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Se necesitaron tres meses para encontrar a Velma. Insistieron en no creerse que Grayle no sabía dónde estaba y que no la había ayudado a escapar. De manera que todos los policías y cazanoticias del país buscaron en todos los sitios donde el dinero podía tenerla escondida. Y no era el dinero lo que la escondía. Aunque una vez que se supo lo que había hecho, todo el mundo pensó que la cosa saltaba a la vista.
Cierta noche, un detective de Baltimore con memoria fotográfica, que es una cosa tan poco frecuente como una cebra de color rosa, entró por casualidad en un club nocturno, y escuchó a la orquesta y a su vocalista —intérprete de canciones románticas—, guapa, cabellos y cejas de color azabache, que cantaba como si se creyera lo que decía. Algo de aquel rostro despertó un eco, y aquel eco siguió sonando después.
El detective regresó a jefatura, sacó el fichero de los delincuentes buscados y empezó a repasar el montón de expedientes. Cuando llegó a la que le interesaba la estuvo mirando mucho tiempo. Luego se enderezó el jipijapa, volvió al club nocturno y localizó al encargado. Juntos se dirigieron a los camerinos situados detrás del escenario. El encargado llamó a una de las puertas. No estaba cerrada. El detective apartó a su acompañante, entró en el camerino y echó el pestillo.
Debió de advertir el olor a marihuana, porque era eso lo que ella estaba fumando, pero en aquel momento no le prestó atención. La vocalista, sentada delante de un espejo de tres cuerpos, examinaba las raíces de sus cabellos y de sus cejas, que no eran pintadas. El detective cruzó el camerino sonriendo y le presentó el boletín de búsqueda y captura.
La cantante debió de mirar la fotografía del boletín casi tanto tiempo como el detective en jefatura. Se podía pensar en muchas cosas mientras ella contemplaba aquella imagen. El policía se sentó, cruzó las piernas y encendió un cigarrillo. Tenía buen ojo, pero se había especializado en exceso. No sabía lo bastante acerca de las mujeres.
Finalmente ella se rió un poco y dijo:
—Eres un chico listo, piesplanos. Pensaba tener una voz que la gente recordaría. Un amigo me reconoció hace tiempo oyéndola por la radio. Pero llevo un mes cantando con esta orquesta (y dos veces a la semana por la radio) y nadie se ha parado a pensar.
—Yo no había oído nunca su voz —dijo el detective sin dejar de sonreír.
—Supongo que no será posible que lleguemos a un acuerdo —dijo ella—. No sé si lo sabes, pero hay mucho dinero de por medio si lo llevas bien.
—Conmigo no —respondió el otro—. Lo siento.
—Salgamos en ese caso —dijo ella, poniéndose en pie. Recogió el bolso y el abrigo que colgaba de una percha. Se acercó al detective sosteniendo el abrigo para que pudiera ayudarla a ponérselo. El otro se levantó y le sostuvo el abrigo como un caballero.
Velma se volvió, sacó una pistola del bolso y le disparó tres veces a través del abrigo.
Le quedaban dos proyectiles cuando rompieron la puerta para entrar. Pero sólo les dio tiempo a cruzar la mitad del camerino antes de usarlos. Utilizó los dos, aunque el segundo disparo debió de ser un simple reflejo. La sujetaron antes de que cayera al suelo, pero la cabeza le colgaba ya como un trapo.
—El detective vivió hasta el día siguiente —dijo Randall, al contarme lo sucedido—. Habló cuando le fue posible. Por eso disponemos de la información. No entiendo cómo pudo descuidarse tanto, a no ser que en realidad estuviera pensando en dejarse convencer y llegar a algún tipo de acuerdo. Quizá eso le impidió ver claro. Pero no me gusta pensar en esa posibilidad, por supuesto.
Le contesté que suponía que existía esa posibilidad.
—La señora Grayle se atravesó el corazón…, dos veces —dijo Randall—. Y he conocido a expertos que afirmaban ante un tribunal que eso no es posible, aunque yo he sabido siempre que sí. ¿Y sabe usted otra cosa?
—¿Qué?
—Hizo una tontería matando a ese detective. Nunca la habríamos condenado, no con su belleza y el dinero de su marido y la historia de mujer perseguida que esos tipos que cobran un dineral acabarían montando. Pobre muchachita del arroyo llega a ser la esposa de un hombre rico y los buitres con los que antes se trataba no la dejan en paz. Ese tipo de cosas. Rennenkamp habría presentado ante el tribunal a media docena de decrépitas artistas de varietés para confesar entre gemidos que la habían chantajeado durante años, y lo habría hecho de manera que nosotros no pudiéramos acusarlas de nada al mismo tiempo que el jurado se tragaba el anzuelo. Hizo una cosa inteligente cuando se escapó por su cuenta y dejó a Grayle fuera de todo este asunto, pero aún hubiera sido más inteligente volver a casa cuando la atraparon.
—Ah. ¿De manera que ahora cree usted que dejó a Grayle al margen? —pregunté.
Asintió con la cabeza.
—¿Cree que tenía algún motivo particular para hacerlo? —quise saber. Se me quedó mirando.
—Estoy dispuesto a creérmelo, sea lo que sea.
—Era una asesina —dije—. Y aunque Malloy también lo era, estaba muy lejos de ser un completo canalla. Quizá el detective de Baltimore no era tan honesto como dice el informe. Quizá Velma vio una posibilidad…, no de escapar…, estaba cansada de esconderse para entonces…, pero sí de portarse bien con el único hombre que de verdad se había portado bien con ella.
Randall se me quedó mirando con la boca abierta y la incredulidad en la mirada.
—Caramba, no tenía por qué disparar contra un policía para hacer eso —dijo.
—No estoy diciendo que fuera una santa; ni siquiera medio buena. Ni hablar. No pensó en suicidarse hasta que se vio acorralada. Pero lo que hizo, y la manera en que lo hizo, impidió que volviera aquí para ser juzgada. Piense en ello un momento. ¿A quién le iba a hacer más daño ese proceso? ¿Quién sería el menos capaz de soportarlo? Y tanto si ganaba, como si perdía o hacía tablas, ¿quién iba a pagar el precio más alto por el espectáculo? Un anciano que no había amado con mucha prudencia, pero sí con todo su ser.
—Demasiado sentimental —dijo Randall con voz cortante.
—Claro. Eso era lo que estaba pareciendo mientras lo decía. Probablemente todo es una equivocación en cualquier caso. Hasta la vista. ¿Volvió aquí mi bicho de color rosa?
Randall no supo de qué demonios le estaba hablando.
Descendí en el ascensor hasta la altura de la calle y bajé por los escalones del ayuntamiento. Era un día fresco y la atmósfera tenía una gran transparencia. Se veía hasta muy lejos…, pero no tan lejos como había ido Velma.