DOS
EL ESPECTÁCULO DE MAGIA
1
El lunes anterior a los exámenes bimestrales, Laker Broome anunció fríamente en la capilla que una lechuza de cristal del siglo dieciocho había sido robada del comedor en la escuela Ventnor, y que el director de Ventnor le había dicho que seguramente el robo había ocurrido en la tarde de nuestro partido de fútbol.
—El señor Dunmoore es un hombre cuidadoso, y no acusó directamente a nuestra escuela de cobijar al ladrón, pero hay ciertos hechos ineludibles. La colección de Ventnor se limpia regularmente. El sábado pasado el encargado de la limpieza de la escuela quitó el polvo a las piezas de los estantes abiertos a las once y quince, poco antes de nuestra llegada a la escuela. Hacían lo posible por darnos una buena impresión de Ventnor, caballeros. Después de nuestra partida advirtieron que faltaba la pieza, y el asunto fue inmediatamente denunciado al señor Dunmoore. Representa una pérdida seria, no sólo porque la pieza en cuestión vale aproximadamente doce mil dólares, sino porque su robo deja incompleta la colección. Por lo tanto, el valor de toda la colección Ventnor queda afectado. Y se trata de varios cientos de miles de dólares.
El señor Broome se quitó los lentes con un rápido gesto y retrocedió un paso apartándose del atril.
—También es una cuestión de honor de esta escuela, que no puede medirse en valores materiales. No deseo creer que ninguno de nuestros muchachos haya podido cometer un acto tan bajo, pero estoy obligado a creerlo. La idea me repele, pero debo aceptar que en este momento el muchacho que robó la lechuza me está mirando. Ventnor es una escuela internado. Durante el fin de semana se realizaron extensas búsquedas en las habitaciones de los estudiantes y del personal…, ni una sola persona en la escuela dejó de cooperar. De manera que ya ven en qué situación estamos, caballeros.
Los lentes volvieron a su rostro duro.
—Sólo hay algunos muchachos en esta escuela capaces de un acto tan repulsivo, y sabemos quiénes son. Creemos conocer la identidad del ladrón. Quiero que se presente. Quiero que ese muchacho se identifique ante mí personalmente en algún momento durante las horas de clase. Las cosas serán mucho más fáciles para él si acepta voluntariamente la responsabilidad de sus acciones. Si el muchacho tiene el coraje de confesar el hecho, podremos limitar su castigo a la expulsión. De otro modo, se tomarán medidas más serias.
El señor Broome inclinó la cabeza para mirar directamente a los que estábamos en las primeras dos filas. Miró insistentemente a Dave Brick, luego a Bob Sherman, luego a Del Nightingale.
—Les prometo —dijo— que encontraremos al culpable. Pueden marcharse.
Mientras salíamos, Dave Brick se me acercó. Me tomó por el codo.
—¡Piensa que yo lo hice!
—Quédate tranquilo —dije.
—¿Qué haremos?
Yo sabía lo que quería decir. Los dos nos volvimos a mirar a Esqueleto Ridpath, y lo vimos saliendo de la fila de los alumnos del último año, con las manos en los bolsillos, sonriendo débilmente. Los dos estábamos demasiado asustados como para informar sobre lo que habíamos visto. Subimos la escalera en silencio.
—Pero tienen que saberlo —gimió Dave—. El es el único que…
Habíamos llegado a la puerta del aula del señor Thorpe, y Dave Brick suspiró audiblemente, con pura desesperación. La piel se le había puesto blanca y húmeda… El terror le daba aspecto de ladrón.
Adentro, el señor Thorpe comenzó a gritar casi de inmediato. De todo lo que dijo sólo recuerdo algunas palabras, una de las frases en latín que salpicaban sus clases. Mala causa est quae requirit misericordiam. Es una mala causa la que exige piedad. Ostensiblemente hablaba de los exámenes que tendríamos dos días después, pero todos sabíamos que también se refería al robo. Varias veces usó la palabra «bicho». Fue una sesión torturante, y nos dejó a todos muy nerviosos.
Cuando salíamos del aula de Thorpe para ir a nuestros armarios, vi a Esqueleto deslizarse por las grandes puertas al fondo del escenario. «Maldito seas —pensé—, maldito seas, maldito seas, maldito seas. Que te suspendan en los exámenes, así nos haces un favor a todos.»
2
Ese lunes las notas de los exámenes fueron colocadas junto a la biblioteca, y yo me acerqué al tablero donde estaba la lista de alumnos de primer año. La leí hasta encontrar mi nombre, y vi que tenía más o menos la misma nota que mis rivales. Oía gritar y quejarse a los alumnos del último año que estaban leyendo su lista.
La señora Tute se abrió paso entre nosotros para llegar a la puerta de la biblioteca, murmurando:
—¡Dios mío! ¡Dios mío!
Su actitud rígida expresaba dolor y furia… Todos los profesores parecían irritados desde el robo en Ventnor.
Después del almuerzo, otra vez en la Escuela Superior, vi que sólo Hollis Wax estaba mirando la lista de notas del último año, y crucé el vestíbulo y me paré junto a él.
—Nunca me trajiste ese gin con agua tónica —dijo—. El trabajo de los alumnos de primero no es bueno este año.
—Sí, señor —respondí, y busqué Ridpath, S., esperando que hubiera sacado notas muy bajas.
Cuando llegué a su nombre me asombré al ver que tenia tres dieces y dos nueves. La mejor nota de Hollis Wax era un ocho.
—Entrometido —dijo, y dejó caer sus libros al suelo.
Los recogí, hice diez verticales y le até los cordones de los zapatos.
3
Dave Brick había sido llamado al despacho de Laker Broome. La nota llegó a la clase del señor Thorpe de manos de la señora Olinger, que estaba tan cortante y helada como un iceberg: hasta el señor Thorpe se sometió sin palabras a su presencia. Desplegó la nota, y con expresión a la vez severa y complacida, dijo:
—Brick, vaya a ver al director.
El pobre Brick metió los libros en su cartera y se dirigió temblando a la puerta. Le habían hecho un corte de pelo especialmente brutal antes de los exámenes, y la piel visible en su cabeza redonda se había puesto de color rosado intenso. Después de eso no lo vimos durante el resto de la mañana. Su asustado fantasma parecía gemir desde su escritorio vacío durante las dos clases que quedaban antes del almuerzo.
—Un trabajo cuidadoso —me dijo Sherman—. De esta manera la Serpiente prueba que su vigilancia es buena y que todos los demás están equivocados.
La ausencia de Brick de las clases y más tarde de su mesa durante el almuerzo, afectó a los profesores tanto como a Sherman. Se les veía más relajados; y la mayoría de nosotros, al sentir esta nueva tranquilidad, pensamos con cierta consternación que los profesores también habían decidido que Brick era el ladrón. Yo decidí que si expulsaban a Brick iría a ver al señor Fitz-Hallan en privado y le diría lo que sabía.
Pero Brick estaba sentado en la escalera del fondo de la Escuela Superior cuando subimos después a almorzar, nos vio y dejó de golpear el cemento con su regla de cálculo. Los cinco o seis que caminábamos juntos nos detuvimos un momento, sin saber cómo tratarlo. Pero luego pensamos que no estaría en la escuela si Broome lo hubiera expulsado durante el primer período, y corrimos hacia él llenos de preguntas.
No quiso contestar casi ninguna de ellas.
—Mirad, muchachos, sólo quería hablarme… De veras. Es todo lo que quería.
Mirándolo de cerca, se percibía que había llorado, pero no dijo nada sobre eso y nosotros nos sentíamos demasiado incómodos como para preguntarle; vi que Bobby Hollingsworth ardía por decir algo verdaderamente fuerte, pero tuvo el buen sentido de controlarse antes de que alguien le diera un puñetazo. Dave Brick había recibido el tratamiento completo de la Serpiente, que no merecía, pero había salido airoso; en ese momento gozaba de mejor concepto que nunca en Carson.
4
Después de la clase siguiente tuvimos una hora libre, y Brick se sentó junto a mí en la biblioteca.
—Vamos al escenario —susurró—. Aquí hay demasiada gente.
La señora Tute nos dio permiso para salir, tomamos nuestros libros y dimos la vuelta a la escuela, hasta llegar a la ancha escalera; luego pasamos por las grandes puertas a la caverna sombría detrás del telón oscuro.
Morris Fielding trataba de tocar algo en el piano, pero estaba tan concentrado que apenas nos saludó con un movimiento de cabeza. Brick me llevó al otro lado, donde estaba aún más oscuro.
Oía el ruido de su regla de cálculo que chocaba contra el anillo de metal.
—No le dije nada. De veras. Nada. El me acosaba y me acosaba… Da tanto miedo, que pensé… —comenzó a lloriquear, pero se interrumpió, por miedo de que Morris lo oyera. Corpulento y regordete, con su corte de pelo estilo Hollywood, muy corto, parecía un enorme bebé, y sentí que debía haber sido muy valiente para no contarle todo a Broome—. Todo el tiempo me decía a mí mismo que yo no lo hice, yo no lo hice… y no podía hablarle de Esqueleto, ¿verdad?
—¿Y entonces te dejó ir? —pregunté.
—Finalmente. Dijo que me creía. Dijo que esperaba que yo supiera cuan necesario era encontrar al culpable. Y me dio algo para que se lo entregara a la señora Olinger y al señor Weatherbee. —Tomó dos papeles idénticos del bolsillo de su chaqueta. Sus dedos habían dejado marcas húmedas en ellos—. Es una especie de anuncio.
—Bien, hay que reconocerle cierto mérito a ese tipo. Al menos se disculpa.
Pero cuando miramos los papeles, vimos que el señor Broome simplemente usaba a Dave Brick para anunciar que los estudiantes podrían formar clubs en el segundo semestre.
—¿Eso es todo? —dijo Brick—. ¿Nada más?
Le temblaban las piernas, y se sentó pesadamente sobre un rollo de tela para cortinas, violentamente afectado por el alivio y la desilusión. Después de lo que había pasado, creo que no podía creer que Broome simplemente lo usaba como recadero.
—Está bien —grité—. Simplemente se siente aliviado.
—De manera que se siente aliviado —murmuró alguien desde la zona oscura del otro lado de la puerta, y los tres volvimos bruscamente la cabeza para ver quién era.
Esqueleto Ridpath avanzó hasta llegar a la parte más iluminada; había pasado tan silenciosamente por la puerta como si hubiera entrado por el ojo de la cerradura, como un fantasma o una nubecita de humo.
—De manera que Brick está aliviado, ¿eh? Salgan de aquí, porquerías de primer año. Nunca vuelvan aquí. —Giró para inclinarse hacia Morris—: Fielding. Deja ese maldito piano.
—Tengo derecho a tocar —dijo Morris tranquilamente.
—¿Derecho? ¿Tú tienes derecho? Tú, mierda. —Esqueleto se sacudió como un perro mojado, con los nervios asaltados por una repentina furia, y corrió por el escenario hasta el piano. Cerró sus manos huesudas alrededor del cuello de Morris y comenzó a arrancarlo del taburete—. Lo que yo digo, tú lo haces, ¿me oyes, porquería? Saca tus asquerosas patas del piano.
Al principio Morris se resistió, pero luego decidió que el orgullo herido era mejor que el cuello fracturado. Esqueleto lo arrancó del taburete y lo arrojó al suelo.
—Ninguno de ustedes, porquerías, volverá aquí en el futuro, ¿me oyen? No se acerquen aquí. Que no los vea. Esto está fuera de los límites —se pasó la mano por su odioso rostro—. ¿Qué haces con la boca abierta? —preguntó a Brick.
Brick seguía sentado sobre el rollo de tela para cortinas.
—Bah —dijo.
—Te pregunté qué estás mirando.
—Te odio —dijo Brick—. Y tú…
La primera frase había salido en un solo impulso irreflexivo; la segunda quedó sin terminar.
—¿Y yo qué?
Esqueleto se abalanzó nuevamente sobre nosotros.
—Nada.
—Nada. —Esqueleto miró alrededor, apelando a un público invisible. Su brazo se estiró hacia adelante como una serpiente pronta a morder, y hundió los dedos en el cuello de Brick—. Ahora váyanse —ordenó—. Rápido. Y no vuelvan.
Nos fuimos. Dave Brick se frotaba el cuello; durante las dos clases siguientes más bien que hablar, croaba, pero su voz se había vuelto normal cuando llegó la hora de volver a casa.
—Si hace eso una vez más, lo denunciaré —me juró mientras nos dirigíamos al vestuario—. Y que me mate. No me importará.
5
Durante las semanas anteriores a las vacaciones de Navidad y a los exámenes semestrales que tuvieron lugar poco después, en la escuela había dos corrientes menores, casi secretas, especialmente en el curso de primer año. La primera era la investigación privada de Laker Broome en busca del ladrón de la lechuza de cristal. Una semana después de que Dave Brick fuera interrogado durante tres horas, llamaron a Bob Sherman cuando estábamos en clase de latín, como había sucedido con Brick. Esta vez no se hicieron las suposiciones inmediatas que se habían hecho sobre el pobre Brick; sólo algunos muchachos, Pete Bayliss y Tom Pinfold y Marcus Reilly entre ellos, pensaron que ahora el ladrón había sido descubierto y aquel asunto podía ser olvidado. Eran deportistas y no soportaban a Sherman, quien ni siquiera fingía respetar a Paul Hornung y a Johnny Unitas.
Como Brick una semana antes, Bob estaba sentado en los fríos escalones de la entrada posterior de la Escuela Superior cuando los demás salimos de almorzar. Se le veía tieso, cínico y cansado, y un poco avergonzado por tener que desempeñar el papel de celebridad.
—Felicitaciones —dije.
—Está mal de la cabeza —dijo Bob—. Si yo quisiera apoderarme de algo valioso, secuestraría a Florencia y nunca volvería a preocuparme por el dinero.
Dos días antes de que Del fuera llamado a la oficina del señor Broome para su sesión de tres horas, debíamos presentar los formularios con solicitudes para el club. Esa fue la segunda corriente subterránea que hubo en clase en las semanas anteriores a las vacaciones de Navidad. La mayor parte de la escuela tomaba en broma la idea de los clubs, y proponía un Club de Gourmets (que comería en restaurantes en lugar de hacerlo en el comedor), un Club de Haraganes, un Club de Playboys, un Club de Muchachos Fuertes (dedicado a discutir las obras de F. W. Dicson), un Club Elvis Presley (más o menos igual). Las propuestas frívolas fueron rechazadas por el señor Weatherbee y otros consejeros del curso, y creo que sólo algunas llegaron al señor Broome. Aprobó tres de ellas, y una, una Sociedad J. D. Salinger, jamás se reunió. Los dos alumnos de cuarto que la propusieron se identificaban demasiado con Holden Caufield como para someterse a reuniones. Se formó la Sociedad de Jazz de Morris Fielding, y con el tiempo se descubrió a un batería y a un bajo con más entusiasmo que habilidad en segundo año. Sin duda Broome veía en el club una fuente barata de entretenimiento para los bailes de la escuela. Tom pensaba que Broome había aprobado el Círculo Mágico porque parecía una diversión inofensiva, aun después de que Del le hablara de su interrogatorio en el despacho de Broome.
Una circunstancia, que en realidad es una imagen, sugiere otra cosa: después que Del fue llamado a la dirección cuando estaba en la clase de Thorpe, como de costumbre, lo primero que vio en el despacho fue la solicitud que él había escrito a máquina seis días antes…, era lo único que se veía sobre el pulido escritorio. Del supuso de inmediato que Broome quería hablarle de eso y perdió casi totalmente el miedo. Al fin y al cabo, ¿por qué pensaría nadie que él entre todos los muchachos de Carson, querría robar un objeto de cristal?
—De manera que su interés en la magia va más allá de los trucos con cartas —dijo Broome, sonriendo enigmáticamente.
—Mucho más allá, señor —replicó Del.
—¿Hasta dónde?
Del pensó que lo interrogaban honestamente, que Broome se interesaba en él. Respondió:
—Es lo que más me importa en la vida.
—Ya veo. —Broome se apoyó en el respaldo de su silla y posó las suelas de sus zapatos en el canto del escritorio… Era el modelo, con su camisa rayada, su montura de carey y su postura, de un académico y administrador muy interesado. Hasta el perro que dormitaba junto a su sillón quedaba bien en el cuadro—. Es lo que más le importa. ¿Piensa seguir una carrera en ese campo… digamos… poco común?
—Realmente me gustaría —dijo Del—. Ya soy bastante bueno.
—Sí, ya lo creo que sí —sonrió Broome—. ¿Y qué piensa usted sobre la magia…, sobre los juegos de manos y todo lo demás?
—Ah, es mucho más que los trucos —respondió Del, feliz—. Es un entretenimiento, una cantidad de sorpresas y… —vaciló—. Y es toda una manera de ver las cosas.
—Veo que es usted realmente serio —dijo Broome. Sacó los pies del borde del escritorio e hizo a un lado la solicitud—. ¿Se ha sentido feliz aquí, durante el primer semestre?
—Bastante bien —dijo Del—. La mayor parte del tiempo.
—Se que le han puesto un apodo lamentable.
—Ah, bueno —dijo Del—. Es feo, sí, señor.
—Yo pensaría que le corresponden otros mejores.
Esto desconcertó a Del, que preguntó:
—¿Cuáles, señor?
—Ladrón. Ratero. Cobarde. ¿Está claro?
Desde este momento el interrogante prosiguió en la forma habitual.
6
Lección de economía
Cuando su padre redujo su horario en el despacho a la mitad, y luego a una tercera parte, Tom volvió a soñar con el buitre. Cuando tuvo el último sueño, Hartley Flanagan había adelgazado veinte kilos, y aunque hubiera tenido ganas de fingir que estaba sano y que seguía adelante con la rutina de su trabajo de abogado en el Athletic Club, se habría sentido avergonzado de la forma en que le colgaba la piel en las mejillas, y los trajes sobre los huesos. Finalmente sólo le quedó energía suficiente para ir al hospital y volver a casa.
Ahora estamos en la temporada de baloncesto… falta una semana para el comienzo del invierno. Tom no está tan enérgico como de costumbre en la escuela estos días, y su trabajo ha bajado; tiene miedo de que lo suspendan en sus exámenes, miedo de volverse loco, de que lo echen del equipo de básquet de los cursos superiores; más que nada tiene miedo de lo que le está sucediendo a su padre. La muerte nunca ha sido tan real para él como lo es ahora, y cuando piensa en un futuro sin su padre, sin un padre, ve un valle muy negro lleno de amenazas.
«Sí», le dice el buitre. Y ahora lo entiende.
«Sí. Es así. Un valle negro lleno de amenazas. Pero, querido muchacho, ¿qué otra cosa esperabas? ¿Ser siempre un niño?»
No, pero…
«Sí.»
Sí.
El buitre, siempre en ese lugar cálido y arenoso, sin sombras, asiente inteligentemente.
«¿Y sabes lo que sucede cuando entras en ese valle?»
Tom no puede responder: un miedo grande como él mismo se ha metido en su piel.
«Bien, te mueres, muchacho. Es así de simple. Sin protección, te mueres.»
El cadáver de su padre cuelga de una cuerda frente a él.
«Ahora soy tu padre, muchacho. Yo. Soy tu viejo ahora, yo y todo lo demás que hay en el valle.»
El miedo que tenía adentro comenzó a temblar.
El buitre fue hacia él, mirándolo a los ojos, con vivacidad e inteligencia.
Horrible. Devorador de carroña. Gusanos.
«Basta, pajarito.» El buitre agitó sus alas, adelantó su gran pico amarillo y le perforó la mano. Sus propios gritos lo despertaron.
Esa misma noche, Esqueleto Ridpath sueña con un hormiguero en el que las hormigas tienen las caras de los alumnos de primer año… Se escurren alrededor de él con sus pequeñas intrigas, avanzan por corredores y pasillos, susurran entre sí. Esqueleto tiene un rastrillo, y está a punto de destruir el hormiguero cuando oye un ruido atronador, como el de unas olas gigantescas. Por un instante ve un sombrero marrón indescriptible que oculta un rostro inhumano, y se llena de terror, luego despierta y el ruido lo rodea. Sabe lo que es, y casi tiene miedo de mirar por la ventana; pero finalmente mira, y siente el sabor del vómito detrás de su lengua. Una enorme lechuza blanca, extrañamente brillante contra la ventana negra, abre las alas y golpea contra el vidrio. Esqueleto ve cada pluma de las grandes alas. La lechuza quiere entrar, exige entrar, y Esqueleto sabe muy bien que si abre la ventana lo hará pedazos. La cabeza del pájaro tiene casi el tamaño de la suya. El pobre Esqueleto tiembla, apoyado en la pared; una parte primitiva de su mente teme también que el águila que hay en el cielo raso cobre vida y baje para arrancarle los ojos. Se cubre los ojos con los puños cerrados y hunde la cabeza en la almohada.
7
Dos días antes de las vacaciones de Navidad me tocó llevar la hoja de asistencia a la oficina administrativa antes de ir a la capilla. La señora Olinger, vestida como siempre con su chaqueta gris deformada, mantenía una de esas peleas que siempre terminan en empate entre los profesores y el personal, común a cualquier escuela. Su víctima era el señor Pethbridge, el profesor de francés. Pethbridge era una persona lánguida y gastada, con cabellos rubios y una boca grande y agradable. Siempre llevaba trajes de tweed ligeramente ceñidos en la cintura…, franceses, como sus elegantes y delgadas gafas. La señora Olinger tenía poco tiempo para él y se deleitaba tanto con la discusión que no quiso interrumpirse con mi llegada.
—Bien, no sé por qué tiene que ser en otro lugar cada vez —se quejaba el señor Pethbridge.
Llevaba un gran fajo de hojas de examen, y su actitud física, con el mentón levantado, el vientre hacia afuera, parecía expresar una sola palabra: ¡Mujeres!
—Ah, ¿no?
—Me temo que no, querida.
—Esta es una oficina de trabajo, señor Pethbridge. Usamos constantemente nuestros archivos. Nuestros archivos crecen. Y además hay que pensar también en la seguridad.
—Ay, Dios mío.
—¿Le causa alguna molestia, señor Pethbridge?
—Sí, señora Olinger. En lugar de poner simplemente mis exámenes en un fichero que puedo encontrar fácilmente, tengo que esperar a que usted decida dónde deben ir, usando una teoría arbitraria, estoy seguro, que consume un tiempo valioso…
—Y cuando usted no enjuaga las tazas de café, señor Pethbridge, da un mal ejemplo a los demás que me cuesta mi valioso tiempo.
Esqueleto Ridpath se me acercó, con unas monedas en la mano. Me miró con mal ceño desde lo profundo de su rostro huesudo, que parecía golpeado, dio un paso a un lado y dejó caer una pila de libros al suelo.
Mientras me inclinaba a recogerlos, maldiciendo en silencio a la señora Olinger y a Esqueleto, la secretaria de la escuela comenzó a perorar con tono calmoso, testarudo y furioso sobre los méritos relativos del tiempo que ella perdía comparado con el del profesor de francés, y finalmente se acercó al mostrador para tomar el dinero de Esqueleto y entregarle un cuaderno. Esqueleto recogió despreciativamente los libros que yo le daba y se puso a un lado.
La señora Olinger tomó mi lista y dijo:
—¿Por qué insisten ustedes en quedarse en la oficina cuando seguramente tienen mejores cosas que hacer?
Cuando me fui, Esqueleto seguía vagando en el otro extremo del corredor, fingiendo poner en hora su reloj.
Luego, esa misma tarde, el señor Broome envió un mensaje a través de la señora Olinger y del señor Weatherbee de que deseaba que la Sociedad de Jazz Morris y el Circulo Mágico demostraran sus habilidades a toda la escuela en un programa de una hora de duración en el mes de abril. El señor Weatherbee nos leyó el mensaje al final de ese día: Morris parecía nervioso, Tom y Del estaban obviamente excitados.
8
Las vacaciones de Navidad fueron, como de costumbre, un feliz descanso de la escuela, excepto para un muchacho de nuestro curso. Fuimos a visitar a mis abuelos en Los Angeles; Morris y sus padres fueron a esquiar a Aspen, y Morris mientras bajaba la montaña se dedicó a pensar en las canciones que su trío podría ejecutar mejor durante la media hora que les tocaba. Todos los demás permanecieron en sus casas celebrando la Navidad tradicional. Cuando mi familia volvió de California tomé un autocar para ir a casa de Tom Flanagan y me dijeron que Tom había salido. No había árbol ni decoración de Navidad, sólo un montón de libros y juegos en el suelo del living. Su madre tenía muy mal aspecto. La evidente preocupación en su rostro, la falta de decoración navideña contrastaban con los regalos: desolación.
9
Los exámenes trimestrales, que se desarrollaron durante cuatro días en la casa del campo de deportes, bajo antiguas fotografías de jugadores de fútbol con los brazos rodeando los hombros de sus compañeros, con uniformes, actitudes y hasta rostros pasados de moda, fueron difíciles pero justos, y probaron que lo que la escuela parecía ser concordaba ocasionalmente con lo que era. Largas filas de muchachos con suéteres de cuello cisne escribían, se sonaban la nariz y chupaban pastillas, se rascaban la cabeza y miraban a los jugadores de fútbol muertos. El señor Fitz-Hallan y el señor Ridpath, que leían Del otro lado del paraíso y Quarterbacking respectivamente, estaban sentados ante una larga mesa frente a las filas. Tom Flanagan sentía que los largos exámenes en la casa del campo de deportes eran como horas totalmente fuera del tiempo, tal vez también fuera del espacio… El mundo más allá de las filas de escritores y de muchachos que estornudaban podría haber pasado por un cambio de estaciones, ser llevado por el huracán a Oz, o haberse oscurecido al mediodía y haberse vuelto de hielo.
Los resultados, en general similares a los de los exámenes anteriores, contenían pocas sorpresas. Cuando nos agolpamos frente a los tableros junto a la biblioteca dos semanas más tarde, Tom vio que había logrado un ocho, pero que en general tiene siete, como de costumbre; a Del no le había ido mal en nada, en realidad le había ido sorprendentemente bien…, tenía una hilera de ochos. Y cuando Tom y Del arriesgaron una mirada a la lista de los alumnos de último año, vieron que Esqueleto Ridpath tenía cinco dieces.
10
Modas
Las cosas volvieron a una normalidad superficial cuando la media docena de sospechosos de tercero y cuarto año fueron interrogados, ninguno de los cuales era Esqueleto Ridpath; la escuela se estrechó hasta convertirse en un túnel de trabajo. Surgieron algunas modas en la vestimenta en la escuela en febrero y marzo. Algunos alumnos de cuarto año comenzaron a usar botas de cowboy para la escuela, y luego todo el mundo apareció con ellas hasta que el señor Fitz-Hallan comenzó a llamar «Hoss», «Pecos» y «Hoot» a los estudiantes; durante una semana todo el mundo llevó el cuello de la chaqueta vuelto hacia arriba, como si acabaran de soportar un fuerte viento.
La ola de chistes de humor negro fue más reveladora: eran una especie de liberación de lo que ahora veo como una histeria en el subconsciente de la escuela. ¿Qué dijo la madre de Howie al ver que no dejaba de hurgarse la nariz? Howie, aserraré los dedos de tu mano de madera. ¿Qué dijo Drácula a sus hijos? Rápido, niños, comed la sopa antes de que se formen coágulos. ¿Qué dijo la madre cuando tuvo el período? Lo mismo. Realmente nos reíamos de estos chistes espantosos.
Aún más reveladora fue la moda «de las pesadillas» que invadió la escuela entre el momento en que fue interrogado el último alumno de cuarto año y el estallido de Laker Broome en la capilla, a finales de marzo. Mucho más que los espantosos «chistes», esto demostraba que algo enfermo crecía en el corazón de la escuela, y nos engordaba a todos…, que lo que le sucedía secretamente a Tom Flanagan no era una exclusiva suya.
Bambi Whipple lanzó esta moda en el curso de su charla en la capilla. Cada uno de los profesores daba una charla al año. El señor Thorpe había hablado la semana anterior a Bambi, y eso también puede haber contribuido, ya que estaba influido por las emociones de Thorpe. La charla de Thorpe comenzó con referencias a una misteriosa «práctica» que minaba las fuerzas de los muchachos y afectaba la virilidad de quienes se entregaban a ella. Thorpe se ponía cada vez más vehemente, como en clase. Escupía. Se pasaba los dedos por los cabellos; hablaba de Jesús y de la Virgen María y de la infancia del presidente Eisenhower en Kansas. Finalmente mencionó a un chico que había sido alumno de Carson (un muchacho que yo conocí, un buen muchacho, pero perturbado por estos deseos, ¡y que a veces se entregaba a ellos!); hizo una pausa, aspiró aire ruidosamente y rugió:
—¡La oración! Eso es lo que salvó a este buen muchacho. Una noche, solo en su habitación, el deseo de ceder se intensificó tanto en él que temió que volvería a cometer ese pecado, y se puso de rodillas y rezó y rezó, e hizo una promesa a sí mismo y a Dios… —Thorpe retrocedió unos pasos—. Y para que algo le recordara siempre su promesa, sacó un cortaplumas de su bolsillo… —En ese punto, Thorpe realmente sacó un cortaplumas del bolsillo de su pantalón y lo abrió—. Abrió el cortaplumas, rechinó los dientes y acercó el filo a la palma de su mano. Muchachos, este excelente joven marcó una cruz en la palma de su mano derecha…, para que la cicatriz siempre le recordara su promesa… y nunca…
Y así sucesivamente. Con ademanes.
El esfuerzo de Bambi Whipple la semana siguiente fue considerablemente menos intenso. En el aula habló con poca preparación; el efecto del monólogo de Whipple tal vez se debió a la historia de horror de Thorpe tanto como a lo que decía. Pero, en medio de su discurso, algo le hizo pensar en los sueños, y dijo:
—Sí, los sueños pueden llevar a una persona a lugares extraños. Recuerdo que la semana pasada soñé que había cometido un terrible crimen, y que la policía me buscaba, y yo me escondía en una especie de gran depósito o algo así, y de pronto me daba cuenta de que no tenía ningún otro lugar adonde ir, así era, me atraparían y pasaría el resto de mi vida en la cárcel… Muchachos, qué sensación terrible. Realmente terrible.
Aquella tarde apareció una hoja de papel en el tablero junto a la biblioteca, que decía: «La semana pasada soñé que un gordo de New Hampshire me azotaba con una funda de almohada. Era terrible. Realmente terrible.» La señora Olinger arrancó la hoja, y apareció otra: «Soñé que las ratas caminaban por mi cama y pasaban por mi cuerpo.» Cuando la señora Tute salió de la biblioteca y arrancó esa nota, él tablero sólo quedó limpio hasta la semana siguiente, cuando alguien fijó este cartel: «Yo estaba mirando los ojos de una serpiente. La serpiente abrió la boca, cada vez más grande, hasta que caí dentro.»
Así comenzó la manía. El tablero se convirtió en una exposición de notas semejantes; en cuanto la señora Tute o la señora Olinger las arrancaban, aparecían muchas más que abrían una puerta hacia lo que había detrás de todas esas caras bien alimentadas de un barrio rico.
«Los lobos me despedazaban, y yo sabía que me moría…» «Solo en medio de los icebergs y las gigantescas montañas de hielo…» «Una muchacha con largos cabellos de serpiente y sangre en los dedos…» «Yo estaba suspendido en el aire y nadie podía hacerme bajar y yo sabía que explotaría y me perdería…» «Algo como un hombre pero sin cara me perseguía y jamás se cansaría…»
Y, directamente inspirados por William Thorpe: «Un hombre me cortaba la mano con un cuchillo, me maldecía, y no quería escuchar lo que yo le gritaba…»
Seguramente hubo reuniones de profesores para discutir el asunto. Un día el pobre Bambi Whipple apareció muy cauteloso y apesadumbrado. El señor Thorpe se comportaba como de costumbre…, nadie se habría atrevido a contradecirle. El señor Fitz-Hallan nos condujo discretamente a un debate sobre las pesadillas, y pasamos cincuenta minutos relacionándolas con los cuentos de Grimm que habíamos leído.
Pero la verdadera señal de que los profesores no sabían qué hacer con la moda «de las pesadillas» fue la charla del señor Broome.
Sin previo aviso sustituyó a la señora Tute, y cuando lo vimos en la plataforma en lugar de la bibliotecaria, toda la escuela supo que lo que sucedería sería explosivo. Laker Broome parecía una bolsa llena de serpientes. Después de su breve oración perentoria a Dios («Señor. Haznos honestos y buenos. Y condúcenos a la rectitud. Amén.»), se quitó los lentes y comenzó a hacerlos girar por una de las patillas.
Los gritos comenzaron en la segunda frase.
—Muchachos, éste ha sido un mal año para la escuela. ¡Un año terrible! Hemos tenido indisciplina, alumnos que fumaban, fracasos, robo… y ahora estamos bajo la maldición de algo tan enfermo, tan terriblemente enfermo, que en todos mis años como educador jamás he visto nada parecido.
—¡NUNCA!
—Hay un veneno que corre por las venas de esta escuela, y todos ustedes saben lo que es. Algunos de ustedes, tal vez guiados por un comentario mal interpretado, hecho desde esta plataforma… —aquí una mirada paralizante a Whipple…—, han tenido fantasías morbosas, que dieron rienda suelta a ese veneno, exactamente en la forma contra la cual predicó el señor Thorpe hace un mes. Bien, sé cuál es la causa. La causa no es ni más ni menos que la culpa. Las pesadillas son causadas por la culpa. Causadas por una mente y un alma culpables. Y una mente y un alma culpables son peligrosas para todos los que las rodean…, corrompen. Todos ustedes han sido tocados por esta enfermedad. En primer lugar, voy a ordenarles que dejen de entregarse a una práctica corrupta.
Detrás de mí, en la segunda fila de los alumnos de primero, oí a Tom Pinfold que susurraba a Marcus Reilly:
—¿Se refiere a masturbarse?
Reilly resopló.
—Nunca más…, nunca más… se hablará de pesadillas en esta escuela. Si algunos de ustedes siguen teniendo problemas en ese sentido, sugiero que vean al psicólogo de nuestra escuela. Si alguien sigue perturbándonos con sus relatos de sueños malos o colocando esos relatos en un lugar público, será expulsado. Eso es todo. Finish. Eso es todo.
Los lentes volvieron a su cara, que se convirtió en la sombría máscara de un cazador.
—En segundo lugar. Voy a extirpar la corrupción de nuestro medio y a exponerla aquí y ahora. El muchacho que ha originado esta locura perversa no merece permanecer entre nosotros un minuto más. Nos liberaremos de él durante esta asamblea, caballeros. Lo denunciaremos. El muchacho que robó el objeto en la escuela Ventnor, retirará sus cosas de su armario al final de la hora.
Aventuré una mirada hacia las filas de los alumnos de cuarto, y vi el rostro de Esqueleto Ridpath, echado hacia atrás, blanco y vacío.
El señor Broome saltó de la plataforma y señaló a Morris Fielding, sentado en el extremo derecho de la primera fila.
—Usted, Fielding, ¿usted robó la lechuza?
—No, señor —respondió Morris.
—Usted —el dedo señaló a Bobby Hollingsworth.
Cuando pasó por mí y por la segunda fila de alumnos de primer año, me di cuenta, asombrado, de que iba a interrogar a cada uno de los cien muchachos reunidos en la capilla.
Terminó con los alumnos de primer año y siguió con los de segundo. Las filas estaban cerca unas de otras y al pasar por los pasillos chocaba contra el respaldo de los asientos de delante y a veces con tanta fuerza que los sacaba de lugar; no prestaba atención a eso. Nuestra clase se había dado la vuelta para observar. Cada vez, junto con el dedo acusador, el grito:
—Usted, Shreck. ¿Usted la robó?
Yo veía temblar sus hombros bajo la tela de su traje azul.
El señor Thorpe, que estaba sentado delante en la segunda silla de madera, se puso de pie y fue rápidamente por un costado del auditórium a hablar con la señora Olinger. El señor Broome tampoco le hizo caso. Los otros profesores se reunieron alrededor del profesor de latín y de la señora Olinger.
—Usted, King. Admita que la robó… Usted, Hamilton. Usted es el culpable. Admítalo.
Finalmente llegó a los alumnos del último año, dejando una serie de sillas torcidas que mostraban por dónde había pasado. El temblor de sus hombros era más pronunciado y su voz estaba ronca de tanto gritar.
—Usted, Wax. ¡Wax! ¡Míreme! ¿Usted lo hizo?
—No, señor.
—¡Peters! Usted, Peters. ¿Fue usted?
—Ah, señor, no.
Miré con temor cuando se aproximó a Esqueleto, con esperanza y temor de que Esqueleto se pusiera a gritar. Cuando Broome avanzó por el pasillo hacia él, Ridpath no lo miró, sino que mantuvo su rostro inexpresivo dirigido hacia el techo, fijando su mirada en el lugar en que había girado la rueda de colores durante el baile de inauguración.
Y Broome llegó a él.
—Usted, ¡Ridpath! ¡Ridpath! ¿Usted lo robó?
—…
—¡RESPÓNDAME!
—…
Continuó el extraño silencio.
—¿USTED?
Entonces todos oímos la respuesta de Esqueleto:
—Yo no, señor Broome. Me había olvidado del asunto.
—¡AAAH!
El señor Broome alzó sus puños en el aire y gimió. Los profesores que estaban en el fondo de la sala se inclinaron hacia adelante, con miedo a moverse…, todos excepto el señor Thorpe, que avanzó dos pasos hacia el director. Broome le hizo un gesto para que se alejara.
—Bien. El siguiente. Usted, Teagarden. ¿Fue usted?
Y así siguió hasta que el último alumno de cuarto año hubo dicho que no. El señor Broome se paró en el extremo del pasillo con la espalda vuelta a los alumnos. La tela de su chaqueta se sacudía. Yo tenía miedo de que se volviera y comenzara otra vez con los alumnos de primero, miré mi reloj y vi que todo el primer período había pasado. En ese momento sonó una campana en el vestíbulo.
—Bien —dijo el señor Broome—. Aún no hemos terminado. Uno de ustedes me ha mentido dos veces. No he terminado con él. Pueden marcharse.
Durante la clase siguiente miré por las ventanas hacia el estacionamiento y vi que el señor Thorpe llevaba al señor Broome hacia el bulevar Santa Rosa. Una hora más tarde el señor Thorpe volvió solo. El señor Broome no apareció en Carson hasta dos días después.
11
La paliza
Al día siguiente, después de la clase de inglés, tuvimos una hora libre. Morris y su trío tenían permiso para ensayar en el escenario, y Del también; las actuaciones del Club tendrían lugar tres semanas más tarde. Morris fue inmediatamente al fondo de la escuela y bajó la escalera… Dos alumnos de segundo año, cargados con el bajo y la batería, ya abrían la puerta del corredor de la planta baja. Del permaneció indeciso junto a su armario durante unos minutos, preguntándose cómo ensayar su juego de manos sin su acompañante. Tom se había quedado en su casa, según se decía, porque a su padre lo habían llevado al hospital «para siempre». Entonces Del nos murmuró:
—Ah, bueno, es mejor que ir al salón de estudio —y se alejó siguiendo a Morris.
—Creo que ese tipo es marica —dijo Bobby Hollingsworth. Sherman le dijo que se callara la boca.
Después de cinco o diez minutos en la biblioteca, me di cuenta de que había dejado uno de los libros que necesitaba en mi armario. Dave Brick estaba en una mesa frente a la mía, pero él también había olvidado traer el libro… Me llevó largo tiempo extraer esta información. Desde la increíble actuación de Laker Broome en la capilla, Brick se mostraba amodorrado, medio dormido en todas partes excepto en la clase de álgebra.
—Ah, yo también tengo que mirar eso —murmuró, despertando de su sopor.
—Te lo prestaré cuando haya terminado —murmuré, y pedí permiso para salir de la biblioteca.
Encontré el libro en el desorden del fondo de mi armario, y me volví. Los corredores estaban vacíos. Llegaba un zumbido de conversación del aula de Fitz-Hallan, y un gran barullo de la de Whipple. Se abrió una puerta que daba al salón de cuarto año, en el extremo del corredor del fondo, y Esqueleto Ridpath salió por allí, aún con expresión ausente. Luego se irguió y se dirigió hacia el ángulo más lejano; un segundo después echó a correr por el pasillo vacío. «¿Qué diablos pasa?», pensé. A través del vidrio le vi dar vuelta en el ángulo y bajar corriendo las escaleras. Finalmente me di cuenta de que había oído el piano.
—Ay, no —dije en voz alta, y eché a andar rápidamente por el corredor.
Acababa de llegar al salón de cuarto año cuando vi abrirse la puerta del escenario (el ángulo de la izquierda, que era todo lo que alcanzaba a ver).
Bajé corriendo la escalera y abrí nuevamente la puerta justo a tiempo para chocar con Brown y Hanna, los alumnos de segundo año que trabajaban con Morris.
—No entres ahí —dijo Hanna, y comenzó a subir la escalera.
Brown estaba apoyando su bajo contra la pared del otro lado de la puerta y tratando de salir al mismo tiempo y me miró como si yo estuviera loco. Oí la voz de Ridpath pero no entendí sus palabras. Brown dejó el bajo, que se balanceaba como un pesado péndulo, y corrió hacia la puerta.
Entré en la oscuridad.
—… Y no vuelvas o te cortaré las pelotas —oí decir a Esqueleto—. Ahora ustedes dos.
Lo primero que vi fue el rostro pálido de Morris sobre el piano, con expresión asustada y obstinada. Luego vi que Del se paraba junto a una mesa cubierta con terciopelo negro. Se había vuelto hacia mí. Parecía asustado, y como si tuviera diez años de edad. La larga espalda de Esqueleto se alzaba ante mí, a unos tres metros de distancia. Por la forma en que volvía la cabeza, estaba mirando a Del.
—Tienen derecho a estar aquí —dije, e iba a continuar, pero Esqueleto giró sobre sí mismo y detuvo las palabras en mi garganta. Jamás había visto nada parecido a su cara.
Parecía un demonio, un demonio consumido por el horror de su ambición…, las sombras hundían sus mejillas, hacían desaparecer sus labios. Su cabello y su piel parecían del mismo color opaco. Podría haber tenido cien años, podría haber sido una calavera que flotara sobre un traje vacío. En el rostro pálido, sus ojos se nublaron. Gritaron antes que él tan fuerte y con tanto dolor que guardé silencio.
—¿Otro? ¿Otro? —gritó, y se lanzó hacia mí. La luz cambió, y su rostro volvió a la normalidad. Las bolsitas color púrpura debajo de sus ojos daban la impresión de estar irritadas—. Maldito seas —dijo, y sus ojos no cambiaron en absoluto, y antes de que me golpeara tuve tiempo de pensar que había visto al verdadero Steve Ridpath, el que su rostro y su apodo ocultaban—. Me oprimió las costillas, se aferró a mis solapas, nos retorcimos juntos y luego me empujó entre Del y Morris.
La sangre se agolpaba en mis oídos. Oí débilmente el ruido de madera sobre madera… Morris cerraba lentamente la tapa del Baldwin.
—Bien, espera un segundo —llegó la voz de Fielding.
—¿Esperar? ¿Esperar? ¿Qué diablos tengo yo que…? —Esqueleto levantó sus puños huesudos hasta la cabeza:—. No me digas que espere —siseó—. No tienes nada que hacer aquí. —Hablaba a Morris, pero miraba a Del Nightingale—. Te lo advertí —dijo.
Luego giró la cabeza hacia Morris.
—Apártate de ese maldito piano. —Comenzó a caminar espasmódicamente en dirección a Morris, y Morris saltó rápidamente del taburete. Casi llorando, Esqueleto dijo—: Carajo, ¿por qué no me escuchas? ¿Por qué no prestas atención a lo que digo? Bien, no se acerquen a… ¡Dios mío! —se tapó los ojos con los puños, y pensé que tal vez realmente estaba sollozando—. Ya es demasiado tarde para eso. Ay, Dios mío. Malditos sean ustedes, los de primero. ¿Por qué tienen que venir aquí?
—Para practicar, imbécil —dijo Morris—. ¿Qué pensabas?
—No estoy hablando contigo —respondió Esqueleto, y apartó sus manos de sus ojos. Su rostro estaba húmedo y gris.
Morris abrió la boca.
—Crees que lo sabes todo —dijo Esqueleto en voz baja a Del.
—No —respondió Del.
—Crees que él te pertenece. Te sorprenderías.
—Nadie pertenece a nadie —dijo Del, causándome un sobresalto.
—Pequeño hijo de puta —escupió Esqueleto—. Ni siquiera sabes de qué estás hablando. Y tú eres el que piensa que yo debo esperar. Carajo. Sé tanto como tú, Florencia. El me ayuda. Quiere conocerme.
Ahora Morris y yo estábamos seguros de que Ridpath estaba literalmente loco, y lo que sucedió después sólo sirvió para confirmarlo.
Asustado como estaba, Del tuvo el coraje de negar con la cabeza.
Esto enfureció a Esqueleto. Comenzó a temblar aún más que Laker Broome durante los interrogatorios en la capilla el día anterior.
—Ya verás —gritó, y se abalanzó sobre Del.
Esqueleto le dio dos bofetadas, muy fuertes, y dijo:
—Quítate la chaqueta y la camisa, maldito seas, quiero ver un poco de piel.
—Eh, vamos —dijo Morris.
Esqueleto se lanzó contra nosotros y su mirada nos congeló sobre el escenario.
—Ya no están más en esto. Quédense ahí. O ustedes serán los siguientes.
Luego dio un tirón a la chaqueta oscura de Del y se la arrancó. Del comenzó apresuradamente a desabotonarse la camisa, que brillaba en la penumbra. Como si tener algo que hacer calmara su miedo, parecía tranquilo, a pesar de su prisa. Sus mejillas ardían en los lugares donde Esqueleto le había pegado.
—No, Del.
Esqueleto se volvió hacia nosotros nuevamente.
—Si se atreven a decir una cosa más, cualquiera de los dos, les mataré, pongo a Dios por testigo.
Le creímos. Era más grande y más fuerte, y estaba loco. Eché una mirada a Morris y vi que estaba aterrorizado, tan incapaz de ayudar a Del como yo.
—Maldito Florencia —gimió Esqueleto—. ¿Para qué tenías que estar aquí? Voy a iniciarte, muy bien. —Su rostro se endureció y palideció, luego tomó un opaco tono rojo—. Con mi cinturón. Inclínate sobre el taburete del piano.
Morris gemía y parecía que podría desmayarse o vomitar.
Del dejó caer su brillante camisa (me di cuenta de que era de seda) sobre el piso polvoriento y fue hacia el taburete del piano. Se arrodilló ante él y se inclinó, exponiendo su pálida espalda de chico. Esqueleto ya respiraba entrecortadamente. Se desabrochó el cinturón, lo sacó de las presillas y lo dobló en dos.
Por un momento se limitó a mirar a Del, y vi en su rostro la expresión que había visto antes: una desesperación demoníaca, a la vez necesidad y desconfianza, una hambrienta certidumbre mezclada con miedo. Entonces yo también gemí. Esqueleto no se detuvo. Se puso detrás de Del, hacia un lado, levantó el cinturón doblado y golpeó con él la espalda de Del.
—Ay, Dios mío —dijo, pero Del no dijo nada.
Un instante más tarde apareció una línea roja en el lugar donde había pegado con el cinturón.
Esqueleto volvió a levantar el cinturón, con el rostro endurecido por el esfuerzo.
—¡No! —gritó Morris.
El cinturón bajó con un silbido y volvió a golpear la piel de Del. Del se echó un poco hacia atrás y cerró los ojos. Lloraba en silencio.
Esqueleto repitió su extraña y penosa plegaria:
—Ay, Jesús…
Levantó el cinturón y golpeó nuevamente. Del se aferraba a las patas del taburete del piano. Vi caer sus lágrimas hasta el mentón y luego al suelo.
Y ésa es la segunda imagen muy intensa que conservo de Carson. Las tres líneas que cruzaban la espalda blanca de Del Nightingale, Esqueleto retorciéndose sobre él en su agonía, con el rostro contorsionado también, y el cinturón colgando de su imano. La primera imagen del señor Fitz-Hallan ofreciendo irónicamente un bolígrafo a Dave Brick (esa imagen de la salud de la escuela) apareció en mi mente, y pensé sin pensarlo que las dos estaban relacionadas como dos puntos en un mismo gráfico.
—Niño rico —gemía Esqueleto—. Tú lo tienes todo.
Se separó de Del, mirando salvajemente a Fielding y a mí con su rostro torturado, y luego se abalanzó hacia nosotros y nosotros retrocedimos hacia el pesado telón. Esqueleto pronunció una palabra: «Pájaro», como alguien que habla sin darse cuenta, cambió nuevamente de dirección y arrojó el cinturón hacia el telón, para luego echar a andar hacia la puerta.
Le oímos dar el portazo; luego cayó un pesado silencio.
12
Fue como si un címbalo hubiera sonado en ese espacio oscuro y cavernoso, y el ruido nos liberó de lo que nos detenía, de lo que nos inmovilizaba. Morris y yo, ya sentados, caímos sobre el escenario. Del se deslizó del taburete del piano y quedó tendido junto a él.
Yo me acerqué a gatas. Morris me siguió. El rostro de Del mostraba lo que parecían estrías de barro; finalmente vi que era el polvo que se disolvía en su rostro húmedo.
—No importa —dijo Del—. Dame mi camisa.
—¿No importa? —dijo Morris mientras se levantaba e iba a buscar la camisa—. Ahora podemos hacer que lo expulsen. Está terminado. Y te lastimó. Mírate la espalda.
—No puedo mirarme la espalda —respondió Del. Se puso de rodillas y apoyó una mano en el taburete del piano—. ¿Me das mi camisa, por favor?
Morris se acercó, con el rostro blanco, y se la entregó. El rostro de Del estaba rojo, pero sereno. El polvo húmedo parecía una pintura guerrera.
—¿Quieres que te ayude a levantarte? —preguntó Morris.
—No.
Los tres oímos abrirse la puerta y Morris contuvo el aliento; Del y yo probablemente hicimos lo mismo.
—¿Estáis aquí? —preguntó una voz conocida—. Eh, no los encuentro.
Como esperábamos que Esqueleto regresara, ninguno de nosotros podía identificar al que hablaba.
—Eh, los estuve buscando por todas partes —dijo Dave Brick avanzando lentamente desde la penumbra—. ¿Conseguisteis el libro? Dios mío.
Dijo esto último porque ahora podía ver la forma en que lo mirábamos, Morris y yo con miedo, Del con la pintura guerrera en el rostro.
—Dios santo —repitió Brick cuando estuvo lo suficientemente cerca como para ver la espalda de Del antes de que se pusiera la camisa—. ¿Qué habéis estado haciendo?
—Nada —respondió Del.
—Esqueleto le pegó con un cinturón —dijo Morris, poniéndose de pie y sacudiéndose las rodillas—. Está loco.
—¿Un… cinturón…? —Brick hizo ademán de ayudar a Del a ponerse la camisa, pero Del lo detuvo con un gesto.
—Realmente loco. ¿Estás bien, Del?
Del asintió y se apartó de nosotros.
—¿Te duele?
—No.
—Ahora podemos librarnos de Esqueleto —insistió Morris.
Brick dijo:
—Por Dios… —y se sentó sobre el taburete del piano—. ¿Aquí mismo? —preguntó estúpidamente—. ¿En la escuela?
Morris miraba pensativamente el piano y el taburete.
—Ya sabes lo que pienso.
—¿Eh? —preguntó Brick.
Del, que seguía mirando el telón, no respondió, y yo tampoco.
—Estoy pensando que es la segunda vez que Esqueleto se vuelve loco cuando me ve tocar el piano.
—No hagas chistes —dijo Brick, mirando el piano con asombro.
—¿Por qué lo habrá hecho? —preguntó Morris—. Porque puso algo allí que quiere mantener oculto. ¿Les parece bien?
Brick y yo nos miramos, comprendiendo por fin.
—Dios mío —dije—. Sal de ese taburete, Brick.
Dio un salto para apartarse del taburete, y él y yo levantamos la tapa mientras Morris observaba con los brazos cruzados.
Brick gritó. Algo pequeño y cristalino se elevó del taburete, un objeto plateado parecido a una polilla, que zumbaba como un moscardón. El grito de Dave Brick sacó a Del de su trance, y Del se volvió y miró junto con nosotros la pequeña cosa plateada que volaba describiendo un gran arco en la parte anterior del escenario para luego caer con un ruido suave en la pila de viejos cortinajes.
—¿Qué fue eso? —preguntó Morris.
Brick corrió pesadamente, despertando ecos, por todo el escenario hasta el montón de cortinas. Se inclinó para tocar lo que había allí, pero apartó la mano.
—Esa lechuza. De Ventnor.
—Pero voló —dijo Morris.
—Voló —repetí yo.
—Sí —dijo Del.
Lo miré, y me sorprendió la sonrisa sombría que vi en su rostro.
—Tú sacudiste el taburete —dijo Morris. Brick se inclinó y recogió la lechuza—. Eso es lo que sucedió. Lo sacudiste.
—No —dijo Del, pero nadie le prestó atención.
—Sí —dijo Buck—. Los dos lo hicimos.
—Claro que sí —dijo Morris—. Las lechuzas de vidrio no pueden volar. —Se inclinó otra vez—. Bien, ¿qué tenemos aquí? —y sacó exámenes copiados, uno tras otro—. Bien, ahora sé por qué se escondía aquí todo el tiempo. Quería asegurarse de que todo estaba en el lugar donde lo había puesto. Cuando contemos esto, no durará cinco minutos más en la escuela.
—Ahora es nuestro —dijo Brick, repentinamente invadido por la alegría.
Del nos miró a todos y dijo:
—No.
Extendió su mano derecha hacia Dave Brick, y Brick vino hacia nosotros y puso la lechuza en su mano.
—Esperen un segundo aquí —dijo Morris, pero Del ya levantaba el brazo. Arrojó la lechuza al escenario. Hizo el ruido de una bomba y se despedazó en un millón de brillantes trocitos. Dave lo miró con la boca abierta, consternado, por un momento, y… ya lo han adivinado lloró.
Del salió después de esto, justo antes de que tocara el timbre para una nueva hora de clase.
—¿Qué haremos? —preguntó Brick, limpiándose la cara con la manga.
—Vamos a nuestra próxima clase —dijo firmemente Morris.
—¿Y después? —pregunté yo.
—Encontraremos a alguien a quien contarle esto —dijo Morris.
—Todo esto me da una sensación extraña —dije.
—Tal vez Del no nos ayudará —dijo Morris encogiéndose de hombros, y luego pareció sentirse incómodo.
—La lechuza —tartamudeó Brick.
Los tres miramos los fragmentos en el escenario…, no quedaba nada que se pareciese a una lechuza.
—No sacudimos el taburete —afirmó Brick.
—Tuviste que hacerlo —dijo Morris.
—No —intervine yo, y me oí a mí mismo haciendo eco a Del…
«No» era aproximadamente todo lo que había dicho desde que Esqueleto se alejó corriendo. Aún podía oír el ruido que había hecho la lechuza al volar.
—Carajo —dijo Morris—. Tenemos que irnos. Oye —me miró, aún creyendo que podía extraerse algo razonable de una escena en que un estudiante había castigado a otro como un loco y las lechuzas de vidrio volaban a nueve metros de altura sobre el escenario—. Tú le gustas a Fitz-Hallan. Se lleva bien contigo. ¿Por qué no le hablas de esto?
Asentí.
En mi camino a la próxima clase pasé por el salón de cuarto año. Un estudiante reía allí dentro, y todo se estremeció en mi interior. Supe, por un instinto atávico de cavernícola, que el estudiante era Esqueleto Ridpath, y que estaba solo. Durante una hora libre, fui a ver a Fitz-Hallan, pero fue inútil. Carson cerró sus filas y negó el misterio.
13
Thorpe
—He hablado con el señor Fitz-Hallan —dijo—, y anoche hablé con Nightingale y también con sus padrinos, el señor y la señora Hillman. Esta mañana hablé en privado con Morris Fielding. Ahora debo preguntarles: ¿hay algo en la historia que ustedes desearían cambiar, dada su naturaleza tan extraordinaria?
El señor Thorpe me miraba con furia. Controlaba muy bien su enojo, pero yo sentía que aún hervía. Estábamos en la oficina que usaba Thorpe como subdirector, un cubículo vacío en el otro lado del corredor, opuesto adonde estaban las oficinas de la secretaria. El señor Fitz-Hallan estaba sentado junto a una máquina de escribir, al lado del señor Thorpe; yo estaba de pie ante el escritorio de metal. El señor Weatherbee, el consejero de mi curso, se hallaba junto a mí.
—No, señor —dije—. Pero ¿puedo hacerle una pregunta?
Asintió.
—¿Habló usted también con Steve Ridpath?
Parpadeó.
—Ya llegaremos a eso en su momento. —Ordenó tres lápices que tenía ante él, con las puntas hacia mí, como una hilera de pequeñas estacas—. En primer lugar, muchacho, cualquiera que haya sido tu objetivo al inventar una historia tan extraña como ésta, yo no lo entiendo. Ya te he dicho que hablé con el joven Nightingale. Niega totalmente que lo hayan golpeado con un cinturón. Admitió que el hijo del señor Ridpath, un alumno de cuarto año, los encontró en un área que generalmente está vedada a los alumnos de primero, y les increpó por estar allí —levantó una mano para acallar mi protesta—. Es verdad que dos de ustedes, Morris y el joven Nightingale, tenían permiso para estar en el escenario. Steve Ridpath, por supuesto, no podía saberlo. Tal vez actuó con imprudencia, pero actuó en interés de la disciplina, lo cual coincide con el progreso general de su trabajo este año. Pedí al señor Hillman que examinara la espalda de su ahijado, y el señor Hillman me informó de que no había encontrado señales de los golpes que, según usted y según Fielding, lamentablemente, tuvieron lugar.
—No encontró señales —dije yo, sin poder creerlo.
—Absolutamente ninguna. ¿Cómo explican ustedes eso?
Sacudí la cabeza. Esas marcas no podían haber desaparecido tan pronto.
—Yo puedo explicárselo, entonces. No hubo tal paliza. Creo a Steve Ridpath cuando dice que obligó al joven Nightingale a hacer varias veces la vertical y que le dio un golpe en la espalda, que estaba cubierta por su camisa y su chaqueta, cuando no hizo la vertical con la energía debida. Oficialmente la iniciación ha terminado, pero en circunstancias especiales la escuela hace la vista gorda si continúa. Cuando entendemos que tiene como finalidad conservar el orden.
—El orden —dije.
—Algo sobre lo que ustedes parecen saber muy poco. Prosigamos. Por supuesto que no encontramos huellas de la lechuza de Ventnor detrás del escenario. Porque nunca estuvo allí. Encontramos exámenes escritos con la letra del joven Ridpath, que él usaría como ayuda para sus estudios después de los exámenes.
—Eso no tiene sentido. ¿Usó los exámenes para ayudarse en sus estudios cuando ya los había hecho?
—Precisamente. Para retener bien el material ya visto. Algo muy sensato, podría agregar.
—Entonces saldrá bien de esto —dije, incapaz de contenerme.
—¡Silencio! —el señor Thorpe dio un golpe en el escritorio de metal que hizo saltar locamente los lápices—. Piensa, muchacho. Seremos blandos contigo. Como los jóvenes de la familia Fielding han asistido a la escuela Carson desde hace cincuenta años y como él cree que ha visto lo que tú también piensas que viste, el señor Fitz-Hallan y yo estamos de acuerdo en que tal vez no hayas tratado de desorientarnos conscientemente. Pero te apresuraste en tus conclusiones y usaste tu imaginación en lugar de lo que realmente veías…, un típico ejemplo de la irracionalidad que ha invadido esta escuela, y que el señor Broome ha luchado tanto por combatir —pensar en esto parecía aumentar su furia—. Nunca he conocido semejante entrega a lo fantástico. Creo que algunos de nuestros profesores de inglés tendrán que limitarse a emplear textos realistas en el futuro —una mirada furiosa a Fitz-Hallan—. Una escuela no es lugar para la fantasía. El mundo no es lugar para la fantasía. Ya se lo he dicho a Morris Fielding. El señor Weatherbee…
El consejero se incorporó a mi lado.
—Creo que hay que vigilar los síntomas de una histeria incipiente en los alumnos de primer año. Los profesores deben hacer algo más que enseñar, aquí en Carson.
Nuestro curso fue al vestuario a cambiarse para un partido de baloncesto en pista cubierta y miré la espalda de Del Nightingale cuando se quitó la camisa. No tenía marcas. Morris Fielding lo advirtió al mismo tiempo que yo. Recordé la lechuza de cristal que volaba o trataba de volar desde el taburete, y que hacía un ruido de moscardón, y supe por la expresión de Morris que él también recordaba. Y aunque yo había pensado usar los minutos antes del partido para hablar con Del, me eché atrás, como si me apartara de cosas espantosas.
El padre de Tom murió a fin de marzo.
14
Te oigo
Chester Ridpath apagó la televisión, donde aparecía Ernie Kovacs, y miró disimuladamente a su hijo, que sólo había comido la mitad de su plato de pollo. El muchacho se alimentaba poco. La mayoría de las veces olvidaba la comida que tenía frente a él, y su mirada se perdía en el espacio como la de un zombi. O como algo de esas películas que le gustaban, algo que sólo fingía ser normal y corriente… Chester inmediatamente apartó esos pensamientos y los envió al limbo donde enviaba todo lo que había pensado o imaginado sobre el «increíble» incidente de dos semanas antes. El viejo Billy Thorpe había defendido a Stevie, pero Ridpath veía que, a pesar de su lealtad a un colega, Billy no estaba totalmente seguro, en el fondo, de que estuviera haciendo lo correcto… De vez en cuando se le veía muy abatido. Por supuesto que últimamente se sentía así, con Laker Broome comportándose en la capilla de aquella forma y sin que nadie supiera si el director conservaría su puesto. Qué año terrible había resultado ser… Recogió la bandeja de aluminio de la mesita que tenía frente a él y al salir de la habitación se llevó también la cena a medio consumir de Steve. El muchacho sonrió, como si a la vez le agradeciera y se burlara de él.
Gracias a Dios, Billy Thorpe nunca había visto la habitación de Steve.
Porque ése era el problema. Cualquier muchacho que deseara rodearse de semejante basura podía usar un cinturón para castigar a un alumno de primero o hacer trampa en sus exámenes.
Carajo, Steve no hacía trampa.
¿O sí?
Ridpath arrugó los dos recipientes de aluminio y los tiró al cubo de la basura. Basura. Su propio padre le había pegado con un cinturón por tirar comida. Y ahora, mírenlo. Si una mosca se posara en su nariz, no la espantaría.
Entonces hay que hablar con él. Tú hablas todos los días con los muchachos.
Les hablas.
Mejor que nada.
No, era mejor nada. A veces había visto el rostro de Steve cuando estaba en la mitad de una historia. Indiferencia. Inexpresivo como el rostro de un cadáver. Ya cuando era un chico de pantalón corto, a veces le contaba una historia y veía la misma expresión en su carita… Dios mío, se alegraba de que Billy Thorpe nunca hubiera visto las cosas horribles que Steve tenía en su habitación. Era el tipo de cosas que el muchacho tenía en la mente…
—Eh, Steve —dijo, y volvió a la puerta de la cocina—. ¿Ese Kovacs no es un poco extraño? Estoy seguro de que esos cigarros cuestan…
Interrumpió el triste intento de conversación. La silla de Steve estaba vacía. Había subido a su habitación para continuar con alguna de sus malditas ocupaciones.
¿Debía ir allá y arrancar todas esas porquerías…, sencillamente arrancarlas? Y luego decirle por qué…, decirle que era por su propio bien. Algo que tenía que haber hecho mucho tiempo atrás.
No: primero había que decirle por qué, y luego arrancarlas.
Pero por supuesto era demasiado tarde para eso. ¿Cuánto tiempo hacía que él y Steve no hablaban realmente? ¿Cuatro años? ¿Más?
Chester terminó de secar los cubiertos y cruzó el desordenado living hasta llegar al pie de la escalera. Al menos no se oía esa música salvaje; como las buenas notas, esto podía ser una señal de que Steve estaba creciendo, y ya tenía edad suficiente para saber que todo lo que se esperaba de él era que jugara bien, que olvidara el dolor y devolviera la pelota. ¿No era eso lo que un padre debía enseñar a su hijo? Si no aciertas el primer golpe, tienes que estar muy seguro de acertar el segundo.
—¿Estás ocupado, Steve? —gritó. No hubo respuesta—. ¿Tienes ganas de charlar? —y se sorprendió…, su corazón latía un poco más rápido.
Steve no escuchaba: estaba paseándose por el dormitorio, golpeando los pies contra el linóleo. Rezando a las láminas, o haciendo lo que hacía cuando no las estaba barnizando.
—¿Steve?
Bang-bang, se oían los pasos, y su corazón hacía eco. Ridpath subió la escalera hasta la mitad y alcanzó el escalón desde donde podía ver la puerta de su hijo, que estaba cerrada. Por el espacio en la parte inferior de la puerta, con los ojos fijos a nivel del suelo y mirando entre las maderas de la barandilla de la escalera, Ridpath veía los zapatos de Steve paseándose. Bang, bang, bang, bang. Steve recorría su habitación de un lado a otro, como un metrónomo, dando vuelta cuando se encontraba con una pared y marchando luego en sentido inverso en línea recta. Mientras marchaba, murmuraba algo para sí mismo; algo que sonaba como: «Te oigo, te oigo. Yo —bang— te oigo —bang—, te oigo —bang—, yo te oigo…»
—Bien, me oyes —dijo—. ¿Por qué no sales a tomar una cerveza con el viejo? —Tenía la garganta seca…, carajo, casi podría pensarse que tenía miedo de Steve—. ¿Te parece bien una cerveza? —preguntó, y hasta ante sí mismo se sintió patético.
«Yo —bang— te oigo —bang—, yo te oigo —bang—, yo te oigo —bang—, yo…» Los zapatos negros aparecieron en el espacio en la parte inferior de la puerta, uno, dos, derecho, izquierdo, reaparecieron cinco o seis segundos después y desaparecieron.
—¿Cerveza? —murmuró Chester, comprendiendo que lo que Steve oía no era la voz de su padre.
A veces Steve se comportaba como si estuviera conectado con otro mundo, como si estuviera en algún lugar en el espacio donde sólo se oían las voces lejanas y metálicas de una radio perdida.
—Ah —dijo Steve, como única exclamación privada de placer o comprensión, y su padre se acercó nuevamente a la puerta… Era como si alguien acabara de explicarle algo.
Luego Ridpath, con la cara pegada a la barandilla del segundo piso, recordó un sueño terrible, algo que seguramente había sido un sueño, del invierno anterior… Un pájaro gigantesco que luchaba contra la ventana de Steve, rompía el vidrio, agitaba sus grandes alas contra el costado de la casa y golpeaba con sus talones…
—Ay, Dios mío —susurró.
Steve exclamaba «A aaah» ahora, pero Ridpath no veía las suelas negras de sus zapatos al pasar junto a la puerta.
Golpeando, golpeando, agitándose contra la casa, blandiendo ese horrible pico de un lado a otro… Ridpath tuvo la idea repentina e irracional de que ahora el pájaro de pesadilla estaba en el cuarto de Steve…
Bang, un pie detrás del otro en el lado izquierdo de la habitación, donde estaba la ventana, y luego bang, bang, los dos pies en la parte derecha del dormitorio.
Bang. Como si se hubiera posado junto a la ventana de la habitación…, como si ese pájaro de pesadilla lo arrastrara hacia atrás y hacia adelante, y la alegría del vuelo le hiciera exclamar «¡Ah!» desde lo profundo de su garganta.
No podía ser, seguramente no oía bien, había alguna razón por la que los zapatos de Steve ya no pasaban ante la puerta…, alguna razón… Estos malditos muchachos y sus interminables charlas sobre las pesadillas. «Yo estaba suspendido en el aire y nadie podía hacerme bajar.» Ridpath sintió enfriarse todo su cuerpo. «Susurra», decía el zapato de Steve en el lado derecho de la habitación, y un instante después, «susurra», a la izquierda.
—Ven a charlar conmigo cuando puedas —dijo Ridpath, pero sólo para sí mismo.
Esto fue un viernes a la noche. Chester Ridpath bajó al sótano y destapó una botella de Four Roses que tenía escondida bajo su mesa de trabajo.
15
Dos sábados después, Tom Flanagan se apartó del lado de su madre por primera vez desde el funeral. A partir de la mañana en que murió Hartley Flanagan, su hijo y su mujer parecían una sola persona: juntos habían ido a la empresa funeraria a hacer los arreglos necesarios, habían compartido todas las comidas, y permanecían juntos en el living por la noche, conversando. El señor Bowdoin, el agente de seguros, les había explicado que Hartley Flanagan había dejado suficiente dinero para pagar todas las cuentas en muchos años. Juntos habían hablado con el reverendo Dawson Tyme, habían organizado el funeral… Tom estuvo sentado junto a Rachel mientras ella hacía todas las llamadas telefónicas. El se sentó junto a ella, que lloraba, se sentó junto a ella y no dijo nada cuando su madre dijo:
—Es mejor que se haya ido, sufría tanto.
Estaba en la habitación, sentado en una incómoda silla victoriana, cuando el gordo reverendo Tyme volvió y se sentó junto a su madre en el diván, expandiendo su aliento con olor a menta, y dijo:
—Todas las tragedias tienen su lugar en los designios de Dios.
Vio que ella, como él mismo, dudaba de esos designios y desconfiaba de cualquier hombre que los invocara.
Fue de compras con ella; con ella abrió la puerta de la casa a las visitas; estuvo junto a ella en la sala llena de gente durante el velatorio en lo que el director llamaba «la visitación»; finalmente estuvo al lado de ella junto a la tumba en un domingo cálido y se dio cuenta de que era primero de abril… el día de los inocentes. Y contempló a la multitud de abogados, colegas de Hartley, y a sus esposas y a los amigos y primos de Hartley y vio dolor en algunos rostros, inquietud en otros e incomodidad en otros; no hubo tiempo de hablar con ninguno de los presentes, ni siquiera con Del. Tenían que volver a casa y servir la comida, que se había mantenido caliente en el horno. «Debes salir de esa tumba —dijo Tom a su padre—, salir de allí y ser tú mismo otra vez», pero el sol seco caía sobre ellos, el reverendo Tyme hablaba demasiado y fingía que había sido amigo de su padre, el viento de abril hacía volar arena sobre las tumbas y agitaba las flores. El césped parecía lo suficientemente afilado como para provocar heridas. Cuando todo terminó, él también lloró y no quería apartarse de la tumba. Miraba al gordo Dawson Tyme, con su olor a menta, y a los abogados… Todos ellos elegantes, bien alimentados, carnívoros. Una pared se había derrumbado, un ancla se había soltado; había quedado sin protección. El buitre había ganado y ahora le tocaba a Tom comenzar el camino en este largo valle.
—Podrás faltar a la escuela unos días, ¿verdad? —preguntó su madre cuando volvieron a la casa vacía.
—Sí. Podré faltar.
Después del cuarto día, su madre dijo:
—¿Por qué no sales de casa, Tom?
Y él dijo que no.
Después del quinto día ella repitió la pregunta y dijo que debían pensar en que Tom volviera a la escuela y recuperara el tiempo perdido: otra vez dijo que no. Reanudar su vida normal parecía una traición a su pérdida. Cuando Rachel Flanagan repitió su pregunta después del sexto día, reconoció que ya no era un adulto temporal.
—No has visto a tu simpático amigo Del desde el funeral —dijo ella—. ¿No quieres ir a ensayar para el espectáculo? Y de todas maneras, te hará bien salir un rato.
—Vive en Quantum Hills ahora —dijo Tom—. Finalmente los Hillman han comprado una casa. Tiene piscina y pista de tenis.
—Quantum Hills —su voz era levemente irónica—. ¿No te parece estupendo? Y el autobús va directamente al centro comercial.
—Sí —dijo Tom—. Tal vez vaya allá.
Ella lo abrazó.
Una vez que salió del centro comercial, caminó durante media hora por una calle tan negra que brillaba. Había casas enormes, algunas sobre lomas y otras sobre imitaciones de valles, posadas como palacios de ensueño sobre interminables extensiones de césped. Los aspersores giraban y regaban, haciendo arco iris que mantenían verde el césped. Los toldos rayados daban sombra a las grandes ventanas. Era un barrio donde nadie iba a pie. ¿Qué hacía Del allí, en el entorno más artificial y onírico de la ciudad, en este lugar de piscinas y ropa de tenis? Era adecuado para los Hillman, pero de ninguna manera podía ser lo que Del deseaba para sí mismo. Pero… esto se le ocurrió mientras doblaba una esquina… era lo que Carson deseaba para ellos: muchos de sus compañeros ya vivían allí. Howie Stern, Marcus Reilly, Tom Pinfold, Pete Bayliss y seis alumnos de segundo año tomaban el autocar que la escuela enviaba a Quantum Hills. Toda la severidad de la vida en Carson estaba destinada a conducirlos a un lugar como éste. Si no hubiera conocido a Del, si su padre no hubiera muerto, nunca habría visto su absoluta lejanía con respecto al lugar. Habría pasado por Quantum Hills (o al menos eso imaginaba) como por sobre rieles. Ahora no podía. Sólo podía inventar su futuro como hacía Del; lo habían arrancado de su marco.
Luego, por un instante, Tom sintió que la brillante negrura de la calle lamía los bordes de sus pantalones, y que el cielo pálido estaba oscurecido por las brujas. Desde una rama delgada un pájaro le miró con sus ojos negros. El mundo dio un vuelco.
Esto pasó tan rápidamente como había llegado. La calle volvió a su horizontalidad, el aire se aclaró, las casas se enderezaron. Nada de esto podía darle una advertencia, porque representaba una forma de vida en que las advertencias eran algo anticuado. Tom se dio cuenta de que se hallaba precisamente frente a la casa que habían comprado los padrinos de Del.
Era una clásica casa de Quantum Hills, y la más grande de la calle; se levantaba en una loma de césped sin árboles. Un amplio sendero de asfalto bajaba desde la casa, bordeado por faroles sobre altos postes. Donde el sendero se encontraba con dos anchos escalones a la entrada, la figura de hierro de un pequeño jockey negro levantaba un brillante anillo de metal en dirección al guardabarro trasero de un Jaguar. Moderna, vagamente morisca en su diseño, la casa era la imagen de una nueva prosperidad de Arizona.
Tom echó a andar por el sendero, pasó junto al coche de los Hillman y junto a la estatuilla del muchacho con el aro, y subió los escalones. Algo parecía temblar dentro de su pecho. Tocó el timbre y apartó rápidamente la mano como si hubiera esperado una descarga eléctrica.
La puerta blanca se abrió, y Bud Copeland lo miró, sonriendo.
—Hola, hijo. ¿Vienes a ver a Del? Entra, te llevaré arriba. No necesitas exactamente un mapa, pero la primera vez puedes necesitar un guía.
—Hola —dijo Tom con voz inexpresiva.
—Entra, jovencito, parece que necesitas un amigo. Vamos, pasa por esta puerta.
Tom pasó por la puerta y entró en un gran recibidor que revelaba la mitad de un enorme living, con una chimenea de piedra de tres metros de alto, muebles y cajas amontonados y una ventana del tamaño de una pared. Se sintió más seguro al ver que el aspecto de la casa era tal como él imaginaba… Su extraño temblor disminuyó.
—Supe lo de tu padre, hijo —dijo la voz aterciopelada de Bud junto a él—. Para un muchacho es algo terrible perder a su papá. Si puedo hacer algo por ayudarte, dímelo.
—Gracias —respondió Tom, sorprendido y conmovido por la simpatía real en el rostro y la voz del hombre—. Lo haré.
—Claro. Haré todo lo que pueda. Ahora. ¿Qué piensas de nuestra nueva casa?
—Es muy grande —respondió Tom, y creyó ver cierta expresión divertida en el rostro civilizado de Bud.
—Mi madre también me enseñó a ser precavido, Tom Flanagan —dijo Bud, y lo llevó por una escalera al costado del living—. Ahora tú y Del debéis practicar los trucos para la actuación. Si es que aún pensáis realizarla.
—Sí, claro, pero todavía tenemos que trabajar —dijo Tom, siguiendo la enorme espalda de Bud por una sala de paredes muy blancas—. Ah, sí, daremos la función. Claro que sí.
—Me alegro de oír eso.
—Escuche, Bud —dijo Tom, y el negro oyó algo en su voz que le hizo volverse y mirarlo—. No es necesario que me conteste si no quiere.
—Lo recordaré —dijo Bud, sonriendo.
—¿Por qué se queda aquí? ¿Por qué hace un trabajo como éste?
La sonrisa de Bud se amplió y extendió una mano para tocar ligeramente la cabeza de Tom.
—Es un trabajo, Colorado. No me molesta. Si tuviera veinte años menos, me gustaría hacer alguna otra cosa, pero esto encaja conmigo, por mi manera de ser. Y creo que tal vez pueda hacer algún bien a tu amigo aquí —hizo un gesto hacia una puerta al final del pasillo—. Tal vez pueda serte útil a ti también, alguna vez. ¿Es razón suficiente?
Alzó las cejas y nuevamente apareció esa expresión inquietante de entendimiento, como si Bud supiera todo sobre los pájaros y las visiones.
—Perdón por entrometerme —dijo Tom. Le ardían las orejas.
—Creo que esto te interesa, y que no tratabas de entrometerte. No tienes por qué sentirte incómodo. ¿Quieres una Coca o alguna otra cosa?
Tom hizo un gesto negativo.
—Entonces te veré cuando salgas.
Bud volvió a sonreír y pasó junto a él para volver a la escalera.
Tom vaciló un segundo, temiendo la conversación sobre su padre que debería tener con Del antes de ponerse a trabajar. Oyó a Bud que bajaba rápidamente la escalera, y por una ventana abierta oyó una zambullida de alguien en la piscina. Recorrió lo que faltaba del pasillo y se detuvo frente a la puerta de Del.
No había ruido, ni se oía ningún sonido desde el otro lado de la puerta. Por la ventana que no veía llegaba la voz arrastrada de Valerie Hillman. En la habitación de Del había tanto silencio que Tom pensó que tal vez su amigo dormía. Levantó el puño, lo bajó, luego volvió a levantarlo y llamó.
Del no respondió, y al principio Tom pensó que tal vez su amigo estaba en la piscina con su madrina. Pero Bud lo habría sabido.
—¿Del? —susurró, y volvió a golpear.
Junto con una carcajada que llegaba de afuera, oyó a Del que decía en voz baja:
—Entra.
Era apenas un susurro, pero en la voz se percibía esfuerzo…, el de la concentración y la fuerza.
Tom movió el picaporte y empujó suavemente la puerta. La habitación estaba casi totalmente a oscuras, y nuevamente Tom tuvo la sensación de entrar en un mundo aparte que era el de Del… Salía del sol y de Arizona para entrar directamente en el misterio.
—¿Del?
—Entra.
Tom avanzó lentamente en la oscuridad. Su primera mirada por la habitación le mostró solamente la gran pecera junto al cortinaje corrido, los rostros de los magos sobre una pared en sombra. Vio que la habitación era por lo menos el doble de grande que la de la otra casa de Del; mirando a la derecha, vio un montón de cajas y objetos de madera que debían constituir el equipo de un prestidigitador. Volvió la cabeza hacia la izquierda y vio un espacio en sombras.
—Mira —ordenó Del desde el centro de las sombras.
—Eh —dijo Tom, porque al principio sólo veía el perfil de una cama.
Luego no pudo decir nada, porque de pronto vio el cuerpo rígido de Del, suspendido en el aire a casi un metro y medio sobre la cama. Del movió la cabeza hacia un lado. Sonreía como un tiburón.
Tom no podía imaginar la impresión de su propio rostro, pero dio mucha risa a Del. Riendo, descendió primero casi treinta centímetros y se detuvo bruscamente, como si hubiera chocado con un objeto, y luego bajó lentamente otro medio metro. Tom extendió una mano para sostenerlo, pero era incapaz de acercarse. La risa de Del resonó nuevamente; sus pies se apoyaron en la cama, y los siguió el resto de su cuerpo.
Tom miraba, tan asustado que sentía que podía desmayarse o vomitar, y el rostro de Del volvió a contraerse y su cuerpo se elevó nuevamente sobre la cama.
—Bien, así termina nuestro espectáculo mágico —logró decir Del, y esta vez pudo permanecer en el aire mientras reía.
16
—El día siguiente fue domingo —me dijo Tom en el Zanzíbar, la tercera vez que fui a hablar con él—, y yo seguía deslumbrado. Lo que realmente me pasmaba era que todo ello era un error. Porque yo sabía que era real. Ese pequeño hijo de puta realmente levitaba. Era verdadera magia, y parecía ser el momento al que nos habían conducido esa locura, los pájaros y las visiones extrañas y todo lo demás. Sentí un malestar en el estómago. Entraba en la magia, y ya no sabía qué era verdadero y qué era falso.
»Salí. Sparky, mi perro, se despertó y se puso a saltar alrededor de mí, pidiéndome que arrojara su asquerosa pelota de tenis. Levanté la pelota mojada y la arrojé contra el cerco. Sparky salió disparado hacia ella. En ese momento, antes de que Sparky llegara a la pelota, el aire se puso raro…, oscuro y granulado, como una vieja fotografía. Sparky giró sobre sí mismo y miró a su alrededor; luego gimió. Echó a correr hacia la puerta de la cocina. Sus orejas estaban gachas…, recuerdo eso, y recuerdo que me sentí aliviado: yo no estaba loco, eso sucedía realmente.
»Esa casa de cuento de hadas estaba frente a mí, en el lugar donde debería haber estado la verja, la casa con la puertita marrón y los árboles que la rodeaban y el techo de paja. Por una de las ventanitas junto a la puerta yo veía al viejo que me miraba, y se pasaba las manos por la barba. Avancé por el sendero. “Ahora, ahora, ahora… —pensé—. Ahora podré descubrirlo.” No sé qué pensaba descubrir, pero tenía esa sensación. El viejo, el brujo, si eso era, me aclararía todo. Cuando llegué a su puerta, miró otra vez por la ventana y recibí un shock. Tenía un aspecto terrible… Tan enfermo y asustado como yo había estado esa mañana. En su rostro esas sensaciones parecían horriblemente fuera de lugar…, uno pensaría que en un rostro como ése no podían aparecer semejantes cosas. Se apartó de la ventana. Yo abrí la puerta.
»La casa estaba completamente a oscuras. En el aire vi brillar una vela…, seguramente estaba sobre la repisa de la chimenea, pero no iluminaba a su alrededor, sólo brillaba. Como el ojo de un gato.
»La puerta se cerró detrás de mí. Me volví para salir, muy asustado, pero no veía la puerta. Luego oí venir algo hacia mí, y me di la vuelta para enfrentarlo.
»Y casi caí al suelo del susto. Me di cuenta de que no era una sola cosa, sino muchas cosas, y todas horribles, horribles y malas… Tal vez eran cuatro o cinco, tal vez un centenar. Yo no podía decirlo. Pero sabía que venían de él, del hombre que yo había visto o que había soñado ver en Mesa Lane el día anterior al comienzo de las clases. Era como todo ese mundo que yo había sentido antes, en la casa, el mundo mágico, convertido en mal.
»Un rostro apareció ante mí, sonriendo como un demonio, y luego otros rostros cobraron vida alrededor de él… gritando y sonriendo, las caras más horribles que jamás había visto. Sólo estuvieron ahí un momento; luego desaparecieron.
»Ahora detrás de la vela había una zona brillante. En el círculo de luz vi la sombra de dos manos que componían una cabeza de perro. Las orejas se levantaron. La lengua se movió. Sombras chinescas, así se llaman: hacer figuras con la sombra de las manos. Yo las había visto antes, por supuesto, pero nunca tan bien hechas…, esos dedos parecían tener tres articulaciones…, y nunca me habían parecido tan siniestras. La cara del perro se volvió hacia mí. Bien, eso es imposible en las sombras chinescas, como sabes. Pero yo veía las orejas quietas y el cuello. Luego los dedos se separaron para permitir que los ojos brillaran entre ellos. Eso fue tan horrible como la cara. Los ojos eran sólo luces vacías, y, parecían completamente malévolos. No era un perro, y yo lo sabía. Era la cabeza de un lobo.
»Luego los ojos se agrandaron, las manos aletearon, se doblaron y se confundieron entre sí para formar un pájaro. Un pájaro con alas gigantescas y un pico amenazador.
»Voló directamente hacia mí, aún en su círculo de luz, con las garras extendidas… No eran manos, era un pájaro de sombras. Yo me agaché, y oí risas en toda la habitación.
»El pájaro de sombras desapareció en la oscuridad. Oí el ruido que hacía, y giré la cabeza para seguirlo, y vi otro tipo de sombras chinescas. Un grupo de hombres daba puntapiés a un muchacho, lo mataban a puntapiés. Formaban un círculo alrededor de él… yo les oía gruñir, oía los golpes de sus pies. Uno de ellos le dio un puntapié en la cabeza, vi volar la sangre, salpicando hacia todos lados. Esto tenía lugar en el círculo de luz, pero no era posible que lo produjeran los dedos. Los hombres patearon a un costado el cuerpo del muchacho, se separaron como si al fin y al cabo fueran manos, y volvieron a agruparse formando una palabra: SOMBRA. Luego apareció otra serie de letras: TIERRA. Tierra de las Sombras. Oí risas alrededor de mí, risas malignas, y no supe si todos esos rostros retorcidos que me observaban se reían porque querían advertirme que me alejara de la tierra de las sombras, o porque sabían que yo identificaría al muchacho muerto con Del, y sabría que debía ir allí.
—¿Que tenías que ir? —pregunté.
—Que tenía que ir —dijo Tom.
17
El día de la exhibición de deportes llegué por la mañana a la escuela una hora más temprano: mi padre, que me llevó, tenía una cita a las siete y treinta en el centro de la ciudad. Me dejó en la acera de enfrente de la Escuela Superior y yo crucé la calle y subí los peldaños. La puerta principal estaba cerrada. Espié por el vidrio y vi una entrada vacía y oscura, y una escalera que ascendía a la biblioteca, también oscura.
Durante un rato me quedé sentado en los peldaños, al sol, esperando que el portero o uno de los profesores llegara y me abriera. Luego me aburrí y bajé los escalones hasta la acera. Cuando miré hacia atrás, la escuela había cambiado; al verla vacía, me parecía nueva. Carson parecía un lugar tranquilo, bien ordenado, y separado del resto del mundo, como un monasterio. Parecía hermoso. En la luz de la mañana, Carson era un lugar donde nada podía andar mal.
Por la calle, me deslicé entre los barrotes del portón frente a la entrada particular del director. Avancé hacia el sendero particular y luego seguí por el césped. Desde ese lado sólo podía ver los viejos edificios de la escuela Carson. Esta vista también parecía misteriosamente tocada por la magia. Por un momento mi corazón se conmovió y olvidé todas las cosas malas que habían sucedido, y amé ese lugar.
Luego, después de alejarme hacia la parte posterior del edificio y pasar por un hueco entre el seto, vi una forma tendida boca abajo en el césped, junto a un portafolios, y supe que no estaba solo. Los cabellos muy cortos, la espalda gruesa que estiraba la tela de la chaqueta: era Dave Brick. Mi euforia se agotó en un instante. Brick estaba tendido desconsoladamente en el césped, en el lugar donde el señor Robbin nos había llamado para señalarnos el satélite. La chaqueta ridículamente ajustada era de Tom Flanagan. Brick la había tomado prestada porque por distracción se había dejado la suya en casa dos días antes, y Flanagan era el único muchacho que tenía una chaqueta extra en su armario. Brick arrancaba puñados de hierba con lentitud y método. Cuando me vio comenzó a arrancarla con mayor rapidez.
—Llegas temprano —dijo—. Pájaro madrugador.
—Mi padre tenía una cita temprano en el centro.
—Ah. Yo siempre llego temprano. Así tengo más tiempo para estudiar. El portero se ha atrasado esta mañana. —Suspiró, y finalmente dejó de arrancar el césped. En cambio volvió la cara hacia abajo—. Todo comenzará otra vez.
—¿Qué?
—Las preguntas. Ese asunto de la Gestapo. Con nosotros.
—¿Cómo lo sabes?
—Oí hablar a Broome con la señora Olinger anoche cuando salí de la escuela. El quería que yo le oyera.
—Ay, Dios mío —dije, con impaciencia y también con aprensión.
—Sí. Estuve a punto de faltar esta mañana. —Luego se incorporó apoyándose en los antebrazos. Temí por la chaqueta de Tom—. Pero no podía, porque entonces él sabría por qué, y me trataría aún con más rudeza cuando volviera.
—Tal vez ahora no te llame —dije.
—Tal vez. Pero si me llama, esta vez se lo diré. Ya no puedo soportarlo. Y ahora será peor.
—Yo ya se lo dije a Thorpe, y no sirvió de nada.
—Porque no le dijiste que yo vi a Esqueleto también. Fuiste muy bueno. Yo, sabes…, te estoy agradecido. Pero ya no me importa Esqueleto. Si Broome me llama durante la clase de latín, se lo diré.
—Pienso que no te creerá.
—Sé que me creerá —respondió simplemente Brick—. Haré que me crea. No me importa que toda la escuela se haga pedazos.
Cuando apareció el portero, entré con Brick, con la sensación de penetrar en un laberinto donde esperaba agazapada una bestia con cabeza de toro.
Cinco minutos después de comenzar la clase de latín, apareció la señora Olinger con una nota doblada en la mano. Dave Brick me miró con pánico. El señor Thorpe gruñó, se retuvo para no gritar, y arrancó la nota de las manos de la señora Olinger. La desdobló, la leyó y se pasó una mano por la cara. Su rechazo era tan fuerte como un grito.
—Brick —dijo—. Despacho del director. Ahora mismo.
Brick temblaba de un modo tan incontrolable que dejó caer sus libros dos veces mientras trataba de meterlos en el portafolios. Finalmente se puso de pie y avanzó trastabillando hasta el centro del aula. Me miró con el rostro blanco y los ojos opacos. Con la chaqueta de Flanagan parecía Oliver Hardy.
Luego otra vez tuve la sensación de una vida secreta que corría por la escuela, que latía sin que nadie la viera, que zumbaba como un motor. Después de la clase de latín, la señora Olinger esperaba fuera del aula. Parecía incómoda, como todos los mensajeros que traen malas noticias. La señora Olinger tocó el codo al señor Thorpe y le murmuró unas palabras al oído.
—Caramba —dijo el señor Thorpe—. Muy bien, ya voy —y bajó rápidamente la escalera del director.
Nosotros fuimos al salón del señor Fitz-Hallan y encontramos una nota escrita en el pizarrón que nos decía que se había cancelado la clase y que debíamos emplear el tiempo libre para leer dos capítulos de Grandes esperanzas.
—¿Qué sucede? —me preguntó Bobby Hollingsworth, cuando nos sentamos y abrimos nuestros libros.
—No puedo explicarlo —dije.
—Apuesto a que finalmente han decidido echar a Brick —dijo Bobby alegremente.
Terminé los capítulos y fui a buscar otro libro a mi armario. Por el camino pasé frente al aula de cuarto año y oí una voz, que creí era la de Terry Peters, diciendo una frase que contenía la palabra «esqueleto». Me detuve y traté de oír lo que decía, pero la puerta era demasiado gruesa.
Después de sacar el libro del armario, eché una mirada al patio acristalado y vi al señor Weatherbee que salía corriendo de su aula y continuaba corriendo por el pasillo, muy agitado. La señora Olinger lo seguía.
El señor Fitz-Hallan, el señor Weatherbee, el señor Thorpe… eran el tribunal que había oído mis acusaciones originales.
En el vestíbulo, unos muchachos mayores pasaron corriendo, las puertas de los armarios se cerraron de golpe y sonaron los timbres a intervalos irregulares.
18
Cuando entramos en el auditórium persistía un aire de desorganización general pero no reconocida. Sobre el escenario había un piano frente a una batería y un bajo, los estudiantes estaban de pie en los pasillos, moviéndose y charlando, deshaciendo los grupos, llamándose unos a otros. Muchas de las clases de la mañana se habían quedado sin profesores. Morris vio a Hanna y a Brown de pie en el otro extremo del auditórium, y fue a reunirse con ellos para esperar el aviso. Vi que el señor Thorpe hacía un gesto negativo al señor Ridpath y luego se apartaba de él. Sus ojos buscaron los míos, y señaló un lugar junto a la puerta. El señor Ridpath también me miró con furia, pero el señor Thorpe parecía mucho más enojado que él.
Llegó a la puerta antes que yo y me miró inexpresivamente mientras me acercaba a él. Parecía un trozo de hielo con cabellos grises… El monte Rushmore, cubierto de hielo. Esperó unos segundos, haciéndome transpirar, antes de hablar.
—Quiero que estés en mi oficina a las tres quince en punto —eso era todo lo que pensaba decir, pero no pudo evitar dejar salir algo de su rabia—. Me has causado más problemas de los que imaginas. —Como no pude replicar, dejó escapar un resoplido y agregó—: No quiero verte hasta las tres quince.
Iba a expulsarme, y yo lo sabía. Caminé débilmente hasta la primera fila de asientos y me senté junto a Bob Sherman. La mayor parte de los alumnos aún estaban de pie y conversando.
—Muchachos —gritó la señora Olinger—. Siéntense, por favor.
Tuvo que repetir lo mismo varias veces antes de que le prestaran atención. Gradualmente terminó el zumbido de la conversación y fue reemplazado por el ruido de las sillas arrastradas por el suelo. Luego se oyeron nuevamente algunas voces.
—Silencio —gritó el señor Thorpe.
Y entonces hubo silencio. Morris, esperando a un lado del salón con los otros miembros de su trío, parecía paralizado por el miedo a actuar.
Sólo entonces pensé en buscar a Esqueleto Ridpath: si estaba entre el público significaría que él también iría a la oficina de Thorpe a las tres quince. Me di la vuelta y vi que no estaba en las dos filas de los alumnos de cuarto año. De manera que quizá Broome lo había expulsado ya.
Desde el podio al frente del escenario, la señora Olinger decía:
—Esta mañana tenemos el privilegio de presenciar las primeras actuaciones de nuestros dos clubs. Para comenzar, por favor, presten toda su atención al trío Morris Fielding, con Phil Hanna en la batería y Derek Brown acompañándolo en el violón.
Morris le sonrió por la terminología antigua, y supe que al menos él estaría bien. Los tres subieron la escalera hasta el escenario. Brown tomó el contrabajo y Morris dijo:
—Uno… Uno… Uno… Uno… —y comenzó a tocar Alguien me ama.
El sonido era como la luz del sol, el oro y los manantiales de la montaña, y yo eliminé todo lo demás para concentrarme en la música.
Durante el último número de Morris oí un zumbido desconcertado y algunos murmullos. Me volví y vi cuál era la causa. Laker Broome acababa de entrar en el auditórium. Tenía una mano clavada en el hombro de Dave Brick. Brick tenía el rostro blanco, y sus ojos estaban hinchados. Morris también volvió la cabeza para ver lo que sucedía, y luego volvió a su piano con gesto decidido. Le oí insertar una frase de Hail, Hail, the Gang’s All Here en su solo.
Dadas las circunstancias, disfrutaba de la situación, lo cual era una definición de heroísmo; pero al mirar la postura rígida y el rostro asesino de Laker Broome, pensé que la bomba que yo había esperado durante toda la mañana acababa de ser arrojada en el auditórium.
19
El director aplaudió junto con todos los demás cuando Morris se levantó e hizo una reverencia. Dave Brick se había sentado en una silla vacía en el fondo del salón, aparte del resto de los estudiantes. El señor Ridpath lo miró con odio por un momento, y luego comenzó a acercarse al señor Broome, esperando una última palabra, pero el señor Broome lo miró directamente al centro de su rostro estrecho, y el señor Ridpath quedó paralizado.
—Atención, muchachos —gritó el señor Broome.
Una vez que todos nos volvimos en nuestros asientos para mirarlo, comenzó a hablar y a caminar por un costado del auditórium hasta el pie del escenario, mientras nosotros lo seguíamos con la mirada… Era un despliegue de poder.
—No me gusta interrumpir esta interesante actuación, pero quiero que presten atención y compartan una historia fascinante. Les prometo que sólo ocuparé un momento de su tiempo y luego podrán disfrutar de la segunda parte de este excelente espectáculo. Caballeros, finalmente tenemos la respuesta al único gran problema que ha tenido esta escuela desde su fundación, y quiero que todos ustedes, personalmente, presencien el acto final de ese problema —sonrió. Ahora estaba en el podio, y con indiferencia burlona apoyó un codo en la madera: estaba tenso como un arco—. Algunos de nosotros nos reuniremos a las tres quince en el despacho del subdirector. Será una reunión privada. A las cuatro quince quiero que toda la escuela esté nuevamente reunida aquí como ahora. Esta escuela ha estado mal, y es hora de cortar las ramas enfermas. —Volvió a sonreír con dureza, y vi en él el mismo demonio que ardía en el rostro de Esqueleto Ridpath antes de pegar a Del—. Y ahora creo que veremos un espectáculo de magia realizado por dos miembros de primer año.
Parecía que Broome quería dar un espectáculo en gran escala después de las horas de clase, con brazos y piernas cortados en público y cristianos arrojados a los leones. Quería responder a las actuaciones de los estudiantes con una propia. Ese demonio que había brillado en sus ojos era el demonio de la ambición y de los celos, que no admitía que lo dejaran en segundo plano. Tom y Del se levantaron en silencio de sus asientos y pasaron junto al señor Broome para subir los escalones del escenario.
Broome caminó hacia un costado y se apoyó contra la pared más alejada, junto a una de las grandes puertas, cruzando los brazos sobre su pecho. Sonreía para sí mismo. Tom y Del cerraron el telón, y por unos momentos oímos pasos y el ruido del equipo trasladado al escenario. El piano fue empujado sobre sus ruedas con un ruido de camión. Luego oímos el susurro de la tela. Por fin el telón se levantó, mostrando un cartel pintado sobre un soporte.
FLANAGINI Y
LOS ILUSIONISTAS DE LA NOCHE
La mayoría de los estudiantes sentados frente al escenario se echaron a reír.
El escenario se llenó de humo blanco, que se expandió y comenzó a ascender hacia las vigas y las luces, y vimos que el cartel había desaparecido. En su lugar estaba Tom Flanagan, vestido con algo que parecía una colcha india y un turbante del mismo material. Junto a él había una mesa alta cubierta de terciopelo negro, y del otro lado de la mesa estaba Del. Llevaba smoking y una capa. Otra vez hubo risas, y los dos muchachos hicieron una reverencia al unísono. Cuando se incorporaron, el humo había desaparecido totalmente y sus rostros revelaban su nerviosismo.
—Somos Flanagini y Night —dijo Tom, recitando su parlamento a pesar de las risas—. Somos magos. Venimos a asombrar y a entretener, a aterrorizar y a deleitar. —Levantó la cubierta de terciopelo de la mesa, y algo parecido a una bola de fuego o una estrella fugaz se elevó desde ahí y se incendió a unos dos metros sobre sus cabezas para luego apagarse. Laker Broome miraba todo esto como si estuviera mirando a un moscardón—. Y quizá, también, a divertir.
Del se quitó la capa de sus hombros, la arrojó sobre la mesa y un conejo blanco de juguete de un metro veinte de alto saltó, tan parecido a un conejo real y tan grotesco que algunos muchachos se quedaron con la boca abierta. Todos quedamos conmocionados por un segundo, y luego Del lo tomó por una de sus largas orejas, lo volteó y lo arrojó sobre su hombro, a la oscuridad que tenía a sus espaldas. Había una gracia profesional instintiva en sus movimientos, y eso (y el percibir que el conejo era un juguete de trapo) nos hizo reír a todos, con ellos ahora, y no contra ellos.
Realizaron varios juegos con cartas haciendo intervenir a muchachos del público; una serie de trucos con pañuelos y cuerdas, entre ellos uno en el que Night probó que podía escapar en tres minutos de una cuerda anudada por dos jugadores de béisbol; hicieron aparecer una docena de ramilletes de flores naturales en el aire. Luego Flanagini metió a Night en un armario y lo atravesó con espadas, y cuando Night apareció entero, éste trajo otro armario (negro y cubierto de dibujos chinos) y puso a Flanagini dentro de él.
—La cabeza que habla, o Falada —anunció Night, golpeando el armario por todos los costados para demostrar que era sólido.
Cerró un panel lacado y ocultó el cuerpo de Flanagini. La cabeza con turbante miraba hacia afuera, impasible.
—¿Listo? —preguntó Night, y la cabeza asintió.
El panel superior se cerró. Night sacó una larga espada, tomó una naranja de un bolsillo de la mesa, arrojó la naranja al aire y blandió la espada para cortarla por la mitad.
—Una espada de samurai bien afilada —dijo, y la dobló—. Un instrumento de lucha mortal.
La hizo silbar otra vez en el aire y luego la arrojó en dirección oblicua en la junta de dos paneles. Se envolvió las manos con pañuelos negros y hundió profundamente la espada en la junta, donde parecía encontrarse con un obstáculo. Night hizo una pausa para ajustar los pañuelos en las palmas de sus manos, puso sus manos otra vez sobre la espada y empujó. Dejó escapar un gruñido y empujó otra vez. La espada se deslizó hasta el otro lado del armario y Night la arrancó de allí y la secó con uno de los pañuelos. Luego retiró la parte inferior del armario de manera que ya no servía de apoyo a la parte superior. Abrió el panel de la parte inferior para mostrar el cuerpo de Flanagini desde el cuello para abajo.
—La danza de la muerte —dijo, y golpeó el costado del armario con la hoja de la espada.
Por un momento el cuerpo cubierto con el atuendo indio se convulsionó y tembló.
—La cabeza que habla.
Se dirigió hacia la izquierda de la parte superior y abrió el panel. La cabeza de Flanagini apareció bajo el turbante.
—¿Cuál es la primera ley de la magia? —preguntó Night.
Y la cabeza flotante respondió:
—Como es arriba, es abajo.
—¿Y cuál es la segunda ley de la magia? —preguntó Night.
—El mundo físico es una ilusión.
—¿Y cuál es la tercera ley de la magia?
—La realidad es una necesidad.
—¿Y cuántos libros hay en la biblioteca?
—No recuerdo —se oyó la voz inconfundible de Tom Flanagan, y la risa nos sacudió como si hubiéramos estado embrujados.
Night cerró los dos paneles y corrió la parte inferior del armario hasta colocarla bajo la parte superior. Cuando abrió los paneles salió Tom, intacto.
Aplausos frenéticos.
—Sólo una ilusión —dijo Night—. Un destello, una diversión.
Night se enderezó, y estaba tan negro y serio como el ala de un cuervo.
—Pero lo que es ilusorio puede ser cierto, y ésa es la cuarta ley de la magia, como el relámpago que está aquí y en seguida desaparece como la sonrisa de un brujo.
(El humo blanco comenzó a llenar nuevamente el escenario.)
—Y los sueños y las más profundas fantasías del hombre, estas ilusiones llenas de verdad, son el verdadero país de la magia. Como el sueño de…
(De pronto las grandes puertas en un costado del auditórium se abrieron de par en par. Uno de los muchachos del fondo, varias filas detrás de mí, gritó.)
—… El sueño de abrir las puertas de la mente.
(Extendió los brazos.)
—La mente se abre, los hombros se abren, el cuerpo se abre. Y podemos…
El humo, no blanco sino amarillento y grasoso, entraba por las puertas.
Del dejó de pronunciar su galimatías mágico y miró las puertas. Su rostro se contorsionó. Abandonó la pose de mago profesional y se convirtió en un chico de catorce años, muy confundido. Un segundo antes de que el público se volviera loco, tuve tiempo de ver que Tom, Flanagini, también miraba algo y que él también estaba consternado. Pero no miraba las puertas abiertas: miraba al fondo del auditórium…, a un lugar tan alto que debía estar cercano al cielorraso.
El señor Broome dio un paso hacia las puertas, vio lo que había que ver, luego se volvió y señaló a la pareja insignificante del escenario. Gritó:
—¡Ustedes hicieron esto!
—Tienes razón —me dijo Tom en el Zanzíbar—. Ni siquiera vi lo que había afuera hasta unos segundos después. Yo estaba allí esperando que Del dijera la última palabra: «volar». Había recitado todo el discurso excepto eso, y luego iba a volar y a asombrar a todo el mundo. Habíamos encontrado la manera de hacer que esas puertas se abrieran semanas antes, y si Del lo lograba, trataría de llegar a la primera puerta y luego saldría caminando, y ése sería el final del espectáculo. Yo esperaba oír la última palabra, «volar», y estaba muy asustado, pero entonces miré ese extremo del auditórium y vi dos cosas que me asustaron mucho más. Una de ellas era a Esqueleto Ridpath. Tenía un aspecto terrible. Parecía un gran murciélago, o una araña gigantesca…, algo horrible. Y la otra cosa que vi tomó cuerpo una fracción de segundo después, como si Ridpath y yo la hubiéramos atraído. Era un muchacho en llamas… tragado por el fuego, fuego que no podía estar allí, fuego que parecía salir de él. Lo miré con la boca abierta, y el muchacho en llamas desapareció. No sé cómo pude permanecer en pie. Cuando Laker Broome comenzó a gritarnos, miré y vi lo que veía Del, toda la casa del campo de deportes en llamas. Todo ese humo que surgía, y los saltos de las llamas. Volví a mirar a Esqueleto, pero ya se había ido… tal vez nunca estuvo allí. Luego todo el mundo se volvió loco.
20
El grito de Laker Broome paralizó a todos, a los magos y al público, y por un segundo también al muchacho que había gritado un momento antes. Y luego este segundo de silencio se quebró… Entretanto habíamos oído el rugido terrible de un incendio monstruoso. Todos se pusieron de pie y corrieron hacia las dos puertas, arrojando las sillas. Laker Broome gritaba:
—¡Todo el mundo afuera! ¡Todo el mundo afuera!
Tal vez cinco muchachos salieron por las puertas antes de que el señor Thorpe gritara:
—¡Deténganse!
Las puertas ya eran un pandemónium: todos nos arremolinábamos y luchábamos por salir, y los muchachos que habían dejado de gritar trataban de volver a entrar.
—Retrocedan —gritó el señor Thorpe, y comenzó a empujar a los muchachos hacia dentro del auditórium.
Luego sentimos el calor y la multitud retrocedió, derribando a los muchachos más pequeños que estaban al fondo.
Cuando las puertas quedaron libres, vimos las llamas, a un metro y medio o dos metros del auditórium…, el exterior parecía un mundo sólido de fuego. La vieja casa de madera estaba completamente en llamas. Una de las torrecillas se doblaba hacia un lado, inclinada sobre el enorme cuerpo del incendio como un nadador a punto de zambullirse.
Los muchachos que habían salido y vuelto a entrar permanecían junto a las puertas, mareados, enrojecidos y aterrados. Vi con asombro que uno de ellos, un alumno de segundo año llamado Wheland, ya no tenía cejas…, su rostro parecía un huevo rosado.
—Estúpido —dijo Thorpe al director—. ¿No veías? Estuviste a punto de hacerlos morir.
Broome lo miró con ferocidad, y luego tomó al alumno de segundo año por el hombro.
—¿Qué viste allí afuera, Wheland?
—Fuego, señor. Tenemos que salir por delante.
El señor Thorpe envió a la señora Olinger a la oficina a llamar a los bomberos.
—¡Rápido!
—¿No pudieron salir por el lateral?
—Los arbustos están en llamas. A ambos lados. No se puede salir por allí.
Al oír las palabras de Wheland, todos corrieron hacia la puerta del vestíbulo. Era mucho más angosta que las paredes laterales del auditórium, y en cuestión de segundos quedó bloqueada por una multitud de muchachos. Vi a Terry Peters que derribaba a un alumno de segundo año llamado Johnny Day y luego arrojaba a Derek Brown sobre él.
—¡Mi bajo! —gritó Brown.
Corrió hacia una fila de alumnos altos del último curso, tratando de llegar al escenario. Muchos de los muchachos gritaban. Vi con horror que la señora Olinger estaba en medio de la multitud que forcejeaba, y no podía llegar al teléfono.
Entonces me di cuenta de que la sala se llenaba de humo.
—Tenemos que cerrar esas puertas —gritó Tom desde el escenario.
Se quitó la indumentaria india y saltó abajo. El señor Thorpe corrió a ayudarlo.
El señor Ridpath gritaba órdenes sin sentido. Los otros profesores subieron corriendo al ver lo que hacían Tom y el señor Thorpe. Un alumno de cuarto golpeaba a los muchachos con una silla de metal, tratando de abrirse camino hacia las puertas, y yo me acerqué para tratar de ayudarles a cerrarlas.
El humo ya era muy denso en ese lado del auditórium. Pasé junto al señor Thorpe, que dijo:
—Toma esto y tira.
Era la barra de metal de la puerta, y estaba muy caliente.
—Sogas —murmuró el señor Fitz-Hallan.
Y Tom dijo:
—Las usamos… para poder tirar de ellas desde el fondo del escenario; están en la ventana del fondo…
—Mierda —murmuró el señor Thorpe, y por un momento buscamos en el suelo junto a la puerta e hicimos entrar una gran longitud de soga.
Todos teníamos dificultad para respirar: el humo se nos metía en los ojos y la garganta y quemaba como un ácido.
—Ya están todos —dijo Tom.
A través del humo veíamos la pared de fuego que alguna vez había sido la casa del campo de deportes: las dos torrecillas habían desaparecido y una columna de humo más negro se elevaba directamente desde el centro de la masa ardiente. Cerramos las puertas ante las llamas que avanzaban.
Me volví y choqué con Del, que se acercaba entre un laberinto de sillas volcadas.
—No veo nada —dijo.
Los muchachos que estaban junto a la puerta bloqueada seguían gritando. Del cayó sobre las patas de una silla volcada.
Luego Tom apareció milagrosamente a mi lado y levantó a Del.
—Nadie podrá pasar por la puerta —me gritó al oído—. Podéis salir subiendo al escenario.
—El equipo —dijo Del—. Tenemos que sacarlo.
—Lo sacaremos —respondió Tom—. Mira, sube allí…, podrás ver mejor. No habrá tanto humo.
Levantó en brazos a Del hasta el escenario. Del avanzó y siguió a tientas hasta que encontró lo que quería salvar.
—¿Dónde está Esqueleto? —dijo Tom cerca de mi cara; su propia cara estaba grasienta y tensa, y sus ojos parecían blancos.
—Tenemos que apartarnos de esa puerta.
El señor Broome y el señor Ridpath gritaban en el otro lado del auditórium y arrancaban a los muchachos que estaban cerca de la puerta. El señor Fitz-Hallan apareció en medio del humo junto a mí, llevando a un muchacho en brazos.
—La puerta del escenario —dijo—. Algunos se están desvaneciendo. Hay heridos. —La señora Olinger se aferraba a su chaqueta—. Ya vuelvo —dijo Fitz-Hallan, y se arrastró sobre las tablas; dejó al muchacho y levantó sin ceremonias a la señora Olinger.
Hollis Wax se acercó a las puertas que Flanagan y los profesores habían logrado cerrar y las golpeó con el puño.
—¡Están calientes! —gritó—. ¡Se van a quemar!
Tom corrió hacia él; veía en medio del humo como un murciélago. Wax inmediatamente corrió hacia el escenario. Luego, vi borrosamente que Tom levantaba a Brown y lo arrastraba por el suelo hacia mí.
—Súbelo al escenario —ordenó.
Y yo puse mis brazos debajo de Brown y subí sus hombros al escenario. Luego le levanté las piernas para subirlas.
—Sácalo afuera —gritó Tom desde alguna parte.
Vi al señor Fitz-Hallan que venía hacia mí con otros muchachos: le seguía una fila de estudiantes que gemían, como antes la señora Olinger. Subí al escenario junto al profesor de inglés y saqué afuera a Brown y pasamos por la puerta al vestíbulo. Aun ahí afuera llegaba humo desde el corredor.
—El bajo —suspiró Brown, incorporándose y frotándose los ojos.
Hollis Wax avanzó por el corredor, mirando hacia atrás. Tom y Fitz-Hallan salieron junto conmigo, y Wax nos vio, se volvió y corrió mientras Fitz-Hallan le hacía una seña.
—Todos ustedes —gritó Fitz-Hallan—, sigan afuera a Wax y esperen en el estacionamiento.
Doblado sobre sí mismo, el señor Ridpath salió al vestíbulo en el momento en que nosotros volvíamos a entrar. Le seguía un pequeño grupo de muchachos y profesores que tosían.
—No puedo… —dijo Ridpath, y luego se inclinó un poco más, tosiendo.
—Afuera —ordenó Fitz-Hallan.
Tom ya había vuelto…, le vi deslizarse por el escenario oscuro. Brown tomó a Ridpath de la mano y comenzó a avanzar tan rápidamente como podía por el corredor que había seguido Wax. El muchacho que había tratado de abrirse camino a golpes de silla saltó por la puerta en el momento en que Tom desaparecía de la parte delantera del escenario para volver a entrar en el caos de humo del auditórium.
Yo crucé lentamente el escenario, sin respirar. Me ardían los ojos por el humo. «El baño», pensé, y entonces advertí que en el escenario sólo quedaba el piano. La casa del campo de deportes lanzaba unos rugidos que parecían el fin del mundo. El señor Broome subió al escenario y se acercó a mí.
—Tú —dijo—. Te ordeno que salgas de este lugar inmediatamente.
Miré hacia el auditórium y vi que las puertas estaban en llamas. Hacía más calor que en una sala de máquinas. Unos veinte muchachos se hallaban tendidos en un montón frente a la salida del vestíbulo; el señor Weatherbee se inclinaba en medio del humo, arrastrando a dos muchachos hacia mí. Salté abajo y ayudé a subirlos al escenario.
—No puedo seguir aquí —gritó, y cayó al podio; tomó a los muchachos por las muñecas para dirigirse a la puerta del fondo; cuando llegó a ella se arrastraba.
Tom y el señor Fitz-Hallan arrastraban muchachos inconscientes del montón. Bajé de un salto, y las puertas que daban afuera cedieron en el mismo momento. El fuego entró como si viniera de un lanzallamas. Inmediatamente aparecieron estrías negras en el suelo del auditórium.
—Levántate del suelo, Whipple —gritó el señor Broome. Alcé la mirada, sorprendido al verlo en el borde del escenario como si fuera un actor—. Si no, arderás como una tajada de tocino. Levántate del suelo.
Sobre el ruido del fuego oí las sirenas.
El señor Broome gritó:
—¡Todos afuera! ¡Ahora mismo! ¡Todos afuera!
El señor Whipple era demasiado pesado para levantarlo. Aspiré humo ardiente; se me doblaron las rodillas y sentí un fuerte malestar en el estómago. Tom apareció junto a mí, llevando a uno de los muchachos inconscientes.
—¡Afuera! ¡Afuera! ¡Afuera! —gritó el señor Broome.
El telón del escenario se incendió, y desde el suelo lo vi arrugarse y desaparecer como si fuera papel de seda. El señor Fitz-Hallan cayó de rodillas a seis metros de distancia. El estómago del señor Whipple hizo ruidos, él se dio cuenta y vomitó a un metro de mi cabeza. Vi a Tom que se llevaba un brazo a la boca, y oí sus arcadas mientras tiraba del brazo del señor Fitz-Hallan. Luego una forma enorme con ropas negras y brillantes se inclinó sobre mí y me levantó. Tenía olor a humo.
21
Pasta de héroe
El bombero me llevó al estacionamiento, donde cuatro camiones lanzaban arcos de agua sobre la casa del campo de deportes y contra el costado del auditórium. Me colocó en el césped, junto a uno de los camiones, y yo logré sentarme. Llevaban al señor Fitz-Hallan a la salida del estacionamiento, y también a Tom. Los dos parecían científicos locos en un libro de historietas, con las caras manchadas de negro, las ropas humeantes. Detrás de ellos venía una hilera de bomberos que llevaban a los últimos muchachos: ya no eran veinte, sólo cinco o seis. Un bombero con el rostro enrojecido avanzaba dando tumbos llevando al señor Whipple.
Una ambulancia se detuvo frente al estacionamiento cerca de la puerta lateral. Los camilleros saltaron y abrieron las puertas posteriores para sacar las camillas. Logré ponerme de pie. Morris, Sherman, Bobby Hollingsworth y los demás estaban agrupados en el césped junto al estacionamiento, y miraban los arcos de agua que desaparecían en la casa del campo de deportes. Yo veía líneas rojas en el rostro de Morris… Alguien le había pegado y le había hecho un corte en el cuero cabelludo. Parecía elegante e imperturbable a pesar de la sangre que le cubría la cara, y de pronto me puse a llorar.
—Está bien —dijo Tom. Una vez más, milagrosamente, estaba junto a mí—. Acabo de echar un vistazo, y creo que todo el mundo está bien. ¿Viste a Esqueleto Ridpath?
Me enjugué los ojos.
—Creo que no está aquí.
—Bien, yo creo que sí —dijo Tom.
Se apartó y fue hacia los profesores, que estaban agrupados en el fondo del estacionamiento, rodeando al señor Broome. Daba la impresión de que el director había estado en el auditórium más tiempo que cualquier otro…, su rostro estaba casi negro. Tenía manchas de ceniza en la chaqueta. Miró a Tom sin verlo y continuó su monserga con el señor Thorpe. Su doberman estaba junto a él, agotado y también manchado de ceniza. El perro olía a humo y a madera y a metal retorcido…, lo vi desde donde estaba…, y me di cuenta de que probablemente a mí me sucedía lo mismo.
—No puedes decirme que no había un muchacho fumando —dijo Broome—. El incendio comenzó en una de las torres. Lo vi claramente. ¿Qué otra cosa les hemos estado diciendo a los muchachos día tras día? —Trastabilló un poco y el señor Thorpe lo tomó del codo para mantenerlo en equilibrio—. Quiero una lista de todos los muchachos que estaban en el auditórium. De esa manera encontraremos al culpable. Una lista, y hay que ir tachando…
—Señor Broome —dijo Tom.
Un bombero pasó corriendo, luego otro.
—Aquí hay hombres trabajando —dijo el señor Broome—. Salgan del camino.
—¿Steve Ridpath estaba en la escuela esta mañana? —preguntó Tom.
—Lo enviaron a su casa.
—Está en casa —dijo el señor Ridpath, tosiendo—. Se llevó el coche. Gracias a Dios.
—¿Iban a expulsar a Del de la escuela? —preguntó Tom.
—No seas estúpido —dijo Broome—. Tenemos cosas que hacer. Ahora, déjanos.
Un hombre corpulento vestido como un policía avanzó por el sendero y se detuvo junto a Tom y a mí. Llevaba una insignia que decía «Jefe».
—¿Quién es el director aquí? —preguntó.
El señor Broome se puso tieso.
—Yo soy el director.
—¿Puedo hablar con usted un segundo?
—Estoy a su disposición —respondió el señor Broome, y siguió al jefe hasta el centro del estacionamiento.
—¿Dónde está Del? —preguntó Tom—. ¿Vieron a Del?
—¿Un muerto? —dijo Broome en voz alta, como si nunca hubiera oído la palabra.
Los dos bomberos que habían pasado corriendo un poco antes salían por la puerta lateral llevando un cuerpo en una camilla.
—En la chaqueta dice Flanagan —dijo el jefe de bomberos.
—Flanagan no ha muerto —respondió tranquilamente el señor Broome—. Flanagan está bien vivo. Yo mismo le ayudé a salir del auditórium.
—Ah, no —dijo Tom, pero no para contradecir la mentira del director.
El señor Fitz-Hallan y la señora Olinger, seguidos de cerca por el señor Thorpe, ya estaban en la puerta de la ambulancia. Cuatro muchachos que se habían desmayado a causa del humo gemían en las camillas en el interior del vehículo. Oí un estruendo cuando se derrumbó lo que quedaba de la casa del campo de deportes. Los muchachos gritaron como si estuvieran viendo fuegos artificiales. El señor Fitz-Hallan se agachó y levantó suavemente el borde de la manta. No pude oír las dos o tres palabras que pronunció.
—Deja que esos hombres continúen con su trabajo, Flanagan —gritó el señor Broome.
Cuando subieron el cuerpo cubierto a la ambulancia, la regla de cálculo con su estuche de cuero se deslizó por el borde y golpeó contra el acero blanco.
Esta es la última de las tres imágenes que he conservado del primer año en Carson…, una imagen compuesta, en realidad. La regla de cálculo de Dave Brick golpeando contra la parte inferior de las puertas de la ambulancia, los muchachos gritando al ver caer lo último que quedaba de la casa del campo de deportes, el señor Broome vociferando impacientemente: en eso se había convertido tanta irónica educación. Un muchacho muerto, algunos gritos, el aullido de un loco.
Tom y yo encontramos a Del sentado en el césped frente a la escuela. Hacía guardia junto al equipo de magia, el contrabajo y la batería de Phil Hanna, que había logrado sacar mientras Tom salvaba vidas. Había visto llegar los camiones de los bomberos y la ambulancia, pero no había venido al estacionamiento porque tenía miedo de que alguien robara el contrabajo de Brown.
—Para él era muy importante —dijo—. Y de todas maneras, oía toser y gritar a todos, de manera que sabía que estaban bien. —Miró el rostro de Tom, luego el mío—. Están bien, ¿verdad? Tom se sentó junto a mí.
22
La graduación
Cuatro profesores, incluidos el señor Fitz-Hallan y el señor Thorpe, se quedaron toda la noche en el hospital debido a las inhalaciones de humo; y también veinticuatro muchachos. La edición matutina del principal periódico de la ciudad llevaba este titular: «EL DIRECTOR DE UNA ESCUELA DE CATEGORÍA SALVA LA VIDA A CIEN MUCHACHOS». «Alumno de primer año fallecido», era el subtítulo. Nadie volvió a mencionar jamás la expulsión ni el robo, como si el incendio hubiera resuelto toda la cuestión.
En todo caso, no había a quién mencionárselo: se suspendieron las clases que faltaban para terminar el año y los profesores pusieron las notas finales promediando todo el trabajo hasta el día del incendio. Muchos muchachos creyeron hasta cierto punto la historia de que Laker Broome había salvado él solo a la mayor parte de la escuela, porque los periódicos lograban que un acontecimiento caótico pareciera más claro que lo que había sido para los implicados. Pero recordaban lo que había hecho Tom Flanagan; sólo la dirección y la mayoría de los padres pensaron que los periódicos decían la verdad. Querían creer que la administración de la escuela se había comportado en una crisis en la forma que a ellos les hubiese gustado.
Un periodista fotografió al señor Broome en la recepción al aire libre después del comienzo de las clases. Cuando mirábamos la colina en dirección a la Escuela Superior veíamos el enorme agujero en el paisaje en el lugar donde había estado la casa del campo de deportes. Padres y alumnos caminaban por el césped, sirviéndose sándwiches de las largas mesas atendidas por camareras. Yo acababa de separarme de mis padres, que estaban en un pequeño grupo con Morris, Howie Stern y sus padres, cerca del escenario improvisado donde un miembro del último gabinete del presidente Eisenhower nos había rogado que trabajáramos intensamente y construyéramos una América mejor. Casualmente yo estaba junto al señor Broome cuando le tomaron las fotografías, y cuando el hombre se alejó, Broome me miró con indulgencia.
—¿Qué piensas de nuestra escuela? —preguntó—. Dentro de pocos meses estarás en segundo año. Eso implica más responsabilidad.
Nos miramos un momento.
—Todos ustedes serán grandes hombres. Todos ustedes.
Hasta las largas arrugas en su rostro eran diferentes, menos definidas. Muchos años después me di cuenta de que había tomado grandes dosis de tranquilizantes.
Me despedí de él y volví a mis amigos y mis padres. Tom y su madre pasaron junto a nosotros, acompañados por Del y los Hillman. En medio de la multitud, a pesar de que Tom iba con su madre y Del con sus padrinos, los dos parecían solos. Laker Broome los miró sin verlos y sonrió a una bandeja de sándwiches.
—¿Recuerdas? —dijo Tom en el Zanzíbar—. Por supuesto que recuerdo de qué hablábamos. Estábamos organizando con Del mi viaje a la Tierra de las Sombras. Mamá no quería que fuera en avión, de manera que tomaríamos el tren. Parecía divertido… subir a un tren en Phoenix y cruzar todo el país.
—¿Por qué querías ir? —pregunté.
—Sólo por una razón —dijo Tom—. Quería proteger a Del. Tenía que hacerlo.
Giró en su taburete del bar y contempló el salón vacío. La luz que entraba por las ventanas caía como un reflector en el otro extremo del escenario. No quería mirarme mientras seguía hablando.
—Sabía que no podría evitar que él fuera, de manera que tenía que ir con él.
Suspiró, todavía mirando el trazo de luz amarilla en el escenario vacío, como si esperara ver allí una visión.
—Había algo que yo realmente no sabía. Pero debería haberlo sabido. La escuela también era la Tierra de las Sombras.
Y durante meses, durante casi dos años, en otros bares o en habitaciones de hotel, en otras ciudades, en otros países, siempre que nos encontrábamos:
—Deja que te cuente lo que sucedió entonces…