviese los ojos rojos de haber llorado antes, y tan solo había tenido un momento para cepillarme el pelo antes de marcharme con Adrian.
De algún modo, dudé que aquello tuviese alguna importancia. La manera en que me miraba Dimitri… confirmaba todo cuanto había sospechado. Todo lo que él había sentido por mí antes de que lo transformasen —esos sentimientos que se habían retorcido mientras era un strigoi—, todo seguía estando ahí. Tenía que seguir ahí. Tal vez Lissa fuese su salvadora; tal vez el resto de la corte pensase que era una especie de diosa. Justo en aquel instante supe que, con independencia de lo desaliñado que fuese mi aspecto o de lo indiferente que él intentase mantener su semblante, yo era una diosa para él.
Tragó saliva y se obligó a recuperar el control sobre sí, tal y como hacía siempre. Hay cosas que nunca cambian.
—Entonces, lo mejor que puedo hacer —prosiguió con calma— es mantenerme alejado de ti. Ese es el mejor modo de pagar mi deuda.
Me resultó muy complicado mantener el control y alguna forma de conversación lógica. Yo estaba tan perpleja como él. Y también indignada.
—¡Te has ofrecido a compensar a Lissa quedándote a su lado para siempre!
—A ella no le hice… —apartó la mirada un instante, de nuevo en un esfuerzo enorme por mantener el control, y sus ojos volvieron a encontrarse con los míos—. A ella no le hice las cosas que te hice a ti.
—¡No eras tú mismo! Me da igual —se estaba empezando a incendiar mi temperamento.
—¿Cuántos fueron? —exclamó él—. Dime, ¿cuántos guardianes murieron anoche a causa de lo que hice?
—No sé, creo que seis o siete —pérdidas muy severas. Sentí una punzada en el pecho al recordar los nombres que se habían leído en voz alta en aquel sótano.
—Seis o siete —repitió Dimitri de manera rotunda, con angustia en la voz—. Muertos en una noche. Por mi culpa.
—¡No actuaste solo! Y ya te lo he dicho, no eras tú, no podías controlarte. A mí no me importa…
—¡A mí sí me importa! —gritó, y su voz resonó por todo el pasillo. Se produjo algo de movimiento entre los guardianes de cada extremo del corredor, aunque no se acercaron. Dimitri bajó la voz cuando arrancó a hablar de nuevo, pero aun así le temblaba por la fuerza de las emociones—. A mí sí me importa. Eso es lo que tú no entiendes, lo que no puedes comprender. No eres capaz de entender cómo es ser consciente de lo que yo he hecho. Todo ese tiempo siendo un strigoi… ahora es como un sueño, pero un sueño que recuerdo con claridad meridiana. No puede haber perdón para mí. Y ¿lo que pasó contigo? Eso es lo que mejor recuerdo. Todo cuanto hice. Todo lo que deseaba hacer.
—Ya no lo vas a hacer —alegué yo—, así que olvídalo. Antes, antes de que pasase todo, me dijiste que podíamos estar juntos, que conseguiríamos que nos asignasen destinos para estar cerca el uno del otro y que…
—Roza —me interrumpió. Me atravesaba el corazón que me llamase así, y creo que se le escapó, que en realidad no pretendía hacerlo. Una sonrisa torcida surgió en sus labios, una sonrisa carente de todo humor—. ¿De verdad crees que me van a permitir alguna vez volver a ser un guardián? ¡Será un milagro que me dejen vivir!
—Eso no es cierto. Cuando se den cuenta de que has cambiado y de que de verdad vuelves a ser el de antes… todo volverá a ser como era.
Me hizo un gesto negativo con la cabeza, con amargura.
—Tu optimismo… esa forma de creer que eres capaz de hacer realidad lo que sea. Oh, Rose, esa es una de las cosas increíbles que hay en ti. También es una de las cosas más irritantes que hay en ti.
—Creí que era posible revertir tu condición de strigoi —señalé—. Tal vez al final no sea tan disparatado que crea en lo imposible.
La conversación era tan seria, tan descorazonadora, y aun así no dejaba de recordarme a algunas de nuestras clases prácticas. Él intentaba convencerme de algo importante, y yo lo contrarrestaba con mi lógica marca Hathaway. Lo que conseguía con aquello, por lo general, era una mezcla de diversión y exasperación. Me daba en la nariz que de haber sido la situación un poco distinta, él habría tenido ahora aquella misma actitud. Pero no estábamos en una sesión de entrenamiento. No iba a sonreír y a elevar la mirada al cielo. Aquello era muy serio. A vida o muerte.
—Te agradezco lo que has hecho —me dijo en tono formal, luchando aún por dominar sus sentimientos. Aquel era otro de los rasgos que teníamos en común: lo dos estábamos en un constante esfuerzo para mantener el control. A él siempre se le había dado mejor que a mí—. Claro que estoy en deuda contigo, pero es una deuda que no puedo saldar. Como te he dicho, lo mejor que puedo hacer es mantenerme al margen de tu vida.
—Si formas parte de la de Lissa, entonces no me podrás evitar.
—Las personas pueden encontrarse las unas alrededor de las otras sin que… sin que haya nada más que eso —dijo con firmeza. Qué propio de Dimitri decir algo semejante. La lógica contra las emociones.
Y entonces se me fue la cabeza. Tal y como he dicho, a él se le daba mejor controlarse. ¿A mí? No muy bien.
Me abalancé contra los barrotes, tan rápido que hasta Mikhail dio un respingo.
—¡Pero yo te quiero! —dije en un siseo—. Y sé que tú me quieres a mí también. ¿De verdad crees que vas a poder pasarte toda la vida ajeno a eso teniéndome alrededor?
La parte preocupante era que, durante mucho tiempo en la academia, Dimitri había estado convencido de que era capaz de hacer justo eso, y ya se había preparado para pasar toda su vida sin hacer nada al respecto de sus sentimientos hacia mí.
—Tú me quieres —repetí—. Yo sé que me quieres —estiré el brazo por entre los barrotes. Quedaba muy lejos de tocarle, pero estiraba los dedos a la desesperada, como si pudieran crecer de repente y llegar a establecer contacto. Eso era todo cuanto necesitaba yo. Un roce suyo para saber que aún le importaba, un roce para sentir el calor de su piel y…
—¿No es verdad —dijo Dimitri en voz baja— que estás liada con Adrian Ivashkov?
Se me vino abajo el brazo.
—¿Dón… dónde has oído eso?
—Los rumores corren —dijo.
—Desde luego que sí —dije entre dientes.
—Entonces, ¿lo estás? —me preguntó de manera más categórica.
Vacilé antes de responder. Si le decía la verdad, se cargaría de mayores razones al respecto de mantenernos separados. Sin embargo, me resultaba imposible mentirle.
—Sí, pero…
—Bien —no estoy segura de cómo me esperaba que él reaccionase. ¿Celos? ¿Asombro? En cambio, apoyó la espalda contra la pared, parecía… aliviado—. Adrian es mejor persona de lo que se le reconoce. Te tratará bien.
—Pero…
—Es ahí donde está tu futuro, Rose —regresaba algo de aquella actitud desesperanzada y hastiada—. No entiendes cómo es pasar por lo que yo he pasado, regresar después de haber sido un strigoi. Lo ha cambiado todo. No se trata solo de que lo que te hice sea imperdonable. Todos mis sentimientos… mis emociones hacia ti… han cambiado. Yo no me siento como antes. Seré un dhampir de nuevo, pero después de lo que he vivido… digamos que me ha marcado. Ha alterado mi alma. No puedo querer a nadie ahora. No puedo quererte… no te quiero. Ya no hay nada más entre tú y yo.
Se me heló la sangre. Me negué a creerme sus palabras, y menos después de haber visto la forma en que me había mirado antes.
—¡No! ¡Eso no es cierto! Yo te quiero, y tú…
—¡Guardias! —gritó Dimitri en un volumen tan alto que me pareció un milagro que no temblase todo el edificio—. Sacadla de aquí. ¡Lleváosla de aquí!
Con sus increíbles reflejos, los guardianes llegaron a la celda en un instante. En calidad de prisionero, Dimitri no estaba en situación de pedir nada, pero las autoridades de aquel lugar no estarían desde luego por la labor de promover un suceso que generase revuelo. Comenzaron a conducirnos a Mikhail y a mí hacia la salida, aunque yo me resistí.
—No, esperad…
—No te resistas —me susurró Mikhail al oído—. Se nos acaba el tiempo, y, de todas formas, hoy no habrías podido ir más lejos.
Quería protestar, pero las palabras se me atascaban en los labios. Permití que los guardianes me llevasen al exterior, no sin antes lanzar una última y prolongada mirada. Su semblante era el perfectamente inexpresivo y propio de un guardián, aunque la manera en que sus ojos me atravesaron me dejó la certeza de que era mucho lo que estaba sucediendo en su interior.
El amigo de Mikhail seguía de guardia en el piso de arriba, lo que nos permitió salir sin meternos en (muchos) más problemas. En cuanto nos encontramos al aire libre, me detuve y le pegué un puntapié de ira a un escalón.
—¡Mierda! —grité. Una pareja de moroi que cruzaba los jardines, probablemente de vuelta a casa después de alguna fiesta hasta muy tarde, se me quedó mirando con cara de sorpresa.
—Cálmate —me dijo Mikhail—. Es la primera vez que lo ves desde la reversión. Tampoco puedes esperar que ocurran milagros todos los días. Ya entrará en razón.
—Yo no estoy tan segura —gruñí. Suspiré y elevé la mirada al cielo. Unas tenues nubes se desplazaban perezosas, aunque apenas me fijé en ellas—. Tú no le conoces como yo.
Aunque una parte de mí pensaba que mucho de cuanto había dicho Dimitri era ciertamente una reacción al trauma de volver a ser él mismo, había otra parte de mí que se había quedado pensativa. Conocía a Dimitri. Conocía su sentido del honor, sus categóricas convicciones al respecto de lo que está bien y lo que está mal. Era fiel a esas convicciones, y vivía conforme a ellas. Si él de verdad creía que lo correcto era evitarme y dejar que se apagase cualquier relación entre nosotros dos… bueno, eran muchas las posibilidades de que actuase de acuerdo con aquella idea al margen del amor que hubiese entre nosotros. Tal y como había recordado un rato antes, él ya había hecho gala de una gran resistencia allá, en St. Vladimir.
En cuanto a lo demás… aquella parte de que él ya no me quería o que no fuese capaz de querer a nadie… pues eso sería un problema completamente distinto, de ser cierto. Tanto Christian como Adrian estaban preocupados por que aún quedase algo de strigoi en él, aunque sus temores se referían más a la violencia y la sed de sangre. Nadie podía haberse imaginado esto: que vivir como un strigoi le hubiera endurecido el corazón, que hubiese cercenado cualquier posibilidad de que amase a alguien.
Que hubiese cercenado cualquier posibilidad de que me amase a mí.
Estaba bastante segura de que, si ese era el caso, una parte de mí también moriría.