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Alicia

Era todo muy confuso.

Alicia había notado algo extraño desde que llegó a la escuela por la mañana temprano, pero no supo lo que era exactamente hasta pasado el mediodía.

Los carteles con la cara de Erica habían desaparecido.

Lo primero que sintió fue una frustración enorme. Supuso que la desaparición de los carteles significaba que Erica había vuelto. Seguramente se había cansado de su aventura de sexo y drogas y había regresado a casa con sus papaítos. Y eso significaba que estaría de nuevo en el instituto y que volverían a verse las caras.

Ya se la estaba imaginando haciéndose la niña buena, pidiendo perdón por su falta de madurez y, al mismo tiempo, presumiendo por lo bajini de su aventura con la legión de seguidores que atraía.

Dios mío, iba a ser el centro del universo.

Pero había algo que no encajaba con su idea de una Erica reaparecida sana y salva, y ese algo eran las caras de los profesores.

El ambiente estaba cargado; los profesores, increíblemente serios, daban sus lecciones y se sentaban cabizbajos. Algo había pasado. Algo terrible.

Durante la última hora el profesor de inglés, el señor T., entregó a cada estudiante una carta dirigida a sus padres. La carta estaba sellada y el profesor insistió en que no tenían que abrirla.

Cuando el señor T. hubo terminado de explicar la gramática del día y sus estudiantes se afanaban en los ejercicios de inglés, Alicia pidió permiso para levantarse y acercarse a preguntarle algo.

El profesor se encontraba de espaldas garabateando instrucciones en la pizarra.

—Señor T., ¿qué ha pasado con Erica? —preguntó Alicia en un susurro.

—No puedo darte este tipo de información —respondió tajante.

—¿Es que se piensa que todos los estudiantes del instituto van a llevar esas cartas a casa sin abrirlas? Con que uno solo abra la suya nos enteraremos todos.

—Nadie hará tal cosa, Alicia. Necesitamos la firma de los padres de todos atestiguando la confidencialidad de la carta.

—Señor T., acabo de coger un sobre extra de su mesa y no se ha dado ni cuenta.

El profesor se giró para mirar al resto de los estudiantes, sentados en sus pupitres. Más de la mitad los estaban mirando fijamente.

—Alicia, ¿cómo te atreves? —dijo sin alzar la voz—. No te das cuenta de las consecuencias que una simple conversación contigo podría tener sobre mi vida y la de mi familia. He solicitado que te pusieran en otra clase, no sé por qué no te han cambiado el horario todavía.

Alicia lo taladró con la mirada. Hacía muchos días que no se hablaba del supuesto romance entre ambos y los comentarios en MyLife habían cesado, casualidades de la vida, en cuanto Erica había desaparecido. El señor T. tenía que haberse dado cuenta de eso.

Alicia, con los brazos en jarras, dejó claro que no se movería de allí hasta que no le dijese algo. Ya estaba harta de que todos la tratasen como a una niña.

—Esta bien, joder —claudicó por fin el profesor—. Te contaré lo que sé en los pasillos, cuando termine la clase; intentemos que parezca que estamos hablando de cualquier tema académico y mantente a un metro de distancia en todo momento, ¿de acuerdo? —Estiró el brazo como queriendo alejarla de sí.

Veinte minutos después, Alicia caminaba por los pasillos del instituto a un metro de distancia del profesor.

—Parece ser que Erica ha sido captada. Un asunto terrible —dijo el señor T. como hablando al espacio vacío frente a él.

—¿Captada?

—Sí, podría estar en cualquier parte del mundo, captada por una red mafiosa. Obligada a prostituirse…

—¡Joder!, ¿cómo se sabe?

El señor T. miraba a un lado y a otro, nervioso; se notaba que lo estaba pasando mal.

—La información que nos han dado es que la policía detuvo a un joven hace una semana, un chico extranjero, que siempre estuvo en el punto de mira de la policía porque lo vieron merodeando por el instituto el día que desapareció Erica. Parece ser que acabó confesando que había engañado a Erica y la había puesto en manos de una red de prostitución. El joven iba a dar detalles sobre el secuestro y la trama, por eso estaba todo bajo secreto. Pero lo encontraron muerto ayer en su celda. Se suicidó.

Alicia no tenía palabras, no se podía creer que algo así hubiera pasado en su instituto. Sin leer la carta dirigida a su madre se imaginaba su contenido: daría información absurda y cobarde diciendo que todo ocurrió fuera del recinto del instituto, de manera que no cayera ningún tipo de responsabilidad sobre el centro, que había que mantener la calma, pero advirtiendo de que había que tener cuidado con las chicas, no dejarlas solas por ahí…

De camino al supermercado, mientras caminaba sola, Alicia podía sentir la nube de horror que flotaba sobre cada calle, sobre cada persona, y fue entonces cuando la atrapó la angustia, la culpabilidad por haber tenido sentimientos tan horribles para con Erica. Desde el primer momento estuvo convencida de que Erica se había fugado de casa en busca de aventuras, que estaría viviendo con cualquier tío en Granada o en cualquier sitio más cool que Almería. Y resultaba que, de estar viva, Erica era una esclava sexual en el último rincón del mundo.

Hay cosas mucho peores que morirse.

Cuando llegó a casa, después de sus cuatro horas de rigor en el supermercado, su madre la recibió con menos indiferencia que otros días. Estaba sentada en una silla del comedor mirando la televisión y fumando un cigarrillo. David estaba sentado, apoyado en el sofá, con el bracito rodeando su oso de peluche contra el regazo.

Alicia dejó sobre la mesa la carta de la escuela.

—Alicia, cuando he recogido a David en la guardería me han comentado lo de Erica, ¿era amiga tuya, verdad?

—Sí, bueno, la conocía.

—Qué tragedia, no me puedo imaginar lo mal que lo estarán pasando sus padres, imaginar que tu hija está viva pero no saber dónde, no poder ayudarla, mientras ella sufre esas cosas, sabiendo que la están violando cada día, Alicia, no sé qué haría yo si a ti…

Las palabras se quedaron flotando en el aire. En la tele estaban contando que habían encontrado el cuerpo de la chica rusa desaparecida, Irena Aksyonov. La habían matado.

Alicia no sabía qué sentir. Por un lado estaba David sujetando por sí solo su osito de peluche, por otro, imaginaba a Erica siendo violada un día tras otro.

—Me han comentado otra cosa, Alicia.

—¿Cómo?

—En la guardería.

—Oh, ¿qué?

—Me han dicho que están impresionados con los avances de David.

—Eso está bien, mamá. Muy bien.