13. Polvos para Dragón

Aquella nueva rata se llamaba Arthur. Era robusta, cuadrada y musculosa, de ojos duros y brillantes, con aspecto eficiente.

—Podríamos decir que es nuestro ingeniero jefe —explicó Nicodemus a la señora Frisby—, como a Justin le podríamos llamar capitán de la guardia... si hiciéramos tales distinciones, pero no nos preocupan. El señor Cronos creyó acertado que Arthur nos acompañara, aunque no nos explicó el motivo. De modo que todavía desconocemos cuál es el problema de usted.

Isabella había salido. Se le habían vuelto a caer los papeles al entrar los recién llegados y Justin, contribuyendo a intensificar su confusión y con visible deleite para ella, la había ayudado a recogerlos.

—Hola Izzy... —le había dicho—. ¿Qué tal va esa lectura?

—Muy bien —contestó ella—. Terminé la tercera cartilla la semana pasada y ahora voy por la cuarta.

—¡La cuarta cartilla, ya! Hay que ver lo que has crecido...

Al oír eso estuvo a punto de dejar caer los papeles por tercera vez y se precipitó hacia la puerta. La señora Frisby observó que no le importaba que Justin la llamara Izzy... con tal de que le hablara.

Nicodemus cerró la puerta tras ella y se sentó en un banco frente a la señora Frisby; también los otros tomaron asiento y el señor Cronos extendió su pata herida bajo la mesa. Nicodemus sacó del zurrón sus gafas de cerca, las desplegó y, con ellas puestas, estudió gravemente la cara de la señora Frisby.

—Usted sabrá disculpar las gafas y mi mirada escrutadora—dijo—. Cuando perdí el ojo izquierdo, también el derecho quedó resentido; apenas puedo ver de cerca sin gafas... La verdad es que con ellas tampoco veo mucho.

Por fin, se las quitó y las dejó encima de la mesa.

—Y ahora —añadió—, díganos en qué podemos ayudarla.

La señora Frisby volvió a narrar la sucesión de acontecimientos que la habían conducido hasta allí y, por último, repitió las palabras que el búho le había aconsejado decir: «Trasladen la casa a sotavento de la piedra.» Dicho esto, añadió:

—No comprendo bien lo que quiso decir. Jeremy, el cuervo, dice que significa el sitio donde no hay viento. Pero ¿de qué serviría?

—Creo adivinar a lo que se refiere —dijo Nicodemus—. En un sentido general, «a sotavento» quiere decir «a socaire», resguardado. Un ave, al volar sobre la finca del señor Fitzgibbon, puede darse cuenta de cosas que nos pasan desapercibidas a los demás.

Acercó la bolsa y sacó de ella una hoja de papel y un lápiz; volvió a abrir las gafas y a calárselas. Mientras hablaba, iba trazando un dibujo sobre el papel.

—Cuando un agricultor labra un campo en el que hay una piedra, la rodea..., apura los surcos a cada lado de la piedra, pero deja intacto un triángulo tanto en la parte anterior como en la posterior. La casa de la señora Frisby está a un lado de la roca y por ella pasará el arado..., probablemente haciéndola añicos, como pronostica el búho; pero si conseguimos moverla un poco y enterrarla detrás de la roca, «a sotavento», entonces ella y sus hijos podrán seguir viviendo allí todo el tiempo que necesiten. Desde el aire, a vista de pájaro, éste es el aspecto que tiene la huerta.

Repasó el dibujo con las gafas puestas y, a continuación, lo dejó sobre la mesa.

La señora Frisby se encaramó al banco y lo miró. Era un plano aproximado de la huerta: había dibujado la gran piedra casi en el centro y los surcos que iba a hacer el arado se arqueaban a su alrededor, como las ondas a los lados de un barco.

—Muéstreme dónde está enterrada su casa —pidió Nicodemus.

La señora Frisby señaló un punto en el dibujo.

—Yo sé donde está ese bloque de hormigón —intervino la rata Arthur—. La verdad es que había pensado traerlo aquí, pero me pareció que el trayecto era excesivo. Lo llevaban atado a la grada para darle peso y se les cayó cuando estaban terminando de alisar la huerta.

—¿Es posible transportarlo —preguntó Nicodemus, señalando en el mapa— a este preciso punto y volver a enterrarlo aquí?

—Sí —respondió Arthur—. No será difícil.

La señora Frisby estaba encantada; mirándolo en el plano se veía con toda claridad y se dio cuenta de que la idea era de una sencillez maravillosa. Cuando el señor Fitzgibbon arase, pasaría al lado de su casa sin tocarla; no tendrían que mudarse hasta que Timothy estuviese repuesto y la temperatura fuese templada de verdad. Volvió a evocar el dicho de su marido: «Qué fácil es abrir una puerta cuando se consigue la llave.» Ella había encontrado esa llave. O, mejor dicho, el búho.

Nicodemus preguntó a Arthur:

—¿Cuánto tiempo llevará?

—Depende. Con una partida de diez, un par de horas. Con veinte, quizás una.

—Podemos emplear veinte. Pero creo que sigue siendo mucho tiempo.

Parecía preocupado, y Arthur también.

—Sí —dijo éste—. Tendremos que hacerlo de noche, pero, aun así..., no hay refugio alguno. Está completamente al descubierto.

—Tendremos que ocuparnos de Dragón —apuntó Justin.

—Sí—dijo el señor Cronos—, y yo, con esta pata, no lo podré hacer. No sería capaz de llegar a la escudilla y, mucho menos, de regresar.

La señora Frisby, al ver el desconcierto pintado en sus caras, sintió que su alegría se desvanecía. Resultaba obvio que algo iba mal.

—No comprendo —dijo ella—. Conozco a Dragón, por supuesto, pero...

—De noche—dijo Justin—, Dragón ronda en la finca como un tigre. Y no hay forma de verlo hasta que lo tienes encima.

—Entonces, en resumidas cuentas, no pueden desplazar mi casa.

—Bueno —dijo Justin—, normalmente... —Se volvió a Nicodemus y le preguntó—: ¿Puedo contárselo?

—Sí—contestó éste.

—Normalmente —prosiguió Justin—, cuando tenemos que realizar un proyecto largo durante la noche, incluso a veces de día, antes nos aseguramos de que Dragón no nos molestará. Mezclamos polvos de dormir con su comida. El señor Cronos se encarga de hacerlo. Al gato no le hace ningún mal, pero permanece en estado letárgico durante las siguientes ocho horas, más o menos. Colocamos un centinela para vigilarlo y podemos trabajar libremente.

—¡Ayer lo hicieron! —gritó la señora Frisby al recordar las siluetas que acarreaban el cable por la hierba y lo extraño que le había resultado el desinterés con que Dragón la había mirado—. Yo vi al gato durmiendo en el patio.

—Sí —dijo Justin—, pero hoy el señor Cronos tiene una pata rota.

—Entonces, ¿no puede hacer los polvos?

—No es eso —respondió el aludido—. Los tengo preparados en gran cantidad.

—El problema es —continuó Justin— que él se encarga de echarlos en la escudilla de Dragón, dentro de la cocina de la casa. Pero con la pierna rota no puede desplazarse con la suficiente rapidez.

—Pero ¿por qué tiene que ser el señor Cronos? —dijo la señora Frisby—. ¿No hay nadie más que pueda hacerlo?

—Con gusto lo haría yo mismo —respondió Justin—, pero soy demasiado grande.

—Mire usted —explicó Nicodemus—, la señora Fitzgibbon da de comer al gato por la mañana y por la noche, y la escudilla está siempre en el mismo sitio: junto a un aparador, en un rincón de la cocina. Entre el mueble y el suelo de la cocina queda una ranura; hace años, cuando se nos ocurrió la idea de drogar a Dragón, abrimos un agujero precisamente debajo del aparador, ya que si hubiéramos elegido cualquier otro lugar, se habría visto. Para llegar hasta el comedero del gato, el señor Cronos se arrastra bajo el armario. Al llegar al borde, de una carrera llega hasta la escudilla, echa los polvos y vuelve corriendo a ocultarse. Pero con la pierna rota no puede hacerlo.

—Podríamos intentar echarle un cebo fuera de la casa —propuso Justin—. Una vez nos dio resultado.

—Una después de haberlo intentado una docena —sentenció Nicodemus—. No nos podemos fiar, ni disponemos de excesivo tiempo. Para hacerlo con un margen de seguridad, deberíamos trasladar el bloque esta noche.

—Si tuviésemos comida para gatos... —dijo Justin pensando en voz alta—. Eso sí que se lo comería, incluso en el porche, porque sabe que es de la suya. Quizás esta noche pudiéramos subir al ático y descender a la cocina...

—De nada serviría —replicó el señor Cronos—. La guardan en un armario metálico que está en lo alto de la pared. No se puede llegar a ella sin un destornillador. Y haríamos mucho ruido.

—Además —concluyó Nicodemus—, eso supondría posponer el traslado hasta mañana por la noche.

—Entonces —dijo Justin— supongo que no queda otra solución que apostar exploradores por todas partes, que sigan la pista de Dragón y esperar que todo salga bien. Algunas noches no va para nada a la huerta. A lo mejor tenemos suerte.

—O no —replicó Arthur—. No me gusta esto. No podemos extraer ese bloque sin hacer algo de ruido, ¿saben?

La señora Frisby les interrumpió calmadamente:

—Hay otra posibilidad —dijo—. Si el señor Cronos puede entrar en la cocina, también puedo yo. Si me dan los polvos y me dicen cómo llegar, intentaré echarlos yo misma en la comida de Dragón.

—Eso no es trabajo para una mujer.

—Olvida usted —replicó la señora Frisby— que soy la madre de Timothy. Si usted, Arthur, y el resto de su grupo pueden arriesgar sus vidas por él, yo con más razón. Piense que no quiero que Dragón hiera o incluso mate a ninguno de ustedes. Pero aún hay algo más: no quiero que el intento fracase. Quizá lo peor que pueda pasar, si no hay suerte, es que tengan que dispersarse y huir y dejar mi casa donde está, pero entonces, ¿qué sería de nosotros? Por lo menos Timothy moriría. Así que, si no hay nadie más que pueda poner el somnífero al gato, debo hacerlo yo.

Nicodemus reflexionó y después dijo:

—Tiene razón, desde luego. Si ella está decidida a correr ese riesgo, no podemos negarle su derecho.

Después, dirigiéndose a la señora Frisby, añadió:

—Pero debe saber que el peligro es grande. Ayer, en esa misma cocina, el señor Cronos se rompió la pierna cuando corría hacia el aparador. Y haciendo eso mismo hace un año, fue como murió su esposo.