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Alicia
Alicia estaba orgullosísima de su página web.
www.Alicia-music.com
Había añadido algunas imágenes a la cabecera, unos cuantos dibujos abstractos que encontró en internet, e incluso se había atrevido con una fotografía de sí misma, después de haberla retocado con Photoshop hasta convertir su rostro en un relámpago fantasmagórico. Le encantaba cómo quedaba.
Había subido una selección de diez de sus mejores canciones y también las letras. Además había inaugurado el blog con un texto que se le había ocurrido aquella misma tarde:
Encerrados en esta prisión que hemos acordado llamar «libertad», nos acostumbramos cada día a cambiar las palabras porque la realidad no cambia. De esa manera, como no tenemos amigos, llamamos amigo al que apenas conoce nuestro nombre; como no sabemos lo que es vivir, a un horario le llamamos vida. Aunque es cierto que hasta los más engañados dejan caer a veces una lágrima que no comprenden, una lágrima por la libertad verdadera, la amistad verdadera, la vida verdadera.
Le encantaba. Decidió que escribiría todos los días sus pensamientos en el blog. Todavía no había recibido ningún comentario.
Le dio al botón de refresco de la pantalla del navegador. El contador de visitas indicaba 17. No era mucho, pero era algo. Pensó que diecisiete personas estaban escuchando sus canciones en aquel momento. Era emocionante.
La idea de que alguien estuviese escuchando sus canciones hacía que el corazón se le acelerase en el pecho.
Le dio al botón de refresco de la pantalla del navegador. El contador de visitas subió a 49. ¡Genial!
Pensó en Carla. Jo. Se había dejado llevar por un impulso como una idiota. Mira que darle un beso. Carla tampoco la había rechazado demasiado. El mero recuerdo del contacto de su boca hacía que algo ardiese en su interior. Cuando besó a Erica había sido como un juego de muñecas, como jugar consigo misma. Con Carla… Jo, se le erizó el vello de la nuca.
Le dio al botón de refresco de la pantalla del navegador. El contador de visitas subió a 127. Madre mía, aquello estaba funcionando.
Tenía que enseñarle su página web a Max. ¿Por qué no había ido a verla todavía? Ni siquiera la había llamado y tampoco respondía a sus llamadas.
¿Y si resultaba que había recuperado la memoria? A lo mejor se había ido corriendo a recuperar su antigua vida. No podía irse de Almería sin despedirse de ella. O a lo mejor sí. Si volvía a recordar sus pensamientos, estarían ocupados con cosas más importantes que Alicia, la triste cajera del supermercado que conoció en Almería. Max estaría loco de contento, yendo a encontrarse con su esposa y sus hijos. La idea de no volver a ver a Max la puso muy triste.
Max quería recuperar la memoria con todas sus fuerzas, pero si eso ocurría, el hombre que ella había conocido desaparecería para siempre.
¡Qué injusta era la vida! ¿Por qué cuando alguien ganaba algo otro tenía que perder?
Max había sido su único amigo en los últimos meses. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar que a lo mejor no volvía a verlo.
Le dio al botón de refresco de la pantalla del navegador. ¡El contador de visitas subió a 342! ¡Jo, las visitas no paraban de subir! Era muy emocionante pensar que todas aquellas personas estaban escuchando sus canciones en aquel mismo momento. ¡342! ¡Lo que había hecho Carla estaba funcionando! Tenía ganas de abrazar a alguien, pero Max no respondía a sus llamadas y David seguía en el hospital. Pensar en su hermano la puso un poco triste.
Bajó a la cocina para beber un vaso de agua. Su madre estaba hablando por teléfono en el salón. Cuando Alicia salió de la cocina se dio cuenta de que su madre tenía el rostro desencajado.
—¿Pasa algo, mamá?
—Han llamado del hospital. David ya está recuperado. Le van a dar el alta.
Alicia estalló de alegría.
—¿Vamos a por él?
Su madre rompió a llorar. Se dejó caer en el sofá del comedor con la cara entre las manos.
—Mamá, ¿qué te pasa? ¿Es que no estás contenta?
—¿Por qué te empeñas en destruirme la vida, Alicia? —sollozó.
—¿Por qué dices eso? Si yo solo quería ayudar, mamá, tienes que creerme. Cuando David esté aquí voy a hacer todo lo que me digas, de verdad. Estudiaré si eso te hace feliz.
Alicia se arrodilló en el suelo, junto a su madre. Le cogió las manos.
—No puedo sola —dijo su madre. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Tenía el rímel corrido en un borrón negro alrededor de los ojos—. Dios sabe que he hecho lo que he podido, ya no puedo más. Vamos a cambiar de vida, Alicia. No puedo seguir así.
—¿Pero de qué hablas?
—Mario me ha pedido que vaya a vivir con él. Y voy a aceptar.
—¿Qué? ¿Estás loca? —Alicia se apartó de ella bruscamente.
Su madre la miró con ojos acuosos.
—Mario tiene dinero. Él se va a hacer cargo de un centro de internamiento especial para David. Allí estará bien atendido, podrán cuidarlo. No le faltará de nada. Y tú irás a un internado. Será lo mejor. Tendrás una educación más estricta, que es lo que te hace falta.
Alicia no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Alejarla de David? ¿Recluirla en un internado?
—¡Eres una hija de puta! —estalló—. ¡No puedes hacerme eso!
—¡No me hables así! Soy tu madre y mientras seas menor de edad puedo hacer lo que crea más conveniente. Mira, Alicia, es lo mejor para todos. He sido una mala madre, te he educado mal. En ese lugar te corregirán, te llevarán por el buen camino.
«En ese lugar». Las palabras resonaron en la mente de Alicia. Aquello no se le acababa de ocurrir. Se notaba que su madre y el maldito Mario lo habían hablado bastante. Su madre ya lo había planeado todo, ya sabía dónde pensaba encerrarla como a una criminal. Y mientras ella se pudría encerrada, su madre disfrutaría de la vida con el desgraciado de Mario, el amigo del secuestrador de Erica.
No iba a permitirlo.
—Supongo que ya sabes de dónde saca su dinero tu querido Mario, ¿verdad? —dijo Alicia.
Su madre se limitó a mirarla.
Alicia se inclinó hacia delante, marcando con fuerza las palabras que disparaba directas.
—Ese tío trafica con mujeres —dijo—. Prostitución. Burdeles. Puticlubs. Es un maldito criminal.
—¿De dónde has sacado esa idea? Estoy ya tan cansada de tus mentiras, Alicia… Por el amor de Dios, ¿qué he hecho para merecerme una hija así?
—¿Qué, no me crees? Pregúntale entonces por su amiguito el ruso, el que secuestró a Erica. Parecían muy unidos cuando los vi juntos.
—No me creo nada de lo que dices, Alicia. Eres una mentirosa.
—Muy bien. Ya te lo creerás cuando lo veas en la cárcel. Voy a denunciarlo a la policía. Seguro que ellos me escucharán.
Alicia lanzó una mirada desafiante a su madre. No iba a entrar en un internado. No iba a dejar a David en una de esas instituciones donde Dios sabe cómo lo tratarían. Denunciaría a Mario. La policía lo encerraría. Fin de la historia. Jo, no odiaba ni nada a aquel tío…
Su madre no decía nada. Se quedó sentada en el sillón con la mirada perdida en la alfombra.
—Oye, ¿por qué no vamos a buscar ya a David? —preguntó Alicia.
—Eres tonta. ¿Es que no ves lo que te estoy diciendo? Los médicos que atendieron a David han puesto una denuncia contra mí por malos tratos. Dicen que este hogar no es adecuado para criarlo. Dicen que he puesto en peligro su vida. Y tienen razón.
—Pero ¿qué quiere decir eso?
—Que los servicios sociales se van a hacer cargo de tu hermano hasta que un juez revise nuestra situación. Que pueden retirarme la custodia. Si el juez lo decide, puede que nunca más vuelva a ver a mi hijo.