17. Una lección de lectura
Desde luego, Justin no escapó aquel día, ni siquiera aquel año. Cuando Julie se puso un guante y fue a cogerle, él se sometió con bastante mansedumbre, y al poco tiempo estaba de vuelta en su jaula.
Sin embargo, había descubierto varias cosas. Había examinado, como Julie señaló, los conductos del aire acondicionado a través de los cuales fluía aire cálido en invierno y fresco en verano, y había estudiado las ventanas. Sobre todo había aprendido que, al menos de vez en cuando, podía saltar de la jaula y darse una vuelta sin peligro ni perjuicio alguno. Con el tiempo todo eso resultaría ser de gran importancia, ya que fue Justin, juntamente con Jenner, quien finalmente urdió el plan para escapar de allí. Yo también tomé parte de su elaboración. Pero eso sucedería más tarde.
No entraré en los pormenores del resto de nuestra instrucción excepto en los aspectos que resultaron más útiles. Pero, generalizando, diré que, durante los primeros meses que siguieron, sucedieron dos cosas.
La primera fue que aprendimos más de lo que ninguna otra rata lo había hecho hasta entonces y que nos estábamos convirtiendo en las más inteligentes de la historia.
La segunda cosa puede considerarse, en algunos aspectos, incluso más importante que la anterior, y, desde luego mucho más sorprendente. Recordará usted que el doctor Schultz había hablado de que la nueva tanda de inyecciones podría aumentar nuestras expectativas de vida al doble o quizá más. Sin embargo, ni siquiera él preveía lo que sucedió en realidad. Es posible que se debiera a la extraña combinación de los dos tipos de inyecciones..., no lo sé, ni él tampoco. Pero el resultado fue que, en la medida en que él podía verificarlo, el proceso de envejecimiento del grupo A se había detenido casi por completo.
Por darle un ejemplo: durante los años que pasamos en el laboratorio, la mayoría de las ratas del grupo de control se hicieron viejas, enfermaron y acabaron por morir. Otro tanto ocurrió con las del grupo B, porque, a pesar de recibir ellas también inyecciones, el preparado no era el mismo que el nuestro. Pero ni una sola de las veinte que formábamos el grupo A dio muestras de envejecimiento.
Según parecía, aunque apenas los veíamos, otro tanto le ocurría al grupo G de los ratones, que eran tratados con las mismas inyecciones.
Este hecho estimulaba mucho al doctor Schultz.
—El que vivieran tan poco ha sido siempre uno de los factores que más ha limitado su educación —les decía a George y a Julie—. Pero si es posible aumentar ese período de tiempo al doble y, al mismo tiempo, acelerar su proceso de aprendizaje, las posibilidades son enormes.
¡El doble! Si incluso ahora, años después, cuando ya ha pasado tanto tiempo desde las inyecciones, apenas hemos envejecido...
Por nosotras mismas no éramos capaces de discernir estas cosas. Es decir, no nos sentíamos diferentes en absoluto y, puesto que no teníamos contacto con los otros grupos, no podíamos establecer ninguna comparación: Nuestras suposiciones se basaban en lo que decía el doctor Schultz. Él y su equipo preparaban un informe sobre nosotras para publicarlo en alguna revista científica, de modo que, cada mañana, dictaban a un magnetófono los resultados de las pruebas del día anterior. Nosotras lo oíamos todo, aunque había un montón de palabras técnicas que no entendíamos, sobre todo al principio. Hasta que el artículo se publicara, el doctor les recordaba una y otra vez a Julie y a George que todo el experimento debía mantenerse en estricto secreto.
Un día comenzó una parte importante de nuestro adiestramiento, después de estar varias semanas trabajando con ahínco en el reconocimiento de formas, aquella prueba que le mencioné antes. Pero aquella era distinta. Por primera vez utilizaban sonidos asociándolos a formas y dibujos; éstos eran representaciones de cosas reales que podíamos conocer. Por ejemplo, uno de los primeros ejercicios y de los más sencillos consistía en la proyección de la diapositiva de una rata. Supongo que ellos contaban con que la reconoceríamos. La expusieron sobre una pantalla mediante una luz que colocaron tras ella. Cuando me llegó el turno, una vez hube mirado e identificado la reproducción, apareció abajo un signo —formado por una especie de medio círculo y dos líneas rectas— que no se parecía a nada de lo que había visto hasta entonces. Entonces una voz empezó a decir:
—Erre.
—Erre.
—Erre.
Era la voz de Julie, vocalizando cuidadosamente, pero con un timbre metálico porque estaba grabada. Después de repetir «erre» una docena de veces por lo menos, desapareció ese signo y su lugar lo ocupó otro, sin que cambiara la fotografía de la rata. Era un triángulo con patas, y a la vez volvió a oírse la voz de Julie diciendo:
—Aa.
—Aa.
—Aa.
Al terminar, un tercero apareció en la pantalla. Este tenía forma de cruz. La voz de Julie pronunció:
—Te.
—Te.
—Te.
Después de éste, volvió a aparecer el triángulo patudo y la voz de Julie repitió:
—Aa.
—Aa.
—Aa.
Por último, los cuatro signos se proyectaron juntos y la grabación pronunció:
—Erre.
—Aa.
—Te.
—Aa.
—Rata.
Ya habrá comprendido usted de qué se trataba: nos estaban enseñando a leer. Aquellos símbolos que aparecían bajo la fotografía eran las letras R-A-T-A. Pero esa idea tardó mucho tiempo en evidenciarse en mi mente. Como, también, en la del resto del grupo; dado que, por supuesto, no sabíamos lo que era leer.
Bien, aprendimos a reconocer los signos con bastante rapidez, y cuando veía la foto de la rata, sabía de inmediato qué símbolos iban a aparecer al pie. De la misma manera, cuando proyectaban la de una gata, sabía que vería los mismos signos excepto el primero, que sería un círculo con un palo largo, y que la voz de Julie repetiría: «Ge-ge-ge». Incluso llegué a aprender que cuando en la fotografía no había sólo una rata, sino varias, aparecía un quinto signo, en forma de serpiente, y que su sonido era «ese-ese-ese». Pero ninguno de nosotros tenía la menor idea del fin de todo aquello.
Fue Jenner el que, por fin, lo descubrió. Ya entonces habíamos desarrollado un sistema para comunicarnos. Algo muy rudimentario que consistía en pasarse mensajes orales de una jaula a otra, como se pasan las bolitas de papel en la escuela. Justin, que estaba en la jaula siguiente a la mía, me llamó un día.
—Mensaje para Nicodemus, de parte de Jenner. Dice que es importante.
—Muy bien —dije yo—. ¿Cuál es el mensaje?
—Mira los signos de la pared, junto a la puerta. Te ruego que los mires cuidadosamente.
Mi jaula, como la de Jenner y las de todos los integrantes del grupo A, estaba lo suficientemente cerca de la puerta como para ver lo que él me pedía: un gran cuadrado de cartón blanco clavado a la pared, un aviso. En él se alineaban una serie de marcas negras a las que nunca había prestado la menor atención, aunque estaban allí desde que llegamos.
En aquella ocasión, por primera vez, las miré con detenimiento y comprendí lo que Jenner había descubierto.
Las marcas negras de la línea superior de la pared me resultaron inmediatamente familiares: R-A-T-A-S; en cuanto las vi pensé en el dibujo que acompañaba a aquellas letras. En ese momento, lo que estaba haciendo, por primera vez, era leer. Porque, desde luego, en eso consiste: en usar símbolos para sugerir una imagen o una idea. De ahí en adelante fue haciéndose poco a poco más claro el motivo de aquellas lecciones y, desde que entendí la razón, se despertaron en mí las ansias de aprender. Apenas podía esperar a que llegase la siguiente lección y la siguiente. El concepto de lectura era en sí fascinador, al menos para mí. Recuerdo lo orgulloso que me sentí cuando, meses más tarde, fui capaz de leer y comprender todo el anuncio. Lo leí cien veces y nunca lo olvidaré:
RATAS
PROHIBIDO SACARLAS DEL LABORATORIO SIN
PERMISO ESCRITO
Y debajo, con letras más pequeñas, la palabra NIMH.
Pero entonces ocurrió algo desconcertante. Algo de lo que, aun ahora, no estamos muy seguros. Daba la sensación de que el doctor Schultz, que era quien dirigía las lecciones, no se daba cuenta cabal del éxito que estaban obteniendo. Él seguía el adiestramiento incluyendo palabras e imágenes nuevas cada día; pero resultó que, una vez entendida la idea y aprendidos los diferentes sonidos que representaban las letras, lo adelantamos. Me recuerdo a mí mismo mirando, durante una clase, la imagen de un árbol. Debajo aparecieron las letras: Á-R-B-O-L. Pero, en la fotografía, aunque el árbol estaba en primer plano, se veía al fondo un edificio y, junto a él, un letrero. Apenas me preocupé de la palabra Á-R-B-O-L, concentrándome, por el contrario, en leer el letrero. Decía:
NIMH
APARCAMIENTO PRIVADO.
SÓLO VEHÍCULOS AUTORIZADOS.
RESERVADO A MÉDICOS Y PERSONAL RESIDENTE.
PROHIBIDO A PERSONAS AJENAS AL SERVICIO.
El edificio que estaba detrás, alto y blanco, se parecía muchísimo a aquel en el que estábamos.
No me cabe ninguna duda de que el doctor Schultz tenía previsto probar nuestra capacidad como lectores. Llegué incluso a deducir el examen que nos iba a proponer del tipo de palabras que nos enseñaba; por ejemplo, nos había enseñado: «izquierda» y «derecha», «puerta», «comida», «abre», etcétera. No era difícil imaginar la prueba: cogería a uno y le pondría en una habitación; en otra dejarían comida. La primera tendría dos puertas. En un cartel escribiría: «Para la comida, abre la puerta de la derecha.» Si yo, si todos nosotros, nos dirigíamos infaliblemente hacia la puerta adecuada, se comprobaría que habíamos entendido el cartel.
Como he dicho, yo estaba seguro de que él planeaba algo así, pero, al parecer, debió de pensar que no estábamos preparados del todo. Creo que quizá temiera intentarlo; ya que si se precipitaba o si, por cualquier otra razón, el resultado no era satisfactorio, todo su experimento resultaría un fracaso. Quería estar completamente seguro, y aquella indecisión suya fue su perdición.
Justin me anunció una tarde desde su esquina:
—Voy a salir de la jaula esta noche y voy a pasearme un rato por ahí.
—¿Cómo vas a hacerlo si está cerrada?
—Sí, pero ¿has visto que a lo largo del marco hay una cinta con letras?
No había reparado en ella. Quizá sea oportuno explicar que cuando el doctor Schultz o alguno de sus ayudantes abría nuestras jaulas no podíamos ver demasiado bien lo que hacían: movían algo con la mano por debajo del suelo de plástico, pero no sabíamos qué era.
—¿Y qué pone?
—He intentado leerlo las tres últimas veces que me han traído del entrenamiento. Es una letra muy pequeña. Pero creo que por fin lo he conseguido. Dice: «para abrir la puerta, tire de la palanca y córrala hacia la derecha».
—¿Palanca?
—En el suelo, un poquito más abajo, hay una cosa metálica delante mismo de la estantería. Eso debe de ser la palanca, y me parece que puedo alcanzarla a través de los barrotes. Por lo menos lo voy a intentar.
—¿Ahora?
—Hasta que cierren, no.
El «cierre» era un rito que el doctor Schultz, George y Julie repetían cada noche. Durante alrededor de una hora, los tres, sentados en sus mesas de trabajo, escribían notas y clasificaban papeles en los archivadores. Por último, los cerraban con llave. Después repasaban las jaulas una por una, bajaban la intensidad de las luces, aseguraban las puertas y se iban a sus casas, dejándonos encerrados en el laboratorio, que quedaba en silencio.
Aquella noche, media hora después de que salieran, Justin me dijo:
—Lo voy a intentar ahora.
Oí su esfuerzo y el sonido seco de algo metálico que después chirriaba al correrse: en cuestión de segundos vi cómo su puerta se abría como impulsada por un resorte.
—¡Espera! —le dije.
—¿Qué pasa?
—Si saltas, no podrás volver a trepar y ellos te descubrirán.
—Ya lo había pensado. No voy asaltar, sino que voy a trepar por la jaula. Dentro, lo he hecho mil veces. Encima de estas jaulas hay otra balda que está vacía. Voy a recorrerla para ver qué encuentro. Creo que es posible bajar al suelo y volver a trepar.
—¿Por qué no voy contigo?
Mi puerta se abriría con el mismo sistema.
—Lo mejor es que no vengas esta vez, ¿no te parece? Si algo va mal y no puedo volver atrás, ellos dirán: no es más que A-9 otra vez. Pero si nos encuentran fuera a los dos, se lo tomarán más en serio. Y a lo mejor ponen cierres nuevos en las jaulas.
Tenía razón, y, como puede usted ver, a ambos nos rondaba la misma idea: aquello podía significar el primer paso hacia la libertad para todos nosotros.