TRES
DOS TRAICIONES
1
Por la noche aún había niebla sobre el lago y en el bosque alrededor de los árboles. Las luces en los claros brillaban como discos amarillentos.
—No nos separemos —dijo Del, y le tomó la mano mientras avanzaban lentamente entre los árboles.
Cuando llegaron al claro de la sexta luz, Coleman Collins estaba esperándolos. Se sentó en la silla de la lechuza con las piernas cruzadas por los tobillos.
Tom tragó saliva, sabiendo que vería a Rose en el sendero bordeado de árboles antes de que concluyera esta parte de la historia.
—Los aprendices de hechicero —dijo Collins, volviendo la cabeza para recibirlos. Su voz era pastosa. Los dos muchachos habían visto la botella que sostenía entre los muslos—. Justo a tiempo, sí, y vagando entre la niebla como huérfanos. Sentaos en vuestros lugares acostumbrados, muchachos, y escuchad. Hemos llegado al penúltimo capítulo de mi historia, y el tiempo nos es propicio.
2
»En primer lugar, el día en que deserté de las fuerzas armadas de los Estados Unidos había niebla. Era la primera semana de diciembre, y hacía tres semanas que había terminado la guerra. Yo estaba en Inglaterra, esperando mis papeles con mi baja. Speckle John había recibido la suya una semana antes y ya estaba en París. Yo no veía razón alguna para no marcharme inmediatamente, excepto la estricta interpretación que da el gobierno a cosas tales como el abandono prematuro del servicio. En ese momento yo no estaba sirviendo a nadie, en realidad. Esperaba a que mis papeles llegaran, en una casa de campo convertida en hospital y hogar para convalecientes… en Surrey… y nadie me necesitaba. Los pacientes internados allí tenían una licencia especial. Nadie sabía cuándo llegarían los papeles. Algunos de los hombres habían oído rumores de que no se les daría de baja, ni se los licenciaría, por lo menos durante un año. No eran rumores infundados: algunos hombres aún estaban en Francia ocho meses después.
«Supongo que ninguno de vosotros dos conoce Surrey. Es un condado bastante hermoso. Antes de la guerra, y para los que tenían dinero, debía ser una especie de paraíso. Pero el tiempo, al menos mientras yo estuve allí, era malísimo, frío y neblinoso… El tiempo más expresivo que jamás he conocido, que de alguna manera reflejaba nuestras esperanzas y expectativas muertas. Los ingleses habían perdido casi una generación de hombres, y creo que en esos pueblos de Surrey sentían particularmente la pérdida. Cuando llegó la carta de Speckle John, simplemente tuve que marcharme.
»De manera que en la primera semana de diciembre me fui, llevándome sólo una bolsa de mano con algunos libros, mi navaja de afeitar y mi cepillo de dientes. Caminé tres kilómetros y medio para llegar al pueblo, esperé un par de horas en la estación, y tomé el tren de Charing Cross. Desde el momento en que salí de aquella casa fui un criminal y un fugitivo, que viajaba con papeles falsos que tuve el cuidado de comprar en el mercado negro antes de salir de Francia. Al día siguiente tomé el tren para París.
»El nombre que yo llevaba en mis papeles falsos era Coleman Collins. De esa manera seguirían buscando al teniente Charles Nightingale.
»Porque se trataba de una persecución, y por esa razón yo había estado secuestrado en Surrey. Durante la cena ya os conté, muchachos, lo de aquel día que realicé cinco curaciones mágicas seguidas. Fue algo audaz, hasta estúpido…, sin duda arrogante. Yo estaba ardiendo de impaciencia. Austria-Hungría acababa de rendirse después de la victoria italiana en Vittorio Véneto. Todos sabían que Alemania estaba agotada. Terminada. Yo quería marcharme. De manera que lo hice. Cinco curaciones seguidas. La enfermera irlandesa creyó que había llegado el demonio. Por supuesto, mi espectáculo causó conmoción. Withers vio lo que yo estaba haciendo, y después de terminar su propio trabajo salió corriendo del lugar. Iba a ver al coronel, sin duda. A mí no me importaba. De todas maneras, para ser breve, antes de llegar a Inglaterra hubo nuevos rumores sobre mí. No sólo entre algunos soldados negros, sino entre el público en general. Habían comenzado a aparecer reportajes en periódicos ingleses y franceses. Milagro en el campo de batalla. Ese tipo de cosas. Primero en un lugar, luego en otro. Cuando salí de Yorkshire, los periódicos ingleses estaban realizando su propia investigación sobre el “doctor milagroso”. Si yo hubiera codiciado esa clase de cosas, podría haberlas tenido al momento, muchachos…, si hubiera deseado ser un mono de circo durante el resto de mi vida. Pero lo que yo anhelaba estaba en París, trabajando en nuestra actuación y buscando un teatro donde representarla. Lo que yo deseaba tenía sus secretos y su ciencia, que me transformarían por completo.
»Volví a pisar suelo francés el 5 de diciembre de 1918, agotado, sin afeitar, bajo una lluvia fría. Mis papeles no levantaron sospechas, nadie los miró dos veces, Después de unas semanas en París, sin embargo, vi que un diario había logrado identificar al “doctor milagroso” como un tal teniente Charles Nightingale, que había desaparecido extrañamente de un pueblo inglés poco antes de ser dado de baja en el ejército, y que ahora era un desertor. Pero ya entonces los hechos del teniente Nightingale no eran más importantes para mí que los del general Pershing.
»Speckle John había alquilado unas habitaciones en la rué Vaugirard, y tomé una habitación debajo de las suyas. Se entraba al edificio por unas gigantescas puertas de madera que daban a la calle y se pasaba a un patio abierto rodeado por altas paredes de ladrillo gris. Unas puertas más pequeñas llevaban a las escaleras. A la derecha estaba la oficina del portero; delante, las escaleras que conducían a las habitaciones de Speckle John. Era un edificio tan deteriorado que estaba mohoso, pero a mí me pareció hermoso. Lo veo como si lo tuviera delante. Y creo que vosotros también.
Los muchachos miraron por el sendero bordeado de árboles y vieron la silueta de unas altas paredes grises en la niebla. Las ventanas oscuras contemplaban una figura alta con sombrero. Luego una figura negra, con el rostro en sombras, surgió de una puerta en la pared de ladrillo.
—Mi mentor, mi guía y mi rival me esperaba.
El hombre del sombrero y el abrigo avanzó entre la niebla hacia la silueta negra. Luego se abrió otra puerta, y una muchacha esbelta pasó rápidamente entre los dos hombres. Rose.
—Ese primer día, vi una muchacha que pasaba junto a nosotros, pero no la miré con atención. Más tarde supe que se llamaba Rosa Forte, que era cantante, y que sus habitaciones estaban en la planta baja debajo de la mía.
Rose había desaparecido entre los árboles; los dos hombres se desvanecieron también; la escena al final del sendero bordeado de árboles quedó a oscuras.
—Al principio pensé que era la muchacha más encantadora que había conocido jamás, valiente e inteligente, con un rostro que me deleitaba más que cualquier pintura. Al cabo de unas pocas semanas me había enamorado de ella. Una vez vi una pastora que tenía su rostro en una tienda provinciana de antigüedades, y como no tenía dinero para comprarla, la robé… Me la metí en el bolsillo y la llevé a casa. Cuando Speckle John y yo hacíamos nuestras giras, la llevaba conmigo. La miraba; miraba dentro de esa figurita como si conociera misterios que Speckle John ignoraba.
En el estrecho espacio entre los árboles apareció Rose Armstrong, vestida con una prenda blanca y larga perteneciente a un período indefinido. Llevaba un cayado de pastor, y se quedó inmóvil como una estatua, mirando a Tom sin centrar sus ojos en él.
—Misterio, sí. El misterio es siempre doble, y una vez que conoces su secreto, es doblemente banal. Con el tiempo llegué a pensar que Rosa Forte era como una muchacha de una fábula, vacía para sí misma a pesar de todo su encanto superficial, y que era propiedad de cualquiera que escuchara su historia.
Collins levantó la botella, y Rose Armstrong desapareció en medio de la niebla y los árboles.
—Ah. Speckle John y yo comenzamos a trabajar casi de inmediato. Nos contrataron teatros y salas de toda Francia. Yo tenía miedo de permanecer largos períodos en Inglaterra por el asunto del «doctor milagroso», pero cruzamos varias veces Inglaterra para actuar en Irlanda. Luego inventamos todo un espectáculo diferente, utilizando las habilidades que poseíamos, y finalmente llegamos a la cumbre. En realidad buscábamos la extravagancia, y podíamos manejar al público de tal manera que al final de la actuación no sabía exactamente qué le había sucedido. Cuando nos veían, comprendían que ningún otro mago podía igualársenos. Una de nuestras más famosas invenciones fue el Cobrador, que comenzó casi como un chiste mío. Sólo dieciocho meses después decidí que yo tenía el poder necesario para usar a una persona real que representase al Cobrador.
Del jadeó, y el mago lo miró arqueando las cejas.
—¿Tienes alguna objeción moral? Speckle John también la tenía…, quería seguir con el juguete no tan acertado que yo había inventado antes. Pero una vez que se me ocurrió que podía llenar mi juguete, por así decirlo, con una persona real, el juguete comenzó a parecerme inadecuado. El primer Cobrador fue un caballero llamado Halmar Haraldson, un sueco que conocimos en París y que quería nada menos que ser mago. Le parecía que era el camino de la venganza contra un mundo que no había valorado su capacidad; y Halmar veía en nosotros algo más poderoso que lo que hay en los magos teatrales. Lo que él creía, y tenía razón, era que la magia es antisocial, subversiva, y odiaba tanto al mundo que tenía hambre y sed de nuestro poder. Haraldson siempre llevaba vulgares trajes negros sobre los cuales su huesuda cabeza escandinava flotaba como una calavera; tomaba drogas; era el exponente más extraño del nihilismo de posguerra que yo haya conocido. Conscientemente o no, era como una de esas apariciones en las pinturas de Edvard Munch. De manera que una noche me encontré con él y lo llevé conmigo, y de allí en adelante mi juguete brilló con una vida nueva. Halmar se movía dentro de él como un genio.
—¿Qué le sucede a la persona que usted utiliza? —preguntó Tom—. ¿Qué le sucedió a Halmar?
—Finalmente lo liberé, cuando dejó de ser útil. Ya lo sabrás, hijo. Speckle John insistió en abandonar totalmente al Cobrador, pero yo dominaba la representación. Al fin y al cabo, yo era su sucesor, y mis poderes pronto fueron iguales a los suyos. No podía insistir conmigo, aunque me daba cuenta de que él se sentía cada vez más desdichado cuando partíamos juntos en nuestras giras. Hablo de algo que sucedió durante algunos años.
»Supongo que es un hecho frecuente e irónico. Los socios trabajan juntos y logran éxitos, pero se distancian personalmente. Comenzó a hacerme entender que pensaba que yo era un error…, que nunca debía haber sido elegido. Descubrí, con desilusión, que Speckle John no tenía amplitud de miras, que sus ambiciones eran pequeñas, que su concepción de la magia era pequeña. “La prueba de un verdadero mago es que no usa sus poderes en la vida corriente”, dijo, y yo dije: “La prueba de un verdadero mago es que no tiene vida corriente.”
»Rosa participó durante un tiempo en nuestra representación. Nunca había llegado a nada como cantante y necesitaba trabajo. A Speckle le gustó, y como ella había actuado en público, no le asustaba el escenario. Le enseñamos todos los trucos básicos; le gustaban, y su actitud de chiquilla era eficaz para el público. Mi socio adoptó una actitud paternal hacia ella, que yo creía ridícula. Rosa era mía, para que yo hiciera con ella lo que deseara; pero no me opuse a que tuvieran largas conversaciones, porque la ayudaba a conformarse con su situación. La otra razón de que yo no me opusiera era que el afecto de mi socio por la muchacha me probó que era él y no yo quien constituía un error. Mi pequeña pastora era totalmente de porcelana, de hermoso aspecto, pero sólo reflejaba una luz ajena.
El viento dispersaba la niebla. Un frío más intenso entró en el claro.
—Cuando uno viaja como yo, comienza a conocer a todos los que han actuado en los mismos teatros. Jimmy Nervo y Teddy Knox, Maidie Scott, Vanny Chard, Liane D’Eve… Un grupo me interesó, el del señor Peet y los Muchachos Vagabundos. Había seis «muchachos», acróbatas y atletas, tipos duros. Creo que todos habían estado presos por crímenes violentos alguna vez…, por violación y rapto, por asalto. Los otros actores no se les acercaban. En realidad sus volteretas eran apenas correctas, no lo suficientemente buenas como para aparecer como número principal, e intercalaban canciones cómicas y peleas ensayadas. De vez en cuando las peleas iban más allá del escenario. Sé que en un par de ocasiones golpearon a unos hombres casi hasta matarlos en una pelea de borrachos. Eran más bien una especie inferior de vida. Yo quería contratarlos, y cuando abordé a su líder, Arnold Peet, éste estuvo de acuerdo de inmediato…, era mejor ser el segundo en un número con éxito que marchitarse siendo independiente. Y también estuvo de acuerdo en que sus «muchachos» trabajaran como guardaespaldas míos cuando no estaban actuando. Al final llegaron a temerme…, dependían de mí para comer…, sabían que yo podía matarlos con una mirada y hacían todo lo que yo quería. Nuestra actuación inmediatamente cobró fuerza también, se tornó más salvaje y más teatral, porque yo asumí su dirección.
»Durante un tiempo, muchachos, fuimos los magos más famosos de Europa, gente muy conocida nos buscaba en todas partes, nos daba fiestas, venía a buscar consejo. Conocí a todos los surrealistas, a todos los pintores y poetas; conocí a los escritores norteamericanos en París; a duques y condes, y pasé muchas tardes leyéndoles el porvenir a los que buscaban la ayuda de la magia para planear sus vidas. Ernest Hemingway me pagó una copa en un bar de Montparnasse, pero no quiso venir a mi mesa porque pensaba que yo era un charlatán. Le oí hablar de mí como ese “Rasputín barato”, no me importó esa descripción. El verdadero Rasputín barato era un inglés que imaginaba ser un demonio. Conocí a Aleister Crowley en Inglaterra, y supe de inmediato que era un estafador enfermo que se engañaba a sí mismo…, un pobre diablo cuyo talento brillaba en la farsa.
»Crowley y yo nos encontramos en el jardín de una casa de Kensignton perteneciente a un rico y tonto aficionado a las ciencias ocultas que nos mantenía a los dos y que deseaba saber qué sucedería si nos encontrábamos. Yo ya estaba en el jardín cuando Crowley apareció por la puerta de la despensa. Era absolutamente repulsivo; llevaba un caftán negro, los pies desnudos y sucios; la cabeza afeitada. Su rostro era demente y ambicioso…, había una especie de tosco magnetismo en él. Crowley me miró a los ojos, tratando de asustarme.
»—Hola, Aleister —dije yo.
»—¡Fuera, enemigo! —gritó, señalando mi rostro con un gordo dígito.
«Convertí su mano en una garra de pájaro, y casi se desmayó allí mismo.
»—Márchate tú —dije, y Crowley se metió la garra bajo el caftán y salió con gran prisa.
»Supe que más tarde mostró la garra a una admiradora como prueba de sus capacidades satánicas, y trabajó con encantamientos durante meses antes de poder transformarla nuevamente en su propia mano.
Algo se movió en la luz indecisa entre los árboles.
—Por lo que ya he dicho, sabéis que ya no me inquietaba pasar un tiempo en Inglaterra. Hacia 1921 viajamos gratis por toda Inglaterra, actuando en teatros desde Edimburgo hasta Penzance, aunque la mayor parte de nuestro trabajo era en Londres, especialmente en el Wood Green Empire. Pensé que el mundo había olvidado al misterioso doctor Nightingale. Pero una persona lo tenía presente, y la encontré una noche de verano después de una actuación. Esperaba junto a la puerta del escenario del Empire, y vi sus cabellos rojos y supe quién era antes de ver su rostro.
Entre los árboles se vio una luz sobre un tramo de escalera, una pared de ladrillo, una sugerencia de callejuela estrecha. La figura de abrigo y sombrero bajó por la escalera. Tom vio a Rose siguiéndolo un poco atrás. El mago levantó su botella, como si hiciera un brindis al que había sido antes, pero no bebió. Al oír la siguiente frase del mago, Tom supo que no era a sí mismo a quien dedicaba el brindis.
—Allí está Rosa Forte, mi pastora de porcelana, mi pez encantado. Me alegraba el que estuviera allí…, quería que ella viera lo que yo podía hacer. Quería que supiera que ni su código ni el de Speckle John podían detenerme por un solo momento. Y quiero que vosotros, muchachos, lo sepáis también. Nada me detendrá.
La pequeña escena entre los árboles era oscura, inexplicablemente siniestra: el doble de Collins, con sombrero y abrigo, la muchacha frágil detrás de él en la escalera. Había algo salvaje en ellos…, una violencia mortal en la niebla.
Otro hombre salió de la niebla; sus cabellos rojos brillaban.
—Withers me dijo:
»—Sabía que eras tú. Tendría que haber sabido que acabarías así…, como un parásito —sólo que lo dijo pronunciando mal las palabras—. Ahora te llamas Coleman Collins, ¿verdad, asesino? Bien, has dado un buen espectáculo, eso debo admitirlo. Espero que te dejen seguir actuando en el patio de la prisión.
»Se quedó allí, lleno de odio, y también de satisfacción, porque pensaba que me tenía. Este pequeño médico sureño, racista, que viajaba por Europa con los dólares norteamericanos tan despreciados, coleccionando anécdotas para contarlas de vuelta en Macón o en Atlanta.
»Yo pregunté:
»—¿Me estás amenazando, Withers?
»—Eso hago —dijo Withers: simplemente se regocijaba—. Tú fuiste desertor. En alguna parte, alguien sigue buscándote. Yo me ocuparé de que te encuentren.
»De manera que llamé a Halmar Haraldson, lo enloquecí y lo arrojé sobre Withers.
El Cobrador avanzó bajo la luz indecisa, y en su rostro brillaba una alegría de retrasado mental. El hombre pelirrojo retrocedió. En la escalera, detrás del doble de Collins, Rose no podía ver por qué el hombre que representaba el papel de Withers estaba tan asustado. Le miró fijamente, confuso y comenzando a alarmarse.
—¡Eh! —gritó el pelirrojo—. Eh, señor Collins…
Tom sintió un nudo en el estómago; esto era algo más que una representación. El Cobrador cayó hacia adelante. Rose lo vio y chilló.
—No, lo han encontrado a usted, Withers —prosiguió su relato el mago—. Y ahora observad qué bien cumple su cometido vuestro amigo el señor Ridpath.
—Ay, Dios mío —dijo Del, y comenzó a incorporarse.
Rose volvió a gritar, y Collins le aferró el brazo mientras se levantaba.
El Cobrador voló hasta el hombre de cabellos rojos, que gritaba:
—¡Deténgalo! ¡Deténgalo!
El Cobrador lo derribó.
—¡Collins! ¡Ayúdame!
Un objeto rojo y peludo saltó de la cabeza del hombre, y Tom vio que era el hombre del tren, Esqueleto Ridpath con mucha más edad. El Cobrador lo había inmovilizado en el suelo y le golpeaba en la cara.
—¡Te encontré! ¡Te encontré! —chillaba.
Del estaba de pie, gritando; y Rose, incapaz de moverse, gritaba también.
—¡Silencio! —ordenó Collins, y Del guardó silencio.
Un puñetazo, otro; los puños huesudos del monstruo golpeaban una y otra vez la cabeza del hombre. Rose se apartó y escondió la cara tras la escalera de ladrillo.
—Sí, como hice yo, ya veréis —dijo Collins con calma—. Tenéis que verlo. El pobre diablo no lo sabía, por supuesto, pero ésa era la única razón de que estuviera aquí. Para representar a Withers.
Esqueleto tarareaba desaliñadamente, golpeando la cabeza del viejo.
—Un personaje del que se puede prescindir totalmente…, un actor fracasado llamado Creekmore, muy malo —Collins dio un resoplido de diversión—. Respondió a un anuncio, ¿podrán creerlo? Me buscó. Withers hizo lo mismo. Withers sabía que yo había robado el dinero de Vendouris. Como si tomar el dinero de un muerto fuera un crimen.
Collins levantó la botella y bebió.
En la niebla, Esqueleto le estaba haciendo algo malvado al actor. Le salía sangre de la cabeza… Tom veía la piel separada del hueso, se puso de pie y se alejó.
—Ni pienses en correr —dijo Collins desde su trono—. Tu amigo te alcanzaría en pocos segundos. Y entonces todo esto sería real.
Tom se volvió a mirar el lugar donde había ocurrido la terrible escena. El Cobrador se deslizaba nuevamente en la niebla. Su cuerpo había desaparecido; Snail, Thorn y Pease estaban junto a la escalera con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿No era real? —dijo Tom.
—Ahora no, hijo. Withers ya no lo era. No te preocupes por Creekmore. Tiene algunos arañazos, nada más. Mañana le pagaré y le diré que se vaya. Pensará en mí con gratitud, te lo aseguro.
Del cesó gradualmente de temblar.
—Era Esqueleto —murmuró—. Le vi destrozarle la cara a… ese hombre…, toda esa sangre.
—Unas bolsitas de sangre ocultas en la boca. Creekmore ya está en la casita lavándose la cara y preguntándose dónde encontrará su próxima botella.
En la escalera, en medio de la niebla, Rose levantó lentamente la cabeza.
Collins sacudió la cabeza y la escena se oscureció.
—Para mí, el horror aún no había llegado.
Temblando, los muchachos volvieron a sentarse sobre el césped húmedo.
3
—Hasta yo quedé sorprendido por el salvajismo de Haraldson. Lo que visteis era un poco de sangre de cerdo y la insinuación de algo grotesco…, lo que yo vi fue un hombre a quien lentamente le arrancaban los brazos y las piernas y lo dejaban vivo en un absoluto tormento hasta el último segundo posible. Yo pensaba en el Cobrador como en una especie de juguete, como era cuando lo inventé. Por supuesto, el poder era mío, no de Haraldson. El no era más que una herramienta, un muñeco lleno de mis propias imágenes. Y como Haraldson era ahora algo negativo, me di cuenta de que debía reemplazarlo por cualquiera de los que me rodeaban…, incluso por uno de los Muchachos Vagabundos si era necesario. Liberé a Haraldson lo más rápido posible, después de asegurarme de que Withers estaba muerto. La policía lo encontró casi de inmediato: el sueco estaba tan aturdido que lo llevaron a un hospital psiquiátrico y lo condenaron, pero nunca lo ejecutaron por el asesinato de Withers. Se habló un poco del suceso en los periódicos por un tiempo. Luego el asunto dejó de interesar y nosotros estábamos lejos del lugar, trabajando en provincias; nadie relacionaba a Withers o a Haraldson conmigo.
»La otra cosa que había percibido mientras el Cobrador se ensañaba con el pobre Withers fue que yo ya no tenía necesidad de los Muchachos Vagabundos. El Cobrador era suficiente guardaespaldas. Esto era sólo una semilla en mi mente, desde luego. Pensé en eso mientras ofrecía a los Muchachos Vagabundos este único entretenimiento: la caza del tejón. Siempre que estábamos en el campo compraban un par de perros, y salíamos en mitad de la noche con nuestras palas y nuestras tenazas y conseguíamos un par de tejones. La noche después que Withers fue despachado, estábamos en la campiña cerca de York, y miré a esos seis engendros y a su jefe trabajando para presenciar la matanza de algunos animales, y pensé: “¿Son realmente necesarios?” Aparté la idea: tenía muchas cosas en la cabeza en ese momento.
»Por un lado, Rosa Forte. Se había tornado distante y malhumorada, y esto me enfurecía. A menudo le pegaba cuando estaba borracho. No sabía si ella me amaba o me odiaba, su actitud era tan contradictoria. Speckle John, que hacia 1922 era sin duda mi segundo, trataba de darme consejos sobre ella, y sus consejos eran los de una vieja. “Sé más amable con ella, trátala mejor, escúchala”, ese tipo de cosas. Ella iba hacia él y lloraba. Yo les despreciaba a los dos. También pensaba en el dinero. Aunque teníamos tanto como cualquier mago en aquellos días, yo constantemente necesitaba dinero extra. Aun con lo que ganaba leyendo el futuro y haciendo pronósticos para los ricos, no me sentía satisfecho. Quería vivir bien, quería una gran actuación; yo entonces, creo que el germen de mi última actuación estaba en mi mente. Una buena crisis es importante para cualquier actuación, y supe que cuando me cansara de hacer giras, de arrastrar a otras nueve personas alrededor del mundo conmigo, querría que mi espectáculo final fuera el más extraordinario que jamás se hubiera visto.
»Eso sería muy caro, y en realidad mis propios gustos se habían vuelto costosos. Ya cobrábamos todo lo que podíamos. De manera que adopté otros medios, y entonces los Muchachos Vagabundos me resultaron útiles.
»Fui sin anunciarme a ver a ese rico tonto de Kensington, Robert Chalfont, tarde una noche. Cuando me abrió la puerta, vi en su rostro de escolar con grandes mandíbulas, que se sentía a la vez halagado e inseguro, hasta un poco asustado. Eso era perfecto. Sabía lo que yo había hecho a Crowley en su jardín ese mismo verano. Chalfont me invitó a entrar y me ofreció una copa. Tomé un poco de whisky de malta y me senté en la biblioteca mientras él se paseaba. Me había invitado a cenar varias veces y yo no había ido; ahora yo estaba allí, y él estaba nervioso.
»—Le agradezco mucho que haya venido —dijo.
»—Quiero dinero —respondí sin ceremonias—. Mucho.
»—Mire, Collins —dijo Chalfont—. Creo que no puedo darle el dinero que me pide, ¿sabe? Hay formas de hacer las cosas.
»—Y ésta es la mía —dije yo—. Quiero tres mil libras al año. Y quiero que firme un papel declarando que me da ese dinero voluntariamente, en reconocimiento de mi trabajo.
»—Bien, carajo, hombre, nadie respeta tanto su trabajo más que yo —afirmó—, pero lo que usted pide es ridículo.
»—No. Usted es ridículo —respondí—. Tiene el privilegio de asociarse con grandes magos. Quiere familiarizarse con sus secretos, quiere presenciar los despliegues de su poder. Ya es hora de que pague por ese privilegio —y le recordé lo que podía hacerle si se negaba.
»Me pidió tiempo para pensar. Le di dos días… Veía en su estúpido rostro bien educado que deseaba haberse dedicado solamente a cazar y a pescar.
»Al día siguiente envié al señor Peet y a sus muchachos a su casa, donde hicieron ciertos destrozos. Chalfont vino directamente a la suite de mi hotel y aceptó lo que yo le exigía. Pero entonces yo ya había decidido exigir más…, todo, en realidad. Y él me lo dio, todo lo que tenía.
—¿Simplemente le dio el dinero? —preguntó Tom—. ¿Así sin más?
—No exactamente —el mago sonrió—. Invité a Chalfont a participar en nuestro espectáculo.
—Usted actuó como Cobrador —dijo Tom, horrorizado.
—Claro que sí. Una vez que tuvo una prueba de lo que significaba eso, firmó todo lo que le di. Los muchachos de Peet permanecieron todos los días con él hasta que hizo los arreglos. Y cuando tuve su nombre en los papeles y su dinero en mi cuenta, volví a «cobrarle». El tendría que haberlo esperado. Dio una nueva dimensión al Cobrador. En realidad, yo comencé a pensar que era una lástima que nunca hubiera puesto a Crowley en el Cobrador. ¿Os imagináis qué Cobrador habría sido? Pero nos arreglamos con Chalfont durante todo el tiempo que permanecimos juntos. Y yo no veía otro Cobrador, hasta que oí los ruegos de vuestro compañero de escuela y vi qué útil sería para nosotros este verano.
Entre los árboles comenzó a brillar una leve luz, burlando a la niebla que se movía lentamente a través de ella.
—Pero ahora prestad atención, muchachos. Llegamos al próximo gran acontecimiento de mi vida…, una de las grandes vueltas hacia atrás, como la muerte de Vendouris, o cuando conocí a Speckle John.
»Se había resuelto el problema del dinero, porque muchos de mis admiradores ricos sospechaban lo que le había sucedido a Chalfont, y me dieron grandes sumas de dinero siempre que las necesité. Pero yo me estaba cansando de Europa. Europa estaba muerta. Percibí nueva vida en Norteamérica…, una vida que no olía a cadáveres. Europa era realmente un cementerio, y en Norteamérica mi familia tenía suficiente dinero como para mantenerme durante el resto de mi vida. Me marché por un mes, fui en barco a los Estados Unidos y busqué un lugar adecuado para asentar mis reales. Porque así pensaba yo: un lugar resguardado, alejado de cualquier ciudad, donde pudiera extender la magia todo lo posible; sin las trampas que representa tener una audiencia. Encontré este lugar, lo compré y contraté trabajadores para realizar las mejoras que había pensado. El precio inicial era demasiado alto, pero persuadí a los propietarios para que lo bajaran razonablemente. Y tomé precauciones para que nadie viniese por aquí en mi ausencia.
Hubo un inmenso y aterrador batir de alas: una gigantesca lechuza blanca cobró vida en la medialuz. Los dos muchachos se quedaron helados. La lechuza parecía un ave de rapiña, más salvaje que el Cobrador; batió las alas una vez más, luego se esfumó, integrándose en la niebla.
Todavía brillaba la luz, prometiendo otras visiones.
—Regresé a Francia en otoño de 1923. Sólo habían pasado cinco años desde mi primera llegada, pero ¡imaginaos qué diferencia! Ahora yo sabía quién era y qué era: Coleman Collins había encontrado y desarrollado el poder que Charles Nightingale sólo se había atrevido a soñar que existía en él. Era suficientemente rico para hacer lo que quería, y lo suficientemente famoso para atraer mucho público en todos los lugares donde aparecía. Poseía una casa y una gran extensión de tierra en Nueva Inglaterra. Y además, por supuesto, era el Rey de los Gatos, famoso en todo el mundo oculto. Era una posición que pensaba sostener todo el tiempo que pudiera…, al menos hasta que percibiera la llegada de un mago cuyos poderes fueran mucho más grandes que los míos, tal como eran los míos con respecto a los de Speckle John. Entonces, pensaba, ya veríamos.
La lechuza blanca aleteó nuevamente por el sendero bordeado de árboles; sus ojos ardían. Las grandes alas rozaban las hojas. Luego volvió a desaparecer.
—Íbamos en coche, el señor Peet y yo, él conducía el Daimler y yo viajaba cómodamente en el asiento posterior, por Francia occidental hacia París. Esperaba ver a Rosa Forte y a Speckle John. Muy especialmente a Rosa Forte. Pensaba llevarla de vuelta a Norteamérica conmigo…, ella no podía sobrevivir sin mí, y yo lo sabía, y me resultaría útil en mi nueva vida. Hasta el momento, todo era apenas un sueño vago. Me preguntaba qué nuevos contratos habría logrado Speckle John para nosotros; cuánto tardarían los muchachos de Peet en necesitar otra caza de tejón; me pregunté qué invitaciones habrían llegado, qué mujeres me estarían esperando con las palmas extendidas y las libretas de cheques abiertas; me pregunté también si Rosa me recibiría tan cariñosamente como lo hacía por lo general cuando yo volvía de mis largos viajes. Así seguíamos nuestro camino, a la increíble velocidad de cuarenta y cinco kilómetros por hora, pasando por un pueblo tras otro, cada uno con su obelisco con los nombres de los que habían muerto en la guerra. La luz era intensa, y los castaños se teñían de color rojo y naranja; se levantaba polvo del camino; pensé en toda la sangre vertida en esos campos, en los que estaba madurando la próxima cosecha. Recordé lo que le había hecho al pobre diablo de Crowley, y solté una carcajada… También pensé en los ataques que había recibido recientemente de Gurdjieff y de Ouspensky, nombres importantes en el campo de las ciencias ocultas en aquella época, que ahora se han olvidado totalmente. Esa luz intensa…, los campos empapados de sangre, ahora color naranja… Rosa que me esperaba con su piel de porcelana y sus muslos abiertos…, esa sensación del tiempo mismo que moría alrededor de mí con una hermosa melancolía…
»Diez kilómetros antes de llegar a París vi a un campesino sonriendo con sus impecables dientes blancos, y pensé en Vendouris gritando en medio del barro helado… Pensé en él por primera vez en años, y me pareció que realmente era hora de salir de eso: todo el hermoso otoño europeo parecía resumido en el brillo de los dientes de un moribundo.
»Entramos en París desde el noroeste, levantando nubes de polvo, y cruzamos el Sena por el Pont de Courbevoie y seguimos nuestro camino por las calles hasta los jardines Ranelagh, donde vivíamos en el espléndido edificio de la Avenue Prud’hon. Nos detuvimos frente al hermoso edificio. Se oían voces de niños en el aire pesado. Los árboles de los jardines Ranelagh tenían un color dorado brillante, lo recuerdo muy bien, y el césped un profundo verde oscuro. Siempre esa hermosa melancolía. Invité a Peet a tomar una copa en mi casa, lo que le costó la vida. Subimos la escalera, yo llevando una bolsa y Peet las dos maletas grandes del baúl del Daimler. El interior del edificio olía a madera de sándalo. Abrí la puerta de mi piso y dejé pasar a Peet. El dio unos pasos y dejó caer las maletas…, hicieron un ruido particularmente fuerte. Lo seguí y vi su rostro, que mostraba embarazo y terror. Entonces los vi. Vi lo que cualquier chico hubiera sospechado mucho antes.
La luz resplandeció en los árboles, y Tom vio a Rose tendida desnuda sobre lo que parecía una alfombra oriental. Alrededor de ella se veían los perfiles de una gran habitación con paredes de color grisáceo. El inconfundible cuerpo de Rose estaba de costado con respecto a Tom, y su cabeza rubia vuelta hacia otro lado. Un hombre desnudo, musculoso y con gruesos brazos y muslos estaba sobre ella; su rostro se hundía en el hombro de Rose. Tom se quedó rígido por el shock. Junto a él, Del dejó escapar una exclamación. Las pesadas manos oprimían los pechos de Rose, el cuerpo brutal penetraba y penetraba moviéndose ciegamente hacia la consumación; y Rose se aferraba a las caderas del hombre. Tom estaba tan afectado que sentía el avance de la conmoción en su interior, dejándole cada vez más helado. Ni siquiera podía pensar cómo respondería Del a esta visión. No harás tonterías cuando nos veamos esta noche, ¿verdad? Eso había dicho ella, uniendo sus manos detrás de su nuca cuando estaban parados en el agua. Y antes: No me odiarás, ¿verdad? Todavía tengo que hacer algún trabajo para él. A esto se refería.
Aquí todo es mentira.
Tom se aferró a eso hasta que la muchacha volvió la cara hacia el cielo y Tom vio su frente ancha y alta, la boca que le había dicho que le amaba. Sentía como si hubiera recibido un fuerte golpe. El hombre apresuró sus movimientos y tembló. Los brazos y las piernas de Rose rodeaban al hombre. Luego la luz se apagó nuevamente y Tom y Del quedaron solos con el mago. Los ojos de Del estaban opacos. Respiraba pesadamente, casi jadeando.
No harás tonterías cuando me veas esta noche, ¿verdad?.
Aquí todo es mentira.
No encontraba la salida.
—Por supuesto no era Root quien estaba disfrutando de mi Rosa, sino mi socio, Speckle John. Yo sólo deseaba que ustedes, muchachos, sintieran mi conmoción y mi furia…, y veo que lo he logrado. Arnold Peet escapó. Yo salí detrás de él. Cuando volví, media hora más tarde, Rosa seguía allí, ahora vestida, fingiendo arrepentimiento. Fingía que había sido la primera vez, pero yo sabía que no era así. Le permití que me mintiera, y pensé en el consuelo que había sido Speckle John para mi pobre Rosa. Ella esperaba que yo le pegara…, quería que le pegara, porque eso habría significado perdonarla. No le pegué. Tampoco le pegué un tiro, aunque tenía un revólver conmigo… Siempre lo llevaba en aquellos días. Sólo la dejé rogar y llorar. Y cuando me encontré con Speckle John al día siguiente, ninguno de los dos mencionó lo que había visto en el suelo de mi living. Comencé a planear mi actuación final.
Collins se puso de pie.
—Mañana por la noche veréis cómo uní todos los hilos; cómo eliminé a Arnold Peet, que había presenciado mi humillación, junto con sus muchachos; cómo me vengué de los que me habían humillado, y ofrecí la actuación más extraordinaria de mi vida.
Miró a los dos muchachos consternados.
—Y esta noche permaneced en vuestras habitaciones. Esta vez no pasaré por alto la desobediencia.
El mago ladeó la cabeza, como si le divirtiera la situación, se puso las manos en los bolsillos, sus ojos divertidos encontraron los de Tom, y desapareció.
«Vete al infierno, vete al infierno», se dijo Tom. Se inclinó y ayudó a Del a levantarse.
—¿Harás cualquier cosa que te pida?
—Cualquier cosa que me pidas —dijo Del. Aún parecía seguir en trance.
—Regresemos ahora. Saldremos de aquí lo más pronto que podamos esta noche. No sé cómo, pero lo haremos. Estoy harto de este lugar.
—Me siento enfermo —dijo Del.
—Y escucha. De todos modos nunca volvería a invitarte. ¿Me entiendes? La Tierra de las Sombras había terminado para ti. El me lo dijo. No ibas a ser elegido…, dijo que éste era tu último verano aquí. De todas formas ya había terminado. De modo que ahora marchémonos.
—Muy bien —dijo Del. Le temblaban los labios—. Siempre que tú vengas conmigo. —Se secó los ojos—. ¿Y ella? ¿Y Rose?
—No sé —dijo Tom—. Pero nosotros saldremos de aquí esta noche tarde. Y nadie nos detendrá.
Condujo a Del por el bosque hasta el borde del lago.
—Tú fuiste elegido —dijo Del. La luz de la luna iluminaba sus cabellos negros. Se oyó croar un sapo a la orilla del lago. Había una neblina blanca sobre la superficie del lago, como un velo, y llegaba hasta el borde. La escalera de hierro surgía de una niebla gris como si saliera de una nube—. Tú fuiste quien recibió la bienvenida. ¿No es así?
—Pero no devolví el saludo.
—Yo estaba seguro de que yo sería el elegido. Pero, interiormente, sabía que no sería así.
—Quisiera que hubieses sido tú.
Caminaban por la arena. Del apoyó las manos en los peldaños de la escalera; subió seis peldaños y se detuvo.
—Creo que todos me mintieron —afirmó, como si hablara consigo mismo.
—Esta noche —dijo Tom—. Y luego todo habrá terminado.
—Quiero que todo termine. Casi desearía que esta escalera se cayera y nos matara a los dos.
Mientras atravesaban el oscuro living, a Tom se le ocurrió una cosa.
—Espera.
Del se inmovilizó, esperando como un condenado. Tom fue a la vitrina del rincón y abrió las puertas. La pastora de porcelana estaba rota en dos pedazos…, obra de Collins. Era un chiste, o una advertencia, era como una moraleja de una fábula de Perrault. Las mitades rotas estaban separadas sobre la madera, y había un poco de polvo fino entre las dos. Todas las otras figuritas habían sido empujadas hasta el fondo de la vitrina. Lo miraban. El muchacho con los libros, los seis borrachos, el isabelino. Sus ojos estaban muertos, y también sus rostros. Entonces Tom comprendió. Eran ellos quienes habían asesinado a la pastora. Era un mensaje directo de Collins a él. Dejó de mirar las figuras y tomó un pedazo de la figura rota, que se guardó en el bolsillo. Volvió a pensarlo, y tomó también la pistola y la metió dentro de su camisa.
Siguió a Del al piso alto. Caminaron por el pasillo y pasaron frente a una ventana oscura.
—Mira —dijo Del, y señaló.
Tom lo habría visto por sí solo: todas las luces del bosque habían sido apagadas. No había más escenarios, no más teatros en el bosque. Sólo veían sus propios rostros sobre una superficie negra.
Del desapareció detrás de su puerta.
Tom entró en su propia habitación. Las puertas de corredera estaban cerradas. Se sentó en su cama, oyó ruidos. Dio unas palmaditas en la cama y oyó nuevamente un crujido. Tom puso la mano bajo la colcha y tocó una hoja de papel. No quería verla.
No: en realidad quería verla. Quería verla con toda su alma. Cuando la sacó y se permitió leerla, vio que decía:
«Si me amas, ven a la playita.»
De manera que también ella quería escapar esta noche. Tom vio a Coleman Collins como una gigantesca lechuza blanca que se abalanzaba salvajemente hacia todos ellos y los aplastaba con sus garras. Vio a Rosa destrozada por esas garras. Dobló la nota y la puso entre el revólver y su piel. Luego tocó la figurita rota en su bolsillo.
—Bien —dijo—. Muy bien, Rose.
Tom se acercó a las puertas y las abrió. Del estaba en la cama, en la oscuridad. Su hombro se estremecía, una mano se estremecía como la de un bebé.
—¿Qué? —preguntó.
—Nos vamos ahora —dijo Tom—, y nos encontraremos con Rose.
Las figuras de porcelana, alineadas al fondo del gabinete, mirando su obra con sus rostros muertos. Rosa Forte había sido asesinada por los Muchachos Vagabundos, y Collins quería que Tom lo supiera.
—Yo sólo quiero salir de aquí —dijo Del—. No soporto más estar aquí. Por favor, Tom. ¿Adonde iremos primero?
Tom comenzó a bajar la escalera, seguido por Del; pasaron por el living y salieron al aire fresco.
—Volveremos al bosque —dijo—. Esta vez lo atravesaremos.
—Lo que usted diga, jefe.