DOS

VUELO

1

Las ventanas de la Tierra de las Sombras reflejaban el sol. Unas burbujas lechosas entre las losas recogían la brillante luz. Del abrió las ventanas correderas y los dos muchachos entraron en el living. En la alfombra se veían las huellas de la aspiradora; persistía un olor a desodorante ambiental y a lustre para muebles. Los ceniceros brillaban. Tom sintió de inmediato que estaba solo en la casa. La casa parecía vacía, en venta, abierta para ser visitada.

—¿No es hermoso este lugar? —dijo Del mientras entraban en el vestíbulo. Más olor a lustre de muebles. El pasamanos de la escalera brillaba—. Casi pienso…

—¿Qué?

—Que sería feliz aquí. Que podría vivir aquí. Como él. Y simplemente trabajar con la magia. Profundizar cada vez más. No actuar nunca, sólo llegar a la perfección. Es realmente puro.

—Ya veo a qué te refieres —dijo Tom—. ¿Crees que tomaremos el desayuno en el comedor?

—Veamos, señor.

Del cruzó el vestíbulo y abrió la puerta al comedor.

La mesa estaba puesta para dos. Sobre un aparador había una serie de fuentes tapadas. Allí y en la mesa, había brillantes fresias en jarrones.

—Ya lo creo que sí —dijo Del—. Qué bien. Veamos qué tenemos para comer. —Levantó una tapa tras otra—. Ah, huevos. Tocino y salchichas. Tostadas con mantequilla. Riñones. Hígados de pollo. Creo que a esto puede llamársele desayuno.

—Yo lo llamaría seis desayunos.

Llenaron sus platos de comidas y se sentaron. Tom se sentía un poco tímido ante la inmensa mesa.

—Esto es maravilloso —dijo Del, atacando su comida—. ¿Café?

—No, gracias.

—Es como ser rey, pero mejor aún. No necesitas salir a hablar a las masas ni hacer nada de lo que hacen los reyes. Pero creo que él es un rey, ¿verdad? Por lo que decía ayer…

—Sí.

—Realmente no lo deseas, ¿verdad? —preguntó Del con timidez.

—No, realmente no. Sigue tú adelante.

—Y yo no estaría solo, como él. Es decir, no tendría que estar solo.

—Me duele la cabeza —interrumpió Tom—. Los riñones me han caído mal.

—Ah, lo lamento —tartamudeó Del—. Tom, pienso que tengo muchas cosas de qué disculparme. Creo que me volví un poco loco. Sé que no había razón para estar celoso, pero él pasaba tanto tiempo contigo… Pero eso sólo significa que serás un mago fantástico, ¿verdad? Siempre necesitaré tu ayuda, Tom. Sé que él me eligió a mí, y todo eso, pero… bien, pensaba que podrías usar un ala de esta casa para ti solo, y que haríamos excursiones juntos, como hacía él con Speckle John.

—Eso estaría bien —dijo Tom; apartó su plato—. Del, ten cuidado. No todo está arreglado.

No podía hablar a Del de escapar mientras, mentalmente. Del se asignaba la categoría de reyezuelo.

—Tendremos que elegir nuevos nombres. ¿Ya has pensado en eso?

—Del, todavía no sabemos qué sucederá. —Del lo miró de mal humor por un momento—. Lo único que te pido es que no te apresures. Aún tenemos muchas cosas que descubrir.

—Bien, eso es cierto —dijo Del, y se concentró en su plato con huevos.

Tom avanzó un poco más.

—Nunca te pregunté esto antes. ¿Cómo murieron tus padres?

Del levantó la mirada, sobresaltado.

—¿Cómo? En un accidente de aviación. Era un avión de una compañía. Mi padre lo pilotaba…, tenía licencia de piloto. Algo sucedió. —Del dejó su tenedor—. Ni siquiera hubo un funeral porque el accidente fue una especie de explosión…, no quedó nada. Sólo algunas partes quemadas del avión. Y mi padre había escrito en su testamento que no quería ningún servicio religioso. Simplemente… desaparecieron. Simplemente desaparecieron —su tenedor chocó contra el plato.

—¿Dónde estabas tú? ¿Cuántos años tenías?

—Tenía nueve años. Estaba aquí. Sucedió durante el verano. Yo estaba en una escuela para internos en New Hamphire entonces, y fue terrible. Supe que después de eso me marginarían. Y así fue. Si el tío Cole no hubiera sido tan bueno conmigo, probablemente… me habría muerto. No sé —miró a Tom con incertidumbre; Tom había apoyado el mentón en las manos—. El tío Cole me ayudó a salir adelante ese verano.

—¿Por qué no seguiste viviendo con él después de eso?

—Era lo que yo quería, pero el testamento de mi padre decía que debía vivir con los Hillman. Mi padre no conocía muy bien al tío Cole. Creo que no le tenía confianza. Puedes imaginar lo que los banqueros piensan de los magos. A veces realmente tenía que rogar a mi padre que me permitiera venir aquí en verano. Finalmente siempre me permitía venir, a pesar de todo. Siempre me daba lo que yo quería.

—Sí —dijo Tom—. Mi padre también.

Después de un tiempo, Tom agregó:

—Creo que iré a acostarme. O saldré a caminar solo.

—Yo también estoy realmente cansado. Y quiero darme un baño.

—Buena idea —dijo Tom, y los dos muchachos se levantaron de la mesa.

Del fue al piso alto y Tom volvió al living. Se sentó en el diván; luego se acostó y deliberadamente puso los pies sobre el diván. Se oyó correr agua por una cañería en la pared. La gran casa, tan escrupulosamente limpia y pulida, parecía vacía; a la espera. Si dejaba caer un fósforo y quemaba la alfombra, ¿la parte deteriorada se repondría instantáneamente y por sí misma? Eso parecía…, que la casa estuviera viva. Sus pies nunca ensuciarían la tela del diván. Y Del deseaba vivir aquí; en su imaginación, ya era el jefe de la Tierra de las Sombras.

Tom saltó del diván y subió la escalera corriendo. La cama estaba abierta para la siesta. Arrojó sus ropas en ella y fue al baño a darse una ducha.

El agua cantarina decía:

—No puedes.

La toalla limpia decía:

—Te venceremos.

Un nuevo tubo de pasta dentífrica en el lavabo decía:

—Serás nuestro.

Después de vestirse con ropa limpia, Tom arrojó su calzoncillo usado en el canasto y lo cubrió con bolas de papel que tomó del escritorio. Este mínimo acto de desafío le dio ánimos. Al menos había unos centímetros de la casa que no estaban tan inmaculados. Salió de la habitación. Por las grandes ventanas del vestíbulo miró el cobertizo de los botes: Rose con su vestido verde y sus tacones altos. Si se la veía diferente, era por el hecho asombroso que había sucedido allí, no por los acontecimientos mágicos que él había experimentado al volver al claro del bosque.

Sentía la casa alrededor de él como una piel. Sin oír un solo ruido, sabía que Del ya estaba en cama, a punto de dormirse, un punto cálido en la fría perfección pulida de la casa. Si Rose Armstrong estuviera adentro, la sentiría como un incendio.

Tom se apartó de la ventana y bajó la escalera. Le pareció que podía visualizar cada centímetro de la casa, cada curva de la escalera, cada gota de agua en la pila de la cocina.

No se quedaría en esa casa un día más de lo necesario.

La veía desnuda de muebles, sólo las paredes y los suelos, brillantes de pintura nueva esperando a su nuevo propietario. Y pensaba que la Tierra de las Sombras, un feo nombre para una casa, estaba llena de secretos y cosas malas por todas partes, que en todas partes había sombras porque la gente que la habitaba odiaba la luz. La Tierra de las Sombras significaba ser desposeído. Y Coleman Collins parecía un hombre perdido en sus propios poderes, una sombra en un mundo de sombras, insustancial. Un viejo rey que sabía que tendría que sufrir en manos de su sucesor.

2

Al menos eso es lo que me contó Tom Flanagan a los treinta y seis años de edad…, no habría usado esas frases a los quince, y más o menos he improvisado sobre sus palabras, pero el muchacho de quince años parado al pie de la escalera, que sentía que la casa lo llamaba, experimentó la desesperación y la piedad que el adulto me describió. Porque él sabía que había sido elegido, aunque había rechazado el ofrecimiento; sabía que él debía ser el nuevo Rey de los Gatos, aunque se negara a eso también, si podía. Y el Tom adulto me dijo que a los quince años sabía que el estacionamiento de Florida donde había visto un coche accidentado y dentro del coche el cadáver de un hombre, era la imagen más verdadera de la Tierra de las Sombras. No podía quitarse esa imagen de la cabeza.

3

De manera que echó a andar por el corredor hacia la puerta principal. No estaba cerrada con llave. En el resplandor del sol, Tom salió al escalón más alto. Los ladrillos brillaban. Entrecerrando los ojos, Tom bajó al asfalto. En el sendero había charcos de agua.

¿Qué sucedería si avanzara por el sendero hasta el portón? Un hombre grande no podía pasar entre los barrotes, pero él, Del y Rose podían hacerlo fácilmente. Desde allí podrían caminar hasta Hilly Vale en menos de una hora, atravesando bosques y campos si era necesario. Tal vez el acto físico de salir de la Tierra de las Sombras sería el aspecto más simple de su huida; persuadir a Del sería el más difícil. Pero Rose podía hacerlo, pensó. El fuerte sol le calentaba los hombros, la cabeza. Del escucharía a Rose.

El sendero hacía una nueva curva junto a la colina. Después de recorrerlo hasta la mitad, vio los pilares del portón de entrada.

¿Por qué iluminan así el bosque?.

Para poder ver lo que viene y lo que se va. Y qué ojos tan grandes tienes, abuelita.

Entre los árboles veía la pared de ladrillo, a distancia del portón. Podrían arreglarse para pasar si Del subía sobre sus hombros. Se acercó un poco más, y comprobó que los barrotes del portón tenían una separación de casi treinta centímetros entre sí. Sería fácil pasar por una abertura como ésta. Y si los hombres les perseguían, tendrían que detenerse para marcar el código que abría las puertas.

Fue a abrirlas. Las puntas de cada barra parecían algo más que ornamentales. Y la pared de ladrillo, según veía ahora, tenía trozos de vidrio roto clavados en el hormigón. Sobre los vidrios había tela metálica. De manera que tendrían que pasar por el portón. Miró a través de él el estrecho camino de tierra que les conduciría a Hilly Vale.

«Cuando estés lista, Rose», pensó, y pasó el brazo a manera de prueba entre los barrotes.

—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó una voz a sus espaldas.

Tom dio un salto. Tuvo la sensación de haberse elevado treinta centímetros en el aire, y se volvió, tratando de no parecer asustado pero sin lograrlo. Thorn y Snail acababan de surgir entre los árboles. Más que nunca parecían embrujados. Thorn llevaba una camiseta de color azul oscuro llena de manchas. Bebió lo que quedaba de una botella de cerveza y la arrojó al bosque. Snail llevaba una camiseta ordinaria de color gris. Las mangas estaban cortadas, y los tatuajes aparecían en sus brazos corpulentos como brillantes medallas.

—Te pregunté qué diablos estás haciendo —dijo Thorn—. No puedes salir por allí. Nadie sale por allí.

«Su rostro de fantoche —pensó Tom— es el resultado de la cirugía». Había cicatrices alrededor de los ojos y de la boca.

—Yo no salía. No estaba haciendo nada —respondió Tom.

Los dos hombres se acercaron al borde del sendero y se detuvieron. Snail se puso las manos en las caderas. La camiseta gris se abultaba sobre su pecho y su panza.

—Vamos, vamos, vamos —dijo Thorn. Snail rió—. Tú eres el que nos vio antes —agregó Thorn.

El feo rostro pareció consumirse. Tom no sabía qué hacer, sentía una violencia estúpida en los dos hombres… Perros furiosos que de pronto se encontraban al mando de la perrera.

—Tal vez está buscando a su novia —dijo Snail sonriendo.

—Buscando a la muchacha bonita; ¿eh, muchacho? ¿Piensas que salió a tomar el aire?

Snail volvió a reír.

—Yo no buscaba a nadie —afirmó Tom—. Sólo estaba dando un paseo.

Se miraron con un rápido movimiento de comprensión en los ojos. «La cárcel —pensó Tom—, han estado en…»

Se acercaban a él.

—No puedes salir de aquí —dijo Thorn.

Snail sonreía, golpeándose los puños e hinchando los músculos de su brazo.

—Tal vez aún esté buscando a ese tejón.

—Tal vez él es el tejón —señaló Snail.

Tom retrocedió hasta los barrotes del portón, demasiado asustado como para pensar.

—¿Qué te parece? —dijo Thorn—. ¿Te cagarás en los pantalones antes de que lleguemos ahí, o después?

No comiences cosas que luego no sabes cómo terminar. Tom sentía olor a piel sucia, tosca, a cerveza rancia. Cerró los ojos y pensó en sus hombros abriéndose cada vez más. En su mente estalló un rayo de color amarillo, y vio a Laker Broome gritando órdenes desde el escenario lleno de humo: inmediatamente antes de que los hombres llegaran a él, vio un cielo raso donde un pájaro gigantesco le gritó: Sí. Se elevó a noventa centímetros del suelo, en línea recta. Las barras de la puerta rozaban su camisa. Dios, sí. Subió otros noventa centímetros y abrió los ojos. Rió enloquecidamente.

Thorn y Snail lo miraban con la boca abierta, y ya retrocedían.

—Eh —gruñó Tom, incapaz de hablar, y señaló un abedul de seis metros de alto cerca de la pared de donde ellos habían venido. Sentía que le estallarían las venas en la cabeza. Ahora, carajo. Se abrió una grieta en el suelo, se oyeron ruidos como de armas de fuego entre los árboles. El abedul se inclinó hacia la izquierda y una raíz se rompió con un fuerte crujido.

—¡Estás loco! —gritó Snail.

Tom gimió. El abedul saltó, arrastrando raíces y tierra. Quedó colgado en el aire, paralelo a él, y Tom casi oyó al abedul gimiendo de dolor y conmoción. Lo dejó caer como habría hecho con un ratón o con un conejo moribundo, con alguna pequeña vida que él mismo hubiese dañado; se odiaba a sí mismo. Sin saber por qué, vio mentalmente una planta de diente de león arrancada de raíz, imaginó que corría sangre por sus manos.

Thorn y Snail desaparecían ahora en el bosque, cuando cayó en el asfalto. «Esto es lo que quería Esqueleto», pensó. Sintió el impacto de la caída en la columna vertebral, luego se apoyó en los codos y en las rodillas. El asfalto húmedo le raspó la mejilla. «Ese malestar». Si los hombres habían vuelto, le darían de puntapiés hasta dejarlo sin sentido.

4

Finalmente, Tom se levantó y caminó, tambaleante, por la ladera de hierba. La Tierra de las Sombras brillaba ante él, bañada por la fuerte luz. La casa parecía totalmente nueva. Los escalones de ladrillo lo llamaban, el picaporte rogaba que lo tocaran. A Tom le dolía la cabeza.

Un inconfundible aire de bienvenida, cálido y fragante, lo invadía.

Tom recorrió el vestíbulo, tomó por el corto corredor lateral y abrió la puerta de la habitación prohibida. No lo recibió ningún rostro sabio con gafas; la habitación no era ni un estudio atestado de muebles ni un sótano. Estaba vacía. Las paredes eran de color gris plateado, con bordes blancos y brillantes alrededor de las ventanas, y una oscura alfombra gris. Vacía de vida, la habitación lo acogía.

Todo lo que veas aquí viene de la interacción de tu mente con la mía.

Una escena invisible se desarrollaba entre esas paredes, esperando que él entrara para cobrar vida.

Tom retrocedió ante la escena invisible…, casi oyó el suspiro de desilusión de la habitación. O de algo en la habitación… Algún gigante frustrado que se apartaba… Tom cerró la puerta.

Y siguió por el vestíbulo hasta el Pequeño Teatro. La chapa de bronce en la puerta ya no estaba vacía: ahora se veían tres palabras y una fecha grabadas en ella:

Wood Green Empire

27 de agosto de 1924

Tom abrió un poco la puerta y el público del mural lo miró con distintas expresiones de placer, diversión, cinismo y voracidad. Por supuesto. Del otro lado de la puerta se encontró tan cerca del escenario que casi estaba dentro de él. Retrocedió.

Caminó unos pasos por el vestíbulo y entró en el teatro grande. También brillaba; hasta los asientos estaban lustrosos. Tom penetró más profundamente en el teatro. Los cortinajes estaban descorridos y se veía el escenario. La madera pulida terminaba en una pared blanca y vacía. Colgaban sogas a diversas alturas sobre la madera. Tom caminó por un pasillo y se sentó en uno de los asientos tapizados. Deseaba sacar a Rose y a Del de la Tierra de las Sombras esta tarde: no quería ver nada de la actuación de despedida de Collins. Tal vez consistiría en más que una despedida, y Tom lo sabía. Lo sabía del mismo modo en que conocía sus propios sentidos.

Estos también parecían haber tomado parte en el cambio general dentro de él. Era como si sus sentidos hubieran sido afinados y puestos a punto. Todo el día había visto y oído con gran claridad. Desde que él y Del retornaron a la casa, esta intensidad de percepción había aumentado. Lo acosaban sonidos corrientes, casi inaudibles, llenos de sustancia. Lo más extraño de todo fue su percepción de Del, que dormía en su cama: ese punto de calidez. Todavía tenía conciencia de esto. Del brillaba para él.

Luego Tom sintió un cambio en la casa, un movimiento de masa y de aire como si se hubiera abierto una puerta. La casa se había organizado de otra manera para recibir a un recién llegado. Tom oía a medias la sangre que corría por el cuerpo del recién llegado; sus músculos comenzaban a ponerse tensos. Sabía que era Coleman Collins. El mago lo esperaba. Estaba en algún lugar del teatro, aunque no se le podía encontrar en ninguna parte si se intentaba una búsqueda común.

Tom se levantó de su asiento y caminó por el pasillo hacia el escenario vacío. ¿Qué era lo que había dicho Collins sobre los trucos, en la historia de los gorriones? Le daban a uno lo que uno pedía, pero le hacían pagar por ello.

Cruzó la amplia zona frente al escenario y fue hacia el pasillo más alejado. Tom recordaba haber visto esas paredes verdes que se formaban alrededor de él, uniéndose como trozos de nubes. Las columnas blancas le recordaban los barrotes de la puerta…, barrotes sólidos entre espacios abiertos. Luego supo dónde estaba el mago.

Sintiéndose tonto, pero sabiendo que tenía razón, Tom apoyó la palma de su mano en la pared. Por un instante sintió yeso sólido, un poco más fresco que su mano. Luego fue como si las moléculas del yeso se aflojaran y comenzaran a separarse. La pared se hizo más cálida; durante una milésima de segundo el yeso le pareció húmedo. Luego sólo quedó el color, con aspecto sólido, pero no era otra cosa que un color. Su mano se había hundido hasta la muñeca. Del otro lado de la pared de color, sus dedos eran oscuramente visibles y tenían un color verdoso. Tom siguió a su mano a través de la pared.

5

Estaba en un inmenso espacio blanco, y su corazón daba saltos. Coleman Collins estaba sentado en la silla de la lechuza mirándolo con afectuosa atención. Llevaba un traje de franela color gris claro y brillantes zapatos negros. En el brazo de su sillón, junto a su codo derecho, había un vaso lleno hasta la mitad de whisky.

—Lo supe cuando oí tu nombre por primera vez —dijo Collins, apoyando el mentón sobre sus dedos entrelazados—, y estuve seguro cuando te vi por primera vez. Felicitaciones. Debes sentirte muy orgulloso de ti mismo.

—No estoy orgulloso.

Collins sonrió.

—Deberías estarlo. Eres el mejor en siglos, probablemente. Cuando hayas terminado tus estudios, podrás obtener lo que quieras. Entretanto, quiero responder a todas las preguntas que desees hacer. —Collins bajó la mano y encontró el vaso sin mirarlo. Tomó un sorbo—. Sin duda hasta un novio poco dispuesto tiene algunas preguntas que hacer.

—Del piensa que él es el elegido —dijo Tom.

—Eso no tiene importancia para ti. —Collins echó atrás la cabeza y adoptó un aire seductor. Era como mirar a Laker Broome cuando trataba de ser encantador; Tom percibió la tensión y la excitación del mago, oía a medias el tamborileo de su pulso—. En realidad, sugiero que ya no puedes permitirte preocuparte por asuntos así. Uno de los peligros de la altura, pajarito…, es que no puedes ver a los pájaros más pequeños que aún tratan de encontrar su camino para salir de las nubes.

—Pero ¿qué le sucederá a Del cuando descubra esto? No quiero que lo descubra.

El mago se encogió de hombros y tomó otro sorbo de whisky.

—Puedo decirte una cosa. Este es el último verano de Del en la Tierra de las Sombras. Pero no el tuyo. Tú vendrás aquí a menudo y te quedarás mucho tiempo. Así debe ser, hijo. Ninguno de nosotros tiene otra opción. —Volvió a sonreír a Tom, y tomó un sobre de aspecto familiar de un bolsillo de su chaqueta—. Iba a esto. Elena me entregó este sobre, como tú sabrías que haría. Yo no podía permitir que saliera, ¿sabes? Todavía estoy considerando este insulto a mi hospitalidad.

Era la carta de su madre, y Tom la miró con miedo. Collins seguía sonriendo, sosteniendo la carta entre dos dedos.

—Eliminémosla, ¿eh?

Apareció una llama en el ángulo superior del sobre. Collins lo sostuvo hasta que la llama llegó a un centímetro de sus dedos, luego arrojó el papel en llamas hacia arriba; sólo quedó la llama, y luego la llama misma desapareció desde abajo hacia arriba.

—Ahora que esto ya no está entre nosotros —dijo Collins—, no habrá nada parecido en el futuro. ¿Comprendes?

—Comprendo.

Tom se había puesto pálido…, de alguna manera la carta era una prueba de que escaparía de la Tierra de las Sombras.

—Esto es mucho más importante para ti que el colegio, muchacho. Esta es tu verdadera enseñanza. Y en realidad quiero mostrarte algo que seguramente me preguntarás más tarde o más temprano. —Se inclinó y tomó un pequeño libro encuadernado en cuero que había debajo de su asiento. No tenía título en la tapa ni en el lomo—. Este es el libro. Nuestro Libro. El Libro que debemos honrar.

La excitación del mago era casi palpable. Bajo su exterior frío, Collins hervía.

—Speckle John me lo dio. Con el tiempo será tuyo…, entonces ya lo habrás leído cien veces. El original estuvo perdido durante siglos, y tal vez terminó su existencia en el fuego de un árabe… La madre del hombre que descubrió unos evangelios desconocidos lo usó como combustible antes de descubrir su valor en el mercado negro. Pero hace siglos que tenemos nuestra copia, que ha pasado de mano en mano. Los eruditos conocen desde hace unos treinta años una versión expurgada, llamada Evangelio de Thomas. Pero ese pobre documento no revela nuestro secreto. ¿Cuál es la primera ley de la magia?

—Como arriba, abajo —dijo Tom.

—¿Conoces el significado de esa frase? —Collins esperó; Tom sentía la atracción gravitacional de su tensión—. Significa que los dioses son sólo hombres con un entendimiento superior. Magos. Que han encontrado y liberado lo divino dentro de ellos mismos. Jesús compartió este conocimiento sólo con algunos, y el conocimiento se convirtió en nuestra tradición secreta —pasó los dedos amorosamente sobre la encuadernación de cuero—. El Libro estará en la habitación donde te prohibí entrar. Después de mi actuación, entra allí y léelo. Léelo como yo lo leí hace cuarenta años. Aprende la verdadera historia de tu mundo.

—¿Habla del demonio? —preguntó Tom, recordando el ser que se le había aproximado durante la noche.

—Dios, según el punto de vista ortodoxo, provoca hambre, plagas e inundaciones. ¿Dios es malo? El mal es una ficción conveniente.

Tom miró el viejo rostro poderoso del mago. Lo que vio ardía tan fieramente que tuvo que apartar la mirada.

—Evita analizar lo que viste anoche. De manera que no te obligaré, muchacho…, eso vendrá solo. Pero debes saber que todos los muchachos de tu escuela fueron tocados por nuestra magia, algunos en forma beneficiosa, otros no. Y no podría haber sido de otra manera, ya que tú y Del estabais allí.

—Sé que las pesadillas provenían de mí —dijo Tom, con plena conciencia de su culpa.

—Por supuesto. De lo que estaba oculto en ti, de algo que tú no sabías que estaba dentro de ti. De tu tesoro.

—Mi tesoro.

—Cualquier tesoro encerrado en una habitación a oscuras comenzará a pudrirse y a tratar de salir de ella. Eso sucede con un cadáver no embalsamado dentro de un ataúd. Está en el Libro: «Si extraes lo que hay dentro de ti, lo que extraigas te salvará. Si no extraes lo que está dentro de ti, lo que no extraigas te destruirá.»

—¿Es eso lo que le sucedió a Esqueleto Ridpath? —preguntó Tom.

—No arrojó afuera el poder que tenía dentro de él, como otro alumno de tu clase, sino que imploró poseer sus aspectos más crueles… cuando aún no estaba preparado para ello. Ese muchacho quería que yo fuese a buscarlo, y eso hice. Junto con Speckle John, yo ya había inventado el Cobrador. Originariamente era un objeto de tela y goma, un juguete para asustar al público. Vi que podía ser un recipiente. Hay muchos candidatos. Muchos voluntarios.

Las manos de Collins temblaban.

—Le di lo que pedía. —Levantó la mirada hacia Tom con una expresión de salvaje desafío—. Ven conmigo. Ya verás lo que quiero decir.

Se alejó de la silla a grandes pasos. Ante el temor de quedarse solo, Tom se apresuró a seguirlo. La alta figura del mago, con su traje gris, ya estaba profundamente inmersa en la neblina blanca. La neblina rodeó a Tom cuando se acercó a Collins, y por un momento fue lo suficientemente densa, como una nube congelada, como para ocultar totalmente a Collins. Entonces Tom vio los anchos hombros grises un poco más adelante, y corrió en esa dirección.

Salió de la niebla para pasar a un herbazal seco y arenoso. Estaban nuevamente en Arizona, eso fue lo primero que comprendió. Los coches se hallaban estacionados en filas alrededor de ellos. En la distancia se oían unos gritos.

—Rápido —dijo Collins, y Tom se quedó sin aliento; el mago se había envuelto en un largo impermeable, y un sombrero de ala ancha daba sombra a su rostro.

Tom se acercó y vio dónde estaban.

A sus pies la tierra descendía hasta una planicie blanquecina…, el campo de fútbol. Las tribunas estaban llenas de padres y muchachos. Dos equipos se enzarzaban y luchaban en el campo. Collins dijo:

—Dos cosas me llamaron aquí. Ese muchacho perturbado en aquel banco, que me mira en este momento…, y tú. Fíjate.

Tom vio el rostro de Esqueleto que irradiaba placer sobre su frágil pecho y sus hombros cubiertos por las almohadillas del traje de fútbol. Con sus sentidos aguzados, Tom percibía lo que sucedía dentro de Esqueleto, una intensa ola de pasión. Entonces oyó un ruido de amor mezclado con miedo, y vio que Esqueleto levantaba bruscamente la cabeza para mirar hacia las tribunas. Y allí estaba Del, tratando de ponerse de pie en la última fila, mirando con ojos extraviados hacia adelante. Los sentimientos que surgían de Del eran demasiado densos como para captarlos todos, el amor, el terror y el horror a la traición y a la confusión se mezclaban en toda su magnitud. Se vio a sí mismo, con un rostro vacío e inocente haciendo volver a su asiento a Del.

—Basta —dijo Collins.

Dio media vuelta y echó a andar entre las hileras de coches.

La hierba era más alta y ya no había coches. Collins caminaba junto a él, entrando en el valle verde. Era Ventnor. Los desastrosos partidos de fútbol habían terminado.

—Hoy está sucediendo algo interesante —decía Collins—. Quiero que lo veas.

Mientras seguían caminando, Tom miró por encima de su hombro y vio un sendero donde se habían detenido varios muchachos, y él mismo estaba entre ellos. Del levantó su brazo vendado como para defenderse de un golpe. Una segunda ola de traición, casi imperceptible. Nadie más lo veía…, no era más que la sombra de Collins.

—Por supuesto, éste es el día del famoso robo —dijo el mago.

Caminaban por una zona verde, y Tom recordó haberla visto en un sueño, mucho tiempo atrás… Sabía que Esqueleto Ridpath estaba esperando, lleno de alegría, cerca del gimnasio de Ventnor.

—Cuando todos vivíamos en el bosque —dijo Collins—, podíamos convertirnos en pájaros a voluntad.

Desaparecieron detrás de una pared de hormigón… Tom transpiraba, estaba al borde del colapso…, y el mago se elevó del suelo, batiendo unas grandes alas grises. Era una lechuza.

Tom agitó sus propias alas; él también se había convertido en un pájaro. Más abajo y más atrás, Esqueleto aullaba. La transformación había sido instantánea e indolora; adquirir alas era más fácil que ponerse una camisa. Dentro del pequeño pájaro en que se había convertido, él seguía siendo Tom Flanagan; y cuando miró la lechuza, vio a Coleman Collins dentro de ella. El mago sonrió, tenía el cabello aplastado sobre su cabeza. La lechuza voló a cierta altura y luego volvió hacia los edificios de Ventnor. Tom giró también, más abajo, y la siguió. Por lo que veía de sí mismo, era un halcón.

—Un halcón peregrino —dijo Collins—. Veo que eres curioso —había risa en su voz.

Tom miró el paisaje, y por un momento quedó maravillado por su belleza y su extrañeza…, árboles, un lago brillante y grandes zonas verdes. Parecía el edén, un lugar que brillaba por lo nuevo y promisorio. Más allá se extendía una red de caminos zigzagueantes, otros rectos, algunas casas, el desierto. A kilómetros de distancia se alzaban las montañas. Debajo de todo esto había tensiones geológicas y músculos pletóricos de vida. Pequeños seres se escurrían por la hierba y la arena. Tom veía por los ojos de un halcón.

Collins interrumpió su ensoñación.

—Hijo.

Tom miró hacia abajo y vio al mago sentado en un techo junto a una ancha lámina de vidrio inclinada. Descendió de mala gana. Cuando aterrizó en el techo era Tom otra vez y la maravillosa visión interna había desaparecido. Caminó hacia Collins, apoyándose en la pendiente del techo.

Ya ves, no todo es malo —dijo el mago—. ¿Acaso las normas ingenuas de moral podrían darte algo así? —miró hacia abajo, a través del vidrio—. Pero ahora llega nuestro momento. Mira.

Tom se vio a sí mismo y a Del en medio de un mar de cabezas, solos en medio de una multitud, cerca de una mujer que servía té. Luego Marcus Reilly se aproximó a él, empujado por Tom Pinfold, y Tom se vio a sí mismo apartándose para hablar con ellos. Miró la cabeza rubia de Marcus como si pudiera ver dentro de ella y encontrar el germen que había puesto a su amigo en este asunto sangriento.

—Pierdes el tiempo —dijo el mago, con brutal brusquedad—. Mira del otro lado de la habitación.

Tom miró hacia allá. Esqueleto estaba apoyado en la pared más distante. Su rostro se mostraba distorsionado pero era visible, parecía un robot en un piloto automático. Tom miró nuevamente hacia atrás y hacia abajo y vio que Del se había apartado un poco del Tom Flanagan que se encontraba allí: Del estaba solo, y su nariz señalaba directamente a Esqueleto.

—Mi sobrino es más débil que Speckle John —dijo el mago—. Ya ves, se siente amenazado, no sabe si puede confiar en sus ojos, pero ellos parecen decirle que su mejor amigo está en secreta complicidad con su ídolo. No puede ignorar ni rechazar a su mejor amigo. Pero debe golpear en alguna parte. Ha comenzado a admitir que la persona que más teme y odia en el mundo también podría tener una secreta relación con este ídolo.

Del estaba rígido por la concentración. El aire que lo rodeaba pareció oscurecerse. Tom vio o sintió el esfuerzo de Del con los sentidos de pájaro que le quedaban.

—No necesitas ser un gran hombre —dijo el mago—, sé un gran asno.

Del otro lado de la habitación, Esqueleto se acercó a los estantes. Dejó flotar su mano sobre los objetos de vidrio. La mano bajó y se cerró. Deslizó algo en su bolsillo y mostró una sonrisa vacía.

A cierta distancia de Tom, Del se relajó. En cierto modo era una prueba. Tom se apenó por Del, por Dave Brick (que tenía su regla de cálculo en la mano y miraba a Esqueleto con la boca abierta), por sí mismo también: tanto malestar, tanta agitación, tantos celos.

—Hizo uso de tus fuerzas —dijo Collins.

—¿Y la levitación…?

—Otra vez tu fuerza. —Collins se puso de pie, y Tom también, parpadeando—. Ven.

La enorme lechuza gris se elevó sobre el vidrio y sobre el techo, dirigiéndose a las nubes; Tom vaciló, levantó los brazos y descubrió que eran alas. Nuevamente esa transfiguración instantánea. A su alrededor se amontonaban nubes blancas, la lechuza había desaparecido; se encontró arrastrándose a cuatro patas hacia una zona verde.

Cuando su mente se aclaró, estaba tendido en el suelo frente a la primera hilera de asientos en el gran teatro.

6

Tom se metió en la cama y trató de descansar. No podía dormir. Siempre que cerraba los ojos, estaba volando o cayendo.

Finalmente se puso de pie y bajó la escalera, y encontró el almuerzo servido en el comedor. Jamón y carne, choucroute. Un vaso de leche helada. Tom comió tan irreflexivamente como un animal, y luego llevó sus platos a la cocina y los depositó en la pileta.

Durante algún tiempo Tom recorrió el living, mirando los cuadros. Luego pasó a un gabinete con puertas de vidrio. En el estante más alto había un antiguo revólver sobre el terciopelo de un estuche de cuero abierto. Debajo se hallaba una pastora de porcelana con un bastón. A poca distancia había otras figuritas de porcelana, un muchacho con una cartera repleta de libros, un gordo de la época isabelina con un jarro de cerveza, unos borrachos con rostros contorsionados sosteniendo partituras musicales. Volvió a mirar a la pastora y vio que tenía la cara de Rose…, una frente alta y vulnerable, labios llenos, ojos muy espaciados. Parecía molesta por haber sido colocada en un lugar aparte de los demás. La mano de Tom fue hacia la llave de la puerta de vidrio; se detuvo al tocar el metal. Tema un miedo supersticioso de tocar la figura de porcelana. Finalmente se alejó.

Esa noche se enfrentó con Del, después de una larga siesta.

Las puertas de corredera estaban abiertas hasta la mitad, dejando un arco iris entre su habitación y la de Del. Tom pasó por la abertura y oyó el rumor del agua en el baño. Se sentó en la cama.

Poco después Del salió del baño, con una toalla alrededor del cuello como una capa, los cabellos húmedos y brillantes pegados a la cabeza. Entonces Tom se dio cuenta de que Del le parecía un niño, tan frágil como si tuviera nueve años de edad.

—¡Me siento magníficamente bien! ¡Debo haber dormido todo el día! —exclamó Del.

—Yo también —dijo Tom.

—Si seguimos así, pronto tendremos el horario de un mago…, estaremos despiertos toda la noche y dormiremos durante todo el día. Pero eso está muy bien. Me gusta la noche. ¿Y a ti?

Del comenzó a secarse los cabellos con una toalla, sin ninguna conciencia de su desnudez.

—Yo prefiero la luz del día.

Del se asomó bajo el borde de la toalla.

—¿Estás de mal humor?

Tom sacudió la cabeza y el rostro de Del desapareció detrás de la toalla.

—¿Tienes ganas de trabajar con la baraja cuando me haya vestido?

—Sí.

—Tenemos que practicar más… Hace una semana que no toco una baraja. Es necesario practicar para no perder la habilidad. Podría mostrarte esa manera de barajar sobre la que estaba leyendo.

—Muy bien.

Del se quitó la toalla de la cabeza y se secó las piernas. Tenía los cabellos desordenados en las sienes, y aún colgaban, húmedos detrás de sus orejas. Dejó la toalla y comenzó a ponerse ropa interior blanca.

—Muy pronto, tal vez mañana, oiremos el resto de la historia de mi tío.

—Así creo.

Abotonándose una camisa amarilla, Del miró a Tom casi con timidez.

—Espero que los dos podamos pasar los veranos aquí de ahora en adelante. Podríamos aprender juntos, ¿no te parece?

Del no prestó atención al silencio de Tom, sino que fue a su escritorio, sacó una baraja nueva y rompió la etiqueta de celofán.

—Bien, acerca una silla al escritorio —dijo Del, barajando las cartas.

Las manipulaba de un modo complicado que Tom no llegaba a ver, que requería el uso de las palmas y que terminaba abriéndolas en abanico con las dos manos para mezclarlas.

—Muy bien. Mira. —Las extendió en abanico sobre el escritorio. Los cuatro doses estaban juntos. Los treses también, y así sucesivamente hasta los ases—. Muy bueno, ¿no te parece? Se puede hacer prácticamente cualquier cosa con esa mezcla triple. En un par de meses podré hacerlo tan bien que…

—Del —interrumpió Tom—. Cuéntame lo de la lechuza de Ventnor.

Su amigo lo miró con ojos alarmados y muy abiertos. Juntó las cartas y volvió a mezclarlas.

—No hay nada que contar.

—Yo sé que sí.

Del miró sus manos.

—Lo gracioso es que todos piensan que lo que importa es la velocidad, y se equivocan. Ninguna mano es tan rápida como el ojo. Tiene mucho que ver con la finesse. La velocidad rara vez importa.

—Háblame de eso, Del.

Del abrió las cartas en abanico; los dos reyes rojos brillaron en medio de un mar de naipes negros.

—Yo quería perjudicar a Esqueleto —murmuró—. Quería que lo echaran —dirigió a Tom una mirada atormentada—. ¿Cómo lo sabes, de todas maneras? ¿Cómo lo descubriste?

—Me lo dijo tu tío.

El rostro de Del se puso blanco. Hizo un montón con los naipes, lo cortó, los mezcló de forma convencional, y volvió a cortar. Tomó las cuatro cartas de arriba: cuatro ases. Volvió a mezclar las cartas y levantó las cuatro de arriba: reyes.

—Estás buscando evasivas —dijo Tom.

Del intentó nuevamente el truco: tres reinas y un siete aparecieron sobre el escritorio.

—Pero fue a causa de él… —se interrumpió…, trataba de no llorar—. Hasta Esqueleto parecía robar al tío Cole… —Del se secó los ojos—. Yo quería crearle problemas —miró el truco malogrado—. Yo lo observaba, pensaba en él… y tú comenzaste a hablar a Marcus Reilly…, y yo me sentía muy mal por lo que Bobby Hollingsworth había dicho después del partido… y después de verte con él, Tom, porque yo te vi, y tú me miraste, pero nadie más podía verte…, fue como aquel día que me fracturé la pierna…, sentí odio por todo, y no podía hablar contigo… —Del se llevó la mano a los ojos—. Entonces pensé: me liberaré de Esqueleto. Pensé que el señor Broome y todos los demás sabrían de inmediato que había sido él, nunca pensé que todo se convertiría en una locura como sucedió… —gimió, levantando la mirada hacia Tom—. De manera que hice que la tomara. Hice magia. Nunca había hecho algo así antes, pero de pronto supe que podía hacerlo. Me concentré tan intensamente que pensé que iba a explotar. Y logré que lo hiciera —miró hacia abajo, y luego nuevamente a Tom—. De manera que creo que yo causé después todos esos problemas. El incendio, lo que le pasó a Dave Brick, y… todo.

—No, tú no —dijo Tom—. El lo hizo.

—¿Esqueleto?

—Tu tío.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Mira, Del —respondió Tom—. Las cosas que hace son… —puso sus manos sobre los naipes—. Como esto. Los baraja, hace salir a uno, coloca su palma sobre otro, te muestra un dos cuando esperabas un as…, ¿ves? Un incendio, una vida, para él son como dos naipes más. No cree que pueda hacer nada malo. No cree en el bien y el mal.

—Pero yo logré que Esqueleto lo hiciera —protestó Del.

—Y acabas de decirme por qué.

—Hablas así porque no eres suficientemente bueno como mago —dijo Del, comenzando a resentirse otra vez.

—No discutiré eso contigo —miró a su amigo con furia—. Del, Rose piensa que deberíamos marcharnos de la Tierra de las Sombras. Piensa que tu tío está perdiendo el control. Tiene miedo por nosotros. Por ella misma también.

Esto conmovió a Del.

—¿Rose tiene miedo?

—Tiene bastante miedo como para querer marcharse. Y llevarnos con ella.

—Bien, yo hablaré con ella sobre esto. Si lo que me dices es cierto.

Siguieron hablando…, fue una conversación que no llegó a conclusión alguna, de manera que tuvieron que dejar las cosas como estaban, pero Tom se sentía agradecido de que Del hubiese llegado hasta aquel punto sin pedirle que la conversación terminara.

En realidad, se quedaron levantados hablando hasta el amanecer, y en cierto momento Del fue a buscar una vela; la encendió y apagó las luces, y los dos permanecieron sentados ante el pequeño escritorio, al principio Tom se sentía receloso y Del culpable, pero más tarde surgió un reconocimiento no expresado de la importancia de su amistad en sus vidas, y siguieron hablando a la cálida luz de la vela, sobre magos, naipes, y acerca de la escuela. Y sobre Rose. A pesar de las cosas silenciadas por ambas partes, fue la última noche y la mejor de su amistad, al menos la última noche en que pudieron hablar de la manera cálida y espontánea propia de una vieja amistad, y los dos comprendieron que así había sido.

7

Pasó una semana, la semana anterior a la enfermedad de Tom y a su encuentro con el demonio; fue un extraño limbo durante el cual coincidieron casi exclusivamente durante los abundantes desayunos y a la hora de la cena. La hora del desayuno pasó de las ocho a las diez de la mañana y luego a cerca del mediodía, y reemplazó al almuerzo. Los dos muchachos se quedaban levantados hasta la una o las dos de la mañana, pero hablaban poco, como si aquella conversación de toda una noche les hubiera secado la lengua. Del iba a menudo al teatro grande a practicar con los instrumentos de prestidigitación. Cuando fuera llamado, Del quería estar listo, y Tom lo advirtió.

Mientras Del barajaba y manipulaba los naipes, Tom nadaba en el lago, flotando de espaldas con las orejas bajo el agua y al sol. Descubrió que podía cruzar el lago si se relajaba y hacía una brazada lateral durante largos trechos. En el extremo más alejado del lago había una playa de sólo dos metros de ancho. La primera vez se tendió desnudo en la arena y se quedó dormido. Cuando despertó tuvo la sensación de que los hombres del señor Peet se habían acercado a él y se habían marchado sin despertarlo. Luego vio que alrededor de él la arena estaba llena de huellas.

Al día siguiente echó a andar por el bosque a primera hora de la tarde. En el claro, junto a la estrecha avenida bordeada de árboles, Tom se encontró con Del, que estaba sentado sobre un tronco cortado.

—Hola —dijo Del, sobresaltado—. Estaba…, estaba sentado aquí. Salí a caminar.

—Yo también —respondió Tom—. Creo que iré un poco más lejos.

Los dos sabían que esperaban ver a Rose Armstrong. Tom saludó a Del con la mano y se perdió entre los árboles. La expresión del rostro de Del le dijo que era un intruso.

El terreno tenía una leve pendiente, y media hora después se hizo plano, a nivel del agua. Tom veía retazos de azul de cuando en cuando, brillando entre los árboles; luego vio una cinta de arena dorada.

Como era curioso, se abrió paso entre la maleza para llegar allí. Cuando salió a la pequeña playa, observó que el muelle apuntaba hacia él como un dedo, el refugio de los botes parecía una boca abierta; la Tierra de las Sombras, allá arriba, arrojaba luz por todas sus ventanas. También parecía vivir. El resplandor daba un amarillo intenso a las hileras de ventanas: los ojos de un dios demasiado absorto en sí mismo como para atender asuntos terrenales.

Las huellas seguían en la arena.

Tom pasó sobre ellas para apartarse de la Tierra de las Sombras, atravesó hierbas altas, y pronto se encontró en una zona como un parque con álamos y césped. Más adelante, con una suave ondulación a la izquierda, había un pequeño camino.

Un minuto después vio una construcción deteriorada, con un toldo roto en el pórtico. Una casita de verano: daba la impresión de que hacía años que estaba vacía. Tres árboles la cubrían con su follaje. Tom se acercó lentamente, con cautela, a la destartalada vivienda. Miró a través de un desgarrón del toldo. Había dos sillas igualmente deterioradas en el pórtico, una de ellas con un cenicero lleno de colillas. Sobre el suelo de madera del pórtico había una revista con una mujer desnuda en la tapa que levantaba sus gruesas, piernas en el aire. Escuchó: no llegaban ruidos de la casa.

Tom abrió la puerta y entró en el pórtico. Atisbo por una ventana. Una cama con un saco de dormir y una almohada, un armario abierto donde colgaban camisas en perchas de alambre. Láminas de mujeres desnudas en las paredes. Se apartó de la ventana y fue hacia la puerta entreabierta.

Entró. El living estaba lleno de muebles rotos y olía a cigarro: las puertas a los lados de la habitación seguramente conducían a la cocina y a dormitorios más pequeños. En el suelo había botellas de cerveza vacías, y también botellas de otras clases. Salía relleno blanco de la rasgadura de un sillón.

Luego Tom oyó cerrarse una puerta, y pasos que se acercaban. Quedó helado por un instante, demasiado asustado para escapar, y luego retrocedió hasta la puerta de entrada.

Rose Armstrong, con téjanos arremangados y una camiseta azul, entró pasando bajo una arcada. Cuando le vio, dejó caer la toalla que llevaba.

—¿Qué haces aquí? —se quedó con la boca abierta.

—Miraba. —La vio recoger la toalla—. ¿Esto es tuyo…, es el lugar donde vives?

—Por supuesto que no. Salgamos de aquí. —Se acercó a él en medio del desorden—. No tengo bañera, de modo que vengo aquí a usar la de ellos cuando han salido. Vamos. Estar aquí me hace sentir mal.

—Podrías darte un baño en el lago.

—¿Y todos ellos mirándome? Uf.

Rose le tomó la mano y lo llevó fuera de la casa, cruzando el pórtico, hasta salir sobre la hierba.

El rostro de Rose estaba brillante y pálido: parecía más joven y más pequeña que la última vez que Tom la había visto. Además parecía más fuerte. Su rostro un poco etéreo estaba endurecido por pequeñas líneas a los lados de la boca. Tom se dio cuenta de que era la primera vez que la veía a la luz del día.

—Aquí —dijo ella, y lo llevó por un camino lleno de maleza hasta un grupo de álamos—. Bien. Me alegro de verte, pero tienes que volver. No puedes quedarte aquí. Te harán pedazos si te encuentran espiando. Te lo digo en serio.

—Te amo —dijo Tom.

Las pequeñas líneas desaparecieron en los ángulos de la boca de Rose.

—Yo también te amo, querido. Pero no tenemos tiempo… y me pone un poco violenta… Bien, ya sabes.

—No tiene por qué ser así —dijo Tom—. Jamás podría pensar nada malo de ti.

—Todavía no me conoces bien —señaló Rose. Tom no comprendía su expresión—. Bien, pensaba tratar de cruzar el lago un día de éstos. Habría ido hoy, pero me sentía tan sucia.

—¿Dónde vives tú?

La joven señaló las profundidades del «parque», a la derecha del camino lleno de malezas.

—En esa dirección. No podemos ir allá. Lo que quería decirte es que todos esperan que se produzca algo…, fuegos artificiales y algunas otras cosas en su espectáculo. Los hombres están cortando leña y cosas así. A veces van a Hilly Vale y beben en la taberna. Allí están ahora. Pero podrían volver en cualquier momento. Me he dado la ducha más rápida que puedas imaginarte.

—¿Sabes algo más por Collins de lo que sucederá durante la actuación?

La muchacha negó con la cabeza.

—Pero piensas que debemos ir.

Rose dijo:

—Dime una cosa. ¿Tratarías de escapar de aquí si nunca me hubieras conocido?

—Sí. Ahora tengo que salir. Y tengo que sacar a Del también.

Arqueó las cejas.

—Muy bien.

—Pero tienes que hablar con Del. Piensa marcharse mañana —explicó Tom.

—Ay, Dios mío —dijo Rose—. A veces odio la magia.

—¿Por qué no te vas por tus propios medios? ¿Qué hay allí? —preguntó señalando a una cierta distancia del lago.

—Una gran pared. Con vidrios en la parte superior. No podría saltar por allí. Necesito tu ayuda.

—Bien, yo te necesito a ti —dijo Tom—. Pienso en ti todo el tiempo. Realmente te amo, Rose.

Se sentía imbécil, pronunciando esas palabras banales: el vocabulario del amor estaba tan manoseado.

—Y yo realmente te amo, hermoso Tom —afirmó Rose, comenzando a retroceder y echando miradas laterales sobre su hombro a la casa de los hombres del señor Peet—. Creo que podré venir dentro de un par de noches.

Entonces hablaré con Del. —Se interrumpió momentáneamente y lo miró, iluminada por un haz de luz—. Tú nunca me odiarás, ¿verdad?

—¿Odiarte?

—Todavía debo hacer algún trabajo para él.

Tom sacudió la cabeza, y ella le arrojó un beso y desapareció entre los álamos. El muchacho esperó unos minutos, sintiéndose inquieto por ella y a la vez desconcertado, y luego volvió a la playa a través del bosque vacío.

Las cenas, durante este período de espera, eran a las ocho. Elena nunca aparecía; cuando Collins bajaba, los tres iban al comedor y destapaban las fuentes. Junto al plato de Collins había una botella de whisky y una de vino; ya estaba borracho cuando se sentaba, y se ponía aún más borracho durante la cena. Del recibía un vaso de vino, que le hacía arder las mejillas. El resto era para el mago. Mientras comían, Collins les miraba fijamente, por turnos, y hablaba poco. Aparentemente, Del estaba acostumbrado a esto, pero Tom esperaba las cenas con temor.

Del hacía preguntas. Tom se revolvía en su asiento y trataba de ignorar la mirada vidriosa de Collins.

—¿Hiciste más curas por medio de la magia en el ejército, tío Cole?

—Una vez. —Los ojos vidriosos se centraban en Tom—. Una vez curé a cinco seguidos. No me importó que me vieran. Sabía que me marcharía pronto…, que iría a París a encontrarme con Speckle John.

—¿Cinco?

—Ordené a las enfermeras que miraran hacia otro lado. Estaba impaciente. Mi mente se encontraba en llamas. Podía haber hecho cien. Actuaba como un rayo.

—¿Trabajarás un poco más para nosotros?

—En cualquier momento.

Esto fue dos días después del encuentro de Tom y Rose en la casita de verano destartalada. A la mañana siguiente Tom cruzó el lago a nado y estaba en la playa con los calzoncillos empapados, pensando que Rose aparecería mágicamente del aire y el agua. Horas más tarde, cuando un hombre gritó algo en el interior del bosque, Tom se metió nuevamente en el agua tibia y nadó hasta el muelle.

Se puso la ropa seca sobre los calzoncillos mojados y fue a la casa. Del no estaba por ninguna parte. Tom entró en el living…, otra tarde de aburrimiento, otra cena aterradora. Sentía que la tensión podía llegar a enfermarlo. Siempre que Collins fijaba en él sus ojos voraces durante la cena, pensaba que el mago sabía todo lo sucedido entre él y Rose. Ahora se sintió enfermo de verdad: se sofocó. La sensación pasó, se quedó mareado… como si hubiera parado frente a un horno encendido. Le daba vueltas la cabeza. El malestar se alejó por un momento y Tom, que de pronto percibía las sensaciones de su cuerpo, sintió un ardor en la garganta, la cabeza pesada; su estómago enviaba una señal de candente dolor.

Se acercó a la superficie más cercana para apoyarse en ella, puso las manos en el vidrio de la vitrina. Miró adentro. Las figuras se movían. Vio al muchacho de porcelana en cuclillas sobre la madera pulida del estante, a los borrachos con los rostros contorsionados que le daban puntapiés. El isabelino con barba que llevaba un jarro de cerveza en la mano, miraba y sonreía. Estaban matando al muchacho, pateándole las costillas y la cabeza. El muchacho se dio la vuelta, exponiendo la masa ensangrentada que había sido su rostro. Había charcos de sangre en la madera.

—Ah, sí —dijo Tom—. Ah, sí. La Tierra de las Sombras.

La vaharada de calor volvió con mucha más fuerza, y caminó vacilante hacia el baño del vestíbulo.

8

Estuvo enfermo con mucha fiebre durante tres o cuatro días. No llevaba el cálculo del tiempo. Sentía como si el cuerpo pudiera quebrársele y agrietársele como una roca demasiado seca…, hasta la sábana más suave le irritaba y le quemaba la piel. Aparecían personas que decían cosas incomprensibles; como alucinaciones, y desaparecían. Del se detuvo frente a él, mirándole muy preocupado.

—No te asustes —quería decir Tom—. Esto es sólo un castigo, nada más.

Pero cuando lo dijo, le hablaba a Rose, que le cogía una mano entre las suyas.

—No, estás enfermo, eso es todo —dijo Rose.

—Te equivocas —dijo Tom a Elena.

Ella lo miró con el ceño fruncido y le dio una cucharada de sopa. Luego Tom dijo:

—No despachaste mi carta.

Old King Cole le miró con falsa simpatía.

—Por supuesto que no —respondió—. La quemé ante tus ojos. Así.

Levantó la mano derecha y las llamas recorrieron su dedo índice.

—Cúrame —rogó Tom, pero hablaba con el desconcertado Del y con la malhumorada Elena.

Su única conversación coherente durante la enfermedad fue con el demonio.

—Sé quién eres —dijo Tom, y se sintió preocupado por algo que recordaba: ¿no había dicho eso mismo a otra persona, cuando todavía era nuevo en la Tierra de las Sombras?

El demonio se sentó en el borde de su cama y le sonrió. Era un hombre de baja estatura, pelirrojo, con un rostro delgado e inteligente…, el rostro de un comediante de club nocturno.

—Por supuesto que sí —dijo el demonio. Estaba vestido como un profesor de escuela, con una chaqueta de tweed de color castaño y pantalones de lana gris—. Al fin y al cabo, nos hemos visto antes.

—Sí, ya recuerdo.

—Yo me presentaría, pero jamás recordarías mi nombre. Si te parece, puedes llamarme por mi inicial, que es M.

—¿Fuiste tú quien me hizo enfermar?

—En realidad era la única manera de poder hablar directamente contigo. Y quería mirarte mejor de lo que pude hacerlo la otra noche. Te preocupas demasiado por las cosas, ¿sabes? Luchas contra el curso natural de los acontecimientos. Te agotarás. Si yo no te hubiera hecho caer enfermo, tú solo lo habrías hecho muy pronto. En resumen, Tom, me preocupo por ti.

—Prefiero que no lo hagas.

—Pero ése es mi trabajo. —M. se llevó la mano a la zona de la chaqueta de tweed que representaba su corazón—. Mi tarea es cuidarte. Preocuparme por ti, si lo prefieres —sus manos se abrieron bruscamente—. Podríamos hacer tantas cosas uno por el otro. Todo lo que debes hacer es dejar de preocuparte. Tienes un gran talento, un talento notable al fin y al cabo, y debo señalar, muchacho, que tú y tu talento estáis en un punto crítico. No me gusta ver cómo te desperdicias. Tampoco le gusta a tu mentor.

—No es mi mentor —señaló Tom, y vio brillar el rostro del demonio con una voracidad frustrada.

—Bien, ya ves, sólo hay dos caminos que seguir —dijo el demonio—. Puedes tomar el camino alto, que es el que yo te recomiendo, sin duda. De ese modo te convertirás en amo de la Tierra de las Sombras… o no, como prefieras. Pero serás tú quien decidas. Te harás cada vez más fuerte como mago. Tu vida será plena, variada y satisfactoria. Todo lo que desees llegará a ti con mucha facilidad. O podrías tomar el camino bajo. No es aconsejable. Tendrás problemas casi inmediatamente. Pondrás en peligro tu felicidad. Suceda lo que suceda, yo podré ofrecerte muy poca ayuda. En realidad creo que así son las cosas, Tom. Ya ves por qué tenía que hablar contigo. Quiero que te ahorres una gran cantidad de cosas desagradables.

—Tendré que pensarlo —replicó Tom. La conversación con el demonio le daba mucha sed.

—Ahora, sé razonable —dijo M.—. Sé que tomarás la decisión correcta.

¿Sería porque no sólo estaba vestido como un profesor, sino que también hablaba como un profesor? ¿Por qué esto le daba sed?

M. le guiñó un ojo.

—¿Diste vida a esos objetos de porcelana? —preguntó Tom.

Pero M. había desaparecido. Tom gimió y se dejó caer en las almohadas y, cuando abrió los ojos, Del estaba frente a él.

—Hoy tienes mucho mejor aspecto —dijo Del—. Sin embargo, no entiendo de qué hablas.

—¿Podrías darme un poco de agua, por favor? —pidió Tom.

Del fue al baño y volvió con un vaso lleno.

—Rose ha estado muchas veces aquí —dijo, dando el vaso a Tom. El agua tenía el sabor más satisfactorio que Tom jamás hubiera probado… y era asombroso que algo tan delicioso saliese de un grifo—. Me di cuenta de que le gustas, Tom.

—Sí. Ella me gusta a mí, también.

—Vio que yo estaba preocupado por ti. No entiendo lo que pasó…, caíste enfermo tan repentinamente.

—Fue… —comentó Tom, pero no terminó—. Fue porque me cansé. Debo haber pescado algún microbio mientras nadaba.

—Así creo. De todas maneras, hablé con Rose.

No dijo nada más, pero se le veía muy alegre.

—Muy bien.

—Creo que realmente tenemos que salir de aquí. Y estaba pensando…, apuesto a que si vuelvo y explico todo al tío Cole, me dejará seguir trabajando con él. Comprenderá. ¿Estás lo suficientemente bien como para que hablemos de esto?

Tom sonrió. Del estaba tan impaciente por decírselo, que tratar de detenerlo habría sido como contener una ola con una mano.

—Ya me siento mejor —dijo.

—Bien, ya ves, es mi tío. Se enojará conmigo, pero dará resultado, es mi tío.

—Tomaremos el camino bajo —dijo Tom, sonriendo—. Te preocupas demasiado por las cosas.

—¿Hay un camino bajo?

—No importa. Tengo que dormir, “Del.

Cerró los ojos y oyó a Del que se alejaba de puntillas.

9

En cuanto Tom pudo levantarse de la cama, fue a la vitrina del living. Las figuras de porcelana estaban en su lugar habitual, la muchacha con el bastón, el muchacho, el isabelino, los borrachos. La cara del muchacho no presentaba daños: esa visión horrible había sido un producto de su fiebre, una alucinación causada por la misma tensión que lo había hecho caer enfermo. Las piernas de Tom parecían las de un bebé, desacostumbradas a llevar su peso. Músculos que nunca había percibido antes le tiraban y le dolían.

Durante la cena de esa noche, el mago le felicitó por su curación.

—Temí perderte, muchacho. ¿Qué crees que fue? ¿Una gripe?

—Algo así —dijo Tom. Y esquivó los ojos brillantes del mago.

—Habría sido una terrible ironía que murieras, ¿no crees?

—No puedo verlo tan objetivamente.

Collins sonrió y bebió un poco de vino.

—De todas maneras, tienes muy buen aspecto ahora. ¿No crees que está espléndido, Del?

Del murmuró su asentimiento.

—Realmente espléndido. Se parece a Houdini cuando joven, ¿no crees? Lleno de fuerza, salud y habilidad. Invencible. ¿Te sientes invencible?

—Me siento bastante bien —dijo Tom, molesto porque Collins le hacía sentirse como un tonto.

—Magnífico. —Se acabó el vino de un sorbo—. Como has resucitado para nosotros, mañana tendremos el penúltimo episodio de la historia de mi vida. ¿Te sientes preparado, pajarito?

—Claro que sí —dijo Tom.

—Entonces, mañana. No a la hora de siempre. A las diez de la noche, creo. Junto a la sexta luz. Te esperaré allí.

10

Tom probó y fortaleció sus músculos nadando; además del ejercicio, que necesitaba, eso le proporcionaba soledad. Collins se acercaba al final de su historia. Al acercarse el final, también terminaba la estancia de Tom y Del en la Tierra de las Sombras. A cada momento Tom esperaba recibir un mensaje de Rose. Rogaba que ella no retrasara la huida hasta el día de la actuación final. Ahora que Del estaba al menos teóricamente preparado para abandonar a su tío, cuanto antes se marcharan, mejor.

El tiempo era aún cálido, pero la humedad del aire se había concentrado y oscurecido. Había niebla en medio del lago y en el bosque. El aire parecía confundirse de manera indivisible con las nubes. Contra su piel, el agua estaba casi tan caliente como la de una bañera.

Oyó martillazos: toc-toc-toc: cada golpe de martillo amenazaba con clavarlo en la Tierra de las Sombras.

Sabiendo que era en vano, esperaba que Rose les transmitiera un mensaje esa tarde.

En cambio, la vio. La muchacha salió sola del bosque en medio de la niebla, se desabotonó la falda escocesa y, con su traje de baño negro, se metió en el agua.

Tom nadó hacia ella, con el corazón medio enfermo de amor.

Rose le oyó chapotear (la emoción hacía que Tom nadase aún peor) y retrocedió hasta la orilla, donde podía hacer pie. Tom se acercó a ella por el agua pesada y cálida. Sólo la cabeza y el cuello de Rose quedaban visibles sobre la superficie.

—Gracias por venir a visitarme —dijo él—. Recuerdo haberte visto allí un par de veces.

—Bien, yo hubiera quedado allí todo el tiempo, pero no quería molestar al señor Collins.

Rose lo miraba directamente a los ojos con tranquila y mortal franqueza.

Tom avanzó en el agua hacia ella.

—Es bueno verte —dijo, y el rostro de Rose volvió a endurecerse.

—A mi también me gusta verte a ti —señaló la muchacha.

—¿No podemos salir pronto de aquí? ¿Tal vez hoy? El nos contará algo más de su historia esta noche…, me pone nervioso.

—Hoy nos atraparían —dijo ella—. Esos hombres andan por todas partes. Es demasiado temprano. De todas maneras, no te sucederá nada hasta la gran actuación. Ten paciencia. Yo hago lo que puedo.

—Confío en ti, Rose —dijo él—. Sólo que me estoy poniendo… no sé. Esta espera me vuelve loco. Creo que por eso me puse enfermo.

Las manos de ella, entibiadas por el agua, subieron y se apoyaron en los hombros de Tom. Unió las manos detrás del cuello del muchacho.

—No te portarás como un tonto cuando me veas esta noche, ¿verdad?

—¿Esta noche?

—Durante el relato de Collins. Entonces tendré que trabajar.

—Ah. Una de esas escenas.

—Algo así. Pero no…, ya sabes. No digas nada.

—No diré nada —temblaba.

El rostro de Rose se acercó; el roce de su boca extinguió las palabras de Tom. Luego habló otra vez:

—Tom, no escuches nada de lo que diga sobre mí. Creo que sabe que te amo. Es imposible ocultarle nada. Pero si habla sobre mí, serán mentiras. Aquí todo es mentira.

Rose lo abrazó fuerte, y luego le dio una palmadita amistosa en la espalda.

—Ten paciencia —dijo—. Ahora debo irme.

Su cabeza se sumergió en el agua, su cuerpo se puso tenso y ejecutó una larga brazada que la alejó de él.

Tom se dio la vuelta, conmovido, y vio una figura alta y delgada de pie en el muelle, que lo miraba directamente. Era Coleman Collins. Buscó con los ojos a Rose, pero ella seguía bajo el agua. Tom sintió un terror repentino, irracional, como si la pequeña figura en el muelle hubiera oído lo que habían dicho Rose y él. Collins le hacía señas. Se puso a nadar de vuelta a la Tierra de las Sombras por las aguas cálidas.

Collins le indicó con un gesto que fuera al muelle. Cuando Tom llegó a poco más de un metro del muelle, miró el rostro duro del mago.

—Entonces ya conoces a nuestra pequeña Rose mejor de lo que nos imaginábamos —dijo Collins—. Ven aquí.

—Acabo de encontrarme con ella por casualidad —afirmó Tom.

—Sube al muelle.

Tom se acercó, y Collins se inclinó y le tendió la mano. Tom levantó su propia mano y el mago lo ayudó a subir al muelle como si no pesara nada. Chorreando y asustado, Tom quedó inmóvil frente a él.

—En este momento no te recomiendo distracciones —dijo Collins.

A Tom le llevó un momento comprender lo que quería decir.

—En realidad, una distracción excesiva de tu tarea podría resultar peligrosa, Tom. ¿Comprendes? Necesitaré de toda tu concentración.

—Sí, señor.

—Sí, señor. Como un niñito de escuela. ¿Es posible que todavía no entiendas que estás implicado en algo muy serio?

—Creo que comprendo —dijo Tom.

El mago parecía sobrio pero muy enojado.

—Creo que sí. Espero que sepas que no puedes dar ninguna credibilidad a las palabras de Rose. No debes tenerle confianza. Si dejas que esa muchacha te desvíe de tu camino, te hundirás. ¿Está claro?

Tom asintió.

—Veo que todavía no entiendes. De manera que te contaré uno de mis secretos. Esa deliciosa criatura que estabas abrazando en el agua nunca ha visto la ciudad de Hilly Vale. No tiene abuela, y nunca tuvo padres. Es una creación mía. No tiene noción de la moral, y menos del amor.

Tom lo miró con gesto agrio, odiándolo.

—Ah, Dios mío. Creo que será mejor que te cuente una historia —dijo el mago—. Siéntate y escucha.

11

La sirena

—Hace muchos años, cuando todos vivíamos en el bosque y nadie moraba en ninguna otra parte, un viejo rey solitario residía junto a un lago en un castillo lleno de corrientes de aire que había visto días mejores. En otra época había sido el castillo más hermoso, y él, el rey más poderoso de todo el bosque, que cubría la mitad del continente. Antes los tapices adornaban las paredes, las tazas de oro brillaban en la mesa, y todo el castillo estaba iluminado por una luz que era el reflejo de la gloria del rey. Pero la reina había muerto, y las princesas se habían casado con príncipes de tierras lejanas, otros reyes del bosque habían conquistado parte de su territorio en las batallas, y el viejo rey vivía solo y triste, sin gloria ni afectos. Sus soldados habían muerto de viejos o simplemente habían desaparecido en el bosque, de manera que no pudo incrementar sus tesoros por medio de la conquista. Sólo algunos leñadores y cazadores seguían pagando sus impuestos, y los pagaban principalmente por lealtad a lo que él había sido en otra época.

»Uno de los pocos placeres del viejo rey era caminar por la noche por la orilla del lago, cerca del castillo. El agua era profunda y azul, y de vez en cuando veía saltar un pez, que perturbaba la sombría quietud con un ruido tan fuerte como el de una bala de cañón, creando círculos que se extendían hasta la costa. En esos momentos el rey se afligía, recordando la época en que la fama de su poder y de sus obras formaba círculos que se ensanchaban a cientos de kilómetros de distancia en todas direcciones. Los viejos tiempos del amor y el poder. ¡Cómo los ansiaba!

»Una noche, mientras daba su melancólico paseo junto al lago, vio a un enorme pez que saltaba del agua, y se sintió tan conmovido por la nostalgia que murmuró para sí mismo:

»—Ah, deseo…

»Entonces oyó una voz tan antigua y cascada como la suya:

»—¿Qué deseáis, majestad?

»El rey se dio la vuelta y vio a un viejo de cara astuta, con una túnica raída, sentado sobre un tronco caído, medio oculto por la vegetación. No reconoció de inmediato al viejo, porque no lo había visto desde los días que estaba añorando.

»—Ah, eres tú, brujo —dijo el rey—. Pensé que estabas muerto.

»—Vuelvo a morir todas las mañanas —señaló el brujo—. La tos me trae de vuelta.

»—Trucos y confusión, eso es todo lo que me has dado —dijo el rey, apartándose del lago con irritación.

»En realidad le agradaba volver a ver al brujo, a pesar de la exactitud de lo que acababa de decir.

»—Halvor es muy importante ahora en el norte —dijo el brujo, como hablando consigo mismo—, y Bruno se ha hecho un nombre en el sur, y Lester el Ambicioso, en el oeste…

»—Cállate —gruñó el rey—. Sé todo eso. Supongo que te vendiste a ellos, como todos los demás. Supongo que realizas tus malditos trucos para reptiles como Lester, que llegó al poder envenenando a la mayor parte de sus parientes.

»El gran pez volvía a surgir del agua, dio un golpe con la cola, y el corazón del rey se contrajo de dolor por todo lo perdido.

»—Tiene sus propios brujos…, arribistas que sólo piensan en el dinero. Si yo trabajara para ellos, ¿no llevaría al menos una túnica nueva?

»—Mmmm… —dijo el rey—. Pareces un poco empobrecido, brujo.

»—No más de lo que me siento. Pero ¿no te oí expresar un deseo un momento atrás? En nombre de los viejos tiempos, me ofrezco a ayudarte.

»—Y a embaucarme como hacías con todos aquellos a quienes ayudabas.

»—A los brujos hay que pagarles, como a todos los demás —dijo el viejo sentado sobre el tronco—. ¿Qué deseas? ¿Un gran ejército? ¿Un arcón lleno de oro? —Entonces miró al rey con astucia, y por un momento sus arrugas parecieron alisarse—. ¿O una esposa hermosa y joven para que te caliente los huesos? Una esposa joven tal vez, con poder para devolverte tu reino y todo lo que has perdido…

»El rostro del rey se oscureció.

»—Creo que podría encontrar una esposa para ti —continuó el mago—, que embrujaría a los ejércitos de Halvor y Bruno para que tú pudieras dominar los territorios que una vez fueron tuyos, y luego obtener el tesoro necesario para invadir la provincia de Lester el Ambicioso…, una esposa que, aunque incapaz de darte hijos, te daría la ilusión del amor.

»—Sólo la ilusión —dijo el rey, desencantado.

»—Míralo desde mi punto de vista —señaló el brujo—. Todo amor es una ilusión para un brujo. Y para poseer esta gran bendición de la cual vendrían todas las demás, sólo necesitas decirme que sacrificarás tus cabellos grises y en cambio llevarás barba. Es un negocio mejor que el que les propuse a los gorriones. La amarga verdad es, majestad, que tengas menos que ofrecer que ellos.

»Aunque viejo, el rey todavía era vanidoso, y no le gustaba la idea de la calvicie.

»—¿Será una barba larga? —preguntó.

»—Una barba muy noble —respondió el brujo—. ¿Debo señalarte que no necesitas de tu cabello para disfrutar del amor? Y la esposa que te daré te hará sentir joven otra vez.

»—¿De dónde la sacarás? —preguntó el rey—. ¿Será algún horrible invento de cera y grasa de oso?

»—En absoluto —sonrió el brujo—. La sacaré de aquí. —0Señaló el lago con la cabeza, y en ese instante el gran pez apareció nuevamente en la superficie—. Ella será muy hermosa, poseerá el don de encantar ejércitos, pero tendrá el corazón frío de un pez. Sin embargo, mientras seas rey, creerás en su amor.

»—Espalda recta y carne firme —dijo el rey—. Y poder para encantar ejércitos. —Tembló al borde de su decisión por un momento, temiendo estar a punto de cometer un gran error, pero entonces pensó en una mujer muy hermosa, con poder para volver a los ejércitos de Halvor y Bruno contra ellos, y le hirvió la sangre, y susurró—: Acepto el trato, brujo.

»—Debes estar en este lugar a medianoche —advirtió el brujo, con una mueca que hizo más profundas sus arrugas, y desapareció.

»A las once de la noche el rey estaba junto al lago.

A las once y media le dolían los huesos y se sentó en el tronco del brujo, ardiendo de esperanza e impaciencia. Quince minutos más tarde vio estallar una gran burbuja en la superficie del lago. Se puso en pie a la luz de la luna y se acercó a la orilla. Se frotó las manos doloridas. Se mordió los labios. Ya se sentía años más joven. A medianoche algo apareció en la superficie del agua, en el centro del lago. Aterrorizado, el viejo rey dio un paso atrás mientras veía aparecer la cabeza de una mujer hermosa y joven. Los hombros de la mujer se elevaron del agua. Luego toda la parte superior de su cuerpo, y también el cuello y la cabeza de un caballo. El viejo rey retrocedió hasta que chocó con los arbustos detrás de él. La mujer salió totalmente, vestida con un rico traje largo y montando un magnífico caballo blanco. Sus cabellos eran de color rubio rojizo, su rostro era hermosísimo y el rey vio que realmente podía encantar ejércitos.

»—Ven, marido mío —dijo ella, y extendió una mano hacia él.

»Cuando el rey la tocó, sintió que era fría como si dentro de ella no corriera sangre. Con la fuerza de un gigante, ella lo atrajo hasta la montura, y los dos, montados en el caballo, fueron hasta el castillo. Y esa noche, después de dejar el caballo afuera, el rey conoció las delicias del lecho matrimonial con tanta intensidad como cualquier príncipe de veinte años.

»Al día siguiente fueron hacia el norte, hacia la tierra de Halvor, y se enfrentaron a su ejército, que iba a aniquilarlos hasta que los soldados vieron el rostro de la reina. Instantáneamente los soldados dejaron caer las armas y juraron fidelidad al viejo rey. Luego fueron al castillo de Halvor y descubrieron que Halvor ya había escapado hacia el norte, donde sólo vivían los ciervos y los lobos.

»Esa noche, el viejo rey conoció nuevamente los placeres del amor. Aunque su novia era fría como un pez al tocarla, su belleza le conmovía y ella juró que le amaba. Y el rey sintió nuevamente que recuperaba su juventud junto con la mitad de su reino.

»Al segundo día, él y su novia y el ejército de Halvor fueron hacia el sur, donde los soldados de Bruno cayeron al suelo llorando, a manera de bienvenida. Bruno huyó más hacia el sur, hacia la tierra donde las grandes serpientes y las lagartijas gigantes se arrastraban sobre las rocas negras y se deslizaban en los ríos malolientes.

»El rey volvió a su palacio trastornado por la felicidad. En dos días había recuperado su antiguo reino y aún más, y tenía un ejército para conquistar cualquier tierra que deseara. Lester el Ambicioso caería algún día Su nueva amada lo miraba con dulzura, y el rey supo que el brujo se había equivocado sobre su capacidad de amar.

»Cuando el rey y su esposa y los ejércitos unidos llegaron al palacio, el rey vio al brujo sentado junto al portón de entrada.

»—Hola, viejo rey —dijo el brujo—. ¿Estás satisfecho con el trato?

»—Estoy satisfecho con todo, amigo —respondió el rey, sintiéndose poderoso sobre el gran caballo blanco.

»El rey y sus hombres entraron a darse una comilona de carne y cerdo y a beber barriles de cerveza; y durante el festín el rey vio con orgullo cómo sus nobles, los hombres más valientes y fuertes de los tres territorios, honraban a su reina; y observó la perfecta conducta de la reina con los nobles: decía una palabra a uno, sonreía a otro, pero reservaba lo mejor de sí misma para el rey, para que todos supieran que su corazón era sólo de él.

»Cuando el rey y la reina dejaron a sus huéspedes para ir al dormitorio real, el rey cerró con llave la puerta tras él y avanzó hacia su novia.

»—Un momento, majestad —dijo el brujo, que estaba sentado en el alféizar de una ventana.

»El rey lanzó un juramento e hizo ademán de arrojar al intruso por la ventana, pero el brujo levantó una mano y dijo:

»—Ya que tú estás satisfecho de que yo haya cumplido con mi palabra, ahora te pediré que cumplas con la tuya.

»—Toma mis cabellos… y dame mi barba… ¡Pero márchate! —rugió el rey.

»La reina, que había comenzado a desnudarse, siguió haciéndolo.

»—Ya está —dijo el brujo, chasqueando los dedos, y el rey sintió un intenso dolor, más fuerte que ninguno que hubiese conocido, un dolor que amenazaba con hacerlo pedazos y con hundirle los ojos en la cabeza. Cayó de rodillas, aullando.

»Ante la reina, que terminó de desvestirse como si nada importante estuviera ocurriendo, y ante el brujo, que se limitaba a sonreír tan fríamente como Lester el Ambicioso al eliminar al último de sus parientes, el viejo rey quedó transformado en una cabra. Sus cabellos se convirtieron en los pelos toscos de la cabra, y largos bigotes de cabra surgían desde su mentón. Balaba y pateaba, pero no lograba recuperar su forma humana. El brujo se acostó con la reina, la cabra fue enviada a la cocina, y los nobles, maravillados, continuaron con su festín. Así el brujo terminó sus días con una hermosa esposa, un gran ejército y la posesión de varios reinos.

12

—¿Y a qué viene todo esto? —preguntó Tom, temblando en el muelle.

El mago le sonrió: le sonrió tan fríamente como el brujo de su historia.

—¿Realmente necesito decirlo? Rose nunca podrá salir de la Tierra de las Sombras. Bésala todo lo que quieras, pero no creas una sola palabra de lo que ella te diga, porque no tiene idea de la verdad.

—Es una mentira… terrible…, ridícula… —Tom comenzó a alejarse de Collins por el muelle.

—No te culpo por enojarte conmigo —gritó el mago, en medio de la niebla—, pero, hagas lo que hagas, no olvides mi advertencia. No tomes a Rose demasiado en serio.

Ahora Tom había llegado a la escalera de hierro. Al pisar el primer peldaño, oyó gritar al mago:

—Nuestras vidas toman caminos diferentes, Tom, y el rey de hoy es la cabra de mañana. No seas tan tonto como para pensar que no pueda sucederte a ti.