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Alicia

Querido hermano:

Soy tu hermana Alicia y mientras escribo en este bloc de rayas estoy sentada a tu lado. Debo ponerte un poco más en situación.

Te he hecho mucho daño, hermano. Y lo siento mucho más de lo que puedo expresar con palabras.

No te imaginas lo duro que es para mí seguir escribiendo. Me tiembla el pulso solo de verte inconsciente a mi lado en esa camilla.

Estás en el hospital por mi culpa.

Estás muy mal y yo no dejo de llorar.

Llevo semanas intentando ayudarte, David, intentando ayudarte con todas mis fuerzas. Y he cometido muchos errores, pero te aseguro que solo quería lo mejor para ti, hermanito.

Te he prometido muchas veces que te sacaría de donde estás, encerrado dentro de tu cuerpecito…, he fracasado.

La razón por la que estás así ahora son los medicamentos que yo te he dado sin que ningún doctor te los recetara. No sabía qué hacer para ayudarte, querido hermano. Parecía que no le importabas a nadie, ni siquiera a mamá.

Esos malditos medicamentos te han puesto muy enfermo.

Soy una idiota. Una completa idiota de mierda. Una maldita gilipollas que entiende, por fin, el desprecio que los demás sienten por ella.

Una idiota que pensaba que podía, ella sola, hacer por ti lo que no hacía nadie.

Ahora mismo no encuentro salida por ningún lado, no sé cómo ayudarte, no sé qué hacer, no encuentro palabras para expresar lo culpable que me siento. Si tan solo pudiera morir en este momento…

Eso es. Desearía que mi corazón dejara de latir, sin más. Dormirme y no despertar nunca más.

Pero tengo que ser fuerte porque nadie más lo es.

Me muero de la vergüenza y no hago más que escribir tonterías, supongo que lo único que quiero expresar con todo esto es lo siguiente: si sales de esta, querido hermano, y llega un día en el que mejoras hasta el punto de poder leer estas páginas y entenderlo, sabiendo que te hice lo que te hice, te quiero pedir algo muy sencillo. Algo que TIENES que hacer.

NO me perdones, hermano.

Ni se te ocurra perdonarme.

No necesito tu desprecio ni tus insultos, aunque los prefiero a tu perdón.

Tu perdón me dolerá más que todos los insultos del mundo, que todos los desprecios.

No me perdones.

No me perdones jamás.

Tu hermana Alicia.

* * *

Lo único que Alicia quería en aquel momento era desaparecer. No quería estar, no quería ser, no quería existir.

Era como si el universo entero se hubiese vuelto en su contra. El mundo odiaba a Alicia Roca y lo estaba demostrando. A lo mejor es que se lo merecía. Por haber odiado a su madre, por haber odiado a Erica, por lo que le hizo a su compañero de clase Borja Granero, por todos los pensamientos de odio que había albergado en su vida. Como en aquella serie de televisión en la que el karma le devolvía al protagonista un castigo por cada cosa mala que había hecho en su vida.

Pero no era justo. Lo que quería era ayudar. Lo había intentado con todas sus fuerzas. Ayudar al bobo de Nelson. Ayudar a su madre, ayudar a David.

No podía llorar porque no era tristeza lo que atesoraba en su interior, sino rabia. Una rabia que no iba dirigida contra nadie en particular, y eso le producía más rabia todavía.

—¿Será verdad eso de que el karma nos castiga por nuestros errores del pasado? —preguntó Alicia a su amigo Max.

Alicia estaba en su casa fumando un cigarrillo tras otro en el salón después del día más horrible de toda su vida. La acompañaba su amigo Max, que la había llevado a casa después del turno en el supermercado.

Max era el único que parecía dispuesto a escucharla, su único amigo. Entre los dos se habían fumado ya como un millón de cigarrillos. Los ceniceros rebosaban de colillas. Jo, estaba supernerviosa.

Por lo menos Max no perdía nunca la paciencia, ni se enfadaba por nada de lo que ella dijese. Max siempre ponía mucha atención a todo lo que ella decía, y, sobre todo, Alicia tenía la impresión de que Max realmente intentaba comprenderla.

No era ningún tonto como todos se creían. Que tuviese amnesia no lo convertía en un idiota. Max era la persona más inteligente que había conocido. Más inteligente que sus profesores, mucho más inteligente que todos sus compañeros de trabajo que se creían tan por encima de él.

Alicia podía hablar con Max de cualquier tema, por raro que fuese, que Max siempre cogía las ideas al vuelo. Como cuando Alicia se quedó mirando en el supermercado una cajetilla de tabaco y se le ocurrió decir que la advertencia que dice «FUMAR MATA» en realidad te da más ganas de fumar y que por eso las compañías acceden a ponerlo. Su compañera de la caja de al lado, Emilia, le dijo que estaba loca por pensar eso, que la advertencia servía para que mucha gente dejase de fumar. Emilia la tenía por una especie de chiflada porque nunca entendía lo que ella decía.

«Esas advertencias consiguen que la gente no fume, el Gobierno hace bien en ponerlas», sentenció la idiota de Emilia. Lo peor es que lo dijo como si Alicia fuese tonta de remate.

Pero Alicia se dio cuenta de que era todo lo contrario porque cuando ella miraba esos mensajes le entraban ganas de fumar. Porque la idea de «fumar mata» te obliga a asociar la muerte con aspirar humo, y el imaginarte aspirar humo te produce unas ganas horribles de fumar. Cuanto más descriptivo era el mensaje, o incluso si había fotos de pulmones destrozados, más fuerte era la asociación con el humo y más ganas te daban de fumar. Intentó explicarle eso mismo a Emilia. No hubo forma. Al final Emilia se cansó y zanjó la conversación diciéndole que tenía unos pensamientos muy raros.

En cambio, cuando le comentó exactamente lo mismo a Max, su amigo no le dijo que estaba loca o que era «una tía muy rara». Max meditó unos segundos, asintió y le dijo que tenía razón y que era muy observadora. Y se notaba que lo decía de verdad, no por quitársela de encima.

¿Y de qué le servía darse cuenta de las cosas?, se preguntó Alicia. Comprender, por ejemplo, que los malditos supermercados utilizaban la música lenta cuando había pocos clientes para ralentizar su compra, y música rápida cuando el supermercado estaba lleno, para que se diesen más prisa. No parecía que darse cuenta de ese tipo de cosas fuese a ayudarla a mejorar su vida de algún modo.

«Si yo fuese gerente de este centro comercial, siempre sonaría David Bowie», le dijo a Emilia.

De acuerdo, ese era el tipo de ideas que no la llevaban a ningún sitio. A lo mejor su problema era que soñaba con un mundo imposible. Siempre veía un modo de cambiar las cosas para que fuesen mejores, más agradables, más interesantes. Pero la gente no quería cambiar. Sencillamente se conformaban con la mediocridad. Eso era algo que sí que no podía entender.

—No culpes a la gente. La gente tiene miedo a lo desconocido —le había dicho Max—. Todos tenemos una zona de confort y cuando nos instalamos en ella nos da miedo o sencillamente pereza salir a buscar algo diferente, aunque ese algo pueda ser mejor que lo que tenemos.

¡Y lo tenían por un retrasado! Max siempre se esforzaba en comprender el punto de vista de los demás, y en eso era mucho mejor que ella. Alicia casi nunca entendía por qué los demás se comportaban como lo hacían.

Max era un amigo de verdad. La había acompañado a casa al salir del trabajo y no había dudado en quedarse un rato cuando ella se lo pidió. Lo único que hacían era mirar las imágenes de la televisión sin volumen, sentados en el sofá del salón fumando sin parar.

Aunque estaba hecha polvo, Alicia había acudido al trabajo. No quería perderlo, necesitaba el dinero para cuando David se pusiera bien. Le compraría una silla de ruedas nueva y se gastaría todas las semanas veinte euros en taxi para llevarlo a nadar a la piscina cubierta. David se pondría bien y eso era lo único que importaba.

Lo que tenía claro era que cuando David volviese a casa se esforzaría por ser mejor persona. Se llevaría bien con su madre, no volvería a gritar, pasara lo que pasase. Se llevaría bien con sus profesores, con sus compañeros de clase, con Emilia y hasta con el mismísimo gerente. Todo eso iba a hacer cuando David volviese del hospital sano y salvo. Era una especie de promesa.

—¿El karma? —preguntó Max—. ¿A qué te refieres?

—Si, el karma. Para los budistas es lo mismo que el alma para los católicos. Más o menos.

Max asintió despacio, con los ojos ligeramente entornados. Hablar del karma era de esas cosas que Max se tomaba en serio y que, en cambio, haría que cualquier otro la tomase por loca.

—La verdad es que no tengo ni idea de lo que es el karma —dijo Max con el ceño fruncido.

—Para los budistas el karma es una especie de energía que se va formando a partir de los actos de una persona —explicó Alicia—. Una energía que se almacena en algún sitio y que luego afecta a tu vida. Lo que dicen es que lo que te pasa en el presente es consecuencia de tu karma anterior. Si fuiste malo, el karma te lo devuelve haciendo que lo pases mal. Si fuiste bueno, el karma te recompensa con cosas buenas en tu vida actual.

Max abrió los ojos de par en par.

—Si eso fuese verdad, entonces, ¿qué es mi vida actual? —preguntó— ¿Un castigo o una recompensa?

—Pues eso depende de cómo fuera tu vida antes —reflexionó Alicia—. Si lo pasabas peor que ahora, entonces tu vida actual puede verse como una recompensa. Sin embargo, si tu vida antes era mejor, no sé, si tenías mucho dinero o algo así, una familia y todo eso, si estabas satisfecho, pues entonces esto solo puede verse como un castigo.

Alicia se sorprendió a sí misma de aquella idea que acababa de tener. La misma situación podía considerarse buena o mala dependiendo de con qué se la comparase.

—Tengo la impresión de que esto es un castigo —dijo Max—. Así que en mi vida anterior no debí portarme demasiado bien. —Sonrió como si bromease. Sus ojos seguían entornados.

—Sea como sea, el karma es una mierda —dijo Alicia—. Yo solo quería ayudar y mira cómo me lo ha pagado. Mi vida es un asco se mire como se mire.

—Bueno, hay otro modo de verlo —dijo Max, que mantenía el ceño fruncido—. Puede que tu vida actual sea la mejor de las posibles. Quizá las cosas podrían ser mucho peor. Tal vez tu karma ha hecho todo lo que ha podido por ayudarte.

—Pues si esto es todo lo que ha podido hacer, tendría que esforzarse un poco más —se quejó Alicia con la mirada fija en sus zapatos.

En ese momento sonó el timbre de la puerta.

—Jo, ¿quién será a estas horas? Espero que a mi madre no le hayan cambiado el turno.

Su madre se había ido a trabajar directamente desde el hospital, tenía turno de noche y no volvería hasta bien entrada la madrugada. Alicia temía el momento en que su madre llegase a casa. Si su madre se ponía a hacerle reproches por lo que había pasado con David, no sabía cómo iban a acabar.

Pero cuando Alicia abrió la puerta se encontró con la misma mujer que había intentado hablar con ella en el supermercado.

—¿Quién eres? ¿Y qué quieres? —preguntó Alicia—. Ya te dije que sea lo que sea no me interesa.

Alicia se fijó en que llevaba un maletín de ordenador al hombro, mas no parecía que vendiese nada. Calculó que debía tener unos treinta años. Era guapa. Tenía unos ojos grandes y bonitos, y la piel de su rostro tenía una apariencia tersa, aterciopelada.

—Me llamo Carla —se presentó la mujer. Se mordió el labio inferior como dudando—. Necesito hablar contigo acerca de tu padre.

Jo. Aquello era lo último que Alicia hubiese esperado oír.