Se avecina el fin del siglo
Se avecina el fin del siglo y la historia de Tom Flanagan versaba sobre acontecimientos que habían pasado veinte años antes. La he oído en distintos lugares del mundo, y me he preguntado qué clase de historia era y cuánto en ella era invención. También me preguntaba constantemente qué había estado leyendo Tom. Sin duda su imaginación había creado estas ilusiones tan extremas…, la aceleración del tiempo, las transformaciones y las repentinas dislocaciones del espacio, también las personas con rostros de animales, tomadas directamente de las obras de pintores simbolistas, como Puvis de Chavannes…, y pensé que se había sumergido en novelas tenebrosas y fantásticas. Había querido ofrecernos algo bueno.
La idea de que Laker Broome era un demonio menor es un buen ejemplo de ello. Es verdad que yo, como todos los muchachos nuevos, suponía que hacía años que estaba en Carson. Sin embargo, Broome sólo había sido director de Carson durante nuestro primer año…, cuando volvimos en septiembre, un hombre capaz llamado Philip Hagen ocupaba su lugar, y nosotros pensamos que afortunadamente Broome había tenido que dejar su puesto a causa de la crisis nerviosa y de su conducta durante el incendio.
Escribí a la Asociación de Directores de Escuelas Secundarias y descubrí que no había información sobre Laker Broome. No estaba registrado allí. Una noche, mientras aún trataba de descubrir qué había sido de él, llamé a Fitz-Hallan y le pregunté si recordaba lo que le había sucedido a Broome. Fitz-Hallan pensaba que había logrado obtener un puesto en… Nombró una escuela tan anodina como Carson. Cuando escribí a dicha escuela, recibí una carta que decía que habían tenido el mismo director desde 1955 hasta 1970, y que ninguna persona llamada Laker Broome había trabajado allí. Sin embargo, una nota al pie, escrita a lápiz, decía que un tal Carl Broome había estado en la escuela en 1959 como profesor de latín, solamente durante un año. ¿Tal vez yo me había equivocado en el nombre? ¿Por qué habían prescindido de Carl Broome un año después? Volví a escribir, pero me informaron que esos asuntos «son confidenciales, y que ninguna escuela respetable facilita informes sobre el personal que ha pasado por ella». Esto era un poco sucio…, ¿acaso no daban recomendaciones? Pero era evidente que no deseaban decirme lo que yo quería saber; y de todas maneras, estaba bastante seguro de que Laker no era Carl Broome, de manera que no tenía sentido continuar. Laker la Serpiente perdió su puesto de trabajo y desapareció. Eso es todo lo que supe de él.
La historia de Tom abandonaba a Steve Ridpath cuando éste (seguramente) salía con cautela por la puerta de enfrente y se escurría por los barrotes de la entrada, e imaginé que una conversación con Ridpath me diría de inmediato qué parte de la historia de Tom era ficticia. Con esto tuve mucha más suerte que con Laker Broome. Esqueleto fue a Clemson y las universidades conservan excelentes registros. La Oficina de Alumnos me dijo que Ridpath, Steve, se había graduado con notas bajas en el año 1963. De allí había ido a una escuela de teología en Kentucky.
—¿Una escuela de teología? ¿Una escuela bíblica en Kentucky?
Parecía imposible, pero era cierto… El Instituto Teológico Headley de Francfurt me dijo que el señor Ridpath había asistido a la escuela entre 1963 y 1964, año en que se convirtió al catolicismo y pasó a un seminario de Lexington. El seminario de Lexington, dirigido por una orden de monjes, me escribió finalmente que Steve Ridpath se había convertido en el hermano Robert y que estaba en un monasterio cerca de Coalville, Kentucky.
Fui de Conecticut hasta Coalville para tratar de hablar con él.
Coalville era un lugar muy pequeño…, de apenas trescientas personas. Edificios feos en un paisaje aún más feo. En cualquier lugar donde hubiera algunos árboles se extendía un descampado con montones de escoria y construcciones mineras abandonadas. Había un motel, pero yo era el único huésped. Envié una nota al monasterio. ¿El hermano Robert querría hablar conmigo de los motivos que lo habían llevado a este extraño destino? Sugerí que estaba escribiendo un artículo o un libro sobre la decisión de entrar en la Iglesia.
«Venga si quiere —decía la nota, que recibí por correo—. Supongo que ha hecho un viaje inútil.»
Aparecí en la puerta del monasterio a la hora indicada por él. Aún no había oscurecido…, había una granja en el lugar, y los hermanos se autoabastecían de los alimentos que necesitaban. Hice sonar la gran campana, y esperé en medio del frío.
Finalmente un monje abrió las puertas. Llevaba un hábito de tosca tela marrón y la capucha dejaba en sombras su rostro.
—¿El hermano Robert? —pregunté, sobresaltado por su aparición.
—El hermano Theo —respondió él—. El hermano Robert le espera en el jardín.
Se volvió sin decir una palabra más y lo seguí por un sendero de piedras.
Pasamos junto a un pabellón de ladrillo rojo.
—Nuestra granja —dijo el hermano Theo, e hizo un gesto para señalarla. Miré a la izquierda y vi un granero y algunas vacas que acababan de ser ordeñadas. Aún me parecía imposible que Esqueleto Ridpath estuviera en semejante lugar—. El gallinero —dijo el hermano Theo—. Tenemos sesenta y ocho gallinas. Buenas ponedoras.
Finalmente llegamos a otro portón. Sobre un cerco de ladrillos vi muchos rosales. Los hermanos pronto tendrían que comenzar a podar, porque había demasiadas rosas y se veían descuidadas. Mi guía abrió la puerta. Un sendero de piedrecillas con macizos de rosas a ambos lados.
—Siga por el sendero —dijo—. Dentro de quince minutos lo acompañaré para salir.
—¿Quince minutos? —pregunté—. ¿No puedo quedarme un poco más?
—El tiempo fue especificado por el hermano Robert.
Dio media vuelta y se alejó.
Eché a andar por el sendero. Llegué a una curva, y cuando entré en el jardín propiamente dicho, me quedé sin aliento. Era como un jardín medieval, parcelado en pequeños parterres donde crecían diversas hierbas y flores, un lugar de gran orden y serenidad, mucho más grande de lo que yo había esperado. Había un monje sentado en un banco de hierro frente a otro macizo de rosas. Junto a él en el banco había un objeto que brillaba al sol: unas tijeras de podar. Cuando oyó mis pasos en el sendero, levantó la mirada y se quitó la capucha.
Era Esqueleto: nadie le habría tomado por otro. Sus cabellos grisáceos estaban muy cortos, y la barba le cubría las mejillas, pero seguía siendo Esqueleto Ridpath.
—¿Te gusta nuestro jardín? —preguntó.
—Mucho —respondí—. Es hermoso, en realidad. ¿Tú lo cuidas?
Pasó por alto la pregunta.
—Debo ocuparme de las rosas. Están en un estado lamentable. —Tomó las tijeras de podar y me hizo un gesto sombrío, indicándome que me sentara—. Puedo brindarte quince minutos —agregó—, pero debo decirte que estás perdiendo el tiempo.
—Será mejor que yo decida eso —dije—, pero en todo caso, vamos al grano, si no te molesta. ¿Por qué decidiste asistir al Instituto Teológico Headley al salir de Clemson? No creo que pensaras eso cuando comenzaste la universidad.
Saqué un lápiz y un cuaderno.
—No entenderías —respondió, y cerró la tijera de podar.
—Ya que me has dado quince minutos, ¿por qué no ponerme a prueba? —pregunté—. De otro modo tú también perderás el tiempo. Al menos veo que eres un jardinero con talento.
Me miró ceñudo, rechazando el cumplido.
—¿Hubo una crisis en tu interior…, una crisis espiritual de algún tipo?
—Hubo una crisis —dijo él—. Podría llamarse espiritual.
—¿Podrías describirla de alguna manera?
El hermano Robert suspiró: realmente ardía por volver a las rosas.
—Podrías seguir con tu trabajo mientras hablas conmigo —dije.
Inmediatamente se levantó del banco murmurando: «Gracias», y comenzó con las rosas. Una gran rama llena de flores y algunos pétalos cayeron sobre el banco.
—En mi segundo año en la universidad —dijo, y por alguna razón sentí una opresión en el pecho—, estuve a punto de abandonar. Tuve una visión perturbadora. Luego resultó ser profética.
—¿Qué era? —pregunté.
—La visión de uno de nuestros compañeros. —Se volvió y me miró con furia—. Tuve una visión de Marcus Reilly. Vi su muerte. No una vez, sino muchas veces. —Creo que dejé de respirar—. Estaba en su coche. Sacó una pistola del bolsillo. Colocó la pistola junto a su oído. ¿Es necesario que siga?
—No —dije con un suspiro—, sé cómo murió Marcus.
Cayó otra rama llena de rosas. Más pétalos sobre el banco.
—Eso es lo que tengo que decirte. No comprenderías el resto. Estoy seguro de que de todas maneras el resto fue muy normal. Acepté a Cristo primero y más tarde acepté a la Iglesia. Lo único fuera de la corriente es que me convertí al catolicismo.
—Abandonaste tus alas, ¿eh? —pregunté.
—Jamás saldré de este lugar. Jamás querré salir. Si te refieres a eso.
De pronto parecía muy agitado.
—Hermano Robert, ¿qué sucedió en Vermont? —me atreví a preguntar; fue una equivocación.
—Creo que nuestro tiempo ha terminado —dijo, sin mirarme—. Lamento haber aceptado hablar contigo.
Ahora el banco estaba lleno de rosas, que caían al sendero.
—Si trajera aquí a Tom Flanagan, ¿aceptarías verlo?
De pronto eso me pareció una solución brillante.
El hermano Robert dejó de podar las rosas. Me miró, inmóvil por un segundo, como si hubiera quedado helado al oír el nombre de Tom.
—De ningún modo. Además, jamás volveré a verte a ti, bajo ninguna circunstancia. ¿Está claro?
Cortó otra rama llena de rosas, y allí terminó nuestra entrevista. No quería dejarme ver su rostro.
—Gracias por lo que me dijiste —respondí, y volví al portón, donde me esperaba el hermano Theo.
Parecía lamentar no haber escuchado la conversación; me preguntó si me había gustado la visita.
Ese mismo año visité a unos amigos en Putnel, Vermont, y antes de marcharme busqué Hilly Vale en un viejo mapa de Sunoco e hice un rodeo de más de ciento cincuenta kilómetros en el camino de regreso. La ciudad se parecía mucho a lo que describía Tom. En veinte años se habían producido pocos cambios en Hilly Vale. Estacioné en la calle principal y entré en una tienda de alimentos dietéticos…, seguramente éste era uno de los cambios. Un muchacho de cabellos largos y delantal a rayas comía detrás del mostrador. El puso el toque final a mi teoría sobre los cambios en Hilly Vale.
—Estoy buscando el lugar donde estaba la casa de Collins —dije—. ¿Puedes ayudarme?
Me sonrió.
—Sólo hace un año y medio que estoy aquí —respondió—. Tal vez la señora Brewster lo sepa. —Hizo un gesto a una mujer de unos cincuenta años que estaba arreglando una serie de monederos—. ¡Señora Brewster! —gritó—. Este señor quiere… —me miró arqueando una ceja.
—El lugar donde estaba la casa de Collins, señora Brewster —dije—. Donde hubo un gran incendio. Debe haber sido en 1959. Al final del verano.
—Ah, sí —dijo ella, y nuevamente sentí una opresión en el pecho—. Nadie se enteró hasta que todo el lugar quedó destruido. No lo supimos hasta después de algunas semanas. Algo terrible. El señor Collins murió allí. En otra época fue un mago famoso, ¿sabe? —me miró con malicia—. Usted no será el señor Flanagan, ¿verdad?
—Claro que no —respondí, desconcertado—. ¿Por qué lo pregunta?
—Creí que lo sabía. El lugar es de Flanagan ahora. Claro, no es una verdadera casa, y eso es una vergüenza. Una tierra valiosa que haya quedado así…, a algunas personas de aquí les interesaría comprar esas tierras. Usted no será de la inmobiliaria, ¿verdad?
—No —respondí—. Soy sólo un amigo del señor Flanagan. Pero no sabía que él era el propietario.
—De todo —dijo ella—. Hasta del lago. Nunca viene aquí. Probablemente piensa que somos poco para él. El también es mago…, ah, usted lo sabe. Pero no está a la altura del señor Collins. No se parece al señor Collins. El señor Collins vivió aquí desde 1925. Y nunca hablaba con nadie —hizo una enérgica afirmación con la cabeza.
—No, entiendo que Tom no es como el señor Collins —dije.
—En mi opinión no le llega ni a la suela de los zapatos.
—¿Vio alguna actuación de Collins? —pregunté, sin poder creerlo.
—Ni siquiera lo conocí —dijo ella—. Pero puedo decirle cómo llegar al lugar, ya que tiene tanta curiosidad.
Seguí sus indicaciones y pronto me encontré en la peculiar situación de estar en un paisaje sobre el que había escrito sin haberlo visto. Llegué al lugar donde se bifurcaba el camino, al sendero ascendente entre los árboles, y al lugar donde Tom había visto los caballos. Estaba cubierto de hierbajos: necesitaba los cuidados del hermano Robert.
Y, finalmente, llegué al sendero.
Aparqué el coche y bajé. Alguna vez había estado pavimentado. Alguien, probablemente un grupo de adolescentes, había abierto el portón, y los años lo habían cubierto de óxido. Las ramas de la parra se retorcían alrededor de los barrotes. La pared que rodeaba la Tierra de las Sombras seguía en pie, sin embargo, y otras ramas de parra se enredaban entre los ladrillos del borde superior, en los lugares donde estaban rotos. El alambre de púas ya no existía…, supongo que algún granjero ahorrador se lo habría llevado.
Avancé por el camino accidentado, tropezando un poco con las piedras sueltas, preguntándome cuándo vería la casa. Dejé atrás el sendero traicionero y seguí caminando entre pastos altos. Era una mentira, pensé…, todo era una hermosa mentira. No había casa. La casa nunca había existido.
Luego mi pie tocó un ladrillo y me di cuenta, consternado, de que en realidad estaba en la casa. Había ladrillos cubiertos de musgo en el césped, y después de buscar un poco más llegué a las ruinas de una chimenea de ladrillos, con su abertura llena de basura y escombros. Envoltorios de O. Henry y Snickers; una botella de cerveza entre la maleza; una vieja revista de historietas, casi totalmente deshecha. Estaba en el sótano de la Tierra de las Sombras, donde había caído todo. Ahora era poco más que un agujero en la tierra…, podría haber sido una depresión glacial. Me incliné, recogí un ladrillo y lo limpié de hormigas. Estaba descolorido: ennegrecido por el fuego.
Pero el peñasco seguía allí, y también el lago. Me abrí paso entre las altas hierbas, perseguido por la extraña sensación de que caminaba con Tom Flanagan y Rose Armstrong escapando de la casa en llamas, y salí del agujero. La tierra descendía espectacularmente en una pendiente de unos cien metros, hasta un acantilado cubierto de maleza. El lago reflejaba la luz del sol. El bosque de Tom se extendía a sus costados. Yo no tenía idea de la escala, de que todo era tan grande y el bosque tan extenso…, parecía terriblemente denso…, y el lago tan grande…, debía tener un kilómetro y medio de ancho.
«Rose Armstrong», pensé, y entonces vi una pequeña franja dorada en el extremo más alejado del lago. Mi corazón se detuvo. Estuve a punto de caer del peñasco. En ese momento creí todo lo que me había dicho Tom.
Casi podía verlos, a Tom y a su Rose, abrazados en la estrecha playita de arena junto al Libro y a un pájaro de cristal; casi veía a Rose susurrando en el oído de Tom lo que le había dicho antes de… ¿De qué? ¿Habría entrado en el agua y dejado atrás todo lo que era humano en ella, para quedar grabada en la memoria de Tom Flanagan?
Llegaba un viento cálido de alguna parte. Flores de mostaza; gin; humo de cigarros. Podía creer que captaba todos esos olores. La superficie del lago se oscurecía y se henchía bajo la sombra de una nube. Me di la vuelta para cruzar las ruinas de la Tierra de las Sombras y llegar a mi automóvil.