UNO

LA BIENVENIDA

Al día siguiente, si es que hubo un día siguiente, Del me trató como si yo fuera el Enemigo, Satanás mismo que venía a destruir toda su vida terrena. Comenzó por comer solo en su habitación…, supongo que recibió la misma nota que recibí yo en mi bandeja, pidiéndome que estuviera en cierto lugar del bosque a las nueve de la mañana. Y, por supuesto, cuando yo llegué él ya estaba allí. No me saludó, y apenas me miró, como para hacerme saber que nuestra amistad había terminado. Me sentí como alcanzado por un rayo, invadido por la culpa. De alguna manera, Rose había logrado deslizar una segunda hoja de papel bajo mi plato, pidiéndome que estuviera en la playa a las diez de la noche…

1

El lugar designado quedaba a menos de un kilómetro de la casa, cerca del hoyo donde Tom había visto al señor Peet y a los Muchachos Vagabundos trabajando la primera noche. Sus indicaciones le decían que caminara hacia la izquierda en la playa y fuera directamente hasta la sexta luz. El viaje era mucho más fácil de día que de noche. Cuando llegó a la luz se sentó en la hierba y esperó lo que sucedería. Llevaba la nota de Rose Armstrong contra la piel, dentro de la camisa…, se sentía agradecido cada vez que notaba el roce del papel. No podría haber destruido la nota de Rose: a cada rato tenía deseos de sacarla y leerla. «Querido: en la playa cerca del refugio de los botes, esta noche a las diez. Con amor, R.» ¡Querido! ¡Amor! Deseaba suprimir el tiempo entre la mañana y la noche, y ver a Rose saliendo del agua para encontrarse con él. Quería preguntarle sobre la escena de la noche anterior. Tenía muchas preguntas que hacer con respecto a eso: pero, más que hacer preguntas, quería abrazarla.

Del llegó al pequeño claro cinco minutos más tarde, con una camisa azul almidonada y téjanos con la raya muy planchada. Trabajo de Elena. Tenía algunas briznas de hierba adheridas a la camisa. Después de mirar a Tom y apartar la mirada, se sentó para quitárselas.

—¿Cómo estás? —preguntó Tom.

Del bajó la cabeza y dobló uno de los puños de su camisa para quitar una brizna. Parecía descansado pero tenso: como si hasta las costuras de su ropa interior estuvieran bien planchadas. Su espeso cabello negro mostraba las marcas del peine.

—Tenemos que hablar —dijo Tom.

Del sacudió la última brizna, enderezó los puños de su camisa, y miró hacia la casa.

—¿Ni siquiera piensas mirarme?

Sin volver la cabeza. Del dijo:

—Creo que hay una rata muerta cerca de aquí.

—Bien, debo hablar contigo.

—Creo que la rata muerta debería volver a su casa si no le gusta estar aquí.

Esto hizo callar a Tom…, se parecía demasiado a lo que él pensaba decir. Permanecieron en silencio, en medio del calor, sin mirarse. Coleman Collins les sobresaltó a los dos al acercarse sin ruido, renqueando, por el claro del bosque. Llevaba un traje negro, camisa roja, botas negras, brillantes, y parecía que acabara de salir del escenario, después de una actuación particularmente brillante.

—Acercaos, chicos. Hoy aprenderemos muchas cosas. Hoy tenemos un son et lumière. Es la segunda parte de la historia llamada «La muerte del amor», y exigiré toda vuestra atención.

Les sonrió, pero Tom no podía devolverle la sonrisa. El mago ladeó la cabeza, hizo un guiño, y apareció un banco negro, alto, en el aire; se sentó en él.

—¿Hay tensión en la atmósfera? No es inadecuado. Si la primera parte de mi actuación pudiera llamarse «el curador curado», esta parte podría llamarse «la ruina del rey de los gatos».

Collins apoyó la pierna en una madera del banco, miró a un halcón que cruzaba sobre sus cabezas, y dijo:

—Entre los soldados negros habían comenzado a circular rumores sobre mis prácticas quirúrgicas no ortodoxas con el cabo Washford.

2

»Y yo no estaba seguro de que eso me gustara. El poder de que os he hablado, mis maravillosos muchachos, crecía dentro de mí, pero hasta el momento yo no tenía idea de sus dimensiones ni del papel que en última instancia tendría en mi vida, y sentí el impulso de mantenerlo en secreto durante un tiempo. Aunque hubiera podido repetir mi actuación con Washford al operar a algún otro pobre diablo, creo que no lo habría hecho… Primero quería adaptarme a la idea de que lo había hecho una vez, y reinar mi habilidad en situaciones en que no estuviera tan intensamente observado. Como verán ustedes, todavía no comprendía la naturaleza del don, y no sabía con cuánta intensidad exigiría ser expresado. Y por supuesto, yo pensaba que estaba solo. Así era de ignorante. Nada sabía de la tradición, y de muchas otras tradiciones, de toda una sociedad que existía en los rincones polvorientos del mundo y que impartía sus enseñanzas a través de una gran colección oculta de conocimientos que yo sólo había entrevisto a través de mi Levi y mi Cornelius Agrippa. Yo era como un niño que dibuja un mapa de las estrellas y piensa que ha inventado la astronomía. Cuando los negros que trabajaban en la cantina y en el dispensario comenzaron a mirarme en forma extraña y atenta, lo que sentí fue incomodidad. Sabía que habían comenzado a hablar. Tal vez fue Washford mismo…, o más probablemente el asistente de la sala de operaciones…, pero a mí no me gustó, independientemente de la forma en que había comenzado.

»Ya les dije que la División de los Negros llevaba una vida absolutamente separada de la nuestra…, peleaban con nobleza, muchos de ellos eran heroicos, pero para la mayoría de nosotros, los blancos, eran invisibles. A menos que uno de nosotros entrara en sus clubs de esparcimiento donde (al menos así me dijeron) sus vidas fuera de las horas de trabajo eran un poco más intensas que las nuestras. Se decía que muchas francesas encontraban atractivos a los negros…, probablemente les trataban como a hombres, sin importarles su color. Algunos de estos lugares de esparcimiento eran legendarios, así como los clubs nocturnos negros se hicieron legendarios en París inmediatamente después de la guerra. La diferencia era que un lugar como Bricktop era muy frecuentado por los blancos, mientras que durante la guerra, al menos en el lugar donde yo estaba, rara vez un blanco entraba en el mundo del soldado norteamericano negro. La ocasión en que más me acerqué a ellos fue en uno de mis paseos para comprar libros, cuando entré en una librería de una zona donde se permitía entrar a los soldados de color.

«Hacía varias semanas que yo iba a esa tienda, la Librairie Du Prey, y finalmente, después del incidente de Washford, comencé a notar que otro cliente, un soldado de color, a menudo aparecía cuando yo estaba allí. Nunca le vi comprar un libro. Además, nunca le atrapé mirándome, pero me sentía observado.

»Unos días después, ese mismo hombre apareció en la cantina. Me llevó unos momentos reconocerlo, porque su camisa de uniforme estaba cubierta por la chaqueta de camarero, una prenda que convierte a todos los hombres en gemelos idénticos. Estaba quitando bandejas de las mesas, y traté de encontrar su mirada, pero apenas me miró frunciendo el ceño.

»La próxima vez que fui a la Librairie Du Prey, otro soldado negro andaba entre las mesas. Me examinó mucho más abiertamente que el otro hombre y, después de mirarlo atentamente a mi vez, me detuve. Era un mago. Lo supe. Era un desconocido, un extraño, un extranjero para mí en muchos sentidos: pero cuando lo miré supe que era mi hermano y él supo que yo lo sabía. Deseo que ustedes, muchachos, tengan algún momento en sus vidas igualmente lleno de excitación…, lleno de posibilidades…, como fue aquel momento para mí. El hombre se apartó y salió de la tienda, y yo apenas pude refrenarme de seguir corriendo y seguirlo.

»La tarde siguiente en la cantina del hospital, uno de los muchachos dejó una nota en mi chaqueta cuando yo salía.

»Yo había estado esperando esa nota todo el día, y supe que tenía relación con el mago que había visto en la librería; la saqué y la leí en cuanto pasé la puerta. “Te espero frente a la librería a las nueve de la noche…” Eso era todo lo que decía, y todo lo que yo necesitaba. Me lavé y volví a la sala de operaciones con febril expectativa. Llegaría, lo que fuese, y yo quería estar preparado esperándolo. Si era mi destino, ya no lucharía contra él. Quería que esa puerta se abriera.

3

»A las nueve en punto estaba frente a la librería. Me sentía muy expuesto. Era el único blanco a la vista. En una tienda cerrada de la misma calle alguien tocaba un banjo. El sonido era ardiente, vibrante, eléctrico. La noche era húmeda y cálida. Los soldados negros que pasaban me miraban con curiosidad agresiva, y yo sentí que uno o dos de ellos decidieron no crearme problemas sólo gracias a mi rango. Si yo hubiera sido un soldado borracho con mi permiso de una semana en el bolsillo…, recuerdo haber pensado en la descripción metafórica de mi situación: rodeado por lo desconocido, a punto de entrar realmente en lo desconocido.

»A las nueve y quince, un soldado negro pasó junto a mí, me miró, hizo un gesto afirmativo y siguió caminando. Me llevó un segundo darme cuenta de lo que tenía que hacer. Casi había llegado a la esquina cuando comencé a seguirle. Cuando llegué a la esquina, le vi desaparecer detrás de otra esquina, más adelante.

»Me llevó de aquí para allá, me hizo dar vueltas…, a veces me parecía que lo había perdido, las calles eran tan estrechas y retorcidas, y alrededor de mí se oían voces oscuras, hombres que cantaban o reían o murmuraban al verme pasar, pero yo siempre lograba ver sus botas en el último momento. Por supuesto estaba perdido. No conocía en absoluto esta zona de Ste. Nazaire, y no reconocía los nombres de las calles. El hombre me había llevado al distrito negro de los bajos fondos, y ni siquiera un teniente se encontraba seguro allí de noche.

»Finalmente doblé una esquina, ya sin aliento, y un enorme negro de uniforme se me cruzó y me empujó contra la pared de ladrillo.

»—¿Usted es el médico? ¿Usted es el Cobrador? —dijo. Su acento era muy sureño.

»—Es él, es él —dijo otro hombre que yo no veía—. Adentro.

»El gigante me sorprendió riendo y diciendo algo que yo no podía descifrar. Luego abrió una puerta y me empujó adentro.

»Era una habitación desierta con olor a sudor. El mago que había visto en la librería estaba de pie frente a una de las paredes grises, con el uniforme deteriorado que indicaba su rango de cabo pero sin ninguna otra identificación. Un hombre que seguramente era el cantinero se asomó, me miró con ojos enormes y cerró la puerta de un golpe. El mago dijo:

»—¿El teniente Nightingale? ¿El que llaman Cobrador?

»—Sé lo que eres —respondí.

»—Crees saberlo —dijo el mago—. ¿Operaste a un soldado llamado Washford?

»—Yo no lo llamaría operar —afirmé.

»—Dime cómo curaste a Washford —dijo el mago. Y nuevamente sentí su interior de hierro.

»Hacer el trabajo…, no era un muchacho del campo como los otros, tenía el sello de la ciudad, de algún lugar difícil, por ejemplo Chicago.

«Asentí.

»—Dime cómo curaste a Washford —dijo en mago. Y nuevamente sentí su interior de hierro.

»Levantó las manos a manera de respuesta. Dije:

»—Ustedes me han estado observando desde que eso sucedió.

»—¿Nunca has oído hablar de la Orden? ¿Nunca oíste hablar del Libro?

»—Lo que sé está en estas manos —contesté.

»—Espera aquí —dijo, y salió por la puerta.

»Un momento después reapareció y me hizo una seña para que lo siguiera. Le obedecí. Y entré de inmediato en la Tierra de las Sombras, que estaba allí todo el tiempo, bajo la superficie de las cosas, siguiéndome desde que había puesto el pie en Europa.

»El cabo me dedicó una brillante sonrisa profesional cuando pasé por la puerta, y me desconcertó, porque era la sonrisa de un hombre que está por sacar un as de espadas de su oreja.

»Por tratarse de una puerta interior, yo esperaba entrar en otra habitación, pero, al pasar, me encontré en un campo soleado…, un campo color mostaza. Me volví, y vi que la casa había desaparecido. Ste. Nazaire había desaparecido. Estaba en el campo, en medio de un campo de color mostaza, con flores amarillas bajo mis pies, en una suave loma.

»Giré sobre mí mismo, y vi a un hombre sentado en una silla alta trabajada a mano con cabezas de lechuzas talladas en los apoyabrazos y garras de lechuzas en el extremo de las patas. Era un hombre de color, apuesto, más joven que yo, con un rostro de rasgos regulares. Parecía un rey en esa silla, ésa era la idea general. Acababa de aparecer no se sabía de dónde. Llevaba un viejo uniforme sin marcas. Este hombre que me había sacado del arrabal de Ste. Nazaire y que había aparecido no se sabía de dónde, unió los dedos y me miró con expresión bondadosa, intensa, inquisitiva. Sentí su poder; y luego vi su aura. Es decir, él me permitió verla. Casi me encegueció…, los colores resplandecían, y eran más brillantes que el de las flores color mostaza. Casi caí de rodillas. Porque supe lo que el hombre era, y lo que podía hacer por mí. Yo tenía veinte años, y él tal vez tendría diecinueve o veinte, pero él era el rey. De los magos. De las sombras. El Rey de los Gatos. Era mi respuesta. Y todos los demás, que me habían vigilado y me habían llevado a él, eran sólo sus lacayos.

»—Bien venido a la Orden —dijo—. Mi nombre es Speckle John.

»—Y yo soy… —comencé a decir, pero él levantó una mano y un color violento pareció danzar a su alrededor.

»—Charles Nightingale. William Vendouris. El doctor Cobrador. Pero ahora no eres ninguno de ellos. Tendrás un nuevo nombre, conocido para la Orden. Serás Coleman Collins sólo para nosotros al principio, pero cuando termine la guerra y podamos ir adonde querramos, para el mundo.

»Supe sin que él me lo dijera que era un nombre de negro…, el nombre de un mago de color que había muerto. Tenía la sensación de haber oído el nombre antes, pero no podía recordar haberlo oído jamás. Quería merecer ese nombre. A partir de ese instante me convertí en Coleman Collins en el fondo de mi corazón, y usé el nombre que me habían dado al nacer como un disfraz.

»—¿Qué quieren ustedes de mí? —pregunté.

»El lanzó una carcajada.

»—Bien, quiero ser tu maestro, quiero trabajar contigo —dijo—. Ni siquiera sabes quién eres todavía, Coleman Collins, y yo deseo tener el privilegio de mostrarte cómo llegar allí. Tal vez seas el miembro más dotado que haya descubierto la Orden…, o que se ha descubierto a sí mismo…, en la última década.

»—¿Qué quieres de mí? —pregunté.

»—Esta noche te quedarás aquí. Sí, aquí. Toda la noche. Y si esta noche te reciben bien…, no te preocupes, ya verás lo que quiero decir con eso…, si te reciben bien, pronto podrás repetir lo que hiciste con el señor Washford siempre que lo desees. —Volvió a reír en voz alta, y su maravillosa voz rodó por los campos color mostaza como si estuviera tocando un cuerno francés—. Por supuesto, no puedo recomendarte que lo hagas todos los días.

»—¿Y después de esa noche? —pregunté.

»—Comenzaremos nuestros estudios. Comenzaremos nuestra nueva vida, señor Collins.

»Se levantó de su trono y la luz del sol se apagó. Speckle John se erguía ante mí en una vasta noche estrellada, convertido en una silueta en la oscuridad. Yo no distinguía sus rasgos.

»—Estará seguro durante la noche, doctor, más seguro de lo que estaría en nuestra zona de Ste. Nazaire. Mañana comenzaremos.

»Y se fue. Yo avancé, extendí las manos, y mis dedos tocaron el respaldo de su silla. La noche parecía inmensa. Yo sólo oía algunos grillos aislados. Las estrellas parecían muy intensas, y yo imaginé que las miraba con los nuevos ojos que me había dado Speckle John.

»Bien, allí estaba yo, solo en una colina en medio de la noche…, la verdadera noche, creo, porque la luz diurna anterior seguramente era una ilusión. No tenía idea de dónde estaba, y sólo tenía la palabra de Speckle John de que al día siguiente volvería a encontrarme en Ste. Nazaire y volvería a hacer mi trabajo. Su silla seguía frente a mí, y yo era demasiado supersticioso como para sentarme en ella, aunque lo deseaba. Ya entonces, deseaba que esa silla fuera mía. Sabía lo que representaba.

»Me tendí en el suelo, lo cual no me resultó muy cómodo al principio.

»“Si te reciben bien”, había dicho, y yo no podía descansar porque todo el tiempo me preguntaba qué significaría eso. Una vez hasta se me ocurrió que yo era víctima de un engaño gigantesco, y que el negro me dejaría aquí, en este desierto. Pero tenía la evidencia de su extraordinaria presencia, y el cuidado con que me había buscado. ¡Y había convertido la noche en día y al día en noche! ¿Qué clase de “bienvenida” vendría después de eso?

»Hasta un hombre muy excitado debe dormir alguna vez, y así sucedió conmigo. Comencé a dormitar, y luego a soñar, y finalmente caí en un sueño profundo.

»Me despertó un zorro. Sentí su fuerte olor; el ruido de su respiración; su presencia rápida y nerviosa cerca de mí. Mis ojos se abrieron, y vi su hocico a treinta centímetros de mi cara. El terror me hizo echarme atrás…, tenía miedo de que me arrancara la cara.

»—Señor Collins —dijo el zorro. ¡Y le entendí!

»Dije o pensé:

»“Sí.”

»—No me tenga miedo.

»“No.”

»—Usted pertenece a la Orden.

»“Les pertenezco a ellos.”

»—La Orden es su padre y su madre.

»“Sí.”

»—Y usted no será leal a ninguna otra persona.

»“A ninguna.”

»—Bien venido sea.

»Se alejó otro tanto, y yo no sabía si había hablado con un zorro o con un hombre en forma de zorro. Durante mucho tiempo me quedé tendido en el campo, maravillado. Las estrellas se estaban oscureciendo, y yo sólo veía negrura. Comencé a darme cuenta de que podía flotar en el aire si lo deseaba, pero no me atreví a hacer nada que afectara la atmósfera o a mí mismo como parte de la noche. Con eso ya flotaba suficientemente. Finalmente, oí un batir de alas. No lo veía, pero oía a un enorme pájaro que aterrizó a poca distancia de mí. No llegué a verlo, pero pensé, y pienso ahora, que yo sabía qué era ese pájaro. Una vez más, me aterroricé. Entonces el pájaro habló, y comprendí su voz como había comprendido la del zorro.

»—Collins.

»“Sí.”

»—¿Tienes mundos detrás de ti?.

«“Tengo mundos dentro de mí.”

»—¿Quieres dominio?.

«“Quiero dominio.” Y así era, ¿sabéis? Quería conservar esa fuerza dentro de mí y hacer que el mundo la conociera.

»—El conocimiento es el tesoro, y el tesoro es su propio dominio.

»Creo que murmuré las palabras “conocimiento”…, “tesoro”.

»—Mira la historia de tu tesoro, Collins.

«Entonces vi una escena ante mis ojos. Yo era un niño, un bebé en brazos. Mi padre me llevaba. Estábamos en un teatro de Boston, que fue demolido durante mi adolescencia. Se llamaba Vaughan’s Oriental Theater. Un hombre de color con traje de gala actuaba en el escenario, exhibiendo un pájaro mecánico que cantaba lo que le pedía el público. Mi padre gritó: “Nada más que un pájaro en jaula dorada”, y todos rieron, y el pájaro de metal comenzó a cantar la melodía. Recordé que me había conmovido la música, y que me asombraba el teatro tan adornado.

»“Mira su nombre, Charlie —dijo mi padre, señalando el cartel a un lado del escenario—. Su nombre es Old King Cole. ¿No te parece gracioso?” Recuerdo que miré con la boca abierta al hombre del escenario, con ganas de sonreír porque mi padre decía que era gracioso, pero demasiado asombrado como para entender el humor. Entonces quedé inmóvil. El mago, Old King Cole, me miraba directamente.

«Allí estaba…, un recuerdo enterrado, tal vez el recuerdo central de mi vida, y algo que pienso que me guió durante toda mi vida aunque conscientemente lo hubiera olvidado. El hombre del escenario era el Coleman Collins original. ¿O hubo otro Coleman Collins antes que él? Y supe que algún día yo sería quien estuviera en el escenario, aunque necesitaría un nombre profesional diferente.

»—Has visto.

»“He visto.”

»—Y sabes que el mago te vio.

«Recordé a Old King Cole mirándome desde el escenario, encontrándome en los brazos de mi padre, un niño de apenas dieciocho o veinte meses, y… ¿reconociéndome?

»“Lo sé.”

»—Tengo dudas sobre ti —dijo la lechuza.

»“¡Pero él me vio! —exclamé, reviviendo la maravilla de esos segundos como si todo hubiera sucedido apenas hacía cinco minutos—. ¡Me eligió a !”.

»—Vio el tesoro que llevabas dentro —suspiró el pájaro invisible—. Sé digno de él. Haz honor al Libro. Te damos la bienvenida..

»Batió sus enormes alas y se alejó volando. Quedé solo. No sé si estuve dormido todo el tiempo o volví a dormir: recuerdo que todo era borroso a mi alrededor, que todas mis células estaban invadidas por una sensación de maravilla, de modorra, y dormí profundamente durante horas. Cuando desperté, estaba apoyado en una pared, nuevamente en Ste. Nazaire, a sólo una manzana del hospital. Withers acababa de pasar a mi lado, en su paseo mañanero, tranquilo, y me vio y ladró:

»—Demasiado borracho como para regresar a casa anoche, ¿eh doctor Nightingale? Bien venido —dijo, y me reí en su cara.

»De allí en adelante vi a Speckle John casi todos los días. Recibía una nota, que generalmente me traía un muchacho de la cantina, esperaba frente a la librería y me llevaban por el laberinto de calles del arrabal hasta llegar al alojamiento maloliente donde yo aprendía más que en cualquier universidad. Me transportaban a la época en que todos vivíamos en el bosque: entraba en ese reino que era mío, por derecho natural, desde la infancia. Durante un año Speckle John me enseñó, y comenzamos a hacer planes para trabajar juntos después de la guerra. Pero yo sabía que llegaría el día en que mi creciente fuerza se enfrentaría con la suya. Nunca me satisfizo ocupar la segunda fila.

»Abrid bien los ojos muchachos. Observad cuidadosamente. Esta será la primera noche que paséis al aire libre. Estamos en el Wood Green Empire, Londres, en agosto de 1924.

4

Los muchachos, sin darse cuenta de que habían cerrado los ojos, los abrieron. Era de noche, hacía calor y había una ligera niebla. Por un instante Tom percibió el olor de las flores de mostaza: se sentía amodorrado, con los brazos y las piernas pesados y doloridos. Collins estaba sentado en el círculo de luz, pero en una silla alta de madera, no en el banco que había hecho aparecer esta mañana. Sobre el traje negro llevaba una capa negra sujeta al cuello con un broche de oro. Tom trató de mover las piernas, y olió nuevamente las flores de mostaza.

—Ah…, no… —dijo Del, mirando hacia el bosque, y Tom volvió la cabeza para mirar.

Los árboles negros dejaban un espacio abierto iluminado. Un muchacho y un hombre alto con impermeable caminaban por aquella especie de túnel. El muchacho, observó Tom con una sensación de náusea, era él mismo. Miró a Collins, y lo vio apoyado en la silla con lechuzas talladas, con las piernas cruzadas, sonriéndole maliciosamente. El mago señalaba la escena:

—¡Ahora!

Cuando volvió a mirar, el hombre y el muchacho habían desaparecido. El espacio abierto al final de los árboles era un teatro. Una multitud de espectadores se movía en sus asientos, se abanicaba con sus programas. Se abrieron unos cortinajes de color ciruela, y allí estaban él y Del, Flanagini y Night. Muy claramente, Tom vio a Dave Brick, gordo, ignorado y solo al fondo del teatro.

—Sí —dijo Collins.

Y una cortina de llamas apareció en el escenario. «La pared de llamas», pensó Tom: oyó el ruido aterrorizado de muchos cuerpos que se movían, gritos y órdenes en voces ahogadas.

¡Todos afuera! ¡Todos afuera!.

¡Deténganse! ¡Mi contrabajo!.

¡Están calientes! ¡Van a arder!.

Levántate del suelo, Whipple.

De la misma manera que Tom había sido trasladado a cuarenta años antes cuando Collins describía esa época de su vida, y había visto a Speckle John y a Withers y al cabo de la sonrisa profesional, ahora volvía a ver esos momentos…, los muchachos se amontonaban junto a las puertas de salida, luego en las puertas del corredor, gritando, empujándose, Brown clamaba por su precioso instrumento, Del trastabillaba, enceguecido por el humo…

Un joven con un inmaculado smoking, el rostro blanco y peluca roja estaba en el escenario transformado. El fuego se había disipado como la niebla.

—¡No! —gritó Tom.

Herbie Butter agitó las manos, y la luz se apagó momentáneamente, quedó un resplandor rojo parecido al de las llamas, y nuevamente se vio una cabaña de madera en un bosque pintado. Por un sendero llegó una joven con una capa roja, que llevaba un canasto de mimbre del cual asomaban las cabezas de medía docena de mirlos…

Las luces se apagaron y el escenario desapareció entre los árboles.

—Y uno más —dijo Collins.

De un lado de la estrecha avenida que tenían ante sí apareció un hombre con capa y sombrero negros entre los árboles. Un momento después, un lobo vino a enfrentársele, saliendo de entre los árboles que había al otro lado. El lobo se agachó. Parecía hambriento y loco, como si no deseara hacer lo que tenía que hacer. El hombre se afirmó sobre sus pies; el lobo aulló. Finalmente saltó. El hombre de la capa sacó una espada, que seguramente tenía preparada debajo de la capa, traspasando al lobo. Con fuerza terrorífica, el hombre de la capa levantó la espada y la sostuvo en el aire. Las patas del lobo colgaban sobre su sombrero. Retrocedió hasta esconderse entre los árboles.

«Los lobos, y quienes los ven, son muertos de un disparo en el acto», recordó Tom.

—Yo «puse un sufrimiento» en Speckle John —dijo Collins—. Lo ensarté con mi espada. ¡Ja, ja! Aún está en mi espada, chicos. En ese sentido, mi actuación de despedida en el Wood Green Empire todavía no ha terminado. Pero ya llegaremos a eso en su momento. Quiero que esta noche durmáis afuera. Puede llegar una bienvenida, o no. Encontraréis sacos de dormir detrás del segundo árbol, en el lado izquierdo del claro.

Se puso de pie y se envolvió en la capa como si tuviera frío.

—Debo deciros que sólo uno de vosotros prevalecerá. Dos no pueden sentarse en la silla de la lechuza. Pero esto no es una competición, y el que no reciba la bienvenida sólo perderá lo que nunca tuvo. Pero, escuchadme, pajaritos: el que prevalezca tendrá la Tierra de las Sombras, la silla de la lechuza, el mundo. Habrá un nuevo rey, ya se trate del rey Flanagini o del rey Night.

Por un segundo su silueta se recortó contra el negro, contra la madera; luego desapareció. Tom vio cuatro huellas aplastadas en la hierba donde había estado la silla.

—No serás tú —dijo Del—. No lo mereces.

—Ni siquiera lo deseo —respondió Tom furiosamente— Del, ¿no comprendes? No quiero quitarte nada. Sólo vine aquí porque quería ayudarte. ¿Quieres vivir así… como él?

Del vaciló un momento, luego se volvió a buscar su saco de dormir.

—No tendría que hacerlo. Podría vivir como quisiera.

A Tom se le ocurrió una idea consistente y segura.

—Si él te lo permitiera. ¿Por qué querrá abandonar ahora? Es viejo, pero todavía está sano.

Del estaba cogiendo algo de entre las hojas, detrás del árbol indicado por Collins.

—Porque me eligió a mí. Por eso. Tú no eres más que un acompañante. Nunca quisiste ser mago antes de conocerme.

—¿Ya no eres mi amigo? —preguntó Tom, desesperado.

Del no quería contestar.

—Yo todavía soy tu amigo.

—Tratas de engañarme.

—¿Cómo puedo engañarte? Eres mejor que yo.

Mientras llevaba su saco de dormir al claro, Del le miró finalmente. En sus ojos se leía el triunfo.

—Pero, Del, no importa lo que suceda, no creo que él… Creo que todo esto es un truco. Que él hace con nosotros.

—Déjame en paz.

—Ah…

La carta de Rose, que Tom había olvidado, le rozó una costilla. Miró su reloj. Eran las diez y media. ¡Media hora tarde! Miró a Del con desesperación, y vio que estaba tratando de meterse en su saco de dormir. Sus ojos estaban muy cerrados y lloraba. Uno de sus pies se había enganchado en la cremallera y no podía liberarlo sin abrir los ojos.

Tom se acercó y tomó el pie de Del. Lo pasó por encima de la cremallera y lo metió en el saco de dormir.

—Del, eres mi mejor amigo —dijo.

—Tú eres mi único amigo —afirmó Del, casi balbuceando—. Pero él es mi tío. A eso quería llegar. Tú sólo vienes aquí una vez.

—Tengo que marcharme por un rato —dijo Tom, arrodillado junto a Del—. Cuando vuelva hablaremos, ¿eh?

Los ojos llorosos de Del se abrieron.

—¿Lo verás a él?

—No.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—Muy bien —su rostro se endureció un momento—. Ni siquiera me dejaste ver a los hermanos Grimm.

—Sólo estaba sorprendido…, la habitación era diferente.

—Pero ya has visto. Te has visto a ti y a él. Como yo dije.

—Es una especie de juego. Nunca estuve con él. Te lo habría dicho.

—Yo me sentía tan solo.

—Cuando vuelva —dijo Tom, y echó a correr por el claro.

Eh, ¿adonde vas? —oyó preguntar a Del; no respondió.

5

Salió corriendo del límite del bosque, sin aliento, y se detuvo. La arena cedía bajo sus pies. Por un momento deseó quitarse los zapatos. En lo alto del acantilado, la casa brillaba a través de una docena de ventanas abiertas. No veía a Rose en ningún lugar de la playa, que tenía un color plateado junto a las aguas negras. Miró nuevamente su reloj y vio que eran las diez cincuenta. Rose se había ido.

Tom avanzó por la arena. Una sorpresa: una parte sustancial de él sentía alivio de que Rose hubiera abandonado la idea y hubiese vuelto a cruzar el lago. Ahora podía volver con Del.

Pero tal vez un poco más adelante, del otro lado del refugio de los botes, vio al lobo que se abalanzaba sobre ella. Si Collins la hubiera visto esperando en la playa…

Ahora su estado de ánimo había cambiado y deseaba desesperadamente saber si Rose Armstrong estaba a salvo. En su mente había una confusión de imágenes: el lobo, sostenido en el aire con fuerza increíble, empalado en una espada; el tejón arrojado en el pozo, describiendo un gran arco; Dave Brick sentado en una silla de metal, esperando a que lo asaran. Abrió de un golpe la puerta del refugio de los botes. Entró, y estuvo a punto de hundirse en el agua negra.

Se mantuvo en equilibrio justo a tiempo. Dentro del deteriorado refugio sólo había agua y un espacio libre. Un borde de hormigón de noventa centímetros de alto rodeaba un amplio agujero en el extremo del lago. Casi todo el refugio para botes era descubierto. Sólo unos dos metros de la parte superior estaban protegidos con tablas.

La puerta se cerró de golpe tras él y su corazón también saltó en su pecho. Tom oyó deslizarse una barra de metal. Golpeó la puerta con el hombro. Se movió, pero no se abrió. Volvió a golpearla, pasando del terror del principio a un miedo común. ¿Quién sería? ¿Collins? ¿El Cobrador que se había escapado para atraparlo? ¿Uno de los Muchachos Vagabundos? Tendría que saltar al agua. Miró hacia abajo, vio una negrura de aspecto grasiento, y luego oyó algo más. Risitas que venían desde atrás de la puerta: Rose.

—¡Déjame salir!

—Me hiciste esperar tres noches seguidas. ¿Por qué habría de dejarte salir?

—¿Tres noches? —Tom sintió un vacío en el estómago—. Recibí tu nota esta mañana.

—No, muchacho. Eso fue tres días atrás.

—Ah, Dios mío —se apoyó en las puertas del refugio.

—¿No lo sabías?

—Pensé que había sido esta mañana.

—No te creo, pero te dejaré salir.

La barra metálica volvió a deslizarse. La puerta se abrió, y Rose apareció ante él con un vestido verde de la década de los veinte. Era la chica más linda que hubiera visto nunca. El vestido verde le daba un aspecto más sofisticado que el de cualquiera de las muchachas que había conocido.

—Casi me da un ataque al corazón aquí —dijo Tom—, pero estoy tan contento de verte, que creo que no me importaría morirme.

Rose hizo un mohín, luego dio un paso atrás.

—Podrías haber tenido algo más que un ataque al corazón. ¿Sabes lo que estuve a punto de hacerte? Estaba tan furiosa.

—¿Hacerme?

—Mira esto y dime si no fueron tres días. —Rose caminó con gracia a su alrededor, y Tom vio que llevaba tacones altos—. Estabas del otro lado de la puerta, ¿verdad? Muy bien —se inclinó y tiró de una barra colocada en la arena junto a la puerta. ¡Bang! El hierro golpeó contra el hormigón. La placa sobre la que había estado cayó y quedó colgando de una bisagra—. Es una especie de trampa. Hace mucho tiempo había un bote, que entraba aquí… De todas maneras he estado a punto de hacerte caer en el pozo. El agua es bastante profunda. Habrías tenido que salir nadando. Podría haberte estrangulado, muchacho… ¿Tres noches? ¡Me están saliendo músculos de cruzar ese lago a nado!

—Esta noche no nadaste —señaló Tom.

Ella se apartó.

—Por supuesto que no. Me estropeé las medias. Y el vestido está lleno de barro —levantó el dobladillo y sacudió la tierra y las ramitas—. Vine por el bosque. Luego me senté en el muelle. Tú pasaste a mi lado sin mirarme siquiera.

—Ahora te miraré —dijo él, e hizo un gesto de abrazarla. Ella hizo ademán de retroceder, pero se sometió rígidamente—. ¿Qué sucede?

—Esto.

—Ah. Lo siento. —Perturbado, Tom dejó caer los brazos. No podía leer el rostro de Rose…, parecía mayor con su vestido verde, muy lejos de su alcance—. De veras. La nota llegó esta mañana. Al menos yo pensaba que era esta mañana. Esa escena en el bosque acaba de suceder, ¿verdad? ¿Hace una media hora?

—Claro. Mira, ¿qué día…?

—Quiero mostrarte algo. Algo que yo también quiero mirar otra vez.

—¿Sí?

—Aquí —abrió la puerta del refugio y se arrodilló—. Vuelve a empujar esa palanca.

Rose se hizo a un lado y echó hacia atrás la palanca. La plancha de hierro se movió en sus bisagras y volvió a su lugar. Tom se paró sobre ella y miró el agua.

—Iba a preguntarte qué día pensabas que era.

—Ahora no lo sé. ¿Qué día? Ya no estoy seguro. Martes o miércoles.

—Es sábado.

—¿Sábado? —él la miró, erguida frente al refugio de los botes. Parecía muy alta, muy femenina. Aunque era delgada, su cuerpo tenía curvas.

—¿Qué mes piensas que es? ¿Qué semana?

—Estoy tratando de descubrir algo —dijo él—. Algo que vi antes. —Miró el agua oscura—. Ah.

—¿Lo encontraste?

—No —dio un paso atrás.

—Sí.

—¿Qué semana es, de todas maneras? —Tom se puso de pie—. ¿Qué mes es?

—¿Qué piensas tú?

—Principios de junio. 6 o 7 de junio. Tal vez el 10.

Ella se frotó la nariz.

—De manera que piensas que es 10 de junio. Pobre Tom. —Rose le tocó la mejilla con las puntas de los dedos. Tom sentía que aparecían nuevos nervios en los lugares donde los dedos de ella se habían apoyado—. ¿Qué viste allí abajo?

—Dime qué día es, Rose.

La sonrisa valiente de ella brilló a la luz de la luna.

—No estoy segura, pero por lo menos es el 1º de julio. O el dos.

—¿Julio? ¿Hace un mes que estamos aquí?

Rose asintió; su rostro buscaba el de él, le brindaba tanta comprensión que él deseó abrazarla nuevamente.

—¿Cómo puede él hacer esto?

—Simplemente puede. Un verano hizo pensar a Del que pasaban seis o siete semanas por día. Fue la época en que Del se fracturó la pierna. Y vino Bud Copeland.

Rose alzó las cejas.

—¿Lo sabes? Ah… te lo contó Del. Sí, ese verano. No quería que Del… No puedo decírtelo.

—¿Qué sucedió?

—La escalera de hierro. Se desprendió del acantilado.

—¿Qué es lo que no puedes decir?

Ahora la sonrisa de ella era más firme.

—Pregúntaselo a Del. Tal vez él ya pueda recordarlo ahora. Yo no puedo, Tom.

Rose dio unos pasos por la playa y se volvió nuevamente hacia él. Tom vio que era imposible: era un secreto que ella no revelaría.

—No puedo quedarme mucho tiempo más, Tom —dijo la muchacha con suavidad.

—Quiero besarte —dijo Tom. El hecho de que hubiera guardado el secreto la hacía aún más deseable—. Quiero abrazarte.

—Ya te lo dije. Ahora no está bien. Tengo algo que decirte y no quiero que te confundas, y no tengo mucho tiempo. El querrá verme otra vez.

—¿Esta noche? —caminó hacia ella por la arena gris.

Rose asintió. Al menos no se marchaba.

—¿Para qué?

—Para hablar. Le gusta hablar conmigo. Dice que le ayudo a pensar en voz alta.

—Pero eso es extraordinario. Entonces puedes decirme a mí y a Del…

—Bien. Por eso te di la nota. Descubrí algo. Pero ahora, después de esta noche, tú probablemente lo sabrás de todas maneras.

—Yo no sé nada —se quejó Tom.

La joven le tomó una mano.

—Quiere ofrecer nuevamente su actuación de despedida. Y que tú y Del participéis. Si hemos de marcharnos, creo que tiene que ser antes, cuando todos estén pensando en lo que van a hacer.

Tom sentía impulsos y sensaciones placenteras en su brazo, y ahora Rose se lo oprimió más fuerte.

—Lo importante es que él proyecta algo grande para esta actuación. Algo peligroso. Dijo que tendrías que elegir entre tus alas y tu canción. ¿Sabes lo que significa eso?

Tom sacudió la cabeza.

—Me lo dijo una vez antes. No sé lo que significa.

—Dijo que Speckle John eligió su canción y que él se la quitó. De manera que no le quedaba nada. Creo que tenemos que salir de aquí antes de…

—Antes de descubrir lo que eso significa —dijo Tom con un poco de miedo.

—Eso creo.

Rose dejó caer la mano. Tom se inclinó hacia adelante y tomó la mano de Rose y se la llevó a la boca.

Temblaba. Vio una niña con capa roja que llevaba un cesto de mimbre por un sendero del bosque.

Rose dijo:

—Tom, me siento muy, mal,… como si te hundiera cada vez más. Pero tengo que hacer lo que él dice, o sabrá que algo anda mal. Confía en mí.

—Dios mío, no sólo confío en ti —dijo—. Además…

De pronto Rose estuvo muy cerca de él. Su rostro junto al suyo, borrando el cielo y las brillantes estrellas. Su boca estaba sobre la de él, y sus dientes mordieron los labios de Tom. Las piernas de Rose se apoyaron en las de él, sus pechos sobre el pecho de Tom. Tom puso sus manos en sus cabellos y se entregó al beso. Su sorprendida erección crecía contra el blando vientre de ella; gimió junto a su boca, aspirando un leve perfume y la fragancia del cabello limpio, probando el sabor de Rose. Era la muchacha de la ventana: era el conocimiento que él no se había permitido antes, pero ahora abrazaba a dos Rose Armstrong, la muchacha del vestido verde y la inalcanzable muchacha que había levantado los brazos y se había mostrado a un muchacho asustado, congelado en un trineo invernal.

—Me vas a romper la espalda —dijo Rose contra su boca.

El puso nuevamente sus manos en los cabellos de Rose.

—No podemos.

—¿No podemos qué? —murmuró Tom.

—No podemos hacer el amor. No aquí.

Esto casi le hizo explotar. ¡No aquí! Volvió a gemir, pasando en un instante de un mundo en el que temía asustarla o disgustarla con la evidencia de su deseo, a otro en el que ella hablaba en forma distraída de su realización.

—¿Dónde? —preguntó Tom, perdiendo el control de su voz.

—No hables así, yo sólo… Si supieras…

—Ay, Dios mío, yo sé —dijo el muchacho, y volvió a buscar la boca de ella.

—No es justo, ¿verdad? —Rose apartó su rostro del de Tom: en compensación, acercó sus caderas al cuerpo de él—. Ah, qué hermoso eres.

—¿Dónde? —repitió Tom.

—En ninguna parte. Ahora. Tengo que ir a verle, Tom. Y además, yo…

Ella era virgen.

—Yo también —dijo él—. Ah, Dios mío. —La oprimió fuertemente contra él—. Te deseo tanto.

—Hermoso Tom. —Le rozó la mejilla con los labios, pero ya parecía distante. A Tom le habían sucedido tantas cosas, había recorrido una distancia tan grande en un segundo, que no tenía idea de qué hacer ahora—. Hermoso Tom —repitió ella—. No quiero ser injusta contigo. Yo también te deseo. —Le rodeó el cuello con los brazos, y él sintió que el cielo se abría y lo aceptaba—. Simplemente tengo miedo…

—Está bien —dijo Tom—. Ay, Rose…

—La sombra del refugio —dijo Rose, y lo empujó hacia atrás con su cuerpo.

Dieron algunos pasos vacilantes.

—No hay sombras, es de noche —observó Tom, y esto le pareció tan gracioso que se echó a reír.

—Tonto. —Lo empujó contra la madera tosca y volvió a abrir su boca con la suya. Murmuró—: Es una pena que no te haya tirado al agua, porque entonces habrías tenido que quitarte la ropa.

Rose era una nube de carne, que acariciaba todo su cuerpo. El deseo sexual la impulsaba.

—Está bien, Tom —susurró ella en su oído—. Lo sé. Está bien. Vamos.

Una de las manos de la joven dejó de apoyarse en la cabeza de Tom y se apoyó en sus pantalones.

—Ay, no —dijo el muchacho. Y ella acercó un poco más la mano.

Todo el cuerpo de Tom se estremeció. Los dedos de Rose le oprimían el sexo. Rose dijo: «Ay, Tom», y él la estrechó con más fuerza mientras sentía que todo saltaba dentro de su cuerpo, como una explosión en su columna vertebral y en su cabeza y en el lugar donde Rose lo tocaba, y ella tiró, y él pensó que lo volvía de dentro afuera.

—Querido Tom —dijo ella, y le acarició la mejilla, y él sintió que todo retornaba a su cuerpo.

—No tendríamos que haber hecho esto —dijo ella, y él rió hasta que la mano de Rose dejó de tocarlo—. Ahora mira cómo estás.

—¡Estupendo!

—Debes pensar que soy terrible. Es que te sentía… y tú gemías de una manera…, no quiero que creas que soy…

—Eres una maravilla. Eres hermosa. Asombrosa. Increíble. Fantástica —el corazón de él seguía latiendo fuertemente—. Hasta eres generosa. Apenas me daba cuenta de lo que me sucedía.

—Bien —dijo Rose y su expresión lo hizo reír otra vez.

—¿Cómo estás?

—Bien. No lo sé. Bien.

—Alguna vez…

—Alguna vez. Sí. Pero no vuelvas a comenzar.

Ella dio un paso atrás en la arena.

—Te amo —dijo él—. Estoy totalmente enamorado de ti.

—Hermoso Tom.

—Ya no me ves enojado.

—Espero que no. —Rose levantó las manos, alzó la cabeza y agregó—: Debo irme. De veras. Lo siento.

—Yo también. Te amo, Rose.

Tom comenzaba a volver a la tierra. Ella le arrojó un beso. Echó a andar por la playa, se detuvo para quitarse los zapatos de tacón alto, y le arrojó otro beso antes de internarse en los bosques que bordeaban el lago.

—¡Eh! —llamó el muchacho—. ¡Podríamos volver juntos! Tengo que…

Pero ella había desaparecido. Tom, todavía mareado, volvió a mirar el refugio y luego siguió las huellas de Rose hacia el extremo de la playa. Recordó que esa noche tenía que dormir en el bosque, y se preguntó si alguna vez encontraría el camino para reunirse con Del.

¿Qué podía decirle a Del? Lo que Rose había hecho por él le parecía un acto de caridad casi divino.

Cuando llegó al extremo de la playa, se quitó la ropa y se metió en el agua fresca.

«Amo a Rose Armstrong», se dijo, y se metió en el agua hasta el cuello. La luz de la luna marcaba una estela que iba hacia él, y que temblaba con sus movimientos. Cuando puso la cara en el agua, recordó que había visto en el fondo del refugio de botes la cabeza cortada de un caballo, suspendida en la oscuridad.

Tom salió del lago y se secó apresuradamente con la camisa. Luego sacudió la arena de sus pies, se puso los pantalones, los zapatos, y volvió al bosque, con la camisa húmeda bajo el brazo.

6

Seis luces: y allí estaba la primera, un poco más adelante, cerca del lugar donde Rose había representado la escena de «La Muchacha de los Gansos». Después de eso, Collins simplemente arrojó la cabeza del caballo al agua para que se pudriera. Si era necesario, el mago trataría a Del, a Rose y a él mismo de la misma manera, y Tom lo sabía. Si tan sólo pudiera hacer comprender a Del que debían escapar antes de llegar al desenlace que Collins proyectaba para ellos. Tom tenía la convicción de que, independientemente de lo que dijera, Collins no cedería su lugar en el mundo de los magos, cualquiera que éste fuese, a un muchacho de quince años. Era más probable que hiciera lo que le había hecho a Speckle John…, y eso, como sabía Tom de la misma manera instintiva, sólo se lo diría el día de la actuación.

Dos. La segunda luz, atravesando una cortina de hojas. Soñando con Rose Armstrong, Tom apartó las ramas, y subió a un tronco medio podrido; esperó. En medio del claro iluminado había un hombre gigantesco cubierto de pieles. Sobre sus hombros se veía la enorme cabeza de un lobo. Tom miró su figura hierática con estupefacción. No estaba hipnotizado, estaba despierto y sus sentidos funcionaban todos. El hombre-lobo, más que ninguna otra cosa que hubiera visto, parecía la encarnación de la magia… La magia personificada, un guardián. Tom vio que la piel estaba formada por trozos cosidos unos con otros. El hombre-lobo levantó un brazo y señaló al interior del bosque. Tom corrió, pasando junto a los árboles hasta donde el hombre-lobo no pudiera verlo, y entonces siguió lentamente hacia adelante.

Tres. Tom pasaba de un árbol a otro, tratando de no hacer ruido. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, miró desde detrás de un roble gigantesco y vio la plataforma pantanosa de tierra bajo la luz Cautelosamente bajó al suelo esponjoso. El bosque alrededor de él parecía derretirse.

—¡No! —gritó.

Y trató de echarse hacia atrás para escapar a la transformación. Su espalda chocó con algo metálico. En un instante el aire se aclaró: estaba en una zona de estacionamiento. Las casas bajas de una amplia ciudad le rodeaban a esa temprana hora de la mañana, con el aire suave y húmedo y el sol que comenzaba a iluminar los edificios de su izquierda. ¿Sería aquí donde recibiría la bienvenida? Ninguno de los vehículos que había en el estacionamiento le resultaba conocido…, aunque no eran nuevos, eran más nuevos que cualquiera de los coches que conocía.

—¿Dónde? —dijo en voz alta…, no había puntos de referencia.

Luego, a través de los edificios bañados de sol, a su derecha vio una línea de color azul pálido. Un océano. ¿California? ¿Florida?

Subió a uno de los muretes de cemento. El objeto metálico con el que había chocado era un contador de estacionamiento. ¿Qué podía sucederle aquí, en una ciudad?

Entonces vio el deteriorado auto verde ante sí. Una línea de gotas colgaba del marco de la puerta y caía sobre el hormigón. Las gotas eran rojas. Tom miró la ventanilla del conductor y vio la cabeza de un hombre apoyada contra el vidrio. Los cabellos rubios se aplastaban contra la ventanilla. Las gotas rojas eran la sangre del hombre. Tom estuvo a punto de vomitar. No podía ver esas gotas que se formaban y caían. Saltó sobre el murete y caminó con miedo para colocarse frente al auto. Patente de Florida. ¿Debía mirar el rostro del hombre? Por el parabrisas vio unos rasgos grandes y desconocidos. Era el rostro de un hombre de mediana edad. Algún desconocido, algún visitante. En el lugar donde se había golpeado, el aspecto de su cabeza era horrible. Luego, por un instante, creyó reconocer el rostro…, se sintió pequeño y desvalido, invadido por una angustia moral, rechazando la terrible familiaridad que comenzaba a ver en los rasgos del hombre muerto.

Un viejo con una camisa Harry Truman y gorra de béisbol se encontraba en el otro extremo del estacionamiento; iba hacia él y hacia el auto verde.

—¡Señor! —gritó Tom, y el otro hombre lo miró, asustado—. Este…, necesito…

El viejo agitó sus puños hacia él, y el rechazo y el miedo que se veían en el rostro del viejo hicieron retroceder a Tom. El viejo le gritó algo, y Tom dio media vuelta y echó a correr.

Cuando llegó al extremo del estacionamiento y estaba a punto de seguir por la acera, sintió que había caído por un precipicio…, sus piernas se hundieron, la ciudad se esfumaba, y Tom cayó entre unas hojas húmedas. Otra vez era de noche, y el aire parecía diferente. Estaba nuevamente en el bosque. Cuando se levantó vio que estaba del otro lado del claro pantanoso. Tenía que seguir.

No podía ser Marcus,… el perezoso y alegre Marcus, el que estaba en el auto verde. Ese hombre era demasiado gordo, demasiado viejo. Sacudió la cabeza, sin poder creerlo, pero sabiendo que ese hombre había sido Marcus. Un momento más tarde salió del claro vacío.

Un sendero muy transitado llevaba hacia la cuarta luz; las raíces rozaban sus pies, unos brazos negros se extendían hacia él. Ahora los bosques estaban llenos de rostros malvados y libidinosos. Una rama crujió, y un ojo le hizo un guiño. Luego vio moscardones, una serie de ojos pequeños que bailaban y giraban alrededor de él. Entre estos aleteos, entre estas observaciones veloces, vio la próxima luz.

Cuatro. Sólo le faltaban dos.

Tom se aproximó de puntillas a la luz. Recordaba. La antorcha colgaba de una plataforma de roca chata, más parecida a un escenario que todas las zonas despejadas del bosque. Era aquí donde Rose había representado la fábula sobre el comienzo de todas las historias en su primera noche en la Tierra de las Sombras.

También aquí le esperaba algo. Se acercó a la plataforma rocosa. Sí, alguien lo esperaba…, a través de las ramas vio una cabeza redonda. Snail; o Thorn, con su rostro de máscara. Tom avanzó tratando de ver la cara. Apareció una oreja rota, la carne rosada bajo los cabellos muy cortos. Finalmente vio el resto del rostro atento.

Ah, Dios.

Pisó una ramita, que se quebró haciendo un ruido tan fuerte como el de un hueso. Dave Brick levantó la cabeza y descruzó las piernas. Estaba sentado en una silla de escolar.

—Tommy… —dijo; su voz era plañidera y baja—. Por favor, Tommy.

Tom se subió sobre la roca. Brick estaba sentado frente a él a poco más de tres metros de distancia, con la vieja chaqueta de tweed que le había prestado Tom.

—Tú me dejaste, Tommy —protestó Dave Brick—. Preferiste escapar. Debes volver a buscarme.

—Lo deseo —dijo Tom—. Pero ahora es demasiado tarde.

—Todavía estoy aquí, Tommy. Esperando. Pero tú elegiste las alas. Vuelve a buscarme. Salvaste un contrabajo y unos trucos de magia. Ahora me toca a mí.

Brick parecía abandonado y un poco ofendido.

—Es demasiado tarde.

Pensó que tal vez se estaba volviendo loco; pensó que su mente cedía y se apartaba de él.

—Puedes hacer magia. Sálvame. Quiero que me salven, Tommy. Algo cayó sobre mí… y alguien me golpeó… y el señor Broome me dijo que no me moviera…

Brick parecía a punto de llorar; luego se echó a llorar realmente.

—Ah, no llores —dijo Tom—, no puedo soportarlo. No sé qué hacer. Es demasiado.

Del tomó la lechuza —dijo Brick entre lágrimas—. Yo lo vi. El lo provocó todo. Pregúntaselo. Cuando hayas regresado y me hayas salvado, Tommy. Todo es culpa de él, Tommy. Porque tú te sentarás en la silla de la lechuza. Pregúntale.

—Tú no eres Dave Brick —afirmó Tom.

Había arrugas en el rostro; las manos eran enormes y poderosas. Corrió por el borde de la roca, y lo que había en la silla comenzó a aullar:

—¡Tú puedes salvarte, Tommy! ¡El puede salvarse! ¡Como tú puedes salvarme a mí!

Tom escapó de la voz que venía del bosque. Ahora lloraba, por la emoción o por la furia, o por un horror desconocido. ¿Coleman Collins le estaría contando esto a Rose en este mismo momento? ¿O ella sabía que esto sucedería cuando le arrojó un beso? No…, no podía ser cierto. Al correr rozó un árbol, vaciló y se detuvo. ¿Dónde estaba? La persona parecida a Dave Brick aullaba en la distancia, a su izquierda.

Tom corrió ciegamente por el bosque iluminado por la luna, en dirección adonde los árboles se hacían menos densos. Todavía veía rostros en los dibujos de las ramas, pero ahora parecían mirarlo horrorizados. Al dejar atrás a Dave Brick, se había convertido en un monstruo.

Cinco. Allí estaba, tal como él lo conocía. Una antorcha, no una luz eléctrica; no la misma quinta luz, sino la que él debía encontrar. Tuvo ganas de llorar nuevamente. Entonces tuvo una premonición. Veía a Rose parada entre las altas hierbas, acariciando a un lobo… Rose con los dientes afilados…

Todas esas pesadillas, en la escuela, todas esas terribles visiones: venían de él. Comenzaban en él, nacían en él, se expandían y contagiaban a todos los que conocía. Aún entonces, cuando pensaba que la magia consistía en algunos trucos con barajas, estaba en camino hacia aquí. La antorcha resplandecía, visible entre gigantescos árboles negros. Tom se estremeció y dio un paso adelante.

Primero vio el lobo muerto. La espada que tenía clavada en el vientre se movió. De pronto Tom olió las flores de mostaza, olió el leve perfume de Rose que la envolvía delicadamente. La herida en el vientre del lobo se abrió porque el lobo estaba clavado al árbol por las patas, y la fuerza de gravedad lo atraía hacia abajo. Colgaba debajo de la antorcha.

—Rose… —dijo—. Por favor…

Un hombre de negro salió del bosque. Capa negra, un sombrero negro que ocultaba su rostro. Llevaba una espada ensangrentada y apuntaba con ella a un espacio a poca distancia del pecho de Tom.

—¿Tienes mundos dentro de ti?.

—No —no deseaba esos mundos.

—¿Quieres dominio?

—No.

El vio el tesoro dentro de ti, hijo.

—Y lo aborreció.

Honra al Libro.

—Ni siquiera lo conozco.

Tú perteneces a la Orden.

—No pertenezco a nada.

Tom temía que el hombre del rostro invisible le atravesara a él también, pero en cambio dijo:

—Tú sabes lo que eres, hijo.

La espada ardió. El hombre la arrojó a un lado y señaló el camino que debía seguir. El camino llevaba directamente hasta la sexta luz, ahora extinguida.

7

En la hondonada oscura, Del estaba acurrucado en el suelo dentro de su saco de dormir. Tenía las manos bajo la cabeza. Después de desenrollar su saco de dormir y meterse en él, Tom se tendió en el suelo, sintiendo que las irregularidades de éste se amoldaban a su cuerpo. Oyó el canto de un grillo, un ruido de alegría mecánica e idiota. Tom se puso boca arriba, adaptando su cuerpo a las irregularidades del suelo, y miró la luna llena. Parecía dañada, como un casco deteriorado. Tú sabes lo que eres. Volvió la cabeza, y sus ojos encontraron un árbol, partido por la mitad por un rayo.

Del se movió y gimió.

«Ayúdame, Rose. Sácame de esto.»

8

Un animal respiraba sobre él, bañando su rostro con un aire cálido y pestilente. Se estremeció hasta despertarse totalmente; el animal se retiró. Tom sentía el miedo que éste le tenía. Habían pasado horas; ya no había luna. Sólo veía el óvalo blanco del rostro de Del, a tres metros de distancia. Pero aunque no veía nada, sentía a su alrededor la presencia de cien vidas extrañas…, vidas animales. En los árboles invisibles se oía un batir de alas.

—No —susurró; cerró los ojos—. Váyanse.

Algo se acercó a él. No le tuvo miedo, se sentía frío y firme. En los árboles invisibles, los centenares de pájaros se movieron.

Tú sabes lo que eres, muchacho.

Tom sacudió la cabeza, cerró fuertemente los ojos.

Hay tesoros dentro de ti.

Trató de taparse las orejas.

—¿Cuál es la primera ley de la magia?

La serpiente esperaba pacientemente que él respondiera. El no respondería.

No tenemos dudas sobre ti.

Tom sacudió tan fuerte la cabeza que le dolió el cuello.

Aprenderás todo lo que necesitas saber.

Entonces se aproximó otra cosa, algún animal que no podía identificar. La serpiente se enroscó rápidamente, alejándose, y Tom cerró sus ojos aún más fuertemente. Ese ser le transmitía la misma sensación de búsqueda, de avidez, que la pequeña figura de Mesa Lane al comienzo de todo. Este animal tenía un aire de maldad irredimible; no tranquila e insinuante e impersonal como la de la serpiente, sino profundamente malvada. Pero hablaba con voz aguda y graciosa que parecía esconder una risita. Era una voz loca, y el animal no era un animal, sino lo que el hombre de la espada fingía ser.

Traicionarás a Del.

—No.

Te quedarás aquí para siempre, echarás a Del.

—No.

Te damos la bienvenida, muchacho.

Inmediatamente todos los pájaros salieron de los árboles. El ruido era enorme, casi oceánico. Tom se tapó la cara: pensó en los pájaros cayendo sobre él, arrancándole pedazos de carne. Del sollozó en su sueño. Luego los pájaros desaparecieron.

Tom se meció dentro del saco de dormir.

9

Cuando despertó, se dio cuenta de algo. Si Rose no se equivocaba con respecto a la fecha, hacía varios días que su madre había recibido su carta. Pronto sería el momento de escapar. Se dio la vuelta y miró a Del, sentado en la hierba al otro lado de la hondonada, apoyado en un árbol.

—Buenos días —dijo Tom.

—Buenos días. ¿Adonde fuiste anoche? Quiero que me lo digas.

—Salí a caminar. Me perdí.

—No viste a mi tío.

—No. No lo vi. Ya te lo dije.

Del se movió y se frotó la mano en la hierba húmeda.

—No creo que te haya sucedido nada anoche. Es decir, algo como lo que él decía…

—¿Te sucedió a ti? ¿Te dieron la bienvenida?

—No —respondió Del—. No.

—A mí tampoco —afirmó Tom—. Creo que fue la noche más aburrida de mi vida.

—Lo mismo me sucedió a mí —dijo Del, sonriéndole—. Pero me pareció oír algo… muy tarde, creo que fue muy tarde. Un gran ruido, como si millones de pájaros levantaran el vuelo al mismo tiempo. —Miró tímidamente a Tom—. ¿Entonces tal vez te dieron la bienvenida? ¿Tal vez fue eso?

—Vamos a lavarnos los dientes —dijo Tom—. Debe de haber comida en la casa.

Tom se puso la camisa, que estaba tan arrugada como un mapa en relieve. Arrollaron sus sacos de dormir y los dejaron en la hondonada.

—Estás distinto —dijo Del.

—¿Cómo?

—Simplemente distinto. Mayor, creo.

—No dormiste mucho.

Estaban caminando por el bosque, bajo los árboles de grandes copas. En pocos minutos llegaron al claro donde el hombre de la espada había dicho a Tom que sabía lo que él era.

—Tal vez veremos a Rose hoy —dijo Del.

—Tal vez.

Tom caminó por el claro hacia el camino apenas visible, con hierbas aplastadas, que llevaba a la plataforma rocosa.

—Tom, lamento haberme enojado contigo. Pensé que tratabas de estropear las cosas… ¿sabes? Era una locura. De veras lo siento.

—Está bien.

Tom apartó unos helechos y volvió al bosque.

Después de un rato, Del habló nuevamente:

—¿Sabes?, creo que hace más tiempo que estamos aquí de lo que parece. El ya hizo eso conmigo una vez.

—Sí, yo creo lo mismo.

—El sol está en otra posición. ¿No es extraordinario? Es como si él pudiera mover el sol.

—Del, me duele la cabeza.

—Ah, probablemente es por eso que se te ve distinto. Oye, ¿qué te pareció Rose? Sé que sólo la viste una vez, pero ¿qué te pareció? Espero que te haya gustado. Espero que haya sido así.

—Me gustó —dijo Tom. Esto era insoportable. Pensó en una forma de lograr que Del dejara de hablar con Rose. Giró sobre sí mismo en el sendero. Ahora veía el borde rocoso. Manchas de luz caían sobre ellos. Del levantó su mirada hacia él, ahora confiado y amistoso como un cachorro—. Quiero preguntarte algo —dijo Tom.

—¿Sobre Rose? Puedes ser mi padrino, si eso es lo que deseas.

—Aquella vez que te fracturaste la pierna, ¿estuviste aquí más tiempo del que pensabas?

—¿Cómo lo has adivinado? —Del lo miró asombrado—. Sí. Tienes razón.

—¿Recuerdas algo de lo que sucedió? ¿Cuando Bud vino a buscarte?

El asombro de Del se convirtió en perplejidad.

—Bien, es como si hubiera estado dormido durante largo tiempo o algo así. ¿Para qué quieres saberlo? A veces recuerdo fragmentos de lo que sucedió…, pequeños fragmentos, como se recuerdan los sueños.

Tom esperó.

—Bien, por ejemplo, recuerdo que Bud discutió con el tío Cole. Principalmente eso.

—¿Discutieron sobre ti?

—Realmente, no. Bud quería que yo volviera a casa inmediatamente. Lo recuerdo. Y lo consiguió. Volví a casa con él. Pero recuerdo que el tío Cole discutía con él. Dijo que esperaba que Bud no estuviese incluido en mi testamento. Sé que fue algo terrible, pero estaba furioso, Tom. Eso es todo, más o menos. Excepto…, bien, recuerdo que Bud estaba sentado en un extremo del living y el tío Cole en el otro. Yo seguramente estaba tendido de costado en el diván. Se miraban. Era como si pelearan sin palabras. Entonces mi tío dijo:

»—Muy bien. Llévatelo, mujercita. Pero él volverá. Porque me quiere.

»Y Bud fue arriba a buscar mis cosas. Cuando bajó, todos fuimos al auto, y Bud dijo:

»—No queremos actuaciones repetidas, señor Collins.

»Mi tío no respondió.

—No quería actuaciones repetidas.

—Eso es. —Ahora que la luz caía sobre él en discos y rayas, Del parecía parte del bosque, camuflado como para confundirse fácilmente con una ardilla—. Pero fue una tontería. Yo nunca volvería a fracturarme la pierna. Bud fue demasiado cuidadoso.

—Bien —dijo Tom; echó a andar hacia el borde rocoso.

—Realmente me pregunto si veremos hoy a Rose —dijo Del a sus espaldas.

Traicionarás a Del. Eso ya había sucedido. El resto, juróse Tom, no sucedería nunca.